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Title
A name given to the resource
"Por las fotos de la prensa" y "Semen y ciclón, bandera y barbarie"
Subject
The topic of the resource
Literatura, Literature
Creator
An entity primarily responsible for making the resource
Orlando Luis Pardo Lazo
Date
A point or period of time associated with an event in the lifecycle of the resource
2008-2016
Contributor
An entity responsible for making contributions to the resource
Lizabel Mónica
Format
The file format, physical medium, or dimensions of the resource
mixed media
Language
A language of the resource
Spanish, español
Text
A resource consisting primarily of words for reading. Examples include books, letters, dissertations, poems, newspapers, articles, archives of mailing lists. Note that facsimiles or images of texts are still of the genre Text.
Text
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De columna en columna, vamos llegando a un límite. De calumnia en calumnia, ahora tenemos la responsabilidad de rebasarlo, aunque se caiga la Revolución por nuestra culpa (precisamente por esa imposible probabilidad).
Viene Gustav. De cabeza con categoría 5++ contra Cuba. Por los reportes de la prensa, cada huracán nos deja más debacle que el anterior. Es el cambio climático: un fenómeno del que Fidel Castro ha sido el autor intelectual (y también material). Desde la proa del periódico Granma el comandante exagera: “No exagero. […] Con toda franqueza me atrevo a decir que, las fotos y vistas fílmicas de lo que transmitían el domingo por la televisión nacional, me recordaban la desolación que vi cuando visité Hiroshima, que fue víctima del ataque con la primera bomba atómica en agosto de 1945”.
Parece poesía apocalíptica, pero es periodismo de datos. Fidel conoce al dedillo de lo que habla. Tal vez sea el único cubano que lo sepa. Tal vez sólo él en el mundo aún sueña con este imaginario inimaginable, que en octubre de 1962 él estuvo a sólo un botón rojo de consumarlo, cuando le pidió al Gran Hermano soviético que bombardease hiroshimamente desde Cuba a New York.
Viene Ike. Esto es una pandemia, ciclón tras ciclón. Yo me aburro opíparamente en mi cuarto. Se va la luz una semana antes y otra después (son medidas de protección). No se puede leer ni escribir en Cuba (nos alfabetizaron por gusto). Es como estar preso. No. Es estar preso. No. Es estar. Así es vivir en la verdad (a ningún cubano debería exigírsele una tortura de semejante intensidad).
En situaciones de ilegibilidad límite como ésta, normalmente me toco. Tocarme me restaura cierto sentido de compañía, pero sin colectivo. Me encanta mi asta prognata, es cómica y descomunal. Se para ante mi cara. Me paro de la cama y traigo del closet mi banderón de nylon (donación de una ONG europea pro-democracia).
Hedonismos habanémicos. Me amortajo en la bandera de todos los cubanos. Poso para mí. Pero soy un poco cada uno de ellos, sin ser ninguno. Y se me ocurre consumir los restos de batería de mi cámara digital. Canon como colofón. Trípode de tres patas, como yo (tal como no existen los sinónimos, tampoco hay frase que sea retruécana ni redundante: todo se ejecuta siempre por primera y única vez, como los orgasmos).
Sin luz, ni riesgo de un cortocircuito que me electrocute (gracias, Gustav). Sin gas de la calle, ni riesgo de suicidarme por la domesticada costumbre de respirar (gracias, Ike). Sin teléfono, ni los tumores que provoca la radiación de la red móvil (gracias, Fidel).
Sin transporte público, ni tampoco privado (esto último es un eufemismo de mal gusto). Las cloacas desbordándose, con toneladas de heces humanas y de hojas caídas por el impacto de un huracán contra la utopía. Olas de albergados cuyas viviendas serán vandalizadas in absentia por sus impropios vecinos. Goteras cayendo por todas partes dentro de casa, imposible recogerlas a todas en las cazuelas. Y los radiecitos chinos ya sin pilas, pero aun gagueando los progresivos partes ciclónicos a golpes de dínamo. Porque en el Instituto de Meteorología de Casablanca, en el centro de más hectopascales de la nación bajo ataque climático, allí está ahora Fidel (fallecido en el 2006 y resucitado por temporadas cada vez que haga falta).
