33 y 1/tercio, No. 8.

Dublin Core

Title

33 y 1/tercio, No. 8.

Subject

Revista literaria digital

Description

Revista literaria digital hecha en Cuba. Dirigida por el escritor Raúl Flores. Circulada vía correo electrónico y dispositivos de almacenamiento externo. Estética postmoderna que privilegiaba lo pop.

Creator

Raúl Flores Iriarte

Date

2007

Contributor

Lizabel Mónica

Format

Microsoft Word Document

Language

Spanish, Español, SPA

Type

Revista, magazine

Coverage

Cuba

Text Item Type Metadata

Text




–Porque una vez que has comenzado –predicaba–, no hay razón alguna para detenerse. El paso entre la realidad que ha de ser fotografiada porque nos parece bella y la realidad que nos parece bella porque ha sido fotografiada, es brevísimo. Si fotografías a Pierluca mientras levanta un castillo de arena, no hay razón para no fotografiarlo mientras llora porque el castillo se ha desmoronado, y después mientras la niñera lo consuela mostrándole una concha en medio de la arena. Basta empezar a decir de algo: “¡Ah, que bonito, habría que fotografiarlo!” y ya estás en el terreno de quien piensa que todo lo que no se fotografía se pierde, es como si no hubiera existido, y por lo tanto para vivir verdaderamente hay que fotografiar todo lo que se pueda, y para fotografiarlo todo es preciso: o bien vivir de la manera más fotografiable posible, o bien considerar fotografiable cada momento de la propia vida. La primera vía lleva a la estupidez, la segunda a la locura.

Italo Calvino
La aventura de un fotógrafo







Esperaba oírle algún comentario sarcástico sobre el capitalismo mundial que lo uniformiza todo en el planeta, pero N. calla.
–El imperio soviético se derrumbó porque ya no podía tener bajo control naciones que querían ser soberanas. Pero esas naciones son ahora menos soberanas que nunca. No pueden elegir ni su economía, ni su política exterior, ni siquiera los slogans publicitarios.
–La soberanía nacional es desde hace mucho tiempo una ilusión –dijo N.
–Pero, si un país no es independiente y ni siquiera quiere serlo, ¿habrá todavía alguien dispuesto a morir por él?
–No quiero que mis hijos estén dispuestos a morir.
–Lo diré de otra manera: ¿habrá alguien que aún ame a este país?

Milan Kundera
La ignorancia

equipo de redacción (33 y 1/tercio
fotógrafo de portada (leandro valdés
cover girls (evma / alexa
body art (ayler gonzález
dirección artística para cover girls (luis eligio pérez




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All lyrics ©2oo7 33y1/tercio Productions
Reprinted by permission

lista
(de pasarelas)



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niccolo ammanitti respeto
vicente luis mora ¿postomodernidad? narrativa de la imagen, next-generation y razón catódica en la narrativa contemporánea
d. f. lewis haciendo cola detrás de gente loca
suzanne vega canciones
milay laviña de cómo odiar a un turista
josé b. adolph el anti-bestseller
leonardo guevara eutanasia y otros poemas
witold gombrowicz la despedida / el día del adiós
roberto bolaño un tercio de poesía
elena v. molina haciendo zapping entre 500 canales extranjeros
daniel díaz mantilla realidad, literatura, poder
arnaldo muñoz viquillón tatuaje de aluminio / de cómo puede ser el amor a primera vista
abel arcos lo que ellas quieren
pedro marqués de armas & catarina costa variaciones sobre Francesca Woodman
rudy rucker un manifiesto transrealista
slawomir mrozek el informe / el proceso / liliputienses / homenaje al héroe / revisión militar / mi lucha
jack kerouac beat poems



(traducciones de suzanne vega, jack kerouac, rudy rucker y d.f. lewis pertenecen a rfi)

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La suerte de una literatura depende de la forma en que es leída.
juan villoro
El Quijote, una lectura fronteriza

Arremeter no contra la institución de la literatura con mayúsculas, sino contra la literatura como institución. Ambas cosas, aunque terminan por coincidir en algún punto, se diferencian en la calidad del impulso. Mientras la primera funda esa suerte de contraliteratura, a la larga tan inútil como un mal juego de espejos, la segunda pretende un movimiento más sutil, minoritario, que afecta solamente al gesto del escritor a quien llamaríamos, en tal contexto, el escribiente. En estos días la frase "si quieres cambiar el mundo empieza por cambiarte a ti mismo" se repite en internet en espacios tan sui géneris como la bitácora o blogosfera. El blog, así como la misma internet, apuntan hacia una política de lo personal, y aquel que se atreva a acotar aseveraciones tales como "la poca efectividad política de la desintegración" y frases parecidas, debe tener en cuenta una visión más actual de la historia, la visión que comienza y termina contemplando la factibilidad del actor social, porque lee el cuerpo social desde la complejidad y la fractalidad más que desde la pirámide. Y ningún gesto es subestimable.
Partir desde lo personal pues no se pretende atentar más que contra sí mismo. Urdir un trazado de lecturas que hablen de aquello a lo cual se tiende como ente escribiente y viviente, porque se no aspira más que a transformarse a sí mismo en el trayecto. Al respecto, cabe una cita de Carlos Aguilera: dio al traste con un imaginario que entendía lo literario como una pedagogía-de-lo-civil (aunque quizá esto fue lo mejor que le sucediera), sino, con una mentalidad donde el saber iba a ser algo más que el propio hecho de escribir libros, repensarlos..., y la vida, más que el caos o el desastre acostumbrado, una suerte de novelón burgués, folletín.
Aguilera, citando a Bataille, diciendo que algunos regímenes políticos buscan eliminar la enfermedad que es en sí mismo el ser humano, esa fecalidad que lo hace escribir, hablar, moverse... Hacer énfasis en la enfermedad y, desechando cualquier forma de "cura", trabajar sobre los movimientos imperceptibles. Aprovechando la tensión que da el mostrar del arte y cierta literatura más que la enunciación de certezas o el intento de lograr respuestas.
Simulacro. El decir no solo en lo que se dice, sino también en lo que se calla (la literatura una suerte de partitura del pensamiento donde el arte no es la de escupir palabras al papel, sino el de encontrar la combinación más certera de silencios): leer también entre líneas e incluso entre letras, como Andrés Ajens.

replay


niccolo ammanitti
(roma, 1965)


respeto

Salimos al anochecer.
Vamos a divertirnos. A desmadrarnos.
Sabemos divertirnos. Sabemos sacar fuera lo mejor.
Nos montamos en el coche y decidimos ir a menearnos. A morir un poco en la pista. Nos reímos y paramos en un bar de la provincial a tomarnos unas copas.
Esta noche es distinta, y todos nos damos cuenta. A través de las ventanillas abiertas aspiramos el aire que nos rebota en la cara a 180. Somos una jauría de cabrones en movimiento. Somos como búfalos. Pero más grandes. O como hienas. Pero más famélicos. Joder que si estamos contentos esta noche. Y que hambrientos estamos. Hambrientos de chocho. Hambrientos de chocho rizado.
Entramos en el aparcamiento, pero no hay un puto sitio. Como pasa siempre los sábados por la noche. Lo dejamos en triple fila y todos empiezan a pitar como imbéciles. Esperamos tranquilamente y vemos que nuestro auto estorba. No deja pasar. Pero eso nos divierte. Nos gusta. Es nuestro reto. Vengan a decir algo. Vamos. A ver si se atreven.
Estamos aquí y se puede armar la de Dios.
Apoyados como imbéciles en el capó del auto.
¿Tienen algún problema?
Si piensan que somos unos jodidos gamberros, basta con que lo digan.
Es su momento. Es el momento de las lamentaciones.
Pero no dan la cara. ¿Por qué?
Gallinas.
Entramos en la discoteca apiñados.
Hay montón de gente. Montón de pavas ignorantes.
Llevamos tejanos Cotton Belt y Uniform, y botas militares o doctor Martens. Camisas a rayas o estampadas. El pelo largo y recogido detrás. Corto a los lados.
Llevamos pendientes. En la oreja. En la nariz. En la ceja.
Nos ponemos a bailar. Nos gusta el techno. Es lo que nos va.
Es una música que se te sube por el culo, te atraviesa las tripas y se propaga por dentro. Para hablar gritamos. Para hablar tenemos que chillar.
La luz verde nos pone los ojos amarillos y resalta la caspa que llevamos en los hombros. Sobre la camisa. Se baila apretados, y entonces nosotros hacemos un corro dejando que haya un espacio vacío en medio. Empujamos a los de atrás y nos da igual si alguien se molesta.
En el suelo las baldosas cambian de color.
Rojo y verde y azul.
De pronto, cuando llevamos montón de tiempo meneándonos, vemos tres chochos que bailan a un lado. Nos sonríen. Entonces rompemos nuestro círculo y dejamos que entren en él. Ahora tienen sitio para bailar más relajadas. Nosotros damos vueltas a su alrededor. Nos sonríen agradecidas y están contentas. Que buena está la música esta noche. Que buenas están, con las minifaldas y las botas militares y los tops ajustados. Luego empiezan las luces estroboscópicas y ellas desaparecen y reaparecen mil veces por segundo. Son unas macizas con grandes tetas y a nosotros se nos empieza a poner dura. Notamos que nos sube por los huevos y se llena de sangre, y entonces el cerebro se vacía y los pensamientos se vuelven más confusos. Es una droga que nos llena de azul la cabeza y de rojo el rabo.
Una que dice llamarse Amanda se ríe y no para de llamar nuestra atención. No sabe que hace ya un buen rato que sólo nos fijamos en ellas, que lo que son es unas cochinas. Vamos a tomar algo y ellas nos hablan de un grupo de música que no conocemos pero da igual. Entre este grupo lo que se diga no importa. Ellas son gallinas contentas de nuestro cortejo. Se habla. Se vuelve a bailar.
Salimos de la discoteca cuando ya ha amanecido. Las gallinas nos siguen. Son tres.
Amanda.
Maria.
Paola.
Volver a meternos en el auto nos sienta bien. Nos sienta bien poner la música a tope. Sentir que ha sido una noche más de desfase. Que nos importa todo tres pepinos. Que todo va bien. Que hemos probado el material otra noche. Que todo va muy bien. Y estamos contentos, porque esas tres cochinas nos están siguiendo en su Uno gris metalizado, y entonces nos reímos y nos decimos que son unas auténticas putas y que solo piensan en el rollo. Y decimos que no es posible que las mujeres estén siempre calientes. Y que fingen que no les importa nada pero en realidad sólo tienen eso en la cabeza.
Atravesamos el campo. Un par de pueblos.
Llegamos a la costa.
Dejamos los autos en el aparcamiento desierto y caminamos entre las dunas de la playa, donde sopla el viento. El viento lleno de arena. Amanda y Paola están pasadas de rosca y de vez en cuando echan a correr y se ponen a cantar Eros. Maria, en cambio, vomita junto a una caseta. Está doblada y se apoya con una mano en la madera.
Papilla ácida y gin tonic.
Nosotros olfateamos el aire y se siente el olor del mar y las algas y el viento y el vómito y el fuerte olor de su coño.
Ya no tenemos muchas ganas de esperar. Todo se ha vuelto demasiado explícito. Las queremos a ellas, y ellas nos quieren a nosotros. Solo tienen que superar todas las estupideces que les han metido en la cabeza sus padres y la escuela y el pueblo. Ellas tienen más ganas que nosotros, pero tienen que superar el obstáculo.
Amanda corre detrás de una duna y uno de nosotros la persigue. Vamos adonde está Paola y le decimos que su amiga Amanda ha desaparecido detrás de la duna con uno de los nuestros. Ella se ríe. Dice que le parece que Amanda está loca. Nos dice que lleva toda la noche tonteando con Enrico. Nosotros estamos de acuerdo. Se bromea un poco. Nos reímos. Le preguntamos que qué cree que han ido a hacer esos dos detrás de la duna. Ella sonríe y dice que somos unos mal pensados. Que siempre estamos pensando en lo mismo. Que han ido a coger florecitas detrás de las dunas y que desde allí arriba se ve la salida del sol.
Maria se ha recuperado y avanza tambaleándose como una zombie. Maria está ida. Si no sabes mearla no bebas, le dice Paola.
Damos vueltas a su alrededor y luego nos sentamos en el suelo.
Maria quiere darse un baño. No puedes en esas condiciones. Te sentirías mal, le dice Paola. Sí que lo puede hacer, le decimos nosotros. ¿Tú qué coño sabes si puede bañarse o no, eh? ¿Qué coño vas a saber?
Maria se quita la chaqueta y el jersey.
La cosa se pone interesante. A ver adónde quiere llegar. Se quita las botas.
Tremenda borrachera que tiene. Y la muy puta nos sorprende.
Se quita la minifalda.
Joder, se ha quitado la minifalda. Se ha quedado en sujetador y bragas negros de encaje y medias. Tiene un cuerpazo de impresión. No lo parecía. Quítate también el sostén, le decimos nosotros. Enséñanos esas tetonas. Enséñanoslas. Paola no para de decir que no puede bañarse, que el agua está helada y le va a dar un pasmo. Maria camina dando tumbos hasta la orilla y se mete en el agua. Tranquila. Nos entran escalofríos al verla allí media desnuda chapoteando. Nada. Se ha puesto a nadar. Nada. Luego sale y empieza a tiritar. Entonces alguien le da la chaqueta. Se arrebuja con ella. Tiene los labios azules. Se deja achuchar y calentar por el que le ha dado la chaqueta, y luego se deja besar.
Por fin.
Tenía que bañarse para ceder. Paola sigue mirando alucinada a su amiga que se revuelca y deja que le pongan la mano en el culo. Son unos idiotas, les dice a sus amigas. Lo hace porque es la más pesada. Y las pesadas se creen que son especiales. Piensan en su cerebro que estas cosas no son importantes y no valen nada. Les da vergüenza. Se dirige al auto.
Se va porque nadie se la folla.
Vete.
Vete, es mejor. Maria está tumbada y se deja besar. Con los ojos cerrados. Deja que le quiten el sujetador. Uno de nosotros empieza a apretarle las tetas. Los pezones son oscuros y están duros. Maria ha echado la cabeza atrás y se deja hacer. Se ríe. Deja que le muerdan los pezones. Todos estamos encima de ella, y nos gusta verla allí. Desnuda en la arena. Nosotros también nos reímos. Es una extraña excitación la que nos entra. Vamos allá. Vamos allá. Lo está deseando.
Necesita rabo.
Necesita ser castigada. El que está encima de ella le baja las bragas. La muy puerca no parece darse cuenta. Vamos allá. Vamos allá.
Es el momento del amor.
Le abrimos las piernas. Tiene un buen coño. Bien cuidado. No tiene pelos que se le desborden por los muslos. Odiamos a las que los tienen. Los detalles son importantes. Se los afeita.
¿A quién se lo enseñará?
Farfulla algo. Algo así como no. No quiero. Basta.
Es demasiado.
Es demasiado cuando fingen que no quieren. El amor en grupo fortalece la personalidad. Nos bajamos los pantalones y dejamos las trancas al aire. Las sujetamos con la mano y nos reímos. Mira. Mira, le decimos. Levanta la vista y ve este metro y medio de polla. Mediría más o menos eso si se las metiéramos una detrás de la otra. Se queda embobada.
Empezamos a follárnosla por turnos. Nos tumbamos encima de ella y apretamos. Se agita debajo de nosotros. La enganchamos bien. Al que se corre pronto le cogemos por el culo. Está tumbada en el suelo y parece un saco de cal. Animamos a que alguien la cambie de posición y la coja por detrás. De pronto se recupera y dice que basta. Nos implora. Nos suplica. Tú calladita. Tú calladita, le decimos. Pero ella grita e intenta levantarse.
¿Adónde quieres ir?
Todavía no hemos terminado.
Vuelve a caerse al suelo. Seguimos. En lo alto de las dunas aparece la otra amiga. Se queda alucinada cuando nos ve a todos desnudos encima de Maria. ¿Qué están haciendo?, nos pregunta. ¿Cómo que qué estamos haciendo? Nos estamos follando a tu amigo. Ahora gritamos. Y nos tiramos encima de la desgraciada. Todos juntos. Manada salvaje al ataque. Licaones detrás de una gacela. Con los rabos tiesos. Escalamos las dunas a gatas. Ella se da la vuelta y huye. Corre con la cabeza alta. Con la boca abierta. Nosotros vamos tras la presa y nos dispersamos a sus flancos. Corre. De pronto da un quiebro y se desmarca y cae rodando por la ladera de una duna de arena y vuelve a estar tumbada en la playa. Se levanta y echa a correr. Nosotros nos lanzamos abajo saltando. ¿Por qué no se para? No queremos hacerle daño. Empieza a cansarse. Se ve. La suya es una carrera extenuada.
Cuanto más incoherente se vuelve ella más coherentes nos volvemos nosotros.
Cuanto más insegura de poder salvarse está ella más seguros de poderla atrapar estamos nosotros.
Se da la vuelta para ver dónde estamos, y nosotros estamos cerca y no se da cuenta de una rama grande que la hace tropezar.
Cae al suelo.
Intenta levantarse, pero no lo consigue. Se habrá torcido un tobillo. Se arrastra en la arena. Se arrastra.
Por favor, déjenme, dice.
Por favor. Por favor. Por favor.
Somos nosotros los que te rogamos.
Uno la coge por el pelo.
Tiene miedo. Hámster.
Le arranca la camiseta y la tira al suelo. Entonces ella coge una botella de agua mineral y se la rompe en la cabeza. Le abre una buena brecha en la frente. Una segunda boca. El rojo empieza a escurrirle por la nariz y los ojos. El rojo de la sangre.
No nos has hecho daño.
No nos has hecho daño, puta.
No nos has hecho una mierda, puta.
Perdonen, perdonen, nos dice.
No.
No te perdonamos en lo absoluto.
Nos molestamos.
Uno coge una sombrilla oxidada y medio rota y se la clava en un ojo. Se hunde perfectamente en la órbita, aunque a los lados salpica papilla y sangre como en un tubo de pasta de dientes aplastado. Es increíble esta chica. Aunque tiembla sacudida por espasmos mortales y tiene una sombrilla clavada en el cráneo, todavía intenta huir. Se levanta.
Es realmente increíble.
Nosotros, con los brazos cruzados, esperamos a que la palme, pero va para largo. Entonces, exasperados, le arrancamos la sombrilla de la cabeza y se la hincamos en el estómago. Mucha sangre. Mucha. El asta atraviesa el cuerpo y se clava en la arena tiñéndola de rojo. Luego abrimos la sombrilla. Es de flores con flecos mitad blancos mitad rojos de óxido. La dejamos así. A la sombra.
Volvemos adonde está Maria. Todavía está tirada en el suelo. Nos mira y luego se echa a llorar. Nosotros bailamos a su alrededor como en la discoteca. Enróllate con el techno. ¿Por qué no bailas con nosotros? Venga. Vamos, guapa. Levántate. Pero no nos parece que Maria tenga muchas ganas. La ponemos de pie. Camina deprisa. Intentamos abrazarla, pero no quiere.
¿Dónde están mis amigas?, pregunta.
Mira, una está debajo de la sombrilla. Ella se dirige hacia su amiga. Se detiene. Cae de rodillas. Nos acercamos. Por favor no me maten, nos dice. Nosotros no te mataríamos, pero tú luego se lo dirías todo a la policía y nosotros no podemos acabar en prisión. La prisión nos deprime. Le juro por Dios que no se lo diré a nadie, continúa. Entendemos tu buena fe pero los policías son unos cabrones, te obligarán a decir la verdad. Se lo dirás todo. Joder que si se los dirás todo. Tenemos que darte matarile. Tú también lo entiendes. Entonces cavamos en la arena un hoyo pequeño de unos treinta centímetros de profundidad. Cogemos a Maria. Es buena. Al final se ha convencido y se deja matar. Lloriquea como una niña. La cogemos por el cuello. Le damos un par de besos y le metemos la cabeza en el hoyo. Luego lo tapamos. La dejamos un poco así. Un par de minutos. Los brazos y las piernas y las manos y las tetas se agitan y se estremecen sacudidas por la muerte.
Todo termina.
La sacamos. Tiene una expresión rara. Está toda morada.
Los ojos están morados. La lengua está morada. La nariz está morada.
Saltamos un poco. Nos desnudamos todos.
Estamos de alucine todos desnudos.
Somos de alucine y basta.
Volvemos al auto corriendo y gritando. Coño. Coño. Coño. Le gritamos a la noche que se va. Premio. Premio. Al que corra más. Al que aguante más.
La pesada está sentada tranquilamente en el capó del auto. Espera a sus amigas.
Espera. Espera.
Es un momento. Un momento y está muerta. Un momento y su cabeza está rota. Rota en la arena. Su cabeza está abierta como un huevo de Pascua hecho de carne y de huesos y de pelo. La sorpresa se escurre por la arena. Cerebro. Blando blando.
Y ahora basta. Basta.
Estamos cansados.
Queremos volver a casa.
El sol está subiendo. Se está separando de la superficie del mar. Sólo un puntito lo mantiene todavía pegado al horizonte.
Volvemos a subir al auto. Unos pescadores van a pescar. Traen cañas.
El auto está en la provincial. La música a tope. Callados. No hablamos. Estamos volviendo a casa. La caza ha terminado. De una manera u otra ha terminado.




replay


vicente luis mora
(córdoba, 1970)



¿postmodernidad? narrativa de la imagen, next-generation y razón catódica en la narrativa contemporánea


el concepto de posmodernidad
Si tuviera que explicar lo que es la Posmodernidad, supongo que recurriría a un personaje de cómic, llamado Onda de Radio. No demasiado conocido, en realidad jamás ha sido dibujado fuera de la imaginación de uno de los mejores narradores norteamericanos últimos, Michael Chabon.
En su novela Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (2000), los personajes principales se dedican al dibujo pulp para ganarse la vida, y diseñan varios héroes de cómic, alguno de ellos memorable, como este “Radio Wave”, cuya descripción es una auténtica síntesis de la crisis posmoderna: es “un deslumbrantemente delineado, muy bien vestido (Ansiedad por el estatus, Alain de Botton), suntuosamente musculoso, y bellamente entintado héroe sin novia entrometida (“instituciones concha”, de Giddens), colega problemático, irónica identidad secreta (El crimen perfecto, Baudrillard), torpe comisionado policial (transformación de los agentes en elementos revolucionarios, señalada por Debord en La sociedad del espectáculo), talón de Aquiles (aplicación individual de la Sociedad del riesgo de Beck), cuerpos de aliados secretos, o búsqueda personal de venganza (ejércitos privados, Kapúscinski, Lapidarium IV); solo la dudosa habilidad apresuradamente explicada y bien usada de transmitirse a sí mismo por el aire ‘en los raíles invisibles de las ondas radiales’, y saltar inesperadamente desde la parrilla de un Philco hasta el escondite de una pandilla de ladrones de joyas que aman el jazz” (Chabon 2000: 149).
Tenemos un gran problema al hablar de posmodernismo porque requiere tres requisitos previos: primero, saber qué es el modernismo, del cual aquél supuestamente traería causa, segundo, precisar a qué posmodernismo geográfico o cultural hacemos referencia. Tercero, la relación entre posmodernismo y posmodernidad. El primer problema no es asunto nuestro en este momento, aunque es obligatorio al menos citar su existencia. El segundo es fácil, ya que se nos pide un ámbito geográfico y cultural concreto: literatura en prosa norteamericana posterior a los maestros del posmodernismo. Respecto al tercero, en principio, sin perjuicio de deslindar más abajo el concepto, podríamos dar por buena la sintética definición del Sloterdijk de En el mismo barco: "la postmodernidad es la época después de Dios, y después de los imperios clásicos y de todas sus sucursales locales": dicho en otro términos: la época en que vivimos desde más o menos los años sesenta del pasado siglo, o más bien la marca cultural de la misma. Esta difusa contemporaneidad acoge una especie amplia de estilo o estética, que se llamaría posmodernismo. Habría, según Cristina Garrigós, dos corrientes enfrentadas: "una, que considera el postmodernismo como un movimiento que viene a representar una ruptura con el modernismo, posición que defiende por ejemplo Ihab Hassan (1982), y otra, que considera al postmodernismo como continuación de la estética modernista, idea que apoya Raymond Federman (1975). Para Barth, en cambio, el postmodernismo debería superar estas cuestiones. Es difícil aquilatar ese problema, pero, sobre todo, es bastante intrascendente. Lo importante es que el posmodernismo eppur si move y, más allá de sus orígenes, es pertinente establecer cuales sean sus notas, para saber cuándo han sido superadas –en el caso que la "narrativa de la imagen" o la “Next Generation” sean una superación, y no una vuelta de tuerca–, o cómo hacerlo.
Respecto a la lista de caracteres, completando la definición expuesta por Terry Eagleton en The Illusions of Postmodernism, que se queda bastante corta, podemos establecer, como hipótesis de trabajo, estas notas caracterizadoras, en las que aparecerán matices de la posmodernidad como sociología y del posmodernismo como estilo cultural: 1) La literatura posmodernista plantea un debate sobre la realidad, concluyendo en una crítica general sobre sus sistemas y códigos. 2) El talante posmoderno presenta tendencias nihilistas. 3) Supone el desmoronamiento de las jerarquías del gusto y la opinión, la decanonización, la abolición de la categoría kantiana de lo sublime; y neopopulismo, eclecticismo del gusto, rebajamiento de la exigencia artística y pasión por lo light, fácil de consumir y abierto a las expectativas de cualquier clase de público, hincapié en lo local más que en lo universal. 4) Para algunos, representa el nacimiento de una sociedad civil opuesta a las ideas de homogeneización cultural y política, "haciendo hincapié en términos de diversidad, variedad y riqueza de discursos locales y populares, códigos y prácticas que resisten y se repiten sistemática y ordenadamente". No es este el momento de refutar tan refutables ideas; desde luego, su defensa es lógica y vital para un posmoderno puro. 5) Final del logocentrismo (Derrida), desaparición de los valores de verdad del discurso después del “giro lingüístico” posterior a Heidegger y Wittgenstein. 6) "Incredulidad ante las metanarraciones" (Lyotard, La condición posmoderna) o grandes relatos que, según Habermas, intentaban alcanzar una comprensión global del mundo, en todos sus aspectos, desde Hegel (Habermas, Sobre Nietzsche y otros ensayos). 7) Su estilo literario primordial es el collage, y su modelo formal el caos. 8) Discontinuidad, ruptura del discurso lineal, a través de la recuperación y uso extremo del fragmento como elemento estructural, incluso de las obras más ambiciosas, aunque para Jameson el fragmentarismo posmoderno se distingue del anterior (Novalis, Schlegel), en que no busca ser una cosmovisión ni se plantea siquiera la idea de totalidad. Los fragmentos, según esta tesis, no serían partes, sino mónadas sin interrelación. 9) Abandono de las teorías seculares sobre el autor, la originalidad y el concepto del "derecho del autor" sobre la obra, con tres consecuencias: posibilidad del plagio intertextual, introducción de la interpretación libérrima de la obra, y combate contra la idea de propiedad intelectual: surgen la deconstrucción y los movimientos norteamericanos de "apropiacionismo". En nuestra literatura, la relación entre géneros pasa desde las categorías totalmente apartadas (generaciones de 1940 y 1950), la de los novísimos, donde los autores comienzan a trabajar ambas categorías, prosa y verso, y la de los 80-90, donde comienza a trabajarse sin distinción, a partir de las influencias de la literatura norteamericana y de Borges, con textos que incorporan lo intergenérico. 10) Gusto por lo híbrido, los mestizo, la escritura entre géneros, la narración a medias entre la narración y la ficción. 11) Metaficción, metarrelato, metateatralidad, metapoesía, metahistoria, metautoría. Llamo meta/autoría a la frecuente aparición del propio autor como personaje del libro (algo ya presente en los estertores del modernismo, como en la Niebla de Unamuno), realizada ya callada (Neuman, La vida en las ventanas), ya declaradamente (Auster, La ciudad de cristal; Javier Cercas, El vientre de la ballena; Gutiérrez Solís, Spin Off). La autorreflexividad, que para Ibáñez es su característica principal, es una nota predominante también en las demás ramas del saber. 12) Autoconciencia de la narración: los libros se vuelven conscientes de sí mismos y se tratan como estructuras autogenerativas, autoparódicas, especulares y reflexivas. En la historia se cuenta su escritura, se reflexiona en el principio sobre el acto de comenzar . y se acaba el libro sentenciando su conclusión. 13) Trasgresión, ironía, gusto paródico, irrisión. “En la posmodernidad se ha producido un desplazamiento desde el ámbito de lo necesario (lo real) al ámbito de lo posible (el juego)”, según Maillard. Esta debe ser la razón por la que un autor como Lewis Carroll ha podido convertirse en lugar común para entresacar citas literarias, científicas e incluso filosóficas. 14) Globalización económica , transformación de la cultura en un producto más, sujeto a las exigencias del mercad. 15) Cambio cualitativo en la posición de los consumidores: para Bauman, el consumo es el eje en torno al cual gira la existencia actual en el mundo 4, lo que acaba implicando que “la producción estética hoy ha quedado generalmente integrada en producción de comodidad”. 16) Absoluta ausencia de parámetros éticos o morales: todo vale. 17) Feminismo. 18) Presentificación del pasado, pastiche histórico, ruptura de la historicidad, reciclado de géneros y estilos, anacronismo, “recuperación del pasado y juego –citacional y parodiante– de las rememoraciones críticas y de la mezcla de tradiciones”. Frente a la actitud moderna, para la cual “el relato histórico ha constituido su principal modo narrativo”, lo posmoderno es ahistórico, sustentado en el instante, e incapaz de ver el pasado como “una ordenada colección de acontecimientos, una sucesión de causas y efectos”. Quizá en esa falta de conciencia histórica hubiera que tener en cuenta el dato de que el posmodernismo es un movimiento genuinamente norteamericano y que esta nación, como ha apuntado Czeslaw Milosz, tiene una incapacidad psicológica absoluta para captar la dimensión histórica de los hechos, debido a sus apenas doscientos treinta años de existencia. 19) En conexión con lo anterior, “un debilitamiento consecuente de la historicidad, en nuestra relación con la Historia pública y en las nuevas formas de nuestra temporalidad privada” (Jameson). 20) Nueva superficialidad, en todos los sentidos: tendencias culturales huecas (Gilles Lipovetsky, La era del vacío) arte superficial (Tom Wolfe, La palabra pintada), falta de profundidad literaria (José Ángel Valente, Las palabras de la tribu), pensamiento débil, “una nueva cultura total de la imagen o del simulacro”, (Jameson), dentro de un extendido cansancio de estilos “puros” y del conocimiento del medio: el principio de ininteligibilidad provoca que podamos “descansar no en nuestra ignorancia, pero sí a pesar de nuestra ignorancia” (Maillard). 21) Gusto por la falsificación, la traducción falsaria o infiel (el fraile Vella de El archivo de Egipto de Sciascia, el Ermes Manara de Calvino en Si una noche de invierno un viajero, el Pierre Menard de Borges) y la idea de conspiración, que es la falsificación manipuladora llevada a la política, omnipresente sobre todo en el cine estadounidense desde los años noventa (Ibáñez; Ricardo Piglia, Formas breves, Crítica y ficción). 23) El estilo posmoderno se preocupa más por el espacio que por el tiempo, como consecuencia de que el tiempo es desde Bergson una coordenada subjetiva, mientras que el espacio es más social, más relativo a la realidad simultánea y plural del mundo. Esto se muestra casi más en el arte contemporáneo que en la literatura. 24) Indiferencia ideológica: frente a las últimas ideologías, que criticaban las anteriores, “en la postmodernidad se daría la indiferencia y el juego: es decir una situación en la que se abandona la idea de la búsqueda de un valor auténtico y universal. No se trata de una indiferencia de tipo psicológico donde todo le da igual al sujeto, son de una situación en la que es imposible escoger una ideología frente a otra” (Jon Kortázar). 25) Constructivismo: “Se hacen construcciones que se reflejan como reflexiones, y que se expresan como construcciones y no como mímesis. La reacción posmoderna al realismo es bien conocida, y de hecho, a veces se define la postmodernidad como una reacción al realismo” (Kortázar). 26) Americanización: “la modernidad, el mundo racional que se fundó en el siglo XVIII, fue una construcción europea, pero la posmodernidad es un fruto especialmente norteamericano. En la modernidad predominaba la razón universal, pero la posmodernidad, acabado el mundo bipolar, globalizados los mercados, es el reino del multiculturalismo. Y, precisamente, los norteamericanos encarnan a los grandes gestores y amantes de la mezcla de estilos, del kitsch, del zapping” (Verdú). 27) Descontextualización argumentativa. Los escritores –sobre todo ensayistas– posmodernos utilizan una técnica expositiva que me parece de un peligro notable: extrapolar párrafos enteros de otros libros sobre materias distintas a la del ensayo "huésped", para variar completamente su sentido, sustituyendo una palabra o su contexto, y dotando a este irregular proceder del rango de argumento. Se diferencia del collage en que no se busca el sinsentido, sino aportar el sentido a quo al texto adoptivo. Pongo varios ejemplos: el propio Jameson, que en Postmodernism utiliza los esquemas categoriales de la esquizofrenia en Lacan para entender la construcción literaria posmoderna; la crítica de arte Rosalind Krauss y el filósofo García Calvo, que para hacer la exposición de las tendencias de la escultura actual y el análisis fenoménico del tiempo, respectivamente, acuden al desarrollo de un campo matemático; o Harold Bloom, quien en Cábala y crítica (1979), saca de contexto textos de Peirce y de Nietzsche, sustituyendo en los de este último la palabra "ideal" por la palabra "poema", y creyendo que con eso contribuye de algún modo a elucidar la cuestión poética.
Para el profesor alemán Peter Zima, lo definitivo es que las características anteriores, de las cuales él señala bastantes, están dirigidas a la indiferencia, y este es el hecho diferencial respecto a sus apariciones modernas, románticas e incluso, según casos, renacentistas. Jameson se muestra reacio a considerar la posibilidad de conceptuar la posmodernidad (si la tomamos como fenómeno histórico consistente en la pauta cultural dominante del capitalismo tardío, pero así es como la considera él, y nosotros en parte) "en términos de juicios morales o moralizantes", puesto que según su criterio estaríamos ante un error categorial, al intentar criticar algo que nos rodea y nos supera. Ahí difiero; creo que no sólo es posible criticar la posmodernidad como pauta cultural (y el posmodernismo como su traducción estilística dentro de las artes), sino, seguramente, necesario, aunque más dentro de la ética que de la moral, concepto que suscita en mí cierta alergia y muchas susceptibilidades en amplios grupos de la población. El arte no debe tener moral, pero sí ética: no en el sentido de que sus contenidos vayan dirigidos a la reforma de la sociedad (que pueden, si quieren; pero no es esencial al arte ni lo define), sino ética en el sentido de un respeto por la propia idea de arte, o si se prefiere, debido a la actual imposibilidad de deslindar qué sea arte, del respeto a la obra de arte, en cuanto intención artística, en cuanto propósito duradero, en cuanto búsqueda, en fin, de algo superior en el hombre, sea inmanente o trascendente. La cuestión es que si consideramos que cualquiera no puede ser artista y que no siempre el artista logra los fines artísticos que se propone, es claro que lograr esa obra de arte ha de ser el resultado del más grande esfuerzo del hombre más capacitado por su talento –natural o desarrollado–, y por eso mismo, valioso. En estas condiciones (pero son las nuestras), la ética artística consiste en no desviarse de ese rígido y exigente camino.
Para terminar con esta introducción teórica, acordaremos que es clara en ella la importancia del prefijo “post” en la palabra post o posmodernismo . Es cierto que, como señala Linda Hutcheon:

