33 y 1/tercio, No. 4

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Title

33 y 1/tercio, No. 4

Subject

revista literaria digital

Description

Revista literaria digital hecha en Cuba. Dirigida por el escritor Raúl Flores. Circulada vía correo electrónico y dispositivos de almacenamiento externo. Estética postmoderna que privilegiaba lo pop.

Creator

Raúl Flores Iriarte

Date

2006

Contributor

Lizabel Mónica

Format

Microsoft Word Document

Language

Spanish, Español, SPA

Type

revista, magazine

Coverage

Cuba

Text Item Type Metadata

Text



El sueño se estira más o menos así: sueño que estoy durmiendo, soñando un sueño donde hay un tipo que tiene sueño, que se aferra a la almohada, que no quiere despertar porque justamente y está seguro de estar soñando un sueño que supera con creces todo lo que le ha tocado vivir hasta la fecha. Su manager ha entrado a la pieza del hotel. Lo sabe por el olor del habano que impregna las sábanas. El manager le dice que se despierte, que se levante, que tiene una conferencia de prensa.
El tipo es un rockero y tiene el pelo largo, pero se parece sospechosamente a mí. Sueña en inglés, sueña que tiene sueño, sueña que está en otra parte, sueña que realmente no está solo, que esto es solo una etapa, que hasta se puede salvar. Pero el manager le habla sin parar, tanto que no le queda sino abrir los ojos. El sol del desierto entra por la ventana y lo golpea, como si de pronto una piedra rompiera el vitral de una iglesia que reposa en penumbras a plena luz del día. Después el rockero que se parece a mí consigue levantarse de la cama de tres plazas y se mira en el espejo, pero no le gusta lo que ve. Bajo una lámpara, se fija, al lado de una billetera rosa fosforescente, en una cómoda de madera que parece de mármol, hay una botella de Stolishnaya, un vaso de plástico desechable semivacío y un espejo con varias líneas de cocaína en desorden, que lo atraviesan como las cuerdas de una guitarra eléctrica que hubiera quemado sus fusibles. La ventana es inmensa, ocupa toda la pared. Desde ahí arriba la ciudad se ve horrible, sin luces, calcinándose bajo el sol. El rockero sopesa la posibilidad de suicidarse, de lanzarse al vacío y caer frente al moai que da la bienvenida al Hotel Tropicana, el de la postal, el mismo en el que una vez se alojaron sus padres, se acuerda.
Hasta ahí llega el sueño. Después todo se detiene. Todo. No avanza. Sigue y sigue y sigue. La imagen del rockero, la imagen de mí mismo en la ventana, mirando la ciudad de Las Vegas que se extiende inútil, eterna bajo el sol, pensando en la posibilidad de lanzarse al vacío, de caer frente al moai falso, de concreto, y estallar. Nada más. Esa es la imagen. Una imagen que se estira. Que no avanza.
Mala onda
Alberto Fuguet


Y cuando no puedo soportar más el infierno me cambio de ropa, me pongo algo de lo mejor que puede ofrecer en ropa informal la Séptima Avenida, me dirijo al estudio y caigo en un paraíso de sexos. La fotografía de modas, en la que puedes hacer que mujeres bellas con vestidos caros se comporten como si estuvieran en zona de guerra. Miran fijamente, saltan, giran, lanzan gritos ahogados, se agachan, se arquean, experimentan una sacudida. He visto al fuego de las ametralladoras hacer eso con un cuerpo.
No es eso lo único que hago con ellas. Depende de la chica. Algunas son tranquilas y yo me adapto, creo mares de tranquilidad a su alrededor, océanos de luz y de sombra. Las ahogo en paz hasta que se asustan y entonces reviven. Otras conocen algo de mi trabajo brutal y quieren mostrarme lo reales que son, cuánto saben de la dureza, de la calle. El contraste entre dureza y alta costura funciona normalmente, hasta que se convierte en un cliché. Entonces, durante algún tiempo, me dedico a la belleza, amontonando belleza sobre belleza, haciéndola abrumadora, indecente, como un rapto.
De forma que también esto termina siendo un ataque.
El suelo bajo sus pies
Salman Rushdie

equipo de redacción: 33 1/3
fotografías de cover: yamel santana valdés-hernández, robert freeman, leordanis hernández, elena v. molina, raúl flores iriarte, duanee suárez, lizabel mónica, iain macmillan, guy bourdin, et al.
diseño de portada: 33 1/3



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variaciones
(reporte de situación)

in

de 33 y un tercio: de como alimentar al perro de pelea (luis felipe rojas

ella quería ser escritora/ pop / solos (raúl flores iriarte

feliz año nuevo, princesa / el color de la sangre diluida (jorge enrique lage

de los falsos autores (raúl flores iriarte

tener estilo (rodrigo fresán

el coleccionista / niños con resaca / las historias de drew barrymore (jonathan lethem

de el laberinto: encinosa fú, michel (sobras / coge tombón / cuando sales del agua

o´hara, frank (poesía

extranjeros del cono sur (ricardo piglia y roberto bolaño

bolaño, roberto (otro cuento ruso

de toma ♯: de sin hipófisis) livioconesa

la muerte de la novela / up / last fall) ronaldsukenick

la tradición rival) entrevistaronaldsukenick

masacre india / casquitos de guayaba, flan y turrón de maní) demismenéndez

la nueva escritura) césaraira

cogiendo aira) je

poesía) billychildish
out

in

sobre derek
alguien tenía que escribir esto. Y ese alguien fui yo. Me llamo Derek, pero eso ya lo dije antes (Derek solía ser el agente de prensa de 33 1/3 y después los abandonó y después volvió a ser su agente de prensa, así que cuando le pidieron que escribiera estas palabras…) Algo así?


sobre toma 3
se volvieron perfeccionistas después de El laberinto. Se fueron a los estudios y grabaron toma tras toma de lo que sería su obra maestra. Al final, se convencieron: la masterpiece nunca existiría. Ya no quedan obras maestras en este universo. Quizás nunca han existido, y desp


sobre toma 14
el estudio los demandó. Por gastar tanto tiempo y dinero y cintas de audio, tecnología digital desaprovechada; al final, eligieron lanzar dos tomas del ambicioso proyecto. Proyecto inconcluso, pero proyecto al fin. Work-in-progress incompleto, para dar una idea de making of, per


sobre aquí en 3
no desilusionados, no alegres, decidieron tomar un time off. Tiempo para descansar. Hoteles, groupies, junkies redimidos.
Ver aquí en 3 como:

parecido al Anthology de los Beatles. Material sobrante de las sesiones de grabación de los tres primeros lps

a) material sobrante de los dos primeros lps y la toma 5 íntegra, como bonus track
b) toma 17 y toma 5 de la fallida masterpiece en un solo documento
c) un apócrifo: documentos robados de una revista inédita llamada Revólver, hecha por jóvenes escritores cubanos
d) los incisos c y d pueden no existir
e) los incisos a, b y c también pueden no existir. Asimismo, los jovenes escritores cubanos, no estoy seguro
f) material totalmente nuevo, enmascarado como sobras, o sobras, enmascaradas como material totalmente nuevo

Marca la opción que mejor te parezca. Yo marqué la mía. Habl



replay

luis felipe rojas rosabal
(de San Germán, de 1971)

(de como alimentar al perro de pelea

flash back
heredia también pedía a gritos una balsa
un jubón de yute para que no se le fueran las palabras
yo necesito un aro de metal necesito de la lumbre y el azogue
antes de irme del país… al sueño
de la isla cotidiana a la isla carcomida en los textos escolares
necesito ver la carroña de mi esencia en una foto

otros piden una balsa de verdad un hueco en la pared
quieren deshacerse del verbo de alhaja confitería a bajo precio
un hueco salidero a la manigua sin afeites
tengo la razón de heredia
el condumio de caricias que lo devolvió a la isla

necesito un aro de metal
para fijar mi cabeza al libro rojo
quiero el libro donde heredia se burlaba de las aguas
donde un hombre solitario no decía basta en el regreso
ni se agarraba al jubón de las palabras

yo no miro atrás
no quiero que la luz me ciegue

●●●

una requisa en pleno agosto
me encontraron la punzada caminera la que no hallaban con bombillas láser aparatos importados punto me quitaron el charol de Flandes y colgaron las amarras entre los botes de salida punto bombillas láser para no morder la paz de los vecinos que grito demasiado –dicen– ahora el hacedor de viajes se ocupa de mi casa de mi hijo y dice está bien no lloren más plañideras trepidantes –dice no las quiero punto plañideras no barren a deshoras la displasia no se cura con una bombilla de sesenta wats punto esos van a ser los recalantes los que lleguen y no lleguen punto sus barcazas tienen un cáncer como el mío tienen guardias de bombillas láser que los siguen como
a mí punto en un lugar me encontrarán
bombillas de sesenta wats
punzada caminera
¿enfermo terminal?

●●●

la zaga de los perseguidos
estoy en el furgón a chorro san germán-victoria de las tunas
para decirles a los panfilov de arrobadera y comezón
hombres de batallas sicodélicas que lo ayuden a cruzar
a pasar despacio y sin molestias
que ya no tiene patria gonzález prado ni quiere ni desea
sin amo pero sin flores a qué tantas flores para ese entierro
sin patria gonzález pero sin amores desangrado el rostro
ayúdenme a cruzar la carretera larga va a decir
y yo diré (otra vez)
dios mío camarada de los cielos tuyos ayúdalo a subir
con la escalera del enfermo del suicida
del que sabía de la muerte y el pregón este es un tipo panfilov un cancha
si puedes verle la cabeza y no el rostro no lo dejes
a la deriva no se deja a un hombre solo
la furgoneta san germán-a cualquier parte lo acepta
que suba el caballero medieval Vidal sin sangre con nombre de guerrero
Guillermo de los sueños las andanzas los pescados miles
el hombre del pan a pedacito
ayúdame a subir consorte –dice
el que ya no tiene patria más patria
más dominio que este furgón san germán-victoria de las tunas sin victoria sin papeles
ayúdalo dios mío camarada de las sombras
con la escalera grande del ángel del bueno de escobar
ahora que ya no tiene amo ni flores ni la tumba en el desierto
-como quiso y la pidió
sin tumba pero sin ti
en el furgón a chorros

●●●

tránsito de una estación a otra
Esperamos las aguas a puerta cerrada. Hicimos cruces bajo la ceniza ardiente del atardecer, antes del anuncio pusimos nuestras cabezas al calor de las almohadas limpias.
Han pasado los desastres casi todos.

Todavía nos preguntan por la fe.

●●●

salida vertical
cómo pedirán tu santo y seña ahora que inventaron una aduana
un cortapisa para cada frase sin fraseo sin silabear siquiera
la canción del odio que están por tararear ahí mismo bróder
delante de tu casa
con qué filo lucirán el cortapisa la palabra elegida para herirte
hacer que sangres a destiempo y a deshora
no es lo mismo querrán que sangres que te vayas
y no te pedirán el plagio a lo imposible se lo callan te harán fallar
callar tragar tus embestidas los pocos tardíos inútiles signos de los brazos como aspas
con qué aspas te airearán el rostro el sudor el surco de la herida abierta
esas aduanas no funcionan
sentirte tú el culpable el que lo debe todo el que se va el que no vuelve por que sí porque lo llaman como el perrito el bueno de pavlov que sin saber inventó el gulag el campo
el barreminas el siembraminas al zapador cancino
que no ha de salvar más que a los suyos a los chamas
encargados como suyos
pavlov propuso el hoyo el agujero vertical
la aduana de la conciencia el castigo oscuro que te pide a destiempo
sin razón que desnudes desnúdate despójate del viento de tu aire
o no podrás pasar huir sin cortapisa aspas de los brazos
sin que midas tu agujero a tu cabeza
no podrás salir del agujero
al agujero
-dicen






replay



raúl flores iriarte
(de la habana, de 1977)

ella quería ser escritora (fragmento)

Ella le preguntó por qué tienes tanto pelo y él le dijo Nena no me preguntes por qué, yo mismo no lo sé,
fan a los Grateful Dead,
dame una cabeza con pelo y ella,
claro está,
no tiene por qué creerlo,
déjalo crecer mientras pueda volar en la brisa,
hogar para las pulgas,
para los pájaros,
belleza lúcida mientras pueda ir a todas partes,
1969,
1973,
0rgu110 púb(1)ic0 quieres ver carros veloces pasar, o comer algo, y el pelo no lo deja divisar la ola gigante que vendrá desde alguna parte para destruir completamente aquella parte de la ciudad hasta los cimientos, déjala crecer mientras tenga los cabellos húmedos
nada nos puede pasar, dijo él, y habían canciones a lo lejos,
como rayos de luz atrasados y piensa qué feliz sería si todo el mundo fuera libre para navegar en la tenue oscuridad de una cortina deshilachada,
deberías verlo,
allá a lo lejos viene el tren,
un tren cualquiera sin nombre,
nos podemos ir y nadie se dará cuenta,
asientos plásticos,
madera dura,
pero con mi pelo no pensarás nada,
no habrá nada más en qué pensar,
solo canciones y esa ola gigante,
enorme,
que viene,
me parece a mí, cuando noviembre termine con su cuenta atrás,
tic
tac
tic
tac
del tiempo,
supremo goce reservado para alturas estéticas del más allá,
qué puedo hacer contigo, dijo ella, no te veo los ojos,
Ay, no confíes en nadie a quién no le puedas ver los ojos, dijo él,
se lo había dicho su madre muchísimo tiempo atrás.
Mi pelo es una escala al Olimpo, ¿nunca te lo había dicho?,
shampú,
cantidades industriales de suavizador,
a la altura de los hombros,
omóplatos,
déjalo crecer, como la pequeña Dorritt,
déjala,
déjala volar.
He got hair down to his knees, got to be a joker he just do what he please
latas de Coca Cola empañadas por el viento,
zapatillas deportivas derritiéndose lentamente en el asfalto,
right now over me,
delicia de la tarde y, una vez más, quieres ir a comer algo,
no, dice ella,
la ola está por caer y ellos aún no lo saben, no tienen por que saberlo,
one and one and one is three,
quizás sea mejor que nos digamos adiós, dice ella pero no puede, no podrá ser, porque van al mismo sitio juntos,
misma ciudad,
mismo desierto,
hojas verdes,
golpes de aire contra el asfalto endurecido,
mismo campo,
mismos asientos,
mismo tren.
De todas formas ella dice lo del adiós, y entonces llega el tren
(llamado tren, no ola gigante, subversiva)
y la parte de los pasajes, ventanilla abarrotada, secretaria de vidrio, duroaluminio, es aburrida, me parece que me saltaré toda esa descripción.
¿Adonde vas?, le preguntó él a ella, pero eran más de las doce, su hora de silencio había comenzado.
Meditan.
Se retuercen.
Gritan.
En la soledad de los vagones numerados como soldaditos indios la única presencia es el pelo.
Lo llena todo, como cascada de abalorios hessianos.
Los demás pasajeros protestan, pero después lo olvidan,
lo dejan ir.
Mejor así, los asientos son más blandos,
la madera es menos dura.
Puedes hablar conmigo, dijo él,
todo lo que tú quieras puedes hablar conmigo. Quiero escucharte. Soy bueno escuchando.
Se habían sentado junto
s,
ella ojos en blanco,
hora más,
hora menos,
edad de Acuario,
luna de plata en la quinta casa,
dejando el sol brillar, porque más nada se puede hacer.
Déjalo, déjalo brillar.
Mi pelo terciopelo en las noches de mucho frío, ¿puedes sentirlo?
Cabeza con pelo, nena, pelo, pelo, pelo, mientras puedas ir a todas partes,
pulgas,
plumas,
maravillas,
no siete,
no ocho,
sino todas,
todas.
Botella de ron para ver mis ojos, y si puedes divisarlos, entonces mi pelo aún no es demasiado largo.
Déjalo, déjalo crecer.
One thing I can tell you is you got to be free.
Pero ella no habló.
Y entonces llega la hora de yo preocuparme. Si ella no habla, entonces no hay novela, o cuento, o nada que valga la pena. Solo un aburrido viaje en tren, provincias a la capital. Puedo ver con estos ojos míos que el viento no puede cerrar a la gente conteniendo bostezos, cerrando libros (Ella quería ser escritora, Ediciones Unión, 2008), manuscritos y yéndose al Chaplin a ver The lord of the rings: director´s cut, A hard day´s night. o algo por el estilo. O quizás prendiendo el tv para invisibles inservibles inmetibles películas de sábado.
(Haciendo uso de mis cualidades deux es machina. Bonito nombre para bonitas cualidades): A la hora ella abrió los ojos ¿qué quieres saber?, preguntó.
Su pelo no era grande, no era largo. Su pelo era castaño, era piedra, una de esas piedras sin color que encuentran los hombres a la orilla del río .
Una de esas piedras que crecen a la vera del camino.
Todos miraban.
Todos escuchaban.
Y ella lloraba. No sé por qué, pero lloraba.
Me aguanta entre sus brazos todas las noches, puedo sentir su enfermedad,
cruzadas del Rey Arturo,
inservible,
agua salada en las pupilas,
tiene que ser tan bonito porque es tan bonito Dios mío, nunca lo quise ver, se lo llevaron y nunca lo quise ver.
Así en voz alta, como una canción de amor.
Los cabellos de él se dejan llevar por tragedias familiares y suspiran agradecidos en la garganta.
Siete viejas se mueren del corazón, y siete viejos se lamentarán después, en la soledad cancerígena de sus dormitorios.
Siete crisantemos para el cementerio.
Mi prima Deborah tenía una familia grande, grande, quince primas y todas se llamaban Mónica. Padre Madre y madre Bernarda se reunieron una,
dos,
tres,
quince veces
sobre criaturas sollozantes,
húmedas,
juntaron sus caras y ¿cómo la llamaremos?,
pues Mónica, claro está.
Mónica quedaba muy bien.
Antes todas las actrices en blanco y negro se llamaban de esa manera,
y todas las chicas que encontrabas por la calle tenían el aspecto de llamarse así.
Las primas de Deborah fueron Mónica Clara, Mónica María, Mónica Estela, y así hasta completar la quincena. A saber:
o Mónica María: quedó inválida a los dieciocho años; le cayó un piano de cola sobre las piernas desde un tercer piso. Para quienes se pregunten como pudo pasar eso, les puedo contestar que Mónica María protagonizaba en esos momentos una huelga de hambre al pie del edificio del Ministro de Agricultura, vaya Dios a saber la razón.
o Mónica Clara fue la primera cubana cosmonauta del mundo. Fue a Venus, más allá del cinturón de asteroides, según tengo entendido, y aún no ha regresado.
o Mónica Graciela tiene tres hijos: Roberto Carlos, Mijail, y Andrés Roberto. Roberto Carlos prefiere que le digan Norman Mailer; está escribiendo la Novela del Siglo en la soledad de su apartamento de Centrohabana, Mijail es actor de series infantiles (dos o tres capítulos de La sombrilla amarilla), y Andrés Roberto no es nada todavía, pero estoy segura de que algún día lo será. Mónica Graciela vive orgullosa de sus hijos. No la culpo.
o Clara Mónica murió hará cosa de tres años atrás, cuando se metió a arreglar las resistencias del refrigerador Panasonic sin saber nada de electricidad. Sin embargo, no murió electrocutada, como se podrá imaginar, sino de un inmenso ataque de asma, que la hizo caer sobre los cables azules y rojos de 220.
o Mónica Estefanía asiste a la escuela secundaria. Creo que ya tiene novio y todo.
o Mónica Isabel está en la cárcel de mujeres: cumple una condena de diez años, por dejar caer un piano de cola desde las alturas del tercer piso, con consecuencias ya mencionadas. Agravantes: Después del pianicidio se enfrentó a su esposo (el citado Ministro de Agricultura) y lo hizo bailar alrededor del filo de un cuchillo de cocina. El Ministro no sabía bailar.
o Mónica Angustias, y
o Mónica Martirios, y
o Mónica Magdalena, y
o Martirio Mónica, y
o Mónica Adela viven junto a su madre en condición de hermanas solteronas. Se dice que Mónica Adela está contemplando el suicidio como una solución para sus problemas. (Cualquier similitud con García Lorca es pura coincidencia.)
o Mónica Estela quiere ser cantante de jazz. Hasta ahora ha hecho un par de audiciones para un par de grupos. Algunos opinan que llegará lejos. Yo no sabría que decirte. Recientemente se operó de un lunar entre los dedos del pie y lleva tres meses de reposo, porque la herida no se cicatriza. De todas formas, está bien así, ese tipo de lunares tienden a ser tumores (¿benignos? ¿malignos? Da igual)
o Mónica Bárbara se casó con un español y ahora vive en Granada. Trabaja en la casa museo del ya citado García Lorca. Le escribe todas las semanas cartas a sus catorce hermanas diciendo cosas como “Todo se arreglará en cualquier momento”, y “la vida es dura, eso ya lo sabemos”.
o Mónica Mónica trabaja también en otra casa museo, pero no en España, sino en Cuba, San Miguel del Padrón. Cuida de las tumbas de los perros de Hemingway, pule la cubierta del yate Pilar un mes sí y otro no, y acepta propinas de los turistas, cuando estos están dispuestos a concederlas.
o Mónica Alba soy yo, y soy la Novia Universal.
Él no supo que contestar, qué decir, solo sabía hablar de paz, amor y libertad.
Mónica, oh, Mónica,
Alba, oh, Alba,
me has conmovido tanto, tanto, tanto con tus historias, no sé qué decirte,
realmente no lo sé.
No digas nada, dijo ella y solo el viento pudo hablar de kilómetros recorridos, millas aladas, cabellos llenando huecos, espacios vacíos.
el tren rac tac tac
las vías chas chas chas
el viento
las horas
las olas
el mar
la ciudad
la ciudad
Luces veloces pasaron, carros carretera abajo como crimson and clover over and over UNA Y OTRA VEZ UNA Y OTRA VEZ
¿Qué vas a hacer en la ciudad?, preguntó uno de los dos al otro, pero ella cayó en otro de sus períodos meditativos y no hubo Dios para hacerla mover una sola de sus preciosas pestañas (pelo), ningún vello de sus brazos se erizó (más pelo), es sencillo
¿ves lo que te digo?
Pero la respuesta, aunque no dada, era simple:
ella quería ser escritora

●●●

pop

Ella era una chica pop y yo era un chico heavy.
No íbamos a los mismos sitios. No nos gustaban las mismas cosas; ella era pop, yo era heavy.
Yo venía y me sentaba a la orilla del malecón; ella resolvía todos sus problemas bailando. Se iba por las noches con sus mejores ropas y se pasaba toda la madrugada bailando. Llegaba cansada a su casa a las seis de la mañana y se acostaba a dormir.
Dormía mucho la chica aquella.
Yo la miraba desde mi esquina en el malecón y las demás chicas heavy también la miraban y ninguno de nosotros sabía que hacer con aquella chica pop.
No es que tuviéramos que hacer algo, pero nos dolía verla pasar así por la vida, como si con ella no fuera.
Llevábamos nuestras cadenas y nuestras caras maquilladas y nuestras guitarras eléctricas y de vez en cuando nos íbamos al cementerio para revivir muertos célebres.
Ella era una chica pop, yo era un chico heavy, y nada teníamos en común los dos. No coincidíamos en nada.
Vinimos a coincidir una tarde de lluvia, bajo el techo de una bodega desierta. Parecía que se venía el mundo abajo, parecía que iba a estar lloviendo cuarenta días con cuarenta noches y que nada iba a detenernos ahora. La nostalgia me envolvió y pasé a ser perro de Pavlov salivando bajo la influencia de razones mayores.
La chica pop estaba ahí conmigo. Tenía puesto su mejor vestido y la nostalgia también la envolvía. Era una enfermedad de esos tiempos modernos, tanta nostalgia compartida, y quizás alguna canción de Paul McCartney hubiera podido salvarnos.
Pero Paul McCartney no quería cantar para nosotros esa tarde.
La chica pop me miró y yo la miré a ella, y jugamos a intercambiar miradas durante una hora y después jugamos a intercambiarnos la ropa. Me puse su vestido, y ella se puso mis cadenas y mis pantalones de cuero negro, y mi maquillaje también se lo puso, y yo su minifalda ajustada a las caderas, y su blusa de mezclilla corta, y pintura de labios rosa fosforescente, y sombra de ojos.
Afuera continuaba lloviendo. Como si nunca fuera a parar.
Ella no hablaba, y yo tampoco. Todo el tiempo en silencio. Entonces comenzamos a bailar. Porque yo era ella, y ella era yo. La chica pop disfrazada de heavy comenzó a menear las caderas, y menear los brazos y yo la miraba al principio con ojos torvos, y ella se acercó y puso su lengua en mi oído y yo comencé a bailar.
Con el ritmo de una canción imaginaria comencé a bailar.
Como Britney Spears comencé a bailar, y si Britney hubiera estado ahí se hubiera sentido orgullosísima de su chica pop, de su chico heavy.
Pero Britney no estaba. Se había marchado con McCartney, envueltos los dos en esa cortina de agua que caía interminablemente del cielo.
Y la chica pop había dejado de bailar y me miraba con ojos grandes, ojos torvos.
¿Qué querrá esta chica pop ahora?, pensé por un instante, pero solo por un instante, porque no podía pensar en nada más que en bailar.
Ya después tendría tiempo para pensar en otras cosas.
Ahora solo tenía tiempo para aquel ritmo Oreja de Van Gogh que me llenaba las venas, que se metía en pupilas inyectadas en sangre (misma sangre que corría por venas heavy, infectadas de pop), y me hacía bailar.
Hasta que me detuve.
Había terminado de llover. Repentinamente había dejado de llover. Tal vez habían transcurrido cuarenta días con cuarenta noches y no nos habíamos dado cuenta.
Bailando.
Miré a la chica pop. Trasmutada ahora en chica heavy. Yo chico pop.
Britney Spears hubiera estado orgullosísima de mí. Yo hubiera estado orgulloso de Britney, de yo no ser yo.
O quizás no.
No lo sé.
Le pregunté a la chica si querría ir al cementerio para revivir muertos célebres. Ella asintió. Al salir de la bodega éramos todo un espectáculo: la chica pro-heavy, el chico pro-pop. Travestidos los dos. Ella con mis ropas, mis pantalones, mi camisa de cuero negro, y mis tatuajes. Yo con su saya, ropa interior de seda fina y encaje negro, lunar falso dibujado sobre el labio superior con tinta china.
Las chicas heavy nos miraron desde el malecón y no pudieron creer a sus ojos. Las saludé al pasar, y ellas pusieron miradas torvas, evitaron mirar las caras. Eligieron lanzarse al mar y fueron perseguidas por tiburones hasta ser rescatadas por chicos reggae, desde un helicóptero sobre las aguas de la bahía.
Los chicos pop nos miraron con caras de sueño y volvieron a sus almohadas; les esperaba una noche larga de baile. Tuvieron insufribles pesadillas en el medio de sus preciados sueños y le echaron la culpa al despertar al Papa de Roma.
La chica pop y yo fuimos hasta el cementerio y lo hallamos Cerrado por reparaciones. Trepamos sobre la cerca carcomida por la lluvia y nos enfrentamos a todo un bosque de lápidas de mármol blanco, y sudarios, y palas, y los espectros quisieron unírsenos para ver que pasaba, y vinieron íncubos y súcubos por lo que pudiera ocurrir, y un zombie también vino disfrazado de princesa egipcia, pero todo volvió a la normalidad cuando el guardián de las criptas vino a pedir identificaciones.
Aquí no pueden estar, dijo, y nos tuvimos que ir. Las criaturas se quedaron, por ser consideradas fauna autóctona. El zombie con su disfraz de princesa egipcia quiso bailar para nosotros la danza de los Siete Velos, pero solo tuvo tiempo de murmurar los primeros acordes de Please, mister postman, mientras meneaba un poco las caderas.
Una canción no muy apropiada para bailar los Siete Velos, diría yo.
El sol constituía pelota de plástico reciclada. Pop y heavy caminamos del brazo por calles desiertas y solo nos vieron pasar los djs. Lucían ocupadísimos con sus consolas gigantes y sus 45 rpm. Extendían sus manos y saludaban lacónicos. En un parque lleno de estatuas decidí sentarme.
Aquellos tacones me estaban matando.
La chica pro-pop, pseudoheavy continuó caminando. Descansé un rato y la dejé ir. Dormí. Al despertar, un círculo líquido se extendía a mis pies.
La huella de mis/sus botas remachadas se percibía claramente sobre el pavimento. Fui tras sus pies, y si sueno a buena fe, es porque estaba en mi mejor espíritu pop. Saya mezclillazul y chicle reventón entre las mandíbulas.
Fui hasta su casa y allá estaba su padre hippie. Ella una chica pop, con un padre hippie.
Hola, papá, le dije.
Él no dijo nada. Se quedó mirándome.
No soy tu papá, me dijo. Muy serio el tipo.
Un poco de agua, por favor, dije. El hippie continuó serio. No se movió del lugar.
¿Dónde está su hija?, le pregunté.
En el cuarto, dijo finalmente.
Le di al viejo un beso en la mejilla. Entré al cuarto y allí estaba ella. Mirándose en el espejo con ojos torvos. Daba una vuelta y miraba un costado. Daba otra vuelta y se miraba otro costado. Se miraba de frente y se miraba de espaldas. Desde arriba y desde abajo. La chica era una especialista en ángulos visuales frente a la superficie del espejo.
Es tarde para salvar el mundo, dije.
Tu papá quiere ser mi novio, dije también.
Ella no hablaba. Yo también me miré un rato en el espejo. No me veía mal. Creo que, al fin y al cabo, hacíamos buena pareja, la chica pop y yo.
Tu papá y yo vamos a ser novios, le dije.
Ella se encogió de hombros. El tatuaje que usualmente llevo en el brazo se había corrido hasta su muñeca. Llevaba el pelo como una vez lo usara Ani di Franco. Yo lo llevaba como Madonna.
Yo era Madonna.
Me sentía Madonna.
Esa saya estaba obrando maravillas.
Ella se quitó sus ropas, y yo me quité las mías. Quedamos desnudos el uno frente al otro, los dos frente al espejo. Nos tendimos en la cama y nos abrazamos hasta quedarnos dormidos. Al despertar fue la catástrofe. No sabíamos quien era quien. No sabía si yo era yo, o ella, o viceversa.
Su papá hippie no la reconoció. O quizás fue a mí a quien no reconoció. Puede que yo fuera ahora la chica pop. Habíamos perdido nuestras identidades. Salimos a la calle y las chicas heavy volvieron a lanzarse al mar, esta vez para ser cabalmente devoradas por los tiburones. Los chicos pop sufrieron las peores pesadillas de sus vidas, y muchos de ellos terminaron yendo a consultas de sicología durante los cuarenta años siguientes. Los djs se quedaron solos en la ciudad, pero no creo que les haya importado mucho el asunto. Los djs tenían sus discos para jugar. Tenían sus consolas.
Ahora el tiempo ha pasado y la chica pop y yo nos metemos en los cementerios para menear las caderas, y nos metemos en las discotecas para reanimar muertos célebres y bailamos. Todo el tiempo bailamos. Siguiendo el ritmo invisible que late en nuestras venas bailamos.
Esta es la historia. Britney Spears quedó embarazada y no nos importó. Nos sentimos orgullosos de ella. Yo también he quedado embarazado. O embarazada. No sé. No es algo que importe mucho. A la chica pop tampoco le importa mucho. Incluso cuando llevamos el maquillaje corrido no importa mucho. Incluso cuando se desfasan las guitarras eléctricas, o se nos olvidan los tatuajes y los creyones de labio en casa.
A veces bailamos hasta el amanecer, y a veces bailamos un poco más.
Cuando nos quedamos dormidos tenemos sueños agradables. Aunque no podemos estar muy seguro de eso.
Podría ser lo contrario.
Aunque, como dije antes, no es algo que importe mucho.

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solos

Ella tenía la sensación de que estábamos solos en el mundo. Me dijo Ven y mira a través de la ventana, y fui y miré y solo pude divisar el paisaje habitual de una de esas tarde-noches propias de octubre: la niebla perdiéndose lentamente a través de las calles desiertas de la gran ciudad y la luna como un parche blanco en la oscuridad. ¿No te das cuenta?, gritó ella, y su voz se extendió como un eco a lo largo del otoño (¿no te das cuenta? ¿no te das cuenta? ¿no te das cuenta?). Estamos solos, susurró. Solos en este mundo. ¿Cómo?, le pregunté, ¿Por qué piensas eso?, ¿Es que no lo ves?, volvió a gritar, y su grito fue un disparo en la soledad de la noche, una pedrada para la luna, un sol para las estrellas. Me propuso salir. Por ahí. A ver que pasaba. Yo acepté. Para que se tranquilizara. Cualquier cosa con tal que se tranquilizara. Para que pudiera sacar todas esas locas ideas de su cabeza. De su pobre y alienada cabecita cubierta de pelo rubio. Como una Barbie-doll. Y así es como yo pensaba a veces en ella: mi pequeña Barbie-doll, perdida en su bonito Barbie-world de ilusiones perdidas. Así que me dije Okay, Barbie, vamos afuera, para ser tragados por la niebla indiferente del mes de octubre, para ser cariñosamente asaltados por maleantes madrugadores. Y fuimos afuera. La niebla nos envolvió como un sudario, y así caminamos calles y calles y calles y kilómetros y millas y metros y centímetros cuadrados. ¿Ves?, decía ella. Y yo veía. O, más bien, no veía. No veía a nadie. Nadie en kilómetros a la redonda. Y la cosa es que caminamos, circunvalamos toda la ciudad, recorrimos su perímetro, su radio y su diámetro, y nunca llegamos a ver a nadie. ¿Ves?, decía ella, Nos hemos quedado solos. Yo me asombraba. Solo en este mundo con mi pequeña y bonita muñequita Barbie de pelo rubio. Solos. Sin música. Sin amigos. Sin películas de sábado por la noche, ni matinée domingo en la mañana. Solos. Nada de nada. Como en una campana de cristal. Como un cubo en tercera dimensión. Sin luces, sin colores. La niebla envolviéndose en sí misma, duplicándose hasta el infinito. Y nosotros allí. Solos. No puede ser, le dije a Barbie. Entramos a un restaurante. Entramos a un cine. Entramos a las tiendas, al mercado, a las iglesias. Pero no había nadie. Yo repetía una y otra vez No puede ser, pero parece que estaba equivocado. Sí podía ser. Ella se mantenía en silencio. Tenía en la mirada la misma expresión destinada a los funerales públicos y sus ojos estaban vidriosos. Le habían destrozado a golpes su pequeño y bonito mundo de cristal. Tienes que entenderlo, le dije, pero ella estaba más allá de cualquier punto de comprensión. No, no entiendo, murmuró, Un día TODO está, y al día siguiente TODO se ha ido. No entiendo, decía, No entiendo, repetía una y otra vez. Dejó de ser muñequita Barbie y pasó a ser muñequita de cuerda. Bueno, pensé, Podemos hacer lo que nos venga en gana. Estar hasta tarde en la catedral. Ir de bar en bar y pasarnos de trabajar al día siguiente. Toda la cerveza del mundo gratis. Toda la comida. Podemos gritar hasta quedarnos roncos y nunca vendría la policía para llevarnos lejos. Porque no había policía. Porque no había nadie, ni nada. No gente, no perros, no gatos. Nada de nada. Solo las nubes y el viento y la luna y la niebla. Nada más. Ella y yo. Nadie más. Revisemos las casas, le dije entonces. A lo mejor hay alguien en casa, susurré. Comenzamos a entrar en las casas de la gente. Comenzamos a invadir espacios privados, a espiar momentos ajenos. Miramos preciosas salas decoradas con cortinas de baño y cuadros de Paul Klee en las paredes, comedores con relojes de arena detenidos en el penúltimo segundo, pasillos abarrotados de libros caros, juguetes de plástico barato en el piso, baldosas negras, baldosas blancas, baños impecables, manchas de sangre sobre los suelos de algunos sótanos, pero, de alguna forma, supimos que eso no tenía nada que ver con lo que andábamos buscando. LPs sobre los repaños de las cocinas, envases listos para reciclar; todo un pequeño universo dispuesto para una gran multitud. Entramos casa por casa. Dos, tres, cuatro. Seis, siete, quince. Y solo en la vigésimotercera morada hallamos a una pareja durmiendo sobre un colchón desnudo. Vaya, murmuró mi Barbie-doll, y los ojos se le aguaron. No estamos solos, dijo y la voz se le quebró. Ellos dormían con la gracia de los justos, inspiración, aspiración, como al final de una fiesta con strippers y palomitas de maíz. Los voy a despertar, susurró ella. No, le dije, déjalos dormir, deben de estar cansados. No me importa, dijo ella, los voy a despertar, tienen que contemplar la situación. Fue y los sacudió. Yo traté de detenerla, pero era demasiado tarde. La chica que dormía había abierto los ojos y parpadeaba confusa. ¿Qué pasa?, preguntó, y yo sentí un nudo en la garganta en ese momento. Simplemente no sabía que decirles.



replay


jorge enrique lage
(de la habana, de 1979)

feliz año nuevo, princesa

Me llamo Laura. Tengo 19.
Estoy enamorada de Avril Lavigne.