“Nadie quedará desamparado”, es su slogan de guerra. Y, como de costumbre, el comandante nunca miente: nadie quedará. Ni desamparado, ni nada. Todos se irán yendo de Cuba a la primera o la última hondonada más o menos ilegal. “¡Suerte que tenemos una revolución! Ningún ciudadano quedará abandonado a su suerte” (léase, ninguno se librará de la Revolución).
Y junto a Fidel se yergue el figurín de fígaro del Dr. José Rubiera. Un héroe anti-huracanado. El titiritero que controla los hilos narratológicos de la patria hecha trizas 2008 veces, pero jamás conquistada. El Dr. Rubiera dicta por radio sus pronósticos del “cono de probabilidades”: es una ruleta rusa lo que se nos viene encima a los cubanos. Y enseguida Fidel lo corrige sin conmiseración, con su vocecilla de jesuita sobreviviente a la radioterapia: todavía él es el único autorizado para jugarse el futuro en esa o en cualquier lotería.
Fidel es nuestro disidente supremo: tiene otra opinión de la trayectoria del huracán. Y la historia no sólo lo absolverá, sino que le ratificará la razón: por él donde pase sus dedos índices en el mapa digital, por ahí mismitico se irá al carajo el ciclón. En efecto, la meteorología es demasiado importante para dejarla en manos de los meteorólogos.
Me embrutece este Castro. Me aburren sus bromas con aire de familia y su pésima dicción (los implantes dentales le resultaron una catástrofe). De bostezo en bostezo, no ceso con mi toque-toque, en una cadencia pendular que me recuerda rabiosamente quién soy: tengo un cuerpo, todavía no un cadáver (de mi emanan Gustav, Ike y Fidel; y no al revés, como podría suponerse).
Tedio terminal de entreciclones. Bodrio de bestia sucia y suicida (toda bestia es pulcra y vital). Pedestre y peligrosísima politicidad. Pene en ristre, pienso en aquella pistola castrista sobre un buró de la Biblioteca Nacional —archivo de la barbarie—: ese gatillo alegre, apuntándonos desde medio siglo o medio milenio atrás, castró a nuestra clase intelectual justo cuando más lo necesitaban (Ernesto Guevara el Ché descubrió que padecíamos del “pecado original de no ser auténticamente revolucionarios”).
Con la adarga al brazo, pienso en el percutor encasquillado del poeta Raúl Hernández Novás. Eran los años noventa y por eso la primera bala no se le disparó. Con porte de perito en la gramática de las armas de fuego, se puso a desarmar y armar el revólver (consecuencia de ciertas asignaturas en nuestras aulas universitarias). No sé si Hernández Novás habrá intentado tocarse, como yo, antes de volver a pegarse un tiro y dejar correr por fin libre la leche de su cerebro. Celectino antes del alba —no a la luz, sino al apagón del alma—, criatura incivilmente ingenua y genuina, en un “laberinto insomne” que “desemboca en un sur de enhiestas lanzas” (matarse es dejar de tocarse).
Me doy luz con un par de velas. Se derriten, tibias. La maldita circunstancia del esperma por todas partes tampoco me deja dormir. Parece que me velan: son dos tibias que escoltan mi calavera, en una capillita ardiente de vientos centrípetas. Son los años cero y ya nadie en Cuba atesora una pistola. Fidel las acaparó con sus monopólicas mañas de manigüiti. Cabroncito Castro.
La luz hace de mi falo un claroscuro con cinco dedos que arpegian y una bandera tricolor (de noche, todas las banderas son grises). Tumbado sobre la cama, ajusto la cámara digital para que me dispare auto-ráfagas: tumba, selfie suicida —sexy—, recirculación de la sangre, cuerpo sin órganos y sin orgasmo (glándulas gozosas de ofrecer resistencia).
Clic, clic, clic. Metralleta de píxeles y desenfoques de falo. Clic clic clic. No hay apenas pingas en la poesía cubana. Clicclicclic. No hay apenas ni pinga poesía cubana. Clic clic clic. Tocar cuerpo seguro es garantía de no parar mientras más la paras. Clic, clic, clic.