discusiones sobre el postmodernismo en estos días parecen tender más hacia confusas autocontradicciones, quizás por la naturaleza paradójica del asunto en sí mismo. Charles Newman, por ejemplo, en su libro provocativo The Post-Modern Aura (1985), comienza por definir el arte postmoderno como ‘comentario en la historia estética de cualquier género que adopte’ (...) De todas formas, al postular una versión americana del postmodernismo, abandona esta definición metaficcional intertextual para llamar a la literatura americana una ‘literatura sin influencias primarias’, ‘una literatura que carece de paternidad reconocida’, sufriendo de la ansiedad de la no-influencia.

Hutcheon estudia autores como Doctorow, Morrison, Barth o Pynchon para refutar estas débiles tesis, ya que como observa, es contradictoria esta afirmación con la posterior del propio Newman por la cual la literatura norteamericana es resolutivamente paródica y pone “distancia entre sus antecedentes literarios” de modo irónico. Pero, como dice la propia Hutcheon, si hablamos de postmodernismo, “siempre hay una paradoja en el centro de ese ‘post’: la ironía marca de veras la diferencia con el pasado, pero los ecos intertextuales funcionan simultáneamente para afirmar –textualmente y hermenéuticamente– la conexión con el pasado”. Por lo demás, la huida del pasado referencial también depende de ciertos condicionantes culturales. Así, del mismo modo que otro ejemplo prototípico de la posmodernidad europea, Yasmina Reza, el novelista Michael Chabon no puede (ni quiere) renunciar a su herencia cultural judía, retomando sus antecedentes no de modo paródico, ni irónico, sino desde el más explícito y solemne de los homenajes. No es casual, desde luego, que el primer capítulo de Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay se titule “El artista de la fuga”, recordando el relato de Kafka “Un artista del hambre”, ni que uno de los personajes que dibujan los protagonistas se llame El Golem.


acercamiento a procedimientos técnicos intrínsecos
Por mi parte creo que, situando el concepto en el estrecho marco de la narrativa norteamericana de las últimas décadas, el posmodernismo no es otra cosa que la sustitución contemporánea del nihilismo semántico moderno por el nihilismo técnico. Pero antes de ver cómo se ha hecho esto, habría que explorar la causa. Según Italo Calvino,

En la forma en que la cultura actual ve el mundo, existe una tendencia que aflora contemporáneamente por varios lados: el mundo, en sus distintos aspectos, se ve como discreto y no como continuo. Empleo el término "discreto" en su sentido matemático: cantidad "discreta" es la que se compone de partes separadas.

La pérdida de la Weltanschauung o visión global, la caducidad del "gran relato" explicador del mundo, es una de las bases de la posmodernidad. Los escritores y pensadores posmodernos recogen la antiquísima técnica del fragmento, no por elección, sino por resignación. Se comienza a tener la imagen de que el mundo es demasiado complicado, variado e inabarcable para percibirse sincrónica y simultáneamente, de un solo vistazo literario o reflexivo. La percepción de la totalidad sólo puede hacerse de un modo fragmentario, y los esquemas literarios comienzan a incardinarse desde esta nueva concepción global. Otro factor de cambio es la muerte de la verdad absoluta e individualista del siglo XIX y su sustitución por un pensamiento laico, desencantado, relativizado desde frentes científicos y filosóficos, desconfiado acerca de lo que le rodea y plenamente englobado en un sentido amplio de eso que se ha llamado después "la ética de la sospecha". El logocentrismo, como dice Lyon, deja su lugar a la pluralidad de discursos, sobre todo audiovisuales. Los progresivos medios de comunicación / manipulación de masas agravan estos elementos y comienzan a triturar la conciencia, ya de por sí bastante perdida, del individuo, que perplejo e incómodo ante el mundo que le rodea, comienza a confundirlo con su representación. El escritor J. G. Ballard lo ha visto de este modo:

en el pasado siempre asumimos que el mundo externo a nuestro alrededor había representado a la realidad, sin importar cuan confusa o incierta, y que el mundo interior de nuestras mentes, sus sueños, esperanzas, ambiciones, representaba el reino de la fantasía y la imaginación. Estos roles… a mi parecer, se han revertido.

Ballard, cuya literatura está aún por colocar en el lugar de honor que merece, y que antecede a veces en lustros o décadas en invenciones técnicas a supuestos descubridores, está en un término intermedio, entre la generación modernista y la posmoderna, en el que también están instalados Kosinski o Philip K. Dick : todos centran su obra precisamente en esa brecha que abre la percepción suspicaz sobre el entorno; en realidad, esta desconfianza en la realidad es uno de los mitos intelectuales de los dos últimos siglos. Es una de las consecuencias del nihilismo, y una de sus categorías es las dudas acerca de la verdad. Para Paul Auster, "la realidad no existe", y para el Alejandro Rossi del Manual del distraído "la realidad mantiene todavía una aire de familia, pero ya no es precisamente el rostro que conocíamos". Un escritor clave en el entorno que tratamos, John Barth, mantenía que: "la realidad es un bonito lugar para ir de visita, pero uno no desearía vivir allí, y la literatura nunca lo ha hecho por mucho tiempo". Toda esta teoría, que lleva siglo y medio siendo el eje del discurso, ha pasado ahora a conformar ese discurso, a impregnar de nihilismo la arquitectura del texto literario.
Observemos este párrafo de Mark Leyner My Cousin, My Gastroenterologist:

Coge una copia de das plumpe denken la más desacreditada revista en idioma alemán publicada en nueva inglaterra como explosión de crema de huevo en matanzas de factorías filatelistas pasa la página semen radioactivo que brilla en la oscuridad hallado en canadá pasa la página modernos hotentotes transportan jóvenes en bolsas resellables de sandwich pasa la página wayne newton nombra al útero de su madre jardín del edén de una sola capacidad morgan fairchild llama a sally struthers loni anderson.

Lo escrito recrea la impresión de pasar las páginas de la revista, del mismo modo que los versos del poema "China" de Bob Perelman, estudiado por Jameson, responden a un libro de fotografías que se encontró el poeta por la calle, siendo “las oraciones del poema en cuestión son entonces los propios encabezamientos de Perelman para esas fotografías”; podemos relacionar esto con lo que tenía el cut-up de Burroughs de pegado y corte. En todos estos casos la sucesividad escrituraria da la falsa impresión de que existe continuidad en la mente del escritor, cuando no hay tal cosa. Si unimos a estos procedimientos, cada vez más frecuentes, la irreductible tendencia sintética de los SMS y palabras y emoticones utilizadas en Internet, parece muy posible que cualquier tipo de actividad literaria pronto supondrá la abolición categorial de lo que hoy se determina “paratexto” (conjunto de signos escritos y visuales que suele acompañar a un texto escrito; como la imagen de la portada, la solapa, la entradilla, etcétera; todos ellos pueden aportar sentido al texto central o completarlo), por ser ya indistinguible del texto mismo. Jonathan Franzen, Eggers y otros narradores jóvenes incluyen ya diversos documentos gráficos insertados en el texto, Mark Z. Danielewski en House of Leaves (2000) dinamita la página literaria rompiendo su continuidad, y la última novela de David Eggers, Ahora sabrán lo que es correr, prescinde de la imagen de portada, comenzando la narración en la portada misma. Ya no hay paratexto: las primeras frases dan ya esa imagen de marca buscada por la editorial y el autor. Todo esto da un poco una sensación de agotamiento constructivo que nos suena familiar: nos recuerda al agotamiento semántico, existencial, nihilista, de los últimos coletazos de la literatura moderna: Beckett, Kafka, Musil, Unamuno, Papini y un largo etcétera. El estilo de George Saunders ha sido así descrito por Jordi Costa: “estilo fracturado, en el que a veces las frases se mutan en interrogaciones inválidas”.
Egolf satura sus interjecciones y sistemas de referencias hasta volverse ocasionalmente críptico. Obsérvese esta frase de Foster Wallace:

cuyo costoso Joysuit corporal con cuatro extensiones para apéndices humanos rápidamente dio paso (2014) al ya conocido "Polierótico Joysuit" de cinco extensiones y a la primera generación de Virtual Female DXF Meshes en tres dimensiones (KEY en JOYSUIT, POLIEROTIC; en TELEDIDDLER; en MESH, DXF; en MODELING NAUGHTY; KEY secundaria en Notas Históricas para DISEÑO, COMPUTADORA ASISTIDA; para FEMALE, VIRTUAL)

Los extremos se mueven entre el no-signo (lenguaje entrecortado y montado a lo Burroughs) y la no-significación (la oscuridad sísmica de DeLillo ), esto es, la disposición lógica de una frase que no quiere decir absolutamente nada, o no es su significado lo que interesa, sino sólo la disposición.
Varios de los textos de Mark Danielewski en House of leaves ni siquiera pueden leerse porque están al revés, o superpuestos con otros, o tachados; otras veces su disposición recuerda a las de Leyner:

John day embalmed windows yore trespasses rectopathic
elephants place de la concorde karmic opaque Cimmerian
a person’s entity x-ray euphony Quisling ohms
paralipomena stones hammers
sea prolix tide norths spoons eels
pompidou hints sour dolorously in
red lines ostracized virgen.

Como vemos, una literatura de este tipo no está al servicio del significado, sino del efecto. Estudioso de las relaciones del cine con la literatura, Danielewski intenta llegar (como el Kubrick de 2001) directamente al inconsciente del lector, utilizando recursos visuales, relacionados con los massmedia, lo que significa, además de un intento de evolucionar los recursos literarios, la denuncia de la situación crítica de los mismos en una civilización audiovisual. Luego volveremos a este tema.


esquema de la narrativa estadounidense última
La narrativa estadounidense más joven sigue envuelta, como no podía ser menos, en la tensión edípica de cómo liberarse de la anxiety of influence (Bloom) respecto de sus padres posmodernos (Barth, Pynchon, DeLillo), sin perder de vista dos de sus referentes claves: el mercado y la omnipresencia de los medios de comunicación de masas. Respecto al primer factor, se reproducen los problemas con que se encontraron los primeros maestros: abandonados los esquemas del último modernismo, una vez que la literatura había llegado a la asfixia formalista y autorreferencial, una vez que se veía poseída por una incontrolable “ansia por el retorno del referente” (Brooks), se encontró con la paradoja de que el referente… ya no estaba. La idea de realidad de la cual nacían todas las teorías y prácticas modernistas sobre el realismo había sido machacada por los descubrimientos de Freud, los descubrimientos científicos de Planck, Prigogine y Einstein y por el relativismo terminal de la filosofía.
Cabe dudar si la posmodernidad se impone, en estas condiciones, por decisión de los autores o por pura inercia, al no tener otro territorio donde operar que la misma idea de operación literaria. También Darío Villanueva dice que las características de la posmodernidad “pueden todavía favorecer” una concepción formalista de la literatura frente a una más “genetista” o tendente a la mimesis entendida como relación indispensable con un modelo concreto de realidad, que se refleja desde la obra. El hecho es que, sin plantearse demasiado estas cuestiones, parece que los más jóvenes narradores norteamericanos se han lanzado a operar entre las ruinas de esta devastación con la más irresponsable de las alegrías, aunque según el lúcido Ballard, es precisamente esa ingenua despreocupación el signo –sociológico y literario– posterior al modernismo:

Al contrario, me parece que el movimiento Moderno pertenece al siglo XIX [...] De ninguna manera el movimiento moderno tiene ninguna relación con los hechos del siglo XX [...] sus elementos son introspección, pesimismo y sofisticación. Pero si algo encaja en el siglo XX es el optimismo, la iconografía del mercado de masas e ingenuidad.

De este modo, los hijos de la posmodernidad navegan a sus anchas el proceloso mar de la edición, utilizando a veces materiales propios del best-seller, como Jonathan Franzen (dos ejemplos europeos del mismo caso serían H. Mankell y Luis Manuel Ruiz), y siguen de cerca las evoluciones de la tecnología, así como las influencias de la misma en las relaciones interpersonales o en la creación de literatura (David Foster Wallace; en España, su discípulo y traductor Javier Calvo, el relatista Eloy Fernández Porta y el novelista Germán Sierra). El resultado de esta mezcolanza, a la que habría que unir el conglomerado a-ideológico y técnico propio de los estertores del posmodernismo, es un estilo rápido, ágil, no pocas veces insustancial y quebradizo, pero que tiene el encanto de la frescura, de la amplitud de miras cultural y de un sano sentido del humor , volcado siempre en delatar las contradicciones de la propia sociedad que genera tal paroxismo.
Trazar un mapa es complicado, ya que las etiquetas críticas que se han propuesto son varias. Mientras que en España, por obra de la editorial Mondadori, las conocemos como Next-Generation, David Foster Wallace ha propuesto etiquetas como “narrativa de la imagen”, o, últimamente, “late model literature”, esta última para referirse a la tendencia representada por Susan Daitch. Eloy Fernández Porta justifica esta rúbrica por cuanto es históricamente significativa. A su juicio hay dos lugares comunes en la última literatura corta: “el primero, la convicción según la cual, a diferencia de la mayor parte de las literaturas europeas, la narrativa breve norteamericana pasa intocada o no pasa por el proceso de las vanguardias históricas”, en una suerte de retraso histórico denunciado ya en los años 60; el segundo,

la discusión del modelo de relato sentimental sobre los problemas de la clase media que en esa misma época encarnan revista como New Yorker o Story. La concordancia de estas dos ideas –el relato como forma atrasada y la temática de la clase media como preocupación prioritaria– resultarán determinantes en la configuración de una serie de modelos y propuestas que configuran el posmodernismo norteamericano.

Para Juan Francisco Ferré, el nombre que reciben la generación compuesta, entre otros, por Thomas Pynchon, Robert Coover, Don DeLillo, David Foster Wallace, Kathy Acker o William T. Vollmann (y aquí representada sólo por el antes citado Eloy Fernández Porta) es la que llama Avant-Pop,

viniendo Avant a significar la necesidad de la innovación e incluso la experimentación con la forma (no hay nuevos contenidos sin la aparición de nuevas formas), y viniendo Pop no a sacralizar únicamente su vinculación estética con ninguna cultura actual del consumo y la mercancía sino a destacar simplemente que la creación del escritor no se concentra ya en la descripción de mundos privados o exclusivos, más bien apartados del mundo de referencias del lector, sino que parte de ese mundo de referencias conocidas (la cultura así llamada “de masas”), se lo apropia con preferencia para llegar a convertirlo en extraño o irreconocible.


líneas de desarrollo narrativo
Hay diversos tratamientos técnicos. Uno de ellos, muy practicado por John Barth y que siguen en algunos párrafos o relatos los jóvenes, es la técnica magnetofónica, que tiene por objeto el desarrollo del tono conversacional. Franzen lo utiliza en la trascripción de conversaciones grabadas por la policía en Ciudad veintisiete; David Foster Wallace en Entrevistas breves con hombres repulsivos y también está en el cosmos estructural de House of Leaves, de Danielewski. También está la línea decodificadora, que supone la alteración de géneros de discurso para contar historias, utilizando elementos en principio lejanos a la literatura, pero tangenciales a la misma. El origen no está ni en Pynchon ni en DeLillo, sino en un autor asombroso, el citado J. G. Ballard. Dentro de esta línea decodificadora, Ballard tiene un relato que es el índice de una biografía. Por las escuetas entradas de ese índice se deduce, perfectamente y sin fisuras, el retrato completo de la persona biografiada. Foster Wallace copia el mecanismo para hacer un relato, “Rotulus praeteritus”, con una entrada de hiperdiccionario, a partir de las diversas definiciones de la palabra “rollo” en un futuro cercano; en nuestra lengua, Rodrigo Fresán desarrolla en Historias argentinas (1993) un relato excepcional sobre un músico estrambótico, a partir de los créditos interiores de un LP. Como vemos, las utilizaciones de estos procedimientos no suponen un distanciamiento de los antecedentes literarios, y no dejan, por tanto, de ser posmodernas.
Y hay otra técnica narrativa muy interesante, que denomino línea de fragmentación estanca. Me parece la aportación clave para distinguir la narrativa de Foster Wallace del posmodernismo. Se trata de textos que se integran en un “ciclo”, pero sin pertenecer a un “sistema” o campo narrativo, sino a una mera disposición secuencial, por voluntad del autor. Aunque no se evita la autoreferencialidad (a la cual, además, se trata con ironía, no sólo por la remisión a notas a pie de página, sino por el mismo tratamiento parodiador de Foster), el procedimiento es nuevo. Lo fragmentario aquí no es la frase ni el párrafo, al modo del cut-up de Burroughs, sino la disposición de los cuentos. Foster utiliza el procedimiento en Entrevistas breves con hombres repulsivos. De este modo se esquivan las tentaciones tardomodernas y tan recurrentes en el posmodernismo del mise en abîme y la estructura circular.


narrador e identidad
Si estudiamos el tema del sujeto en estos narradores, hemos de decir que permanece en ellos la constante de la disolución posmoderna del yo. Como venía a decir Zygmunt Bauman, la identidad duradera y bien amarrada ya no constituye un activo; cada vez más y de un modo cada vez más evidente, se convierte en un pasivo, cuyo objetivo no es fijarse inamovible, sino lo contrario : esto frustra por fin la tensión individualizadora y solipsista que la narrativa había sostenido desde Defoe hasta mediados del siglo XX : puede que Joyce, Musil o Beckett describieran la desaparición del sujeto, después de sus primeras apariciones en el Romanticismo alemán (Schlegel, Novalis), pero es claro que sólo los autores posmodernistas escriben como sujetos desestructurados, en textos desestructurados. Como es natural, esto debe tener repercusión también en el tratamiento de la división de géneros. Para Linda Hutcheon , la categoría psicológica del autor abre caminos intermedios, de modo que pueden presentarse las ficciones como biografías (el Kepler de Theodore Banville), como autobiografías (Running in the Family, de Ondaatje), o como disquisiciones históricas (Shame, de Salman Rushdie); hasta el ensayo teórico, como indica Hutcheon a partir de la Cámara Lúcida (1981) de Barthes, se contamina de la memoria proustiana. Estos terrenos intermedios quedan claros en nombres de esta última hornada de narradores, como James Gunn, autor de El coleccionista de juguetes (2001). Para Gunn, el protagonista de su novela, que se llama como él, no debe ser confundido con su persona, o al menos no del todo, aunque el hermano del personaje esté inspirado en su propio hermano y el compañero de habitación tenga el mismo nombre que el chico con el que compartió piso mientras la escribía. “Hay muchas diferencias. Para ser sinceros, la idea me entusiasma. La línea que separa la ficción de la mentira es muy fina”. Es obvio que la última literatura de Javier Cercas, sobre todo Soldados de Salamina (2001) y La velocidad de la luz (2005) tienen grandes puntos de contacto con esta forma de entender la construcción del personaje principal de la novela.
Otra constante es el modo en que los personajes se ven a sí mismos, y dialogan con su conciencia en la ficción. El protagonista de la novela de David Eggers, Ahora sabrán lo que es correr (2003), Will Chmielewski, es un polaco con dificultades para mantener la concentración. Tiene diálogos imaginarios con las personas con las que se cruza, a las que ve como en una película, sobre la que puede volver y corregir. Estos diálogos se representan abriendo comillas francesas, y a veces se intercalan con los otros, reproduciendo dos discursos: uno, el que el personaje quiere tener con la persona (por lo general, mucho más duro y directo; algo que recuerda las asociaciones libres de Ally McBeal en su conocida serie televisiva), y otro discurso, mucho más matizado y social, que es el que tiene realmente con los demás personajes. En la novela de Tristan Egolf La chica y el violín (2002), los diálogos con el yo del personaje central interior se muestran en cursiva, y en este caso la violencia verbal es hacia el propio Charlie, del todo justificada, por cierto. Hay que decir que este procedimiento es exactamente el mismo que el de Jay McInerney en Luces de neón: “Odias a Tad Allagash. A casa. Todavía estás a tiempo. Quédate. Ataca. Tu interior es una república de voces”. En una fecha de nacimiento intermedia, Franzen utiliza el mismo procedimiento en The Twenty Seventh City para las voces interiores de la jefa de policía Jammu.


movilidad/inmovilidad
Como contradiciendo la inmovilidad posmoderna, la mayoría de estos escritores sitúa sus obras en países distintos de los Estados Unidos, algunos de ellos exóticos. Así, Jamaica Kinkaid, nacida en 1949, obtuvo un gran éxito con Annie John (1985), sobre la infancia y juventud de una niña en las Indias Occidentales; Eggers localiza su acción en Senegal y el propio título de su libro, You shall know our velocity (2003), hace referencia a la dislocación espacial. Como dice Chabon en la primera página de Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay, “nunca era una simple cuestión de escaparse. También era una transformación”. Sin llegar a la Bildungsroman, puesto que el viaje posmoderno es esencialmente corto y rápido, frente a los inacabables trayectos modernos, la esperanza de cambiar durante la experiencia del viaje es esencial para estos autores, aunque en realidad se cae en una de las lacras de la experiencia psicológica posmoderna: la necesidad angustiosa de huida. El personaje central de la novela de Chabon es en realidad el personaje de cómic que dibujan entre los dos, significativamente llamado El escapista (personaje que puede estar inspirado en Jim Steranko, célebre dibujante de cómics y escapista profesional). También la necesidad de huida del barrio marginal de Charlie, en La chica y el violín de Egolf, es el leit motiv de la novela:

–Muy sencillo –respondió–. Te la estabas trabajando, ¿Por qué no? ¡Más poder para ti! Nadie quiere largarse de esta ciudad tanto como Charlie. De modo que decidiste vender el culo por un día (…) Sólo tenías que hacer de perrito faldero de madame, a la que le encantó cómo tocaste el violín… ¡Y al día siguiente saldrías para Nueva Guinea!

Si hacemos caso a filósofos como Adorno y Sloterdijk, vivimos desde principios del siglo XX en una sociedad poliescapista, para la cual el “escape es todo él un message” (Adorno, Minima moralia). Bauman relacionaría esta tendencia a la huida con la situación del turista:

los turistas mantienen su distancia, y no permiten que la distancia disminuya en proximidad. Es como si cada uno de ellos estuviera encerrado en una burbuja con osmosis ajustadamente controlada; solo cosas tales como los admitidos por el ocupante de la burbuja pueden colarse, solo cosas tales como las que él o ella permiten marchar, pueden escapar. Dentro de la burbuja el turista puede sentirse a salvo.

Esa sensación de estar flotando en medio de una burbuja, donde la mirada narcisista, según Lipovetsky, ya no tiene nada más que mirar que hacia sí mismo, tenía sus antecedentes en las generaciones anteriores. Así, dentro del grupo llamado “Brat Pack”, el protagonista de Luces de neón, de Jay McInerney, lo tiene claro desde las primeras páginas: “esto implica bastante movimiento, ya que uno siempre tiene la sensación de que el lugar en donde no está siempre es más divertido que aquel en donde está”, para sentenciar después: “piensas en islas, palmeras, frutas silvestres. En escapar”.


medios: crítica de la razón catódica
Está claro que, como decíamos al comienzo, la televisión es uno de los modos que ha cambiado la forma de mirar de las personas, y tanto autores como personajes aprenden a establecer su vinculación con el mundo a través de la pequeña pantalla. Esto está muy claro en la narrativa posmoderna norteamericana, donde desde Pynchon, pasando por Robert Coover o Donald Barthelme, hay una gran recepción de los temas televisivos en los textos. Para Juan Francisco Ferré, lo tecnológico referido a lo mediático es una característica esencial de la nueva narrativa “mutante” norteamericana, para la cual el mundo es la televisión, o un subproducto de la televisión, la máquina doméstica y familiar por excelencia, la pantalla menor y mayoritaria (como en el antológico experimento lingüístico y narrativo ‘Ardor/AWe/Atrocity’, de Walter Abish, donde la tierra de promisión californiana, a la que viaja para perderse la protagonista fatalmente reclamada por sus vistosas imágenes, es presentada como un estereotipo televisivo vinculado a las populares emisiones de la serie semanal ‘Mannix’)
Lamentablemente no podemos detenernos ahora en las fabulosas construcciones de Philip K. Dick sobre la relación íntima entre la televisión y la realidad. Sin embargo, es un narrador de la Next Generation, David Foster Wallace, quien se ha convertido en el principal tratadista sobre la razón catódica, tanto en su parte práctica como teórica. En su faceta narrativa, es ya clásico su cuento “Little Expressionless Animals”, perteneciente a Girl with curious hair (1989). La originalidad de este relato reside en que la televisión se convierte en un personaje, que utiliza para expresarse los spots publicitarios; sus frases breves, directas y sentenciosas se configuran como el lenguaje que el medio usa para expresarse e interactuar con los personajes, que a la vez son gente que vive y padece el medio, al tiempo que contribuyan a crearlo:

–Te mereces un descanso hoy, dice la televisión. La leche te adora. Mientras más escuchas, mejor sonamos. ¿No tienes deseos de un Whopper asado a la llama?
–No, no tengo deseos de un Whopper asado a la llama, dice Dee, sentada derecha en su silla. No no tengo deseos.