Estoy esperando una historia y llega una guagua. O quizás al revés.
En teoría, allá dentro no cabe más nadie. Y sobra la tercera parte de los que ya están adentro. La pareja delante de mí en la cola pregunta si pueden ir en el techo. Ellos dos nada más. Hace una luna grande, limpia. El conductor duda un momento. Muy romántico, dice, pero así no se vale. La pareja delante de mí se queda rotando y yo subo y la puerta, al cerrarse, me incrusta en el sudor de otro, espaldas de metal, espuelas, la maquinaria del transporte público. Vamos a pedir permiso y caminar, caballero, que allá atrás está vacío.
Allá atrás se sale la gente por las ventanillas.
Estaba esperando una guagua, cualquier P4 entre todos los P4 posibles, y llegó ésta. La probabilidad de que me encuentre aquí con una muchacha sin nombre, fan a una rock-princesita canadiense, y que vivamos juntos un accidente de película, es computable en cero.
Camino entre la gente como un gusano incorpóreo. No se queden ahí parados, sigan caminando. Me empujan. Empujo. Vamos, pónganse de lado y dejen pasar. Sorteo fondillos imposibles, piso vulgares pulgares y maletines y colas de diablo y de pronto ya se han visto. Intersección de miradas como autopistas. Nada personal.
Seres extraños.
Ella delgada de jeans ajustados y blusa transparente, el pelo veteado muy rojo y muy corto, a lo varón. Él no sé. No pienso describirme.
Lo que sí pienso es: El conjunto de todas las historias mal disfrazadas allá afuera no será nada al lado de ésta. Aunque sólo sea por una mínima cuestión de atmósfera.
Y a su lado me hago un sitio, distancia prudencial. El otro flanco está tomado por el que supongo sea su novio. Cinco años menos y diez centímetros más que yo.
La miro. Contemplo su perfil que súbitamente ya no es perfil. Me sostiene la mirada y ruedan tres cuatro interminables segundos. Desde el otro extremo, el novio le dice algo y tenemos que descolgar al mismo tiempo.
Por un rato.
Luego viene la estrategia del reflejo. Ella mirando cómo yo la miro en el cristal de la ventanilla. Imágenes cruzadas. Las leyes de la reflexión al servicio del entretenimiento con fondo de noche ciudad rápida.
Cada vez más rápida.
Poco antes de que suceda, un niño ocupa el espacio entre los dos. Tararea algo de salsa. Ella y yo (sonrientes) lo miramos durante un tiempo y es la satisfacción de estar mirando juntos el mismo inesperado objeto. Una suerte de complicidad. Poco importa que la gorra de colores chillones que yo veo no sea igual a la gorra de colores chillones que ella ve, porque ver algo, lo que se dice verlo, es más complicado de lo que la gente piensa, más personal de lo que imagina la gente que se sale por las ventanillas de atrás, la gente que ve calles y casas distintas por la misma ventanilla, y en esos pensamientos me sorprende el ruido gigante y, simultánea, la fuerza antigravedad: el niño flota y la gorra desaparece y la avenida pasa por encima de nosotros con un millón de colores chillones y vuelve abajo con retazos de imágenes desenfocadas, superpuestas, fogonazos en el agua, cristales disparados como peces voladores... a duras penas alcanzo a distinguir una explosión de gritos, una explosión de algo que explota...
Y una explosión de silencio.

Ah, cómo me gustaría ir a todos sus conciertos.
Mejor dicho, acompañarla a todos sus conciertos.
I don't know who you are
but I'm with you
Como una groupie detrás de ella. Giras por todo el mundo. Multitudes de adolescentes que la adoran y me envidian. Escenarios de Irlanda, Japón, Australia...
Nos besaríamos en los camerinos.
I'm naked around you
and it feels so right
Dormiríamos abrazadas en las suites de los mejores hoteles.

Abro los ojos a un techo abollado y borroso. Pestañeo, sacudo la cabeza y me incorporo. Ella, de pie y tambaleante, observa mi resurrección. Proveniente de su cabeza, una gotera de sangre le mancha la blusa. Sin pensar, porque la respuesta es más que obvia, pregunto:
—¿Qué pasó?
—Tuvimos un accidente de película —dice—. Ayúdame a sacarlo.
Se refiere a su acompañante, emparedado por otros dos cuerpos igual de inertes. Con mucho trabajo lo levantamos para luego dejarlo caer sobre el reguero de cristales. El tipo sigue durmiendo.
—Me parece que está vivo. ¿Tú qué crees?
—Creo que eso allá afuera debiera estar lleno de ambulancias —digo—, y no veo ni una.
—Hoy todo el mundo está celebrando —explica ella. Le doy mi pañuelo para que detenga el salidero de su cabeza—. Gracias.
—Por nada.
Algunos tienen los ojos cerrados y otros los tienen abiertos. Por los agujeros de uso (boca, nariz, oídos) salen hilillos rojos. Algunos ni siquiera parecen haberse movido del asiento.
—¿Dónde están los muertos que faltan?
—Se fueron —dice, ocupada en extraer un trozo de vidrio del cuello de un cadáver—. Quiero decir, los que sólo estaban heridos. Me parece haber visto al conductor salir por una ventana y alejarse corriendo.
—¿Y las puertas?
—No creo que se puedan abrir.
La cabeza del chofer está trabada en el timón, su cuello torcido en un ángulo de efectos especiales. Reparo en que el cristal de la ventanilla de seguridad está intacto: pueden leerse las instrucciones para usarla en CASO DE EMERGENCIA.
—Por curiosidad: ¿por qué no nos vamos nosotros también?
—¿Y dejarlo a él aquí? —duda—. No sé... Mejor esperamos a que se despierte.
Pasa la mano por la cabeza de su... Sólo para confirmar, le pregunto si él es lo que yo creo que es.
—¿Tu novio?
—Sí —suspira—. Supongo que ésa es la palabra —y me mira con la intensidad de aquellos momentos precatástrofe—. ¿Celoso?
—A lo mejor está en coma —digo buscando refugio en el cartel con los derechos y deberes del pasajero, entre ellos el derecho a morirte rápido.
Ella dice que quizás sólo está inconsciente. Puede que incluso esté soñando.
—Soñando contigo —aventuro. Ella hace un mohín de tristeza.
—Espero que no. Yo nunca he soñado con él. Ni con ningún otro.
—Qué interesante —exploro mi cuello por si los vidrios—. ¿Con qué sueñas tú?

Aprendería a afinar su guitarra. A cado rato le pediría canciones.
Everytime I try to make you smile
Everytime I try to make you laugh
You can't
Más y más canciones. Nuevos himnos para tiempos nuevos.
«No te detengas, Avril. Sigue adelante. Construye tu propia leyenda.»
Is it enough to love?
Is it enough to breath?
Is it enough to die?
Y bajaría lentamente por sus muslos para besar sus piececitos de música.

Resulta que ha perdido la cabeza por quien probablemente sea una estrella fugaz. Ondas de sonido alternativo. Listas de éxitos. No sé una mierda del tema pero igual la escucho con interés: Tengo dos mil y pico de fotos suyas copiadas de Internet, ha dicho, y una (que cambia todas las semanas) como fondo de pantalla en la computadora. También tengo el número de la Rolling Stone donde Ella sale en portada (On the hunt with the Britney Slayer: el mismo número del special report sobre una de esas guerras del desierto: «Creo que la de Iraq, no estoy segura»). Puedo pasar horas oyendo sus discos, mirando sus fotos, imaginándola desnuda. Su fuente de pelo rubio vertida sobre mi cama. Al final termino desnudándome yo también, ¿entiendes? Me desnudo, apago la luz y me acuesto a pensar en Ella.
Te entendí. A pensar en ella. Claro que te entendí. Y con luz apagada y todo yo te veía: acostada, con los ojos cerrados, viéndola. Te imaginaba imaginándola.
—¿Te duele algo?
Regreso por unos instantes a prestarle atención al cuerpo. El mío.
—¿Por qué?
—Tengo aspirinas —recupera su bolso de abajo de un asiento—. En realidad, tengo toda clase de analgésicos.
Pienso en el dolor. En los extremos que se tocan. De cierta forma me duele todo y, al mismo tiempo, no me duele nada. Estoy bien. Gracias.
—En ésta se nos fue toda la suerte —reflexiona—. De ahora en adelante, olvidarse de las rifas y los concursos literarios.
—¿Eres escritora? —le pregunto azorado.
—Todavía no. Pero estoy en eso.
Un ruido. Vemos a un zombi dando tropezones hasta la puerta de entrada. Cuando se convence de que no la puede atravesar, retrocede, nos descubre, nos ignora (nosotros debemos ser fantasmas), trepa por el espinazo de una gorda y, con esfuerzo (en su hombro sobresale el hueso astillado y blanquísimo), escapa por la ventanilla.
—¿Ves? Te lo dije.
—Y acá sigue en las mismas —señalo al comatoso—. Habla con él.
—No, mejor no. —Le da unos golpecitos en la cara, sin resultado, mirándolo como a uno más entre todos los Seres Extraños, incluyéndome a mí.
Yo vuelvo a mirar la ventanilla por donde acaba de salir el zombi. Afuera, la noche.
Cualquier salida hacia cualquier lugar, pienso. Los mismos lugares comunes disfrazados con distintos comunes disfraces.
—¿Qué te parece si subimos al techo? —propongo.

Subidas a lo más alto de alguna absurda neurosis, un día hablaremos de suicidarnos.
Sometimes I drive so fast
just to feel the danger
Píldoras que nunca necesitemos: viagras, vitaminas, anticonceptivos. Un brindis con mucha agua. Avril (sonriente) dirá: «Pastillas para no llorar».
There's no place to go,
no place to go to dry her eyes
Y yo (sonriente) diré: «Pastillas para no soñar».
Después hablaremos de otra cosa.

Hace una luna grande, limpia –ya lo dije. De todas formas no la miramos mucho. Por muy grande y limpia que parezca, los dos estamos aburridos de la luna.
Ella, ha dicho, nunca le había contado a nadie sus... fantasías con Ella. Sucede que yo le gusté (subrayo: le gusté) y, además, tuvo la súbita sensación de conocerme de antes. De mucho antes. En una vida anterior, quizás, quién sabe, yo fui una muchacha, yo debí haber sido una muchacha, indiscutible X-X en la eterna lotería, y nos conocimos y nos caímos superbien y primero fuimos amigas y después amantes, fieles al ejemplo de muchas (aquí van algunos nombres ilustres que no conviene repetir) que lo hicieron primero y ni se sabe cuántas que lo harán después.
Supongo que hablaba en serio.
Y por hablar, al final hemos terminado hablando de reencarnaciones. La demacrada hipótesis del alma. Los ya demasiado vistos déjà vu. Tampoco sé una mierda del tema pero igual la escucho con interés, y en algún momento le confieso que la palabra karma me suena a antidepresivos o somníferos.
—Hablemos de otra cosa —decide—. Cuéntame algo.
—¿Qué quieres que te cuente?
—No sé —piensa—. Algo sobre ti.
Mala elección. Te hablaré de los demonios que me pisan la cabeza. Te diré que yo también, como todo el mundo, me he quedado colgando de alguna que otra píldora: fechas, lugares, rostros, pero todavía creo conservar las neuronas intactas. Al final, haré que me pidas dirección y teléfono, por si acaso, quién sabe, en una vida posterior, quizás.
—Algo que me sirva para escribir —concreta—. Ayúdame.
Busco en los archivos.
Voy bien atrás, al polvo.
—Digamos que en la secundaria me enamoré de la novia de mi mejor amigo.
—¿No es demasiado común?
—Cambiémoslo: En la secundaria me enamoré de la novia de mi mejor amiga.
—Así está mejor.
—Pero no mucho, la verdad. Hay que seguir probando disfraces.
Ella queda en silencio, puede que meditando en eso último: todo tan común de una forma u otra, la imperfecta búsqueda del perfecto disfraz, y yo paseo la vista por el cielo. Estamos solos. Ya ni siquiera hay ovnis. (En la secundaria me enamoré de una extraterrestre.) También estamos aburridos de los ovnis. Y para qué hablar de las estrellas.
—Ah, otra cosa. Al escribir, húyele a la luz. Cualquier tipo de luz.
Me mira con unos ojos preciosos que dicen a la vez No entiendo y Tengo sueño.
Pienso: ¿Quién soy yo para estar dando semejantes consejos a estas horas en los techos de las guaguas?
—No le tengas miedo a la oscuridad. Sólo ahí pueden aparecer luces no identificadas.
—Nuevas luces para tiempos nuevos —y sonríe, puede que orgullosa de la frase, y luego una pregunta fuera de mis posibilidades.
¿Cómo diferenciamos la luz de la oscuridad?
En ese momento comienzan los disparos, el chisporreteo del cielo acompañado, a lo lejos, de bullas festivas.
Bostezamos a coro. Examino mi reloj hecho trizas y, al mismo tiempo, mi reloj examina a su dueño hecho trizas. Las doce. Felicidades.
—Felicidades —repite la fórmula y noto que en su voz, al menos en su voz acaba de suceder algo y le pregunto Estás bien y ella dice un Sí muy convincente con la cabeza.
Un ruido.
Otro zombi, pienso.
No consigo leer su nombre en el grito que la llama.
—Es él —dice con un sobresalto—. Ya volvió en sí.

Pero como es lógico, llegará el momento de decirnos adiós.
I'm starting to trip
I'm losing my grip
En cualquier lugar del mundo: San Francisco, Moscú, París, bien lejos de las multitudes, un escenario a media luz media oscuridad.
I'll be back stage after the show
singing the song we wrote
about a girl you used to know
Yo sentiré deseos de llevar mis manos a su cuello tan frágil y apretar.
Y apretar.
Y apretar.
Can I make it anymore obvious?
Ella, acariciándome con sus ojazos de música, posará su mano en mi cara, muy suavemente, y luego me besará en los labios.
«No tengas miedo, Laura. Tú puedes hacerlo. Tú puedes».

Bajamos. Ella se desliza por el agujero de la ventana. Atrapo la visión del novio, parado y con los ojos muy abiertos, mirándonos. Me descuelgo hasta el asfalto. Inmediatamente, se asoma su cabeza.
—¿Qué haces?
—Me voy —le digo.
—Ah, claro —mira un momento hacia atrás, hacia adentro de la guagua, luego vuelve a mirarme—. Entonces...
—Chao.
—Sí, chao.
Es todo, pienso. Me lanzo a caminar por la avenida. Fin de la historia: al polvo de los archivos. Manchas de sangre en el pavimento.
Acá, tirado bocabajo, el niño salsero sin gorra: la cabeza abierta. Allá, contra un poste derribado, un camión lleno de quemaduras. Restos de incendio en una moto abandonada. Cadáveres incómodos en el interior de un taxi al revés. Gasolina y esquirlas de parabrisas. Todo lo que desde el techo no tenía importancia (ahora tampoco la tiene). Tan sólo una mínima cuestión de atmósfera. La maquinaria de la muerte pública.
Me alejo rápido.
Todo lo rápido que puedo.
De pronto siento que me llaman. Miro hacia atrás y lo reconozco. Cinco años menos y diez centímetros más que yo.
Llega hasta mí corriendo.
—Me dejó —jadea—. Acaba de dejarme. ¿Puedes creerlo?
No tengo ganas de hablar. Sigo caminando.
—Dice que yo no tengo la culpa. Que yo no tengo la culpa de nada.
Y empieza a llorar. Y seguimos caminando juntos, en silencio.
Pienso en todas las guerras del desierto y el dolor en todas partes y, al mismo tiempo, en ninguna.
Pienso que me gustaría creer en consuelos verosímiles como el amor, la lotería y el karma.
—Oye, ¿tienes antidepresivos?
—No.
—¿Somníferos?
—No.
—Me voy a suicidar —anuncia, soplándose la nariz con mi pañuelo ensangrentado—. A propósito, ¿en qué año estamos ya?
Y seguimos caminando y el silencio de la ciudad deja escuchar la respiración del siglo que también camina. Junto a mí. Junto a nosotros. Por encima de nosotros. Por encima de mí: puedo sentirlo.
Pisándome la cabeza.

Me llamo Laura. Tengo 19.
Soy la nueva princesa del rock.

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el color de la sangre diluida

Finalmente decidí escribirle a Christina Ricci. Por la tarde me senté frente a la computadora y tecleteé la locura que sigue.

Christina:
Necesito una foto tuya para la portada de mi libro “Yo fui un adolescente ladrón de tumbas”. De ser posible más de una, para poder escoger. Puedes enviarlas por correo, pero sería genial si vinieras a Cuba para tomarte unas nuevas. ¿Qué te parece una sesión en mi casa? Tengo una cámara profesional con muchas ganas de conocerte. Devotos saludos,
JE

Envié el mensaje (no tardaría nada en llegar a Los Ángeles o Nueva York) sintiendo que me había quitado un peso de encima. Falso.
Ya se sabe cuán delicado es este asunto de los pesos y los contrapesos.
Miré el reloj. Se acercaba la hora. El día anterior había limpiado la sierra eléctrica diente por diente por diente y ahora estaba ahí, lista para el trabajo, esperando que yo la metiera en la mochila.
La metí en la mochila y me puse la mochila a la espalda.
La casona colonial adonde me dirigía levanta sus dos viejos pisos en un lugar de la periferia de La Habana (que ya de por sí es pura periferia) donde el asfalto abre paso a la tierra pedregosa, con malezas de diversa índole, en su mayoría propicias a la emboscada.
Habíamos quedado en encontrarnos frente a la puerta, del otro lado de la calle.
Unos arbustos de basura nos ocultarían a nosotros hasta que el sol se ocultara.
La clave del éxito estaba contenida en una sola palabra.
Sorprenderlos.

R ha sido el primero en llegar. Probablemente está aquí desde hace horas y ha tenido tiempo para escribir n historias caníbales.
Música y splatter.
—Mira lo que tengo —dice.
Desenvaina un sable larguísimo. En la hoja, de acero reluciente, uno puede contarse las lagañas de los ojos.
Hasta donde puedo apreciar, es una auténtica Hattori Hanzo.
—¿De dónde la sacaste?
—Me la regaló Uma.
Según R, Uma Thurman vino a Cuba a servirle de modelo para las fotos de su último libro. Fotos que hasta ahora nadie ha visto.
—¿Pero a ella quién se la dio? —pregunto.
En eso llegan Adriana y Michel, puntuales.
Entre saludo y saludo nos interrogamos con la mirada. ¿Estamos listos? Por supuesto que no, pero qué remedio. ¿De verdad que no queda otro remedio?
Adriana va directo a la logística:
—¿Armas?
Yo saco la sierra. R le da la Hattori a Michel. Michel le da un beso a Adriana. Adriana pregunta cuántos son y para eso sólo existe una respuesta adverbial. Le digo:
—Muchos.
Agazapados, trazamos una estrategia básica. R muestra un plano de la casona.
Un plano inventado por él, obviamente, porque nunca ha puesto un pie allá dentro.
De todas formas no hay mucho que planear. Es demasiado sencillo, como siempre las cosas inevitables.
Esperamos.
Adriana enciende un cigarro y comenta que ni hoy ni nunca ha existido en ningún lugar del mundo el derecho a la vida. Michel hojea un número viejo de la Rolling Stone: el de la portada con los personajes de South Park y Oh my God, they killed Kenny!
Oscurece. Alguien propone:
—¿Comenzamos?
Cruzamos la calle.
Nos acercamos a la puerta.
La puerta se abre.
Lenta.
Chirriosa.
Sale uno. Michel da un salto y le abre una diagonal en el abdomen: escapa un chorro de intestinos o algo similar. La Hattori cierra un arco el aire y vuelve a quedar en posición de ataque, ahora mojada en un líquido no tan espeso que debe ser eso mismo.
Sangre.
Gritos.
Los otros que se disponían a salir vuelven adentro. Nos lanzamos a la puerta para impedir que la cierren tras ellos.
Retroceden.
Entramos.
Algunos huyen, se arrastran, saltan al techo. Otros nos enfrentan. Golpeo con la sierra y van cayendo brazos, piernas, troncos seccionados. La espada de Michel no para de silbar. R saca un punzón y elimina a unos cuantos en el cuerpo a cuerpo.
Al poco rato ya hemos limpiado el vestíbulo.
—A separarnos —recuerda Adriana, y desaparece con Michel por una escalera. R y yo nos repartimos las habitaciones de abajo.
Destrozo las puertas cerradas. Unos optan por quedarse arrinconados, cubriéndose la cabeza con los brazos y yo los dejo primero sin brazos y después sin cabeza; pero la mayoría ataca, saltan hacia mí con la boca abierta y entonces es la sierra dentro de la boca, partiendo los huesos del cráneo, esparciendo sesos y colmillos por el piso que no tarda en volverse resbaloso.
Me deslizo por los pasillos.
Divido en dos los cuerpos que me salen al paso.
Persigo a los que huyen y también los divido en dos.
Y en tres.
Y en cuatro.
Sorprendo por detrás a uno que tiene apresado a R. Le descargo la sierra en el hombro. La sangre hace un Pollock en la pared. Ya libre, R se vira y le clava el punzón en el ojo.
—Gracias —dice.
—Por nada. ¿Subimos?
—Todavía no. Vienen más.
Nos rodean. Hago círculos concéntricos con la sierra y es el reguero de miembros, la piñata de órganos, la danza de los cuerpos agonizantes mitad coreografía, mitad caos.
Ágil, R se cuela entre ellos y son los punzonazos por aquí y por allá, más ojos reventados, golpes a la cabeza y demás sitios vulnerables, el prac prac de los huesos agujereándose y mucho líquido transparente saliendo a presión por los agujeros del cuello.
Aullidos.
Quejidos.
Cabezas que caen y se rompen contra las piedras del patio interior.
Miro arriba y veo a Adriana apoyada en la baranda, fumando. Detrás de ella Michel, que es un estilista, decapitando en todas las direcciones sin que la Hattori toque más nada.
Adriana me sonríe. Yo le sonrío.
La planta baja ya está limpia.
Saltando cadáveres, R y yo corremos hacia la escalera.
Bajan dos. R los detiene por turno hundiéndoles el punzón hasta la muñeca, como se hunde un puño de metal al rojo en la carne podrida.
Llegamos arriba justo a tiempo. Adriana nos llama pidiendo ayuda: son muchos y ahora Michel está acorralado contra una columna, pero es demasiado pronto para asegurar que él solo no va a poder con todos ellos.
De todas formas, allá vamos.
Invitados de primera fila al espectáculo de la Hattori en acción.
La Hattori abriendo el aire y los cuerpos.
El metal traza rayas del más extraño color.
Una parte de los que rodean a Michel y siguen vivos, pasan a ocuparse de nosotros. Me tocan unos cuantos notablemente enfurecidos, pero la canción de la sierra no tarda en relajarlos:
rrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
Y yo no tardo en darme cuenta de que aquí arriba es más difícil maniobrar, por una cuestión de espacio. Evito las columnas pero al poco rato he tenido que retroceder hasta pegarme a la baranda.
Hasta subirme a la baranda.
La madera cruje crac, ¡crac!
No me cabe duda de que se va a partir bajo mis pies sino logro aserrarlos a todos y bajar cuanto antes.
Sigo golpeando con fuerza y salpicándome con astillas de pellejo y pelo y materia gelatinosa y entonces se me ocurre (soy capaz de abrir un paréntesis en los sitios más desequilibrados, al borde del abismo) que deberíamos formar algo así como un grupo literario: yo, Adriana, R, y sobre todo, Michel.
Michel es demasiado bueno con la espada.
Delante de mí, de un solo movimiento, la Hattori echa a rodar unas quince cabezas.
—Adriana gritó que te ibas a caer —dice, y yo salto al colchón de cuerpos y pedazos de cuerpos amontonados y entonces le suelto:
—Dale un beso por mí.
Detengo el ronroneo de la sierra. El aire mueve ahora una reconfortante sensación de paz. Aliviado, la respiro hondo.
Estamos en un cementerio.
Laberinto de arquitectura esquizoide.
Escenografías de terror barato.
Sin prisa, como dando un paseo, Michel y yo recorremos un largo zig-zag entre amputaciones y nos reunimos con R y Adriana, los dos muy concentrados examinando un cadáver. Autopsia naif. Adriana empuña un bisturí jodido de tanto afilar lápices universitarios.
Cortar piel y cartílagos. Literatura.
Verdadera pasión por la destripación.
Hurgar. Registrar. Queremos verlo todo.
Todo blando. Dulce. Hiperreal.
Sacamos bellezas. Apenas podemos contener las ganas de pegarle una mordida al hígado.
Sacamos el corazón y es grandísimo y está lleno de agua. O no: sólo una mitad, la otra almacena sangre pura. Luego de manosear todo el sistema de tuberías y válvulas, concluimos que el portento bombea los dos líquidos y a la vez funciona como un mezclador.
Genial, pienso. Yo quiero un corazón así.
—Yo quiero un corazón así —digo, pero no me hacen caso.
Seguimos cortando. Hurgando. Registrando.
Al poco rato nos aburrimos de la anatomía.
Pasamos a la exploración de la casona.
Tan colonial.
Tan histórica.
Tan patrimonio.
La planta alta también parece limpia, pero con ellos nunca se sabe.
Huellas de la matanza. Más huellas. De alguna forma logramos ver toda la porquería orgánica dispersa, sin vida, como mero subproducto del trabajo que había que hacer más tarde o más temprano: quizás sucio o quizás un poco violento, como siempre las cosas urgentes.
Impostergables.
Encontramos una puerta cerrada por dentro. Nos miramos sin decir nada y diciéndonos Qué extraño y de pronto el ruido persistente de una tos que sale por las hendijas. El sobresalto nos empuja contra la pared, al acecho en ambos lados de la puerta, respirando tensión.
Silencio.
Nadie sale.
—Puede ser una trampa —advierte Adriana.
Por señas nos ponemos de acuerdo. A mí me toca rajar la madera y entrar primero.
R murmura algo sobre no sé cuál película de Tarantino en dos volúmenes, pero lo mandamos a callar. No es momento para eso, y aunque no lo parezca, queremos estar lejos de cualquier película.
Tan lejos como sea posible.
Enciendo la sierra y le digo a Michel:
—Cúbreme.
—Cuenta conmigo —dice él.
Ahora todo va a suceder en pocos segundos. Abro la puerta a la mitad y es el estruendo en una habitación primero vacía y después no: lo último que distingo es esa figura oscura que nos mira a los cuatro sin sorpresa, con insólita calma.
Un hombre. Descalzo, cigarro en la boca y muchos días de barba gris, sucia, y sucia la camisa abierta. Se parece a Ángel Escobar, el poeta.
Pienso: es Ángel Escobar, el poeta.
—No puede ser —susurra Adriana a mis espaldas y el resto es silencio. Siempre hay un momento en que ninguna palabra puede ser, y eso parece saberlo muy bien este hombre arrinconado, de pie junto a la ventana abierta.
—No le digan a nadie que estoy aquí —y a continuación dirige un gesto a la sierra—. Por favor, apágala.
Obedezco.
Un silencio más tarde, Michel se adelanta con la Rolling Stone en una mano y la espada en la otra.
—Gracias —dice el hombre, luego de echarle un vistazo a la revista y guardársela debajo del brazo.
—Por nada. Discúlpenos.
Y salimos.
Y desandamos un poco.
Y la trampa es afuera.
Descolgándose de las vigas del techo, caen sobre nosotros. Pero somos rápidos. La sorpresa les dura nada. Sacudirme los que tengo arriba y comenzar a alimentar con carne los dientes de la sierra es una misma cosa. Cuando me levanto sólo veo a Michel: instantánea donde él atraviesa a dos tres cuatro con la hoja silbante, y escucho un grito de Adriana.
Alarma.
Lamento.
Las dos cosas.
(Oh my God, they killed R!)
Entonces R, a quien de momento supusimos agonizando bajo las zarpas, emerge de un salto en cámara lenta con el punzón en la mano, un poco tarde pero a salvo: instantánea de su cuerpo suspendido en el aire y bajo él todos los cuerpos son regaderas y yo me pregunto: ¿Cómo diablos lo hace?
(Un personaje a otro: But... who are they?)
Los muy últimos hijos de puta dan guerra por unos momentos más. A mí me quedan dos golpes.
El golpe 1 le abre en explosión la cabeza al que tengo enfrente. Empujo la sierra hacia abajo y, reduciendo a polvo la línea espinal, voy dividiendo el cuerpo en sus mitades hasta sacar la hoja dentada por entre las piernas, genitales irreconocibles al suelo.
Mi golpe 2 y final es dar un giro y con el impulso encajarle la sierra en los genitales al que se me ha acercado por la espalda y luego lo mismo que antes, pero en dirección opuesta: la última vertical que hago en la noche.
Recostada en una columna y con expresión beatífica, Adriana se sacude un chorro de sesos que le resbala por el pelo.
Todos estamos embarrados de cosas húmedas. Fragmentos de trozos. Despedazos.
Michel está dando los últimos pasos de su ballet mortal. Y el tiro al blanco que practica R usando el punzón como dardo y como diana los globos oculares de los que intentan levantarse, ya es puro entretenimiento.
Por fin, la Hattori Hanzo que Uma Thurman tuvo en sus manos culmina la faena entrando al último cuerpo por la izquierda del cuello último y saliendo triunfal por la derecha, luego de trazar a la perfección una U.
Serpentina líquida rociando el aire.
La M hubiera sido más complicado.
Me siento en el piso, sobre una sopa caliente. Lo que hemos hecho puede que no sea nada extraordinario, pero es agotador.
(En medio de esos agotamientos extraordinarios es cuando abro un paréntesis para recordarme que por mucho que hagamos o deshagamos juntos, al final hay que entenderse con la soledad.)
Levanto la vista a Michel y Adriana besándose.
—Hora de irnos —decide R.
Los cuatro estamos pegajosos, sudados.
Y empapados, pero no de sudor.
Totalmente coloreados y goteantes y así salimos a la calle. Noche despejada. Noche profunda. Las estrellas derramando años luces sobre este pudridero del mundo, como escribió hace tiempo el poeta Escobar.
Una palma se alza en el patio exterior. Yo cierro los ojos: como flecha disparada por un arco reflejo me siento correr hacia ella, el tronco mordido por la sierra, la música de los dientes en la madera, la sensación splatter de rebanar un cuerpo.
Un cuerpo que puede estar vivo.
Abro los ojos para verla caer, caer, caer contra el techo de la casona... y ya no vuelvo más la mirada.
Regresamos a los arbustos y recogemos las cosas. Michel arroja el bisturí a la basura, le devuelve la espada a R. R me enseña el punzón y lo compruebo: un simple punzón oxidado, sin trucos. Adriana enciende un cigarro y comenta que ni hoy ni nunca ha existido en ningún lugar del mundo el derecho a la vida.
Está citando a Carl Sagan.
Al despedirnos, estamos dejando atrás un número fraccionario de cadáveres, una pregunta en el último intercambio de miradas. ¿De verdad que no quedaba otro remedio?
Supongo que ahora es demasiado tarde para saberlo.
Lo único seguro es un contrapeso que nos hemos quitado de encima.
Y lo mejor de todo es que al llegar a mi casa por fin (¡por fin!) podré sentarme a escribir sin agobios ni necrofilias.

No tardó nada en llegar de Los Ángeles o Nueva York.
Abrí la puerta y ahí estaba: sentadita en el sofá, una maleta en el piso y un gato sobre la maleta.
Avancé un par de pasos. Me detuve. La sala era un hueco de radiaciones.
Ella tan cerca y mi corazón es un modelo sangre pura, de ésos que empiezan a latir rápida y ridículamente en situaciones así.
Ella tan cerca y mirándome.
Blanda. Dulce. Hiperreal.
Hiperatractiva aún en su mejor disfraz de turista, su rostro de recién llegada de incógnito más pálido aún ante mi facha de recién llegado de una batalla medieval, sierra eléctrica a la espalda. Puse una sonrisa y le dije:
—Ya sé que parezco una alucinación.
(Una parte de mi cerebro corrigió al instante: aquí la única alucinación eres tú.)
Al cabo de unos segundos, ella por fin pestañeó:
—What happened to you?
Dejé a su voz acariciándome los nervios mientras elaboraban historias posibles. ¿Vengo de una tertulia donde se arman tremendos debates? ¿Despegaron allá en tu país tremendos aviones y las bombas cayeron multiplicadas a mi alrededor y allá afuera, justo ahora, se están multiplicando las tumbas? Lo siento, muñeca. No puedo contarte nada.
—Nada, no te asustes. —No podía estar más asustada que yo—. Espérame aquí.
Y mientras ella esperaba me di una ducha, me cambié de ropa y le susurré al oído de mi cámara profesional:
—Ya llegó.
Volví a la sala en cuestión de segundos.
Ella elogió mi rapidez y detuvo la vista en mis manos.
—Oh, what a strange color —dijo.
Me las miré y en efecto: estaban manchadas.
Y en efecto también: el color más extraño del mundo.
No era la primera vez. Tampoco sería la última.
Guardé las manos detrás de la espalda y con una sonrisa le dije:
—¿Comenzamos?




replay


The waiting drove me mad / You're finally here and I'm a mess / I take your entrance back / Can't let you roam inside my head
I don't want to take what you can give / I would rather starve than eat your bread / I would rather run but I can't walk / Guess I'll lie alone just like before
I'll take the varmints path / Oh and I must refuse your test / Push me and I will resist / This behavior's not unique
I don't want to hear from those who know / They can buy but can't put on my clothes / I don't want to limp for them to walk / Never would have known of me before / I don't want to be held in their debt / I'll pay it off in blood let I be wed / I'm already cut up and half dead / We'll end up alone like we began
Everything has chains absolutely nothing's changed / Take my hand not my picture spilled my teacher
I don't want to take what you can give / I would rather starve than eat your breast / All the things that others want for me / Can't buy what I want because it's free / Can't be what they want because I / I ain't supposed to be just fun / Yea by to be tried or be a judge / I figure I'll be damned all alone like I began
corduroy
pearl jam

raúl flores iriarte
(de la habana, de 1977)

de los falsos autores

El argentino Ricardo Piglia descubre un manuscrito inédito del argentino Roberto Arlt.
Le faltan páginas, la calidad es debatible; Arlt, el pretexto de la mala escritura.
Pero es todo el asunto, a la larga, lo debatible. ¿Ficción de Piglia? Fingiendo descubrir un manuscrito fingidamente inédito, fingida la falsa historia en torno a este.
Un cuento, debidamente llamado Nombre falso.
Ficción dentro de la ficción. Quizás ni siquiera haya existido el tal Roberto Arlt. ¿Existe Ricardo Piglia como autor? ¿No será otra ficción editorial?
Me dijeron Escribe algo sobre la literatura de ciencia ficción. O sobre la literatura de rock and roll. O la literatura en general. Escribe sobre tu generación, por ejemplo. Escribe, me dijeron, algo.
Bueno, me dije, hablar sobre literatura de ciencia ficción en Cuba es ciencia ficción de por sí. Solo un par de libritos por año, alguna que otra antología no del todo grata . Aún bajo la etiqueta del subgénero literario, según suelen tacharla los críticos y editoriales que hacen las veces del controvertido quórum literario cubano; autores como Ariel Cruz y Anabel Enríquez son virtualmente desconocidos, mientras que otros como Yoss, Raúl Aguiar, Michel Encinosa, Jorge Enrique Lage, o el que suscribe, han tenido que desfilar por el mainstream en boga para ser medianamente reconocidos.
So much por la science-fiction.
En otro desorden de las cosas, la literatura basada o inspirada en el rock and roll enfrenta diferentes obstáculos. Ha sido investigada, antologada, y revisitada, de una u otra forma. Casi se pudiera decir que tuvo su boom. Como los balseros, las jineteras, o el tema gay. O los buzos. Descubierta por los autores cubanos a fines de los 80 (recordemos el Establo), algo se ha dicho, y ya no hay nada más que decir. Allí está Escritos con guitarra, si quieres llevarte una idea del asunto. Aunque no estén todos los que son, ni sean todos los que están. Aunque haya llovido mucho después de aquello y haya nuevas miradas para todo esto.
¿Y por qué no literatura del hip-hop?
Quizás aún no se haya puesto de moda. Habrá que ver. Esperar.
pero por decir algo sobre esta generación. así, con minúsculas…
(Generación X empezó y murió y nosotros nunca nos enteramos.)
En “La narrativa en la última promoción de jóvenes escritores cubanos” (La Letra del Escriba No. 32) Raúl Aguiar comienza “Una gran parte de la narrativa de los mal llamados novísimos…” Pero puede que esta sea una generación renuente a clasificaciones.
minúsculas,
reconstrucción del lenguaje,
historia en sí,
dinámicas aceleradas,
fragmentación de la anécdota y, a la vez,
nada.

O eso creo.

