Semen y ciclón, bandera y barbarie

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Title

Semen y ciclón, bandera y barbarie

Subject

Literatura

Description

Versión del post "Por las fotos de la prensa..." (publicado en el blog Fogonero Emergente en diciembre de 2008). Esta versión se publicó en el libro Del Clarín escuchad el silencio: 59 poemas de amor y una canción contrarrevolucionaria (Hypermedia Ediciones, 2016).

Creator

Orlando Luis Pardo Lazo

Publisher

Hypermedia Ediciones

Date

2016

Contributor

Omeka Collection Creator: Lizabel Mónica

Format

text

Language

Spanish, Español, SPA

Type

publicación impresa

Coverage

Cuba, literatura, literature, Havana, La Habana, Latin America,

Text Item Type Metadata

Text

De columna en columna, vamos llegando a un límite. De calumnia en calumnia, ahora tenemos la responsabilidad de rebasarlo, aunque se caiga la Revolución por nuestra culpa (precisamente por esa imposible probabilidad).
Viene Gustav. De cabeza con categoría 5++ contra Cuba. Por los reportes de la prensa, cada huracán nos deja más debacle que el anterior. Es el cambio climático: un fenómeno del que Fidel Castro ha sido el autor intelectual (y también material). Desde la proa del periódico Granma el comandante exagera: “No exagero. […] Con toda franqueza me atrevo a decir que, las fotos y vistas fílmicas de lo que transmitían el domingo por la televisión nacional, me recordaban la desolación que vi cuando visité Hiroshima, que fue víctima del ataque con la primera bomba atómica en agosto de 1945”.
Parece poesía apocalíptica, pero es periodismo de datos. Fidel conoce al dedillo de lo que habla. Tal vez sea el único cubano que lo sepa. Tal vez sólo él en el mundo aún sueña con este imaginario inimaginable, que en octubre de 1962 él estuvo a sólo un botón rojo de consumarlo, cuando le pidió al Gran Hermano soviético que bombardease hiroshimamente desde Cuba a New York.
Viene Ike. Esto es una pandemia, ciclón tras ciclón. Yo me aburro opíparamente en mi cuarto. Se va la luz una semana antes y otra después (son medidas de protección). No se puede leer ni escribir en Cuba (nos alfabetizaron por gusto). Es como estar preso. No. Es estar preso. No. Es estar. Así es vivir en la verdad (a ningún cubano debería exigírsele una tortura de semejante intensidad).
En situaciones de ilegibilidad límite como ésta, normalmente me toco. Tocarme me restaura cierto sentido de compañía, pero sin colectivo. Me encanta mi asta prognata, es cómica y descomunal. Se para ante mi cara. Me paro de la cama y traigo del closet mi banderón de nylon (donación de una ONG europea pro-democracia).
Hedonismos habanémicos. Me amortajo en la bandera de todos los cubanos. Poso para mí. Pero soy un poco cada uno de ellos, sin ser ninguno. Y se me ocurre consumir los restos de batería de mi cámara digital. Canon como colofón. Trípode de tres patas, como yo (tal como no existen los sinónimos, tampoco hay frase que sea retruécana ni redundante: todo se ejecuta siempre por primera y única vez, como los orgasmos).
Sin luz, ni riesgo de un cortocircuito que me electrocute (gracias, Gustav). Sin gas de la calle, ni riesgo de suicidarme por la domesticada costumbre de respirar (gracias, Ike). Sin teléfono, ni los tumores que provoca la radiación de la red móvil (gracias, Fidel).
Sin transporte público, ni tampoco privado (esto último es un eufemismo de mal gusto). Las cloacas desbordándose, con toneladas de heces humanas y de hojas caídas por el impacto de un huracán contra la utopía. Olas de albergados cuyas viviendas serán vandalizadas in absentia por sus impropios vecinos. Goteras cayendo por todas partes dentro de casa, imposible recogerlas a todas en las cazuelas. Y los radiecitos chinos ya sin pilas, pero aun gagueando los progresivos partes ciclónicos a golpes de dínamo. Porque en el Instituto de Meteorología de Casablanca, en el centro de más hectopascales de la nación bajo ataque climático, allí está ahora Fidel (fallecido en el 2006 y resucitado por temporadas cada vez que haga falta).
“Nadie quedará desamparado”, es su slogan de guerra. Y, como de costumbre, el comandante nunca miente: nadie quedará. Ni desamparado, ni nada. Todos se irán yendo de Cuba a la primera o la última hondonada más o menos ilegal. “¡Suerte que tenemos una revolución! Ningún ciudadano quedará abandonado a su suerte” (léase, ninguno se librará de la Revolución).
Y junto a Fidel se yergue el figurín de fígaro del Dr. José Rubiera. Un héroe anti-huracanado. El titiritero que controla los hilos narratológicos de la patria hecha trizas 2008 veces, pero jamás conquistada. El Dr. Rubiera dicta por radio sus pronósticos del “cono de probabilidades”: es una ruleta rusa lo que se nos viene encima a los cubanos. Y enseguida Fidel lo corrige sin conmiseración, con su vocecilla de jesuita sobreviviente a la radioterapia: todavía él es el único autorizado para jugarse el futuro en esa o en cualquier lotería.
Fidel es nuestro disidente supremo: tiene otra opinión de la trayectoria del huracán. Y la historia no sólo lo absolverá, sino que le ratificará la razón: por él donde pase sus dedos índices en el mapa digital, por ahí mismitico se irá al carajo el ciclón. En efecto, la meteorología es demasiado importante para dejarla en manos de los meteorólogos.