La faceta teórica de Foster sobre el tema se recoge en su ensayo "E unibus pluram", compilado en Algo supuestamente divertido que no volveré a hacer (1997), aunque pueden encontrarse retazos dispersos en sus obras de ficción, como La broma infinita. En ese ensayo hace Foster un riguroso recorrido por todas las etapas de la narrativa estadounidense desde la creación del invento a principios de los cincuenta, para terminar en lo que él denomina Image Fiction o “Narrativa de la imagen”, de la que hemos hablado y sobre la que luego volveremos. Desde el punto de vista técnico, el modo en que la televisión y, en general, los medios audiovisuales influyen en la literatura actual, adquiere muchas variantes. Una de ellas es la eliminación de adverbios temporales de engarce. El paso entre dos situaciones dentro de un mismo cuento o novela se expresaba modernamente con términos de tiempo, para explicar la coincidencia espacio-temporal de dos acontecimientos. Si algo ocurría en una parte de la ciudad y el narrador quiere llamar la atención sobre otro hecho a kilómetros de distancia, no era raro encontrar expresiones como "mientras tanto, en otra parte de la ciudad", "al mismo tiempo, X comenzaba a imaginar", "durante esos minutos, ella no había dejado de ir eliminando huellas", y un largo etcétera. El montaje visual elimina esos enlaces. El narrador español Javier Calvo ha hecho un homenaje al citado relato de Wallace en su libro Risas enlatadas (2001), y utiliza el procedimiento citado. Calvo comienza un párrafo así: "Una comitiva de coches y motocicletas de la policía precede a la columna de bulldozers", y el siguiente, cuya relación temporal con el anterior ignoramos, de este modo: "Apoltronado en un sofá en la sala de reuniones del equipo creativo de Sonrisa acelerada en el rascacielos de la productora..." El enlace narrativo queda roto, es discontinuo: mientras que en el cine es la vista la que saca sus conclusiones a partir del decorado, en literatura se requería antes una acomodación de la perspectiva de la que los narradores posmodernos o de la imagen prescinden por completo, homogeneizándola con la visual. No queda posibilidad de que el crítico literario asevere que el narrador "traslada la trama": ahora dirá sólo que en el texto hay un "cambio de plano". En otros cuentos, Calvo utiliza la cursiva para describir el decorado (incluyendo el atrezzo, citando las marcas de ropa) antes de los diálogos, o auténticas acotaciones de script. Y esto se da no sólo en los escritores más relacionados con la narrativa USA, sino dentro del inconsciente colectivo. Si para los poetas antiguos Febo era devorado por Neptuno al atardecer, el poeta Abel Feu prefiere decir que "el horizonte / (...) iba tragándose, como a cámara lenta, / al sol". Don DeLillo escribe en Body Art (2001): “cuando sonó el teléfono no lo miró como hacen en las películas. En la vida real, la gente no se queda mirando el teléfono”, para criticar irónicamente este modo de proceder. Sin embargo, esa crítica ya no tiene sentido, porque ese modo de escribir ya responde a un modo de mirar, sociológicamente inevitable.


desilusión norteamericana
En las Luces de neón de McInerney, el protagonista se encuentra con un periodista de pasado literario, Alex, una de cuyas conversaciones resume así: “según Alex, hubo una edad de oro, con Hemingway, Faulkner y Fiztgerald; después una edad de plata, en la que él tuvo un modesto papel. Ahora cree que estamos en una edad de bronce, y que la narrativa está en un callejón sin salida. La nueva literatura tratará de tecnología, economía y reparto de bienestar”. Algo de profético tenían estas palabras porque así, efectivamente, ha sido. De la tecnología ya hemos hablado, y es obvio que la situación económica y el bienestar social (o su ausencia) son temas predominantes en la narrativa más joven. La situación estancada de las expectativas estadounidenses fue vista así por Jonathan Franzen:

“con una madurez adquirida gracias a amargas experiencias, la nueva América sabía que ciertos esfuerzos no tendrían los finales felices una vez soñados, sino que estaban condenados a perpetuarse a sí mismos, metafóricamente frustrando todos los intentos de resolverlos”

El fin del American dream, ya estilado por Carver o Bukowski, se convierte en una situación de encerrona, de cul de sac donde la clase media no sabe a donde ir. No es casual que Franzen sitúe la acción de su novela en St. Louis, colocada en el lugar 27 de la economía estadounidense, justo en el medio de las 52 capitales. St. Louis es la Ciudad veintisiete, de ahí el título, que es como decir que es la clase media de las ciudades. Las correcciones, su novela posterior y gran éxito en todo el mundo, ahonda en la vida familiar de una familia de clase alta tan perdida en su vida social como el cabeza de familia en su alzheimer.
Los personajes de estos autores, solapados por el descentramiento y la invisibilidad (son deformes –el Will de Ahora sabrán lo que es correr, de Eggers–, negros literarios o dibujantes de basura –Kavalier y Clay–, inmigrantes mestizos –el Charlie de La chica y el violín de Egolf, la policía hindi Jammu de Ciudad veintisiete– o blancos situados en un guetto de negros –El Dylan de La fortaleza de la soledad, de Jonathan Lethem–), suelen extraerse de capas bajas de la sociedad que se encuentran, por casualidad o suerte, con una gran suma de dinero, que les permite actos destinados sólo a los centrados y visibles. Si en las novelas de Joyce Carol Oates o Shappire medran por medios extralegales, en las de Chabon o Eggers se hace por medios legales o por azar. En La chica y el violín (2002) de Egolf, Charlie es un virtuoso violinista clásico que decide dejar la música y vivir en la periferia dedicado al fracaso, hasta que le salva una adinerada periodista francesa. Su compañero Greetz es un anarquista piojoso que lleva catorce años sin pagar impuestos y quiere eliminar el dinero del mundo, aunque su objetivo es atracar un banco.
Otras veces, como en Ciudad veintisiete, los personajes secundarios son adinerados que recurren a todo tipo de artimañas con tal de mantener su estatus, sin dudar en caso de soborno, extorsión o asesinato. En Ahora sabrán lo que es correr, de Eggers, para mi gusto una de las más atractivas novelas de esta generación última, el caso de Will es más complejo: es un electricista que se ha encontrado, por puro azar, con una gran suma de dinero, de la que quiere desprenderse regalándolo en un estrambótico viaje alrededor del mundo. El síndrome de culpabilidad de Will al tener ese dinero no es menor que su culpabilidad al desprenderse de él, por colocarle, incluso ante los más desasistidos senegaleses o marroquíes, en una inhóspita y cruel posición de poder ante ellos. Pero podemos ir todavía más allá: ¿y si Eggers hubiera leído a Derrida? Hay una escena donde los dos protagonistas acuerdan dar el dinero como si el que lo recibe no supiera que es una donación, un don. Parece calcado del texto derrideano:

para que haya don, es preciso que el donatario no devuelva, ni amortice, ni salde su deuda, ni la liquide. (…) Es preciso, en último extremo, que no reconozca el don como don. Si lo reconoce como don, si el don se le aparece como tal, si el presente le resulta presente como presente, este simple reconocimiento basta para anular el don. ¿Por qué? Porque éste devuelve, en (el) lugar –digamos- de la cosa misma, un equivalente simbólico.

Lo que Will quiere no es, como quería el personaje de Baudelaire que Derrida toma punto de partida, “crear un acontecimiento en la vida de aquel pobre diablo” al que se le da la moneda falsa, sino cancelar un acontecimiento de la propia, un don injustificado que le satura y que él intenta convertir, a su vez, en un don imposible. Muchas de las reflexiones y sentimientos expuestos por Eggers respecto de la actual tiranía pecuniaria recuerdan las mejores páginas de Balzac, otro gran tratadista del dinero, aunque, por desgracia, el estilo literario nada tenga que ver con el del genial francés. Tema que, por cierto, también ha tratado el gran posmoderno Martin Amis y la no menos grande Belén Gopegui.
Todo ello permite a estos narradores extraer, mediante el paralelismo de la vida de los millonarios naturales y los periféricos, jugosas conclusiones sobre el modo de vida yanqui y su absoluta vinculación al poder del dinero. No olvidemos que hasta el propio Don DeLillo se ha sumado a esta tendencia utilizando a un multimillonario como protagonista de Cosmópolis (2002). Las dificultades impuestas a los negros (Morrison), los hispanos (Junot Díaz) o los extranjeros (Chabon) para integrarse en un sistema que acepta su dinero, siempre que no quieran insertarse también en los círculos de confianza, quedan expuestas con mayor o menor claridad. Clay, que a pesar de ser millonario tiene en su vida “un agujero que ninguna persona podía llenar” (Chabon), escribe una novela titulada Desilusión americana, de la que no es capaz de pasar, en una ironía genialoide de Chabon, del primer capítulo.


recepción en españa
Foster Wallace señala cuáles han sido las últimas cuatro tendencias de la narrativa estadounidense: la beat, el dirty-realism, la posmodernidad, y la "narrativa de la imagen". Sobre esta última, dice:

Este nuevo subgénero (...) es distinguible no solo por cierta técnica neo-posmoderna sino por una genuina agenda socio-artística. La Ficción de la Imagen no es solo el uso o una mención de cultura televisiva sino una respuesta real a esta, un esfuerzo para imponer cierto sentido de rendición de cuentas [...] Es una adaptación natural de las técnicas venerables del realismo literario a un mundo de los '90s cuyas fronteras definitorias han sido deformadas por señales eléctricas. [...] El realismo convirtió lo extraño en familiar. Hoy, cuando podemos comer comida mexicana con palitos chinos mientras oímos reggae y vemos un noticiero soviético transmitido por vía satélite sobre la caída del Muro de Berlin –por ejemplo, cuando casi todo se presenta como familiar– no es una sorpresa que algo de la ficción realista más ambiciosa actualmente trata de convertir lo extraño en familiar [...] Esas son las buenas noticias. Las malas noticias son que, casi sin excepción, la Ficción de la Imagen no satisface su propia agenda.

Tal y como se formula, parece que nos hallamos ante una reedición multicultural de un procedimiento técnico ya conocido, el cut-up de William S. Burroughs, que últimamente ha vuelto a utilizar Rodrigo Fresán, citando al novelista norteamericano:

El cut-up como nuevo lenguaje donde todo aparece fragmentado, donde las historias empiezan por donde terminan y no respetan el orden cronológico de los acontecimientos, lo importante es poner todo por escrito, rápido, antes de que desaparezca o se olvide. (...) Alterar el modo en que se lee, en que se ve una película, en que se piensa. Primero alterar el nervio óptico y, a partir de la pupila, alcanzar el cerebro y reprogramar todo el sistema nervioso

por Peter Conn: “el método dadaísta de Burroughs de 'cortar' o 'doblar' narrando trabajos contra historias mediante el hecho de transformar la narrativa en una colaboración aleatoria con el lector". Planteada por tanto como una retórica de segundo grado –vuelta de tuerca sobre el retorcimiento posmodernista–, Foster cita como ejemplo más consagrado de esta narrativa de la imagen la citada My Cousin, My Gastroenterologist (1990), de Mark Leyner, a la que reconoce notables destellos ocasionales de brillantez. Pero ¿por qué esta novela pertenece a la narrativa de la imagen? O, lo que es lo mismo, ¿en qué difiere de una novela convencional? Pues en esto: "la velocidad y la nitidez reemplazan al desarrollo. La gente aparece y desaparece; los acontecimientos tienen lugar con estridencia y ya no se vuelven a mencionar. Hay un rechazo descaradamente irreverente de conceptos 'pasados de moda', como la trama coherente o los personajes duraderos". Aunque es reconocida por Foster la dificultad de sumergirse en un mundo (el de la contestación a la cultura televisiva y el consumismo) que la propia televisión y la publicidad hacen como nadie; de este modo, termina constatando el informe Foster, cualquier iniciativa en este sentido nace ya como letra muerta: es imposible lograr esa reacción, el autor que la elabore nada en la ambivalencia y la contradicción –combate a lo que le alimenta–, y son los otros –los combatidos– quienes llevan a cabo una respuesta más elaborada y artística.
La pregunta es: ¿hay en la narrativa española algún representante de esta narrativa? Y la respuesta es sí, creo. Tres al menos: el Félix Romeo de Discothèque (2000), el Javier Calvo de Risas enlatadas (2001) y el poeta Pablo García Casado, especialmente en El mapa de América (2001). Aunque volveremos a referirnos a la novela de Romeo, adelantaremos que está construida sobre dos elementos capitales: primero, la reducción temporal simultaneística, según terminología de Darío Villanueva, al narrar una acción que se desarrolla en sólo dos días: cinco y seis de enero; el segundo, su construcción televisiva: hay una multitud de escenas, algunas de ellas cortas en extremo, que se van fundiendo a medida que suceden en el mismo tiempo (con algunos flash-back o analepsis), pero en distintos espacios. Esta forma de escribir (utilizada también por Ismael Grasa en La tercera guerra mundial) es la exasperación de un procedimiento conocido; Octavio Paz lo detallaba al estudiar la novela Fortuny de Pere Gimferrer: La rapidez de su prosa viene del cine, al que es muy aficionado y sobre el que ha escrito con agudeza. Decir cine, es decir montaje y el montaje rige las apariciones y las desapariciones de Fortuny. Así el texto se descompone y recompone en una serie de presentaciones; el conjunto es una representación.
De este modo, la novela toma el modo del presente continuo en una forma que se corresponde con una serie televisiva por entregas, al superar su duración la convencional de cualquier película.
Del libro de Calvo hemos hablado ya; el hecho de que sea el traductor de casi toda la obra editada de Foster Wallace en nuestro país dice mucho, y su obra es clara recipiendaria de sus tesis, por eso su inclusión aquí no debe sorprendernos. Advertimos en él desde el comienzo de Risas enlatadas esa preocupación crítica por el medio, y su análisis sobre el mismo es, con bastante diferencia, el más profundo y sostenido de toda nuestra joven narrativa. Además de esa nota, que para Foster es medular en lo tocante a la narrativa de la imagen, iremos extricando hasta qué punto el medio televisivo y su lenguaje está presente en sus relatos; bastará decir por ahora que sus analepsis y prolepsis están desvestidas de toda literatura, y se montan en el hilo narrativo visual y no literariamente. De una forma más fragmentaria y episódica, Discothèque es, en buena medida, un guión imposible de cine. Cumple varios de los requerimientos técnicos de este género cinematográfico, aunque su pulso literario hace inviable una traslación directa. Digamos que Romeo ha sabido sacar del cine los elementos que más le interesaban para lograr un efecto de cinema verité que distancie al lector de las desagradables experiencias relatadas, sin abstraerse de ellas. Gracias a su narrativa de la imagen, crea la impresión de poder disfrutar sin mancharse con la historia, del mismo modo que las películas y shows porno que, no por casualidad, están en la urdimbre del argumento.
García Casado (la presencia menos previsible) en su segundo poemario, es un ejemplo indispensable de lo que algún día tendrá que llamarse la “nueva objetividad” u objetividad sociológica. Si seguimos con Robert Langbaum los numerosos procedimientos que desde Goethe y el Romanticismo inglés se vienen planteando dentro de la poesía para huir del subjetivismo, desde el monólogo dramático hasta el "correlato objetivo" de Eliot, y acordamos con él con que "la poesía de los últimos ciento setenta y cinco años, más o menos pertenece a una tradición única en continua evolución", podríamos completarle diciendo que los logros últimos de esa objetividad, entre los que están los de García Casado y el José Luis Amaro de Fronteras de niebla (1999) o Carretera (2003), han utilizado un cambio radical de exposición. Todos los poetas románticos y modernos han huido de la subjetividad adoptando otras; han diluido el yo en modelos, personajes, máscaras (Yeats, Borges), o métodos literarios, para intentar ser otro (Paz), u otros (Pessoa). Han creado "personajes", como antes hacía la novela, algo claramente visible en poetas como Robert Browning, que más tarde han acabado siendo "actores" en la poesía posmoderna. García Casado y Amaro optan por algo muy distinto: no crean personajes, sino que los ruedan: el poema actúa a modo de cámara que registra sus actividades en el momento justo en que esas actividades son emocionalmente significativas para el lector, de modo que le muestren la personalidad de los mismos como si las estuviera viendo en una pantalla. Dicho de otro modo, es una poesía que intenta que sea el lector y no el poema quien saque las conclusiones sobre las cuestiones planteadas: es una poética desvestida por completo de subjetividad, que tiene un origen sociológico evidente, a través de la civilización audiovisual. Si nos fijamos más en García Casado es por su edad, más joven y por lo tanto inmersa en los momentos de exasperación cultural de la imagen, y por la radicalidad y claridad de sus planteamientos. El mapa de América tiene numerosas menciones a la percepción visual. No pocos de sus personajes son sacados de películas o ambientes televisivos, y otros toman directamente la cámara para grabar sus experiencias. Incluso en algunas partes del libro las técnicas visuales toman la forma de la propia estructura del texto; así, en el poema "travelling", se combinan varios elementos estancos colocados serialmente: "mamá diciendo adiós mi casa los perros el jardín / las flores", etcétera. Cada uno de ellos es como un fotograma individual. Cada uno de ellos detalla la visión de un instante de la infancia. Hay dos travellings superpuestos: el primero, es el de la mirada del lector, que al pasar en sucesión por cada uno de los elementos, los va uniendo mentalmente rodando la secuencia –el poema–; el segundo, ése por el cual las acotaciones temporales van logrando la sucesividad, desde aquel ayer recordado hasta el hoy en el poeta escribe / el lector lee el poema. Tanto da decir que el poema "travelling" está escrito como que está montado. Su técnica es esencialmente cinematográfica. Hay otro movimiento de cámara parejo en "birds in the night" (intertexto de Cernuda), en este caso a través del travelling "natural" de la traslación en coche, sobre el que han hablado algunos urbanistas como Richard Ingresoll .
No son los únicos, desde luego, ni los últimos; pero a mi juicio son los mejores. Hay en ellos un endiablado virtuosismo estilístico (la aparente pobreza del lenguaje de Romeo es deliberada, porque la requieren sus incultos personajes; pero se compensa con ilimitadas parodias de los lenguajes de la literatura: los géneros), al que se unen similares visiones de la corrupción y degeneración individual y colectiva y pleno dominio de la arquitectura constructiva. Cabe preguntarse si esta visión se corresponde con aquella exigencia de Eliot, hablando de Baudelaire, según la cual ser moderno no consiste sólo en el uso de la imaginería de la vida sórdida en una gran metrópoli, sino en la elevación de esa imaginería a la intensidad primera, presentándola tal como es, y, sin embargo, haciendo que represente mucho más de lo que es.
Si pensamos –como yo pienso– que esta apreciación es aplicable no sólo a lo moderno, sino también a lo posmoderno y a la narrativa de la imagen, en cuanto reivindicación de la profundidad, es obvio que se cumple sobradamente en la obra de García Casado, donde la perspectiva sobre el imaginario colectivo es tanto o más moral que amoral (que a veces lo es, y mucho); en el caso de Romeo es más difícil diagnosticar el uso: por lo común su empeño paródico y sarcástico deja tales propósitos en la mera denuncia, lo que hace depender del valor que demos a esta su carga de profundidad.
Siguiendo con el examen general, las formas expresivas de ambos son muy originales y, sin evitar reconocimientos de influencias, a su vez comienzan a crearlas (García Casado tiene, a pesar de su edad, una legión de jóvenes imitadores). Su construcción fragmentaria y visual está condenada a entronizarse, como iremos viendo, en referente ineludible de la literatura del futuro.


conclusión
En conclusión, por tanto, diremos que estos autores forman todos, prescindiendo de etiquetas, una generación caracterizada por su deuda con autores como Pynchon, DeLillo o Coover, más que frente a antecesores como Hemingway, Faulkner o Fitzgerald, a quienes tratan, como en el caso de Harold Jaffe hacia Hemingway, con notoria inquina . También les unifican la recepción de los elementos sociológicos que estamos viendo, y la generalizada pervivencia de los elementos de la posmodernidad en sus textos, si bien, como hemos dicho, hay que puntualizar que alguno de ellos está abordando formas de salida de esa dinámica. Y si me preguntan, como crítico, qué me parece la literatura de estos chicos, les diré que en general es bastante pobre, que su evidente capacidad para ser vívida –imitando, por supuesto, el efecto televisivo–, es agradable para la lectura pero deja –como la televisión– escasa impronta, que sólo en algunos casos el estilo general nos recuerda al literario que demandamos (Foster, Chabon, Franzen, Eggers), y que la literatura norteamericana tiene el mismo problema –Borges diría salvación- que las demás: encontrarse con cuatro o cinco excepciones relevantes dentro de un mar de desaguisados.


Publicado en Figures of Belatedness. Posmodernist Fiction in English; Universidad de Córdoba, Servicio de Publicaciones, 2006



replay

d. f. lewis
( essex, 1948)



haciendo cola tras gente loca

Su nombre era King. Mientras más mirábamos el nombre, más extraño nos parecía. Usualmente las palabras podían lograr eso, especialmente palabras como 'King' que nos hacían pensar primero en 'Ping', como el disparo de un arma, entonces, inevitablemente, en 'Pong'. Entonces, por supuesto, en 'Kong' –como el doblar de una campana con mal temperamento, rajada su envoltura metálica, su badajo como la cola móvil de una criatura.
El por qué de unos padres con el apellido King podrían haber nombrado Kenneth a su hijo estaba más allá de nosotros. Stephen, sí. Tom, de inmediato. Dick, la mente comenzaba a preguntarse. Pero cuando Ken King llegó a nuestras vidas, tuvimos que encogernos. No solo por el nombre: sus modales pegaban con el nombre, también –al igual que sus rasgos y su forma de hablar: no exactamente con desprecio, sino más como una familiaridad que excedía el simple conocimiento. Lo conocimos por primera vez en una cola...
El arma de juguete de Schawarzi se anunciaba como el film del siglo, pero ya nos habíamos acostumbrado a esas cosas. Mientras la cola se arrastraba cerca de la gran entrada del Odeon, los actores ambulantes se reunían alrededor, todos disputándose las viejas monedas que lanzábamos. Uno en particular era un maravilloso malabarista con las mismas monedas lanzadas. Así que él no tendría acto ninguno sin nuestra generosidad. Nos hacía sentir bien y cálidos adentro, llenos de pudín de arroz materno, con cáscara y todo. Pero queríamos hablar de nuestra experiencia con la película, no de la cola. Las colas están bien en su lugar: incluso teníamos amigos temporales entre los más pacientes de ellos. Algunos permanecen por siempre, retorciéndose tras los doblecalles de una ciudad plena de misterio. Una vez, cuando los faroles eran prendidos regularmente por hombres sin rostro junto a disposiciones de consolas, las calles habían sido a dos por centavo. Ahora, se habían transformado en túneles oscuros donde los edificios y el cielo eran casi siempre indescifrables, si no estaban hechos de la misma sustancia. Así que cuando las colas se prolongaban entre las sombras, una palabra amistosa aquí o allá para un vecino nunca estaba mal. Mientras continuara siendo amistosa. Pero había colas y, por otra parte, había colas. Una de las últimas era esa de El arma de juguete de Schawarzi –¡y la mitad! Pero era la película la que buscábamos describir –y justamente eso, porque la habían prohibido después de la primera exhibición.
Comenzó con los créditos de apertura que duraban tanto como los que solían durar las de serie B. Aparentemente, simbolizaban algo que se aclararía más tarde en el film. Pero ¿qué diablos tenían que ver Chico de los Mandados, Ayudante de Cámara y Cambiador de Lentes con la poesía en el alma? ¡Bueno, podríamos de cualquier manera haber regresado a la cola para otra dosis de agitar mentones!
Ciertamente habíamos hablado sobre esto y sobre aquello en la cola, tratando al principio de hacernos de la vista gorda con respecto a los ambulantes.
–Mi padre era pescador de langostas.
–¿De veras?
–Sí, salía al amanecer en el bote más pequeño que te puedas imaginar -lo bastante grande como para que cupieran él y sus trapos- la niebla envolvía el mar como aliento que no quería abandonar el cuerpo; las cosas rosadas con garras que hallaba reunidas en las cestas eran su presa.
Más adelante en la cola, a algún tonto adicto al cine se le habían fundido los cables, y le gesticulaba a un ambulante ridículo que se había disfrazado especialmente como un animal. Una especie de simio. Podíamos divisar sus ojos rojos desde donde estábamos. Sus resoplidos espasmódicos eran bastante poco atractivos.
–¿Siempre estaban allí las cosas rosadas con garras, esperando?
–Si, casi siempre, con bastante carne roja manchada por espuma de salitre. A menudo, habría una con largas tenazas, usándolas para picar a las otras en pedazos, como si fuera su última cena, y lo era, por supuesto.
–Solo langostas, cangrejos, crustáceos, ¿nada más?
–Bueno, de vez en cuando algún que otro pez monje, calamar, hoki... y, oh sí, la famosa ocasión en que halló una cabeza humana.
–¡Dios! Debe de haber sido todo un shock. ¿A quién pertenecía?
–Al principio, él no lo sabía, ya que estaba en la misma cesta de una de las Garras Grandes, y era muy poco reconocible.
La cola se esforzaba lúgubremente hacia adelante, reforzando la esperanza de llegar eventualmente a las luces de la explanada y la primera vista de la entrada del Odeon. Esta tenía que ser una buena película, nos decíamos.
Los ambulantes venían rápidos y furiosos ahora. Arlequines. Pierrots. Punch y Judy. Payasos con máscaras rusas que se quitaban a cada momento. Y mujeres nudistas que se habían vuelto muy viejas para los clubs, pero que no podían abandonar su actuación tan fácil como su dignidad.
–¿Ya está retirado?
–¿Quién?
–Tu padre.
–Está muerto; resultó ser su propia cabeza, como ves...
–¡En la canasta de las langostas!
–Sí.
No podíamos continuar la conversación, ya que la cola tuvo un arrebato repentino, como sucede frecuentemente en las colas de los cines, cuando las luces se atenuaron adentro. Nuestras espaldas estaban ahora contra las anchas murallas del Odeon: la forma de la noche de proveer una barrera contra el vacío. Sentimos el vibrante murmullo de las primeras presentaciones, cosas como trailers y ganchos publicitarios. Y entonces vimos la película. Era sobre un hombre que nunca había sido un chico, ni siquiera un bebé, según parecía. Un arma de juguete en su cartuchera en el pecho nunca fue explicada –o tal vez no nos dimos cuenta. Simbolizando su niñez perdida, suponíamos. Era difícil seguir un filme tan presuntamente artístico, porque muchos miembros de la cola habían establecido relaciones y se estaban abrazando. Todo el auditorio se había transformado en una inmensa cámara distraedora de ecos llena de gemidos y suspiros. Pero, por supuesto, cuando había algo de acción en la pantalla, todas las caras se levantaban de donde habían estado inmersas y trataban de seguirla. El arma de juguete de Schawarzi era un poco de eso, con momentos de interés esporádico. No era de extrañar que hubiera obtenido tan buenas críticas. Lástima que la prohibieran después, con esa breve escena que hizo que la censuraran después de esa primera exhibición pública.
Había otras cosas que olvidamos mencionar sobre la cola. Cuando llegamos a la explanada iluminada, vimos al malabarista de las monedas. Solo se le permitía actuar aquí a los mejores ambulantes. Mientras más dinero le lanzábamos, más nos impresionaba su creciente prestidigitación. En cierto punto, tenía cerca de veinte o treinta monedas girando en el aire como luciérnagas. En este momento, nos dábamos las manos, pequeños contactos que eran más eróticos que la penetración. Se fermentaba el pudín de arroz de mamá.
El malabarista de monedas continuó sus trucos para aquellos que nos seguían. El tonto de la cola se había tranquilizado, pero ¡como había cambiado también en apariencia! Saltar colas era una verdadera forma artística, sin dudas.
Parecía que otras personas más adelante, casi dentro del dorado vestíbulo, estaban haciéndose los tontos. Algunos incluso abandonaban la cola, habiendo gastado su dinero para la entrada en el malabarista. Le susurraban obscenidades al resto de nosotros groupies de cola. ¿Era nuestra culpa el que estuvieran tan locos? Más atrás de nosotros, oímos el sonido de monedas que caían. Aparentemente, aquellos que no tenían esperanza de entrar a la película por estar tan atrás, estaban asaltando no solo a los ambulantes, sino a ellos mismos.
Nos encogimos de hombros, ¿no es así? ¿Qué más podíamos hacer? No estábamos aquí para ser buenos ciudadanos, sino para divertirnos. Un poco de entretenimiento para las neuronas era duro de hallar en estos días. Podríamos caer más tarde en la trampa de quedarnos-en-casa: creyendo que las cintas alquiladas eran de veras las mismas películas que ponían en los cines de verdad. Pobres diablos.
Fuimos los últimos que dejaron entrar. Por casi nada, ya que el brazo de la acomodadora cortó justo tras nosotros, causando que unas cuantas palabras escogidas emergieran de los labios de nuestros vecinos. El último ambulante junto a la entrada era una de las nudistas viejas. Su maquillaje la hacía parecer uno de los payasos bajo el brillo intenso del vestíbulo: la máscara lastimosa y final. Pero ella era la mejor de un mal equipo. Comenzó a quitarse su propia piel para revelar tonos rosas mustios y lastimados –su llamado final. Pero entonces ya estábamos adentro.
El arma de juguete de Schawarzi fue prohibida solo por una escena. La mitad de un segundo, aparentemente. Pero como no estábamos prestando mucha atención a la pantalla en ese momento, no pudimos elaborar mucho los porqués y las razones.
Y así regresamos a Ken King, que estaba en esa cola. No lo conocíamos en ese momento. Lo reconocimos en una taberna de callejón cercana, más tarde. No es que los extraños usualmente se hagan amigos instantáneos con una cara familiar que había sido desconocida hasta ese entonces en espacios públicos tales como colas de cine. Uno no acosaba a una persona que uno había visto solo, digamos, al final de una hilera de asientos de cine y le agitaba el brazo vigorosamente cuando lo volvía a hallar en otro lugar público, ¿no es así? Bueno, Ken King nos lo hizo –a nosotros. Y nos dijo su nombre, de entrada.
Estaba lleno de la película. Tenía varias teorías sobre su significado. Como que uno no podía vagar por las calles de la ciudad solo con un arma de juguete como protección. Ken King en sí mismo era el simio de un hombre. Estructura pesada y prensil. No nos cayó nada bien. Incluso el hecho de que le cayéramos bien, con esa pequeña evidencia previa, no lo hacía muy atractivo. Nos hacía sospechar. Si podía hablarnos, por capricho de tal manera, ¿quién más habría pasado por sus manos? Cualquier Tom, Dick, Harry o Stephen, pensábamos. Así que le deseamos buenos días y abandonamos la taberna. Era por su beneficio y también por el de nosotros. Había demasiados desconocidos en estos días. Las calles estaban llenas de ellos.
Esa noche, creímos que Ken King tenía picazón en el cerebro.
Una terrible picazón.
Tal picazón, si estuviera en algún punto de la espalda de alguien que no pudiera ser alcanzado sin algún grado de contorsión corporal, era muy mala. Pero una picazón en el cerebro –bueno, Ken King se rascaba la oreja, tratando de llegar tan lejos como podía llegar. La picazón era insoportable, se metía el dedo en los ojos, hasta que lloraba sangre. Entonces lanzaba sus dedos por las fosas nasales. Si hubiera podido hacerlo, se hubiera arrancado la cara de un tirón, simplemente para descubrir una ruta hacia el hueso principal del cerebro de langosta. Y rascárselo a su propio gusto. Su último recurso, por supuesto, era quitarse completamente la cabeza.
Los pensamientos en sí mismos eran picazones que no podía quitar, sin importar los métodos adoptados. Y esa noche el pensamiento de Ken King estaba muy lejano, y le decía que él era realmente nosotros dos junkies de cola disfrazados. Pero no solo nosotros. Él era todos los demás en la cola del cine. Pero no solo ellos. Él era todos los desconocidos que había visto o que había oído quejándose con labios contraídos y ojos apretados –perfectos e imperfectos desconocidos. Él era, de hecho, el mundo desconocido –sin el cual no pudiera haber pensamiento– solo un auditorio vacío sin paredes con un negativo sin sentido de alguna película parpadeando en una pantalla negra. Así que Ken King tomó su arma y se la puso en el cielo de su boca.
¡Ping! Era por supuesto un arma de juguete. Pero ¿quién era Schawarzi?



replay


suzanne vega
(los angeles, 1959)



Osaka

Me siento un tanto malvada
y me siento un poco mala.
Creo que iré hasta lo de Mickey
a ver como está la cosa

Dentro hay tres jóvenes
tragando cafeína.
Sacerdotes o gangsters
o algo por ahí.