Piglia se inventa su cuento inédito de Arlt, inventándose también de paso quizás al mismo Arlt junto a toda su obra autoral.
…quizás también alguien se inventa a Piglia.
Nombres falsos. Quizás verdaderos autores.

inventar otros nombres falsos. obras falsas.
generación no es quien dice ser.

Otra página en blanco.

…hace poco escribía un cuento llamado piso13. En él se autoproclamaba falso escritor: su obra era la creación de una tal Julie Reyes. Julie también era la creadora de la obra de jorge enrique lage, orlando luis pardo, y michel encinosa. A pesar de que el autor (¿RFI? ¿Julie Reyes?) no lo especifica, puede que hubieran más escritores agrupados bajo la égida del piso13: la falsa escritura. Dígase ahmel echevarría o adriana normand, dígase yordanka almaguer o arnaldo muñoz viquillón. O adriana zamora. Modernos Milli Vanilli en busca del Grammy perdido…

microfascismos aplicados:
-obviar para este artículo textos poéticos (ejemplo: OMNI Zona Franca)
-obviar vías escriturales igualmente válidas (Susana Haug, Souleen dell´Amico, Yania Suárez, Abel G. Melo, Luis Alfredo Vaillant, e t c é t e r a…)
-asimismo, obviar situación en provincias. en parte, por desconocimiento de las cosas. del estado de las cosas.
-obviar inéditos (Ketty Blanco, Dazra Novak, Efraín Galindo, Yanet Bello, Kevin Beovides, María Antonia Miranda, e t c é t e r a…) y al centro Onelio Jorge Cardoso
Al tratar de escapar y borrar líneas y fronteras se trazan líneas nuevas, fronteras nuevas, quizás aún más fuertes y resistentes, no sé, no sé.

Como Piglia, quisieron inventarse nombres falsos. Otros nombres falsos. Obras apócrifas. Ocultarse y nunca dar la cara. Mueca perpetua tras la escritura, juego de artificio, visualidad de una cámara en mano, mientras te alejas del lente, y de nada sirve hacer zoom, porque se ha roto el botón.

El austríaco Thomas Bernhard: “Al fin y al cabo, el mayor placer nos lo dan los fragmentos, lo mismo que en la vida, al fin y al cabo, sentimos el mayor placer si la consideramos como fragmento, y que horrible nos resulta el todo y nos resulta, en el fondo, la perfección acabada. Solo cuando tenemos la suerte de convertir en fragmento algo entero, algo acabado, sí, algo terminado, cuando nos ponemos a leerlo, obtenemos un gran placer y, llegado el caso, el mayor de los placeres. Desde hace mucho tiempo no podemos aguantar ya nuestra época como un todo, dijo, solo si la vemos como fragmento nos resulta soportable. El todo y lo perfecto nos resultan insoportables, dijo.”

Fragmentos.
Esquirlas.
Retazos inconexos
de
escritura.

…hablar de libros y autores.
Una línea de continuidad.
Michel Encinosa con El cadillac rojo y la gran mentira, Jorge Enrique Lage con El color de la sangre diluida, Ahmel Echevarría con Training day, Yordanka Almaguer con Los colores del manto, Orlando Luis Pardo con Boring home, RFI con Gran e inconmensurable mundo blanco.
Pero todos pueden ser falsos nombres.
Incluso puede que falsos autores, inventados por mí, o yo inventado por ellos.
…nada (o casi nada) de continuidad.
Y quizás no haya razón para hacerlo.
generación con minúsculas…
Menor.

michel encinosa, tomado fuera de contexto: “La realidad ya no es lo que solía ser. La cultura es un subproducto subvencionado y subvertido. Los géneros desaparecen. Ficción, realismo social, fantasía, horror, fábula, testimonio, ciencia ficción, todo es lo mismo. Hombres y mujeres, todo es lo mismo. Todos tenemos penes y vaginas. Todos somos subvencionados y subvertidos. Todos somos violados. Todos vivimos una realidad que no existe.”

Nos quedamos esperando the next best thing.
Nombres quizás verdaderos.
(¿?).
¿Y Nombre falso?
¿Por qué falso?
¿Literatura de ficción?
¿Literatura?
replay

rodrigo fresán
(de buenos aires, de 1963)

tener estilo

Una vez, en un reportaje, me obligaron a definir lo que hago. Difícil pensar en lo que uno hace cuando no lo está haciendo más allá de que la práctica de la literatura sea un trabajo de 24 horas al día sin vacaciones ni feriados ni fines de semana. Entonces, sólo se me ocurrieron dos cosas que ya he repetido varias veces y que, tal vez, marquen de algún modo todo lo que hago: el irrealismo lógico y la teoría del glaciar.
El irrealismo lógico es la contraparte complementaria del realismo mágico. Mientras el realismo mágico propone una realidad pública puntuada por reflejos fantásticos, mi irrealismo lógico apuesta por una irrealidad privada en la que, de tanto en tanto, es bombardeada por las esquirlas de lo verdadero.
La teoría del glaciar es mi respuesta a la hemingwayana y un tanto peligrosa teoría del iceberg; y es muy sencilla: de acuerdo, que haya mucho escondido bajo la línea de flotación; pero que también haya mucho arriba, sobre la superficie de las aguas.
Y piénsenlo: un lector deviene en escritor que conecta con otro lector y así el ojo y el cerebro y la mano y otra vez el ojo y el cerebro y la maravilla de conseguir que todo un mundo físico y sensorial sea construido y destruido con la fuerza eléctrica de las neuronas hechas memoria. Y, en ocasiones, ese lector —contagiado para siempre— decide escribir.
Esa misma fuerza es la que, a su vez, ayuda a la evolución de quien lee y escribe. Y una pequeña digresión sobre esto: tal vez —como en esos gráficos en los que se muestra cómo el simio va enderezándose hasta alcanzar la vertical del hombre— el ser que lee y escribe también pase y pasea por varios estadios. Al leer y al escribir —con el correr de los años y de los libros— primero nos absorbe la figura del héroe; después nos intriga la trama; más tarde nos interesamos por el escritor; y, finalmente, si somos verdaderamente audaces, arribamos a la gloria de la preocupación por el estilo, que no es otra cosa que la digresión de la acción.
Y en más de una oportunidad, ciertas ausencias claves marcan el estilo tanto o más que ciertas presencias recurrentes y asimiladas. Voy a ir más lejos: tal vez el estilo finalmente sea eso. Tal vez, ahora que lo pienso, el estilo de un escritor no sea otra cosa que el fantasma de sus carencias más que la realidad de sus virtudes. A ver si me explico: uno acaba resignándose a lo que sabe hacer, va arrojando por la borda aquello que nunca hará bien, y así los demás perciben como logros lo que en realidad es el sedimento aprovechable y, con suerte, cada vez más ennoblecido y depurado y perfecto de los fracasos. Lo que a un escritor hizo cuando en realidad quería hacer otra cosa y que, con el paso del tiempo, se va solidificando en lo único que éste puede hacer bien, en aquello que hace como nadie. Así, el estilo sería como la antimateria y quizá, quién sabe, en otra dimensión, al otro lado de un agujero negro, hay un Rodrigo Fresán que se dedica a escribir novelas que transcurren en la guerra civil española.
Y tal vez mi estilo sea, sí, el de la digresión. Eso que está más cerca —salvando las enormes, inconmensurables distancias, claro— del Quijote o Moby-Dick o de 2666 que de historias lineales que van de A a B prohibiéndose pasar antes por X. A mí la X es una letra que me gusta mucho. Y cómo es que uno —que se inició entre las seguras e incontestables márgenes del Había una vez… y del y vivieron felices y comieron perdices— acaba eligiendo hacer esto y no aquello. Sólo puedo contestar a título personal, intentar una suerte de breve historia de cómo y por qué yo me convertí en digresivo a la hora de escribir y advertir —como Kurt Vonnegut en el inicio de Matadero 5, otra novela digresiva— que "Todo esto sucedió, más o menos". Y la clave, claro, está en el "más o menos"; porque, como dijo Javier Marías, "Relatar lo ocurrido es inconcebible y vano, o bien, es sólo posible como invención".
Aquí voy, aquí van algunas digresiones sobre cómo uno se convierte en digresivo.
1. Me dice mi madre que, a la hora de mi parto, hubo complicaciones y que algo salió mal y que fui declarado muerto. Después —los médicos no entendieron cómo—volví y aquí estoy. Pienso que no se puede ser más digresivo. Es decir: nacer muriéndose.
2. Pocos meses después de mi accidentado nacimiento comienzo a toser y no paro de toser. Mis padres me llevan al pediatra temiendo una tuberculosis. Buenas noticias: es un simple y precoz catarro. Pero las radiografías revelan algo inquietante: tengo una costilla extra. Soy mutante. Es decir, soy digresivo.
3. Experimento dos epifanías extraliterarias pero que acabarán influenciando para siempre la personalidad de mi prosa. Escucho por primera vez "A Day in the Life" de los Beatles, esa portentosa canción digresiva que arranca con la lectura de la primera plana de un periódico y concluye con el sonido del fin del mundo mientras se nos anuncia que Having read the book, I’d love to turn you on. Y voy al cine a ver 2001: Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. Salgo del cine temblando, pasmado ante la idea de que se pueda contar algo así. ¿Y es que hay algo más digresivo que una película de ciencia-ficción que empieza en la prehistoria?
4. A todo esto, mis padres se separan y se vuelven a juntar y se vuelven a separar entre ellos —dejemos de lado a sus respectivas parejas ocasionales— hasta ocho veces entre mis tres y mis once años. Está claro que el amor —esa coproducción entre el corazón y el cerebro— es un sentimiento digresivo. Es por esos días que me hago adicto a la serie de televisión The Twilight Zone o Dimensión Desconocida. Esta serie me gusta porque responde al género fantástico/moral —mi favorito desde entonces— y porque el creador de la serie y autor de buena parte de los guiones, Rod Serling, aparece a modo de maestro de ceremonias al principio y al final de cada episodio unitario como una suerte de digresivo Deus Ex Machina. Una persona con voz en primera persona que comenta lo que ocurre en tercera persona a las terceras personas. Me digo que, cuando sea grande, no quiero ser sólo escritor. También quiero ser Rod Serling.
5. En algún momento de mi adolescencia me expulsan de un colegio católico. Decido no decirle nada a mis padres, fingir que todas las mañanas voy a clase cuando, en realidad, voy a una biblioteca a leer a los clásicos. Todos los días me prometo que ese será el día en que le confesaré la verdad a mis padres. Pero hay tantos libros que leer… Así, casi sin darme cuenta, pasa un año y medio.
6. Para entonces —conté todo esto también en mi primer libro— yo ya tengo claro que soy un escritor… digamos que un poco excesivo. A la altura de mi quinto título, pierdo el don de que se me ocurran tramas para que, de golpe, se me ocurran sólo digresiones. En un principio, las tramas llegaban a puerto perfectas y flotantes, con la gloria de sus velas desplegadas. Ahora, en cambio, los barcos naufragan en alta mar y yo tengo que ir hasta allí e intentar decodificar el argumento a partir de los restos y frases e ideas sueltas que suben flotando hasta las olas. El desafío estará, entonces, en encontrar historias donde estas digresiones encajen. Fundo un territorio donde transcurra lo que escribo y me vuelvo todavía más digresivo. En mi segundo libro (y, en reediciones revisadas, también en el primero) aparece —y ha reaparecido en lo que fui publicando desde entonces— un lugar que está en todas partes y que se llama Canciones Tristes y que, más allá de la inevitable resonancia de un nombre que recuerda al de Buenos Aires, yo muevo y hago aparecer en varias coordenadas. Así, Canciones Tristes puede ser una playa de la Patagonia, un campo e concentración en Alemania, un barrio en las afueras de Los Ángeles o una zona de pruebas de armamento atómico en el desierto de Nebraska. Y, por favor, no confundir a Canciones Tristes con una mutación posmoderna de Macondo. Tampoco con un homenaje o una crítica a ciertos tics del realismo mágico: Canciones Tristes ces’t moi. Yo pienso y veo y escribo así: moviéndome.
7. ¿Y cuál ha sido el mayor impacto digresivo que he recibido en mi vida de lector? Sin duda —y para ir cerrando— la lectura de En busca del tiempo perdido, novela que para Harold Bloom equivale a el esplendor final de la novela clásica y que para mí no es otra cosa que el principio de la novela moderna. Allí —al recordarlo vuelvo a experimentar el mismo eufórico asombro— luego de siete volúmenes y de miles de páginas y digresiones, faltando apenas unas líneas para el final, Proust lo interrumpe todo, deja un espacio en blanco, y nos dice a quemarropa: Lo que yo quería escribir era otra cosa, otra cosa más larga y para más de una persona. Más larga de escribir. Entonces lo entendemos: lo que hemos leído no son otra cosa que las digresiones para un futuro libro que, entonces, se promete escribir Marcel a lo largo de largas noches. Ya no se acostará temprano porque necesita escribir ese libro que, también, es el que hemos leído. Ahí y entonces, la digresión se convierte en género y en estilo literario y —del mismo modo en que se ha comido estas torpes reflexiones se traga también a esas magistrales páginas.
Y ya que estamos: no me parece casual que el mecanismo de un libro sea similar al de una puerta. El de un ordenador —con todo lo bueno que tienen para ofrecer los ordenadores, me apresuro a aclarar— es, en cambio, el de una ventana cerrada que nos ofrece nada más y nada menos aquello que es capaz de atrapar dentro de los límites de su marco. Los ordenadores nos obligan, siempre, a quedarnos del otro lado. Un libro, en cambio, se abre para que nosotros entremos en él y vivamos ahí adentro, para siempre aunque lo hayamos terminado de leer hace años. Porque si bien nosotros podemos haber terminado un libro, un libro nunca acaba del todo de leernos a nosotros. Y así vuelve una y otra vez, diferente y siempre útil, a lo largo de nuestras vidas. Y buenas noticias: los libros nunca se acaban, siempre hay otro libro que leer. Y, cuando llega la hora de irse al otro lado, el mapa de nuestras lecturas acaba constituyendo una suerte de biografía alternativa pero más que fiel de nosotros mismos. Un ADN de papel y tinta con el que —si hay suerte— estará construida la trama de nuestro particular Paraíso. Leer —y su acto casi reflejo: escribir— es una de las pocas formas de la soledad socialmente aceptadas por un mundo que tiene a sospechar de las actividades singulares. Poder decir "no me molestes, estoy leyendo" es un escudo y poder decir "lo leí en un libro" es una lanza. Un libro es la más sofisticada y pacifista y poderosa de las armas: un arma de construcción masiva. Por eso no es casual que si algo que ha unido o une a todos los dictadores a lo largo de los años ha sido y es su temor hacia los libros. Por eso los queman. Pero los libros siempre resurgen de sus cenizas. Los libros están hechos de palabras a las que ningún viento se atreve a llevarse.
El escritor norteamericano Kurt Vonnegut —a quien ya he mencionado— reflexiona en una novela acerca del más alto grado de civilización al que ha accedido una cultura extraterrestre. Y esa forma sublime de la evolución se hace manifiesta en la lectura: "Los libros de ellos eran cosas pequeñas. Los libros trafalmadorianos eran ordenados en breves conjuntos de símbolos separados por estrellas. Cada conjunto de símbolos es un tan breve como urgente mensaje que describe una determinada situación o escena. Nosotros, los tralfamadorianos, los leemos todos al mismo tiempo y no uno después de otro. No existe ninguna relación en particular entre los mensajes excepto que el autor los ha escogido cuidadosamente; así que, al ser vistos simultáneamente, producen una imagen de la vida que es hermosa y sorprendente y profunda. No hay principio, ni centro, ni final, ni suspenso, ni moraleja, ni causa, ni efectos. Lo que amamos de nuestros libros es la profundidad de tantos momentos maravillosos contemplados al mismo tiempo".
Eso.
Tal vez lleguemos ahí algún día, cuando seamos mucho mejores de lo que ahora somos.
Y la pregunta que los escritores no nos hacemos nunca pero que nos hacen siempre es, una y otra vez, la misma: ¿Por qué escribe?
Y si todo sale bien, la respuesta correcta —ya lo dije— debería estar, también, en los libros. Así la práctica le muerde la cola a la teoría y centrifuga el misterio. Pero claro, es una respuesta demasiado larga para una pregunta tan breve. Así que yo, cada vez que me enfrentan a ese espejo interrogante, a modo de despedida, siempre respondo lo mismo. Una respuesta que no es mía y que le robé a Thomas Edward Lawrence, mejor conocido como Lawrence de Arabia. Una vez, un periodista demasiado tonto o demasiado sabio le preguntó a Lawrence por qué le gustaba tanto el desierto. Lawrence sonrió y le respondió con tres palabras igualmente tontas o sabias. "Porque es limpio", dijo Lawrence; y se alejó montando su camello hacia el horizonte de la página siguiente.

(The Barcelona Review, 2005)



replay

jonathan lethem
(de brooklyn, de 1964)
Paisaje con muchacha, 1998
La fortaleza de la soledad, 1999
Men and Cartoons, 2004
How we got insipid, 2006
entre otros

el coleccionista

El coleccionista empezó con peniques. O conchas marinas, ya no podía recordarlo. Ambos eran opuestos fusionados en su visión obsesiva. Las conchas, indiferentes y preculturales, afloraban en la orilla del mar, o llegaban a él en envoltorios de papel de seda procedentes del inventario de un almacén. No había dos iguales, cual huellas digitales o copos de nieve, pero formaban jerarquías de rareza y valor, constituyendo tema de catálogos y relaciones. El hecho de que también resultaran ser cráneos, una reunión de carapazones, abrió un primer umbral hacia la morbosidad de su afecto. Abraham Lincoln era un recuerdo agrietado y sin valor, marrón y barbudo, una sucia marea de plata falsa que manaba del bolsillo de sus padres, pero sujeta a una secreta reorganización en carpetas de cartón repujado. Un penique no era dinero; antes bien, el ADN del dinero. Reconocer el año y el acuñado bajo la nariz de Lincoln era el primer acto en la lectura de las secretas inscripciones que garantizaban el universo, el jardín de maquinaciones de un niño. Los peniques de lomo dorado eran la evidencia esencial del pasado como una tierra más pura, de que los americanos habían sido expulsados de un jardín. Los centavos de aluminio de cuando la guerra evidenciaban la existencia de vida en Marte.
De cualquier manera, colocar a Lincoln bien derecho en filas ordenadas era una distracción en las tardes ensombrecidas. El perfil en staccato formaba una cuña de dígitos, de “unos” sin “ceros”, acumulados en una flecha que avanzaba del pasado hacia el futuro. Aunque apuntaban a una época en la que él los guardaba en pomos o gavetas ante el desdén señorial de su padre, la precisión y repetidumbre de los peniques lo anclaban en su presente, las ociosas horas lentas invertidas entre las tapas de las carpetas de cartón azul y repujado. Las conchas resultaban más difíciles de cuantificar. Las cajas en las que se guardaban acumulaban roñas en los rincones, prueba de desintegración, de la complicidad de las conchas y el polvo estelar, con el flujo antihumano de la entropía. Un día, visitando al vecino de sus abuelos, notó en una mesa de centro un espantoso reloj de la Florida adornado con conchas, tantos y valiosos ejemplares posiblemente echados a perder bajo terrones de goma y brillantina. Las conchas crecían, lo supo entonces. Eran relojes en sí mismas. Acechaban en lechos profundos de barro y algas, rezumando caca de pulpo y tiburón.
Estas fueron sus dos primeras colecciones fallidas, precoces planos de vergüenza. Las charnelas de los azules y ajados libros de cartón de sus peniques se agrietaron. Los peniques de cierto acuñado se negaron a emigrar a la costa. Quizás un niño, un duplicado de sí, en algún otro lugar, poseyera el reverso de tu colección, acaparase las piezas que te faltaban, como en un juego de gin rummy o Go fish. Y hablando de peces, las conchas apestaban. No solo transmitían sonidos, sino también olores de alguna otra parte. Rehusaban ser decantadas, solo estaban de paso. Él empezó a asociar las conchas con los montoncitos de mocos amarillos y calcificados que de cuando en cuando archivaba bajo su mesa.
Un día su madre le entregó una libreta de banco, con una cuenta iniciada a partir de un cheque de cumpleaños, regalo de su abuela. Ella le mostró fajos de papel para reunir los peniques, para probar su valor en molestas marchas semanales hasta la ventanilla del cajero del banco, y le ofreció una marea de mierderos peniques apilados en gavetas y pomos rebosantes por todas partes. Él capituló, dejó de buscarle el pedigrí a las monedas, dejó de sacarlas de circulación. Después de todo, tenían un valor lamentable. Saborear la rareza de una entre mil, era demasiado parecido a mirarte a los pies mientras caminabas. Después de un rato no te quedaba más remedio que aceptar que cada pie salía delante del anterior, y que así era siempre, incluso cuando dejabas de mirar.

Se preguntaba si estaría condenado a coleccionar de todo antes de morirse. Cayó redondo en lo de las tarjetas de béisbol durante más o menos cinco minutos, suficientes para atravesar los períodos del manierismo, el modernismo, el minimalismo y el postmodernismo a la velocidad del sonido. Las chillonas tarjetas revelaron demasiado, divisas relucientes, los emblemas de los equipos pululaban por todos lados y sin ocultar nada, los ojos lastimosos y hambrientos de veteranos moribundos y novatos sin esperanza, sonrisas falsas que te ofendían de solo mirarlas. Reversos de cartón gris cargados con chistes idiotas y estadísticas, prehistorias de esfuerzos en las ligas menores, y cubiertas de almidón. ¿Coleccionaba alguien la resina? Las tarjetas eran para estudios estadísticos; no, para jugar a cara o cruz; no, para ser plastificadas; no, eran solo un producto, un chanchullo, el tendero molesto porque no te diste cuenta antes y ve y pídele a tu papá que te compre todo el cartón de una sola marcha en vez de pasártela merodeando su cuchitril y molestándolo durante semanas.
Al final echó por tierra la relación en su conjunto, en un acto demoledor y resentido, un espasmo de certeza y collage que incluía unas tijeras de juguete y una botella de gasolina. Dentro de su libreta, bajo la cubierta, los California Angels se agitaron, rosados angelotes beisboleros, sobre un rugiente infierno de Reds y Dodgers lamidos por las llamas. Manazas incorpóreas acudieron por legiones a la escena como polillas nocturnas, horrorizadas y atraídas como él mismo se sintió una vez.
El basamento de todas las colecciones, según parecía, era la botella de pegamento, los perlados y traslúcidos grumos blancos que mantenían el remolinado caos del mundo en su sitio, aun cuando destruían oficialmente el valor de los objetos que fijaban, según todo especialista reconocido. Eras un jodido imbécil si pegabas cualquier cosa sobre cualquier cosa, pero lo hacías siempre. Un coleccionista “verdadero” toleraba la chapucería, la flexible y consiguiente naturaleza temporal implícita de su tesoro, al meter monedas y tarjetas y conchas y sellos en sobres y cartuchos, monturas frágiles. Pegabas mierdas sobre cualquier cosa de fondo como un orate. De haber podido, habrías plastificado los libros en tus estantes. La superglue, que tenía la reputación de soldarte los dedos a los globos oculares, era demasiado temida como para permitir su entrada en la casa, sabidas tus aficiones.
El impulso de pega-pega era en particular traicionero cuando se trataba de sellos. Él había recibido los álbumes y un adelanto de un millón de esquinas de sobres arrancadas de un tío de Las Vegas. Aquí había otra historia meticulosa que duplicar, todos y cada uno de los sellos emitidos en los Estados Unidos, además de sus primos oscuros, los sellos de franqueo insuficiente. En realidad, tras dos años de abnegada labor no logró ponerse al día con el bulto de sellos que despegar de los sobres, con humedad o al vapor. El sello ideal, de todos modos, no tenía nada que ver con este trabajo falso, pero estaba limpio de matasellos, virgen de saliva, e incluso quizás en un conjunto intacto de a cuatro. Estos los compraba en el “mostrador del coleccionista”, en el octavo piso de la tienda por departamentos, un ritual lúgubre, acaso místico, que incluía visitas a la ventanilla del banco, y sin los matices de aquellas escapadas para “botar la basura o comprar chicle” que enmascaraban su compra de tarjetas de béisbol en la tienda de víveres. Sin embargo, una vez cara a cara con un sello inmaculado y su lugar designado en el álbum, una cita con el destino, ¿cómo resistir la tentación de lamerlo y pegarlo? ¿Qué coño era, al final, un montaje en seco? En un día húmedo se empegostarían por sí solos, así que ¿para qué perder la oportunidad? La goma de sellos, añeja de treinta años, tenía el sabor excitante de un viejo vino descorchado. ¿Por quién esperaba, sino por él?
Quizás lo único que coleccionabas, después de todo, era la goma misma.

Las drogas y la música eran otro par de gemelos. Cada una era como conchas o polvo de estrellas que te metías en el cuerpo. Viviendo allí, en la ciudad cerrada al mar por el asfalto, las drogas y la música fueron su primera oportunidad de importar la naturaleza de más allá de sus propias fronteras. Resultaban análogos pulcros del sexo y el bosque, posiblemente más satisfactorios de lo que jamás sería cualquier exploración más amplia, y ciertamente más seguros. Las drogas y las canciones eran conchas marinas que él podía intentar convertir en peniques. Primero reparabas en una banda, absorbías la esencia de los momentos vívidos en que los vapores de la droga se evaporaban dentro de tus órganos sin dejar otra evidencia que el sentido de sí mismo alterado y los derechos a fanfarronear que te permitieras. Después coleccionabas sus discos, los b-sides y las rarezas de la menta Denver. Chapoteaba en drogas, cual turista dispuesto, sin detenerse en sitio alguno, acumulando sabores de muestra como sellos en un pasaporte, Quaalude, Mescalina, Hachís de Ámsterdam. Por otro lado, su colección de discos era una plomada hacia la adicción. Había subido a un carrusel de insatisfacción pura e infinita, con la tierra firme girando bajo su mirada, sin oportunidad de bajarse. Ya casi nunca escuchaba una canción hasta el final, subiendo la dosis de continuo con la ansiedad de un junkie. El experto pronto aprendió que cada canción tenía “versiones”, lo que subió las apuestas. La música era una especie de zona de desastre fractal.
La primera vez que se echó ácido en la lengua pensó: imprimieron las estadísticas del jugador en el pegamento mismo. Y el jugador soy yo. El equipo entero, lanzador, receptor, bateador, incluso el coach de tercera haciendo señas frenéticas desde su banquillo en la zona verde lima del área de foul, tocándose la nariz, la oreja, los huevos, la visera de la gorra… ey, ¿qué es lo que me quiere decir? ¿Si yo soy el coach, por qué no entiendo las señas del coach?
¿Si soy mi propia colección, por qué ando regado fuera de mi cuerpo?
¿Si esa es mi banda favorita, por qué no me gusta ninguno de sus discos?
Alguien fundó una banda, cuatro tipos en un sótano, instrumentos de tienda de empeños que no se ponían de acuerdo sobre si las etiquetas eran buena onda o no, en un océano de cables de amplificador en un área de concreto despejada de incontables trastes familiares, incluyendo, él no pudo dejar de reparar en ello, un montón de álbumes de sellos putrefactos, lanzando torpes y entrecortados openings de canciones sin idea alguna sobre cómo terminar la melodía, excepto acaso la discusión perenne que seguro llegaría tarde o temprano al nivel de ruptura de banda, lo cual significaría una solución bastante fácil al problema de cómo terminar la canción. Alguien más renovó una casa de dos pisos en Culver City para instalar una manufactura de marihuana, paneles solares, regaderas de mangueras agujereadas con agua enriquecida con nutrientes, hileras de verdes plantas pulsantes con oloroso ingrediente activo, estallantes capullos de flores, los sobrecargados tallos de las plantas necesitados de apoyo en eslingas, muletas, arbotantes. Se trataba de un negocio en marcha, podías empalmar el ADN de la mejor hierba que jamás habías fumado en la planta madre escondida en el clóset y reinarías sobre la tierra como un monstruo de ciencia ficción, exactamente del mismo modo en que no podías empalmar el ADN de los Sex Pistols en tu mierdera banda y estabas destinado a reinar exactamente sobre nada.
Un día un grupo de ellos se llegó hasta Borrego Springs comiendo hongos y fue exactamente tan genial como The Living Desert de Disney, y en ese momento él se dio cuenta de que lo que más amaba entre todas las cosas era una concha. Tal vez era hora de salir de la ciudad.

Ahora era un mira-pájaros, con binoculares y una guía temática. Caminaba por los bosques pero también trataba de atraer hacia sí la colección, magnetizar sus ejemplares cual limaduras de hierro. Los atraía hasta los límites de la casa, hacia pequeñas plataformas y comederos en forma de chimenea instalados y colgados de los árboles, con montones de semillas y maíz y bayas secas, carnada para criaturas plumíferas. Las espiaba a través de las ventanas, las enumeraba en su libro, un mirón invertido. Gorrión, carrizo, cardenal, cuervo. La casa parecía una gran cabeza de cartón noqueada, círculos de pájaros coronándola mientras él correteaba, como una pupila solitaria en órbitas alucinadas, de ventana en ventana. También se consiguió un reloj de mira-pájaros, que sonaba una canción de ave distinta cada hora. En una excursión diurna a la playa recolectó pipers que huyeron como ordenados signos de puntuación por el borde del oleaje, luego fue sorprendido por dos torpes golondrinas que hurgaban con sus picos en busca de almejas en las piedras de los rompientes. Sintiéndose culpable, anotó esas rarezas en su libro. Sentía que no todos los pájaros eran pájaros. Los errores de categoría le fastidiaban la psiquis. Quería una división entre el agua y el cielo. Notó que estaba tratando de purificar, el error fatal del coleccionista. Arrepentido, inscribió a las sucias golondrinas. Entre unos pájaros y otros, recolectaba hongos, no psicodélicos, y por las noches miraba las estrellas. Sus bolsillos tamaño presupuesto militar andaban repletos de guías temáticas. Por las noches, una sola luz atraía mariposas de todos los tamaños hasta sus ventanas, espíritus de calcomanía auto-adherentes. Pero él llevaba lo que parecía años sin pegar nada sobre nada. Fuera lo que fuera que quisiese fijar, no estaba en el programa.
Entonces llegaron las ardillas. Estas anti-pájaros aclararon radicalmente las cosas. Birlaban semillas y maíz, trepaban por los alambres, derrotaban todas las medidas y, malas actrices, ahuyentaban con chillidos a los pájaros visitantes. Las alimañas debían ser engañadas, lo que dio a su vida un nuevo y lúgubre propósito. Rápidamente surgió y creció una guerra logística, cómo alimentar a unos y matar de hambre a otros. Las ardillas superaban cualquier obstáculo. Pronto decidió que la muerte no era solo la mejor solución, sino además que era demasiado buena para las hijas de puta. Se había convertido en Elmer Fudd, un mete-palos-en-agujeros. Todo encajó al fin. El día en que halló su primera víctima retorcida como una & sobre hojas secas, la pequeña boca torcida en indiferencia, cola tiesa, comprendió. Ya no se trataba de los pájaros. El veneno era el nuevo pegamento.
Años después asistió a una fiesta en la casa de un rico cazador de animales grandes, un hombre de pasatiempos salvajes. El cazador tenía una casa móvil tras su mansión, llena de trofeos. La dejaba abierta para que los invitados chismearan. Deambulando junto a una bandada de festejantes, llevando bebida y hielo en un vaso plástico, esperando quizás algunas cabezas de alce maltratadas, recibió un shock al entrar en un templo de muchas habitaciones de muerte terrenal. Las paredes estaban repletas de cadáveres disecados e instalados, íbice, yak, carabao, cabras escocesas con hirsutas barbas. Recinto tras recinto, incontables cuerpos saltaban de las paredes, pumas y pitones dispuestos en elaborado retablo, imitando un ataque, los momentos congelados de sus muertes, quizás el argumento de que el cazador había disparado solo en defensa propia. El suelo bajo los pies contemplativos de los invitados era la piel de un oso, luego un tigre, luego el lomo cuarteado de un cocodrilo. Junto a las cabezas disecadas, unas placas indicaban las fechas de las muertes, el trabajo de una vida estricta, sin tiempo malgastado en el sosiego global. Las fotografías mostraban los equipos de nativos que había colaborado llevando a las víctimas a una encerrona, exponiéndolas a la bala del cazador. Éste era la triunfante cara blanca en el medio, con la bota sobre una cabeza de lengua colgante.
Examinando el trabajo de ojos artificiales del taxidermista anónimo, descubrió el pegamento revelador.
De vuelta en la mansión, ambos fueron presentados. Los ojos del rubicundo cazador destellaban impacientes al mirar a los inadecuados monos lampiños que merodeaban en torno a sus piezas. En aquella mirada afilada el coleccionista se sintió a sí mismo coleccionado, o al menos catalogado. El cazador había desarrollado un apretón de manos singular, rodeando una mano ofrecida en un estrecho anillo y apretando la línea de nudillos para causar dolor obviamente intencional. Tenías que reconocer que era todo un logro: un apretón de manos por el que te roerías el brazo hasta arrancártelo con tal de librarte de él.

“A veces cuando veo un penique con la cabeza de Lincoln todavía pienso que un S-V.B.D. del 1909 no puesto a circular sería el ideal”.
“¿Recuerdas en Drugstory Cowboy de William Burroughs, cuando el personaje buscaba en el reguero de fármacos sobre la cama, tratando de encontrar un solo Dilaudid? Les dice que lo otro que tienen es mierda, que el Dilaudid era la única pastilla que valía la pena”.
“Cuando niño solía confundirme sobre la diferencia entre los astronautas y los dinosaurios. La única evidencia de la existencia de unos y otros era básicamente no más que huellas. Y piedras”.
“Socio, y si mirar pájaros no se trataba de mirar montones de pájaros distintos, sino de mirar uno solo. Elige un pájaro —no una especie, sino un pájaro real, uno solo— y síguelo a donde vaya, míralo para siempre. Digamos, mirar pájaros de forma vertical y no horizontal. Eso si sería cabronamente genial”.
“¿Conoces esa máquinas que aplastan un penique y lo convierten en una imagen souvenir de algún edificio o monumento local? Ni siquiera podría empezar a explicar lo deprimente que encuentro eso”.
“Lo que encuentro deprimente es que puedes pagar para que le pongan tu cochino nombre a una estrella o a un cráter en la luna que, para empezar, nunca hizo nada que te perjudicara, ni siquiera mirarte”.
“Una vez puse una moneda de veinticinco centavos en un tornillo de banco y la piqué a la mitad con una sierra. Y salí a caminar por ahí con las dos mitades en el bolsillo, tratando de comprender si todavía era dinero”.
“Yo y mi hermano una vez gastamos un billete de cinco dólares que estaba firmado por Muhammad Alí. Simplemente, necesitábamos cinco dólares ese día”.
“Oí decir a un comediante que guardaba su colección de conchas regada por las playas del mundo”.
“De todos modos, aún me gustan los pájaros”.
“De verdad me gustan los pájaros, tú. Solo que no a expensas de otras cosas. Digamos, como los mamíferos”.

Su tío, que vivía solo en un apartamento, tuvo que ser trasladado a una casa. Su padre le pidió que fuera hasta Las Vegas a echar una mano. En un instante, cruzando la puerta, el romance de toda una vida con la soltería de su tío se derrumbó, un romance que él había apoyado sin notarlo. Los periódicos atados con cuerdas y el correo sin abrir conformaban un laberinto para la casi inhumana criatura, un espacio carcomido por el que tenías que ir haciendo contorsiones para llegar a la puerta del baño, el inodoro mismo un reducto apenas visible en un agujero de ratón abierto dentro de una cordillera de revistas para el baño. Un sofá venía siendo enterrado desde lo que una rápida inspección reveló como diecinueve años; Newsweek con Bophal en la cubierta.
Al llegar a casa trató de descargar el inodoro tras echar dentro su colección de sellos. Ahora le apestaban a putrefacción, raro cadáver, pellejo de tantos años perdidos, sobres puestos al vapor cuyos recorridos describían el sistema nervioso del mundo. La tubería se atragantó con los sellos. Terminó destupiendo el inodoro. Los sellos, humedecidos una tercera vez para su viaje final, nadaban en las losas y sobre la jamba de la puerta del baño, para luego encallar en los arrecifes de la alfombra. Otros pagaban por la limpieza de sus inodoros, pero él tuvo que restregar cada rincón con un cepillo curvo como los espejos que los dentistas usan para echarle la vista a un molar. Al final se sintió como un pájaro limpia-inodoros, picoteando en la boca de porcelana de un hipopótamo en miniatura. En tales días se preguntaba si todas las aspirinas y todos los cigarrillos existentes parecían peniques, si poseían acuñaciones distintas, si su lugar de origen y su fecha de edición pudieran ser establecidas examinando microscópicas impresiones de números de serie.
Empezó a considerar la posibilidad de una colección de aspirinas o cigarrillos montados en álbumes de cartón repujados, como su perdida colección de peniques.
Semejante colección estaría, por supuesto, destinada al fracaso como todas las otras, con las ranuras de cartón cuadriculadas y dispuestas a guardar los primeros y escasos cigarrillos y aspirinas culpablemente vacías.
Tuvo fantasías sobre plastificar su mesita de café, capturando todo lo que contenía en un pegote de plástico, periódico, monedas, sándwich a medio comer, cenicero.
Lo cierto era que tenía que dejar de fumar, limpiar su apartamento, recoger todos los peniques regados por ahí. Plastificaría cuando estuviera muerto, ¿cuál era el apuro? Las cosas se coleccionaban a sí mismas dondequiera que mirases.
Él estaría bien. El universo era el pegamento que lo mantenía en una pieza.