Faro a ciegas de Lawton entre Gustav, Ike y Fidel, rotando en contra de las manecillas del próximo ciclón. Allá afuera baten las ramas. Aquí adentro quien bate mi carne soy yo. Lawtonomía. Combate cuerpo a cadáver. Me hincho, me hinco. Y me viene entonces a la mente el poeta Ángel Escobar: ¿a dónde me iba a venir ese ángel esquivo sino a la mente?
Antes del big-splash, se me anuncia un vértigo que me baja de la base del cráneo hasta la espina dorsal, de las suprarrenales a la pelvis y de la ingle a mi casquete de cosmonauta lustroso como corteza cerebral. Kitsch onanista, onírico. Enarco las patas en arco, abiertas en un ángulo agudo ante mi sediento set de fotografía. Fellaticidad.
Pienso en la caída en poema libre de Ángel Escobar. Las voces que oía no lo convencieron de nada. Saltó al vacío asfaltado de La Habana para reafirmarse en tanto heraldo de la hecatombe: “salta, y ve que eso tampoco justifica nada”. No se ha matado por gusto, sino por darse en la vena el gusto. No sé si Escobar habrá intentado tocarse, como yo (en la verga del gusto), antes de saltar de un trampolín habanero con las manos en la cabeza: ¿a dónde iba a ponerlas ese ángel esquizo sino en su cabeza? Una cura de caballo, diagnóstico de Esquirol.
Allá vamos otra vez y aquí venimos por fin. Canon, luces, eyaculaciclón. Preparen, apuntes, juego. Semen sin semántica contra la bandera bucólica de Bonifacio Byrne, sudario de donación. El evangelio según Novás, borbotones de Escubamarga, funeral de Fidel (soñado en las furnias de Miami por Guillermo Rosales, poco antes de bajarse un balazo en su boarding home): un velatorio donde Fidel constata que ya está muerto, por lo que “ahora verán que eso tampoco resuelve nada”.
Me seco con la bandera —toalla totalitaria tricolor: gris, gris, gris—: la garganta reseca, la glotis agradecida de darse un duchazo indecente. Los músculos van muriendo (como la memoria) y, después de estallar, la madrugada de tormenta intenta hacerse apacible (parece un título del realismo socialista de los setenta), mientras ya amaina el ulular de nuestra taigá desierta —desertada— sobre los techos y tedios de Lawton.
Hasta la ventisca es inverosímil en esta Habana a deshoras. Donde ojalá nunca escampe. Ni nos venga encima mañana por la mañana un obsceno arco iris como epitafio. El desierto para ser potable precisa prescindir de todo tipo de decoración.
Original Format
The type of object, such as painting, sculpture, paper, photo, and additional data
paper
Dublin Core
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Title
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Semen y ciclón, bandera y barbarie
Subject
The topic of the resource
Literatura
Description
An account of the resource
Versión del post "Por las fotos de la prensa..." (publicado en el blog Fogonero Emergente en diciembre de 2008). Esta versión se publicó en el libro Del Clarín escuchad el silencio: 59 poemas de amor y una canción contrarrevolucionaria (Hypermedia Ediciones, 2016).
Creator
An entity primarily responsible for making the resource
Orlando Luis Pardo Lazo
Publisher
An entity responsible for making the resource available
Hypermedia Ediciones
Date
A point or period of time associated with an event in the lifecycle of the resource
2016
Contributor
An entity responsible for making contributions to the resource
Omeka Collection Creator: Lizabel Mónica
Format
The file format, physical medium, or dimensions of the resource
text
Language
A language of the resource
Spanish, Español, SPA
Type
The nature or genre of the resource
publicación impresa
Coverage
The spatial or temporal topic of the resource, the spatial applicability of the resource, or the jurisdiction under which the resource is relevant
Cuba, literatura, literature, Havana, La Habana, Latin America,
2016
blog
Cuba
Latin America
literatura
literature
Orlando Luis Pardo Lazo
Semen y Revolución
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texto
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"Por las fotos de la prensa" y "Semen y ciclón, bandera y barbarie"
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2008-2016
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From: "jorge alberto aguiar diaz" <jorgealbertoaguiar@gmail.com>
Date: Oct 18, 2015 5:12 AM
Subject:
To: "Orlando Luis Pardo Lazo" <orlandoluispardolazo@gmail.com>
Cc:
La columnata de hoy llegó desde Cuba con una foto (que cerraba el texto) y que Fogonero Emergente censuró sin consultar al autor. Aceptamos así cualquier reclamación o crítica.(jorgealbertoaguiar@gmail.com)
Las fotos publicadas en la columnata Lunes de post-revolución, son de la autoría de
Orlando Luis Pardo.