El Café de Mickey es un café en Osaka bajo las vías del tren, bajo los elevados. Así que las paredes tiemblan cada cinco minutos, las tazas de café traquetean, los libros de comics se tambalean, todo salta por los aires y después vuelve a su lugar.

Tres chicos se sientan a una mesa. Sus cabezas están afeitadas. Podrían ser sacerdotes, podrían ser una pandilla. Dos de ellos llevan espejuelos de montura negra. Los tres fuman. Observando a uno que se levanta para ir al baño, decido que deben de ser una pandilla. Aunque pueden ser sacerdotes.

Una mujer que podría ser su abuela se sienta con ellos. Tiene hambre y come durante dos horas seguidas. Se queda cuando ellos se van. Come caldo con fideos.

Estás borracho y juegas video-juegos. Me pasas un comic pornográfico. Me río. Me haces reír.

Una mujer hermosa que parece una secretaria se sienta recatadamente en la esquina, hasta que también se pone a jugar. Entonces le entran espasmos, su adorable cuerpo golpeando la máquina, su cara haciendo muecas de concentración mientras tira de los mandos.


●●●


Betty la camarera

¿Por qué estás tan nerviosa.
tímida y avergonzada?
Betty, la camarera de Tom
me grita una noche,
cuando vamos a por café.
¡Habla!

Creo que está cerca de los noventa años
con el pelo rizado y tacones altos
y lápiz de labios rojo y su
bandeja en equilibrio en el brazo
y sus labios burlones.

Hola, nena, me dice cuando
está más tranquila, y
da una calada a un cigarrillo.


●●●


lágrimas

Cuando el pájaro blanco
viene a batir en mi pecho
cegando y enturbiando mis ojos
con las ardientes puntas de sus alas blancas
lo derribo.
Y cuando se vuelve a levantar
en su blanca y ardiente agitación
le parto el cuello.
No llores.
No grites.


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blue arabesque

Soñando con una película llamada Blue arabesque sobre un hombre y su hijo –el hijo halla al padre después de muchos años y lo sigue, a veces a distancia y a veces de cerca; nunca obtiene la aceptación que busca. Un día, junto al río, el hijo echa a correr y salta por encima de la baranda –su cuerpo se dobla en forma de arco, como un arabesco; la película se vuelve azul en ese momento. En cámara lenta, frente a su padre, salta sobre la baranda hasta el agua. No sabemos si vive o muere.


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concubina

Aquí en el sucio apartamento
desnuda como una concubina
envuelta en una vieja manta amarilla
eso es tuyo y esto era mío

Aquí entre las cenizas
Y los fósforos, los vasos
y los cigarrillos, las revistas
las galletas y las migajas


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día de San Valentín

comenzó cuando la luna
llegó en el correo
dorada y rota en pedazos.
Ahí fue cuando supe
que las cosas habían terminado
entre tú y yo,
amigo.

Regresé a la fiesta
para robarle un beso a alguien
y en vez de eso hallé un tormento.

Muy lejos en otro estado
habían asesinado a un hombre
le habían cortado el cuello y el jurado
decidió que era un suicidio
pero sabemos que no
¿cómo puede un hombre cortarse el cuello
a sí mismo?
especialmente en el día de San Valentín.






replay


milay laviña
(manicaragua, 1981)



amor para un cuento

Roberto duerme en mi cama. Es un tipo lindo. No amanece con el rostro arrugado por la almohada ni con ojeras. Lo miro dormir y pienso que con un personaje así se puede escribir un buen cuento de amor. Necesito el dinero. Además de siempre necesitar dinero esta vez quiero comprarme una bicicleta. Es tarde pero no puedo dormir. Tampoco se me ocurre nada nuevo para una historia de amor. Lo único que tengo es a Roberto y su cara preciosa.
Reviso mis cajones de papeles y viejos cuentos. Tienen trazas y no hay nada que pueda adaptar a un cuento de amor. Realmente no hay nada parecido a nada. Mañana los boto a la basura. Quizás si despierto a Roberto y le hago el amor se me ocurra algo. Cuando yo le hago el amor es porque estoy arriba. Sube las manos hacia la cabeza y no me toca, le gusta poner un disco de Enya y dice que con esa música siente estar flotando en el cosmos. A veces no entiendo a Roberto. Hacer el amor es hacer el amor o templar o clavar y no un pseudoritual celta de Enya. Finalmente decido hacerle el amor a Roberto. Me quito el blúmer, lo huelo. No está mal. Estoy desnuda y busco en una gaveta un blúmer rojo muy sexy. Voy hacia la cama, beso a Roberto en los ojos, en los labios, en las mejillas, abre los ojos y sonrío.
–¿Qué pasa?
–Nada, necesito escribir un cuento –le acaricio el pecho.
–¿Y eso? –pregunta por mi blúmer nuevo.
–Mío, ¿te gusta?
–Párate, déjame verte.
–¿Para qué? Solo tienes que quitarlo.
–Párate.
Me paro frente a él. Pongo mi pubis frente a su cara, parecerá más grande porque le queda un poco por encima de los ojos.
–¿Sigues en el gimnasio?
–Sí ¿por qué preguntas eso?
–Ya no tienes los muslos blanditos –me toca las nalgas–, pero tienes que hacer más cuclillas.
–Las nalgas no se ponen duras –me acuesto en la cama–, o naces con un culo soberbio que te dura hasta los cuarenta o te pones silicona. Enciéndeme un cigarro.
Se vira hacia la mesa de noche, toma un cigarro y lo enciende. Le da una larga bocanada.
–No te lo fumes todo ni me lo des caliente.
Me pasa el cigarro y fumo. El humo se queda detenido encima de mi cabeza. Me gusta mirar el humo inmóvil en las habitaciones cerradas.
–En fin, ¿para qué me despertaste? –dice y me peina el cabello con los dedos.
–Necesito escribir un cuento de amor ¡no te rías! quiero comprarme una bicicleta –apago el cigarro y me viro de espaldas a él.
–¿Por qué no haces eso mañana con calma? Voy a apagar la luz.
–¡Pero necesito el dinero! –estoy a punto de llorar.
–Mañana, mañana, ahora duerme que lo necesitas, pareces una loquita dando vueltas por el cuarto, no creas que no te siento –dice mientras se levanta y apaga la luz. Se acuesta detrás de mí. Me abraza y besa muchas veces mi espalda.


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como odiar a un turista

Podría ir hacia cualquier lugar. Camino por la ciudad y me detengo frente a un parque. Es tranquilo, no hay mucha gente. Me siento en el banco que está próximo a la acera. Del otro lado de la calle está el mar. Paso la mano por el banco, con las uñas trato de quitar el óxido del metal. El césped es mustio y el salitre se pega en el rostro. El parque se va llenando de turistas, le toman fotos al mar. Odio los turistas. En el parque aparece un custodio, me mira, quizás piensa que soy turista. Busco en mi bolso una libreta de poemas, son viejos y mis amigos los leían. Mis amigos ya no están. Guardo la libreta y miro al custodio. Sospecha que no soy turista. Es evidente. No me parezco en nada a uno. Los grupos de turistas se concentran en la acera. Seguro piensan que es exótico tener bancos oxidados y salitre en el rostro, en el cuerpo. Pobreza detenida.
Tres extranjeras se paran frente a mí, me dan la espalda y también toman fotos. Una de ellas busca un buen ángulo y da unos pasos hacia atrás, me pisa, le pido disculpas. Ella sonríe y habla, no entiendo lo que dice. Se van. Cierro los ojos, inclino la cabeza en el espaldar del banco. El sol me da en el rostro, arde un poco, entonces me tocan por el hombro. Abro los ojos y no distingo bien. Se aclara la imagen, es el custodio y un policía. El policía me pide identificación. Dice que estoy jineteando en el parque. No le contesto, tampoco le doy mi carnet. Pregunta que llevo en el bolso. No le hablo, dice que seguro vendo tabacos, ahora soy una jinetera contrabandista, pienso y sonrío. El policía se altera, me levanta por el brazo y le dice al custodio que va a llevarme para la Unidad. Camino junto a él. Los turistas nos tiran fotos. Vamos caminando y el sol nos quema. El policía comienza a hablar bajito, está cansado de ir varias veces a la estación llevando putas y maricones que se sientan en el parque. Apenas lo escucho, hace mucho calor, entonces dice que odia los turistas.


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terminal

Llevo dos horas esperando que llegue mi guagua. Alrededor mío las personas se mueven, hablan, los niños gritan. Yo miro las imágenes de un televisor que no se escucha. A mi lado se sienta un viejo. Está sucio y su ropa está raída. Se encorva y saca del interior de una jaba un pañuelo. No quiero ver como se va a limpiar la nariz. Miro a través del cristal que está frente a mí. Veo taxis. Gente pagando un taxi de alquiler. No quiero seguir esperando una guagua. Tampoco puedo pagar un taxi. No soy el único, el viejo tampoco podría. Lo miro y está sacándose la dentadura postiza. Tiene manchas oscuras y parece muy vieja. Tengo asco, mucho asco. Podría pararme y buscar otro lugar para sentarme. Miro hacia fuera. Hay un policía pidiéndole algo a un hombre. Pienso que puede ser un chofer sin patente para taxis. Disimulo una sonrisa. Ahora el viejo está limpiando la dentadura con el pañuelo. Debería ir al baño y hacerlo con agua, hay agua en todas las terminales. Cambio la vista. Busco al policía y al chofer jodido. El chofer le está dando un fajo de billetes al policía que mira a todos lados y guarda el dinero en un bolsillo. El hombre se va. No hay nadie afuera. También el viejo se para y camina hacia no se donde. Sigo sentado y apenas puedo mirar otra cosa que no sea el televisor que aún no se escucha. La guagua no llega. Alguien se sienta a mi lado de nuevo. Es el policía. Me pregunta si hace mucho tiempo que no pasa la guagua. Llevo un rato esperando, nunca se sabe cuando pasa esa ruta, le contesto. El policía se acomoda entonces, cruza los pies diciendo que no hay problema, que él tiene todo el día para esperar.





replay

josé b. adolph
(Stuttgart, 1933)



el anti-bestseller

¿Cómo era la canción de los Beatles?
¿All you need is love?
¿Es cierto? ¿Todo lo que se necesita es amor?
Uno quisiera creerlo, sobre todo cuando está enamorado y los fantasmas acechan.
Fantasmas ectoplasmáticos pero otros, menos gaseosos, también.
¿Qué destruyó al amor de Romeo y Julieta y a ellos mismos?
La guerra entre Capuletos y Montescos, se dirá.
O el mundo. O la envidia de los emocionalmente estériles. O la represión.
O la buena suerte.
¿Cómo?
¿La buena suerte?
Sí, la buena suerte.
Olvidemos a Shakespeare, ese magnífico autor de bestsellers. Apliquemos simplemente una pizca de experiencia no-literaria y otra pizca de sentido común. Con experiencia y sentido común no se fabrican bestsellers, ni los buenos ni los malos. No se fabrican con realidades ni con sueños desmesurados. Los bestsellers se fabrican con deseos modestos. Con sueños ocultos, vergonzosos y frustrados.
He aquí algunos:
El amor eterno. La fortuna bien o mal obtenida pero bien aplicada. La superación individual de barreras como la raza, la clase, la religión o la familia hostil.
La casita en Canadá. La victoria del bien. La derrota del mal.
Cambiemos el nombre de Romeo por el mío y el de Julieta por el tuyo.
No tenemos catorce años ni vivimos en Verona.
Tenemos, respectivamente, treinta y ocho y veintinueve ¿okey?.
Okey.
Vivimos en Lima, Perú, ¿okey?
Okey.
No hubo familias opositoras, ni guerras o revoluciones que nos separaran como al Dr. Zhivago y a su noviecita. Yo no era ni soy pobre. Tú tampoco. Y no somos obscena y peligrosamente ricos. Nada nos separa; nada nos exige sacrificios.
Tampoco apareció, como caído del cielo o subido del infierno «el otro» o «la otra». Ninguna penosa y destructiva enfermedad interfiere. Es imposible que algún terrible día descubramos, como en una telenovela clásica, que en realidad somos hermanos: nacimos en continentes diferentes.
No hay espada de Damocles alguna sobre nuestras cabezas.
Somos una versión olvidable de Romeo y Julieta.
No tuvimos suerte.
En vez de morir continuamos. Nos casamos. Fuimos felices. Hemos sido bendecidos, como suele decirse, con un par de hijos lindos e inteligentes. Nuestros suegros y suegras nos aman. Nuestros amigos nos envidian. Nos llaman la pareja perfecta.
Entonces:
¿Por qué nos odiamos, después de aburrirnos y antes de separarnos o asesinarnos?
¿Dónde falla la vida y dónde la literatura?
Shakespeare fue inteligente. Los mató a tiempo.
Una muerte espectacular, sangrienta, teatral.
Ningún lento gotear de los años.
Nada de «buenos días» por encima del periódico del desayuno.
Sin el «¿y?» de los minutos sobreextendidos. Sin los chistes repetidos y la nostalgia rutinaria. Sin empujar el coche de los gemelos ni, después, el de los nietos insoportables. Sin el «ya lo sé» del almuerzo.
¿Imaginas a Romeo y Julieta vagando por el parque, entre escatológicas palomas, desesperados por una banca? ¿Sacando por turnos la basura? ¿Buscando los guantes de goma para lavar los platos?
¿Dónde quedó el bestseller, dónde la tierra prometida?
¿All you need is love?



replay

leonardo guevara
(la habana, 1974)




el mata rata, en un barrio como este, donde las putas están en la esquina. y los hermanos en la otra, no hay mucha clientela. entre ellos y ellas no dejan nada para mi y no es por la falta de ratas, estas nos adoptan como si fuéramos su mascotas pero la persistencia de un hombre débil en busca de sanidad, me hace escoger este oficio. pobre y muerto de hambre no veo espacio para filosofar. los ricos no contratan a un hombre sin productos orgánicos ni efectos contra el dolor.
yo tomo a las ratas con las manos, les aprieto en cuello hasta que la sangre salga por la boca y los ojos. soy el mata rata el que un día morirá de rabia.


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eutanasia
El perro ha envejecido, da muestra de cansancio y obesidad. Ya no ladra. Sólo enseña dolor en cada aullido por el cáncer que le come. Yo debo aullar en la misma hora que lo hace el perro, -disfrazar mi dolor-, hacerme su cómplice.
El dueño decide matarlo. Su esposa ha llorado todo el día, se ha puesto su vestido más sexy, sus teticas apretadas. Él cava una tumba, ella toca al perro ya sin vida sentada sobre la hierba, sus ojos rojos por las lágrimas secas nos dicen que ha amado más a ese perro que a su esposo. Ella se inclina para besarle el hocico. Nunca he visto a una mujer tan bella.

Yo en la noche cruzaré la cerca, le pondré flores en la tumba.


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esclava Gumercinda, hija de congo con un muerto llamado rompe piedra que nunca habló la lengua del colonizador y prefirió quedarse mudo. esclava, bajaba a su muerto y olía a grajo. en cada paso que daba la tierra temblaba, hija de Ogun por eso fue al cepo. esclava Gumercinda, mataba a sus hijos para no dar luces, riquezas, bienes a sus amos. el látigo, le hizo una marca en la cara, ya el cuchillo le había echo otra, mataba a sus hijos para romper sus cadenas antes que llegaran a prisión. esclava Gumercinda, que nos harías ahora si nos vieras vivir como estamos viviendo. esclava Gumercinda, volarías, o te entregarías o matarías, o comerías la carne de tus amos, comerías sus huesos como ave de rapiña. esclava Gumercinda, dime que me toca, dime que me dejan, dime que debo hacer. yo no quiero matar a mis hijos, no quiero que mis hijos vayan a la prisión, no quiero comer de la carne que me dan los amos. No quiero salir no volver a entrar. yo no quiero morir bajo un puñal que diga: matado por una esclava que no quiere que su hijo sea esclavo.


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Corred Bayamese
la patria os contempla orgullosa.
yo no soy un Bayamés, aun así
me dijeron quema tu casa
tu pueblo, la nación me dijeron
quema a la patria.
el agua la apaga, las olas
se mueren en los hombros de mi hermano.
mi hermano se fue en balsa
lo devuelven a la tierra de nadie,
ha estado 4 días en un barco.
me dijeron, corred Bayameses
que la patria os contempla orgullosa.
Yo no quise quemar mi casa, no quise
quemar mi patria, quemar mis zapatos.
me dijeron corred Bayameses. y yo
estoy en una encrucijada, en las 4 esquina
me dicen te vamos a tirar contra una pared
pero la pared es blanda, las aguas y las olas
son duras. y mi hermano se ha ido
en balsa 4 veces. me dijeron
corred Bayameses que la patria os contempla
orgullosa. yo a veces
no puedo entrar a mi país.
mi hermano no puede salir de el.
me dijeron corred Bayameses
que la patria os contempla orgullosa.


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martes 14
Ha sido removido el quiste sebáceo. Removida esa forma de crecer o decrecer según el punto en que se encuentre el tumor. De lo maligno hay una pequeña evolución. Solo hay un paso entre el bien y mal, una línea divisoria que los médicos no han querido cortar para tener el límite y así saber si existe realmente la recaída o la curación.

Han removido el tumor benigno que había en mi cabeza. Una semana después de esta cirugía menor del pensamiento debo volver. -Cuidar los puntos de la infección- A pesar de que el tumor ha sido benigno según los estudios, todavía la muerte puede rondar.

Ha sido un quiste sebáceo, mas he soñado todas las noches con un tumor cortado de raíz. La visita al médico no puede esperar. Allí estarán los resultados de la evolución del pensamiento.

Yo digo, quiero quitar esta bola de mi cabeza por estética. El doctor dice, no solamente por estética, aunque sea buena puede llegar a ser mala.

Por eso esta manera de no cortar la línea. Hay que dejar un espacio para reconocer donde empieza el bien y acaba el mal. Aunque lo bueno ha sido cortado de raíz, con lo malo hay que trabajar sutilmente. Uno debe tocarlo con el filo de la hoja y tratar que no se ramifiquen sus ideas, porque un tumor mal cortado podría llenar tu cabeza de malos pensamientos. Podríamos pasar desde esa línea divisoria hacia una perdida total.

Después del martes 14, solo los ojos de mi perro le dan sentido a esta forma que tengo de vivir.


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Si alguien ha de morir debe hacer todo lo que quiere. Ya no pienso en suicidarme aunque esta forma que tengo de escribir le dice lo contrario al psiquiatra. Hacerlo en realidad lo pienso, pero mato esa idea. El budismo zen -no lo practico- mas me aconseja no hacerlo. Ella se va ahogar sobre el café que toma, eso le da más placer que el mismo sexo. Si alguien le diera a escoger, ninguno de nosotros vamos a ser los elegidos, a pesar de nuestra convincente demagogia, ella escogerá el café.
Yo escojo la escritura, muerta por la palabra hago que explote. Tengo una enfermedad llamada flujo cerebral que me desborda la copa. De ella tomo, lo hago como esa chica que sabe que va a morir. Esa imitación me da mi suerte.
Ya todo se está secando y sería bueno grabar la imagen, mas tras el espejo todo se tergiversa. La reflexión de la luz hace perder la realidad del cuerpo que se quiere grabar. Ya la escritura no da mucho, es mejor decir cosas sencillas: un lagarto arrastrándose en la ventana, una mosca siendo comida por un lagarto, una hormiga siendo comida por el lagarto. Un lagarto mirándome y deseando comerme. Una hoja cae.

Ella se va a morir, por eso todo el café y cigarro. Uno debe darse sus gustos antes de irse de esta vida. Mi siquiatra se prepara para el suicidio. Le llamo y no responde. Él lustra sus zapatos para el día del entierro, ya el traje ha sido almidonado. Pero en mí todo es ficción-escritura, flujo. En los momentos más reales trato de fijar la imagen pero el color se me dispersa, solo se salva para la contemplación de los ojos.


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La electricidad me llama. Ardillas corren por la línea del poder para asistir al espectáculo. Mis músculos arden por la masturbación al mismo objeto. La máquina me absorbe sin opción a dejarla -antídoto contra la claustrofobia y el aislamiento-. La luz del artefacto me ciega. Poses de todo tipo sin experimentar asco o convulsión.
Las ardillas corren observando al hombre cayendo en la línea del poder. La electricidad me llama.






replay

witold gombrowicz
(kielce, 1904 – niza, 1969)



la despedida

Escribo estas líneas en Berlín.
¿Qué ocurrió? Durante enero y febrero, los meses más cálidos del verano argentino, estuve en Uruguay, escondido entre los bosques de la costa oceánica con mi Cosmos, ya próximo al fin, pero aún irritante porque el final se negaba a revelarse; me parecía que en la última parte había que darle un empujón hacia otra nueva dimensión –¿pero cuál?–. Ninguna de las soluciones que se me ofrecían me resultaba satisfactoria.
El bosque, la monotonía de las olas y la arena, la despreocupación uruguaya sonriente y liviana me resultaban en esa ocasión propicias a mi trabajo; regresaba de la costa tembloroso de impaciencia para seguir esforzándome con el texto, lleno de esperanzas en que la forma, al crecer, venciera por sí misma las dificultades. Llegó el día de mi regreso a Buenos Aires. Media hora antes de mi salida... el cartero. Una carta de París en la que me preguntaban confidencialmente si aceptaría una invitación de la Fundación Ford para la estancia anual en Berlín.
A veces había experimentado esa niebla que invade, cegándonos, los momentos decisivos de la vida. Los partos prefieren la noche, y si los movimientos profundos del destino, los que anuncian El Gran Cambio, no acontecen en la noche, entonces, como intencionalmente, se forma a su derredor un caos extraño, borroso, dispersador... Esa invitación a Berlín me resolvía el viejo problema, amargamente rumiado, de terminar con la Argentina y regresar a Europa. Por momentos sentía que no había otra salida. Pero he ahí ya la primera complicación embrolladora y borrosa: la carta tenía fecha de un mes atrás, se había extraviado en la oficina de correos, y exigía una respuesta inmediata (pues tal invitación era una fortuna que muchos codiciaban con "los dientes bien afilados"). ¿Por qué se había extraviado la carta? ¿Por qué no enviaron otra? ¿Es que entonces, ¡Dios mío!, todo se había desvanecido y debía quedarme en Buenos Aires?
Cuando llegué a Buenos Aires encontré sobre el escritorio un telegrama que reclamaba contestación urgente. Pero el telegrama tenía ya dos semanas de haber llegado. Por una mezcla extraordinaria de descuido y mala suerte había sido aquel telegrama –de entre toda la correspondencia recibida– el único que no me había sido reexpedido. Telegrafié que aceptaba... pero ya entonces no me cabía la menor duda de que todo sería en balde, que todo se lo había llevado el diablo, y que yo, ¡Dios mío! no podría moverme de la Argentina.
Sin embargo ya algo comenzaba a acontecer a mi rededor... en esos días de incertidumbre algunos aspectos particulares de la realidad argentina cobraron un súbito impulso, parecía como si aquella realidad al presentir un final próximo se hubiese empezado a acelerar e intensificar en todo lo que de específico contenía... esto se demostraba evidentemente en lo que se refiere a la juventud, la parte quizás más característica de mi situación.
Ellos, como si justamente hubieran percibido en esos días que algo como yo, no les sucedería todos los días: un escritor ya "formado", con un nombre ya conocido, que no trataba con personas mayores de los veintiocho años de edad, un artista con una rara estética personal, con un orgullo especial, que con desdén y hastío rechazaba a la gente "lograda" en la cultura para acercarse a los jóvenes, a aquellos a l'heure de promesse, los de la etapa inicial, los de la antesala literaria... vaya, ¡pero qué caso excepcional, sin precedentes! ¡Qué excelente oportunidad para atacar con este "joven-viejo" a manera de ariete, al beau monde literario de la Argentina, derribar las puertas, provocar la explosión de las jerarquías, causar escándalos! –y he aquí que esos blousons noirs del arte, esos iracundos (una de sus agrupaciones se llamaba "Mufados", otra "Elefantes") me asaltaron, llenos de afán bélico, empezaron a elaborar apresuradamente las formas de introducirme a la prensa más importante. Miguel Grinberg, dirigente de los "Mufados" preparaba febrilmente un número de su revista combativa dedicado a mí –¡movilización, movimiento, electricidad!– Yo miraba todo aquello con asombro... porque de verdad parecía como si presintieran ya mi fin cercano... y sin embargo, aún no lo sabían... Con asombro, y no sin placer, porque aquello halagaba mi terquedad innata, verá que a pesar de todo mi Grand Guignol (que me restaba seriedad entre los hombres de letras respetables), era yo ¡ja, ja!, alguien muy serio y constituía un valor. Y el Grand Guignol propio de mi situación se inflamaba en esos días finales de una manera realmente insólita, a cada momento estallaba alguna excentricidad, en la prensa aparecían cada vez con mayor frecuencia noticias sobre mi "genialidad" reconocida, triunfante victoriosamente en Europa, y Zdzislaw Bau que redactaba la crónica social en el Clarín me hacía publicidad insertando alusiones graciosas sobre bailarinas seducidas por "Gombro" en los balnearios de moda. ¿Si este rumor llegaba a los salones europeos de Madame Ocampo, qué podían pensar sus respetables escritores? ¿Llegaba algo a penetrar en su Olimpo? ¿No se sentían acaso como Macbeth, al mirar desde el castillo de Dunsinan el bosque verde que iba aproximándose?... En aquel verdor acechaba la farsa, lo salvaje, la anarquía, la mofa, pero todo insuficientemente sazonado ("frito" y "cocido"), a un nivel inferior, "casi de sótano". Me olvidé del asunto de Berlín. Todo anunciaba una diversión formidable, tal como a mí me gustan, desconcertante, desequilibradora, a medio hacer.
De pronto la invitación oficial de la Federación Ford.
Mis pies tocaron tierra argentina el 22 de agosto de 1939. Desde entonces muchas veces me había preguntado: ¿cuántos años aún?, ¿cuánto tiempo? He aquí que el 19 de marzo de 1963 supe que llegaba el fin. Apuñalado por la daga de esta aparición me sentí morir por un instante. Sí, es verdad, toda la sangre me abandonó durante un minuto. Ya ausente. Ya acabado. Ya listo para el viaje. Roto quedaba el misterio entre yo y aquel lugar mío.
Aquel final exigía una comprensión, una toma de conciencia, pero ya me había arrebatado el torbellino exterminante y dispersador: documentos, dinero, maletas, compras, liquidación de todo; tenía frente a mí dos semanas escasas para despachar todos mis asuntos; me dedicaba desde el amanecer hasta bien entrada la noche a arreglar, despachar, rematar a los amigos mediante una ternura ya ausente, terminar con mis sentimientos y agravios, lo más rápidamente posible: desayuno con Fulano, cena con Zutano, de prisa, debo aún recoger algunos paquetes...
Debo decir que en los momentos finales comenzaron a madurar flores y frutos inesperados, florecían las amistades, que por años enteros se habían mantenido en un estado de semisomnolencia, vi lágrimas..., pero ya no tenía tiempo de nada y fue como si aquellos sentimientos al demorar su realización hasta el ultimo momento se volvieran irreales. Todo para el último momento, todo en realidad ex post. Relataré una anécdota cómica: salgo un día a las siete y media de la mañana para arreglar once asuntos urgentes y me topo en la escalera con una joven, una beldad de dieciocho años, novia de uno de mis amigos estudiantes a quien él llamaba "la maleta",porque según lo que afirmaba, se andaba con ella igual que con una maleta. "La maleta" solloza, derrama lágrimas, me declara su amor, ¡no solamente ella –decía–, sino todas sus amigas estaban también enamoradas de mí, Witoldo; ninguna se había salvado! Y así una semana antes de mi partida me enteré de aquellos amores virginales... ¡Sí, era gracioso, pero no tan gracioso! Aquel risible triunfo de la despedida me causaba escalofríos. ¿Así que aquellas jóvenes estaban también dispuestas a colaborar en mi drama? Muchas veces me sorprendió y horrorizó hasta lo inaudito la reacción violenta de la juventud hacia mis sufrimientos relacionados con ella. Y ahora sentía una especie de generosidad lamentable y desamparada, una mano amistosamente tendida, que ya no podía alcanzar. .. Aún otras flores y frutos se dieron en esos momentos de agonía en el jardín cultivado por mi drama desde hacía muchos años, sí, fue una maduración rápida e impetuosa, mientras yo, asceta, corría de un lado a otro haciendo compras. Todo estaba en movimiento, la presión tremenda del tiempo, acelerada por mi partida, era justamente como la que se presenta cinco minutos antes de la llegada del Año Nuevo: movimiento, presión, ya nada se podía captar, todo se me caía de las manos y desaparecía como si lo hubiera contemplado a través de la ventanilla de un tren. Nunca me había encontrado tan solo y distraído.
A pesar de todo intentaba –a veces febrilmente– darle forma a mi éxodo. Había cierta analogía entre esos últimos días y los primeros, los de 1939, analogía formal únicamente, pero me aferré a ella, en mi caos y pude hasta llegar a encontrar el tiempo necesario para emprender la peregrinación a los lugares que habían sido míos; llegué por ejemplo a un gran edificio situado en la calle Corrientes número 1258, llamado "El Palomar", donde se cobijaba la más diversa pobretería, donde sobreviví quizás al período más difícil, aquel de fines de 1940, enfermo, sin un centavo. Subí al cuarto piso, vi la puerta de mi cuartito, los goznes conocidos, las raspaduras en la pared, toqué el picaporte, la barandilla de la escalera, sonó en mi oído la vieja e inoportuna melodía del dancing de abajo, reconocí el viejo olor... y por un momento, asido a algo invisible esperaba que ese regreso fuera capaz de darle forma y sentido al presente. No. Nada. Oquedad. Vacío. Fui aun a otra casa, en la calle Tacuarí número 242, donde viví en diciembre de 1939, pero esa visita resultó peor. Entro, abordo el ascensor para trasladarme al tercer piso, donde existió mi pasado, aparece el portero:
–¿A quién desea ver?
–¿Yo?... Al señor López. ¿No vive aquí el señor López?
–Aquí no vive ningún López. ¿Por qué se mete en el ascensor en vez de preguntar en la portería?
–Pensé que... en el tercer piso...
–¿Y cómo sabe que en el tercer piso si ni siquiera está usted seguro de que viva aquí? A propósito, ¿qué asunto le trae? ¿A quién busca? ¿Quién le dio la dirección?
Huí.