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niños con resaca

Los niños con resaca están sacando la basura. Yo, desde arriba, los veo salir tambaleantes del apartamento del sótano.
Su basura la llevan en bolsas de papel marrón, las mismas que tienes que pedir no te den más a la salida de la bodega, y las bolsas de papel están podridas y pasadas, se rajan como tomates. Los niños con resaca salen tambaleantes acunando las bolsas, esperando que no revienten antes de llegar al bordillo. Las sueltan en un montón en la calle, y regresan con los dedos manchados por aliños de ensalada y posos de café. Vuelven entonces al apartamento, bizqueando como groguis al sol de la mañana. Es temprano para los niños con resaca.
El vecino de al lado se para en el bordillo, junto a sus correctamente anudadas y verdes bolsas plásticas de basura, mirando con cara de pocos amigos a los niños con resaca. Estoy seguro de que puede escuchar el rasgueo de bajo de la música que oyen a través de sus paredes, igual que lo oigo yo aquí arriba en el último piso de la casa, latiendo claramente al cruzar el apartamento de por medio. Estoy seguro de que, al igual que yo, el vecino de al lado no entiende cómo los niños con resaca pueden soportarlo.
El vecino de al lado tiene cinco astas para banderas. Tres de ellas las tiene siempre desplegadas, una ordinaria, una con una cobra enroscada sobre las palabras Don´t Tread On Me, y una bandera P.O.W./M.I.A. con sables cruzados sobre campo negro —prisionero de guerra, desaparecido en acción. El la cuarta asta pone una bandera para cada temporada del año, una bandera de Pascua con rayas rosadas y conejitos en vez de estrellas, una atemorizante bandera de Halloween negra y naranja, una bandera del Día de los Enamorados, una bandera de Acción de Gracias, y así. La quinta asta está siempre desierta, lista para alguna crisis o afiliación aún por nacer.
Los camiones de reciclaje llegan antes que los de basura pero nadie ha dejado nada para los recicladores, ni el vecino de al lado ni los niños con resaca ni el vecino del apartamento de por medio, ni yo.
La cartera llega después, y como siempre sube la escalinata de la entrada y empuja un único y gordo paquete de correo, atado con una cinta elástica, en mi ranura. Luego, tal y como la hace desde algún tiempo, baja y toca el timbre del apartamento del sótano. A pesar de que ha dejado todo el correo de la casa en la entrada, toca el timbre de los niños con resaca y cuando ellos atienden a la puerta ella entra.
A menudo cuando bajo a separar el correo tropiezo con el hombre del apartamento de en medio, justo cuando viene llegando de su turno de noche de taxista en la ciudad. Conduce toda la noche y parte de la mañana y regresa a dormir todo lo que le queda de la mañana, y la tarde completa casi hasta el anochecer, que es cuando despierta. Oigo su despertador sonar a las ocho o las nueve. Entonces empieza a beber y blasfemar y prepararse para su turno, que empieza pasada la medianoche. Sigue bebiendo también en el taxi y para cuando vuelve por las mañanas suele lucir igual de fatal que los niños con resaca, o peor aún. Cuando me tropiezo con él en el vestíbulo le ofrezco su correo, y entonces sus manos están demasiado ocupadas, con su botella y la pistola que guarda bajo el asiento mientras maneja el taxi. Me pide que le sostenga la pistola mientras le echa un vistazo al correo que le entrego, y después saca las llaves y abre la puerta de su apartamento. Una vez abierta, me pide la pistola y entra. El correo de los niños con resaca me lo llevo arriba a mi apartamento.
Vivo en el terror de parar un taxi una noche en la ciudad y descubrir que mi chofer es el vecino del apartamento de en medio.
Nunca veo a la cartera salir del apartamento del sótano, pero debe hacerlo en algún momento y seguir su ruta. Simplemente, nunca la veo salir.
Esta noche los niños con resaca hicieron una fogata en el patio. Quizás a ello se deba que sus bolsas de basura estén tan exclusivamente grasosas y húmedas. Han estado reuniendo papel y cartón para la fogata. La fogata tiene varios pies de perímetro y una altura muy impresionante. Puedo ver periódicos arder, pósters, lustroso papel color carne arrugándose en las llamas. Enseguida veo que han empezado a apilar sillas rotas y estantería y otras cosas, vasijas de plástico o cerámica de su cocina, y las arrojan al fuego. Los niños con resaca bailan riendo en un círculo en torno al fuego, con botellas en sus manos. Encienden habanos y los fuman mientras bailan y cantan en torno al fuego. La cartera está con ellos en el patio, bailando también. No sé si es que estuvo todo el día con ellos en el apartamento, o si regresó.
Espero que no haya quemado el correo.
El despertador del hombre del apartamento de en medio suena mientras miro por la ventana del fondo a la torre de llamas, que se alzan muy alto ahora sobre las cabezas de los niños con resaca.
El correo para los niños con resaca es todo avisos de cobro y ofertas de tarjetas de crédito, y me dedico a clasificarlo, haciendo dos montones: avisos de cobro, ofertas de tarjetas de crédito. Tengo dos montones inmensos. El único correo que los niños con resacas aceptan son los regalos gratis que llegan a veces, cintas de video o CDs o CD-ROMs que llevo abajo y dejo frente a su puerta.
Los niño con resacas nunca me han invitado a entrar.
Sospecho que los niños con resaca se están templando a la cartera.
La basura sigue sin recoger en el bordillo. Puede que hoy sea un poco conocido día de vacaciones de la basura, una ocasión patriótica o cívica que nadie celebra, ni siquiera el vecino de al lado.
El humo de la fogata entra por mis ventanas del fondo, así que las cierro.
Los niños con resaca han empezado a dar mi número telefónico cuando llaman los recaudadores. Me ocupo de estas llamadas por ellos, explicando lo mejor que puedo, tratando de evitar cualquier malentendido.
Los recaudadores despotrican y echan chispas por la línea. Soy paciente con ellos, los escucho, los apaciguo del mismo modo en que se hace con un niño. A veces, esto lleva horas, pero he decidido que es lo menos que puedo hacer.

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las historias de Drew Barrymore

1. Estaba montado en el elevador de un hotel de Londres con Alfred Hitchcock y Drew Barrymore. Alfred Hitchcock dijo: “¿Creen que ya he abierto la caja de chocolates envenenados?” Aunque yo sabía que solo se trataba de una de las bromas de Alfred Hitchcock para hacerse el bobo, me puse nervioso. Drew Barrymore sonrió y rió, tan contagiosamente que no pude evitar reír yo también. Ella dijo: “Saqué los chocolates envenenados y los reemplacé por chocolates rellenos con simpatía y afecto”. Hasta Alfred Hitchcock se echó a reír en ese instante.
2. John Coltrane y Miles Davies y Drew Barrymore y yo estábamos en el backstage de un club nocturno de Chicago. Miles Davies estaba regañando a John Coltrane por haber tocado un solo de veinte minutos. Yo trataba de pasar inadvertido. Drew Barrymore cogía chocolates de una caja que un admirador le había enviado, mordisqueando algunos para examinar el relleno. John Coltrane dijo: “No sé como dejar de tocar”. Miles Davies dijo: “Solo sácate la maldita trompeta de la boca”. Drew Barrymore dijo: “O, si quisieras, podrías comenzar a tocar muy bajito, hasta que estés tan callado que los demás puedan tocar por encima de ti”. Miles Davies dijo: “Eso estaría igual de bien, sí”.
3. Ernest Hemingway y Howard Hawks y John Coltrane y Drew Barrymore y yo estábamos poniendo de carnadas en nuestras cañas de pescar chocolates rellenos de whisky que un admirador le había enviado a Hemingway. Yo trataba de hacer café en un hornillo de keroseno. Howard Hawks le dijo a Ernest Hemingway: “Apuesto a que puedo hacer una buena película de tu peor libro”. Ernest Hemingway dijo: “¿Cuál es ese libro?” Howard Hawks dijo: “Ese pedazo de mierda conocido como Tener y no tener”. Drew Barrymore dijo: “¡Miren allá!” Todos nos dimos la vuelta, y Drew Barrymore empujó a Howard Hawks fuera del bote.
4. Gertrude Stein y Jack London y F. Scott Fitzgerald y Jack Kerouac y Truman Capote y Drew Barrymore y yo estábamos en una gran bañera de agua caliente al aire libre en Sausalito, jugando un juego de borrachos llamado ¿Cuál es tu secreto? Gertrude Stein dijo: “Pequeñas audiencias”. Truman Capote dijo: “No es tu turno, Gertrude, es el de Scott”. F. Scott Fitzgerald dijo: “No hay segundos actos en las vidas norteamericanas”. Comencé a preguntarle si quería decir que las vidas norteamericanas saltaban directamente al tercer acto, pero los demás me ignoraron. Jack London dijo: “Si pones cáscaras de huevo en el café molido, le saca el ácido al café y sabe mucho mejor”. Jack Kerouac murmuró algo que nadie pudo entender, y Truman Capote dijo: “Eso no es escribir, Kerouac, eso es mecanografiar”. Drew Barrymore salió de la tina de baño y se puso su bata y dijo: “¿Alguien quiere chocolate caliente en vez de café? No tengo cáscaras de huevo, pero tengo dulces de crema”.
5. Estaba corriendo en el maratón de New York con Lawrence Olivier y Dustin Hoffman y John Coltrane y Drew Barrymore, solo Lawrence Olivier conducía una moto amarillo-banana. Drew Barrymore aceptaba tajadas de naranjas y vasitos de papel con ChocoMilk que le daban las multitudes frente a las barreras policiales y se reía contagiosamente, pero Dustin Hoffman y John Coltrane y yo estábamos muy cansados como para contagiarnos. Cuando cruzamos el puente Koskiosko rumbo a Long Island City, Dustin Hoffman lucía muy mal y a mí me preocupó que no pudiera terminar la carrera. Lawrence Olivier dijo: “¿Qué ocurre?” Dustin Hoffman dijo: No dormí en toda la noche porque quería que esta escena luciera realista”. Lawrence Olivier dijo: “¿Por qué no tratas de actuar, chico?” Miramos a Lawrence Olivier como si fuera un imbécil. Drew Barrymore dijo: “Conozco un atajo”. Dustin Hoffman dijo: “¿Para actuar?” Drew Barrymore dijo: “No, un atajo” y señaló más allá de las barreras policiales a nuestra izquierda. Todos giramos la cabeza y cuando volvimos a mirar ella ya se había ido.


(traducción de michel encinosa fú)














replay

michel encinosa fú
(de la habana, de 1974)
fast-fú
sobras

Todo buen lector, así como todo buen narrador, sabe que la realidad engendra la ficción. La vivencia es el combustible de la imaginación, y la creación literaria no es más que un resumen de influencias, de información digerida a corto o largo plazo.
Sin embargo, todo buen narrador, que sea a la vez buen lector, así como también buen filósofo, agregará que la ficción, tras ser engendrada por la realidad, engendra esta a su vez. Los papeles se invierten continuamente. La realidad y la ficción constituyen un binomio de mutuo canibalismo.
Así pues, vivimos en un mundo cuya realidad ha sido construida a base de ficciones, y cuyas ficciones han nacido de realidades engendradas por otras ficciones.
(…)
Cada cual impone a su lectura sus propios límites de credulidad, impuestos por su propio sistema de la realidad. Hay quien no soporta bien las agresiones, o mejor dicho, las transgresiones, a su sistema.
Pero sin transgresión, no hay literatura. Transgresión estética, ética o moral, geográfica, histórica, gramática, psicológica, física, social, ideológica o política, del tipo que sea. Sin transgresión lo que nos queda en las manos es un texto conformista, apegado al consenso, sin la virtud siquiera de la pena de Sísifo o la gloria de Aquiles.
(…)
Una historia sin transgresión es una historia vacía. No es más que la clonación de lo cotidiano, trátese de lo cotidiano presente, pasado, o incluso futuro. Un relato que no implique una intervención del lector, una postura a adoptar, o al menos un retazo de interés, jamás será un relato verdadero. Todo lo más, una composición todo lo bien gramaticalmente construida que se quiera, pero nunca un relato.
(…)
Salimos. Llegamos. No importa a dónde. Hacemos lo mismo de siempre. Sea eso lo que sea. Terminamos como de costumbre. No hay muchas variaciones. Cerramos los ojos. Mañana será otro día. El mismo día. La misma noche. Ad infinitum y nada de más allá. No hay un más allá. El momento es lo que importa, y en un rapto de lucidez y sinceridad, te confieso que a veces creo que hasta el mismo momento me lo estoy perdiendo. Pero sabes qué, en el fondo no importa. He tenido tantos momentos.
(…)
Qué vida.

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coge tombón

Estoy anidado aquí, en el techo de la vieja tienda, esperando que se asome algún cabeza de arco iris. Anoche, cuando estábamos viendo el capítulo MCCLIX de la holonovela "Miénteme otra vez" del Canal 3083 Para Ti, empezó la tracamundana vigueta por allá afuera y no paró hasta que salió el sol. Mi madrastra dice que así no hay quien vea ninguna holonovela de la puñeta y que tampoco se puede dormir, y eso es verdad. Por eso me mandó a que me posara aquí hoy y me dio la mazorca de papá, una mazorca Kildeman cargada con explosivas que mi viejo trajo de contrabando, después de batirse en las calles de Dublín como buen infante raso de Ejército-Policía contra las legiones urbanas del Ultimo Jihad. Mi viejo se arrimó a una cabaretera de Asimov Town, en la Luna, con una maleta llena de ropa, su saxofón y la pecera, y nos dejó un cesto lleno de calcetines rotos y sucios, sus medallas en una cajita forrada con papel de regalo, y la mazorca con veinte cajas de municiones. Suficiente para iniciar otra guerra mundial, si a alguien le interesase. Ahora las guerras son a escala Liliput. A nivel de distrito, de ciudad, de barrio... Cómo ésta. Ahí asoma uno. Le apunto bien, porque no quiero errarle. Tengo que ganarme un poco de respeto, Falia siempre me lo dice. Okey. Te tengo bien en la mira. Coge. ¡TOMBON!
Este retroceso es bestial. Y también el ruido que mete el chisme. ¿Lo tumbé? No pienso bajar a averiguarlo. Capaz que me cojan y me sodomicen. No sé qué será eso, pero Falia usa la expresión como lo peor del mundo. Yo quiero a Falia mucho más que a Madrastra, aunque sea Madrastra quien gana lo que nos comemos los tres. Y creo que Falia me quiere más a mí que a ella también, porque no le dice "mamá", sino "Madrastra" igual que yo, aunque sea hija suya de verdad. Pero no es hija de mi papá, no. Mi mamá se murió cuando yo era un peque, y Madrastra vino con Falia a vivir con nosotros.
¡Anda! Ahí sí que está caliente. Desde aquí los pillo que ni pintado. Diez de este lado y diez del otro, parapetados detrás de neumáticos y vigas, tan cerca entre sí que creo que pueden contarse los mocos unos a otros, y disparándose. Fogonazos, fogonazos. Divertido, como uno de esos juegos de guerra virtuales que me traía papá del Sector Europa cada vez que lo desplegaban para allá. Pero yo no estoy aquí para mirar, sino para tirarles de cuando en cuando y enfriarlos un poco, a ver si no hacen tanta bulla y dejan dormir en paz a Falia y a Madrastra. Ahí les va. Cojan TOMBON TOMBON TOMBON.
Ay, que me duele de reírme. Salieron como cucarachas, mezclados entre sí, atropellándose. Oye, el disparo de una mazorca de éstas es como una granada de piña, de las que usan los antimotines de castigo en el Medio Oriente. Esos infelices de allá abajo no cuentan con nada como esto. Cuando más, revólveres caseros, cócteles Molotov, algún que otro subfusil, y las sempiternas navajas. Deben estarse comiendo el hígado, cada bando seguro de que el otro ha conseguido artillería de verdad. Jamás imaginarse que soy yo desde aquí arriba, sin tener intereses en el lío. Mi mazorca no mete fogonazo, y en estos callejones con tanto eco hay que ser un hacha bien avisado y cumplido para ubicarme por el TOMBON. Ahí van dos corriendo a la descampada. Se creen rápidos. Cojan TOMBON TOMBON. Listos. El tiroteo empieza otra vez, pero más allá. No es tanto ruido. No como para que moleste a Madrastra, así que me desentiendo. Lo mío es lo que se llama las inmediaciones inmediatas, dos cuadras a la redonda. Como si el mundo se acaba fuera de eso. No me hace cráneo.
Con lo tranquilos que estábamos aquí antes. Un barrio con una casa habitada de cada cinco, y la mitad de los edificios demolidos, o convertidos en solares, puras ruinas. Y una noche un par de pandillas tribales deciden meterse aquí a raspar sus caprichos. Falia dice que es más que eso. Dice que los Barrios del Oeste están creciendo en crédito, dentro de unos meses van a dar la patada de platino, este barrio se convertirá en un punto de mediocamino favorecido al no estar bajo el dominio de ninguna Familia, y la pandilla que rija el terreno podrá cobrar bueno en tarifas de aduana a los que vayan o vengan por la ruta al Oeste. Eso dice ella. Yo no sé, la verdad, porque no soy muy listorro que digamos, pero debe ser así como Falia lo dice porque ella es muy inteligente y una vez ganó un premio de Corporación Consumo, en un concurso de historia del refresco enlatado. Cuando a cada rato la veo así, cabizbaja y con los ojos medio que nublados, es porque se acuerda y se pone triste. Yo la quiero mucho. A veces viene a dormir para mi cuarto, se acuesta a mi lado y me deja abrazarla con las manos metidas por debajo de su camisón. Es de lo más raro. Pero me gusta. No obstante, nunca me deja ir a dormir a su cuarto porque dice que yo soy muy escandaloso y Madrastra se va a despertar y venir a ver que es lo que hay, y si nos coge ya tú sabes. Madrastra tiene el sueño fino, se levanta muy temprano, agarra calle y no regresa hasta que el sol empieza a caer. Machaca de camarera en una taberna del Barrio Melaza por Dentro, y siempre llega echando pestes sobre las asquerosidades que según sus palabras tal parece que se dan silvestres como los frutos en los árboles, igual que en los documentales del Canal 599 Artemis Ayer, no sé, nunca he visto un árbol de verdad así delante de mí, y si voy a ser sincero, creo que nunca ha habido uno sólo por todo esto. La taberna queda a diez kilómetros de casa y Madrastra siempre va y viene a pie, porque dice que el sub de esta parte de la ciudad sólo lo usan los perdidos, y que en las calles no puedes confiarte de nadie que te ofrezca un aventón así sea Papá Noel. Eso es lo que ella dice, todo el tiempo.
Espérate, que ahí hay uno. En la esquina. Le veo la sombra, y la cresta asomada por el bordecito. Vaya uno a saber, las dos bandas usan el pelo en crestas multicolores y se visten igualito. No me imagino qué carajo harán para reconocerse entre ellos. Todos los tribales son así. Es la moda, parece. Mirando bien, se parece a la onda del locutor nuevo del programa "Tu noche alegre" del Canal 911 Locote Vil. El tipo está meando. ¿Y qué? Es uno que ahora se está quieto, pero que a lo mejor dentro de cinco minutos se pone a soltar plomazos en los bajos mismos de la casa, y Madrastra va y se despierta con soberana seriedad y la coge conmigo o con Falia. Desde hace días le ha dado por eso. Y no va. Así que coge TOMBON, so meón. Chao chao.
Dice Falia que Madrastra está cada vez más histérica y sensible porque nunca le ha descargado a las drogas ni al alcohol, que a su edad se nota la carencia de esas tan necesarias panaceas de la juventud, y que ya es tarde para que empiece. Já. Como si a Madrastra se le pudiera ocurrir empezar a volarse como un zapato. Cualquiera menos ella. Antes cruza por este cielo una paloma.
Yo he probado algunas cosillas, porque Falia hace tráfico con un vecino con un cable tendido de ventana a ventana, a escondidas de Madrastra. El vecino le pasa paqueticos donde hay de todo. Dice Falia que es material barato y cochino, y me cuenta de lo que solía conseguir cuando ella y Madrastra vivían en Helsinki, pero a mí me da igual. Es riquísimo. Sobre todo los alucinógenos, en tabletas, dermos, cigarrillos o lo que sea. Me encanta ver visiones. Empiezo desde temprano en la mañana, para que cuando Madrastra regrese por la noche ya se me haya pasado, y hay días en que no como ni nada, en vuele y vuele vuele. Sabroso de verdad. A veces me pongo a pensar y la verdad no sé lo que hace Falia para que el vecino le dé los paquetes. Debe pagarle de alguna forma, no sé cuál. Nunca me deja ver cuando hace el negocio. Usa la ventana de la cocina. Una vez me asomé, escondido detrás de la nevera y la vi de espaldas a mí, erguida en su sillón, sosteniendo con las manos su camisón abierto de par en par. Y en la ventana de allá, el vecino, un viejo flaco y arrugado, con los ojos como platos, sudando a chorros, con las manos metidas en el pantalón y un dale para aquí dale para allá de lo más gracioso. No entendí nada. Ni me importa, mientras haya para gozar. Asuntos de Falia, no me meto y punto. Total.
Ahí van tres, sigilosos. Uno lleva un subfusil, seguro que es un lugarteniente. Y por allá vienen tres más, a encontrarse con ellos. Se gritan algo, muestran las armas y salen todos a descubierto. Conversan. ¿Tregua? Ríen, se dan las manos. Ah, no, eso no. Cojan, los seis, TOMBON. Quedaron. Se jodió la tregua y bien.
Sí, porque es muy lindo que se pongan de acuerdo y olviden el alboroto, pero dice Falia que si se amistan entonces van a jodernos a los del barrio. Y Falia sabe lo que dice, siempre. Por eso mismo, a la mierda la tregua. Que se maten entre ellos, o que se larguen. A joder a otros.
Los vecinos de por aquí prefieren quedarse al pairo. Yo, la verdad, haría igual, a fin de cuentas los tiroteos a mí me dan igual ocho que ochenta, y si esto se convierte en un puntomedio veré pasar a mucha gente de otros Barrios importantes, en sus limosinas y con sus guardaespaldas. Pero si hago lo que hago es porque Madrastra me dijo que lo hiciera y qué remedio, y porque a Falia sí le molestan los tiroteos. Mi mazorca mete una bulla preciosa, okey, pero es preferible un TOMBON de vez en vez, que un pum zing bang bang boom ping bong bang pum pum. Digo yo.
Ahí tienes. Me eché a seis de un golpe, y enseguida saltan cincuenta de cada lado, bien escondiditos que estaban, a comerse a tiros, navajazos y puños con manopla. Adiós, tranquilidad. Ahí voy. TOMBON TOMBON TOMBON TOMBON TOMBON.
Se dispersan, en el colmo del pánico. No saben ni de qué huyen. Han quedado como treinta allá abajo, estiraditos y quietos. Si pudiera bajar por la mañana y registrarlos, traería una cantidad de collares, anillos, aretes y talismanes que no cabrían en la cajita de medallas de papá, escondida bajo mi cama. Pero no puedo bajar. Madrastra nunca me deja salir a la calle. No le gusta.
Cuando único salgo es cuando voy con ella a la iglesia los domingos. Es un edificio que se cae solo, y el templo lo tienen a siete niveles bajo el asfalto. Madrastra nunca falta un domingo a la iglesia. Es como un show. Una pila de gente sentada en filas, y un tipo en batilongo viene y se pone a hablar, a recitar, a cantar, a gritar y casi se arranca los pelos cuando se emociona. Detrás del tipo hay una cruz con un infeliz clavado en ella. Dicen que ése de la cruz es el padre de todos nosotros, pero eso no es verdad, porque yo conocí a mi papá y tengo su misma nariz de gancho. Y dicen otras cosas, que si el espíritu, el cordero, alguien abriendo un mar con un batir de palmas, un día que llovió y el mundo entero se inundó... Coño, prefiero a Baba-Yaga y al Rey Mono. Lo me toca es lo que dicen del pecado. Y del Infierno. Da miedo, la forma en que lo dicen, con un misterio de tres pares de hemiciclos. Hablan del camino de la luz y del camino de lo oscuro, de cómo es el infierno, y todo eso me pone la carne de gallina. Hablan de quiénes van a parar a él, y eso es lo que más miedo me da, porque por lo que he sacado en claro, y si te pones a ver, yo me merezco el infierno. Quisiera tener lo que otros tienen, todas las drogas del mundo para mí solo, y digo malas palabras todo el día. Las otras razones para ir derechito al infierno no las entiendo bien, pero creo que con esas tres basta. Ah, y le digo mentiras a Madrastra cada cinco minutos. Por cierto, Madrastra, si la vieran en la iglesia, tensa, sin perder palabra, llorando, las manos en manojo de nervios, haciéndose sangre en las palmas con las uñas. Y después, al regreso, me repite letra a letra todo lo dicho por el tipo del batilongo. Y añade que la casa es mi lugar, que allí estaré a salvo de todo pecado, puro y luminoso, que el mundo es una babilonia, sea eso lo que sea, y bla bla bla. Casi no la escucho, porque vengo pensando en el infierno, en lo malo que es y que no quisiera ir a parar allí. Y por eso todos los domingos son tan jodidos, porque llego a casa sin ganas de comer ni de volarme, y hasta que me duermo sigo pensando en el infierno, y hasta sueño con él.
Dice Falia que a ella el infierno no le preocupa, y le creo, porque ella sabe lo que dice, pero yo no soy ella, y a mí sí me preocupa. Por eso la quiero tanto también, porque si no va a ir al infierno es porque es pura y luminosa de verdad, no como yo, que estoy lleno de pecados y no tengo salvación.
A veces odio a Madrastra, por haberme metido todo este miedo en el cuerpo, y quisiera no haber escuchado jamás hablar de todas esas cosas tan horribles. Si me toca, me toca, okey, pero preferiría no comerme el hígado de antemano. Sí, la odio. Una vez le propuse a Falia que nos escapásemos de la casa, que yo la podía cargar a ella y saldría corriendo, tengo las piernas fuertes igual que papá. Nos iríamos a cualquier Barrio a probar suerte. Pero Falia dijo que no. Cosas suyas. Y yo sin ella no me voy a ninguna parte. A lo mejor un día se decide. Ojalá. ¿Quién sabe? En las holonovelas hay mucha gente que sale de la mierda y sube en el mundo. Éxito, dinero, fama. ¿Sólo sueños?
¡CARAJO! ¡Picó cerca! ¿Me habrán descubierto? Sí, coño, ahí hay dos, asomados en aquel alero. Cojan TOMBON TOMBON ustedes. Sabroso. ¡Huy! Eso fue una ráfaga de subfusil. Mejor me meto detrás de estas cajas. Ahí vienen unos. TOMBON TOMBON. Jódanse. Quién los manda a meterse conmigo, a molestar el sueño de Falia. Cojan TOMBON TOMBON y más TOMBON. Ahí. Sufran. Porque ustedes sí que se van de cabecita al infierno, igual que yo. Y cuando nos encontremos allá abajo yo tendré la pasta de decir que conozco a una que le toca estar arriba, donde hay luz, y que ella me quiere y yo la quiero, mientras que a ustedes no los quiere nadie. TOMBON TOMBON TOMBON. Gocen. Aquí tengo munición para cargarme a mil de ustedes. Y a diez mil también.
Ojalá Falia pudiera subir a ver cómo me estoy batiendo. Pero no. Falia nunca sale de casa. No puede. Lo que yo quisiera es tener mucho dinero algún día, para comprarle un sillón de ruedas con ordenador piloto y giróscopo, o un arnés de aire para que flotase a donde le viniera en gana. El sillón que tiene es del año de la nana y está todo oxidado, y cruje y se traba. Da grima. O comprarle un par de piernas sintéticas. Ahí sí. A veces llora, y yo sé que es porque se acuerda. Fue un accidente en skycar, el carajo y el correcorre, y los médicos decidieron amputar a mitad de muslos. Si me pasara lo mismo a mí, no sé lo que haría. A lo mejor tirarme de cabeza desde este mismo techo, para atravesar el asfalto y llegar al infierno sin tanto preámbulo. Pero ella no lo hace, ella es pura y luminosa. No como yo, que soy un suicida comemierda, y los suicidas nos vamos al infierno. Certificado.
¡Coge TOMBON tú también! ¿Cogerme de espaldas a mí? Ni sueñes, palomo. Ya le cogí el gusto a esto, así que voy a seguir aquí mismo hasta que amanezca, volando en pedazos a la mismísima madre de dios si se me para delante. Pero al hilo, no sea que me vuelen a mí. Y eso no va. No, porque mañana es mi cumpleaños, cumplo los trece, y Falia prometió que cuando Madrastra se fuera a trabajar me iba a hacer un regalo sorpresa en su cuarto. Me lo dijo con un guiño, un pellizco en la mejilla, y dijo también que no le hacía un regalo así a nadie desde el accidente. No me imagino qué diablos pueda ser. ¡Hey! Sí, tú, que me estás apuntando con esa cosa, no te me hagas el pedante. ¿Con qué tú cuentas para estropearme, chico? A ver, sonríe. Coge TOMBON.

●●●

cuando sales del agua

Bajo el colchón tengo una agenda llena de versos, un cepillo de dientes y un peine. A veces, si se descuidan al llevarse la bandeja, logro quedarme con la cuchara. Ya tengo once cucharas bajo el colchón. Sé que es estúpido.
También tengo los tenis bajo el colchón. Eso no es estúpido. Aquí cualquiera mete la mano donde no le toca. Son unos tenis caros, material del bueno, con suelas pegadas y cosidas. Los compré en una rebaja milagrosa. Me van a durar veinte años.
Van a durar veinte años.
Me los ponga yo o no.

Aria tiene la piel ya gastada entre la nariz y el labio, le arde y no deja de restregarse. Juraría que hace horas dejó de llorar. Aria está sentada en un sillón sin brazos, en un rincón del cubículo, a solas con la caja.
Nadie llega aún. Aria no quiere que lleguen, porque se está durmiendo, y supone incorrecto que la vean roncar en un momento así. En esas viejas del cubículo de enfrente se comprendería; la edad, la tensión del corazón débil... Pero Aria sólo tiene dieciocho años, y un corazón de yegua. La vida es injusta.
Aria extraña los sillones del hospital, donde se hacía un ovillo. Quisiera descabezar diez o quince minutos, pero como no sea acostada sobre la caja... A él le encantaría. Macabro y esnobista cómo él solo. Bueno, ahora está estirado dentro de una, y para siempre.
O hasta que pasen los dos años en la fosa, y lo saquen de ahí. ¿Adónde los llevarán después? Aria no está segura. Nadie se lo ha dicho nunca. Tío siempre se encargó de los muertos en la familia, y luego pasó la misión a Tía. Aria sabía que su herencia de derechos y deberes llegaría alguna vez. Sólo que no tan pronto.
En el cubículo de enfrente hay una niña con cara de susto, alguien la debe haber regañado. ¿Qué espera la gente de un niño en un velorio? ¿O en un hospital? Aria recuerda la cantidad de niños que había en el hospital. Los acompañantes salían a resolver los asuntos de la calle y la casa, y los propios pacientes cuidaban a los niños. El corazón de la gente suele estirarse cuando hace falta, piensa ella, pero mi corazón ya no puede estirarse más. Tengo que recogerlo. Ha llovido demasiado, todo un ciclón. Tengo que quitarlo del balcón, exprimirlo, plancharlo para que se seque, y luego doblarlo y guardarlo bien. No lo puedo dejar a secar al sol porque, ¿quién me garantiza que haya sol? Y no voy a esperar el próximo ciclón. Ni loca, ni arrebatada. Que se mojen los demás. Yo he tenido bastante.

El de la cama de enfrente se pasa el día leyendo la Biblia. El de la cama de al lado, a Tólstoi. Por la cama de la esquina han pasado ya seis, y ninguno leía. Los traían en camilla, con cara de estúpidos por la anestesia, y se los llevaban en camilla igual, pero con la cara tapada.
Todas las camas rechinan, menos ésa de la esquina.
Yo leo, a veces. Muy Interesante. Cien años de soledad. Oigo radio. Es chiquito, y me lo pego al oído para no molestar. El toma está en el baño. Si me quedo dormido oyendo radio, por la mañana me despierta la señora del palo de trapear, enredada con la extensión. Una vez le metió un tirón de bestia, y me tuvo una semana sin radio.
Entonces empecé a quedarme con las cucharas. Sí, porque la misma señora es quien nos alimenta. Exprime la colcha, se acomoda las tetas, y a repartir comida. No sé si le habrán descontado las cucharas del salario. No me importa. Tampoco creo que cuesten mucho, son de lata. Si me remuevo las oigo sonar por allá abajo, entre el colchón y el bastidor. Un día me van a descubrir. Deja ver si esta noche logro quedarme con otra. La cosa emociona. Lo mismo pudieran ser mensajes secretos, o componentes de una pistola automática. De niño, siempre quise ser espía.

Aria cuelga el teléfono. "Ya vamos saliendo, pero tú sabes, a esta hora, ¿por qué no lo trajiste a la funeraria del barrio, dónde tienes la cabeza, niña de mi alma?"
Aria ya no tiene cabeza, y sobre el alma no sabría qué decir. Desde hace cinco horas, sólo ha sabido responder "sí sí sí" a todas las preguntas y poner su firma en los papeles. Recuerda haber estado antes en esta funeraria. El familiar de algún amigo. Algún amigo importante. Aria no recuerda cuál.
Café. Lo que necesita es café.
Un baño caliente.
Dormir.
Despertar.

Hoy Aria trajo un pececito en un naylon con agua. Si la dejo me llena la cama de macetas con helechos y jaulitas con hámsters.
Después del almuerzo intenté echar una siesta. Intenté. Imposible con Aria mirándome así. Ni aunque me vuelva de espaldas. Siento su mirada en la nuca.
El pececito está de lo más feo. Tiene cara de imbécil.
Y no hace más que mirarme.
Igual que Aria.

El ventilador no funciona. Tampoco las ventanas. Ni las puertas.
Ya empiezan a llegar. Amigos, familiares. Por ahí viene la mamá:
—Te traje pizza, y refresco —mira la caja—. Ay, dios mío, coño.
Por ahí viene el papá:
—Se fue sin llorar, ¿verdad? En esta familia nunca han llorado los hombres... —le echa su aliento a ron en la cara—. ¿Y tú por qué carajo no estás llorando?
Y por ahí vienen los tíos, y las tías, y los primos y las primas, y los titulares del Industriales y los terroristas árabes y los héroes animados de la Warner Bros..
—Pobrecita, ahora está sola... —dice una tía.
—Quisiera haberle prestado la moto cuando me lo pedía —dice un primo.
—Eres despreciable —dice Duffy Duck.
Aria coge la pizza y el pomo de refresco, y de repente se los tira a la caja. El pomo rebota. La pizza se pega en el costado, y resbala hasta caer al piso.
Todos la miran así, así, pero no dicen nada.
Ojalá dijeran algo.
Ojalá alguien dijera algo.
Alguien, algo, cualquier cosa.

Hoy me pasaron para la cama que no rechina.
Nos explicaron por qué, boberías administrativas, no entendí nada.
Aria está hablando de cuando salgamos de aquí, de las últimas películas, de lo bien que salió el parto de no sé quién. Me saca de quicio.
En mi cama vieja hay un gordo. Se va en diarrea. Así estarán mi peine, mi cepillo de dientes y mi agenda. Y mis tenis. No los voy a reclamar. Capaz que encuentren las cucharas, y ya tú sabes. Cuando Aria se pone regañona no hay dios que la aguante.
Pero hoy está cariñosa como nunca. Del carajo.
Si saliera a merendar por ahí.
Si me dejara solo un rato.
Qué más quisiera yo.

Aria está desterrada a otro rincón, con dos primos guardianes. Basta de papelazos en noche de difuntos. Alguien le acaricia la cabeza. Alguien le habla.
Aria mete la cabeza entre las rodillas. Alguien le advierte que no haga eso, porque puede vomitar. A Aria no le importa. Ojalá vomitase la comida hipotética, y todo lo demás. En especial, todo lo demás. Ojalá pudiese virarse al revés como una media, y desmayarse como en las películas y no saber nada.