Hacerlo constar en caso de reproducción.
1) Por las fotos de la prensa, no es difícil hacerse la idea de que cada huracán es más debacle que el anterior. Fidel Castro reflexiona desde la proa del Granma sobre el paisaje patrio asolado. Compara el desastre con una hecatombe nuclear. Parece poesía apocalíptica, pero es periodismo ucrónico en prosa ramplán. El autor sabe muy bien de qué habla (tal vez sólo él en Cuba lo sepa): acaso él ya ha soñado este imaginario de la despingazón. Casi medio siglo después de octubre de 1962, para nuestro hombre en La Plaza la crisis de los misiles soviéticos-pinareños se resuelve fotográficamente ahora, tras el paso en tiempo récord de los ciclones Gustav & Ike.
2) Me aburro. No puedo leer ni escribir. Es como estar preso en mi casa dentro de una cárcel mayor que se llama esquina de Fonts y Beales que se llama reparto Lawton que se llama municipio 10 de Octubre que se llama La Habana que se llama Cuba que se llama América Latina que se llama nuestra sicklémica sigloveintiumnidad. En situaciones de ilegibilidad límite como ésta, normalmente me saco la pinga (la ilegalidad límite me fascina). Me la saco como compañía, mi pinga prognata de más diciembres que centímetros. Y saco del closet a mi bandera cubana de nylon (alef flagrante in fraganti). La saco como arte del desastre y/o performance efímero y/o entertainment post-post: hedonismos habanémicos. Y para colmo saco también mi cámara digital. Como colofón.
3) La falta de luz. El gas de la calle cortado. Los teléfonos sin tono, en el éxtasis de la estática. El transporte público de tranca. Las cloacas tupidas como toda buena utopía. Los albergados reciclados. Las baterías de un radiecito chinesco, alternando entre la bazofia de los repórters cubanescus y mi eterna linterna rumana de 9 volts. Mes 9 obsoletamente llamado septiembre. Años cero eufemísticamente llamados los dos mil. Opción cero para una degeneración cero de pupilos con las pupilas enceradas o, mejor aún, cerradas de par en párpado: Eyes Wide-Shut (Ike & Gustav´s Show). Gustav a finales de agustov & Ike a principios de septikembre. El nuevo curso escolar pospuesto. Las inundaciones sobrepuestas. Los víveres propuestos. Los derrumbes impuestos. Las protestas supuestas. Sobrevivir al clima o acaso al clímax criminal de Cuba en revoluciclón. Nosotros, los sobremurientes. El muelle de la recuperación no es especialmente elástico, pero poco a poco pendula. «Nadie quedará desamparado», es la consigna oficial, por esta vez portadora de una generosa tajada de la verdad. Los huracanes como catalizadores de la economía interna y la diplomacia foránea: Gustav & Ike como fuente de energía rotatoria para romper nuestra incivil inercia lineal.
4) El Dr. José Rubiera recupera los hilos narratológicos de la nación. Sin el Dr. Fidel Castro en el Instituto de Meteorología, nuestro hombre en la estación de Casablanca es el único cubano de Cuba autorizado para jugar al futuro. Para juzgarlo. Él es nuestro primer augur de reality-show. Un gurú de los desastres con dignidad. Y el tipo ejecuta ese rol con su bigotico hitleriano de magister ludi. Frío y paternalista, el Dr. José Rubiera deja correr sus conos de terror estadístico sobre el mapa digital de la isla. Esas animaciones funcionan como caracoles o naipes de babalao. Ese cono cuántico de probabilidades es temporalmente su báculo de oráculo presidencial. El Dr. José Rubiera propone y Dios dispone. El Dr. Fidel Castro ya sólo forma parte de su audiencia de altísimo rating en medio del apagón nacional. No importa que entre ambos doctores pueda existir un pacto de colegas secreto: la meteorología ha dejado de ser algo demasiado serio para estar sólo en manos de los meteorólogos.