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el día del adiós

El puerto. Un café en el puerto, próximo al gigante blanco que habrá de llevarme... una mesita frente al café, amigos, conocidos, saludos, abrazos, cuídate, no nos olvides, saluda de nuestra parte a... y de todo aquello la única cosa que no murió fue una mirada mía, que por motivos desconocidos me restará para siempre; miré casualmente al agua del puerto, por un segundo percibí un muro de piedra, un farol en la acera, al lado un poste con una placa, un poco más allá las barquitas y las lanchas balanceándose, el césped verde de la orilla... He aquí cuál fue para mí el final de la Argentina: una mirada inadvertida, innecesaria, en una dirección casual, el farol, la placa, el agua, todo ello me penetró para siempre.
Estoy ya en el barco. Se inicia la marcha. Se aleja la costa y la ciudad emerge, los rascacielos con lentitud se sobreponen unos a otros, las perspectivas se desdibujan, confusión entera de la geografía –jeroglíficos, adivinanzas, equivocaciones– todavía se presenta "La Torre de los Ingleses" de Retiro, pero en un lugar que no le corresponde, he aquí el edificio de correos, pero el panorama es irreconocible y fantasmagórico en su enredo, algo de mala fe, prohibido, engañoso, como si malignamente la ciudad se cerrara frente a mí, ¡sé ya tan poco de ella!... Me llevo la mano al bolsillo. ¿Qué sucede? Me faltan los doscientos cincuenta dólares, que había llevado conmigo para el viaje, me palpo, corro al camarote, busco, quizá en el abrigo, en el pasaporte, no, no hay nada. ¡Diablos! Tendré que cruzar el Atlántico con los pocos pesos que me han quedado, ¡una suma aproximadamente equivalente a tres dólares!
Pero allá, afuera, la ciudad se aleja, concéntrate, no permitas que te despojen de esta despedida, corro de nuevo a cubierta: ya sólo se veían oblicuamente en el extremo de la superficie del agua los indeterminados torbellinos de la materia, una nebulosa calada tejida acá y allá con un contorno más claro, mi vista ya nada captaba, tenía frente a mí un plasma en el que se adivinaba cierta geometría, pero era una geometría demasiado difícil... Esta dificultad, sin cesar creciente y opresora, acompañaba al murmullo del agua surcada por la proa de la nave. Y a la vez los doscientos cincuenta dólares perdidos se sumergían en los veinticuatro años de mi estancia en la Argentina, aquella dificultad se desdoblaba en ese momento en veinticuatro y dos cientos cincuenta. ¡Oh matemática misteriosa y engañosa! Doblemente robado fui a recorrer el barco.
La cena y luego la noche que mi gran fatiga merecía. Al día siguiente salí a cubierta, murmullo, agitación, azul del cielo, océano surcado profundamente, florecimiento tempestuoso de la espuma en el espacio corroído por la demencia incesante de un movimiento violento, la proa del Federico apunta al cielo y vuelve a hundirse en el abismo de agua, chorros de agua salada. no es posible permanecer parado sin asirse de algo... allá a la izquierda, a unos quince kilómetros de distancia la costa del Uruguay, ¿serán aquellas acaso las montañas que conozco, las que rodean Piriápolis?... Sí, sí, y ahora ya se ven los cubitos blancos de los hoteles de varios pisos de Punta del Este y, juro, hasta llega a mí el brillo intenso que produce el sol al reflejarse en el cristal de los automóviles –brillo agudo de largo alcance. Ese brillo procedente de un automóvil en alguna bocacalle fue el último signo humano emitido para mi desde la América que conozco, me llegó como un grito en medio del desorden enorme del mar, bajo un cielo embrujado que intensificaba la confusión total. ¡Adiós América! ¿Cuál América?
La tormenta con la que nos saludó el Atlántico no era nada habitual (me comentó después el steward que desde hacía mucho tiempo que no había visto otra semejante), el océano era omnipotente, el viento ahogaba, y yo sabía que en este desierto enloquecido surgía ya delante de mi, indicada por nuestra brújula, Europa. Sí, se acercaba y yo no sabía aun qué dejaba tras de mí. ¿Cuál América? ¿Cuál Argentina? Oh, ¿en realidad qué fueron esos veinticuatro años? ¿Con qué regresaba a Europa? De todos los encuentros que me aguardaban había uno especialmente molesto... tenía que encontrarme con un barco blanco... salido del puerto polaco de Gdynia con rumbo a Buenos Aires..., tenía que encontrarme inevitablemente con él, tal vez dentro de una semana, a mitad del océano. Era el Chrobry. El Chrobry de agosto de 1939 en cuya cubierta me hallaba con el señor Straszewicz y el senador Rembielinski y el ministro Mazurkiewicz... ¡alegre compañía!... sí, sabía que tenía que encontrarme con aquel Gombrowicz rumbo a América, yo Gombrowicz el que partía ahora de América. Cuánta curiosidad me consumía en aquel entonces, ¡monstruosa!, respecto a mi destino; sentía entonces mi destino como si estuviera en un cuarto oscuro, donde no se tiene idea con qué va uno a romperse la nariz. ¡Qué hubiera dado por un mínimo rayito de luz que iluminara los contornos del futuro...! y heme aquí acercándome a aquel Gombrowicz, como solución y explicación, yo soy la respuesta.
¿Pero seré una respuesta a la altura de la tarea? ¿Seré capaz de decirle algo al otro cuando el barco emerja de la brumosa extensión de las aguas con su chimenea amarilla y potente, o tendré que permanecer callado...? Sería lastimoso. Y si aquél me pregunta con curiosidad:
–¿Con qué regresas? ¿Quién eres ahora?... –yo le responderé con un gesto de perplejidad y las manos vacías, con un encogimiento de hombros, quizás con algo parecido a un bostezo:
–¡Aaay, no lo sé, déjame en paz!
El balanceo, el viento, el murmullo, el enorme encrespamiento de las olas bullentes y turbias se funden en el horizonte con el cielo inmóvil, que con su inmovilidad inmortaliza la liquidez. . y a lo lejos, a la izquierda, aparece vagamente la costa americana, como un preámbulo al recuerdo... ¿seré incapaz de dar otra respuesta? ¿Argentina? ¡Argentina! ¿Cuál Argentina? ¿Qué fue eso? ¿Argentina? Y yo... ¿qué es ahora ese yo?
Mareado, porque la cubierta se me escapa bajo los pies en todas direcciones, me aferro a la barandilla, titubeo, me dejo llevar por el torbellino, aturdido por el viento; a mi alrededor: rostros verdes, miradas turbias, figuras encogidas. Me suelto de la baranda y realizando un milagro de equilibrio, avanzo. .. de pronto miro, hay algo en una tabla de cubierta, algo pequeño.
Un ojo humano. No hay nadie, sólo junto a la escalera que conduce a la cubierta del puente un marinero que mastica chicle.
Le pregunto:
–¿De quién es este ojo?
Se encoge de hombros.
–No lo sé, sir.
–¿Se le cayó a alguien o se lo arrancaron?
–No vi a nadie, sir. Está ahí desde la mañana; lo habría levantado y guardado en una cajetilla, pero no puedo apartarme de la escalera.
Iba a continuar mi marcha interrumpida hacia mi camarote, cuando apareció un oficial en la escalera de la escotilla.
–Aquí en cubierta hay un ojo humano
Manifiesta gran interés:
–¡Diablos! ¿Dónde?
–¿Piensa usted que se le haya caído a alguien o que le fue sacado?
El viento me arrebataba las palabras, había que gritar, pero el grito también huía de la boca, se hundía irremisiblemente en la lejanía. Seguí caminando; oí un gong que anunciaba el desayuno. El comedor estaba vacío, el vómito general había hecho desertar a toda la gente. Éramos sólo seis audaces, con la vista fija en el "bailoteo" del suelo y en la inverosímil acrobacia de los camareros. Mis alemanes (porque desgraciadamente me sentaron con un matrimonio alemán, que hablaban tanto español como yo alemán) no aparecieron. Pedí una botella de Chianti y los doscientos dólares se me clavan una vez más como un enorme alfiler. ¿Con qué voy a pagar la cuenta que ahora estoy firmando? Después del desayuno envío un radiotelegrama a mis amigos de París para que me giren al barco doscientos dólares. Viajo cómodamente, tengo un camarote exclusivamente para mi, la cocina como antaño en el Chrobry es excelente, puro placer... ¿No morir? ¿Qué es este viaje sino un viaje hacia la muerte?... Las personas de cierta edad ni siquiera deberían moverse, el espacio está demasiado relacionado con el tiempo, el impulso del espacio resulta una provocación al tiempo, todo el océano está hecho más bien de tiempo que de inmensas distancias, es un espacio infinito, se llama: muerte. Da lo mismo.
Al analizar mis veinticuatro años de vida argentina percibí sin dificultad una arquitectura bastante clara, ciertas simetrías dignas de atención. Por ejemplo, había tres etapas, de ocho años cada una: la primera etapa, miseria, bohemia, despreocupación, ocio, la segunda etapa, siete años y medio en el Banco, vida de oficinista; la tercera etapa, una existencia modesta, pero independiente, un prestigio literario en ascenso. Podía también enfocar ese pasado estableciendo ciertos hilos: la salud, las finanzas, la literatura... u ordenándolo en otro sentido, por ejemplo desde el ángulo de mi problemática, los "temas de mi existencia", que mudaban poco a poco con el tiempo. ¿Pero cómo tomar la sopa de la vida con una cuchara agujereada por estadísticas, diagramas? ¡Bah!, una de mis maletas en el camarote contenía una carpeta; en ella había una serie de pliegos amarillentos con la cronología, mes tras mes, de mis hechos– veamos, por ejemplo, ¿qué pasaba exactamente hace diez años, en abril de 1953?: "Últimos días en Salsipuedes. Escribo mi Sienkiewicz, Ocampo y los paseos por Río Ceballos, regresos nocturnos. Leo La mente prisionera y a Dostoiewski. El día 12 regreso en tren a Buenos Aires. El Banco, el aburrimiento, la señora Zawadska, el horror, la carta de Giedroyó anunciando que el libro no va bien, pero que aún quiere publicar alguna otra cosa mía En casa de los Grocholski y de los Grodzicki. El "banquete" publicado en Wiadonosci. etcétera, etcétera. Podía así ayudar a mi memoria, pasear de un mes al otro por el pasado.
–¿Y qué?, ¿qué hacer?– me pregunto, con esta letanía de especificaciones como absorber esos hechos si cada uno se desintegra en un hormigueo de acontecimientos menores, que al fin se convierten en una niebla; era un asalto de miles de millones, una disolución en una continuidad imperceptible, algo como el sonar de un sonido... ¿pero en realidad cómo poder hablar aquí de hechos? Y sin embargo ahora, al regresar a Europa, ya habiendo acabado todo, me acuciaba la necesidad tiránica de rescatar aquel pasado de asirlo aquí, en el estruendo y el torbellino del mar, en la angustia de las aguas, en la efusión inmensa y sorda de mi partida por el Atlántico, ¿no sería sólo una especie de balbuceo, un balbucear el caos como estas olas? Una cosa no obstante se volvió evidente: no se trataba de ninguna cuestión intelectual ni siquiera de un asunto de conciencia, se trataba únicamente de pasión.
Estar apasionado, ser poeta frente a ella... Si la Argentina me conquistó fue a tal grado que (ahora ya no lo dudaba) estaba profundamente, y va para siempre, enamorado de ella (y a mi edad no se arrojan estas palabras al viento del océano). Debo agregar que si incluso alguien me lo hubiera exigido, al costo de la vida no hubiese logrado precisar qué fue lo que me sedujo en esta pampa fastidiosa y en sus ciudades eminentemente burguesas. ¿Su juventud? ¿Su "inferioridad"? (¡Ah cuántas veces me frecuentó en la Argentina la idea, una de mis ideas capitales, de que "la belleza es inferioridad"!) Pero aunque ese y otros fenómenos considerados con mirada amistosa e inocente, con una gran sonrisa, en un ambiente cinematográficamente coloreado, cálido, exhalación tal vez de las palmeras o de los ombúes, desempeñaron, como es sabido, un papel importante en mi encantamiento, no obstante la Argentina seguía siendo algo cien veces más rico. ¿Vieja? Sí. ¿Triangular? También cuadrada, azul, ácida en el eje, amarga desde luego, sí, pero también inferior y un poco parecida al brillo del calzado, a un tono, a un poste o a la puerta, también del género de las tortugas, fatigada, embadurnada, hinchada como un árbol hueco o una artesa, parecida a un chimpancé, consumida por el orín, perversa, sofisticada, simiesca, parecida también a un sándwich y a un empaste dental... Oh, escribo lo que me sale de la pluma, porque todo, cualquier cosa que diga puede aplicarse la Argentina. Nec Hercules... Veinte millones de vidas en todas las combinaciones posibles es mucho, demasiado para la vida singular de una persona. ¿Podía yo saber qué fue lo que me cautivó en esa masa de vidas entrelazadas? ¿Tal vez el hecho de haberme encontrado sin dinero? ¿El haber perdido mis privilegios polacos? ¿Sería que esa latinidad americana complementaba de algún modo mi polonidad? Quizás el sol del sur, la pereza de la forma, o tal vez su brutalidad específica, la suciedad, la infamia... no lo sé... Y, además, no correspondía a la verdad la afirmación de que yo estuviera enamorado de la Argentina. En realidad no estaba enamorado de ella. Para ser más preciso, sólo quería estarlo.
Te quiero. Un argentino en vez de decir "te amo", dice "te quiero". Meditaba entonces (todo el tiempo sobre el océano, sacudido por el barco, éste a su vez sacudido por las olas) que el amor es un esfuerzo de la voluntad, un fuego que encendemos en nosotros, porque así lo queremos, porque decidimos estar enamorados, porque no se puede tolerar no estar enamorado (la torpeza con que me expreso corresponde a cierta inhabilidad, producto de la misma situación)... No, no es que la quiera, sólo deseo estar enamorado de ella y por lo visto para eso me era vehementemente necesario acercarme a Europa en un estado de aturdimiento apasionado por la Argentina, por América. No quería tal vez aparecer en el ocaso de la vida en Europa sin esa belleza que da el amor –puede ser que temblara por haber roto con un lugar lleno de mí, temiera que mi traslado a lugares extraños, no calentados aún por mí, me empobreciera y enfriara y matara– deseaba sentirme apasionado en Europa, apasionado por la Argentina, temblaba ante ese único encuentro que me esperaba (en pleno océano, al anochecer, tal vez al alba, en las nieblas veladas del espacio salado) y por nada del mundo quería presentarme a ese rendez-vous con las manos enteramente vacías.
El barco avanzaba. El agua lo levantaba y hundía. Soplaba el viento. Me sentía un tanto desvalido, confundido, porque quería amar a la Argentina y a mis veinticuatro años comprendidos en ella, pero no sabía cómo...
El amor es dignidad. Así me lo parece a mis años. Cuando mayor es el derrumbe biológico, más se hace necesaria la pasión de arder entre llamas. Mucho mejor es terminar abrasado que no irse lenta, cadavéricamente enfriando. La pasión, ahora lo aprendía, es más necesaria en la vejez que en la juventud.
Cae la noche. Ya es noche cerrada. Del lado de babor, apenas perceptible, los centelleantes faros de la costa brasileña, y aquí en cubierta, yo, yendo hacia adelante, alejándome sin cesar en una marcha incomprensible... Desierto... lo infinito de un vacío que hierve, truena, ruge, salpica... infinito imposible de definir, inalcanzable, hecho de torbellinos y de abismos marítimos, igual aquí que allá, y aun más allá y más allá, en balde agua la vista, hasta el dolor; nada se puede ver, tras la barrera de la noche, todo cae y se vierte sin reposo, se hunde y se sumerge tras las tinieblas; allá abajo, deformidad y movimiento delante de mí sólo un espacio irreal; arriba el cielo con un innumerable enjambre de estrellas indistinguibles, irreconocibles... Sin embargo aguzo la mirada. Y nada. Por otra parte, ¿acaso me asistía el derecho de poder ver? Yo, abismo en este abismo, sin memoria, perdido, desbordado por pasiones, dolores que desconocía, ¿cómo es posible ser después de veinticuatro años sólo agua que se vierte, espacio vacío, noche oscura, cielo inmenso...? Ser un elemento ciego, no poder lograr nada en sí mismo. ¡Oh Argentina! ¿Qué Argentina? Nada. Un fiasco. Ni siquiera podía desear, cualquier posibilidad de deseo estaba excluida por un exceso de efusión que lo inmovilizaba todo, el amor se convertía en desamor, todo se confundía, debo irme a acostar, ya es tarde, el ojo humano. ¿Cómo llegó un ojo humano a cubierta?... ¿Fue sólo una impresión? ¡Quién puede saberlo! A fin de cuentas da lo mismo, ojo o no ojo. Porque, ¿para qué jugar a los formalismos? ¿Vale la pena exigir a los fenómenos un pasaporte? ¡Qué pretensiones! ¿Puedes ver algo? No, será mejor que duermas.






replay

roberto bolaño
(chile, 1953 – barcelona, 2003)



arte poética No. 3 / capítulo XXXVII en el que queda demostrado que Phileas Fogg no ha ganado nada al dar esta vuelta al mundo si no es la felicidad

Empiezo a escribir cuando el alba se desmaya por las chimeneas y uno a uno los programas de radio van extinguiéndose / mientras nadie hace el amor y las camas de los niños rojos están más arrugadas y frías que los desfiladeros indios o las manos de un viejo marxista que ya no cree en nadie ni en nada / o bien cuando todos fornican con los ojos cerrados y la luz se entierra como un hacha loca entre las dunas –los oasis lanzan aullidos concéntricos, los catalejos se venden más que los condones, y es la misma miseria–. Empiezo a dibujar, a escribir cartas, a tratar de reconocer lo que no veré más, entre el espacio que hay de la palabra ternura a la palabra indiferencia, entre lo que media de la frase déjalo todo, a la frase terreno firme o caras conocidas / Ahora que puedo sentarme bajo un desesperado mural anónimo con un boleto de avión en la mano derecha y una naranja hecha pedazos en la izquierda. La madrugada se ensancha con los colores de una herida interior. Un muchacho idiota canta: cuando me entreguen en un sobre mi primer sueldo voy a comprar un vestido de flores verdes para mi camarada y unos pantalones de mezclilla para mí / Y un muchacho idiota canta mientras observa ciudades levitando como vapor. Los cerebelos rápidos de las revoluciones. Semillas armoniosas y salvajes que ruedan que se coagulan que ruedan: el parpadeo experimental de los complots.


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generación de los párpados eléctricos / irlandesa No. 2 constelación Sanjinés

ese halo de luz naranja pudo haber sido una gran poeta
esa muchacha que estudia el último semestre de Biología y cena
en el Maxim´s del subdesarrollo y fornica a medianoche
en un edificio de cristal y vomita en la madrugada con sudores
pudo haber sido una gran poeta
pudo haber sido una amazona y pudo galopar en cierta manera
libre hasta que la hubieran derribado de un balazo entre los senos
–esa mujer que vive con su esposo un paisaje de barrios cercándolos
agradable monotonía de los desayunos americanos
envejeciendo irremediable entre la dureza del lirismo nazi
y sagas que cantan nuevas juventudes– chicos picados de viruela
o atomic morphine
esa mujer que llora en un laboratorio mientras las calles
arden y yo caigo, pudo haber sido una poeta
estamos muertos, nosotros somos los muertos
se oirá en esos días
su cuerpo blanco se mecerá, se mecerá
mientras un falo va abriendo su vagina, se mecerá se mecerá
sus ojos serán un desierto
–dios mío, sálvate
esa mujer de 30 años nunca tendrá un hijo, esa mujer
de 35 años irá al supermarket con un vestido de flores azules
–¿pero venderán mis poemas en la sección libros
y mi carne destazada en conservas, en verduras,
en ropas-para-el-invierno?
esa mujer de 40 años blasfemando y riendo incrédula
mira, se acabó la menstruación, se acabó
oh, multitudes de los grandes funerales niños de los grandes
acontecimientos deportivos muchachos de las futuras
concentraciones en campos rock
una nube roja se fragmenta por ustedes
esa mujer detenida en una silla
sin duda recuerda por última vez a su primer compañero
–los adolescentes de diamante
y aunque su psicoanalista, su esposa, la esposa de psicoanalista
y su madre conversen sobre la pacificación de los días
la desaparición de la peste
ella siente
que los motines volverán que la han vencido
esa vieja ocupada en su manicomio
sintiendo próxima su muerte y que en realidad
quisiera volver atrás, a una verdadera cama
ese halo de luz naranja que se apaga
sin alegría ni sufrimiento
pudo haber sido una gran poeta
la más amorosa
amada
mía


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un resplandor en la mejilla
paisaje de cisnes instantáneos

Ya no sé que decir, alguien me acaricia el pelo y dice
que estoy echando sangre, alguien pasea sus uñas
por mis mejillas y dice que me ama. Y aún me aman
dos niñas que se pierden constantemente por bosques nevados.
Aún me aman dos niñas pero yo hace mucho tiempo asocio el
color azul con la muerte, el rojo con la infancia
llena de bolcheviques y sexo, y el amarillo con las carreteras
al atardecer, cuando los vagabundos contemplan
los postes de telégrafo, y las bandadas de pájaros del desierto
regresan del Oeste.
Y parezco un callejón cementerio de tranvías, un
suburbio cubierto de nubes, un poco de azúcar escurriendo
de los labios de un pandillero, que en este caso soy yo mismo,
mirando duramente paisajes interiores, imaginando
con desesperanza otro tipo de manicomio. Otro tipo
de jóvenes doctores. Otras sonrisas paranoicas esbozadas
casi en la superficie de una canción. Y así Utopía
vuelve a aparecer en el centro de las arboledas, las zarzas
vuelven a aparecer en el centro de los hospitales, los niños
del valle vuelven a perderse en los departamentos de
los gitanos, y los coches robados vuelan a 150 km. Por hora
a donde se supone está el mar.
Aún me aman dos niñas generosas como el rocío,
como los dibujos estupendos llenos de color de las grandes
carreteras. Visiones que no se destrozan
pero que no sirven para nada. Por el momento Utopía
es nuestro descanso, nuestro baño sauna frenético,
duro como ciertos alcoholes y ciertas plumas, el árbol
al que nos trepamos en las noches de perros y amor, el Buda
que recoge calamares mientras levita en la playa de la luna.
Ya no sé que decir.
Todo se ha acabado, la oficina está vacía, las frutas
se amontonan en mis manos de ángel asombrado, el insoportable
amor de las calles rayonea mis papeles imposibles, la furia
se me desvanece en la memoria.
Utopía es mi descanso, mi veterinario. Aún me aman
dos niñas anarquistas, pero yo hace mucho tiempo adquirí
el vicio de los jardines simples, la certeza de una muerte
esbelta y temprana. El amor debería mover la cabeza
verdaderamente incrédulo, debería caminar en círculos
por una pradera cinética. Estos días sólo son buenos
para los pianistas.
Mi ex mujer se mirará en los lentes negros de un playboy
y le darán ganas de llorar o de poner un disco (duro, breve)
como la fiebre de un niño.
La ternura y la revolución y los poetas pueden dormirse.
Estos días son buenos para los subterráneos voladores, para
los voyeurs de lo abstracto. Alguien apagará la luz
y comentará silenciosamente que las almohadas están
manchadas de sangre.
Ya ni ponerse a hacer silogismos es bueno.
Y tan acertado como siempre, te cagas en el oficio de poeta
cuando es lo único que te queda.

Y Utopía fue el veterinario,
el hombre feroz, la vieja en silla de ruedas cercada por sueños,
y los personajes de los sueños incompatibles se fueron masacrando
uno tras otro, hasta dejar un stock de pesadillas vacías.
Y Utopía fue un reflejo opaco en el interior de un vegetal.
Vitrinas, maniquíes desnudos, ebrios tirándoles besos a las nubes.
Un laberinto de escaleras eléctricas por donde vagaban
unos niños extraviados que tenían el corazón maravilloso
hasta la náusea.
¿De todo esto qué vi realmente? ¿Con qué ojos tremendos
Contemplé el olor puro de aquella muchacha sencillamente parada
en la entrada de un circo? Sólo recuerdo
haber estado demasiado tiempo en un cuarto blanco leyendo novelas
policiales; casi toda mi vida mientras tú me mirabas desde
una ventana redonda, como de baño público, y
detrás de ti unos caballos mordisqueaban nubes y
los adolescentes se reían como si acabaran de salir del desierto
con los bolsillos llenos de dinero gratis.