Mi vecino de cama está operado de apendicitis. Sale mañana. Me cuenta que vivió quince años en el norte, y que presenció, una vez, una ejecución.
"El tipo sentado, con la cara tapada, y por allá atrás bajan la palanca. Los de adentro se marearon, por el olor, me imagino, a carne quemada..." Mi vecino saca una lima de uñas. "Mira, yo te digo, ver morirse un hombre es del carajo".
Se da lima y lima, se mira y remira las uñas.
"Del carajo. Ver cómo se muere un hombre es lo más feo del mundo".
Guarda la lima y me pregunta:
"¿Y tú por qué estás aquí?"
Cruzo los brazos bajo la cabeza. El techo está lleno de telarañas.
"Lo mío no es apendicitis", respondo, y me echo a reír.

Aria levanta la cabeza. Ya vienen a llevárselo. Desfile ante la caja. El papá la aguanta por el hombro, pero ella se libera y avanza. Con ese cristal, es como una pecera. Alguien duerme ahí dentro, rodeado de peces y burbujitas. En cualquier momento el agua va a reventar la caja, y el mundo quedará inundado por peces y burbujitas. Y el que duerme, despertará y se pondrá en pie, chapoteando, y le dará la mano, y se irán juntos, como siempre, muy juntos.

Le pregunto a Aria sobre qué estuvo hablando con el médico en el pasillo. Me dice que nada importante, algo sobre películas y partos. Le digo que yo sé muy bien de qué estuvieron hablando. Me dice que yo no sé nada. Le insisto en que sí sé. Me grita que si lo sé entonces no le hable de eso, que ella no quiere saber. Le digo que es una estúpida, y me dice que soy un estúpido. Disparo la mano, pero le doy al naylon del pececito.
Hace "plaf" contra el piso, salpica los pies de Aria.
Lo miramos hasta que deja de moverse.

Aria sale tras los demás. La caja no reventó. Ni salieron peces ni burbujitas.
La mamá insiste en que Aria vaya en el primer carro. Aria no quiere ir. No tiene sentido. Alguien la ayuda a bajar los escalones. Alguien le busca un taxi.
Aria se deja acomodar, y siente las pataditas dentro de sí.
Le da la dirección al taxista, y susurra: "No sé por qué te apuras, esta pecera más grande de afuera no te va a gustar".

Pero el taxista no entiende de peces y arranca a millón, porque ya es hora de merendar.






replay

frank o´hara
(de Baltimore, de 1926 a 1966)
Meditations in an emergency, 1955
Second Avenue, 1960
Lunch poems, 1964
entre otros


autobiografía literaria
Cuando era niño
jugaba en una
esquina del patio de la escuela
completamente solo.

Odiaba a las muñecas y
odiaba a los juegos, los animales no eran
amistosos y los pájaros
se alejaban volando.
Si alguien me buscaba
yo me escondía tras un
árbol y gritaba "Soy
un huérfano."

Y aquí estoy, ¡El
centro de toda belleza!
¡Escribiendo estos poemas!
¡Imagínate!

●●●

poema
La nota ansiosa en mi puerta decía "¡Llámame,
llama cuando entres!" así que rápidamente tiré
unas cuantas mandarinas en mi bolso,
enderecé mis párpados y hombros, y

fui derecho a la puerta. Era otoño
en el instante que doblé la esquina, oh todo
sin deseos de ser pertinente o entretenido, pero
¡las hojas eran más brillantes que la hierba en la acera!

Que raro, pensé, que las luces estén prendidas tan tarde
y la puerta abierta, ¿todavía levantado a esta hora, un
campeón de jai-alai como él? ¡Oh vergüenza!
¡que vergüenza! ¡Que anfitrión, tan celoso! Y él estaba

allí en el portal, tieso en una sábana de sangre que
corría por las escaleras. Realmente lo aprecié. Hay pocos
anfitriones que tan cuidadosamente se preparan para recibir a un huésped
solo casualmente invitado, pocos meses atrás.

●●●

poesía
La única forma de estar quieto
es ser rápido, así que te asusto
groseramente, o te sorprendo
con una puñalada. Una mantis
religiosa conoce el tiempo más
íntimamente que yo y es
más casual. Los grillos usan
el tiempo como acompañamiento para
ajetreo inocente. Una cebra
corre contra reloj.
Deseo todo esto. Profundizar
en ti con mi rapidez como si
fueras lógica y probada,
pero todavía quédate quieta como si
estuviera acostumbrado a ti, como si
nunca me abandonarías
y fueras el inexorable
producto de mi propio tiempo.

●●●

un desvarío
"Lo que querías te lo dije"
dije "¡y lo que me dejaste
lo cogí! ¡No te quedes parada
en mi cuarto haciendo llorar las cosas

más! ¡No voy a
destrozar el suelo o tirar
manzanas! ¡Al infierno con la radio,
que se pudra! ¡No voy a ser más

el monstruo en mi propia cama!"
Bueno. Al silencio
llegamos muy fácilmente; muy
opresivo. Las fotografías colgaban

de la pared con aburrimiento y
las plantas nos imaginaban a todos en
Trinidad. Yo estaba lleno con
ventanas. Corrí a la puerta.

"¡Regresa", grité, "por un minuto!
¡Dejaste tus zapatos nuevos. Y la
cafetera es tuya!" No sonaron
pasos. ¡Wow! ¡Que alivio!

●●●

interior (con jane)
El anhelo de los objetos para
ser lo que tememos hacer

no puede evitar solo a movernos ¿Es
esta voluntad de ser un motivo

en nosotros de lo que rechazamos? Las
cosas realmente estúpidas, quiero decir

una lata de café, un arete de 35
centavos, un puñado de cabellos, ¿que

nos hacen esas cosas? Entramos
a la habitación, las ventanas

están vacías, el sol es débil
y resbaloso con el hielo Y un

sollozo viene, simplemente porque es
lo más frío de las cosas que conocemos

●●●

mirando la gran jatte el zar lloró de nuevo
1
Camina por la alfombra azul. Es el fin del verano,
el fin de sus excursiones en el sol. Ahora
puede cerrar sus ojos como si fueran flores cansadas
y no sentir sentido del deber hacia el pasillo,
la búsqueda, los árboles; todos están en su semblante,
un retrato hinchado, un desierto pintado. Llora.
Solo a pocos pies de distancia la hierba es verde, la alfombra
que ve es hierba; y la gente se agarran unas a otras dentro
y fuera de las sombras allá, rientes y simétricas.

El sol lo ha dejado con los ojos abiertos y solo, histérico
por la nieve, la cama cegadora, el arma. "¡Flores, flores,
flores!", se burla, y los árboles esponjosos se llenan de ecos.
No puede, después de todo, trepar la pared. El tragaluz
está sellado. ¿Por qué? Por un cambio de estación,
por una remodelación de la casa. Se pregunta si,
cuando termine la música, no debería quitar
las cortinas, levantar la alfombra, y unirse a sus amigos
allá cerca del lago, ¡aquí mismo al lado del lago!
"¡Oh amigos del corazón!" ¡Y le darán la bienvenida
con sombrillas abiertas, dulces de higo, catapultas manufacturadas!
A pesar de la tarjeta que vino con la dirección de otro,
el pescador triste de Purvis, a pesar de su propia ignorancia
preciada y el mal temperamento de la gente, lo intentará!

2
Ahora, sentado en su silla carmelita de satén,
planea una comidita para sus amigos. ¡Mira eso!
El vapor levantándose de la cocina Pullman
llena de niebla todos los recuerdos de Seurat, el lago,
el verano, se acabaron por el momento,
más allá de los huéspedes, el jerez para cocinar y
la ginebra; tal es el paladar para conversación
esporádica y carne. Pero mientras el coctel
calienta sus hornos valerosos él deja
arder la cena, sus ojos se abren con
aguanieve, ¡como un torrencial de verano,
el lago y las voces! Va hasta
el espejo, negándose a ser cualquier otro,
y sus huéspedes observan las olas romper.

3
Debe enviar un telegrama desde el Palacio de Hielo
aunque sabe que los mujiks no leen:
"Si alguna vez encontrara a estos árboles llenos de significado
los tengo que tener a ustedes a mano. Como tal,
estiran dedos polvorientos hacia un cielo oscuro,
y la nieve observa como un semblante ensuciado
con lágrimas. ¿Debería gritar y ver lo que ocurre?
Solo podría haber un forastero vagando
en este paisaje, frío, desafortunado, él mismo
congelado rápido en ojos invernales." Rex explícito.




replay


extranjeros del cono sur
conversación entre rp (ricardo piglia)
y rb (roberto bolaño)


RB: Querido Piglia, ¿te parece bien si empezamos hablando de algo que dices en La novela polaca? "¿Cómo hacer callar a los epígonos? (Para escapar a veces es preciso cambiar de lengua)". Tengo la impresión de que en los últimos veinte años, desde mediados de los setenta hasta principios de los noventa y por supuesto durante la nefasta década de los ochenta, este deseo es algo presente en algunos escritores latinoamericanos y que expresa básicamente no una ambición literaria sino un estado espiritual de camino clausurado. Hemos llegado al final del camino (en calidad de lectores, y esto es necesario recalcarlo) y ante nosotros (en calidad de escritores) se abre un abismo.

RP: Cambiar de lengua es siempre una ilusión secreta y, a veces, no es preciso moverse del propio idioma. Intentamos escribir en una lengua privada y tal vez ése es el abismo al que aludes: el borde, el filo, después del cual está el vacío. Me parece que tenemos presente este desafío como un modo de zafarse de la repetición y del estereotipo. Por otro lado, no sé si la situación que describes pertenece exclusivamente a los escritores llamados latinoamericanos. Tal vez en eso estamos más cerca de otras tentativas y de otros estilos no necesariamente latinoamericanos, moviéndonos por otros territorios. Porque lo que suele llamarse latinoamericano se define por una suerte de anti-intelectualismo, que tiende a simplificarlo todo y a lo que muchos de nosotros nos resistimos. He visto esa resistencia con toda claridad en tus libros, y también en los de otros como DeLillo o Magris, que escriben en otras lenguas. Me parece que se están formando nuevas constelaciones y que son esas constelaciones lo que vemos desde nuestro laboratorio cuando enfocamos el telescopio hacia la noche estrellada. Entonces, ¿seguimos siendo latinoamericanos? ¿Cómo ves ese asunto?

RB: Sí, para nuestra desgracia, creo que seguimos siendo latinoamericanos. Es probable, y esto lo digo con tristeza, que el asumirse como latinoamericano obedezca a las mismas leyes que en la época de las guerras de independencia. Por un lado es una opción claramente política y por el otro, una opción claramente económica.

RP: Estoy de acuerdo en que definirse como latinoamericano (y lo hacemos pocas veces, ¿no es verdad?; más bien estamos ahí) supone antes que nada una decisión política, una aspiración de unidad que se ha tramado con la historia y todos vivimos y también luchamos en esa tradición. Pero a la vez nosotros (y este plural es bien singular) tendemos, creo, a borrar las huellas y a no estar fijos en ningún lugar. En estos días, estoy viviendo en California, en Davis, cerca de San Francisco, donde todo se entrevera, como sabes bien: los recuerdos del viaje al Oeste de la beat generation, con las novelas de Hammett, y los barrios paranoicos que describió Philip Dick conviven con la intriga de la cultura latina (en cada rincón de La Misión en San Francisco, en el Barrio invadido hoy por los jóvenes millonarios del Silicon Valley, hay una figura o una imagen, un mural, una taquería, una bodeguita que tiene más color local que todo el color local que pudo imaginar Lowry, borracho, al pasear por Cuernavaca). De modo que aquí por contraste me siento un escritor digamos italo-argentino (un falso europeo, otro europeo exiliado). No creo que existan esas categorías en las historias de la literatura (están los italo-americanos, claro, pero se dedican al cine). Para mejor, estoy leyendo a W. H. Hudson (Días de ocio en la Patagonia), otro falso argentino, un europeo que nació en Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, y se crió entre gauchos hablando de lo que fue seguramente una versión prehistórica del spanglish. Y que a la vez escribía, ya lo sabemos, una de las mejores prosas inglesas que se puedan encontrar. Mejor que Conrad, a veces, menos barroco, más nítido, una extraña versión de Conrad, no sólo por la calidad de su prosa, y porque eran amigos, sino porque Hudson estuvo siempre desajustado y solo y fuera de lugar, como el polaco. Pero me estoy extendiendo. Me gustaría saber qué estás leyendo en estos días.

RB: La última novela de Mendoza, La aventura del tocador de señoras, que me parece una novela muy buena. Pero permíteme que añada algo en relación a Hudson, un autor que leí muy joven. Yo creía entonces que Guillermo Hudson escribía en español y después de leer tres libros suyos me di cuenta de que escribía en inglés porque vi el nombre del traductor. No conozco bien la literatura argentina de finales del siglo XIX, pero tengo la impresión de que Hudson es uno de sus grandes prosistas. Algo similar ocurre poco después en Chile, con los primeros libros de Huidobro, que están escritos en francés. O con Rodolfo Wilcock, que acaba escribiendo en italiano. Hay como una especie de reflujo o de huida en algunos escritores, que los lleva a buscar, a instalarse o a indagar en una lengua menos adversa. Claro, éste no es el caso de Hudson. ¿Tú has leído a Mendoza?

RP: Me gustan mucho los libros de Mendoza, aunque no he leído la novela que estás leyendo. Es intrigante, es cierto, ese juego con las lenguas extranjeras y con las traducciones. Para mí, Hudson y Gombrowicz producen efectos raros en la literatura argentina porque hacen entrar una voz próxima, un fantasma familiar, que se mueve invisible en un terreno conocido. Hay una tensión entre lo que se lee en la lengua propia y lo que se lee fuera de la lengua materna. Y los traductores están en esa frontera. Me interesa mucho la vida de los traductores, son un molde extraño de escritor. Ligado a Hudson, estoy leyendo ahora una biografía de Constance Garnett, una mujer fantástica que se pasó la vida traduciendo a los rusos al inglés. Imagínate que tradujo todo Tolstói y todo Dostoievski y terminó, por supuesto, medio ciega, una viejita feminista, muy simpática. Casi todos los norteamericanos y los ingleses, de Hemingway a Forster, admiraban a Tolstói por medio de ella, aunque Nabokov la detestaba, claro que Nabokov detestaba a todo el mundo.

RB: Estoy completamente de acuerdo contigo en la importancia de los traductores. Lo que dices de Constance Garnett me recuerda de alguna manera a Consuelo Berges, que tradujo todo Stendhal al español y que se convirtió seguramente en la principal autoridad sobre Stendhal que existe en nuestra lengua. Sus traducciones son extraordinarias. También pienso en Javier Marías, que no es una viejita devota de un autor concreto, pero que tiene una traducción de Tristam Shandy, de Sterne, ejemplar. Pienso que tal vez personas tan disímiles como Garnett, Berges o Marías deshacen en el aire el problema que planteaba Pound, que sólo un gran autor puede traducir a otro. En este caso, sólo Marías es un gran autor; Berges y Garnett, desde la óptica tradicional, no lo son, aunque también puede ser posible, y yo me inclino por esta solución imaginaria, que tanto la viejita inglesa como la viejita española sean, y no en el fondo sino delante de nuestras narices, grandes autoras invisibles.

RP: Tendríamos que hacer alguna vez una Enciclopedia Biográfica de Traductores Inmortales (e invisibles), ¿no sería sensacional? La inversa de la Enciclopedia de Tlön, algo más bien cercano a Manganelli o a las biografías imaginarias de Marcel Schwob, pero detalladas y reales, una lista de oscuros personajes extraordinarios, escritores asalariados que escriben a tantos centavos por palabra, los únicos verdaderos profesionales de la literatura, los nuevos folletinistas, que viven dedicados a la literatura, pero como escritores clandestinos, mal vistos y mal pagados, los verdaderos malditos, siempre postergados, siempre ausentes, y que por eso mismo serán quizá los grandes creadores del futuro. Serían pequeñas historias extraordinarias. Cortázar, que traduce todo Poe en una pequeña pieza de un pequeño hotel en Roma; el gran Sergio Pitol, al que durante años admirábamos sólo porque había traducido a Gombrowicz; el extraordinario trabajo de Nicanor Parra, con el Lear de Shakespeare; Aurora Bernárdez, traduciendo Pale Fire. Tendríamos que conseguir un mecenas y dedicarnos a preparar esa enciclopedia infinita. Estoy seguro de que nos haría inmortales, y sería no sólo un acto de justicia sino una revelación y una versión cómica de la por sí cómica historia de la literatura. Hay mil ejemplos. Pienso por ejemplo en el general Bartolomé Mitre, que libró batallas múltiples y fue luego presidente de la República a mediados del siglo XIX y que se dedico a traducir La Divina Comedia.

RB: La Divina Comedia, ni más ni menos. Bueno, no se puede decir que no fuera pertinente. Y sobre lo que dices de Sergio Pitol, estoy totalmente de acuerdo. El primer libro de Pitol que cayó en mis manos fue una traducción suya de un escritor polaco hoy bastante olvidado, Jerzy Andrzejewski. El libro se llamaba Las puertas del paraíso y su argumento era el mismo que ya había tratado Marcel Schwob en La cruzada de los niños . Otro dato curioso: en mi ejemplar de La cruzada de los niños, el traductor dedica su versión de la obra a Julio Torri, que es un escritor mexicano rarísimo (o normalísimo, depende desde dónde se le mire) y que fue un hombre de una modestia yo diría que patológica y un gran escritor de textos breves. De alguna manera, Torri fue como el reverso de Alfonso Reyes, la brevedad ante la multiplicidad. Pero dejemos la literatura mexicana. A mí me interesa muchísimo la visión que tienes de la literatura contemporánea argentina, con esos cuatro puntos de referencia que son Macedonio Fernández, Borges, Arlt y Gombrowicz.

RP: Macedonio es un escritor excepcional, una especie de Marcel Duchamp de la literatura. Practica un arte puramente conceptual, interesado más en el proyecto que en la obra misma. En realidad, la obra no es otra cosa que el proyecto. Trabajó toda la vida en una novela que sólo era la idea de una novela que nunca se empezaba a contar y que estaba hecha básicamente de prólogos y de anuncios. Borges aprendió todo de él, sobre todo, la inutilidad de desarrollar un argumento que se puede resumir y contar como si ya estuviera escrito. Pensaba en Macedonio el otro día cuando leí que Eric Satie no abría nunca las cartas que recibía, pero las contestaba todas. Miraba quién era el remitente y le escribía una respuesta. Encontraron las cartas cerradas en un altillo y las publicaron junto con las respuestas de Satie. La correspondencia es fantástica porque todos hablan de cosas distintas y ésa, por supuesto, es la esencia del diálogo.

RB: Yo creo que las cartas de Satie muestran una cierta deferencia para con el interlocutor, es decir, no deja cartas sin contestar, pero el conjunto de la correspondencia más bien es una aceptación, razonable, eso sí, de la imposibilidad del diálogo, aunque también caben otras explicaciones, la más obvia sería la desconfianza de Satie en la palabra escrita, que me parece improbable pues Satie es uno de los músicos que más ha escrito. También existe la posibilidad de que Satie, conociendo a sus amigos, no considerara necesario abrir sus cartas, o lo considerara redundante. Es curioso, pero podemos encontrar más de una semejanza entre Macedonio y Satie, pero ninguna entre Borges y Satie. Y yo creo que esto se debe a que Borges no lo aprende todo de Macedonio, sino también, una parte importante, de Alfonso Reyes, quien lo cura para siempre de cualquier veleidad vanguardista. Macedonio es el riesgo, la audacia, el vanguardismo y el criollismo juntos, pero Alfonso Reyes es el escritor, la biblioteca, y el peso que tiene sobre Borges es importantísimo, tanto en el desarrollo de su poesía como en su prosa. Digamos que Reyes proporciona el elemento clásico a Borges, la mesura apolínea, y eso de alguna manera lo salva, lo hace más Borges.

RP: Alguno de nosotros pensamos que quizá el siglo próximo será macedoniano, y que Borges estará ahí con el bello texto necrológico que leyó en la Recoleta, en medio de la tristeza general (lloviznaba en Buenos Aires), cuando hizo reír a los deudos con un chiste de Macedonio dicho en el entierro (los gauchos fueron inventados para entretener a los caballos en las estancias). Reyes era un caballero, leo siempre que puedo El deslinde. En cuanto al efecto Satie-Duchamp, creo que Borges es vanguardista como lector mientras que como escritor quiere ser clásico. En cuanto a la cortesía de Satie con sus amigos, es verdad que a los amigos se les contesta siempre y nunca importa lo que uno les diga en las cartas.

RB: Sí, a un amigo se le contesta siempre, algo que a veces puede resultar terrible. Michel Tournier, en El espejo de las ideas, opone a la amistad el concepto del amor, y viene a decir algo como que todo lo que no toleraríamos jamás a un amigo, un acto de vileza, por ejemplo, lo toleramos y lo aceptamos en el amor, pues el amor, en ocasiones, y al contrario que la amistad, también se alimenta de la vileza, de la cobardía, de la bajeza. El amor, y la historia está llena de ejemplos que lo certifican, puede ser coprófago, algo que jamás es la amistad. Bueno, todo esto es relativo, por supuesto. William Burroughs zanja la cuestión a su manera, cuando afirma que el amor es una mezcla de sentimentalismo y sexo. Recuerdo que cuando leí esta declaración de Burroughs, a los veintipocos años, me sentí muy apesadumbrado.

RP: Los amigos son lo mejor de la poesía, decía siempre un poeta argentino, Francisco Urondo, que murió asesinado por la dictadura militar. Las amistades literarias tienen siempre un aire extraño. La amistad entre Alfonso Reyes y Borges, por ejemplo, o la amistad silenciosa y brevísima entre Beckett y Burroughs, que se encontraron en Suiza y estuvieron una tarde juntos casi sin decir nada, conversando sobre ciertos matices del inglés en Irlanda que intrigaban a Burroughs (Beckett casi no habló, sólo dijo una frase que Burroughs consideró siempre el mayor elogio que había recibido: "Usted es un escritor"). O la amistad de Hannah Arendt y Mary McCarthy, fantástica, de la que nos ha quedado la correspondencia. O la amistad de Gombrowicz con el poeta Carlos Mastronardi, que discurría siempre del mismo modo. Mastronardi, que era un hombre muy fino y muy discreto, un gran noctámbulo y un extraordinario poeta que en toda su vida escribió un solo libro , lo esperaba en el Querandi, un café de Buenos Aires, tomando un té, y Gombrowicz llegaba siempre un poco apurado. Mastronardi lo recibía con gentileza y preguntaba "¿cómo está, Gombrowicz?". Y Gombrowicz le decía siempre: "Cálmese, por favor, Mastronardi". Como si Mastronardi se hubiera dejado llevar por una emoción excesiva por el solo hecho de saludarlo gentilmente. "Cálmese, Mastronardi", fue durante años una de las consignas de mi juventud. Por eso, en fin, quiero decirte que esta conversación va a ser el comienzo de una amistad, o la continuación de la amistad que hemos establecido ya con nuestros libros. Pienso ir a Barcelona en las próximas semanas y ojalá podamos vernos y por supuesto siempre puedes venir a visitarme a California.

RB: Yo también espero que nos podamos ver pronto, aquí o en cualquier parte.


(Babelia, 2001)









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roberto bolaño
(de santiago de chile, de 1953 a 2003)

otro cuento ruso

En cierta ocasión, después de discutir con un amigo acerca de la identidad peregrina del arte, Amalfitano le refirió una historia que a él le contaron en Barcelona. La historia versaba sobre un sorche de la División Azul española que combatió en la Segunda Guerra Mundial, en el frente ruso, más concretamente en el Grupo de Ejércitos Norte, en una zona cercana a Novgorod.
El sorche era un sevillano bajito, delgado como un palillo y de ojos azules que por esas cosas de la vida (no era un Dionisio Ridruejo ni siquiera un Tomás Salvador, y cuando había que saludar a la romana saludaba, pero tampoco era propiamente un fascista o un falangista) fue a parar a Rusia. Allí, sin que se sepa quien empezó, alguien le dijo sorche ven para acá o sorche haz esto o lo otro y al sevillano se le quedó en la cabeza la palabra sorche, pero en la parte oscura de la cabeza, y en ese lugar tan grande y desolador con el paso del tiempo y los sustos diarios se transformó en la palabra chantre. No sé como ocurrió, supongamos que se activó un mecanismo infantil, un recuerdo feliz que esperaba su oportunidad para volver.
De modo que el andaluz pensaba sobre sí mismo en los términos y obligaciones de un chantre aunque conscientemente no tenía idea del significado de esta palabra que designa al encargado del coro en algunas catedrales. Pero de alguna manera, y esto es lo notable, a fuerza de pensarse chantre se convirtió en chantre. Durante la terrible navidad del 41 se hizo cargo del coro que cantaba villancicos mientras los rusos machacaban a los del regimiento 250. En sus memorias estos días están llenos de ruido (ruidos secos, constantes) y de una alegría subterránea y un poco fuera de foco. Cantaban, pero era como si las voces llegaran después o incluso antes, y los labios, las gargantas, los ojos de los cantores muchas veces se deslizaban por una suerte de fisura de silencio, en un viaje brevísimo pero igualmente extraño.
Por lo demás, el sevillano se comportó como un valiente, con resignación, aunque el humor se le fue agriando con el paso del tiempo.
No tardó en probar su cuota de sangre. Una tarde, como al descuido, lo hirieron y durante dos semanas permaneció internado en el Hospital Militar de Riga al cuidado de robustas y sonrientes enfermeras del Reich incrédulas ante el color de sus ojos y de algunas feísimas enfermeras españolas voluntarias, probablemente hermanas, cuñadas o primas lejanas de José Antonio.
Cuando lo dieron de alta sucedió algo que para el sevillano tendría graves consecuencias: en vez de recibir un billete con el destino correcto le dieron uno que lo llevó a los cuarteles de un batallón de las SS destacado a unos trescientos kilómetros de su regimiento. Allí, rodeado de alemanes, austriacos, letones, lituanos, daneses, noruegos y suecos, todos mucho más altos y fuertes que él, intentó deshacer el equívoco utilizando un alemán rudimentario, pero los SS le dieron largas y mientras se aclaraba el asunto lo pusieron con una escoba a barrer el cuartel y con un cubo de agua y un estropajo a fregar la oblonga y enorme instalación de madera en donde retenían, interrogaban y torturaban a toda clase de prisioneros.
Sin resignarse del todo, pero cumpliendo con su nueva tarea a conciencia, el sevillano vio pasar el tiempo desde su nuevo cuartel, comiendo mucho mejor que antes y sin exponerse a nuevos peligros ya que el batallón de las SS estaba destinado en la retaguardia, en lucha contra aquellos a quienes llamaban bandidos. Entonces, en el lado oscuro de su cabeza volvió a hacerse legible la palabra sorche. Soy un sorche, se dijo, un recluta bisoño y debo aceptar mi destino. La palabra chantre, poco a poco, desapareció, aunque algunas tardes, bajo un cielo sin límites que lo llenaba de nostalgias sevillanas, resonaba aún por allí, perdida quien sabe dónde. Una vez escuchó cantar a unos soldados alemanes y la recordó, otra vez escuchó cantar a un niño detrás de unas matas y la volvió a recordar, esta vez de forma más precisa, pero cuando dio la vuelta a los arbustos el niño ya no estaba.
Un buen día ocurrió lo que tenía que ocurrir. El cuartel del batallón de las SS fue asaltado y tomado por un regimiento de caballería ruso, según unos, por un grupo de partisanos, según otros. El combate fue corto y se decantó enseguida en contra de los alemanes. Al cabo de una hora los rusos encontraron al sevillano escondido en el edificio oblongo, vestido con el uniforme de auxiliar de las SS y rodeado de las no tan pretéritas infamias allí cometidas. Como quien dice, con las manos en la masa. No tardó en ser atado a una de las sillas que los SS usaban en los interrogatorios, una de esas sillas con correas en las patas y en los reposos y a todo lo que los rusos preguntaban él respondía en español que no entendía y que allí solo era un mandado. También intentó decirlo en alemán, pero en este idioma apenas conocía cuatro palabras y los rusos ninguna. Estos, tras una rápida sesión de bofetadas y patadas, fueron a buscar a uno que sabía alemán y que se dedicaba a interrogar prisioneros en otra de las celdas del edificio oblongo. Antes de que regresaran el sevillano escuchó disparos, supo que estaban matando a algunos de los SS y perdió las esperanzas de salir bien librado que aún tenía; no obstante, cuando los disparos cesaron volvió a aferrarse a la vida con todo su ser. El que sabía alemán le preguntó que hacía allí, cual era su función y su grado. El sevillano, en alemán, intentó explicarlo, pero en vano. Los rusos entonces le abrieron la boca y con unas tenazas que los alemanes destinaban para otras partes de la anatomía empezaron a tirar y a apretar su lengua. El dolor que sintió lo hizo lagrimear y dijo, o más bien gritó, la palabra coño. Con las tenazas dentro de la boca el exabrupto español se transformó y salió al espacio convertido en la ululante palabra kunst.
El ruso que sabía alemán lo miró extrañado. El sevillano gritaba kunst, kunst, y lloraba de dolor. La palabra kunst, en alemán, quiere decir arte y el soldado bilingüe así lo entendió y dijo que aquel hijo de puta era un artista o algo parecido. Los que torturaban al sevillano retiraron la tenaza con un trocito de lengua y esperaron, momentáneamente hipnotizados por el descubrimiento. La palabra arte. Lo que amansa a las fieras. Y así, como fieras amansadas, los rusos se dieron un respiro y esperaron alguna señal mientras el sorche sangraba por la boca y tragaba su sangre mezclada con grandes dosis de saliva y se ahogaba. La palabra coño, metamorfoseada en la palabra arte, le había salvado la vida. Cuando salió del edificio oblongo el sol estaba ocultándose pero le hirió los ojos como si hubiera sido mediodía.
Se lo llevaron con el resto escaso de prisioneros y poco después otro ruso que sabía español pudo escuchar su historia y el sevillano fue a parar a un campo de prisioneros en Liberia mientras sus accidentales compañeros de iniquidades eran pasados por las armas. En Siberia estuvo hasta bien entrada la década de los cincuenta. En 1957 se instaló en Barcelona. A veces abría la boca y contaba sus batallitas con muy buen humor. Otras abría la boca y mostraba a quien quisiera verlo el trozo de lengua que le faltaba. Apenas era perceptible. El sevillano, cuando se lo decían, explicaba que la lengua con los años le había crecido. Amalfitano no lo conoció personalmente, pero cuando le contaron la historia el sevillano todavía vivía en una portería de Barcelona.
























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livio conesa
(de la habana, de 1960)

(de sin hipófisis
selección: lizabel mónica

flor en el momento
en el lugar
a la hora equivocada
suena el golpe de las vísceras
aquí todas rojas
haciendo cola para gritar
y para morir /
es una enfermedad con costa
¿por fin qué
la flor juez y parte?
tiempo de partir en el momento
en el lugar
a la hora (donde las puertas no cierran)
hora equivocada

●●●

entre ojos en el marco del cráneo
(ver) la única persona que lo ve
\
se contradice - ¡VIVA!
con las preguntas (uniformes)
entre todos los gol…
el gol… del agua (existir)
el gol… estéril
/
techo de vidrio(a)
mentados ojos que se esconden

●●●

no le pongas medalla
a mis ojos de Bette Davis
antes de vivir pienso
muerto existe
ojo que deja en paz
las (4) esquinas
\
maravilla es (ver)
ojo óseo pensante
cerca lengua que tiene la misma altura
/
¿para quién te pones hermoso
apellido del suicida?

●●●

fui culto – libre y solo
con la misma paz rosa/
continuaré en la misma paz rosa
el árbol – la casa y el portal
¿y la calle?
¿quién amarra los cubiertos?