Me embrutece este Castro. Me aburren sus bromas con aire de familia y su pésima dicción (los implantes dentales le resultaron una catástrofe). De bostezo en bostezo, no ceso con mi toque-toque, en una cadencia pendular que me recuerda rabiosamente quién soy: tengo un cuerpo, todavía no un cadáver (de mi emanan Gustav, Ike y Fidel; y no al revés, como podría suponerse).
Tedio terminal de entreciclones. Bodrio de bestia sucia y suicida (toda bestia es pulcra y vital). Pedestre y peligrosísima politicidad. Pene en ristre, pienso en aquella pistola castrista sobre un buró de la Biblioteca Nacional —archivo de la barbarie—: ese gatillo alegre, apuntándonos desde medio siglo o medio milenio atrás, castró a nuestra clase intelectual justo cuando más lo necesitaban (Ernesto Guevara el Ché descubrió que padecíamos del “pecado original de no ser auténticamente revolucionarios”).
Con la adarga al brazo, pienso en el percutor encasquillado del poeta Raúl Hernández Novás. Eran los años noventa y por eso la primera bala no se le disparó. Con porte de perito en la gramática de las armas de fuego, se puso a desarmar y armar el revólver (consecuencia de ciertas asignaturas en nuestras aulas universitarias). No sé si Hernández Novás habrá intentado tocarse, como yo, antes de volver a pegarse un tiro y dejar correr por fin libre la leche de su cerebro. Celectino antes del alba —no a la luz, sino al apagón del alma—, criatura incivilmente ingenua y genuina, en un “laberinto insomne” que “desemboca en un sur de enhiestas lanzas” (matarse es dejar de tocarse).
Me doy luz con un par de velas. Se derriten, tibias. La maldita circunstancia del esperma por todas partes tampoco me deja dormir. Parece que me velan: son dos tibias que escoltan mi calavera, en una capillita ardiente de vientos centrípetas. Son los años cero y ya nadie en Cuba atesora una pistola. Fidel las acaparó con sus monopólicas mañas de manigüiti. Cabroncito Castro.
La luz hace de mi falo un claroscuro con cinco dedos que arpegian y una bandera tricolor (de noche, todas las banderas son grises). Tumbado sobre la cama, ajusto la cámara digital para que me dispare auto-ráfagas: tumba, selfie suicida —sexy—, recirculación de la sangre, cuerpo sin órganos y sin orgasmo (glándulas gozosas de ofrecer resistencia).
Clic, clic, clic. Metralleta de píxeles y desenfoques de falo. Clic clic clic. No hay apenas pingas en la poesía cubana. Clicclicclic. No hay apenas ni pinga poesía cubana. Clic clic clic. Tocar cuerpo seguro es garantía de no parar mientras más la paras. Clic, clic, clic.
Faro a ciegas de Lawton entre Gustav, Ike y Fidel, rotando en contra de las manecillas del próximo ciclón. Allá afuera baten las ramas. Aquí adentro quien bate mi carne soy yo. Lawtonomía. Combate cuerpo a cadáver. Me hincho, me hinco. Y me viene entonces a la mente el poeta Ángel Escobar: ¿a dónde me iba a venir ese ángel esquivo sino a la mente?
Antes del big-splash, se me anuncia un vértigo que me baja de la base del cráneo hasta la espina dorsal, de las suprarrenales a la pelvis y de la ingle a mi casquete de cosmonauta lustroso como corteza cerebral. Kitsch onanista, onírico. Enarco las patas en arco, abiertas en un ángulo agudo ante mi sediento set de fotografía. Fellaticidad.
Pienso en la caída en poema libre de Ángel Escobar. Las voces que oía no lo convencieron de nada. Saltó al vacío asfaltado de La Habana para reafirmarse en tanto heraldo de la hecatombe: “salta, y ve que eso tampoco justifica nada”. No se ha matado por gusto, sino por darse en la vena el gusto. No sé si Escobar habrá intentado tocarse, como yo (en la verga del gusto), antes de saltar de un trampolín habanero con las manos en la cabeza: ¿a dónde iba a ponerlas ese ángel esquizo sino en su cabeza? Una cura de caballo, diagnóstico de Esquirol.
Allá vamos otra vez y aquí venimos por fin. Canon, luces, eyaculaciclón. Preparen, apuntes, juego. Semen sin semántica contra la bandera bucólica de Bonifacio Byrne, sudario de donación. El evangelio según Novás, borbotones de Escubamarga, funeral de Fidel (soñado en las furnias de Miami por Guillermo Rosales, poco antes de bajarse un balazo en su boarding home): un velatorio donde Fidel constata que ya está muerto, por lo que “ahora verán que eso tampoco resuelve nada”.
Me seco con la bandera —toalla totalitaria tricolor: gris, gris, gris—: la garganta reseca, la glotis agradecida de darse un duchazo indecente. Los músculos van muriendo (como la memoria) y, después de estallar, la madrugada de tormenta intenta hacerse apacible (parece un título del realismo socialista de los setenta), mientras ya amaina el ulular de nuestra taigá desierta —desertada— sobre los techos y tedios de Lawton.
Hasta la ventisca es inverosímil en esta Habana a deshoras. Donde ojalá nunca escampe. Ni nos venga encima mañana por la mañana un obsceno arco iris como epitafio. El desierto para ser potable precisa prescindir de todo tipo de decoración.

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Orlando Luis Pardo Lazo, “Semen y ciclón, bandera y barbarie,” Digital Entanglements, accessed April 17, 2024, https://digitalcuba.omeka.net/items/show/2.

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