Dinero gratis, dinero gratis, amor gratis, un resplandor
inconcebible en la mejilla. Soñadores transformándose a sí mismos
pero incapaces de convencer a una muchacha de que la aman.
Nubes gratis y vacías, restaurantes gratis y vacíos,
automóviles fríos rumbo a las playas doradas del Pacífico,
visiones de Michelangelo para todos, ojos que se cierran
con la velocidad de la luz, y su armonía estrépito de cisnes,
estrépito de humedad.
Comida gratis, bebida gratis, lluvias divertidas
e interminables como las novelas de Victor Hugo.
Hospitales gratis, desiertos gratis, animales gratis, deseos
de caminar sobre las manos, de ponerse una corona de espinas
eléctrica y luminosa.
Blue jeans rayonados de ternura, escenas de teatro
en la orilla del mar prolongadas hasta el infinito, tres años
de asco y amor, tres años de enfermedades infantiles
enmierdadas con precisión, y los duros arbolitos pero
los duros arbolitos, mientras los duros arbolitos
como lanzas florecían.

Y gemí, y dije ya no sé que decir, la oficina está vacía
los submarinos explotan como fetos en las fosas del Atlántico,
alguien me acaricia el pelo y dice que ya está igual de largo
que el suyo, y yo tuerzo el cuello como un solitario cigarrillo
aplastado en la noche enorme y la miro, esperando volver a sentir
en los párpados la tibia obsidiana de los sueños, cuando en
las mañanas nos abrazábamos sin querer despertar, perdidos
en las llanuras de escamas, mientras cae nieve y el frío sonríe
desde un cenicero absolutamente limpio, y no queremos despertar,
y no sabemos que decir: los labios partidos,
la cara blanca del invierno manchada de lipstick.

La velocidad se detiene, mira hacia todas partes, enloquece
a las fechas. Un anarquistoide muerto bajo las ramas
plateadas de un sauce. Encima de él la primavera violeta. Fuera
de ese cuadro una muchacha sueña renacimientos atroces.

Y está bien está bien, ya puedes prender la chimenea y cerrar
puertas y ventanas. Ningún brillo va a reemplazar nada.
No habrán formas de arder que completen esta nube cargada de lluvia.
No habrá viento contra este resplandor acuático. Ni callejones violetas
ni suaves caderas antiguas. Ese jadeo al subir las mil escaleras
del ojo abierto: automóviles llenos de Sol estacionados
en todas las esquinas de tus venas. Una sonrisa sin contexto,
una mano crispada fuera de la foto. Y puedo tocarle el pelo nuevamente
y decirle está bien, nos hemos vuelto a quedar sin reina,
como el los Alegres Viajes por el norte de México, con Lisa
aullando desde su hospital, nos hemos vuelto a quedar sin dinero,
sin tequila, sin dinosaurios rezando en medio de la noche,
sin gasolineras que brillaban en las playas, Baja California
y Mazatlán, labios cargados de cultura azteca y chistes
de Utopía, grandes músicas con metralletas y piedras, algo
inevitable, como enamorarse. Y sin dinero,
parados en las entradas de los aeropuertos, hieráticos,
más que dos hombres cuatro rodillas; más que dos poetas
cuatro estatuas intermitentes; siempre dos bocas
masticando en el centro del vértigo el recuerdo simultáneo
de nuestra historia de besos.

En la puerta de metal: dinero gratis, departamentos gratis,
atardeceres gratis, oh atardeceres totalmente gratis.
Y coros celestiales gratis, hospitales gratis, mutantes del amor
gratis. Y tranquilos. Quiero decir que los dejen tranquilos,
besando la naturaleza inventada que vuela por las veredas.
¿Es que las calles siempre van hacia abajo? Y ayer la belleza,
un lecho cinético, un perfil recortado sobre la puerta de metal,
no pactó con mis enemigos; ni yo con el odio.
Quiero decir que es fantástico cortar todos los cables
en las noches de inspiración; incluso
los cables de la inspiración.
Y los soñadores de revoluciones ven jornadas que penden
dentro de un domo de cristal o de una imagen poética:
ven dinero gratis (símil de fiebre) y pasaportes falsos
en desesperadas noches de lluvia; ven sonrisas de abuelitas
desnutridas en las nubes; ven la rabia y la locura como un niño
que construye molotovs dentro de un árbol hueco; ven
un trapecio y un arcoiris agujereado en la labor del poeta;
ven novelas autobiográficas en las estrías de los frigoríficos;
ven una larga noche de arrestos y una larga noche de soledad
en un cielo de colillas y flores. Y alguien gritó
la música brilla por su ausencia.
Ya no sé que decir, 10 automóviles van arrastrando al sol,
llega el crepúsculo con nubes negras, flota un ghetto
llamado Benares, descienden de las flores centenares de geriatras.
Ya no sé que decir, el final de este bosque soy yo mismo.
Y las lluvias de marzo limpian un domo que creíamos
perdido para siempre.

¿Es este el recital de poesía que me cubría?
Un texto sin respuestas, pero de movimiento excesivo (como si ayer
hubiera rodado una película sin cámara), (como si anoche
hubiera hablado con un desconocido en un café nocturno),
(como si hubiera filmado su risa invisible).
Poesía podrida, poesía podrida, mi amor: un sueño típico
de sobreviviente. Los niños rojos ya no tienen pesadillas,
desean ser perdonados, ser cínicos algún día, leer a Bataille
en francés y a Marx en alemán.
¿Es este el recital de poesía que yo esperaba?
Las estelas de mis viajes. Las palabras cruzadas y los caminos
cruzados de mis sueños. Las calles donde amé, peleé, comí.
Los manicomios que he contemplado desde lejos. Los pequeños cuartos
donde enloqueció mi amiga. Las noches de Superman
y las mañanas de Mickey Mouse. Los paisajes interiores
llenos de cunas vacías, nubes azules y estatuas. Los bebedores
de tequila en las extáticas praderas de la intranquilidad.
(Los canguros destrozados en el aire. Los nervios
destrozados en el aire. Los andróginos que entran a caballo
por los callejones –gritos de la Revolución).
Todos mordiendo un trozo cinético del cielo, un trozo
explosivo del cielo, el ala de una paloma, Algo inevitable,
como enamorarse 100 veces –de la misma muchacha.


replay



elena v. molina
(la habana, 1988)



haciendo zapping entre 500 canales extranjeros


entrevistas democracia
Un grupo de personas son entrevistadas respondiendo la misma pregunta: ¿qué es Democracia? Luego sus voces y rostros grabados son picados en pequeños pedazos y ordenados de manera que dicen consecuentemente un discurso escrito por el editor. Sin embargo, la fragmentación de la imagen es inevitable y el efecto de los rostros visibles un segundo en la superficie del celuloide pudiendo decir solo una palabra-contracción-artículo recuerda al de los ahogados luchando por sobrevivir.


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guionistas
Dos personas entrevistadas son contrarios que forman parte del mismo sistema de juego. Se oponen en criterios de opresor y oprimido. El Uno con la verdad, contra el otro y el mundo. El Otro irónico, tranquilo va a lo suyo y sonríe. El Uno exasperado y quejoso amenaza todo el rato y habla mucho de sí mismo. El Otro sonríe. Están en litigios de autoría. El periodista parece seguro de quien es el bueno.


●●●


sortie de secourt | salida de seguridad
Una mujer aparece corriendo en un sótano choca con quien le estaba esperando | discuten | y escoge una de las puertas de salida. Aparece el perseguidor. Pronuncia el nombre y señala a la puerta. Pronuncia el nombre (quitando los ojos). Pronuncia el nombre (grita). Pronuncia el nombre (no mueve los labios). Pronuncia el nombre y tiembla. Pronuncia el nombre (agarrándose la cabeza) y con un arma después se dispara. Pronuncia el nombre mientras se cae. La mujer que espera mantiene la mirada fija.


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el que no habla
Alguien en un café va a hablar. Se congela la imagen. Alguien en un auto va hablar. Se congela la imagen. Alguien en un auditorio va hablar. Se congela la imagen. Alguien caminando en la acera va hablar. Se congela la imagen. Alguien en el cine va hablar. Se congela la imagen. Alguien en una peña va hablar. Se congela la imagen. Alguien en la ducha va hablar. Se congela la imagen. Alguien va hablar. Se congela la imagen.


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cámara de seguridad
Las personas cruzan la esquina mirando a la izquierda. Por la derecha pasan los carros sin parar a las chicas que piden botella. La cámara se fija en ellos, en su número de chapa. Un hombre con un girasol está parado en el medio del cuadro interrumpe el tránsito. Vienen y le sacan.
Otro día las mismas personas cruzan la esquina mirando a la izquierda. Por la derecha pasan los carros. Las chicas y la cámara se fijan en un libro del hombre que se pasea por el medio e interrumpe el tránsito. Vienen y le sacan.
Al día siguiente un hombre camina de izquierda a derecha gritando a la gente que pasa y a los carros. Interrumpen el tránsito. Van a matarle.


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manolito´s show
En el café las emisoras de radio se suceden. Manolito cambia de una a otra recibiendo de las mesas diferentes señales. La gente compra café y le escucha. Hacen preguntas sobre que antena emplea. Le piden FM. En una mesa hay solo interferencia. Recuerda el sonido de los electroshocks.


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el hueco
El corre pasillos quiere salir del hueco. Las puertas se suceden. Es un solitario que persigue la imagen de los libros. No sale del lugar. De vez en vez visita al soñador y a sus plantas. Allí mira los libros todo el día y la noche, vuelve a salir. Las escaleras desembocan en pasillos. Los pasillos se suceden. Nunca ha visto las plantas del arquitecto pero finalmente encuentra una salida. Da al mar. El corre pasillos salta al agua.


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casa de campo
Una adolescente se pasea desnuda frente a un hombre haciendo zazen. De fondo las paredes blancas. La chica va al patio y se agacha sobre un tragante a orinar. El huye desencajado. En cada habitación aparece desnuda interrumpiendo la rutina del hombre. Alguien llama a la puerta. El hombre atiende a la visita. Ella cruza el umbral y se sienta desnuda a comer naranjas en la entrada.




replay

daniel díaz mantilla
(la habana, 1970)



realidad, literatura, poder:
la narrativa cubana y su crítica en el panorama cultural actual


La doble condición de observador y observado es bastante precaria. Se asoma uno al espejo queriendo ver con claridad, pero proyecta sobre el cristal aquello que busca, y entonces, con dolorosa suspicacia, se pregunta hasta qué punto ignora o magnifica ciertos rasgos para llevarse una visión distorsionada de lo que (acaso sin ver) mira. La introspección es eso, examinarse al tiempo que se examina el mundo, fabular más o menos racionalmente sobre sí y su circunstancia, construir imágenes parciales que al cabo no logran exorcizar la inquietud. En tales casos, suponemos, el riesgo de errar se reduce en tanto uno logra impedir que sus pasiones lo confundan: uno toma distancia para contemplar sin interferencias anímicas y, sin embargo, sabe que el error está con frecuencia en ese intento de alejarse (como si tal cosa fuera posible) para inspeccionar con ojos de anatomista el complejo sistema que –incluso a nuestro pesar– integramos.
La situación se torna más riesgosa si lo que observamos ostenta el estatuto de arte, donde las aporías se potencian por el hecho de que una vasta porción del objeto es polisémica, cargada de sentidos cuya intención es provocar un movimiento (una inquietud) en el receptor. Ante el objeto artístico nos proyectamos –como escritores y/o como lectores– con la totalidad de nuestro ser. Una de las más sugestivas paradojas del discurso crítico es precisamente su condición de híbrido: a un tiempo manifestación literaria y ansiedad interpretativa. Aquí, como en la introspección, nuestra situación es, en cierto modo, como la del veterinario que a veces debe tomar al toro por los cuernos y a veces mirar al microscopio una porción de su excremento; y como la del toro, que atrapado en nombre del progreso humano se resiste como puede al escrutinio.
Aunque desde cierta distancia podamos parecer escatológicos, debemos pues hurgar en las heces de ese toro del que somos parte; y aunque que la embestida sea inútil, debemos también a veces mostrar los cuernos al respetable veterinario.

Algo se ha dicho en nuestros medios sobre el paternalismo y la complacencia de la crítica, sobre el acto de escribir bajo la tutela de un maestro, sobre la distribución de prestigio y las relaciones de poder entre los autores cuando ejercen la crítica. Hay quien a priori no cree en las generaciones; quien tiene fe en una tradición continua de lo literario, una tradición sin rupturas significativas; quien defiende estrategias de grupo aunque a ojos del lector, y en la vida, siga siendo un francotirador solitario.
Lo curioso, sin embargo, es el consenso casi unánime de los autores –los que viven en la Isla y los que no– cuando afirman que la literatura cubana es una. ¿Dónde radica su unidad, dónde su diversidad, qué criterios nos permiten agrupar cualidades comunes, separar las divergencias, establecer jerarquías? ¿Y hasta qué punto afectan al análisis que hacemos de nuestro heterónomo campo literario los expansivos poderes extraliterarios del mundo actual?
Tales son algunas de las inquietudes que, desde las postrimerías de la década del 80 hasta hoy, asoman con cierta regularidad en la crítica literaria cubana. Las periodizaciones, clasificaciones y valoraciones se han multiplicado, y el debate en torno a ellas adquiere con frecuencia un matiz de airada polaridad donde no faltan el lenguaje florido y el académico. Más de una vez han hecho notar los estudiosos la diversidad de su corpus y la complejidad de las circunstancias que lo rodean:
¿Por qué hoy nos parece más diversa nuestra literatura? ¿Es que los auto¬res buscan la separación, la distancia entre sus modos expresivos? ¿O que, derribadas las barreras extraliterarias, están presentes voces que nos per¬miten encontrar esa diversidad real que acaso sólo estuvo oculta?
En efecto, antes de aparecer la colección Pinos Nuevos no había para los jóvenes más alternativa editorial que sumarse, como lo haría un aspirante a músico, a alguna “orquesta de cuentistas”. Paradójico destino, porque lo que caracteriza a los Novísimos es justamente su diversidad.
[…] lo cierto es que no podemos separar la coincidencia entre la multiplica¬ción de posiciones de escritura (temas, enfoques, corrientes, grupos, poéti¬cas) a la que asistimos desde mitad de los ´80, de la crisis de la idea socia¬lista en el mundo y en Cuba.
Pero esta diversidad –que es saludable no sólo porque implica que los escritores han reconquistado hasta cierto punto “su derecho a expresar la vida sin cortapisas ni prohibiciones”, sino porque en ella el lector se asoma a la complejidad natural de la cultura y sin defraudarse mitiga en ella su sed de saber– ha encontrado un tipo de recepción crítica que muchas veces no pasa de ser un mero catálogo de temas o una percepción binaria de efímeras tendencias. Más que clasificaciones, pues sensu stricto no delimitan clases, se trata de descripciones que permiten vislumbrar apenas la dinámica de un enrevesado proceso cultural.
Se desearía que este proceso en sí mismo despertara el interés de los críticos, que se pensara con cierto grado de sistematicidad y desde diversos enfoques temas tales como la relación indiscutiblemente tensa entre realidad y literatura, por ejemplo; se desearía un más alto nivel de reflexión sobre los media y un clima tolerante para el surgimiento en ellos de un debate diáfano sobre todo aquello que preocupa a nuestros intelectuales, y esto no sólo como entorno para una recepción eficiente de la literatura cubana contemporánea (en la que, dicho sea, aparecen de manera directa muchas de estas cuestiones), sino como un modo de retroalimentar a nuestros autores con nuevos temas y perspectivas.
Pero vayamos despacio.
Quizás, para ser justos, lo primero que debemos recordar es que, en condiciones normales, la crítica se apoya sobre un corpus literario publicado, y que en el caso particular de Cuba a fines del siglo XX no fue así siempre, sino que los textos eran inéditos en su mayoría, y la crítica, además de estudiarlos, creaba espacios para su publicación –antologías– donde inevitablemente se privilegiaba una visión de conjunto. Otro aspecto de interés en esta peculiar situación es el hecho de que, durante aquellos años, comenzó a aparecer en los espacios culturales del país una nueva generación de escritores, con sus propias concepciones ideo-estéticas, y que con frecuencia las funciones del antologador y el crítico eran ejercidas por autores de una generación anterior, con lo que no sólo se privilegiaba esa visión de conjunto, sino que el propio análisis y la selección de los textos estaban permeados por los presupuestos estéticos y las perspectivas históricas de una generación diferente.
Esta compleja situación generó numerosas confusiones y algunos conflictos a lo largo de la década del ´90, pero creo que ante todo se debe agradecer el empeño de los autores/antologadores por divulgar, en medio de la tremenda crisis económica de aquellos años, la obra de los más jóvenes. Es cierto quizás, como se ha dicho, que a veces se intentó modelar el gusto de la nueva generación que surgía, aunque pienso que sería un acto de poca nobleza adjudicar sin más a esa voluntad pedagógica un componente de perfidia que sólo vendría a enturbiar los ánimos.
Incide de modo notable sobre este panorama, además, la situación política del país desde 1959 hasta hoy, donde ha funcionado, con mayor o menor protagonismo, “un sistema de legitimación ideológica como primer rasero de legitimación cultural”. Haciendo un poco de historia, uno admitiría que “la intervención de ese afuera –que es lo político– en el interior de la literatura, no podía menos que generar (como de hecho impulsó) una escritura en donde ascendía a primer plano el culto a eso que la presionaba” , y que entonces “toda alusión a hechos reales y a conflictos auténticos era inme¬diatamente acusada de hipercrítica”: es el llamado Quinquenio Gris, que se extiende desde 1971 hasta 1975, y que ha sido considerado como la primera etapa de un período mayor (¿hasta 1982?), donde “se hiciera sospechoso el intento de cristalizar en imágenes artísticas los nuevos conflictos que iban surgiendo paralelamente a los que estaban en el centro de la lucha de la Revolución por su supervivencia”; ese Quinquenio Gris, que tiene mucho más de gris y mucho menos de quinquenio de lo que su nombre sugiere.
En efecto, cabe preguntarse en qué medida no es un espejismo esa supuesta libertad de expresión conquistada de que habla López Sacha, si ante el evidente intento de convertir a la literatura en un apéndice de la política el dilema de los escritores ya no fue “el de la realidad y su reflejo […], sino el de la realidad literaria, su complejidad como arte, su grado de indeterminación”: ¿la literatura como un espacio de fuga ante lo real, como un alienarse?
El hecho de que los que alguna vez fuimos denominados “novísimos narradores cubanos” hayamos vivido intensamente una situación de crisis, y la recreáramos en forma de relatos más o menos testimoniales, puede hacernos sentir incómodos cuando un crítico habla con frialdad de nuestras experiencias diciendo que
[…] ciertos textos cuyo valor documental resultó –o resulta– particularmente intenso, ganaron a los ojos de la crítica un valor literario añadido y, en muchos casos, hay que decirlo, espurio. A fin de cuentas, se trata de lo mismo: de una lectura sobreimpuesta o añadida al texto, cuyo origen viene de una expectativa o de una ansiedad de raíz social, mas no literaria.
Creo que más allá de las acciones narradas algo todavía sigue comunicando esa intensidad a los textos. No fue sólo la inmediatez, ni el hecho de describir con mayor o menor crudeza una realidad terrible, sino la habilidad para representar en los textos las situaciones de modo que el lector fuera capaz de percibir a través de ellos la crisis. Percibir es importante. Si varios autores, jóvenes e intelectualmente inquietos, escriben sobre los más álgidos aspectos de la vida en una sociedad atravesada por gravísimos conflictos que, empero, se mantienen ocultos tras la imagen casi monolítica que los medios masivos ofrecen; si estos autores desafían el peligro de incomodar a un poder celoso de su propia seguridad, y logran, a pesar de la inercia de las instituciones culturales y de la evidente dificultad económica, insertarse en los espacios oficiales del arte, es comprensible que su rebeldía inicial pueda devenir pose, y su actitud moda. Pero las modas, al ser repetición huera de patrones de comportamiento aprendidos, automatizan la percepción hasta el punto en que lo anómalo se torna norma. Entonces, más que provocar la reflexión, los textos se acumulan generando una especie de analgesia satisfecha, y el carácter movilizador que alguna vez tuvieron las obras se pierde en la complacencia de la aceptación.
Pienso que el cuestionamiento y la rebeldía de aquellos días siguen teniendo un sentido que en los tiempos que corren vale la pena considerar, aunque nuestros ojos estén saturados con las imágenes de mil textos donde se describe con mordacidad la vida diaria en Cuba. Han transcurrido décadas desde que un número de la revista Somos Jóvenes fuera retirado de la venta por incluir un artículo sobre la prostitución después del triunfo revolucionario. Hoy ese es un tema común en la programación televisiva. Sin embargo, la repetición del estímulo suele inhibir la respuesta, y esta inhibición no es aconsejable cuando el estímulo es doloroso y continuo. Es obvio que existe un riesgo en la inmediatez, en lo que esta puede acarrear de desconocimiento o de ingenuidad:
Es cierto que la literatura también (o sobre todo) emana de las circunstan¬cias, y por eso mismo debe cuidarse de su desenvolvimiento, en especial si éste ocurre con rapidez. Porque la literatura que se sustente sólo en lo real corre el riesgo de ser sobrepasada por lo real y envejecer a su sombra, es¬pecialmente cuando el relato en prosa dispone de la eficacia transitoria de los hechos externos para contraer ese delicioso (y casi siempre efímero) virus de la notoriedad.
Pero el riesgo mayor está a veces en permanecer impasibles ante los problemas a que la vida nos enfrenta. Así, cuando se testimonia la pérdida de los valores humanos en una sociedad que se desintegra, una sociedad altamente politizada y sometida a la desinformación, es natural que aparezca esa “ansiedad de raíz social” a que Waldo Pérez Cino se refiere. Por otra parte, cabe preguntarse si existe o puede existir alguna literatura al margen de la sociedad. Personalmente, creo en el compromiso del escritor con sus lectores y con su propia conciencia, creo que este compromiso es ineludible y que radica en el afán humano de conocer y modificar la realidad. Así, no se fatiga al auditorio con palabras sólo por el placer de oírse hablar, porque tal proceder es propio de encantadores de serpientes y no se aviene con la función del intelectual, que es, a pesar de todas las incertidumbres y oposiciones que se encuentren, buscar la verdad en la medida de nuestras capacidades y comunicarla para el bien común. A fin de cuentas, de eso se trata ser revolucionario:
[…] ser revolucionario es también una actitud ante la realidad existente, y hay hombres que se resignan a esa realidad, hay hombres que se adaptan a esa realidad, y hay hombres que no se pueden resignar ni adaptar a esa realidad y tratan de cambiarla, por eso son revolucionarios.
La crítica literaria publicada en Cuba en los últimos años ha tenido que enfrentarse con frecuencia a textos que abordan los problemas más inmediatos y difíciles de nuestra realidad nacional. Con el tiempo, la calidad de las obras y la persistencia de los autores ante el rechazo les trajo prestigio dentro y fuera del país, y el prestigio hizo que en ciertos casos se desvirtuara lo que antes fue una actitud de sincero malestar. Muchos de aquellos textos pueden resultar hoy artísticamente poco efectivos, aunque en su momento impactaron por la proximidad del referente, otros irán quedando en el camino y lo que ahora es válido dejará de serlo. Entonces, libres ya de su urgencia las obras, quizás se pueda ver su valor. Pues el arte perdura en tanto es capaz de significar, y el reto de toda literatura –sea que describa el ayer, el hoy, el mañana o el nunca– es representar situaciones humanas peculiares, y extraer de ellas para los demás un conocimiento que logre trascender las circunstancias específicas.
Si desde mediados de los años ´80 una parte de la literatura cubana se vuelca casi totalmente hacia los referentes inmediatos, dirigiendo una mirada tan descarnada a lo real que en más de una ocasión los críticos creen advertir que “se tiende a actuar desde el campo de la política, aunque se adopte la apariencia de la obra literaria o artística”, si luego esta actitud es asimilada y acaso en parte despojada de su carácter problematizador para convertirse en moda (como ocurrió en la década del ´60 con los movimientos contraculturales), también es cierto que esta literatura sigue colocando hoy al lector ante preguntas muy pertinentes:
¿Cómo puede [el artista] expresar la realidad profunda de una época que cambia de espíritu a una velocidad asombrosa, en un mundo asaltado de súbito por tantos espejismos? ¿No corremos el riesgo de la banalidad? ¿Qué podemos hacer con el hastío, el desencanto, la violencia, y la pérdida de valores éticos? ¿No es un tiempo inconcluso, transitorio y abierto, y utópico también, a su manera?
Lo que a veces resulta lamentable es que tras estas preguntas no siempre viene el intento de hallar respuestas. Una buena parte del discurso crítico literario se limita a reconocer en las obras una regularidad temática, una preferencia por los personajes marginales, y a clasificar a los autores según sus referentes, sean estos homosexuales, soldados, estudiantes, rockeros, prostitutas, drogadictos, balseros... Pocas veces se indaga en la estructura de los textos, y aún menos en las poéticas de grupo o individuales. Excepcionalmente se animan los críticos más allá de los temas para explorar, por ejemplo, el problema de las tensas relaciones entre literatura e historia, aunque en esta peculiar zona de América Latina, el Caribe, “la relación con el devenir histórico a través del discurso literario siempre ha sido una relación tensa y problematizada, marcada por el cuestionamiento”. Se suele olvidar que el crítico y el escritor, como intelectuales, deben “desafiar y derrotar tanto un silencio impuesto como la normalizada quietud del poder no visto, donde quiera y cuando quiera que sea posible”.



replay

arnaldo muñoz viquillón
(la habana, 1972)



tatuaje de aluminio

Vengo de muy lejos, de la barriada Justicia, ha sido un día de mal comer y de mucho andar en transporte colectivo. Vengo recomendada por un amigo suyo, hombre vasco de cutis, con pecas estrelladas al que le dicen Leo Serpentina, personaje de tierra y no de piel, de palos y no de hueso, con veinte mil supersticiones en el bolsillo, su cerebro es un bonsái de creencias y basuras. Sin embargo consiguió meterme el diablo en el cuerpo, dijo que viniera a verlo a usted. Yo quería consultar a un cirujano para resolver quirúrgicamente este desasosiego, pero Serpentina dice que es usted mejor dibujante que persona, por una paga me puede remediar este gato pelviano, tatuaje que me hicieron en prisión. Lo dibujó una analfabeta Cachabunda, carecía de vocación para el pintorreteo sobre piel. Como comprenderá, la cárcel es latifundio del aburrimiento, rapsodia del bostezo, todo empalaga entre sus paneles y parches. La aristocracia allí ejerce mil tipos de artes y oficios, se hace cualquier cosa con tal de olvidar el cosmos con sus mariposas brujas, con tal de que el tiempo se vaya en su aleteo y no se pegue en las tripas, eso puede revolver la nostalgia bajo las bombillas de luz lenta. Hay que leer mucho, cien libros he leído en unas semanas y luego hasta me hice universitaria en asuntos de letras y bibliotecologías.
En un correccional no se llora, no es un manicomio, por eso presté mi forro a la Cachabunda, para que pintorreteara, entretuviera el quinqué de la imaginación y desistiera del lagrimeo por los galpones, tatuara entonces un gato en mi cadera y una rosa glútea. La pusilánime no sabía nada de ilustraciones, delineó un garabato. No soy Cachabunda por gusto, dijo, y confié en su alarde. Por más que le trajeron litografías para el calco, por más que le buscaron bocetos para el plagio, por encima de todo le faltaba vocación para el diseño. Perra maligna y tortillera Cachabunda. Mire usted como un gato y una flor pueden llegar a ser figuras repulsivas. Maldije a la caricaturista en mis tangos, pero el borrón ya era un hecho homérico, el mal parecía no tener cura de caballo. Le hubiese tatuado a pisotones la mejilla, pero me contuve por la charla que me dio la reeducadora, otra invertida pico de oro que se expresaba a través de rimas, a quien apellidaban Obispo Verde Olivo, Alcaldesa, Martín Fierro, se movía en esta parroquia de calabozos siempre con un despojo humano en la boca. Que tipa tan invertida. La Cachabunda caricaturista se salvó por ella de una surra de catarsis. Hay gentes que merecen sobre la dentadura de cristal un nudillo que viene desde arriba.
Ni siquiera una intervención de un cirujano me podía devolver la piel sin tachaduras. Hay que manufacturar un injerto, al final va a ser de todas formas un parche pelviano, me dijo un doctor de nombre Prandi. Un mal tatuaje puede traer pésima suerte para una recién graduada en escuela de presidio, en consecuencia perdida de la tranquilidad, fatalidad para una mujer que vuelve a ser libre, vuelve a ser de la calle. Por eso Leo Serpentina me metió el diablo con sarampión en las fosas nasales, por terco me hizo venir hasta aquí. Tiene razón, dice él, es preferible mejorar a un gato rupestre, a la cirugía plástica que como desenlace, de todas formas, dejaría una postilla por cada centímetro donde corra el bisturí. Yo me puse a pensar que si al médico Prandi le tiembla la mano puede ser peor la solución que la tragedia misma. Además, estos tipos de extirpaciones de piel, indican las malas lenguas, están circuladas por la policía, no sé por qué razón. No quiero que mi nombre se traslade nuevamente entre esa gente. Quiero vivir en paz y salerosa como si no tuviera pasado, como si hubiera nacido ayer por casualidad.
Leo Serpentina me dijo que usted era de vocación y no de título, e imagino que proponga un precio asequible. El tipo es un purgante, pero trabaja bien, me dijo cuando me vio salir. No tengo mucho en este monedero, aunque todo cuanto poseo es para comenzar sin mataduras en el cuerpo y sin grasa en el alma mural. Mire aquí debajo del blumer, y dígame si esta flor glútea no parece un cristo. Veinte dólares es todo lo que tengo para que parezca flor carnívora capaz de inspirar, que convoque a la erección zodiacal en un hombre cuando olfatee, cuando sea manzana de Virgo. Estará hecha para mordisquearla y no para que provoque una carcajada de diez amperes. Por favor, que sea flor de verdad, lo despoje de esperma y seamos en lo adelante Tristán e Isolda, hasta la muerte.
He vivido mucho tiempo en arresto como una cotorra. Significa que hubo días de penitencia sin sol, penitencia con poca agua, penitencia limpiando retretes, días que te suspenden el baño, el aseo vaginal, la sopa y el arroz en la comida, la colchoneta de la cama, días sin ropa para que la reeducadora mire la gordura y el remiendo entre las piernas, te cuente las verrugas y se muerda los labios; te hueles y no tienes perfume sinfónico ni la memoria del tamaño de un jabón, te suspenden el tinte para el pelo porque mejor te descascaras al rape. Encima de todo siempre hay rencor entre las giocondas, cualquiera que afila una cuchara te puede llevar de un tajo la poca primavera que te va quedando en las facciones, esa primavera sin colorete y sin máscaras que mueve tanto a la envidia. De un lado y de otro estaban las camadas, las dictaduras de culonas, los burdeles, la vida senatorial de las lesbianas, los gremios de putas, nosotras las de teticas que empujan el vacío, cantaban ellas a coro, mientras las amazonas se amputaban un seno para disparar mejor el arco. Todas esas escenas reposaban dentro de un reloj, pero el tiempo estaba detenido, como la luz fija que chilla y no te deja existir. Una amiga Brenda me apretó el pezón con una tenaza y luego preguntó, ¿te duele? Y yo que hago aquí, me dije alguna vez. No recordaba por qué causa me azotaron y me sentenciaron. De seguro soy culpable de algo o soy una reincidente, pero no recuerdo, ignoro si fue mi lengua que es inquieta. Solo sé que fui reclusa en una circunscripción civilizada, estrictamente lo fui entre dos mil mujeres paleolíticas con escabiosis en el hollejo, dos mil mujeres que ya no lo son. Qué trauma grande nos llevó a un techo común, no sabríamos explicar, pero debió ser fenómeno, al mismo tiempo devastador. Estábamos condenadas desde la infancia, escabroso destino. Una vez enfermé de neumonía y mi queridísima Brenda me tapó la boca y metió mi cuerpo honorable en una tanque de agua con cal, que sopa tan fría, dijo. Terminé en el dispensario, allí me quedé sorda, allí perdí la menstruación antes de tiempo. Qué hacía yo girando por costumbre en este mapamundi.
Dibuje clásicamente esta flor, que quede lo mejor posible, sea flor y no un sartén con pétalos, que tenga un pistilo de verdad, no una ganzúa para ver si se me ilumina la vida, para ver si me mejora la respiración y olvido.