●●●

mordida más la felicidad (dentro)
sin comentar la infelicidad (afuera)
(para) fiscales / (dentro) hay un país de tripa
morder fauce la tripa y la derrota
un conocimiento más exacto la mordida
¿por qué lo que brilla se fuga
hacia el todo
o hacia la nada?
\
que importa que ¡pum! sea de otro
si morir es nuestro
que importa la otredad de la mordida




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ronald sukenick
(de Brooklyn, de 1932 a 2004)
A Wallace Stevens Handbook, 1962
Up, 1968
Death of the novel and other stories, 1969
Out: a novel, 1973
98.6, 1975
In form : Digressions on the act of fiction, 1985
The endless short story, 1986
Doggy Bag, 1994
Mosaic Man, 1999
entre otros

la muerte de la novela (fragmento)

Si fuera verdad cuando anoche se sentó ante el buró apoyando la cabeza en los antebrazos venosos, un hombre muy joven si bien ordinariamente tan capaz como la mayoría de la gente en ese momento tan desvalido como la mayoría de la gente, hasta que Honey llamó desde el otro cuarto –el dormitorio- era la tercera vez, Ven a dormir, sin recibir respuesta por tercera vez, y de nuevo, ven a dormir, y él levantó la cabeza, rugió, NO, y la bajó sobre su puño codo sobre el buró, mirando a su hoja en blanco con una expresión que parecía la máscara de la desdicha, diciéndose a sí mismo, es como estar en el espacio tan vacío que ni siquiera sabes si estás allí, tratando de describir lo que estaba pasando para que dejara de pasar, esta parálisis, para llamarlo una parálisis, porque él sabría qué pensar de eso y más importante, qué sentir sobre eso, y ella vino hasta la puerta del dormitorio y se quejó, ¿Qué estás haciendo? En su pijama azul y la larga y única trenza de grueso cabello castaño sobre el que dormía cruzada sobre el hombro, cayendo como un pincel entre sus senos, adormilada, malhumorada, ojos a medio cerrar y mejillas encendidas por el calor de la almohada, y él respondió, Estoy poniendo un huevo, ella abrió mucho los ojos, confusa, desenfocada, adormilada, inocente, castaña, preguntando, ¿Que estás qué?
Estoy poniendo un HUEVO, y ella abrió más los ojos y se dio media vuelta y huyó al dormitorio seguida por su cabello, como un chino, o un animal de peluche, pero un segundo después estaba otra vez parada en la puerta, más enojada que herida gritando, No me grites, golpeando el suelo con el pie desnudo en “grites”, y cuando él oyó crujir los resortes al tirarse ella en la cama (pudo imaginarlo con precisión), ya estaba pensando, como la pérdida de la ambición no, como el agotamiento del deseo no, más, como si no pudiese descubrir las maneras para el deseo, o como si no quisiera nada porque no podía encontrar nada que querer, o... pero ella vino a interrumpir otra vez sus reflexiones, sentándose tímidamente en el sillón al otro lado del buró pero sin hablar, sin siquiera mirarlo, solo subiendo los pies al sillón y sentándose quieta con expresión desdichada y su cuerpo en leve temblor, quizás por la tensión, o el cansancio, hasta que él la contempló recogida en el sillón y ella alzó la mirada nerviosa, la bajó, la alzó otra vez, ojos muy abiertos que preguntaban tristes, ¿Es por el gato?, el gato, habían tenido una discusión por el gato, El gato, respondió él, se tiene que ir.
Sabes que dijiste qntes que nos casáramos que me podía quedar con mi gato.
No es el gato.
El gato no me importa.
¿Por qué no te vas a dormir?
No puedo dormir. Estoy sola. Me haces sentirme sola.
Bueno si fue una equivocación no es demasiado tarde para anularlo, dijo él y lo lamentó apenas la miró, aunque lo tenía en mente, desde hacía un buen tiempo, aunque nunca había realmente aceptado estar casado, nunca realmente decidido casarse, pero un día después de haber estado durmiendo con ella bastante tiempo sin siquiera mencionarlo antes, sin siquiera decirle que estaba enamorado de ella o tan siquiera, hasta donde podía recordar, decirle que ella le gustaba, cuando se sentía complacido por su vida y con el mundo de repente (fue una sorpresa para él mismo) dijo, ¿Qué tal si nos casamos? y ella sin tomarse un respiro ni pestañear dijo Sí, y él algo atontado preguntó ¿Cómo es que dices que sí tan rápido? arrepentido al instante de preguntar pero ella tras temblar un momento respondió, Porque estoy cansada de decir no, así que él tuvo que reírse y entonces rió ella pero aún así como él se había declarado porque se sentía bien nunca estuvo seguro de si era un error cuando se sentía mal excepto que desde el primer momento en que se la llevó a la cama nunca se preocupó mucho en dudar que estaba enamorado de la forma en que fuese de ella, así que le dijo como una disculpa reticente, Me siento mal. No tiene nada que ver contigo.
Por eso es que me siento sola, repondió ella enseguida, él lo consideró un comentario justo puesto que en los últimos meses todo había ido desapareciendo, su trabajo, su título y rango, su carrera –no era que no estuviesen aún ahí, pero él no podía verlos, una muerte del interés- desapareciendo, desaparecidos, hasta que esta noche pensó que también él podía desaparecer, como un cohete disparado al espacio, despegando con fuerza y prisa para romper con todo y descubrir que no hay nada allá afuera, visto por última vez flotando hacia el sol, muerte del interés, eso era, ¿Es por algo que pasó? preguntó ella, y él pensó y trató de responder con cordura evidente aunque si fuera una respuesta loca sería mejor de cierta forma porque sismpre estaba ahí el analista más cercano, algo a lo que -¿quién sabe?- podría venir él a parar como la mitad de la gente que conocía, y que algunos de la otra mitad deberían también, Sí, no, sí. Eso es, sí, algo parece estar pasando. Estoy fracasando. Todo se me escurre entre los dedos.
Pero, ¿cómo que fracasando? Eres el primero de tu escuela…
Y el empleo adecuado esperando por mí, el que yo quería, y una esposa que todos envidiarían, todo según lo planificado para formar un personaje augusto, no. La vida es fracaso. O si eso no es verdad, así es como me siento, o se preguntó, sonó eso hueco, qué había esperado él que la clase media superior liberal e iluminada no iba a darle, qué vida más libre, más grande de lo que había sentido desde tanto tiempo atrás fuera de su casa, fuera del alcance de su familia, fuera de la imaginación de su padre, ese buen hombre, con su tienda arruidada en Williamsburg, arruinada en Flatbush, arruinada en Bensonhurst, arruinada en cada apagada esquina de Brooklyn, arruinada una vez, incluso, en Canarsie, y luego la guerra cuando hizo dinero, mucho, perdió a Eugene en Bélgica y al final se retiró aplastado por la culpa, dispuesto a morir -o un equivalente- de confusión, qué vida que él había concebido, cuyas inmensas posibilidades había llegado a concebir por las voces mudas del maestro de gramática inferior, por las narices largas de una cultura entera, de esfuerzo inteligente y realización digna a través de la observación simple no existían para él, o no como se mostraban, que él sabía que iba a odiar -lo que habría podido soportar- pero que de repente sintió él tan vacías, tan sórdidas, y sobre todo, tan inútiles como la sucesión de tiendas en Brooklyn, solo que peor aún, porque deberías saber exactamente lo que tú mismo estabas haciendo, Pero ¿por qué?, preguntó ella, ¿Por qué?
Es como si hubiera un engaño o algo así, no sé. Siento como si me hubieran prometido mucho, y lo jodido es que todavía lo sigo esperando.
Pero no tiene sentido lo que estás diciendo. Engaño, ¿por qué?
Porque me siento estafado.
¿De qué? El mundo es grandísimo. Hay un montón de cosas que puedes hacer con un título de abogado.
Eso dicen, pero era más que sentirse manipulado, era el sentimiento de traicionar algo, ¿pero qué? Puesto que no había nada que traicionar en una sociedad en cuyas maneras y procederes él ni creía ni descreía pero a las que estaría comprometido por sobre todo lo demás como abogado, atrapándolo en un esquema de culpa que él sentía ya funcionando y que se sentía impotente para cambiar, en el que el éxito agravaría la rebelión y la rebelión traería éxito porque así es como ellos lo querían, que les dijeran lo que estaba mal, ponerle nombre a la enfermedad y aislar la culpa -esta gula por la medicina que era una enfermedad en sí misma- un proceso que tomaría y tomaría sin dar nuna, al final dejándolo del todo para sí mismo, como lo estaba ahora, un insecto capturado y sufriendo en su propio alfiler, Voy a salirme, voy a dejarlo, le dijo a ella,
¿Para irte a dónde?
Dímelo tú. A ningún lado, dejándolo completamente para sí mismo, eso era todo, una entidad que podría solo analizar su propia conciencia, una conciencia solo consciente de su propio murmullo, Ya son más de las tres, lo interrumpió ella, dolorosamente, y él notó que los pucheros en las comisuras de sus labios habían cedido ante una expresión de paciente desesperación y no le respondió hasta que ella añadió, ¿Quieres hablar de eso?
No es un problema de hablar de eso.
Te estás sintiendo mal y nada más.
Eres genial. Siempre directo al grano.
Por favor, dime qué puedo hacer.
Déjame solo, le dijo, y ella pestañeó y suspiró pero se quedó en el sillón, y él pensó, es como si todo en el mundo se pareciera a New Jersey;

también era verdad que el gato salió de su esquina y él lo vio deslizarse por la alfombra, bestia maligna, que él se había estado despertando para encontrar en la cama, en la almohada, su pelo en su cara, que llenaba el apartamento con sus hedores, que hoy, para colmar la taza, le había despedazado una documentación y por lo visto comido la página siete, para luego frotar su lomo azul perla que él tenía que reconocer hermoso contra la pata del sillón de su esposa, que se estiró hasta formar un largo arabesco, se volteó, reculó hasta detrás del sillón, miró, se arqueó, saltó, y se arrellanó en el calor del regazo de ella, que él se levantó y fue a la cocina, para regresar sin motivo alguno con una lata de sardinas abierta enla mano, la colocó a los pies del sillón de su esposa diciendo, A los gatos les gustan las sardinas, y ella de repente alzó la mirada, sorprendida, diciendo, Ay dios mío, mis sardinas, atrapándolas justo cuando el gato saltaba hacia abajo, Ese es mi almuerzo, las colocó en el buró, para luego coger una de la lata con los dedos diciendo Me gustan las sardinas, comiéndola en la mano, se chupó los dedos, cogió otra, como había hecho él una vez -¿dónde fue eso?- cuando había vivido por dos semanas de sardinas y Wheaties hasta que cierta amable muchacha llegó para alimentarlo entre otras cosas, Chicago, y entonces vino algo de dinero, él cogió una sardina, se la comió y descubrió que tenía hambre, o fue en L. A., el hotel repleto de olor a orine como espinacas podridas, no Chicago donde él iba a la universidad por aquel entonces porque L. A. fue solo una excursión con Banally ese grosero hijo de puta que nunca creyó en nada y lo daba por sentado sin preguntas y quien se fue al volante y lo dejó regado nada menos que en Needles, California porque estaba tratando de meterse a una chica que había recogido y él tuvo que regresar a dedo hasta Chicago con el tiempo justo para empacar y mudarse a Boston, ¿Traes aquel pan? preguntó ella, para empezar el año escolar porque en aquel entonces iba siguiendo el dinero y alguien le ofrecía más en Boston donde por poco se casa con Lillian la de los ojos negros, hubiera sido más fácil tomar veneno para ratas, más rápido y menos doloroso, ella regresó con el pan y un cuchillo y terminaron con las sardinas, cortando el pan en rebanadas, justo antes de haber recibido él su título cuando se fue para New York con un humor de perros que empeoró durante un año sin nada donde cansado de vivir de trabajos a tiempo parcial y del dinero de su madre hizo el intento en la escuela de leyes con idea de hacer una vida y se hizo a la rutina no porque le gustase sino porque descubrió que era capaz, una vida con algún sentido y tal vez hacer algunas de las cosas que le gustaban y quejarse de algunas que no o al menos hacer dinero suficiente para poder quedarse solo en algún tipo de digna abstinencia que mas o menos imaginaba, al menos solo con sus propias cuitas, si era posible, que no lo era, cortó un pedazo de pan, empezó a comerlo, quiso tomar algo, debían ser las sardinas, fue a la cocina y trajo el bourbon y un par de copas que puso en el buró, Un poquito nada más, dijo ella, para que tengas compañía, y seguía con su rutina sin pensar en nada excepto con terminar con toda aquella mierda cuando conoció a Roberta a quien luego acabó llamando Honey –recordó por qué y cuándo- y acabó casándose con ella, bajó su trago de golpe, ella sorbía el suyo y juqueteaba con él, no que lo quisiera realmente, sin siquiera decidir casarse, como si todo hubiera conducido a eso y decidido por él antes de enterarse él mismo, pero seguir pensando que después de haber ocurrido lo menos que podías hacer era disfrutarlo como solía decirle su abuelo, ¡Vive! ¡Gózalo! regalándole centavos que su madre siempre le hacía guardar en su pequeño banco, ese viejo bastardo cara de chivo que vino desde una de las festivas metrópolis del doloroso viejo campo para aterrizar en medio de la Edad Dorada, cruzó con polainas y bastón la guerra, la depresión, y la guerra sin molestarse de modo notable, brutalmente egoísta, y quien murió sin duda sin un solo remordimiento tras consumir por lo visto toda la felicidad de su familia por una generación y resultó ser el único miembro de ella que tuvo afecto por él, y aquí estaba él comn un título, trabajo, esposa, y triste como el carajo, preguntándose porqué todo esto se estaba juntando ahora, qué había hecho, qué estaba haciendo, reparó en el cabeceo de su esposa en el sillón, sus gruesas pestañas velando los ojos, preguntándose por qué todo estaba amontonándosele a vez qué había hecho, dónde había estado, la gente, las chicas que tarde o temprano siempre habían aparecido, cómo había estado solo en ciudades donde siempre había aparecido algo, un amigo o alguien con un auto y dinero siempre viniendo de algún lado y la Costa cuando se hartó de Chicago y New York cuando se hartó de Boston, cómo siempre había otro lugar al que ir e incluso alguna otra cosa que hacer y miseria en todos los lugares donde había estado cualquier cosa que hubiera estado haciendo siempre viniendo y siempre marchando, cómo todo se juntaba y era una vida, algún tipo de vida, vio a su esposa casi dormida despatarrada en el sillón un poco infantil y puso haberla besado, tal vez la bebida, que nunca supo cómo iba a sentirse mañana pero esta noche aún había lugares que quería ver y cosas que quería averiguar y trabajo que quería hacer, se preguntó por qué de repente quería besarla y lo hizo, diciendo No digas que nunca soy bueno contigo.
No, cualquier hombre no se dedica a besar a su esposa, respondió ella, pero estaba complacida, y si es así esta noche puede serlo otra vez mañana y si no mañana entonces pasado, y él dejó de tratar de entenderlo, siguiendo el instinto, escuchándose a sí mismo porque no había más nada que escuchar y sonaba bien y se preguntó por qué, como si fuese alguna clase de artista y supiera que tenía la razón pero no sabía cómo lo sabía, tendría que anotar eso, ¿Tienes sueño? preguntó ella tratando de no sonar demasiado ansiosa,
Sí.
¿Quieres ir a dormir?
Sí.
¿Y eso?, preguntó ella, sorprendida, y él sonrió, diciendo, Porque estoy cansado de decir no.
Esta debe ser la primera vez en una semana.
¿La qué?
Que me sonríes, él se preguntó por qué puesto que nada había cambiado y él no tenía fe alguna en esa vida que sabía lo iba a obligar a traicionar algo (¿pero qué?) que no podría traicionar y lo dejaría al final consigo mismo, y que tenía que fracasar, Vamos, dijo y apagó todas las luces menos una, en la que sabía ya estaba atrapado, nacido dentro de ella, apagó la segunda luz, y todo cuanto podía hacer era oírse a sí mismo e improvisar, tendría que haber anotado eso en su hoja, como una improvisación una y otra vez y nunca la misma, la llevó al dormitorio y sí, si él había esperado mucho entonces lo prefería, si era inútil era inútil, si era desintegrado pues y bien era desintegrado, apagó la última luz, porque sabía que esto iba a pasarle una y otra vez sin importar nada y todo lo que podía hacer era tratar de sentir lo que ocurría y aguantarlo como un hombre que oye su propia voz aguantando sin parar, tendría que haber anotado todo eso, dentro de un fluir incluso mientras se abrazaba a ese tibio cuestionarse mientras aún tuviese tiempo si no pudiera anotarlo todo al menos tener las palabras que repetir y entender que lo arrastró más allá de sus propias palabras que lo expresaban.


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up (fragmento)

Lo peor es el frío. Siempre odié sentir frío —quizás ellos lo sepan. Ultraje, humillación y terror han sido todos reunidos en esta única molestia definitiva, mezquina. Mientras me acurruco arrodillado en el piso de piedra, cruzado de brazos, estremecido por espasmos de temblor, la pregunta sobre qué tratan de hacer con nosotros, o mejor, de qué forma van a ocuparse de nosotros, se antoja una cuestión abstracta. Trato de arrebujarme en la camisa de mi traje de lona, y me doy cuenta de que nuestro desenlace mortal se ha convertido en un aspecto académico, incluso para mí mismo.
Hablo de “nosotros”, pero de hecho estoy bastante solo. No he visto a más nadie desde que nos metieron en esa gran habitación de losas blancas que tanto parecía ser nuestra cámara de muerte común (un tipo bajito y calvo que quebró fue sacado por una puerta lateral, oímos un grito a lo lejos). Allí nos dijeron que amontonáramos nuestros objetos de valor, nos ordenaron desnudarnos (dos núbiles muchachas de high school fueron desvestidas a la fuerza, entre sollozos, junto con los demás) y trajeron nuestros trajes de lona, grises y anónimos, Luego me llevaron, solo, por un laberinto de escaleras, siempre hacia abajo, y pasillos iluminados por una ocasional bombilla desnuda, hasta la vacía celda de piedra con su pesada puerta, que permite pasar a través de su pequeña rejilla esta pizca de luz empañada, en la que aun me pregunto cómo se las arreglaron para encontrar un lugar que fuera un cliché tan perfecto de lugares semejantes, incluyendo la piedra rústica y la gran anilla de hierro sujeta a la pared. De las mejoras modernas hay solo una; a intervalos incalculables la celda se llena de cegadora luz fluorescente, oigo el abrirse de un pestillo en la rejilla de la puerta y, tras un largo minuto, se cierra, la luz muere, y vuelvo a estar en la casi oscuridad parece más densa que antes.
Hace mucho que dejé de especular sobre las razones por las que estoy aquí, de hecho, tan pronto reconocí la situación, supe que tal especulación sería inútil. Al principio supuse que la camioneta policial me traía, en compañía casual de unos cuantos sospechosos habituales, al mismo garage al que, quizás, mi auto había sido remolcado a causa de una infracción menor. Cada vez que preguntaba los policías, dos tembas que parecían haber tomado mucha cerveza y sido asignados a un cruce de escuela, asentían calmosos, como para darme confianza en la ley y el orden. Fue cuando fuimos entregados a aquellos afables tipos con apariencia de hombres de negocios, en trajes discretos, y llevados, ocho de nosotros, hacia las puertas abiertas de aquel largo y alto trailer de camión, que tuve mi único instante de pánico. No solo mi sentido común; mi cuerpo parecía rebelarse por sí mismo contra la idea de entrar. Pero estos tipos ordinarios que nos rodeaban, hasta aquel momento tan suaves, te miraban con caras de poseer un poder implícito tan temible que, a pesar de que nunca mostraron un arma, ninguno de nosotros se atrevió a resistirse.
Mi primera idea fue que tenía algo que ver con ser judío, pero parecía difíciles que todos lo fuéramos, y de todos modos, después de todo, aquél era Hitler. Repuestos del primer shock, algunos empezaron a hablar de procedimientos adecuados y habeas corpus, pero para entonces yo ya sabía. Era demasiado nuestro destino posible, demasiado una muerte de mis pesadillas, como para dudar o cuestionar. Y ahora, sentado en mi celda entre temblores, sé sin pensar en ello lo que vendrá, y mi organismo es incapaz de preocuarse por su aniquilación próxima, porque hace demasiado frío, y el frío es mucho más insistentemente desagradable.
¿Por qué carajo no calientan esto un poco?
Voy y enciendo la estufa, y de paso hago un poco de café.
Prendo la radio. Abajo el solipsismo. Retirada de la torre de marfil, tan siniestra y enfermiza. El contacto con el Afuera es esencial para los nervios, si es que hay un Afuera y esto es un contacto.
El gobierno niega categóricamente la acusación de Moscú de que la delegación estadounidense está tratando de sabotear sistemáticamente las negociaciones provisionales para una reunión preliminar para discutir la posibilidad de conversaciones de alto nivel sobre un cese temporal del boicot bilateral en la conferencia para sondear la reanudación de la moratoria nuclear, afirma Washington. Son la una con trece minutos y medio. Henry Sliesinger nos informa.
Gracias. Eso me permite saber dónde estoy. En ninguna parte. Regreso a mi estrecho y caótico buró.

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last fall (fragmento)

Fue un asunto de robo, pero el problema era que nadie sabía qué había sido robado. El museo fundaba sus esperanzas en mi competencia como profesor de arte post-contemporáneo, para identificar la obra sustraída y, de ser posible, recuperarla.
Nada de esto se había hecho público y, de hecho, incluso era ignorado por el personal del museo, excepto por un vago sentimiento de incomodidad que se difundía entre los empleados, que eran parte de la evidencia en sí mismos. Porque el sentimiento de que algo, algo importante, faltaba era un factor. Así pues, ¿de qué otra forma, que no fuese mediante los sentimientos, iban a saber que algo faltaba si no sabían lo que era?
Resultó que la importancia de los sentimientos en el caso fue una de las razones por las que me contrataron. La directora del museo sentía que una mujer estaría más sensibilizada con los matices involucrados. De hecho, la impresión de una ausencia era algo que yo venía sintiendo cada vez más dentro de mí misma, y no necesitaba ser una profetisa para sospechar que algo intangible pero real me había sido robado a mí también.
Obviamente, esto había sido un trabajo desde dentro, y los registros habían sido alterados para eliminar toda referencia a la obra en cuestión. Y aun así, quienes trabajaban en el museo recordaban… algo. Me aconsejaron verme con Brewster Fynch, quien había fundado el museo, para empezar.
Fynch vivía en una mansión estilo Tudor en un rico suburbio sobre el Hudson. Me sorprendió que fuera tan joven, a decir verdad, porque el hombre de aspecto viril con la oscura sombra de una barba que me abrió la puerta resultó ser un empleado. Me miró de arriba abajo con una intensidad que era más que profesional —por un momento creí que iba a registrarme, y de haberlo intentado no sé que hubiera yo hecho, pero no lo hizo.
Según yo sabía, Fynch logrado su fortuna fabricando piezas de tiempo, y de hecho tenía una forma muy precisa. Era imposible adivinar su edad —¿entre 60 y 90?— pero parecía tan liso como porcelana fina. Me sentí predispuesta a la reverencia ante él, dado el alcance espiritual de su proyecto.
“Pensamos en llamarlo el museo de arte temporal”, explicó cuidadosamente, e hizo una pausa. “Pero eso sonó elitista y pretencioso. El Museo de Arte Pasajero nos trae de cualquier manera el efecto de tiempo, pero eso, en el sentido de que una obra de arte temporal no puede ser ajustada, que el ajuste significa solo estática, ha creado el problema que tenemos aquí.”
“¿Y que es?”
“Que si se supone que las muestras sean fluidas, transitorias, ¿cómo podemos decir que falta algo que ya no está ahí? No, Austyn, si me permites hablarte de tú, todo este jodido reguero se basa en una paradoja.”
Proyectaba la impresión de ser alguien que está eternamente atrapado en las circunvoluciones de su propia mente. Le di una respuesta algo evasiva, con esperanzas de eludir, de ganar tiempo.
“Bueno, Señor Fynch, creo que una paradoja suele ser el resultado de una comprensión insuficiente.”
“Estoy feliz de que tomes ese rumbo, Austyn, porque de cierto modo es para eso que te pagamos. Puedo decirte algo más, y es que me sentía mucho mejor respecto al museo antes de que esto pasara. Consideraba lo temporal como una oportunidad espiritual. Pienso que el tiempo respalda el cambio, quiero decir, que hay tiempo para cambiar tu vida. Así como yo he cambiado la mía, como he desmaterializado mis intereses, de tal forma que algunos creen que me he vuelto loco, en especial mi familia allá en LaFange. Eso es en Minnesota. Supongo que les preocupa quedarse sin herencia. Pero si la liquidez de un trabajo-tiempo puede ser robada, entonces el tiempo mismo puede ser secuestrado, poseído y comprado y vendido. Mientras que mi idea completa es que el tiempo es el único elemento en nuestra experiencia que es incontrolable, intocable, realidad pura.”
Sentí empatía hacia el hombre, parecía honesto, mientras que a la vez no me sentía del todo segura acerca de qué me estaba hablando, e incluso me preguntaba si no estaría medio chiflado. Pero enseguida él apretó un botón, y el tipo con la sombra de las cinco en punto vino para conducirme afuera, presentándose a sí mismo como un tal Pyhl, el factótum de Fynch. Era uno de esos tipos delgados pero fuertes, trataba lo mejor que podía de lucir transparente y no taimado, y no estuve segura de si me gustó o no la forma en que me miró.
Me ofreció un viaje en auto hasta el tren, y me condujo hasta una inmensa y negra limusina con chofer. Se sentó un poco demasiado cerca de mí, en mi opinión, y durante el viaje estuve muy consciente de que aprovechaba cualquier oportunidad para tocarme, si bien amablemente. También aclaró que aunque era empleado de Fynch sentía escepticismo hacia el Museo de Arte Pasajero.
“Todo eso ya lo hizo Marcel Duchamp”, dijo. “El arte es como lo mires, Austyn, como el famoso orinal, presentado como obra de arte, es una obra de arte.”
“El orinal”, repliqué, “fue una obra de arte —por cinco minutos. Y otra vez por cinco minutos para cualquiera que lo viese por primera vez. El Museo de Arte Pasajero es Duchamp más tiempo.”
Pero mientras yo decía esto tan insinceramente reparé en que no tenía idea de lo que es el tiempo y de hecho tuve un pequeño instante de pánico, uno de sus ataques de vacío como los llama, como si la tierra debajo de repente se desintegrara el lenguaje se deshiciera… el Incidente… remolino de memoria… detenido por recuerdos sincopáticos, Kenny Clarke, el baterista de jazz, tocando en un club de alguna forma trasmutando corriente de tiempo puro hacia el ahora, un ritmo que parece surfear soñador en el tiempo mismo, leve, arrobado, bendecido… como las mejores piezas de Miles Davis, o cualquiera de Charlie Parker…


(traducción de michel encinosa fú)






















replay

la tradición rival
ronald sukenick entrevisto por
flash point magazine (spring 1997)


¿Alguna vez ha escrito poesía?
Cuando era muy joven.

Es que su prosa tiene esa clase de control y precisión, especialmente con la imagen metafórica, muy evocadora, que uno relacionaría con la poesía. No es que escriba como Wallace Stevens. Pero en su libro de ensayos y otras obras usted ha dicho que está tratando de romper con las formas de ficción heredadas del siglo XIX para lograr un contacto más próximo a la vida real. Usted no está imponiendo un orden; pero pareciera que está haciendo algo similar a lo que hace Stevens. Stevens enfrentado al caos de la experiencia, viendo y resumiendo, dibujando conexiones.
Primero, déjame decir que uno de los resultados más felices de Musing the Obscure fue que muchos poetas me dijeron que era su camino hacia Stevens. Los que recuerdo en especial son A. R. Ammons -a quien considero muy parecido a Stevens en cierta forma-, Robert Creeley, y John Ashbery. Tres de los poetas más importantes de esa generación. Puede que solo me estuvieran halagando, pero es una forma de halago que me complace. Fue un libro muy difícil de escribir, la verdad, pero aparentemente muy útil. Todavía conozco a gente que pasaron por la escuela de postgrado en esa época -el libro ya tenía 19 años de publicado-, que me dicen: Ah, yo te conozco, tú eres el escritor de aquel libro sobre Stevens. Pero déjame empezar desde otro ángulo. Una de las cosas que parecen impulsarme es que nunca tuvo mucho sentido para mí lo de separar tanto los géneros. Idealmente, me iría por incluir la poesía en la narrativa. No veo razón por la que no pudiera uno salir de y entrar en la poesía. Muchos poetas meten mucha prosa en sus poemas ahora. Lo que sostiene la separación en su lugar es, creo, el dinero. Por ejemplo, yo quería considerar Out como "un poema narrativo largo en prosa".

Lo que usted llama Doggy Bag.
Al final tuve oportunidad de usarlo, sí. Recuerdo que tuve una discusión con Ed Doctorow, de quien era amigo por entonces. Dijo: No lo hagas porque no sabrán dónde ponerlo en la tienda. Y es igual ahora. Down and In tenía el mismo problema. No lograban decidir si colocarlo entre la biografía o la historia cultural o la sociología. De modo que el dinero mantiene las distinciones de género.
También la "literatura de calidad" las mantiene. Supe que Terry Southern murió el otro día. Trabajé con su hijo en Black Ice. Noté en el obituario que siempre se burlaba del lo que él llamaba "literatura de calidad". Eso era en los 70, y me sorprendió, porque eso es exactamente lo mío. Prefiero leer ficción de género que lo que llaman "literatura de calidad". Que es lo que más publica Knopf, por ejemplo. No quiero usar la palabra "elitista", pero es muy de mente estrecha esa clase de escritura literaria que encuentras celebrada por premios, los Pulitzers, incluso por el National Book Critics Circle, en cuya lista yo solía aparecer, y contra del cual luché. Es Literatura legitimada con una L mayúscula. De modo que eso es algo que mantiene separados los géneros: el asunto de escribir lo que se supone debas escribir y que yo no encuentro razón para escribir.
Lo que estoy escribiendo no es vanguardista, e indudablemente no es experimental, e indudablemente no es "alternativo". Proviene de una tradición rival, mucho más vieja y mucho más grande que la tradición de la ficción realista, que empezó apenas en el siglo XVIII, mientras que esta tradición rival puedes rastrearla hasta los épicos, Ovidio, Rabelais, e incluso al principio de la tradición realista, hasta Laurence Sterne, y Diderot, etcétera. Es una tradición que está comenzando, creo, a desencadenarse otra vez.
Lo rastreo, de hecho, hasta la rivalidad entre Sócrates y los sofistas. Por un lado tienes una tradición de lógica que tiene que ver con la creciente preeminencia del lenguaje escrito; por el otro, tienes la tradición de los retóricos, que es antitética, auto-contradictoria y fluida. No diría exactamente anti-lógica, pero no tiene el mismo tipo de lógica silogística basada en ideas y definiciones filosóficas preconcebidas. Es una forma improvisada de inteligencia, basada en la manera en que pensamos y hablamos más que en la forma en que leemos. Pienso que es mucho más apropiada para nuestro actual modo de pensar, en especial si consideras las formas de arte popular e innovadoras que nos rodean y que han empezado en este siglo. Estoy pensando especialmente en cosas como el jazz, como el expresionismo abstracto. Formas que se mueven a veces de manera ilógica, anti-lineal, anti-silogística, de improvisación. Así que ésta es la clase de tradición rival que, yo diría, está destacando. Y no es exactamente vanguardia. Sus raíces son muy, muy profundas.
De todas formas, no creo que lo de vanguardia se aplique a este país. Opino que lo que ocurre aquí es algo enteramente distinto. Porque la vanguardia europea era, antes que nada, elitista. Dependía de la existencia de una clase literaria, que no tenemos aquí, no en el mismo sentido en que se consideraba allá. Aquello implica un enfoque militante, implica a jefes y seguidores. Lo que tenemos aquí es mucho más difuso en su mayor parte, a lo largo y ancho de la nación.
No hay ninguna élite literaria en este país, a no ser la élite corporativa que dirige el negocio del libro. Es una situación totalmente diferente. Diría que lo que tenemos aquí es un underground estable, fuera de él los movimientos surgen ocasionalmente y se apagan, pero el underground siempre está ahí. Mientras que en Francia, en especial, tienes esta serie de vanguardias que no son, en realidad, nada más que la vanguardia de la cultura burguesa.
Clement Greenberg en un ensayo llamado, creo, "Vanguardia y kitsch", ya en 1939 decía que la vanguardia realmente dependía de una clase de élite, por la simple razón de que necesitaba el dinero de esa clase como apoyo. El dinero, los antecedentes, la educación, etcétera. Y aunque no me gusta como enfoca las cosas Clement Greenberg, pienso que tenía razón. Creo que por saber eso fue tan exitoso e influyente como crítico. Incluso logró que el gobierno apoyara el expresionismo abstracto como artículo de exportación. Fue al principio de la New York School of Painting, y su triunfo mundial.
En realidad hay un libro sobre eso, titulado How New York Stole the Idea of Modern Art: Abstract Expressionism, Freedom, and the Cold War. Es de un franco- canadiense, Guilbaut de Sarga, que naturalmente era de tendencia francófila. Pero tiene un buen enfoque sobre cómo el dinero, pasado cierto punto, respaldó al expresionismo abstracto. Del mismo modo en que no fue ningún accidente, creo, a finales de los 60, que ciertos escritores y pintores y cineastas empezaran a conseguir algún reconocimiento y éxito. Ocurrió muy rápido. Y esos tipos, los presuntos expresionistas abstractos, habían sido oscuros y pobres durante 15 o 20 años. El éxito les llegó de la noche a la mañana, en especial a un tipo como Pollock, y creo que estaban muy desorientados por eso.
Recuerdo, remontándome al 68, al 67, que de repente había artículos en Time sobre los beatniks, y luego los hippies. Pienso que el movimiento hippie era en realidad una ampliación del beatnikismo impulsada por los medios de comunicación, y para nada lo mismo, de hecho. Quiero decir, cuando vivíamos en el Lower East Side, nos espantamos cuando llegaron los hippies, porque lo estaban echando todo a perder para todos. Irritaron como demonio a la población local, especialmente a los latinos, que vieron a estos tipos y creyeron que eran maricas, ya sabes, y empezaban todo tipo de peleas. Donde vivíamos, nos vestíamos de la misma manera que las personas en el vecindario, y no había ningún problema de que hablar. Así que fue en el verano del Amor cuando las cosas se pusieron violentas.
Pero pienso que alguien en Hearst o Chase Manhattan, esa gente, llegaron a la idea de que la cultura tenía que ser sacudida o relajada, porque todas esas actitudes nerviosas, que casi provocaron mi expulsión de Cornell por escribir Birdshit en un cuento, estaban empezando a inhibir la productividad de la cultura. Así que decidieron que se necesitaba relajar la tradición puritana. Se sobrepasaron, liberaron fuerzas eróticas, dionisiacas, que no esperaban desencadenar, y se armó la gorda, por suerte.

Dice usted que su obra no es de vanguardia, sino de una tradición rival, regresando a través de Sterne y Rabelais a los sofistas.
La tradición retórica, sí.

¿Usted ve esta tradición rival, a través del tiempo, como siempre opuesta -para usar otro término suyo- a un modo convencional o más dominante del arte?
No soy lo bastante historiador como para responder adecuadamente esa pregunta. Dudo que fuera siempre oposicional. Pero supongo que era siempre polémica, porque era la tradición del debate. La retórica es debate, y debate implica dos opiniones sobre las cosas, crítica, diferencia y acuerdo. Pienso que es una postura que automáticamente cuestiona. Es de lo que nace la tradición legal, y no es probablemente ninguna coincidencia que las personas se estén interesando ahora por la conexión entre literatura y ley.

Usted dice: No hay ninguna vanguardia en América, pero hay un underground. ¿De dónde cree que provenga eso?
Había una clase de vida bohemia en New York, basada en cervecerías, y un sótano de cerveza especial, que no recuerdo, al que Whitman solía ir, en la segunda mitad del siglo XIX. Así que supongo que todo aquello comenzó después de la Guerra Civil. Entonces diría que, de cierta forma, los Brahmanes de Boston y el Trascendentalismo encajan dentro de esto, Emerson en especial, porque se trata de un movimiento necesariamente relacionado con la pobreza. A veces lo es, a veces no lo es. Stevens estaba en esa tradición, y Stevens, por supuesto, era un abogado corporativo adinerado. Personalmente, considero a Emerson una gran fuente la sabiduría y apoyo; el primer ensayo de mi libro In Form es sobre Emerson. Probablemente debe haber un mejor nombre que underground para lo que quiero referir, simplemente porque underground indica nivel económico. Pero todo el mundo entiende "underground", así que eso es lo que he estado usando, una especie de taquigrafía. Tal vez "cultura en lo oscuro" sería un término mejor.

¿Dónde entra Avant-Pop?
Eso sale en parte del movimiento Letrista-Situacionista. Los Letristas y los Situacionistas eran un grupo en Francia. Creo que los Letristas vinieron primero, y eran más literarios; luego en la fase Situacionista el movimiento derivó más a la crítica social, algo por el estilo del surrealismo o el Dadaísmo. Uno de los personajes importantes, especialmente al principio, era un tipo llamado Isadore Issou. Los Letristas-Situacionistas tuvieron la idea del Detournement, que era pegarse al contenido de la cultura popular-clase media y distorsionarlo. La traducción de Detournement sería algo como Secuestro Aéreo, tal vez. O la diversión. "Secuestra" una frase o una idea de la cultura comercial y úsala para otros propósitos. Básicamente usa el mercado contra sí mismo.

¿Cómo se afecta el mercado? De hecho, ¿se afecta?
Con suerte lo que ocurre es que se crea una audiencia para otras formas, distintas de las que impulsa el mercado. En ese sentido podría erosionar el mercado. Es una cuestión interesante: ¿cómo se afecta el mercado? No puedes derrotar al mercado; sólo puedes modificarlo, cambiar su centro de gravedad. Tampoco estoy tan seguro de que el mercado sea malo. Es sólo una cuestión de quién controla los medios; y usualmente se trata de fuerzas que no apruebo. La industria musical es la parte más sensible de todo eso: rock-and-roll, punk. El mercado general tolerará a ciertas clases de artistas, les dará una voz, una plataforma, y la audiencia los acogerá en formas inesperadas, y se alzarán movimientos no planificados. El mercado se ha convertido en nuestro medio ambiente; y se ha vuelto tan vasto y complicado que no sabes qué va a pasar. Se ha ido más allá del control de cualquiera, aunque algunas personas, algunos grupos, tienen más control que otros. Es como si ya no hubieran intrusos. Porque no hay un afuera. Ya no puedes escapar de la cultura, en especial de la cultura la popular. A menos que seas un ermitaño o algo así, totalmente hermético.

Usted y Larry McCaffery desarrollaron la noción específica de Avant-pop, un término que él acredita al músico de jazz Lester Bowie. McCaffery ha escrito sobre eso en muchos sitios, especialmente sus dos antologías, Avant-Pop: Fiction for a Daydream Nation (Black Ice Books, 1993) y After Yesterday's Crash (New York: Viking Penguin, 1995). Yo considero que el término significa dos cosas: uno, la tendencia de la cultura popular desde comienzos de los 60 de apropiarse de y volver a empaquetar las técnicas vanguardistas del arte, la música, la literatura y el cine; y, dos, un contramovimiento literario muy desorganizado pero ahora autoconsciente para expropiar a los expropiadores e invadir, timar, subvertir y reventar los géneros comerciales (como el noir, la ciencia ficción y la pornografía).
El Avant-pop siempre fue autoconsciente. Pero ha sido más autoconsciente, o más deliberado, que lo que supondrías. Como en el período punk. Por ejemplo, Malcolm McLaren, que era el empresario de los Sex Pistols, tomó mucho de los Situacionistas. La conexión con McLaren está expresada en un libro de un crítico musical llamado Lipstick Traces. Me tropecé por primera vez con esta línea de desarrollo cuando hacía entrevistas para Down and In; hablaba con muchas personas de la industria musical que estuvieron involucradas en los principios del rock-n-roll o el punk. Ahí es donde descubrí la influencia de los Situacionistas sobre McLaren y los Sex Pistols. También tomó mucho de ciertos grupos estadounidenses. En otras palabras, el origen del punk fue de cualquier parte, menos inglés, es sólo que pegó en Inglaterra. Fue una confluencia internacional de influencias.

Al número veraniego de 1995 de Black Ice Magazine se le llama Prosa degenerativa, que es ahora también un libro de FC2. En el coloquio entre usted y Mark Amerika al principio, usted parecie más interesado en la palabra "Interventiva" que en "Degenerativa", que se refería a la falla o la interpenetración o disolución de géneros diferentes en sí. Interventiva: por ejemplo, agresiva, interactiva... Que guía a la acción o incluso sí mísma rebosando en el gesto manifiesto, el performance, el teatro, o la organización práctica, incluyendo su propia producción y distribución. Así que usted parece estar hablando de un movimiento del que el Avant-pop sería una simple parte en vez del todo.
La mejor manera de comprender mi concepto de "Interventiva" está al final de una serie de elementos. Primero estaba la idea de encarar a la Naturaleza con un espejo, la tradición realista. Después la idea impulsada por la surfiction de que escribir podría ser, no una imitación de la realidad, sino una adición a la realidad. La próxima fase es lo que concibo como interventiva, queriendo decir que escribir puede realmente intervenir en la realidad o la experiencia, y cambiarlas. Odio usar la palabra "realidad." Pero éstas son etiquetas, francamente, "Interventiva","Avant-pop." Aparecen a veces porque son estratégicas, y realzan ciertos aspectos de lo que estamos haciendo. Pero sé que desde mi primera novela, Up, ya estaba escribiendo este tipo de cosas. Por ejemplo, recuerdo que en Up, en medio de una u otra diatriba, paro y digo, Mire, ¿por qué no aporta quince dólares a la ACLU? Eso es lo que me propongo, que la gente de verdad se ponga a hacer cosas, o que al menos piensen en cosas que de otro modo no pensarían en hacer. Eso es lo que quiero decir con interventiva.

También se entiende como ironía.
Exacto. Pero la ficción es siempre irónica.