5) Me aburro. Me embrutezco con cada bostezo: ¡Yo también, Brutus! Literárida y literalmente, me aburro. Tedio terminal de entresiglos y entreciclones. Durante el apagón profiláctico me comporto como un animal sucio y suicida. Así y todo no pierdo mi pedestre y por eso mismo peligrosa politicidad. Con la pinga en ristre, pienso en la pistola prepóstuma de Raúl: el percutor encasquillado del poeta Raúl Hernández Novás. A la hora de la verdad, la bala no se le disparó. Sus últimas imágenes fueron entonces las de un perito en la gramática mecánica de las armas de fuego. No sé si Raúl Hernández Novás habrá intentado masturbarse (matarse o botarse una paja: es el argot) antes de arreglar su pistola prestada. No sé si en el próximo ciclón me convertiré yo en otro mediocre raulito incapaz ni de eyacular. No lo sé ni tampoco me importa. Ni me impacta. Por el momento, ubico las velas ubicuamente (estado de ubicubidad luminotécnica). Saco las pilas del radiecito chinesco y se las meto por detrás a la linterna del Exte Europeo. Ilumino a conveniencia mi pinga sobre la bandera. Me tumbo sobre la cama y ajusto la cámara digital para que dispare auto-ráfagas. De pronto es una metralleta de píxeles y pinga por doquier. Pocas veces se ha narrado la palabra pinga en poesía cubana. Pocas veces se ha narrado ni pinga en poesía cubana. Comienzo a mazacotearme la mía para parármela. Pienso en la pistola de Raúl y en el animal pulcro y suicida de Hernández Novás. Pienso que en este punto la caja de velocidades de mi escritura ya no engancha la marcha atrás. Pienso que tu lectura pacata, tan parapléjica como las palmas, ni aunque clavara hasta el fondo los frenos, ahora ya tampoco podría parar.
6) Después de la tormenta, un arco iris mudo como epitafio a este verano venenoso (demasiada radiación solar: casi una conflagración de la era atómica). Después del dúo de meteoros Gustav & Ike, los atardeceres son aquí apacibles: no es un mal título para una novela de irrealismo social. El sol se demora siglos sobre el horizonte sin árboles ni edificios, y las nubes ennegrecen en contraluz: flotan, flatulentas, como gases tóxicos en homenaje a la chimenea cubana desconocida. La Habana post-Gustav es un silencio coagulado a contrarreloj: ciudad que no era, era que está pariendo un corazón infartado, urbe canalla que calla, ubre que cae en coma y resucita al tercer o al trigésimo tercer día, balsa de corcho sin tiburones ni timonel (la tripulación no quedará del todo desamparada). La Habana post-Ike es un poco menos autista, pero un poco más socialipsista: Habanada, mon amour (vocubalario histórico con hache histriónica de hastío heroico). La ayuda de United States of America tendrá que esperar hasta el fin de los tiempos, améen: sea hasta la próxima temporada ciclónica o sea hasta la próxima temporada electoral. Por el momento, la noche se demora eones antes de tragarse los restos de azul y lila y verde y naranja y rojo. Y entonces un negro inverosímil destiñe al día de súbito, en cinco o quinientos mil segundos. Tardenoche honda, sin aire, transparente y asfixiantemente antimartiana. A esta hora no hay política potable ni ideología que no parezca idiota y para la idiotez de todos. Después del diluvio, las reflexiones prosopragmáticas de Fidel Castro en el Granma. Después de él, mi delirio o acaso delito.