Este país es una desgracia y pero usted traza bien. Caer en manos de un buen pirograbador es un alivio para mis pensamientos. Al gato pelviano le ha mejorado el bozo. Imagine lo que significa ir a una playa y que predomine lo que llevo de presidiaria en la piel. El vulgo está pendiente de la piel ajena, de la tintura y las pelotas de celulitis, el rayado del sol y los vellos mal lapidados, entonces cuando ven un grabado indebido, un gato que es todo un lagarto y unas letras, se aterran. Esa tipa, dicen, y luego me añaden un repertorio de figuraciones, calculan que soy chusma ladrona, deducen que lesbiana iletrada, fumadora de hierba, arriban a esas impresiones por un simple tatuaje de portada. A mí me gusta el litoral, por el largo tiempo que no pude recorrer en trusa y descalza la arena, por ese intervalo en que no pude ver el océano, por el período que no enjuagué mi karma en agua salina de oleaje irregular. No me importa lo que piensen de mí, si soy maricona para ellos eso anima mi indiferencia, siempre iré a la costa aunque me llene de lepra solar.
Seré melancolía todo el tiempo. Dejé muy buenas amigas en la jaula y siempre hay una extraordinaria entre todas a la que no veré nunca más. Por Yamila me hubiese hecho otro tipo de mujer pero ella no quiso. Trabajamos juntas alimentando ocas en una granja. Cuando hablaba con ella sentía deseos de correr a una iglesia. Usted imagina lo que significa un tifón llevándose gallinas y puercos del corral, cambiando la geografía y el firmamento meteorológico hasta el armagedón, y de repente escuchas de un arpa una música electroacústica, así era la voz de mi amiga entre el ruido de las ocas. Cómo es posible que una persona llegue a sentirse bien dentro de un pozo e incluso llegue a repudiar la libertad. Le hubiese dicho a la reeducadora, amárrame a las rejas o a una silla, me hubiese sujetado con grilletes a una tubería para dejar mi puño fijo en las pilas de letrinas y no salir de ese radio por donde Yamila caminaba con su voz arpada entre las aves. En cierta ocasión, Brenda, enfrente de todas las reclusas, un público muy selecto, me escupió la comida y por mí, Yamila le pinchó el ojo con un tenedor, le dejó un hueco en la cara por donde podía colarse el dedo índice. Imagine que el ojo verde saltó de dolor a mi bandeja y lagrimeó antes de derretirse en los chícharos, si dices ay, te dejo ciega, aseguró Yamila. Si nos acusas te elimino, dije yo, le enterré un clavo en el pellejo íntimo y saqué la puya con sangramiento en su ropa interior.
Yamila estaba condenada a cadena perpetua y mis hijos me esperaban fuera del penal. No quería que mi hijo Pavel Pascual me viera con tatuajes, ni tampoco calva de remate, por eso pensé salir a los extramuros en sotana sarracena, el rostro cubierto por un velo y con una peluca roja. Llegó mi último día de retiro, mi amiga y yo no nos despedimos. Si yo fuera varón sería ella mi mujer, por eso me besó en los labios y se fue corriendo a su colchón. En una cárcel no se apaga la luz para dormir, pero estoy segura que ha tenido madrugadas oscuras desde que me arrojaron a empujones de allí.
Mis hijos crecieron de pronto, a Olivia no la reconocía. Debe ser dramático para Pavel, asumir como madre a una tipa. Ahora soy bibliotecaria, dije y no me hizo caso. Comencé a tener memoria de las cosas y recordé que alguna vez tuve amante, pez gordo que se fue por el caño hasta la alcantarilla. Ese mismo día, cuando el Fiscal me expulsó del libre albedrío a veinte años de prisión, aquel amante Ramos se fue con buena puta, bendecido por el Espíritus Santo.
Pavel era ya un hombre. Yo estaba orgullosa de Olivia porque había ido a Inglaterra. Se la llevó un druida para vivir en Londres. Ella era feliz en la cáscara, pero por dentro avinagrada y hasta vomitó una flema. Tenía un dragón marcado en el seno, era tan bello que me dio envidia, entonces le dije que eso era cosa de putitas. De todos modos volveré a Londres, dijo, una putita necesita morir de melancolía.

Estuve presa mucho tiempo en una granja, Estuve en cierta ocasión dieciséis días incomunicada, sin ponerme ropa, premio por mala conducta. Estrictamente dispuse de una simple telilla que guardaba mis caderas, casi un pañuelo, el universo de un calabozo. No reprimas la felicidad, goza como si fuera esto Varadero, me dijo una uniformada. Por providencia era verano pero llegué a sentir frío hipocondríaco, microclima bajo un bombillo perenne de 500w. Entre el mundo y yo solo había un trapillo por el medio. Ese desamparo suele dar diarreas severas. Usé aquella tela, bordada a modo de bandera, no para cubrirme sino como cojín para el trasero y protegerme de los microbios que entran por el ano. Me puse a rezar con los ojos cerrados para no mirar los paneles de ladrillos espinosos que me retenían, ni a las inmensas estalagmitas. Era una cámara de piso ajedrezado, techo muy bajo, no mayor que un closet, madriguera de fondo de clavos para faquir, o una cápsula cósmica con un hormiguero concéntrico. El pánico se me subió a la cabeza, tuve alucinaciones en las que salía de allí a la estratosfera musical, hacia otras órbitas y llegué a la quinta dimensión, comencé a desafiar la gravedad y elevé el cuerpo borroso. Me sabía el libro de los Salmos de memoria, lo repetí mil veces en los dieciséis días. Me acostumbre al ayuno total, durante ese tiempo no bebí agua. Estaba previsto un castigo para tres meses, mas la reeducadora omitió el resto de las semanas por cuanto devolvía la comida intacta, el agua y el aire que me daban a respirar. Separen su cuerpo para el consultorio que se va a deshidratar la cabrona, ordenó ella y vinieron a buscarme con una camilla. Cuando abrieron el calabozo me encontraron flotando en el vacío, de modo que parecía enferma grave.
Me llevaron por el túnel central hasta una clínica y por primera vez sentí sábanas debajo de mi materia semita desde que estaba allí. Era una camilla ancha y abarcaba la mitad del túnel. Me obligaron a beber sales hidratantes. Contrario a las leyes naturales por esos días había aumentado tres kilos de peso y no tuve hambre neurótica. Si de buenas a primera me puse a comer fue porque me brindaron garbanzos en el sanatorio. Las legumbres son mi tentación y los potajes que aprovechan el sabor de las carnes. Me harté luego de macarrones, pero solo fue por el queso y no por famélica. Según el médico no tenía anemia ni otro tipo de descompensación. Estaba en excelente salud para volver a mi castigo aséptico y completar tres meses de retiro, esta vez escuchando de modo permanente, Radio Reloj. La reeducadora quería verme de rodillas, reclamando un goteo de clemencia, pero yo me percataba de que un pañuelo admitía el tamaño de mi cuerpo y podía rezar sin poner las nalgas en el piso, por eso le escupí la cara. Ella se puso histérica con el olor de mi saliva y su mixta estructura. Re-puta, gritó. Me rompió un hueso que tenía intacto en el abdomen. Con parte del esqueleto fracturado me forzó a fingir de mujer suya, tuve que hacerlo durante una hora. Que rico niña, huelo a perfume, ¿te agrado? dijo. Tuve miel de abeja sobre el gato pelviano y unos labios agudos que fueron como navaja. Usted no sabe hasta dónde corre la miel que patina por el ombligo y cuánto afectó mis jugos gástricos. Ese día cumplí dos años de prisión. Desde entonces tuve la obligación de lavarle la ropa. Todo me huele a formol y siento deseo de vomitar y protestar, mas contra quién y para quién.

¡Cuarenta dólares!, son muchos, solo tengo veintinueve. Pensé que iba a tratarme con ganga, pero ya veo cómo tiene la mandíbula. De buenas a primera se le ha perdido respeto al dinero en el territorio. Todo el mundo quiere hacerse rico, aunque no de la mejor forma. Yo nunca he podido reunir mucho efectivo, en este momento tengo la tierra encima. Si hallara cuarenta dólares en la boca abierta de un cocodrilo creo que metería la mano. Ahora frente al espejo veo que su trabajo no es tan bueno y de veinte no pasa para mejor saldo. No soy mala pagadora de promesas, pero cuarenta es una estocada de esgrima al pecho. Una rebaja viene como anillo al dedo. Irrefutablemente ha corregido mi corteza. El arte del dibujo es algo extraordinario que puede convertir un gato en un alacrán, sin embargo me quedo debiendo once dólares que es una cifra excesiva. Una deuda así, de igual modo es otra desgracia. No se disguste por causa mía.
Aquella flor parecía una mordida glútea y ahora es de verdad orquídea, pero analice hasta donde puede la inflación monetaria llevar a la ruina a una mujer. No es su problema, sin embargo al menos perdone cinco. El anillo no se lo puedo dejar, ni siquiera llevarlo a casas de empeño, es un recuerdo de familia para mí y no una joya. Podríamos llegar a otro acuerdo, le dejo el carné de identidad y vuelvo para cumplir el domingo. Déme un tiempo prudencial, o le dejo esta cámara fotográfica, vale igualito once veinticinco en rebajas de fin de año, pero en agosto vale el doble. ¿Por olerme el ombligo cuánto cobro? No soy prostituta, pero once dólares te costaría tocarme la mano. Mira este ombligo, (y vamos a tutearnos de vez en vez) dime si no parece una peseta, mi ropa interior es de estreno y eso aumenta la tarifa, asimismo el perfume que llevo encima que es caro y regalo de Serpentina. Tu pubis es rubio pero de negra, dice Leo, de modo que se estrecha cuando alguna pieza le camina por dentro, emite una música y un viento solar que te despoja de toda dureza del corazón. Para ti, mi niño, le digo. ¿Quieres volverte sumiso ante mí? Te puedo ablandar el herpe que llevas dentro de la caja de costilla, en el mismo baúl de tu alma, eso sería demasiado caro, entonces quedaría debiéndome tú. De modo que si sucediera a mi manera tendrías que llevarme como vuelto el TV Panda. Pero ahí no terminan los impuestos, tendrás que pagar además por el gato pelviano mejorado y la orquídea, que ya son segmentos de mi piel, símbolos que mueven al canibalismo erótico, por tanto te incitarán a darme golpes por la cara. ¿Por cada manotazo estarías dispuesto a pagar noventa centavos? Por ser a ti puedo hacer una rebaja a los precios, menos por la flor por todo lo demás. Esa flor es la cara de mi madre, si me fijo en los detalles puedo llorar. Piensa bien si te conviene. Si hacemos el amor me ahorraré veintinueve dólares y tú morirás de nostalgia, de miel con blenorragia, quedarás deprimido de manera vitalicia, con tu lepra congénita no conseguirás mujer de mi volumen. Observa este monte de venus y dime si has visto topografía igual en tu vida de llagas. Observa las caderas y dime a cuánto te arriesgas a sufrir cuando me vaya, piensa bien si repasamos el Cantar de los Cantares en dos horas y me guardo el efectivo para que te tragues el fenómeno que puede ser un clítoris bien recortado, con puchas de flores naturales, sin grillos parásitos. Piensa bien si tu oído está preparado para escuchar música selecta con sonido electroacústico incorporado, con una pronunciación estereofónica y ovárica. Piensa bien si el vitiligo te permite un placer grecolatino y si eres al menos amateur en las exageraciones de voluptuosidad tropical. Piensa con acierto, porque cuando yo salga de esta casa, no volveré jamás.


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de cómo puede ser el amor a primera vista

Tatuajes de soles escarlatas bajo las mangas de la blusa, reptiles delineados en la pelvis, arete exacto en las fibras del ombligo, la imagen del escudo de Liverpool hacía una marca en la cintura, relojes escritos y una rama de perejil dibujada cerca de los pezones nuevos, así era ella. La conocí en la Cinemateca Chaplin, 8:00 PM, muestra del cine alemán, una cola inmensa para una película que luego no valía el precio de las papeletas. No había aire acondicionado pero el cine estaba repleto esa noche de verano. Ya desde entonces me dolía el pecho, en ocasiones padezco de claustrofobias. Los cigarros encendidos parecían cocuyos, nadie protestaba por el humo que ascendía en forma de canoas, por eso decidí fumar a la par de este público ilustrado. Allí la conocí cuando nos iluminó la luz de la pantalla. Media hora después supe que era una puta clásica, entonces nos necesitamos imperiosamente. No fuimos para una casa que era como una cárcel. Llevaba una peluca rubia con greñas esmeraldas y el olor a un perfume, desconocido como su color de piel. Era de otra raza, de una que no figura en las enciclopedias de antropología, un desnudo rosado que luego no habría cómo nombrarlo, que no me atrevería ni siquiera a pintar en un lienzo por temor a un escándalo. En tal caso tendría que plasmar de igual modo su alma, cosa realmente audaz, me acusarían de tener una imaginación perversa.
Pero aun con todas sus cosas buenas de hembra encima de una cama bandeja, decidí marcharme de su casa y no dejé rastro alguno. Me fui corriendo de allí cuando me percaté que ella tenía un ojo tatuado en cada una de las plantas de los pies y fue entonces que me dije que eran estas, cosas del demonio, de los cultos satánicos de la Península Escandinava. Me voy de aquí, me voy de este barrio tóxico. Era casi una chiquilla, y yo no soy de ninguna manera un aberrado, no sé de qué modo ella me trajo hasta aquí, luego se reveló en su plenitud desnuda.
Me hizo preguntas extrañas y conversaba en un castellano redondo, con deje extranjero claro, pero curiosamente cristalino. Me preguntó: ¿En verdad crees que eres un ser humano? Asentí. ¿Qué te hace pensar que lo eres, acaso solo por tu exterior, imagen y semejanza de los otros? Asentí. ¿Crees que soy humana además? Que asco, que inmensa confusión tienen algunos, al no conocer su naturaleza no llegan muy lejos.
Qué hago yo aquí, me dije cuando me confesó sus trece años, en qué momento llegué a este sitio, qué talanquera se abrió para dejarme pasar a este ajedrez, a esta ciudadela, y qué sustancia en mis iluminaciones me hizo tan morboso para después poseerla como se hace con las pollinas. No pertenezco a ningún credo que luego me haga desmemoriado, pero parece que si, por cuanto olvidaba hasta mi identidad. En mi vocación de mujeriego nunca había encontrado a una hija adoptiva de las tierras Transilvanas. No soy una de esas, dijo ella con acritud, cuando yo pensaba en esas cosas. Pero lo era de alguna manera y me había mordido el cuello mientras le llegaba adentro. No soy un ser real ni tu tampoco, me dijo luego, ya yo estaba sangrando sirope con el mordisqueo y ella me pasaba la lengua. Era grande la herida pero sin dolor en la hora de las eyaculaciones.
Su rictus me produjo espanto, sus teticas parecían barnizadas y luego me dijo, píntame. Me pregunto si era una de esas germanas que acostumbro a seducir, una de esas a las que siempre les miento. Es absurdo, pero empecé a sentir miedo, paroxismo, falta de aire en aquella habitación. Son ridículas las sensaciones que tu me produces, le dije, entonces su risa fue abominable. Sucede, dijo, que no la tienes muy grande y estás repleto de complejos, eso evita las correctas emociones, ¿qué tal si te preparo un laxante? No supe si era apropiado seguir o no allí, por lo pronto esperé a que se durmiera para salir al aire libre. Esta mansión me trae malos recuerdos. Es la casa de mis padres, dijo ella, son embajadores aquí. ¿Embajadores? Si, ahora andan de viaje, iban a no sé dónde a buscar unos mapas y unas tablas, ellos me explicaron pero no entendí muy bien el asunto. Si yo tuviera un mapa, pensé, escogería el camino de regreso a mi casa. ¿Quieres irte?, preguntó y dije que no. Por tener amores con una menor me pueden dar cadena perpetua, si habla y se descubre que es extranjera me pueden pedir paredón. Qué me trajo hasta aquí y quién me trajo. Píntame, exigió. Duérmete, respondí.
Si no soy un ser humano, entonces qué soy. Me he sentido enfermo desde entonces, con decaimientos constantes, dolor en las articulaciones. Me largué por una calle y no paré hasta bien lejos, un barrio me llevaba a otro, caminé por los mil repartos entre casas fantasmas. ¿Dónde queda el Cuerpo de Guardia?, le pregunté esa noche a alguien y me indicó unas cuadras hacia arriba. Si vomité fue porque no soportaba más los retortijones de estómago y luego acontecieron las sudoraciones frías, las flojeras en las piernas, la defecación involuntaria. Más tarde vino el desmayo, la entrada por un túnel de luces y otras alucinaciones. Cuando desperté estaba aún sobre el asfalto y era casi madrugada. Nadie se había dignado a socorrerme, me convertí de pronto en un despojo. Había olvidado mi nombre y algunas cosas más. No sé de mi ni de los otros. Me dolía el cuello y si hubiese tenido un espejo hubiese visto una cicatriz punzante. No fui una persona verdadera ante el trasiego de los peatones que cruzaban por la cebra debajo del semáforo. ¿Acaso se puso de manifiesto mi auténtica naturaleza? Habría que redefinir lo que es un ser humano y lo que no lo es para luego saber quién soy. En mis calenturas veía los densos espejismos de imágenes de soles escarlatas, reptiles, relojes escritos, una rama de perejil, la rubia cabellera con greñas esmeraldas y hasta sentía el olor a un perfume extraño. Estoy mutando a otra equivalencia, es palpable mi verdadera decoloración del rostro, ¿dónde vivo? ¿tengo mujer o no? ¿alguien me reportará como desaparecido en un albergue de policías? Hasta cuándo puedo estar huyendo y de quién.
Solo recuerdo vagamente que con anterioridad, a veces pintaba unos cuadros que nadie entendía. Estaban llenos de símbolos que yo tampoco pude descifrar, pero resulta que es así de incomprensible la pintura moderna, entre más esotérica más le gusta a los críticos del arte y ellos tampoco sabrían decir porque suceden esas cosas. Estaba quizás pintarrajeando un mundo luciferino y colindante, ese sitio de donde tal vez ella había llegado.
Mete tu mano por aquí, había dicho y lo hice porque era hermosa. Ya desde entonces no soy el mismo. Cuando llegué al dispensario de urgencias el médico de guardia me remitió a terapia intensiva. Aprendí hablar español cuando mis padres eran embajadores en Cambodia. Hay que ponerle un suero, dijo un médico recién graduado. ¿Tu crees en las apariciones? Le había dicho a ella que no. Mejor le ponemos una transfusión de sangre gaseada, oí decir a otro doctor del elenco. Recordé en ese instante que le pregunté a ella su nombre y no me lo dijo. El asunto es grave, comentó un cirujano, me abrió los ojos con un dedo y me alumbró con una linterna las pupilas. El corazón te puede fallar si un día te enamoras de mi, me dijo ella cuando la conocí. Me hicieron un electrocardiograma en un papel pautado y luego supe por unas voces lejanas que las cosas andaban mal. ¿Está infartado este hombre?, preguntó una enfermera Alma Negra a boca de jarro. Calamitoso destino, en cierta ocasión aquella chiquilla me preguntó si volveríamos a vernos y le dije a secas que no, soy muy viejo para eso. Nunca me he enamorado de una diabla sin nombre, juro que no estoy mintiendo. Me gusta el resabio de tu sangre, me dijo. Ahora me punzaba un poco su mordedura maliciosa, redonda como la tapa de un pomo. No quise verla jamás. Estás más pálido que un ruso, me dijo en broma otra enfermera que doblaba el turno. Yo hice un esfuerzo y le devolví la sonrisa. Aterrado. Empecé a hablar en ese momento cosas sin sentidos. Me gustan las películas del ciclo alemán, referí cuando no venía al caso decirlo. Ella me miró, se rascó la cabeza e hizo una mueca, este es el delirio que antecede a la muerte, pensó de seguro. Minutos después, mi cuerpo transmutaba ante su propia vista mientras se puso a tararear un bolero y a prepara una jeringuilla, sin advertir nada de nada, sin percibir mis nuevos pálpitos ni el poderío extremo de mis músculos y nervios. Ni siquiera se le ocurrió preguntarme el nombre. Ni siquiera supo que me complacía el perfume caro que traía en el cuello.



replay

abel arcos
(la habana, 1985)



lo que ellas buscan

En esos días yo me sentía bien con el trabajo del hospital, Dan me dijo que necesitaban enfermeras y que mis cuatro años de carrera bastaban para serlo. Le dije que no, que prefería la sala de autopsias y ella movió lo suyo para que me admitieran; Dan se hizo una buena doctora.
Trabajaba en el turno de la noche y lo mío consistía en limpiar lo que dejan los forenses. Me gustaba el color de la luz que baja de las lámparas colgadas del techo, me parecía un cuarto de interrogatorio solo que sin tipos, los tipos casi siempre están de más. A eso de las cinco subía a la cafetería a desayunar y después volvía a pie a la casa. Vivía sola y por eso todo me sentaba bien, las caminatas de madrugada y los turnos de noche y fumar en la cama hasta quedarme dormida todo el día.
–No es bueno eso que te haces, –me decía Dan.
–¿Qué? –No había hecho muchas cosas buenas conmigo y no supe de qué hablaba.
–Eso. –Dijo señalándome y me miré el cuerpo flaco, traía una bata corta y transparente.
–Aún estoy en la línea –le dije–, eso es lo que importa.
Dan estuvo en la línea también, me gusta recordarla así, justo en la línea cuando estábamos en la facultad.
–Yo la he perdido.
–Has perdido muchas cosas –le dije–. Soy su amiga y puedo serle sincera.
–Ahora tengo hijos.
–Son lindos tus hijos, uno de estos días me paso a verlos.
Aquella vez Dan me preguntó porqué tenía que dejarlo todo a medias y en ese momento le hice creer que era por Joe, irme a vivir con Joe, eso le dije que quería y fue algo razonable.
–Puedes terminar la carrera antes de casarte.
–No puedo esperar más, –le dije–, y luego dejé la facultad. Me buscó para su boda y para cada uno de sus hijos y fui a verla convertirse en esposa y madre, en ese orden. Siempre me tuvo al tanto de lo suyo y por eso le agradó la idea de que volviera a su lado cuando la llamé por lo del trabajo.
–Igual que en la facultad, juntas de nuevo.
–Sí, solo que ahora tienes hijos y marido.
–Eso cambia las cosas, lo sé.
–Así mismo.
Llevaba el pelo corto y teñido como lo tienen las mujeres maduras y ropa ancha y larga para disimular las libras de más. El día de mi regreso pasó la noche conmigo, dijo que había dejado los niños con la suegra y su esposo regresaba tarde, así que compramos un par de botellas y nos emborrachamos.
–Este vino es mejor que el de la facultad –decía–. Habíamos comenzado a bailar en la sala y se veía feliz. Se quitó la ropa y yo la mía, entonces me enseñó las grietas que dejan los partos en el abdomen.
–Mary fue una cesárea –dijo sobándose la panza y yo no pude mostrarle nada en la mía, aún se mantenía lisa y firme.
–¿Crees que me veo mal?
Y se reía al decirlo, todo parecía una broma.
–No –le dije–, eres toda una mujer adulta.
–Sé que soy una mujer, te pregunto si me veo bien.
–Te ves bien –le dije. Cayó sentada en el sofá y se pasó las manos por la cabeza como si extrañara el pelo rizo que antes le caía cara abajo.
–Él no lo piensa así –dijo sin mirarme, la música seguía andando.
–Los esposos hacen eso, cansarse de lo mismo.
–¿Y tú que sabes? Nunca te has casado.
–Lo sé. –Dije sin dejar de mirarla ahí sentada en su blumer anticuado.
–Debería usar uno de estos, –dijo y tocó el mío– a mi marido le gustaría uno de esos.
Después de eso se fue, le había pedido que se quedara, esa noche me entraron ganas de verla dormir a mi lado como antes y dijo que no, que a los maridos no les gusta que sus esposas duerman fuera y la dejé ir, ella lo dijo, yo no sabía nada de matrimonios.
–Ayer dejaron sobre la mesa una pierna de mujer y pude ver de cerca la parte del muslo.
Eso le contaba yo con un cigarro encendido y ella al borde de la cama viéndome aún en la bata de dormir.
–¿Era vieja?
–Cómo nosotras, las venas habían empezados a salirles por encima de la piel.
Dan me había visto desnuda cuando llegué y ahora lo hacía.
–Tú no las tienes afuera –me dijo.
–Entonces cómo tú.
Las cosas fueron así desde que regresé y no quise dejarlas seguir por ese camino. Me dijo que no quería llegar tarde por algo así y la despedí en la puerta. De noche iba andando al hospital y me crucé con Dora y me dijo que tal y yo a ella lo mismo y seguí calle arriba, ella fue del grupo en la facultad, Dan me contó que se había casado y todo eso. Salía uno de los forenses cuando entré, un rubio raro que me miraba las piernas cómo si estuvieran tiesas bajo la luz que bajaba del techo. Lo de raro lo decía Dan, miraba piernas de la forma que lo hacen los tipos comunes y eso bastaba. A eso de las doce bajó Dan a verme y nos sentamos a fumar en la escalera.
–¿Como está la noche?
–Hoy vaciaron una niña.
–Pobre.
–¿Quién?
Me miró sorprendida y apagó el cigarro en el escalón.
–Pensé que hablabas del forense – le dije–, lo suyo debe ser difícil.
–A ese tipo extraño eso le debe gustar.
Me quedé en silencio, era mejor así y al rato escaché el cigarro en mi escalón.
–Nunca me contaste que pasó con Joe, se iban a casar ¿no?
–Aquello se aburrió rápido y decidimos no hacerlo.
–Tú o él –preguntó ajustándose la bata blanca sobre el pecho.
–¿Y eso qué importa?
Del piso de arriba nos llegaba suave una luz de lámpara, pensé que bien podríamos ser niñas vacías en la camilla de la sala de autopsias.
–Fernando piensa que ya no sirvo.
–Tu marido es el que no sirve.
–No hables así –dijo calmada–, solo estamos pasando por un mal momento.
–¿Tú o él? –le dije y eso fue suficiente para verla subir de vuelta a su guardia, la bata blanca se balanceaba de un lado a otro y mientras lo hacía la saya no dejó ver nada de tan larga.
Al mediodía me despertó el teléfono.
–No aguanto más esto –dijo del otro lado.
Sentía hambre y pensé en preparar algo al colgar.
–Vente –le dije–, ya haremos algo para eso.
A la media hora se apareció de ojos húmedos y la senté a mi lado en el sofá, puso su cabeza en mi hombro y me cruzo el brazo por el vientre.
–Mi vida es una mierda.
–Puedes comer algo, hice unos espaguetis.
–No quiero nada.
–Entonces te puedo prestar uno de mis vestidos y perdernos en algún bar.
No sabía qué más podría ayudarla y por ahí debía haber un buen lugar para pasar la tarde.
–Eso lo hacen los hombres –dijo riendo.
–Yo lo hago.
–Lo sé, debería ser cómo tú, podrías traerte a ese rubio raro que vacía cuerpos y hacerlo toda la noche como si nada.
–En las noches trabajo.
Volvió a reír, sin ganas esta vez, como si estuviera guardando fuerzas para algo mejor.
–Una vez lo hice.
Dijo sin sacar la cara de mi cuello, podía sentir su respiración caliente debajo del mentón.
–¿Qué? –yo reía ahora.
–Eso, buscarme un amante.
–¿Y? –aquello sí que era una sorpresa.
–No pude, ya te lo dije, no soy como tú.
Estuvo por unos minutos sobre mí y yo acariciaba su pelo corto y ella mi vientre firme.
–¿No has pensado nunca en ser un hombre?
No esperaba esa, así que le demoré mi respuesta, ahora había subido la cabeza y sus ojos me daban de frente.
–Podrías serlo, –le dije–, tu nombre sirve para ambos bandos.
–Sí, es el femenino de Daniel.
–Daniel bien podría ser el masculino de Daniela.
–No lo creo –dijo al final.
Vino la hora de recoger a los niños y se me quitó de encima dejándome caliente esa parte del cuerpo.
– Me has ayudado mucho.
–Es lo menos que puedo hacer por ti. –Le dije y la abracé antes de dejarla ir.
Me di una buena ducha y me senté desnuda en la cama a fumar y empecé a pensar en mi vida, en eso que hacía conmigo que decía Dan. Intenté sentir remordimiento o miedo o cualquiera de esas cosas y no pude, solo me entraron ganas de dormir hasta la noche.