La mayoría de los escritores dirían que quieren conmover al lector, hacerlo reír o llorar, o enfadarse. ¿Usted espera que la ficción interventiva pudiera ir más allá de eso?
Un escritor como E. L. Doctorow, creo, usa la ficción como un texto de opinión editorial para influir a las personas para que piensen de cierta manera. No tengo nada en contra de eso, excepto que pienso que hay una diferencia entre lo que escritores como Doctorow hacen y lo que hago yo, en tanto que el contrato con el lector es muy diferente. Los fundamentos completos para la interacción lector-texto son diferentes. Lo que estoy tratando de hacer es re-engranar desde el punto de la suspensión voluntaria de la incredulidad, que está en la base de nuestra tradición literaria occidental. Es el corazón de la tradición convencional en la ficción angloamericana. (Aunque es la frase de un poeta, el prefacio para Lyrical Ballads, Wordsworth/Coleridge.) No desdeño lo que Doctorow está escribiendo, escribe bien. Pero todavía usa esa clase de enfoque de la suspensión-de-incredulidad. Mi idea es que no puedes agarrar realmente al lector sobre la base de la suspensión de la incredulidad, porque eso es como un cuento de hadas infantil.
Lo que hago es violar el contrato convencional con el lector. Cancelo ese contrato y hago otro tipo de contrato. Pongo la ficción al mismo nivel que cualquier otra disciplina de conocimiento, y desecho suspensión-de-incredulidad, y me muevo en dirección a la tradición retórica rival, que se remonta a los sofistas, que es una tradición del debate y se presenta a sí misma como un medio legítimo para hacer enunciados válidos y descubrir información e impartir conocimientos al mismo nivel que otras disciplinas. Por eso, la vieja tradición retórica era indistinguible de la psicología. Todos los estudios de humanidades pueden haber nacido de la retórica en una especie de falsa y desastrosa división de la forma en que investigamos el conocimiento. En todo caso, siento que la noción entera de la ficción en la tradición angloamericana está sobre una base muy defectuosa, si no totalmente falsa. Hay una manera mucho más productiva de encararla.

¿Leyó el ensayo de Tom Wolfe, The Billion-Footed Beast? Allí les dice a los escritores: Abandona. Baja de ahí, hazte un reportero. Apréndete la sociedad de pies a cabeza.
Sí, yo parezco ser su bete noir. Wolfe gusta de citar, indignado, a este autor, Sukenick, que afirma que escribe sin ropa puesta. Debe haber leído Up. En Up hay un pasaje donde escribí: ¿Sabes lo que estoy haciendo? Podría estar escribiendo sin ropa puesta. Siempre escribo desnudo mis escenas eróticas. Algo así. Así que creo que eso molestó a Wolfe. Él toma eso como el punto de referencia de, cito, "la escritura experimental".

Wolfe se ve a sí mismo en Bonfire of the Vanities resucitando la novela del siglo XIX, la que usted dice, y muchos otros, que está muerta. Él diría que no sólo está hablando de negociantes de bonos, si no que viaja desde el tope hasta el fondo de la sociedad; y nos está diciendo cosas, no solamente sobre el sistema judicial, si no que los EE.UU. se están convirtiendo en un país del Tercer Mundo, etc. Diría: Estoy trayendo noticias sobre la vida real de hoy, estoy haciendo exactamente lo que la novela se supone deba hacer.
El problema es que lo está haciendo en esta forma castrada o auto-castrada. La novela pierde su poder como una forma de conocimiento porque, ya te dije, lees la novela de Wolfe y sabes que es solamente una novela. Es no realidad. Si él quiere hacer eso, por qué no lo hace como esa clase de periodismo que siempre ha hecho y que hace bien. Me gusta su no-ficción, no toda, pero me gustan muchos de sus libros de no-ficción. Es muy bueno en eso, y opino que eso es muy importante. Es mucho más directo y tiene mucha más credibilidad, en vez de esta construcción de cartón, que apenas llega a la media de la escritura periodística, y menos aún ingeniosa. Leí parte de ese libro; es horrible, Bonfire of the Vanities. No está, indudablemente, a la altura de sus propios patrones como buen escritor. Es curioso cuánto sufre su estilo por usar esa forma. Quiero decir que es un buen escritor que de repente está escribiendo pura porquería.

Tal vez Wolfe, en defensa propia, diría que los libros de usted suenan a veces a ficción convencional. En 98.6, por ejemplo, usted pone lugares, usted tiene personajes que salen a escena, hay diálogo, hay descripción. También hay ocasionales comentarios de edición sobre los personajes, pero desde el punto de vista de Ron, que es el que habla, el que los trajo a todos a la comuna y está escribiendo un libro sobre ellos. Si "Interventivo" implica cambiar el contrato con el lector, ¿cómo se aplica a 98.6 la dimensión de debate que usted describe?
Antes que nada, el lenguaje es referencial. A veces he sido criticado por decir que no quiero escribir ficción figurativa, lo que es cierto, porque no puedes evitar eso con el lenguaje, lo que es también es cierto. El asunto es la base de representación. El lenguaje es referencial y apenas puede evitar ser figurativo en algún sentido. La cuestión es si se trata de la imaginación de la ficción convencional, o si puedes mantener una relación no artificial con el lector, admitiendo precisamente cuáles son exactamente las situaciones de lectura y escritura. Esto ha sido llamado ficción autoconsciente, o ficción autorreflexiva; yo lo llamaría, sencillamente, ficción consciente. Siempre hago algo que señale la cualidad textual del libro, el hecho de que es un objeto escrito. Trato de que el lector se haga consciente de qué rayos está pasando.
En 98.6 uno de los trucos que empleo es incluirme como personaje en el libro, escribiendo el libro. Otro es la destrucción gradual de la cualidad de fábula, la cualidad de ficción del libro. En otras palabras, mientras avanza el libro, la ficción se hace más y más absurda, hasta que no ya hay manera de que usted pueda creer en ella como ficción.

Especialmente en la última sección.
Especialmente en la última sección. La primera es casi documental. La segunda viene siendo algo así como ficción convencional, aunque trasgredida de muchas maneras. Las escenas en California son imposibles en California, porque juntan cosas que no pueden existir juntas, como las montañas nevadas y el océano. También hay invención de cosas que son introducidas más o menos como Borges introduce los fragmentos de realidad fabulosa en su Biblioteca de Babel. Cosas como un vegetal que la gente cultiva y que nombré squam. Pero luego la tercera sección se hace manifiestamente imaginaria. Eso sirve para destacar la cualidad-texto de lo que ocurre. Pero también, paradójicamente, destaca la imaginación como una manera de resolver dilemas, el poder redentor de la imaginación. Porque en la última sección Bobby Kennedy todavía está vivo, y los árabes y los judíos se quieren unos a otros en Palestina. ¿Tal vez un poco profético? El libro se resuelve en la imaginación.
Así que pon ficción, poesía, las artes en general sobre el mismo estrado que las otras formas de adquirir conocimiento. Si la ficción o la pintura o cualquiera de las artes no te dan algo de acceso al conocimiento, no aumentan en algo tu entendimiento, no expanden en algo tu comprensión de la experiencia, entonces se trata de un juego inútil. No me interesa. Pero esto es lo que esperamos de todas las otras disciplinas. Ésa es la prueba que aplicamos, esa prueba definitiva de utilidad para la cultura. Eso es lo que aplicamos a la filosofía. Cuando un filósofo está lidiando con la epistemología es una ocupación seria, porque tiene que ver con la manera en que podemos comprender nuestra experiencia. Pienso que tenemos que imponer los mismos requisitos, y aplicar la misma prueba, a las artes. Sobre esa base, si aplicas ese patrón, casi todo lo que ahora se conoce como "literatura de calidad" -contemporánea, quiero decir, no el Canon- "Ficción de calidad", se desmorona sencillamente en polvo. Ahí no hay nada.

Usted reconoce que el lenguaje es referencial y figurativo. Pero también habla del lenguaje como política. En Politics of Language, uno de los ensayos de In form: Digressions on the Act of Fiction, usted habla del lenguaje como códigos de autoridad, por una parte, y, por la otra, como una subversión contra esos códigos, un intento de disolverlos.
Bien, pienso que es una cuestión de introducir una forma de pensar más independiente. Liberación del Lector, como lo llamo. Enseñar al lector a leer de formas no dictadas, pero en realidad calculadas para liberar los procesos del pensamiento del propio lector y hacerlo pensar por sí mismo.
Sabes, esto está directamente relacionado con Burroughs cuando dice: Cut the word lines. Corta las líneas de autoridad que están implícitas en la mayor parte de lo que se publica. Y es una autoridad escrita por esbirros del Establishment, apoyada por el dinero, la distribución, la promoción. Es absurdo pensar que el tipo de escritura que se impulsa desde el conglomerado de la industria editorial internacional no tenga una orientación intelectual –o debo decir, no intelectual, básicamente una orientación política. Pero es una orientación política que nos rodea tanto –libre mercado, capitalismo– que es invisible. Es tan omnipresente como la fuerza de gravedad. Y lo que se publica también es, para los escritores, invisible como influencia en su escritura, pero es también como la fuerza de gravedad. Al final, todo es por el dinero. Y la única manera de luchar contra eso es cortando las líneas de autoridad que se conectan a la máquina de hacer dinero. Una de las formas de hacerlo es escribir de maneras diferentes con el propósito de que los lectores pueden salirse de los moldes preparados para ellos.
Pienso que el control de los medios de comunicación en este país es -¡no solamente en este país, qué estoy diciendo!, el Mundo Occidental, todo el orbe- es una de las mayores fuerzas en el control de lo Correcto ahora. No es ningún accidente que, de repente, todas las editoriales, los periódicos, las revistas, sean poseídos por tres o cuatro conglomerados diferentes. ¿Cómo puede alguien decir que esta no es una influencia muy, pero que muy importante en la política actual? Sencillamente, no hay un poder compensatorio. Lo único en que puedes pensar a ese nivel es que podría haber una revolución tecnológica que lo sacudiera todo. Tenemos esa esperanza, por un tiempo, en la Internet, que pudiera tener alguna clase de influencia modificadora y mitigadora. De todos modos, desde el punto de vista de un escritor, desde mi punto de vista, veo que una de las maneras de socavar eso es romper los moldes que están diseñados por el dinero.

Usted los rompe para usted mismo como autoexpresión. Si no hay ningún lector… Por supuesto, algunas personas leen. Pero digamos que son sólo un puñado de personas, como el lema de la Black Ice Magazine: No para todo el mundo. Pero si un escritor escribe, e incluso logra ser publicado, pero nadie lo lee, ¿cómo puede eso cortar las líneas de palabras?
Bien, siempre empiezas con pequeños grupos de personas. Y es mejor, creo, tener un efecto real en tres personas que tener un efecto masturbatorio de tipo hipnótico que, básicamente, nulifica y embota la inteligencia de cualquier número de lectores. En ese caso, no importa. Supón que yo tuviese un best-seller, bueno, ¿y qué? Si tuviera un best-seller en mis propios códigos, lo cual es inimaginable, antes del término de mi vida, eso sería tremendo. ¿Recuerdas la historia de Henry James sobre este escritor, que es magnífico, y piensa de cada libro: Éste va a ser el best-seller, y siempre resulta ser de poca venta pero un libro excelente? Tengo muchos amigos así. Mi amigo Steve Katz siempre dice: Estoy escribiendo un best-seller. Este va a ser mi best-seller. Pero no puede hacerlo porque no es esa clase de escritor. Por supuesto, nunca se sabe, y puede demostrarme que estoy equivocado. Eso espero.
De todos modos, supongamos que hay algunos escritores que probablemente podrían hacer eso, y algunos escritores que lo hayan hecho. Mi amigo Mark Leyner, por ejemplo, quién empezó por Fiction Collective. (Ya no la llamamos Fiction Collective. Todo el mundo se enoja conmigo cuando digo Fiction Collective, es FC2-Black Ice Books.) Bueno, empezó por FC2 y de hecho dirigió la dirigió, fue uno de los directores durante aproximadamente seis años. Se acomodó gradualmente, y cuando fue recogido por Crown Books lo primero que le dijeron fue: ¿Puntuarás? Leyner cambió la puntuación. Pero ése fue sólo el principio. Luego vino y me dijo: Me están promoviendo como un escritor de culto, Ron. No tengo un culto. Pero ahora que están diciendo que tengo un culto, estoy consiguiendo un culto.
Y después: Bueno, sí, estoy tratando de ser más cómico. Estoy tratando de, específicamente, ser gracioso, porque a las personas les gusta más. Y luego, no hace mucho tiempo, dijo: Bien, ya sabes, no estoy tratando de ser un escritor fenomenal, sólo quiero hacer algo que sea divertido. Y puede hacer eso, pero la escritura ya es distinta de lo que era al principio. Es buena, pero diferente. Se ha convertido en lo que llamarías, en vez de un novelista, un humorista, creo. Lo que está bien. Pero el asunto es que en cuanto te acomodas a ese mercado, tienes efecto totalmente diferente. Ayudas a apoyar al mercado. En este momento es difícil imaginar a alguien que pudiera ser un vendedor legítimo y que esté también minando el mercado. Pero cualquier cosa es posible, así que probablemente algún genio se aparezca con eso.
El próximo escritor que va a surgir de la tropa, creo, es Steve Dixon. Me ha desconcertado siempre -Steve Dixon es un escritor excelente, y lo hemos promovido mucho en American Book Review debido a eso, y porque ha sido totalmente ignorado. Steve Dixon publica aproximadamente cincuenta cuentos y tres novelas en un año, algo así. Muy prolífico. Se publica en todos lados, pero en lugares diminutos, diminutos. Normalmente era publicado en editoriales mucho más pequeñas que FC2, si puedes creerlo. Y siempre me preguntaba, este tipo no está lejos del mainstream, solo que el tono es algo distinto. Es muy bueno, es mucho mejor que el mainstream. Y pienso que, con Dixon, realmente hay algo ahí. A la industria editorial no le gusta la escritura donde hay algo. Prefieren los vacíos porque son más fáciles de vender, puedes ponerle cualquier tipo de etiqueta. Así que probablemente el hecho de que era un escritor sustancial lo demoró un poquito. Ahora, creo, fue recomendado para un segundo National Book Award, pronostico que su obra va a despegar, incluso comercialmente. Pero siempre estuvo bastante cerca de eso, con una dificultad. El tipo tiene ahora 55 años, así que ha tenido esta larga carrera de perseguir lo comercial.
Otro ejemplo es Burroughs. Burroughs se publica ahora, ¿dónde? En Random House o Knopf o alguna editorial grande, creo que es Viking. De todos modos tiene un contrato grande; podría hacer suficiente dinero como para vivir de eso. Aunque sus amigos me dicen que ha dejado de escribir porque descubrió que puede hacer más dinero como pintor.

Y hace comerciales de Nike.
Y hace comerciales de Nike. Sabes, pienso que los escritores deben poder hacer dinero, pero, qué diablos, es asunto de gusto personal. El hecho es que Burroughs se ha hecho un icono. No es el Burroughs que ya no escribe, es el Burroughs el personaje. Tenía un papel secundario en alguna película que vi el otro día.

Drugstore Cowboy.
Sí. Y era tonto. Quiero decir, no era tonto, era bueno, estaba haciendo de Burroughs. Pero era tonto tenerlo en la película. Era sólo un ardid.
Pero los libros influyentes de Burroughs fuero los tres o cuatro primeros. Tuvieron un impacto enorme. Tuvieron mucho impacto sobre mí. Desde entonces su obra se ha ido volviendo progresivamente mansa. Creo que The Cities of the Red Night es un libro muy mediocre. Sé que hay personas que podrían no estar de acuerdo conmigo. Pero es mucho más convencional que sus libros anteriores. Así que... Burroughs tiene ahora cerca de 80 años, tal vez cuando yo tenga esa edad las personas estarán diciendo lo mismo de mí, eso espero. ¡Ese tipo está haciendo mucho dinero! Buena suerte. Debo vivir mucho tiempo.

Una última pregunta sobre el lenguaje. En 98.6, sobre todo, pero también en Doggy Bag, usted tiene al personaje de Ron, o a sus sustitutos, buscando una Lengua Secreta -en 98.6 llamada BJORSQ- sobre la que encuentran más y más pistas pero de la que nunca hallan la Piedra Rossetta. ¿A dónde se dirige usted?
Bien, han descubierto la lengua secreta. Es el código genético, llamado Gnomic. Aparentemente están aplicando el análisis de textos al código genético. No sé con qué éxito. Lo menciono en Handwriting on the Wall. En otro fragmento interventivo, e interactivo, digo: ¡Revise el New York Times! Pero lo encuentro fascinante y las técnicas que descubrieron que usaba el código genético son como las técnicas de Joyce en Finnegans Wake. Como los juegos de palabras. Mi idea completa sobre la lengua secreta es que es una lengua que conectará cuerpo y mente, o cuerpo y espíritu. Y eso parece ser la clave.

Hablando de cuerpo y espíritu, vamos a lo del sadomasoquismo. Desde 98.6 hasta...
Déjame decir algo sobre el sadomasoquismo. Es algo con lo que he sido golpeado desde que empecé a publicar, y especialmente desde 98.6. Te haré un cuentecito. Antes que nada, tienes que darte cuenta de que tengo mala reputación. Desde el principio, desde mis primeros libros. Estábamos hablando de esto antes. Cuando publiqué el libro de Wallace Stevens, era el favorito de la New York Review of Books. Entonces cuando salieron Up y The Death of the Novel, todo se puso patas arriba. Yo estaba muy sorprendido, y algo halagado, por la violencia de la reacción -en base a la forma- respecto a esos libros. No fue la política, porque mi política en ese tiempo era casi la misma que la de New York Review of Books, que era mucho más radical, How to Build a Bomb, esa clase de cosas. Pero fui acusado por los neocons incipientes de tratar de desmontar la tradición completa del humanismo occidental. Me sentí muy halagado, en verdad, nunca pensé que estaba haciendo eso. Pero el asunto es... que no comprendí hasta mucho después qué estaba ocurriendo. Es como el E. D. Hirsch, la tradición de los Grandes Libros, todo ese debate, el algo de la mente americana, ¿cómo era?

El cierre de la mente americana.
Correcto. El cierre de la mente americana.

Como si alguna vez hubiera estado abierta.
Así mismo, sí. Pero esa gente pone tanta atención a las formas de la gramática, de la ficción, de esto y lo otro, porque se asocia con la tradición anglo-estadounidense. Ni siquiera la euro, ni siquiera la occidental, sino la anglo. Cuando los jodes un poco, especialmente si cambias la apariencia de la página, Dios no lo quiera, se vuelven locos. No les importa cuál es la apariencia de la página, quiero decir, no realmente, porque no pueden leer. Si pudieran leer, no tendrían esta clase de la reacción. Pero lo que ven es alguien toqueteando el Canon, tú sabes... Ése fue un debate que no salió realmente a la luz hasta hace aproximadamente diez años.
Eso es lo primero, en lo que respecta al sadomasoquismo. Hay personas que no pueden leer. Y en particular lo que no pueden hacer es separar lo que está representado de lo que el escritor podría estar pensando. Echan de menos el sentido de la ironía dramática que es parte de cualquier tipo de ficción que vale de algo. Siempre encuentras alguna forma de ironía a cierto nivel, creo. (No quiero retraerme al Nuevo Criticismo, porque no me gusta esa clase de ironía. Ahora mismo no quiero meterme en esa discusión.) Pero el asunto es que confundían ciertas cosas, especialmente en 98.6, con mi punto de vista particular. Mientras que 98.6 era específicamente una investigación respecto a lo que está ocurriendo con el sadomasoquismo en la cultura estadounidense. Mi teoría fue asociarlo con el desplazamiento del poder.

¿Cuando usted dice sadomasoquismo, quiere decir que uno domina, el otro se somete, y luego cambian los papeles?
Sí. Y las personas lo encuentran muy sexy.
En cierta manera pienso que me estaba adelantado al juego, porque hay mucho de eso en The Death of the Novel. Pero indudablemente por los comienzos de los 70, mediados de los 70, ya yo estaba haciendo esta clase de análisis. Y realmente era pre-punk. Quiero decir, no era, tal vez, muy pre-Susan Sontag -¿por qué a Susan Sontag nunca la critican por las extrañas implicaciones sexuales de su trabajo? ¿Porque es la querida del Establishment y yo no?
No tengo nada en contra de Susan Sontag, pienso que es una buena escritora, una buena crítica, mejor crítica que escritora de ficción tal vez, y una buena cineasta. Pero fueron los punks los que captaron este tema y empezaron a re-representarlo en su propia experiencia. No salió de la nada. Llegó porque ellos recogieron ese tono de la cultura y lo expresaron.
Así que ya tienes los disfraces. Conozco a algunos de estos chicos, punks de Inglaterra, que según dicen son los más feroces, y vienen a mi casa. Y antes que nada, no se lo creen, conocen mis libros, en especial Doggy Bag, con la fotografía de un perro-lobo que enseña los colmillos, de los que cuelga una bolsa verde con un cráneo y huesos cruzados, pero no se lo creen porque piensan que tengo 25 años como ellos, o menos. Y una vez que lo superan, soy yo quien no se lo cree, porque veo debajo de las cadenas y los látigos y las esposas y los párpados perforados a unos chicos dulces, de aspecto sano. Muy limpios. Recuerdo un debate interesante de los 60. Gregory Corso y Allen Ginsberg están sobre el escenario frente a una audiencia hostil, y alguien comenta algo sobre los "cochinos beatniks", y Allen le dice: ¿Cuándo fue la última vez que te diste una ducha? ¡Apuesto a que me di una ducha más recientemente que tú! Genial. Así que estos chicos son limpios y agradables de verdad. Recuerdo que uno de ellos me invitó a una fiesta rave, y yo dije: Está bien. Iré siempre y cuando no tenga que tomar ninguna droga. Porque no tengo tiempo para eso y no me gustan las drogas. Y el chico me dice: La verdad, yo no tampoco tomo, porque no tengo tiempo. Así que hay algo teatral en esto. Hay una re-representación, una encarnación de corrientes culturales. Tienes que preguntarte de dónde viene. Pienso que viene del mal uso del poder. Cuando el poder se hace dominante y se filtra a través de todos los niveles de la vida, y es el único valor, entonces va a afectar la vida erótica, porque todo también se re-representa en la vida erótica.

Usted ha dicho que como escritor sería antes bien un médium que un creador, "un intermediario (de tipo chamánico) entre el mundo espiritual, es decir, el mundo de la conciencia colectiva, y el mundo de los vivos". André Bretón y sus camaradas surrealistas desarrollaron disciplinas para producir ese estado entre el sueño y la vigilia desde el cual escribieron. En Doggy Bag usted dice algo sobre sintonizar el ruido blanco, lo que normalmente sale de tu visión cuando te enfocas en algo. El flujo de imágenes y la asociación libre de ideas que usted exhibe en varios lugares, pero sobre todo en las secciones "Catorce" y "5 & 10" de The Endless Short Story. Cuando usted está escribiendo, ¿hace algo para conseguir esa capacidad negativa necesaria para que el flujo pase, y actuar entonces como un médium?
Pienso que la capacidad negativa es clave. No me disgustan todos los aspectos de la tradición romántica occidental, y la capacidad negativa, Keats, también fue recogida por los Beatniks, especialmente Kerouac. En una cultura muy agresiva, la agresión filtra muchas cosas que puedes recuperar relajándote, siendo pasivo, y dejándolo llegar.
Sin embargo, en lo que respecta a mi propia escritura, no hago nada particularmente ritualista. Pero creo que entro en algo parecido a un trance cuando escribo. Lo primero que aprendí es que no puedo forzar las cosas cuando estoy escribiendo. Recuerdo cuando estaba escribiendo Up, un momento decisivo en mi desarrollo estilístico, escribiendo a máquina, escribí algo, luego volví para tacharlo porque escuché un vocecita en mi cabeza, escuché: ¡No puedes hacer eso! Porque toda mi vida la gente me decía, especialmente al tratarse de escribir: ¡No puedes hacer eso! ¡No puedes hacer eso! Así que yo reescribo, y de repente, por primera vez, pienso: ¿Por qué no puedo hacer eso? Y lo puse otra vez como estaba. Pienso que era en parte porque estaba leyendo a Henry Miller, y Henry Miller es el tipo que pone las cosas que todos los demás dejan, y saca mucha energía de eso. Así que, en cierto modo, Miller era una influencia decisiva para mí.
He aprendido que no puedo forzar las cosas. Sólo trato de relajarme, y trato de escribir, y sé que la manera en que me siento no tiene nada que ver con lo que va a salir. Cuando siento que no podré escribir una mierda, que estoy terrible, que estoy creativamente estreñido, un poco de mi mejor escritura puede salir de eso, no hay forma de adivinar. Y a veces cuando te sientes realmente con ganas, nada sale.

Hablemos de FC2. Usted fue uno de los miembros fundadores de Fiction Collective en 1974, y devino director permanente cuando se reorganizó en 1988 como FC2. Publicó tres libros allí antes de hacerse director (98.6, Long Talking Bad Conditions Blues, The Endless Short Story), y uno después de serlo (Doggy Bag). ¿En qué se diferencia FC2 de las editoriales comerciales? ¿Qué razones han tenido las editoriales comerciales para rechazar cualquiera de sus libros?
Porque supuestamente no dan dinero, lo que no es exactamente el caso. No sabes hasta que lo intentas. Pero pienso que la única función de la industria editorial, de acuerdo con sus propias declaraciones, no es simplemente hacer dinero; se supone que sea una industria de la cultura. Así que deben prestar algo de atención a eso. En todo caso, supongo que no piensan que hago suficiente dinero. Sin embargo, no creo haber tenido una prueba justa de mercado.
En FC2, al contrario, publicamos cualquier cosa que nos parezca buena, eso también es parte de la tradición rival. En realidad es más que eso. Es realmente lo que está más allá del espectro de la industria editorial. Lo que está más allá del espectro de la industria editorial es sorprendente. Por ejemplo, publicamos a una escritora, también directora, llamada Cris Mazza. No logra publicar en las editoriales comerciales. El porqué es un misterio. De la misma manera que Steve Dixon, está muy cerca de ser una escritora convencional, solo que un poco mejor y un poco diferente. Pienso que sus libros tendrían realmente una amplia audiencia. Pero aparentemente está sólo un poco más allá del espectro.
También hay una especie de estrechez ideológica. Recuerdo que a ella traté de asociarla con mi agente de entonces. Ella no tenía agente. Envió su manuscrito, el agente dijo que no la tomaría porque no le gustaba la manera en que Cris retrataba a las mujeres. Dijo que las mujeres parecían estar siempre demasiado oprimidas. No mencionaré nombres, pero mi agente tenía fuertes tendencias feministas. Así que Cris vuelve a mí muy confundida, me dice: ¡Las mujeres están oprimidas de una forma u otra! ¿Qué tiene ella en contra de esto? Ahí hay un tipo de intolerancia intelectual, supongo, que aparece en las personas que invierten todo su tiempo en ganar dinero. Pero necesitamos a esas personas, porque no somos muy buenos en eso nosotros mismos, así que no los echo a un lado. Pero sucede que el centro mismo de la gravedad es el dinero. Eso es básicamente lo que pasa.

¿A quiénes lee, qué escritores lo alimentan?
Durante los últimos diez años apenas he leído nada que no fuesen manuscritos. Aunque en realidad eso no es muy cierto, porque durante los tres últimos años he estado en la National Book Critics Circle Board, que lee gran cantidad de libros. Se supone que allí se lea todo lo que sale y que valga la pena leer. Descubrí que no había mucho ahí, en la ficción. A decir verdad el año pasado conduje una mini-rebelión, cuyo objetivo era que no premiasen en la categoría de ficción, todos los libros era horribles. Y el diapasón se hace cada vez más estrecho. Al final otorgaron un premio a una novela pseudo-victoriana, que no era ni siquiera victoriana americana, era victoriana inglesa, escrita por un escritor canadiense que tenía un pie en los Estados Unidos hasta donde la ciudadanía oficial cuenta. Olvido su nombre, y pienso que todo el mundo lo hará en aproximadamente seis meses.
Pero hay algunos buenos escritores. Uno, que se publicado por editoriales muy, muy, muy diminutas, es un tipo llamado Stephen Paul Martin. Nadie ha oído hablar de él, pero es muy bueno. Otro es Carol Maso, que acaba de ser nombrado presidente del Brown Creative Writing Program. Otra es Rikki Ducornet, que ganó un Lannan el año pasado, y era candidata hace dos años para los National Book Critics Circle Awards. Es muy buena escritora. Todos estos son de una generación más joven. Al igual que Mark Amerika, mi co-conspirador. En mi generación, Steve Katz, Raymond Federman, Robert Coover, por supuesto.
¿Pero sabes quiénes me influyen más? A los que hallo más interesantes como escritores, de los que tomo ideas, son los escritores jóvenes cuyos manuscritos entran en Black Ice Magazine. Algunos de ellos son muy fuertes. No sé si puedan continuar sus carreras, a veces son flores de un día. Pero tienen enfoques muy interesantes sobre las cosas, e ideas formales muy interesantes. Hay algunos de ellos en la antología de McCaffery, After Yesterday's Crash, y muchos en la antología de Avant-pop de FC2, Avant-Pop: Fiction for a Daydream Nation. Son esos escritores más jóvenes los inspiradores para mí.

¿Conoció a algún escritor en China que haya hecho con caracteres chinos lo que usted ha hecho con palabras?
No sé qué están haciendo los escritores chinos contemporáneos, pero no lo creo. Conocí algunos de ellos. Fue demasiado parecido a estar trabajando, y yo estaba de vacaciones. Pero me interesó mucho la caligrafía china tradicional porque aprovecha el lado gráfico del texto. Compré algo mientras estuve allí.
Esto lo que son las historias estáticas. Las historias estáticas son historias que usan como base los gráficos del texto en vez de la progresión narrativa. Comencé en eso porque alguien que tenía una exhibición fotográfica me pidió que escribiera textos para sus fotografías, para pegarlos en la pared junto a ellas. ¡Pero lo que ocurrió fue que empecé a escribir toda la pared! Conseguí pinceles, distintos colores de pintura, marcadores mágicos, y hice todo este trabajo increíble por toda aquella inmensa galería. Hice una historia inmensa, arriba y abajo y alrededor de las fotos; y la artista se mostró resentida, creo, porque la historia eclipsaba su exhibición. Nunca me dio fotos de aquello, así que no tengo ningún registro.
De modo que aquello era una escritura que tomaba ventaja del lado gráfico; estaba escribiendo sobre la pared. Hice otra en una universidad de Nueva York, creo que el año pasado. Ahora trato de hacerlo sobre la página; pensé que debo explotar la pantalla de la computadora, que no es aún papel y que brinda mucha fluidez respecto a la composición. El resultado es que uso muchas cosas que usaría de manera diferente en un relato. Dejo que en la apariencia de los gráficos recaiga gran parte de la comunicación.

Usted llama a las historias de Doggy Bag hiperficciones. StorySpace es el software fabricado por EastGate Systems con el que Michael Joyce, Stuart Moulthrop, Carolyn Guyer y otros escritores de ficción hipertextual han estado experimentando. ¿Usted también?
No, nunca he hecho verdadero hipertexto. Hiperficción es otra cosa. Creo que fue Coover quien acuñó el término. No lo uso para el trabajo con la computadora.

¿Usted ha leído Afternoon, de Michael Joyce, o Moulthrop's Victory Garden, o alguna de esas cosas?
No. Me gustaría. Ahora mismo tengo en disco una revista inglesa que publica esa clase de cosas. Pero te hace falta un equipo más potente del que dispongo para meterte en eso y abrirlo. Por ejemplo, en life/art pongo notas entre corchetes: "Fotografía de esto", "Fotografía de aquello". Esto viene directamente de la influencia del hipertexto, que suele incluir fotografías. Pero cuando lo monto en mi programa, me sale "Gráfico aquí", algo así, porque mi computadora no puede sacar gráficos, no es lo bastante potente. Pero me gusta así, porque sigue siendo escritura. En otras palabras, si digo "Fotografía de algo", eso todavía necesita de la imaginación en -¿cómo te digo?- una forma no específica. Mientras que una fotografía es mucho más específica. Puede que valga diez mil palabras, pero son siempre las mismas diez mil palabras. Mientras que si se quedara en tu cabecera como escritura, podría valer cualquiera cantidad de miles de palabras. Podría ser dos mil palabras o una sola.
Ahora estoy de lleno en la integración de gráficos; creo que es una dimensión subvalorada de la escritura. Así como la tradición de lo oral, que había sido olvidada en nuestra tradición hasta que los beatniks la trajeron. Creo que la apariencia de lo impreso en página es el hecho que define nuestra cultura. Por eso, si empiezas a forcejear con ella, los neocons se excitan tanto. Porque la apariencia de la página es muy importante. Si cuestionas la apariencia de la página estás sacando a la luz un lado muy importante de la escritura que ha sido suprimido, excepto en la poesía.
La poesía, en nuestra tradición, es básicamente impresión sobre página, pero con cierta flexibilidad. Es cómo lo impreso se presenta en la página, ya no es oral, a pesar de los circuitos de lectura.
De cualquier forma, puedes jugar con la impresión en página, y debes jugar con la impresión en página, pero ésta va a seguir siendo básica. Siempre surgen y se añaden nuevos medios. El performance es lo último. No tengo nada contra el performance, sólo que no creo que reemplace al drama corriente. Y quizás alguien saque algo bueno de la publicidad aérea, no lo sé. Son sólo cosas diferentes. Pero estoy convencido de que lo escrito se quedará. Somos una cultura orientada hacia lo escrito, y punto. No pienso que eso vaya a cambiar alguna vez, a menos que la cultura cambia en maneras que son, verdaderamente, pienso, improbables; a menos que nos convirtamos del todo en otra cultura. No puedo siquiera empezar a pensar en una cultura en la que la versión electrónica sea la versión autorizada. La letra conservará autoridad, en mi opinión, sin importar cuánto avance la electrónica. La copia impresa será la copia autorizada. Siempre necesitaremos una copia impresa para respaldar el texto electrónico. De modo que los tenedores de libros seguirán dirigiendo la cultura. Y pienso que eso es bueno. Pienso que la literatura permite más libertad.