7) Prender un fósforo (la humedad sobresaturante hace casi imposible este acto de prestidigitación). Prender una vela (se consumen como fundidas en esperma de pólvora). Prender a duras penas las pilas del radiecito (ni el dinamo ni las celdas solares son eficaces aquí: ¿cuántas emisoras independientes podrá tolerar un modelo Made In Beijing?). Prender el fogón (no hay combustible fósil y mucho menos esa rara avis decimonónica llamada la electricidad). Prender un cigarro (de marca Criollos, menuda paranoia poscolonial a la hora de hacer marketing). Prender la cámara (sea nupcial o de gas). Prender un tabaco (cubanismo: «dar lata o muela, fastidiar mediante un discurso fullero o camaján»). Aprender a leer leyendo bajo el mefistofélico apagón (simular la sinceridad de todo siervo servil). Emprender la toma de apuntes a mano, como quien toma una fortaleza simbólica del ancien régime (basta una bastilla cíclope para darle batalla al ciclón). Sorprender al poder y al pueblo con un giro irónico que haga jirones al pensamiento común (la escritura como una irresistible sexcritura de resistencia). Reprender cualquier conato de texto que no se articule como una maquinaria (sin)táctica de guerra (toque ficticio a rebato, arrebato fáctico sin teque). Comprender que nada de esto hará regresar la luz, ni un minuto antes ni un milenio después: ni tampoco el gas Zyklon de la calle, ni los tictacs del teléfono ETECSA, ni el acordeón de los metrobuses, ni las cloacas congestionadas, ni los albergados realbergados, ni los electrones cubanescus sin baterías, ni los partes de guerra de los repórters, ni el neocurso escolar obligatoriamente gratuito, ni las inundaciones inútiles, ni los víveres conversos de un revés en victoria, ni los derrumbes en rumba tras un perfecto efecto de dominó. Nada de esto propicia, pero tampoco interfiere nuestro inevitable mehr-licht patriotero: «un avivamiento del espíritu», lo llaman los evangélicos. Nada de esto, por suerte. Ah, nada, Hanada: quizá sea mejor así... Aquí y ahora, en privado, tú y yo aún podemos seguir siendo tan libres como un josérubierita de juguetería Made In Beijing. O como un fidelcastrico repantigado ante el último modelo chinesco de televisor: sea de marca Panda o sea un Gustav & Ike.
8) En la madrugada de Fonts y Beales, Lawton, 10 de Octubre, La Habana, Cuba, América Latina, siento que soy un ángel exterminador. Mi pene es el faro a ciegas del resto de la nación cubana: de los restos de la nación cubana. Tengo la mano fría. Afuera deben de estar batiendo las ramas. Son las auto-ráfagas estilo metralleta de Gustav o Ike o ambos. Aquí adentro y abajo, soy yo quien bate la carne en vela de mi propio cuerpo. Me hincho, me hinco, es excitante crisparse hasta tener más centímetros que ciclones. Bato bárbaramente mi pene. Pienso en el vate Escobar, ese esquizoángel que tampoco sobrevivió a nuestros años noventa, tan pródigos en consignas como en suicidas como en consignas suicidas. Bato mi pene por enésima vez. Si lo hago a solas, normalmente me vengo muy fácil. Si es con otra persona, la venganza anormalmente se tarda hasta la locura. Antes del big-bang, siempre siento un vértigo que me baja de la base del cráneo a la espina dorsal a los riñones a la base del pene a su cabeza arrugada y lustrosa como una corteza cerebral (choteíto cubensis ad usum: «verdá que tú piensa´ con la pinga, mi´jito»). Enarco las patas, pero no demasiado, para no destruir mi set primitivo de fotografía. Estoy rodeado de velas como un cadáver. Se acerca el instante infinito de la revelación. Me siento a punto de reventar. Pienso en la caída volátil del poeta Ángel Escobar. El tipo oía voces y ya no lo toleraba: al final declaró en privado que se sentía exhausto, y saltó sobre el asfalto cubano finisecular. Yo bato mi pene por mil y unésima vez. Mi trauma es que no oigo nada y tampoco lo tolero ya: desde el principio declaro en público que me siento también exhausto. Pero allá voy otra vez y otra vez: semen sin sentido contra la bandera bucólica de Bonifacio Byrne o el trapo heroico de Poveda o el sudario de nylon tricolor de Ángel Escobar (lechazo de escubamarga en simultáneo con el disparo amateur de mi cámara digital: yo, acaso como un hernándeznovás de pacotilla, sigo siendo sólo un tirador profesional).
9) September mornings versus September mournings. Leer sin lamentos de lechero madrugador. Celectino antes del alba. Dejarse ir, dejarse venir, dejarse caer. Rojo sangre, azul cianótico, blanco seminal. Ritos ripiosos de quienes barremos aburridos las gotas de una Vía Láctea luctuosa. Howllidos de rata angélica que roe los raíles de la raulidad. Tell me, did you make it to the Milky Way? Octubre obtuso de 1962 o augusto septiembre de 2008: tell me, did you wonder why we had to run for shelter when the promise of a brand new day unfouled beneath the deep blue skies?
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