(traducción de michel encinosa fú)













replay







demis menéndez
(de la habana, de 1980)

masacre india

A Jonathan,
por hacerme el juego no tan fácil

Mamá piensa que yo soy bobo. Primero me da la comida temprano, me baña una hora después y me viste para dormir. No son ni las ocho. Lo sé porque no pusieron todavía la musiquita del noticiero. Riego unos cuantos soldaditos en el piso. Me regaña porque si es muy tarde para jugar, vas a ensuciar la ropa blanca, mañana hay que levantarse temprano. Eso es todos los días. Ella después que se baña se pone la bata transparente. Ella tiene un cuerpo bonito, seguro a ti todavía te gusta mucho. Hace sus llamadas de todos los días: a tía Evelyn, a abue y a Alex. Yo no sé que les dirá porque habla con ellos a toda hora. Alex por ejemplo, casi siempre viene después de hablar con ella. Se sirven café y se ponen a ver películas. Por las mañanas cuando ella me despierta para ir a la escuela, Alex está ahí desayunando. Seguramente a él, su mamá ya no lo atiende porque está grande y tiene barba. Mamá dice que cuando yo tenga barba no tendré que decirle lo que hago y puedo tener muchas novias. Yo tengo novia, pero no se lo digo a ella porque mi novia es mi prima Carla. Mamá se pone molesta cuando yo y mi prima jugamos trancados en el cuarto. Pero tía Evelyn no. Tía Evelyn se sienta entre los dos y nos dice que cuando seamos grandes, los dos nos vamos a casar o por lo menos vamos a ser novios. Ya lo somos, siempre pienso en decirle, pero Carla me pellizca y yo le caigo arriba, me muerde y me hala el pelo. Carla es una pesada cuando quiere. Alex viene los domingos y si tía Evelyn está, se trancan los tres en el cuarto de mamá. Después salen riéndose y con los ojos colorados y tambaleándose. Yo y Carla nos reímos mucho con ellos porque ellos dicen cosas muy cómicas. Y nosotros nos reímos de ellos. A veces no saben de qué se están riendo. Carla me dijo que Alex y mamá eran novios. Mentira. Alex es amigo mío y mamá es novia de mi papá, él trabaja en Gran Bretraña, buu buu. Después le dije que tía Evelyn no tenía novio y ella me respondió que su mamá tiene una foto con mi mamá... ¿desnudas? y nos caímos a golpes. Cuando Alex nos desapartó le arranqué un poco de pelo a Carla. Lo guardé en la cajita de madera donde yo guardo mis cosas. Carla me gusta mucho pero yo no se lo digo porque si no, ella me dice que tiene muchos novios. Ella da unos besos muy ricos. Su mamá la enseña cuando se bañan juntas. Mamá nunca se baña conmigo, ni me enseña a dar besos. A veces cuando mi mamá no me va a buscar, me trae tía Evelyn. A mí y a Carla nos encanta porque nos deja bañarnos juntos. Ella no tiene pito y me toca el mío. A mí me entran cosquillas y le tiro agua. Me lo hala ¡ay! no mijita. Tía viene a terminar de secarnos y ella siempre me seca a mí primero para dejar a Carla otro ratico en la bañadera. Claro, porque ella es su hija. Me pasa la toalla suavecito y me lo echa pa´lante y pa´tras. Eso me da cosquillas. Tía Evelyn le dice a Carla que yo cuando sea grande la voy a tener grande, que aproveche desde ahora. Mi tía es muy buena cocinando y cuando lo está haciendo se pone a leer revistas y nosotros jugando en el cuarto. Pone música y se pone a cantar más alto que la cantante y se las sabe completicas. Tía también piensa que nosotros somos bobos. A veces Carla me pide que le dé o le hale el pelo. Yo le hago caso. Tía viene y me regaña y a ella le trae un caramelo o un chicle. Cuando se va, Carla lo parte y me da un pedazo. Carla es inteligente y cómo se roba plastilina de la escuela y hubo una vez que Arián le dio un pedazo de pan con jamón porque ella le enseñó el blúmer. Por las noches cuando viene mamá del trabajo, antes de irse mi tía, ella me da un beso en la boca sin que mamá se dé de cuenta. Ella se pone brava hasta por eso también. Tía le dice que nos portamos bien y a veces tía Evelyn deja a Carla para dormir conmigo. Ella se mueve mucho y habla por las noches y da patadas y suena los dientes y me despierta. Entonces yo le miro el blúmer blanco y le toco las teticas. Nunca se da de cuenta. Al otro día yo siempre despierto meado y Carla se ríe de mí. Eso a mí me da pena. Mamá y Alex también se ríen. Entonces les digo, no voy a la escuela, me quito los zapatos, las medias y empiezo a quitarme la camisa. Mamá me grita que no siga o me va a pegar. Me da y me da de nuevo. Yo no lo hago porque me gusta que me den, lo hago porque así todos dejan de reírse. Mamá se altera. Carla baja la cabeza y Alex se va al baño. A mamá le empieza ese dolor de cabeza que se llama micraña o algo así y se toma tres pastillas. Yo me paso la mano por las marcas de las piernas y sonrío sin reírme y le saco la lengua a Carla. Ella se lo dice a mamá y mami la manda pa´l carajo y ella empieza a llorar. Alex viene y pregunta qué pasa. Alex es un hombre del tamaño de mamá pero ella siempre dice que parece un niño. No sé por qué él tiene que trabajar, si los niños no trabajan. Mamá le dice que se vaya, lo acompaña hasta la puerta, se demoran afuera y desde allí ella me grita que termine de vestirme, si no voy a ver lo que va a pasar. Carla se peina sola y después me ayuda a abrocharme los cordones. Entonces mamá me besa, no sé por qué cuando Alex no está, ella me quiere más. Carla después me dijo que vio a mamá y a Alex durmiendo desnudos. Se había levantado hacer pipi y abrió la puerta para preguntarle si podía comerse un pedazo de pan. Yo no le creí porque cuando ella dice mentiras, siempre dice desnudo. Ella quería que yo le preguntara a mamá y yo no soy bobo porque entonces mamá me castiga dos días sin ver televisión. Pero otro día, tía Evelyn vino sola. Los tres se encerraron en el cuarto y salieron riéndose y con los ojos rojos. Como siempre. Le pregunté por Carla y me dijo que estaba con su abuela del campo. Yo saqué todos los soldaditos y los tanques y los aviones. Oí a tía cuando se despidió y mamá apagó el televisor. Antes mamá no se reía tanto, ¿verdad? Los indios avanzaron con sus caballos. Los americanos se acostaron o se escondieron debajo de la cama. Sentí cuando apagaron las luces. Mamá se reía con algún chiste de Alex. Eran las uno y doce. Despegó un avión desde la mesita de noche. Estaba oscuro pero en las películas los aviones también vuelan de noche ¿verdad? Los indios tenían algunas vacas blancas y negras. La ducha se abrió y escuché a mamá pidiéndole el jabón a Alex. Los americanos empezaron a caminar y a arrastrarse muy rápido. Algunos caballos de los indios tenían alas invisibles y salieron detrás de los aviones. Pum, pum, pum. Fiuuuuu. Pao, Pao. Pauguata. Los indios empezaron a reírse de que los aviones de los americanos habían caído arriba de sus tanques de guerra. Mamá me gritó que me acostara. Pum, pum. Poogrrrrr. Los americanos empezaron a correr hacia la puerta y los caballos voladores cayeron delante de ellos. Los indios hicieron un círculo y esperaron al gran jefe. El reloj tenía las uno y dos y cinco cuando los indios empezaron a comerse a todos los americanos. Mamá me gritó que me acostara. Mami, mami, los indios se comieron a los americanos y salí corriendo para el baño. Alex y ella se besaban bajo la ducha. Se quedaron sin moverse. No sé porqué, pero pensé en Carla cuando dice mentiras. Mamá se ve muy bonita desnuda. Seguro por eso te enamoraste de ella, ¿verdad? Cerré los ojos, porque los niños no deben ver esas cosas porque le salen traumas y se le caen los dientes. Al otro día mami me llevó al parque de diversiones con Carla, me compró todo lo que yo y Carla pedimos. Hasta dio una vuelta en la montaña rusa y me acordé de ti porque tú siempre dices que ella casi se muere el primer día que la montó. Y eso fue hace mucho tiempo, ¿verdad, papi?

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casquitos de guayaba, flan y turrón de maní

Cierro el ojo bueno. Tía Sarita llega a casa, me saluda con un beso pegajoso y me alborota el pelo. Extraño, no intentó tocarme el pito, ni dijo «oye la tienes grande». Me escondo de ella en el patio y abro el ojo bueno nuevamente. Los colores cambian. Las telarañas empiezan a brillar y de pronto, como cada día, descubro que el mundo es hermoso. Cada movimiento de la naturaleza visto con mi ojo bueno es simplemente único.
Paso atrás. Tengo dos ojos como la mayoría de la gente. Uno bueno y otro malo. Aclaración. El malo es un ojo normal: pupila, retina, iris. El otro es de cristal: con una leve desviación que además me hace bizco. Los adultos sin embargo me dicen, «no te molesta el ojito malo» y yo cierro mi verdadero ojo malo para verlos llenos de colores vivos. El doctor también le dice a Sarita, «el niño no puede coger tanto sol, el ojo malo puede expandírsele».
Ella me llama para probar de su mermelada. Tía me quiere mucho, lo sé. Por eso siempre la miro con el ojo bueno para verle el alma cuando se le enciende. Se le pone de color naranja y empieza a soltar destellos en dorado. Ella no es mi tía porque no es hermana de ninguno de mis padres, pero igual se lo digo. Ella me cuida desde hace mucho.
Cuenta la leyenda que un día ella no tenía donde vivir y se coló en el patio de la casa. Cuando mamá la descubrió por la mañana, le dio de comer, le regaló ropa en desuso y la dejó dormir en el sofá. Me dijo, «nene, esta es tu tía Sarita» y cuando le di el primer beso le sentí olor a papas podridas. No dije nada a mamá. Poco a poco aprendió por un libro a hacer casquitos de guayaba, flan y turrón de maní. A papá no le importaba mucho y casi ni se dirigía a ella. Solo le gritaba «Sarita tráeme las chancletas» y tía ejecutaba con rapidez o «hazme café» y ella se lo hacía. Mis amiguitos antes me comentaban que sus padres decían que nosotros teníamos una criada y me visitaban para comprobarlo.
Ella a veces me dice de salir. Nos vestimos y luego nos vamos. En la calle mi ojo malo siempre ve la ciudad sucia y a los perros con sarna. Veo los edificios descascararse, los pasillos con peste a orine de gato y a la gente gritándose. O maltratándose. Tía me ha dicho que la ciudad está así porque nadie la cuida. Yo nunca le digo nada porque ella también tira papeles donde quiera. Y se molesta por boberías. El ojo malo me da dolores de cabeza, sobre todo por los payasos que trabajan en el acuario, por las guaguas y por el calor. Cuando eso sucede, cierro el ojo malo y abro el otro. Con el bueno, la ciudad tiene las paredes cubiertas de enredaderas que no dejan abrir las ventanas, las calles son ríos que a veces inundan un poco las casas, pero la gente lo disfruta. Cuando miro solo con mi ojo bueno los perros no duermen fuera y los gorriones invaden cada recoveco.
Tía me sacude. La ciudad se transforma de nuevo en esa neblina atorándose en mi garganta que me cambia la voz y parezco más grande. Ella me pregunta porqué no hablo y no respondo. «Muchacho habla». Niego con el dedo. Luego vamos a las tiendas y ella se asombra que no pida ningún juguete, ni me antoje del par de patines de cinco ruedas. Ella lo que no sabe es que con mi ojo bueno, los juguetes son piedras de distintas formas y colores. No me interesan las piedras, son muy aburridas.
El ojo bueno me permite entrar primero que los demás niños al parque y me asegura parte del botín de las piñatas. Le dije una vez a ella, «tía, este ojo es un milagro» y cerré el ojo malo. Me sorprendió descubrir como su pecho empezó a ponerse oscuro como cuando se entra a una cueva. «¿Por qué te pones triste?» y ella respondió que no lo estaba. Pero la seguí mirando con el ojo bueno y vi su corazón apretándose, lloraba por dentro y gritaba de ardor. Ella pensaría que mi ojo bueno era como una bola de colores que podía partirse en cualquier momento. Yo le iba a decir, con mi ojo malo vi a papá por última vez y aunque las tardes no siempre son tristes, lo sé, con el ojo malo también vi como a mamá se le enfrió el cuerpo en la bañadera. Pero tía no comprende esas cosas porque es bruta, eso lo repetía papá.
De regreso a casa me obliga a comer pastel de queso. Con el ojo bueno aquello parece un pedazo de plastilina; con los dos ojos a la vez parece una mezcla de fango con aserrín y con el malo, simplemente un pastel de queso. Cierro el ojo bueno y trago de tres mordidas. «Así me gusta». Nos apuramos. Hay días que los malos recuerdos vuelven. Por suerte el ojo bueno los transforma en paisajes blancos donde juego a no dejar marcas en la nieve y río y río de mi tía cayéndose de rodillas, la fusilo con boliches, la empujo por tonta, por bruta y por quererla mucho y ella suplicando piedad me agarra para darme un abrazo calentico. Yo lo acepto porque yo no tengo a más nadie. Y damos vueltas juntos. El sol a veces derrite la nieve y aprovechamos para correr por la hierba, saltar un poco la suiza, lanzar un platillo y subir bajar del árbol. Pero eso se olvida y ya.
Llegamos a casa, ella directo a ver la novela y yo para el cuarto. El ojo bueno me regala un cuarto inmenso y colorido. Una cama del tamaño de un estadio. Flores colgando del techo, las lámparas y en los rincones. Descubro amigos de ocho patas o cuatro alas y pepitas de oro flotando en el aire. Siento un olor a vainilla y a cedro, a laguna con patos, crisantemos enormes y lluvia salada, nubes de goma, disparos sin ruido y silencio. Mucho silencio.
Entonces voy frente al espejo. Me pregunto por qué si miro solo con el ojo bueno, el maldito espejo no me devuelve una imagen mía. Cierro el ojo bueno. Mi figura en el cristal es estirada y flaca, granos alrededor de la nariz y el pelo naciendo bien atrás en la frente. Abro los dos y me transformo en una mosca verde o un animal peludo con granos cerca de la nariz, el pelo bien atrás en la frente. Algunas veces me asusto porque siento los pasos de mi tía cerca. Si me ve así, se muere del miedo. O peor, me aplasta como a un bicho.
Aún frente al reflejo, cierro el ojo malo y todo se queda oscuro. Así se ve la muerte desde adentro, estoy casi seguro. Me tiemblan las muñecas y aguanto las lágrimas. El ojo malo ha visto a mi tía agarrándome el pito, «oye la tienes grande» y cuando ella lo acaricia mucho tiempo, el ojo bueno me enseña que las mujeres tienen el cuerpo hermoso. Un olor como a nada entre las piernas. Y dulzura en las líneas de las manos. La naturaleza hace cosas increíbles.
Agarro la tijera. La aprieto fuerte porque está fría y entonces apunto con una de las puntas al ojo malo, «sale, sal de ahí». El ojo bueno no deja de regalarme olores suaves, sabores desconocidos debajo de la lengua y sonidos muy lejanos. «Sal de ahí te dije» y empujo suavecito hasta tocar fondo. Escucho los pasos de tía muy cerca y mi nombre a punto de salirle de bien profundo del pecho. Me pide que salga, tanto tiempo sola la asusta, igual que a mamá e igual que a mí. En mi mano una pasta caliente se me enreda en los dedos y casi no me deja separarlos. El ojo bueno me deja escuchar una canción que tía me canta con la boca bien abierta, los brazos extendidos sin querer realmente tocarme mientras chorros de nieve le brotan de su cara. Se arrodilla frente a mí igual de eufórica. Igual de temerosa. En el piso, el brillo de una semilla plateada, me hace cerrar mis dos ojos buenos.


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césar aira
(de buenos aires, de 1949)
La luz argentina, 1983
Una novela china, 1987
Los fantasmas, 1990
Las curas milagrosas del Doctor Aira, 1998
El congreso de literatura, 1999
La Guerra de los Gimnasios, 1992
Cómo me hice monja, 1993
Las noches de Flores, 2004
Parménides, 2006
entre otros

la nueva escritura

Tal como yo lo veo, las vanguardias aparecieron cuando se hubo consumado la profesionalización de los artistas, y se hizo necesario empezar de nuevo. Cuando el arte ya estaba inventado y sólo quedaba seguir haciendo obras, el mito de la vanguardia vino a reponer la posibilidad de hacer el camino desde el origen. Si el proceso real había llevado dos mil o tres mil años, el que propuso la vanguardia no pudo funcionar sino como un simulacro o pantomima, y de ahí el aire lúdico, o en todo caso "poco serio" que han tenido las vanguardias, su inestabilidad carnavalesca. Pero la Historia abomina de las situaciones estables, y la vanguardia fue la respuesta de una práctica social, el arte, para recrear una dinámica evolutiva.
En efecto, y restringiéndonos al arte de la novela, una vez que ya existe la novela "profesional", en una perfección que no puede ser superada dentro de sus premisas, la novela de Balzac, de Dickens, de Tolstoi, de Manzoni, la situación corre peligro de congelarse. Alguien dirá que si todo el peligro es que los novelistas sigan escribiendo como Balzac, estamos dispuestos a correrlo, y con gusto, pero sucede que es optimista hablar de un mero "peligro", pues de hecho la situación se congeló, y miles de novelistas han seguido escribiendo la novela balzaciana durante el siglo XX: es el torrente inacabable de novelas pasatistas, de entretenimiento o ideológicas, la commercial fiction. Para ir un solo paso más allá, como hizo Proust, se necesita un esfuerzo descomunal y el sacrificio de toda una vida. Actúa la ley de los rendimientos decrecientes, por la que el innovador cubre casi todo el campo en el gesto inicial, y les deja a sus sucesores un espacio cada vez más reducido y en el que es más difícil avanzar.
Una vez constituido el novelista profesional, las alternativas son dos, igualmente melancólicas: seguir escribiendo las viejas novelas, en escenarios actualizados; o intentar heroicamente avanzar un paso o dos más. Esta última posibilidad se revela un callejón sin salida, en pocos años: mientras Balzac escribió cincuenta novelas, y le sobró tiempo para vivir, Flaubert escribió cinco, desangrándose, Joyce escribió dos, Proust una sola. Y fue un trabajo que invadió la vida, la absorbió, como un hiperprofesionalismo inhumano. Es que ser profesional de la literatura fue un estado momentáneo y precario, que sólo pudo funcionar en determinado momento histórico; yo diría que sólo pudo funcionar como promesa, en el procesoÊde constituirse; cuando cristalizó, ya fue hora de buscar otra cosa.
Por suerte existe una tercera alternativa: la vanguardia, que, tal como yo la veo, es un intento de recuperar el gesto del aficionado en un nivel más alto de síntesis histórica. Es decir, hacer pie en un campo ya autónomo y validado socialmente, e inventar en él nuevas prácticas que devuelvan al arte la facilidad de factura que tuvo en sus orígenes.
La profesionalización implica una especialización. Por eso las vanguardias vuelven una y otra vez, en distintas modulaciones, a la famosa frase de Lautréamont: "La poesía debe ser hecha por todos, no por uno". Me parece que es erróneo interpretar esta frase en un sentido puramente cuantitativo democrático, o de buenas intenciones utópicas. Quizá sea al revés: cuando la poesía sea algo que puedan hacer todos, entonces el poeta podrá ser un hombre como todos, quedará liberado de toda esa miseria psicológica que hemos llamado talento, estilo, misión, trabajo, y demás torturas. Ya no necesitará ser un maldito, ni sufrir, ni esclavizarse a una labor que la sociedad aprecia cada vez menos.
La profesionalización puso en peligro la historicidad del arte; en todo caso recluyó lo histórico al contenido, dejando la forma congelada. Es decir, que rompió la dialéctica forma-contenido que hace a lo artístico del arte.
Más que eso, la profesionalización restringió la práctica del arte a un minúsculo sector social de especialistas y se perdió la riqueza de experiencias de todo el resto de la sociedad. Los artistas se vieron obligados a "dar voz a los que no tienen voz", como lo habían hecho los fabulistas, que hacían hablar a burros, loros, labriegos, moscas, sillas, reyes, nubes. La prosopopeya invadió el arte del siglo XX.
La herramienta de las vanguardias, siempre según esta visión personal mía, es el procedimiento. Para una visión negativa, el procedimiento es un simulacro tramposo del proceso por el que una cultura establece el modus operandi del artista; para los vanguardistas, es el único modo que queda de reconstruir la radicalidad constitutiva del arte. En realidad, el juicio no importa. La vanguardia, por su naturaleza misma, incorpora el escarnio, y lo vuelve un dato más de su trabajo.
En este sentido, entendidas como creadoras de procedimientos, las vanguardias siguen vigentes, y han poblado el siglo de mapas del tesoro que esperan ser explotados. Constructivismo, escritura automática, ready-made, dodecafonismo, cut-up, azar, indeterminación. Los grandes artistas del siglo XX no son los que hicieron obra, sino los que inventaron procedimientos para que las obras se hicieran solas, o no se hicieran. ¿Para qué necesitamos obras? ¿Quién quiere otra novela, otro cuadro, otra sinfonía? ¡Como si no hubiera bastantes ya!
Una obra siempre tendrá el valor de un ejemplo, y un ejemplo vale por otro, variando apenas en su poder persuasivo: pero, de todos modos, ya estamos convencidos.
La cuestión es decidir si una obra de arte es un caso particular de algo general que sería ese arte, o ese género. Si decimos "He leído muchas novelas, por ejemplo, el Quijote", sospechamos que no le estamos haciendo justicia a esa obra. La sacamos de la Historia para ponerla en la estantería de un museo, o de un supermercado. El Quijote no es una novela entre otras sino el fenómeno único e irrepetible, es decir histórico, del que deriva la definición de la palabra "novela". En el arte los ejemplos no son ejemplos porque son invenciones particularísimas a las que no rige ninguna generalidad.
Cuando una civilización envejece, la alternativa es seguir haciendo obras, o volver a inventar el arte. Pero la medida del envejecimiento de una civilización la da la cantidad de invenciones ya hechas y explotadas. Entonces esta segunda alternativa se va haciendo más y más difícil, más costosa y menos gratificante. Salvo que se tome el atajo, que siempre parecerá un poco irresponsable o bárbaro, de recurrir al procedimiento. Y eso es lo que hicieron las vanguardias.
Si el arte se había vuelto una mera producción de obras a cargo de quienes sabían y podían producirlas, las vanguardias intervinieron para reactivar el proceso desde sus raíces, y el modo de hacerlo fue reponer el proceso allí donde se había entronizado al resultado. Esta intención en sí misma arrastra los otros puntos: que pueda ser hecho por todos, que se libere de las restricciones psicológicas, y, para decirlo todo, que la "obra" sea el procedimiento para hacer obras, sin la obra. O con la obra como un apéndice documental que sirva sólo para deducir el proceso del que salió.
Quiero ilustrar lo anterior con un artista favorito, un músico norteamericano, John Cage, cuya obra es una mina inagotable de procedimientos. Y no dejo de hablar de literatura porque Cage sea un músico. Al contrario. Que "la poesía sea hecha por todos, no por uno", significa también que ese "uno", cuando se ponga en acción, hará todas las artes, no una. El procedimiento establece una comunicación entre las artes, y yo diría que es la huella de un sistema edénico de las artes, en el que todas formaban una sola, y el artista era el hombre sin cualidades profesionales especiales. Por lo mismo, hablar de John Cage en este punto no es traer un ejemplo. No es un ejemplo sino la cosa en sí de la que estoy hablando.
Su historia es conocida: un joven que quería ser artista, que no tenía condiciones para ser músico, y que por lo tanto llegó a ser músico.... Hay un defecto en la causalidad, por el que se cuela lo vanguardista. Antaño las vidas de los músicos eran al revés, con la de Mozart como canon: la predisposición era tan importante, la causa tan determinante, que el relato debía retroceder siempre más en la biografía, hasta la primera infancia, hasta la cuna, y antes aún, hasta los padres o abuelos, para poder ponerle un comienzo. En Cage la causa flota, incierta, y en los hechos va avanzando hacia la vejez. Se la podría poner con justicia en sus últimos años de vida, en las hermosas piezas tituladas con números que compuso entre 1987 y su muerte en 1992. El beneficio de esta postergación de la causa fue que se le hizo necesario inventarla cada vez: él nunca tuvo un motivo previo y definitivo para ser músico; si lo hubiera tenido, no habría podido sino dedicarse a fabricar obras. Tal como fueron las cosas, debió hacer algo distinto. Puede aclarar esa diferencia el examen sucinto de una de sus invenciones, la Music of Changes de 1951.
Music of Changes es una pieza para piano solo, y el método de creación usó los hexagramas del I Ching o Libro de las mutaciones. Fue creada mediante el azar. No puede decirse que haya sido "compuesta", porque este verbo significa una disposición deliberada de sus distintos elementos. Aquí la composición ha sido objeto de una metódica anulación.
Cage usó tres tablas cuadriculadas, de ocho casillas por lado, es decir sesenta y cuatro por tabla, que es la cantidad de hexagramas del I Ching. La primera tabla contenía los sonidos; cada casilla tenía un "evento sonoro", es decir, una o varias notas; sólo las casillas impares los tenían; las pares estaban vacías e indicaban silencios. La segunda tabla, también de sesenta y cuatro casillas, era para las duraciones, que no están usadas dentro de un marco métrico. Aquí las sesenta y cuatro casillas están ocupadas, porque la duración rige tanto para el sonido como para el silencio. La tercera tabla, de la que sólo se usa una casilla de cada cuatro, es para la dinámica, que va de pianísimo a fortísimo, usados solos o en combinación, es decir, de una notación a otra.
Tirando seis veces dos monedas se determinaba un hexagrama del I Ching. El número de ese hexagrama remitía a una casilla en la tabla de sonidos. Otras seis tiradas, otro hexagrama, determinaban la duración que se aplicaba al sonido elegido antes, y la tercera serie de tiradas determinaba la dinámica (Había además una cuarta tabla, de densidades: también por azar se determinaba cuántas capas de sonido tenía cada momento; estas capas podían ir de una a ocho.) La extensión de sus cuatro partes, la estructura de éstas y la duración total también salieron del azar.
El trabajo metódico y puramente automático de ir determinando una nota tras otra hace la pieza del principio al fin. ¿A qué suena esta pieza? De las premisas de la construcción se desprende que va a sonar a cualquier cosa. No va a haber ni melodías ni ritmos ni progresión ni tonalidad ni nada. Salvo las que salgan del azar; o sea que, si el azar lo quiere, va a haber todo eso.
Es curioso, pero si bien se diría que, dado el procedimiento, la pieza debería sonar por completo intemporal, impersonal e inubicable, suena intensamente a 1951, a obra de un discípulo norteamericano de Schöenberg, y es muy característica de John Cage. ¿Cómo puede ser? Lo único que hizo Cage, en 1951, fue decidir el procedimiento; no bien empezó la escritura cesaron la fecha y la personalidad, y la civilización que las envolvía. Si la fecha, la personalidad y la civilización siguen presentes en el producto terminado, quiere decir que hemos estado equivocados al asignar su presencia a procesos psicológicos en el acto de la composición.
Supongamos que los Nocturnos de Chopin hubieran sido escritos con el mismo procedimiento. No necesariamente con el I Ching, pero sí con tablas de elementos, y una elección entre ellos según el azar. No es tan descabellado, porque esas tablas siempre han existido, siquiera en estado virtual; y la actualización de sus elementos siempre se hizo más o menos al azar, salvo que este azar podía llamarse inspiración, o capricho, o incluso necesidad. Para mantener la tonalidad, o la métrica, no había más que preparar tablas ad hoc. Por supuesto, el romanticismo no podía renunciar a las prerrogativas del yo sin corromper su fábula. El constructivismo contra el que reaccionaba tendía a la impersonalidad, y no puede extrañar que haya experimentado con el azar. En la época inmediatamente posterior a Bach se compuso ocasionalmente usando el azar, con dados; lo hicieron Mozart, Haydn, Carl Phillip Emmanuel Bach, entre otros. El ingreso de la personalidad del artista, de su sensibilidad y las complicaciones políticas del yo, se inicia con el romanticismo y tarda un siglo en agotarse. El gran mecánico Schoemberg le da una vuelta de tuerca a la profesionalización del músico, preparando la entrada de un nuevo tipo de artista: el músico que no es músico, el pintor que no es pintor, el escritor que no es escritor. Ya en 1913 Marcel Duchamp había hecho un experimento en el mismo sentido, de determinar las notas por azar, pero sin ejecutarlo; consideraba la realización "muy inútil". En efecto, ¿para qué hacer la obra, una vez que ya se sabe cómo hacerla? La obra sólo serviría para alimentar el consumo, o para colmar una satisfacción narcisista.
Cage justifica el uso del azar diciendo que "así es posible una composición musical cuya continuidad está libre del gusto y la memoria individuales, y también de la bibliografía y las `tradiciones' del arte". Lo que llama "bibliografía" y "tradiciones del arte" no es sino el modo canónico de hacer arte, que se actualiza con lo que llama "el gusto y la memoria individuales". El vanguardista crea un procedimiento propio, un canon propio, un modo individual de recomenzar desde cero el trabajo del arte. Lo hace porque en su época, que es la nuestra, los procedimientos tradicionales se presentaron concluidos, ya hechos, y el trabajo del artista se desplazó de la creación de arte a la producción de obras, perdiendo algo que era esencial. Y esto no es ninguna novedad. San Agustín dijo que sólo Dios conoce el mundo, porque él lo hizo. Nosotros no, porque no lo hicimos. El arte entonces sería el intento de llegar al conocimiento a través de la construcción del objeto a conocer; ese objeto no es otro que el mundo. El mundo entendido como un lenguaje. No se trata entonces de conocer sino de actuar. Y creo que lo más sano de las vanguardias, de las que Cage es epítome, es devolver al primer plano la acción, no importa si parece frenética, lúdica, sin dirección, desinteresada de los resultados. Tiene que desinteresarse de los resultados, para seguir siendo acción.
El procedimiento de las tablas de elementos, que usa Cage, podría servir para cualquier arte. En la pintura, habría que hacer tablas de formas básicas, de colores, de tamaños, y usar algún método de azar para ir eligiendo cuáles actualizar en el cuadro. La arquitectura también podría practicarse así. El teatro. La cerámica. Cualquier arte. La literatura también, por supuesto.
Al compartir todas las artes el procedimiento, se comunican entre ellas: se comunican por su origen o su generación. Y, al remontarse a las raíces, el juego empieza de nuevo.
El procedimiento en general, sea cual sea, consiste en remontarse a las raíces. De ahí que el arte que no usa un procedimiento, hoy día, no es arte de verdad. Porque lo que distingue al arte auténtico del mero uso de un lenguaje es esa radicalidad.


(La Jornada Semanal, 1998)





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cogiendo aira
en 9 extractos de entrevistas a césar

extracción: JE

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Para empezar, debo decir que todos mis libros son experimentos. Son pensados como tales, pero no se trata de experimentos hechos con la seriedad metódica de un científico sino con la seriedad ametódica de un sabio loco o de un niño que juega al químico y mezcla dos sustancias para ver qué pasa. Del mismo modo yo mezclo mis sustancias para ver qué pasa, y yo mismo no sé muy bien qué va a pasar.

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Hay un componente infantil que trato de no perder. En realidad ese ha sido uno de los pocos aspectos de mi literatura que se me ha reprochado y criticado seriamente, y con cierta razón. Porque yo he tenido, en general, una crítica siempre buena, casi he extrañado algún misil, alguna cabeza nuclear bien dirigida al centro de mi obra. Pero no la han disparado, salvo las críticas a ese componente no serio. Es decir, se me reprocha que vivimos tiempos muy graves, muy difíciles, la Argentina pasa por catástrofes inauditas y yo sigo con mis juguetes, con la fantasía y el delirio.

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Por breve que sea, una novela lleva un tiempo para ser escrita, y las huellas visibles de ese lapso son esos cambios de nivel entre lo escrito y su escritura. Me gusta dejar bien visibles esas huellas, y de ahí debe de venir la mala fama que me he hecho de autor de "metaficciones" y todo eso.

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Yo siempre creí practicar la improvisación más descarada e irresponsable, cercana a la escritura automática. Pero siempre mantuve una saludable desconfianza hacia ese "fondo salvaje" del pensamiento, del que al fin de cuentas no pueden salir más que los trillados lugares comunes que nos dictan las determinaciones sociales, históricas y familiares que nos han formado. Así que trato de que la improvisación corra por vías trazadas por la inteligencia.

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Mi literatura viene de esa línea intelectual, borgeana, pero con unos vigorosos afluentes arltianos. De Arlt he tomado el expresionismo, esa cosa que a Borges lo horrorizaría. Aunque a él le gustaban las viejas películas expresionistas alemanas, pero casi como una aberración intelectualmente interesante. Arlt es el escritor que sin saber nada del expresionismo es un expresionista nato, deformador a ultranza. La imaginación de Arlt funciona por contigüidades químicas que lo deforman todo, y su mundo está hecho de sombras que se desplazan y de seres que empiezan a fundirse ante nuestros ojos, de monstruos.

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Todos mis amigos y maestros fueron poetas, incluidos de un modo u otro en la estela del surrealismo. De ellos tomé el procedimiento y los gestos. Nunca fui de esos novelistas que se sientan a la máquina de escribir y escriben en extenso. Lo mío fue, y sigue siendo, el dibujo laborioso de una escena, y al día siguiente otra, como los collages de Max Ernst o las cajas de Joseph Cornell.

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Por algún motivo, siempre he sentido que la realidad es algo que hacen los otros y que yo estoy condenado a ver desde afuera. Supongo que esa distancia debe darle un tono especial a lo que escribo, quizás un matiz de extrañeza, quizás (ojalá) de libertad. Pero debo decir que a mis libros, más que como reflejo o representación, los pienso como instrumentos o herramientas, para operar sobre la realidad, precisamente.

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A mí lo único que me importa al escribir es hacer algo nuevo. No me importa la calidad, ni la profundidad, ni el sentido. Creo haberme liberado de esas supersticiones, y siempre estoy dispuesto a sacrificarlas por la invención de algo nuevo.

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"Dominar la imperfección" es una contradicción en los términos, y por eso hacerlo es tan raro y milagroso. Controlar una esfera es posible y relativamente fácil, como lo demuestran tantos futbolistas. Pero una masa amorfa, nunca se sabe para qué lado va a rebotar. La realidad es así de intratable.

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No creo que ningún escritor joven se proponga escribir libros como los míos, y por cierto que no se lo deseo. En cambio, sí me gustaría llegar a ser un buen ejemplo de vocación, de compromiso con la literatura, y de empeño en la busca de libertad.

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En fin, los escritores cubanos son muy sensuales con la palabra. En mi caso no, siempre escribo una prosa simplemente informativa, porque sino se produciría de verdad un caos. Trato de mantener ese mínimo de cortesía con el lector. Pero mis delirios son un poco confusos, son confusos para mí mismo y los saco sin mucho orden, sin mucha disciplina para ver qué pasa, por lo menos trato de mantener esa superficie por la que la lectura pueda deslizarse tranquilamente.



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billy childish
(de North Kent, de 1959)
Big cunt (1982)
Poems without rhyme, without reason, without
spelling, without words, without nothing (1985)
Poems to break the hearts of impossible princesses (1994)
Notebooks of a naked youth (1997)
Evidence against myself (2003)
Sex crimes of the futcher (2004)
entre otros


31 de agosto, 1997

¿porqué deben los niños ir a la escuela?
¿porqué deben aprender a leer y escribir?
¿cuál es la manera correcta de asar un ganso?

¿es la meditación beneficiosa?
¿qué es exactamente el miedo?
¿es como el sexo?
¿realmente es muy malo beber el ácido de batería?
¿porqué no debieras limpiar los oídos de los niños
con un
clavo doblado?
¿es asesinar una aberración total?
y si lo es, ¿debieramos ejecutar a la gente por hacerlo?
¿cómo es ser una araña?
y, ¿es cierto que ven con los ocho ojos a la vez?
¿cómo es dar vueltas como una cochinilla?
¿te hace bien?
o, ¿sería mejor dar saltos como una pulga?

¿qué uso tiene la ciencia si no puede contestar
estas preguntas sencillas pero precisas?
parece que todo el mundo habla sobre la muerte
pero nadie comprende qué significa realmente estar muerto

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mientras la gente se siente valiente

mientras la gente se siente valiente
observo romperse mi cara
y luego desintegrarse en
el espejo

mientras la gente se siente valiente
caigo en mis rodillas
en el piso del baño
mientras la gente escribe líneas
inmortales de poesía saco
los dedos del fondo
de la garganta y me pregunto
cómo vomitar
en la taza del baño

mientras la gente pinta obras maestras
caigo en la cama padeciendo de
gonorrea - herpes - fiebre glandular
dolores crónicos de cabeza y una
sensación de nausea general

mientras la gente se siente valiente
me pregunto que será necesario
para ser un hombre
mientras la gente se siente valiente
observo una araña arrastrarse
con miedo verdadero
mientras la gente se siente valiente
un matrimonio muerto
y un televisor roto

alguien que puede decir
quien tiene razón y quien no
no es confiable
no hay ton ni son
de un matrimonio muerto
a un televisor roto
del gatico que acaba de nacer
a la cara muerta de mi abuelo
puesto en una caja
su cabeza como una bola de
cera gris envuelta en
pañitos de papel
no más hombre que una
pierna muerta de puerco

escribes esto y
los muestras a un hombre
y te dirá
- ¡NO TIENES RAZÓN
LA VIDA NO ES ASÍ
ES COMO...
ES COMO ESA VIDRIERA
LINDA CON
LOS TELEVISORES DE COLOR Y
UN TIPO SONRIENDO!

y hay que reconocer
que es exactamente así

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pregunta

niño y
madre salen del
supermercado
la madre jala
el brazo del niño

-¿no serás
algún tipo de
perro loco?
el niño se encoge
de hombros
-yo no sé

puedes sacar
algunas buenas
respuestas directas
de algunos de estos chicos

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los perros nos están mirando

son las doce
y
los perros quieren
que miremos
y el niñito
acaba de
orinar en su pantalón
corre sobre
las piedras calientes
y baja tres escalones

los dinosaurios
plásticos
se sientan
en la terraza
y
se rinden bajo
el sol caliente

son las doce
y
los perros están
mirándonos

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al fondo de la ciudad

calles que entrecruzan
el
fondo de la ciudad
basura llevada por el viento

de un lado al otro
de la calle
una semana está
a ese lado
la próxima mañana
al otro
niñas pálidas
jugando y saltando
en
la verja rota

niñita blanca
con su
hermano y hermana
con 12 años
medias blanca sucias
la cara arañada
y mierda sobre
la espalda
de su abrigo
gritó
a su hermana
-¡apúrate, coño!

miré hacia abajo
a sus ojos salvajes
y pelo enredado
había churre
alrededor de su boca
pudiera haber sido
la leche seca
de su padre
le sonrío
sus ojos golpearon en respuesta
y los podía
sentir duros en mí
todo el camino
hasta el final
de la calle


(traducción de jonathan curry-machado)



replay

out

no hay salida.
there´s no way out.
we´ve got to get out of this place, cantaban the animals en plenos años ´60.
nosotros tratamos de cantar la misma tonada, pero seguimos sin hallar salida.
no way out.
¿solución?
33 1/3 termina sus transmisiones y comienza otra vez desde cero.
(buscamos salidas imaginarias.)
pero quizás no existan.
no way out.
¿solución?
¿?



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Raúl Flores Iriarte , “33 y 1/tercio, No. 4,” Digital Entanglements, accessed March 29, 2024, https://digitalcuba.omeka.net/items/show/25.

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