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pedro marqués de armas & catarina costa
(la habana, 1965 / coimbra, 1985)



variaciones sobre Francesca Woodman

“then at one point i did not need
to translate the notes; they went
directly to my hands”


*
mientras sostiene la columna con una espina de plástico
vigas la atraviesan

la nunca irradia
encima de la vertebración


*
avanza por la espina hasta el harpa
ahora en paralelo


*
arranca el papel de pared con su floración muerta
y luego se cubre de plancton

donde la morfología se degrada
en el plano del vientre
aflora el ícono


*
¿y si el ángel no sobreviene
y apenas queda la extensión
emblanqueciendo?

el oscuro paraguas
en la inutilidad del limbo
contra la luz cruda del estudio


*
al margen del tabique
el miedo flexiona las rodillas
mete para dentro los pies
las manos en un arte de desnudamiento
contra el desencanto de la técnica

dispuestas en el piso
losas mínimas
-lapidares-
recuerdan el oficio


*
la cal baja por el corpo
y lo embarra de una película que culmina en los dedos
con anillos de crecimiento que desatan la vejez
la mirada desafía el mapa genético


*
sobre el tablero fractal
oculta el rostro detrás de una esfera lisa
en el asombro de la especie

¿será que vio desde el hipocampo
la otredad de una tortuga que avanza por las eras?


*
no serán arcadas de tinta
las que impidan el paso hacia el cielo

en caligrafía común la letra A
es clave-de-sol

cuando se retuerce para tomar aire
el ángel se eleva


*
entre puntas de grava
el vestido de pintas es el último aliño
de aquella que se tapa la boca para ofrecerse

ningún adorno:
la pintura cargada de los ojos
pertenece al sombreado de la suerte


*
en la anticipación de la muerte
se enfilan los haberes
en envoltorios vitelinos

desenfocada en el ángulo
mal se distingue si vuelve por la madre
o por el plástico mortúorio


*
impulsada hacia arriba por la luz
distante de la vieja silla
las manos son el accesorio de sustento

para un disturbio de la geometría
se alza cubriendo la cara a través de la corriente
a tres palmos del rodapié

cuando se tire por la ventana
no levitará


*
en la amplitud del tabique hay una tela que nada projecta

donde sería la sombra del cuerpo una silueta ajena
marca de carbón disociada en el umbral del claro

para no pisarlo los miembros se retraen en rito atávico
dejando espacio a la Umwelt

es así que se piensa la falla de lo real
mientras la pose todavía perdura


*
con apreensión de marionetista
las manos mueven la ausencia de un engendro
tan poderoso que abre una porta hacia la oscuridad

recelosas ante la brecha
hunden los hilos en el hermetismo de los vínculos

sin nada más tangible que urdir
la maestría se perpetúa
hasta olvidar el encantamiento


*
aureolada en antiguas contiguidades
se fija la imagem de aquella que está por llegar

con manos engrandecidas abre en vano
la compuerta intermedia que la llevaría a lo real

desencajada en los umbrales
no puede recorrer el recinto
entre el caño y el calentador


*
ofuscada por el paisaje de barrotes
salta en el almacén con velos artesanales

en la parálisis de los fenómenos
termina desvaneciéndose
como si cayera desde lo alto





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rudy rucker
(kentucky, 1946)



un manifiesto transrealista


En esta pieza me gustaría abogar por un estilo de escritura de ciencia-ficción que llamo Transrealismo. El Transrealismo no es tanto un tipo de ciencia-ficción sino más bien un tipo de literatura de vanguardia. Creo que el Transrealismo es el único enfoque válido hacia la literatura en este punto de la Historia.
El transrealista escribe sobre percepciones inmediatas de una manera fantástica. Cualquier literatura que no trate sobre la verdadera realidad es débil y enervada. Pero el género de realismo puro está gastado. ¿Quién necesita más novelas puras? Las herramientas de la fantasía y la ciencia ficción ofrecen medios para espesar e intensificar la ficción realista. Usando aparatos fantásticos es realmente posible manipular el subtexto. Las herramientas conocidas de la ciencia-ficción —viajes temporales, antigravedad, mundos alternos, telepatía, etc.— son, de hecho, simbólicos de modos arquetípicos de la percepción. Viajar por el tiempo es memoria, volar es instrucción, los mundos alternativos simbolizan la gran variedad de vistas panorámicas individuales, y la telepatía está por la habilidad de comunicarse completamente. Este es el aspecto “Trans”. El aspecto del “realismo” tiene que ver con el hecho de que una obra de arte válida debería tratar el mundo de la forma en que realmente es. El Transrealismo trata de hablar no solo de la realidad inmediata, sino también de la realidad más alta en donde la vida está empotrada.
Los personajes deberían estar basados en gente real. Lo que hace que el género de ficción standard sea tan insípido es que los personajes son obviamente marionetas de la voluntad del autor. Las acciones son predecibles, y en el diálogo es difícil diferenciar a los personajes cuando hablan. En la vida real, la gente que te encuentras casi nunca dicen lo que tú esperas o quieres que digan. A lo largo de un largo y doloroso contacto, llevas simulaciones de tus conocidos en tu cabeza. Estas simulaciones se imponen en ti desde afuera; no reaccionan ante situaciones imaginarias como podrías desear. Cuando dejas que estas simulaciones conduzcan a tus personajes, puedes evitar el apagado de deseos mecánicos. Es esencial que los personajes estén de alguna manera fuera de control, como la gente real —porque ¿Qué puede aprender alguien leyendo sobre gente inventada?
En una novela transrealista, el autor usualmente aparece como personaje real, o su personalidad está dividida entre varios personajes. Mirándolo así, esto puede sonar egotista. Pero yo diría que usarse a uno mismo como personaje no es realmente egotista. Es una simple necesidad. Si estás escribiendo sobre percepciones inmediatas, ¿entonces que otro punto de vista aparte del tuyo es posible? Es mucho más egotista usar una versión idealizada de ti mismo, una versión fantaseada, y tener a este seudo-ente ejerciendo su voluntad sobre un puñado de esclavos flexibles. El protagonista transrealista no se presenta como una superpersona. Un protagonista transrealista es tan neurótico e inefectivo como nosotros mismos solemos ser.
El artista transrealista no puede predecir la forma final de su obra. La novela transrealista crece orgánicamente, como la vida misma. El autor solo puede elegir personajes y escenarios, introducir este o aquel particular elemento fantástico, y centrarse en ciertas escenas clave. Idealmente, una novela transrealista se escribe en la oscuridad, y sin un bosquejo. Si el autor sabe precisamente como su libro se desarrollará, entonces el lector presentirá eso. Un libro predecible no es de interés. De todas formas, el libro debe de ser coherente. Concedido, la vida no siempre tiene sentido. Pero la gente no leerá un libro que no tenga trama. Y un libro sin lectores no es una obra efectiva de arte. Una novela exitosa de cualquier tipo debería arrastrar al lector junto a ella. ¿Cómo es posible escribir un libro así sin trama? Se puede crear una analogía con el trazado de un laberinto. Al dibujar un laberinto, uno tiene un principio (personajes y escenario) y ciertas metas (escenas clave). Un buen laberinto obliga al traceador a seguir las metas de una forma coherente. Cuando dibujas un laberinto, empiezas con cierto sendero, pero dejas un montón de aberturas donde otros senderos puedan encajar. Al escribir una novela transrealista coherente, incluyes un número de acontecimientos sin explicar a lo largo del texto. Cosas que no sabes que hacen allí. Después doblas hilos de la narrativa ramificada para enlazar esos nodos. Si no hay algún nodo disponible para cierto lazo, vuelves hacia atrás e insertas ese nodo (borrar un pedazo de pared en el laberinto). Aunque la lectura es lineal, la escritura no lo es.
El Transrealismo es una forma artística revolucionaria. Una de las principales herramientas en el control de pensamientos masivo es el mito de la realidad consensuada. Mano a mano con este mito va la noción de una “persona normal.”
No hay gente normal —solo échenle un vistazo a su familia, a la gente que pueden llegar a conocer mejor. Todos son raros en algún nivel bajo la superficie. Pero la ficción convencional muy comúnmente nos muestra gente normal en un mundo normal. Mientras trabajes bajo la sensación de que eres el único tipo raro, entonces te sientes débil y apologético. Estás ansioso por seguir la corriente del establishment, y te asusta un poco hacer olas —y ser descubierto. La gente de verdad es rara e impredecible, por eso es tan importante usarlos como personajes en vez de los muñequitos de papel imposiblemente buenos y malos de la cultura de masas.
La idea de deshacer la realidad consensuada es aún más importante. Aquí es donde las herramientas de la ciencia-ficción son particularmente útiles. Cada mente es una realidad en sí misma. Mientras la gente pueda seguir siendo engañada con la realidad del noticiero de las 6:30, pueden seguir siendo conducidos como ovejas. El “presidente” nos amenaza con la “guerra nuclear” y, frenéticos por miedo a la “muerte” vamos corriendo a “comprar bienes de consumo.” Cuando de hecho, lo que realmente sucede es que apagas la TV, comes algo, y te vas a caminar, con infinitamente muchos pensamientos y percepciones mezclándose con infinitamente muchas entradas.
Siempre habrá un sitio para la literatura de escape de ciencia-ficción de género. Pero no hay razón para dejar que este severamente limitado modo reaccionario condicione toda nuestra escritura. El Transrealismo es el sendero para una verdadera ciencia-ficción artística.

(de The Bulletin of the Science Fiction Writers of America, #82, Invierno, 1983)

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slawomir mrozek
(cracovia, 1930)



el informe

Es precisamente la falta de cultura lo que hace que reine la superstición en nuestra aldea abandonada de la mano de Dios. Yo tendría que salir ahora al patio para una necesidad urgente, pero allí revolotean, como hojas en octubre, bandadas de murciélagos de largas orejas; chocan con sus alas contra los cristales de la ventana, y tengo miedo a que uno de ellos, Dios nos libre, se me enredara entre los cabellos. De manera que me quedo sentado aquí, sin salir al patio, aunque la cosa urge, y les escribo este informe a ustedes, camaradas.
Por lo que se refiere a las entregas de trigo, sabrán que desde que el demonio apareció en el molino y saludó con su gorro, las entregas han disminuido. Era un gorro de colores: encarnado, azul y blanco, con un letrero que decía “Tour de la Paix”, en francés. Desde entonces, los campesinos van a dar un rodeo para no pasar por el molino; pero el molinero y su mujer estaban tan tristes que se emborracharon y ya todo parecía que volvía a estar como antes cuando, de pronto, el molinero regó con vodka a la molinera y le prendió fuego. Luego echó a andar sin rumbo hasta que llegó a la Escuela Popular Superior, donde ahora estudia marxismo porque, como él mismo dice, está harto de lo irracional y quiere tener algo con que poderlo combatir.
Pero la molinera ardió y nosotros tenemos una pesadilla más.
Camaradas, sabrán que, por las noches, soplan por aquí unos vientos muy extraños; tanto es así que a uno se le encoge el corazón. . unos dicen que es el espíritu del pobre Karasz que se queja de los kulaks; otros creen que es el kulak Krzywdon que, después de muerto, sigue lamentándose de las entregas obligatorias. Se trata, pues, de una lucha de clases normal. Mi choza se halla sola, precisamente a la entrada del bosque. La noche es negra, el bosque es negro y mis pensamientos parecen cuervos. El otro día mi vecino Jusienga estaba sentado encima del tronco de un árbol, en el claro del bosque, leyendo los “Horizontes de la técnica” cuando, de pronto, sintió un dolor en los riñones que le tuvo tres días sin poder andar ni estar sentado.
Les pido consejo, camaradas. Vivimos completamente solos en este país, rodeados únicamente de llanuras y de túmulos.
Un leñador me contó que, en las noches de luna llena, por los caminos y veredas del bosque andan cabezas sin tronco, que se persiguen, entrechocan sus frentes heladas y gimen como si quisieran ir a alguna parte. Pero en cuanto amanece, desaparecen como si tal cosa. Entonces solo susurran los abetos, pero muy bajito, porque también tienen miedo. ¡Dios mío! Por nada del mundo saldría yo ahora afuera, y que conste que tengo grandísima necesidad de hacerlo.
Y con todo ocurre lo mismo. Ustedes me dicen “Europa”. Pero cuando aquí dejamos la leche fuera para que se agrie, comparecen unos enanos jorobados que se mean en los cazos.
Un día, la vieja Gluslowa se despertó bañada en sudor. Mira y ve que encima del edredón está sentado el pequeño crédito que, antes de las elecciones, se destinó a la construcción de un puente y que, inmediatamente después, desapareció sin los santos sacramentos. Allí está, verde como una lechuga; se echa a reír y la estrangula. La vieja grita. Pero nadie acude, porque ¿cómo va a saber quién grita y por qué motivos lo hace?
Y en el lugar donde tenía que estar el puente se ahogó un artista, precisamente porque no estaba. Solo tenía dos años, pero era un verdadero genio y si hubiese llegado a mayor lo habría comprendido y explicado todo. Pero ahora sólo revolotea por las noches y brilla como una luciérnaga.
Es evidente que todos estos casos dejan sus huellas en nuestra mentalidad. La gente cree en fantasmas y brujería. Ayer mismo encontraron un esqueleto detrás del corral de Moczasz. El párroco asegura que es un esqueleto político. La gente cree en los espíritus de los ahogados, en pesadillas e incluso en brujerías. En efecto, vive por aquí una anciana que retira la leche a las vacas y les da la plica. Pero nosotros queremos ficharla para el Partido, porque así les quitaremos un argumento a los enemigos del progreso.
Dios mío, que manera de mover las alas tienen eso bichos, como vuelan y silban “pi, pi”, y otra vez “pi, pi”. No, aquí no es como en las casas grandes donde uno está seguro bajo techo y no necesita ir hasta el lindero del bosque para liquidar sus necesidades.
Pero eso no es aún lo peor. Lo más terrible es que ahora, mientras estoy escribiendo esto, se ha abierto la puerta y ha aparecido por ella el hocico de un cerdo que me mira y me mira de un modo muy raro…
¿No se los había dicho al principio, que aquí las cosas no son como en todas partes?


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el proceso

Gracias a tenaces esfuerzos y un trabajo infatigable se pudo alcanzar finalmente el objetivo. Todos los escritores quedaron uniformados, encuadrados en categorías y secciones. Con ello se suprimieron definitivamente el caos, la falta de criterios coordinadores, los divismos insanos y la confusión e indecisión que hasta entonces había imperado en el arte. Los uniformes habían sido diseñados en la central; la división en grados y distritos era el fruto de una larga labor preparatoria realizada por el comité supremo. A partir de aquel momento, cada miembro de la asociación de escritores estaba obligado a vestir de uniforme: anchos pantalones color violeta, galoneados, guerrera verde, cinturón y chacó. A pesar de su aparente simplicidad este uniforme permitía múltiples variaciones. Los miembros del comité supremo llevaban tricornio con galones plateados. Los presidentes ceñían espadín, los vicepresidentes puñal. Todos estaban encuadrados en formaciones según su especialidad literaria. Se formaron dos regimientos de poetas, tres divisiones de prosistas y un cuerpo auxiliar, integrado por distintos elementos. Los más afectados por el nuevo orden fueron los críticos, ya que una parte de ellos fue a parar a las galeras y el resto a la gendarmería.
Los grados iban desde soldado raso a mariscal, y se atribuyeron teniendo en cuenta el número de palabras publicadas por cada escritor, el ángulo de flexión de su espina dorsal política, su edad y los cargos desempeñados en el gobierno o en la administración local. Para distinguirlos se adoptaron insignias de color.
Las ventajas del nuevo orden eran evidentes. Ahora todo el mundo sabía inmediatamente cómo calibrar a un determinado escritor. Era indiscutible que un general-escritor no podía escribir novelas malas y que las mejores tenían por autor al mariscal-escritor. Al coronel-escritor se le podían escapar algunos errores, pero de todos modos tenía mucho más talento que el comandante-escritor. Las editoriales lo tenían ahora muy fácil. Podían calcular el porcentaje exacto de superioridad editorial de la obra de un brigadier-escritor sobre la de un teniente-escritor. La cuestión de los honorarios estaba sujeta a los mismos principios.
Naturalmente, un capitán-crítico no podía juzgar la obra de un autor del grado de comandante-escritor para arriba. Y sólo un general-crítico podía expresar una opinión negativa sobre una obra de un coronel-escritor.
También exteriormente ofrecía el nuevo orden muchas ventajas. En todos los desfiles, en los que antes los escritores –en contraste con las asociaciones deportivas– parecían todos iguales, brillaban ahora sus charreteras. Brillaban los galones, los espadines y los puñales de los presidentes y vicepresidentes, los chacós de toda la división. La popularidad de los escritores aumentó enormemente.
Planteó dificultades el encuadramiento de un escritor salvaje, cuyas obras si bien estaban en prosa, eran demasiado cortas para ser consideradas como novelas y demasiado largas para ser incluidas en la categoría de cuentos. Por otra parte se dijo que esta prosa era lírica y tenía un carácter satírico; otros consideraron que el salvaje escribía folletines que, en realidad, no eran relatos, sino que tenían las características del ensayo británico. No se le podía encuadrar ni en la prosa ni en la poesía y, por otro lado, no valía la pena inaugurar una sección nueva sólo para él. Algunos propusieron que se le excluyera. Finalmente se le dio, para distinguirle, un pantalón color naranja, la categoría de soldado raso y se le dejó en paz. Todo el país vio el él una deshonra. Su expulsión no hubiera sido nada inusitado. Ya antes había habido que expulsar a algunos escritores porque, dada su mala constitución física, no hacían buen efecto vestidos de uniforme.
Pero pronto pudo el público convencerse del disparate que había sido admitir aquel salvaje en las filas de la asociación. Provocó un escándalo que ofendió profundamente los hermosos y brillantes principios de la autoridad.
Un día, por uno de los bulevares de la capital, caminaba un conocido y respetado teniente general-escritor. En dirección contraria iba aquel soldado-escritor, con su pantalón color naranja. El teniente general-escritor lo miró con desprecio, esperando que el otro le saludara. Pero, de pronto, vio en el chacó del soldado-escritor la más alta condecoración que sólo llevaba el mariscal-escritor: un pequeño botón rojo. El respeto a la jerarquía estaba tan profundamente arraigado en el espíritu del teniente general-escritor que no se detuvo a hacer consideraciones acerca de lo inusitado de su descubrimiento y en lugar de ello se cuadró y saludó con gran respeto el primero. Asombrado, el soldado-escritor se inclinó tan profundamente que la mariquita que se había posado sobre su chacó y que el teniente general-escritor había tomado por el distintivo de la máxima categoría abrió sus alas y se fue volando. Furioso y humillado, el teniente general-escritor mandó a comparecer inmediatamente al crítico de servicio. Este condujo al soldado-escritor al cuerpo de guardia de la casa de la literatura, donde tuvo que entregar inmediatamente la pluma estilográfica.
El proceso se celebró en el palacio de Bellas Artes de la metrópoli. En el largo salón de mármol brillaban las charreteras de los jueces. El generalato había tomado asiento ante una mesa de caoba y oro, cuya superficie lisa relucía con los reflejos de las condecoraciones e insignias. Al soldado-escritor de los pantalones color naranja se le acusaba de haber usado indebidamente un distintivo que no le correspondía por su categoría.
Pero el acusado tuvo suerte. La víspera del proceso se había celebrado una sesión del consejo de cultura. En ella se había censurado la falta de espiritualidad de la actitud adoptada para con los artistas y la reglamentación administrativa del arte. El eco de esta discusión se dejó sentir también en la sala del proceso. El propio vicemariscal de escritores-críticos tomó la palabra.
–No debemos proceder burocráticamente contra el acusado, sino que debemos penetrar en el meollo del asunto. No cabe duda de que nos hallamos ante un ataque contra los principios a los que, pese a algunos defectos, debemos el brillante auge de nuestra literatura. Pero ¿podemos afirmar que el acusado sea en el fondo un criminal consciente y activo? Tenemos que investigar más a fondo para llegar a las causas y no conformarnos con los efectos. ¿Quién puso al acusado en tan triste posición? ¿Quién fue la causa de su depravación y de su falta básica de conciencia? ¿Cuál fue el ambiente que provocó esta crisis? ¿A quién debemos castigar para evitar en el futuro este tipo de procesos? No, colegas, el acusado no es el principal culpable. Fue sólo un instrumento en manos de la mariquita. Atizado por el odio contra los principios de nuestra nueva jerarquía, este animal ardía en furia al contemplar nuestros logros que debemos precisamente a la absoluta claridad de nuestros criterios y a la perfecta organización de nuestra vida social, y se posó traidoramente en el chacó del acusado para imitar allí el distintivo del mariscal. Para este animal, nuestra jerarquía era un verdadero puñal clavado en el corazón. Castiguemos el brazo pues, y no la ciega espada.
El discurso fue considerado como una victoria contra las raíces del mal. Se rehabilitó al soldado-escritor y se incoó un nuevo proceso, esta vez contra la mariquita.
Un destacamento de críticos enviado al jardín encontró al animal sobre una hoja de lila, tramando sus inodoros planes. Al verse desenmascarado, no opuso resistencia. Su proceso se celebró también en la sala de mármol. Se colocó la mariquita encima de la mesa de caoba y se la cubrió con un vaso de cristal para que no huyera volando. Todos abrieron desmesuradamente los ojos para poder contemplar la motita roja sobre la oscura superficie de la mesa. Impertérrita en su maldad, la acusada guardó hasta el final un silencio sospechoso.
Al día siguiente a la madrugada fue ejecutada, con la ayuda de la última novela en cuatro tomos del mariscal-escritor, publicada en papel couché y muy buen encuadernada. Uno tras otro, se dejaron caer los cuatro tomos sobre la acusada, desde un metro y medio de altura. Probablemente no sufrió mucho.
Pero el soldado-escritor del pantalón color naranja no pudo librarse de que, a pesar de todo, se sospechara su complicidad con la criminal, e incluso que tuviera con ella otro tipo de relaciones, ya que se echó a llorar cuando se enteró de la sentencia, y pidió que dejaran en libertad a la mariquita y la soltaran en el jardín.


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liliputienses

Había una vez un teatro de liliputienses que se presentó bajo el nombre de “Diminuto”. Era una compañía sólida y estable que daba por lo menos cuatro representaciones por semana y se enfrentaba audazmente con los problemas contemporáneos. No es pues de extrañar que un día se viera elevada a la categoría de teatro de liliputienses modélico por el Ministerio de Cultura y obtuviera un nombre nuevo que pronto se popularizó: el “Diminuto Central”. Esto significaba unas condiciones de trabajo mucho más favorables; y todo liliputiense, fuera aficionado o profesional, soñaba con obtener un puesto en este teatro. Pero la compañía estaba completa y contaba con figuras excelentes. Una de sus estrellas más notables era un liliputiense que, por ser el más pequeño, desempeñaba los papeles de galán joven y protagonista. Ganaba mucho dinero, tenía éxito y los críticos teatrales subrayaban repetidamente su magnífica técnica. Una vez hizo el Hamlet de modo tan perfecto que el público, a pesar de que el actor estaba en el escenario, no le vio en absoluto, tan perfecto y excepcionalmente pequeño como era. ¡Social en el contenido y liliputiense en la forma! Si el teatro se sostenía, puede decirse que se lo debía principalmente a él.
Pero un día que se estaba maquillando en su camerino –era antes del estreno de Boreslaw el Audaz, en el que debía representar el papel principal– se dio cuenta de que el espejo no reflejaba la corona de oro que llevaba en la cabeza. Al cabo de un momento, al salir, chocó con la corona contra el dintel de la puerta, de tal manera que se le cayó al suelo, rodando con el mismo ruido metálico que si fuera un cubo para el carbón. Él la recogió y se dirigió al escenario. Cuando después del primer acto volvió al camerino, se agachó instintivamente. El edificio del “Diminuto Central” había sido construido especialmente para la compañía y según sus medidas, con subvenciones, mármol y arcilla artificial que se había traído desde Novosibirsk.
Boreslaw el Audaz se representó varias veces. Nuestro actor se acostumbró a agacharse cada vez que entraba o salía del camerino. Pero un día captó la mirada del viejo peluquero de la compañía, que era también liliputiense, pero no de los más pequeños, y que por eso sólo pertenecía al personal auxiliar; era un hombre amargado y lleno de envidia. Su mirada era observadora y sombría. El actor entró en escena con cierta desazón. Y este sentimiento no le abandonó ya más. Con él se despertaba y con él se dormía, aunque intentara olvidarlo. Hacía como si no se diera cuenta y se defendía secretamente contra la sospecha que empezaba a nacer en él. Pero el transcurso del tiempo no le traía alivio. Al contrario. Por fin, tuvo que agacharse al salir del escenario incluso cuando llevaba la cabeza descubierta. En el pasillo tropezó con el peluquero.
Decidió enfrentarse cara a cara con la verdad. Bastó que se midiera rápidamente detrás de la cortina corrida de su elegante y diminuto camerino para ver lo que ocurría. No cabía dudas: crecía.
Pasó la noche frente a un vaso de grog, como paralizado en su sillón, mirando fijamente la fotografía de su padre, que también era liliputiense. Al día siguiente se hizo rebajar los tacones. Tenía la esperanza de que se tratara de un proceso transitorio y que más tarde podía incluso producirse una regresión. Durante algún tiempo, el haberse rebajado los tacones le permitió disimular. Pero un día que, en presencia del viejo peluquero, abandonó el camerino en actitud voluntariamente altiva, se hizo un chichón en la frente. En los ojos del peluquero brilló el sarcasmo.
¿Por qué crecía? ¿Por qué, después de tantos años, sus hormonas habían despertado de pronto de su letargo? El actor se agarró a una hipótesis. Había oído muchas veces la fórmula propagandística que decía: “Con nuestro orden, los hombres crecen”. ¡Los hombres corrientes, seguramente! Pero ¿también los liliputienses? Por si acaso, dejó de escuchar la radio, no leyó más periódicos, y se abandonó terriblemente por lo que se refiere a la educación ideológica. Se convencía a sí mismo de que era un individuo asocial y, a pesar de la repugnancia que ello le inspiraba por sí mismo, intentó incluso defender el imperialismo. Pero todo ello era artificioso, porque el instinto de clase que había heredado de su padre, liliputiense pobre, no se dejaba desarraigar. Desesperado, iba de un extremo a otro, se arrastraba por los parvularios y bebía verdaderos dedales de aguardiente para mitigar su desgracia. Pero el tiempo despiadado iba añadiendo, lentamente pero sin parar, milímetro tras milímetro a su estatura. ¿Si se habría enterado la compañía? Más de una vez observó como el viejo peluquero cuchicheaba con los demás actores detrás de las bambalinas. Cuando él se acercaba, enmudecían y luego intercambiaban frases triviales. Observaba atentamente los rostros de sus colegas pero no sacaba nada en claro. Por las calles, las ancianas cada día le preguntaban menos: “¿Has perdido a tu mamá, pequeño?” Un día le dijeron por primera vez: “El señor está servido”. Volvió a casa, se echó en un pequeño diván y se quedó inmóvil mirando fijamente al techo. Pero por último tuvo que cambiar de postura, porque se le habían dormido los pies, que le sobresalían del diván, ahora demasiado corto.
Finalmente, ya no le cupo duda acerca de lo que pensaban sus colegas del “Diminuto Central”. Sabían lo que ocurría y tomaban las medidas oportunas. Nuestro actor tenía la impresión de que cada vez eran menos frecuentes las crónicas entusiastas y que incluso escaseaban los comentarios elogiosos. Pero tal vez sólo fuera su febril imaginación la que viera por todas partes miradas de compasión o de sarcasmo. Afortunadamente, la dirección no cambió de actitud respecto a él. Con Boreslaw el Audaz obtuvo bastante éxito, aunque no tanto como con el Hamlet, pero éxito al fin. Sin titubear se le encargó, como siempre, el papel principal de Zawisza el Negro, que debía de estrenarse dentro de poco.
Durante los ensayos sufrió mucho, pero, finalmente, llegó el día del estreno sin que se hubiesen presentado dificultades especiales. Estaba sentado delante del espejo, maquillado y con los ojos cerrados. Al oír la campanilla del director de escena, se levantó y dio con la cabeza contra la lámpara del techo. Se dirigió a la puerta. Casi toda la compañía estaba formando corro en el pasillo iluminado, con el peluquero en medio. Al lado del peluquero estaba el segundo galán joven, también muy dotado, pero al que hasta entonces siempre había ganado por algunos centímetros. Durante unos instantes se miraron a los ojos.
Tuvo que abandonar el teatro. Ejerció varias profesiones según las etapas de su crecimiento. Durante algún tiempo fue comparsa del “Teatro Juvenil”, luego chico de recados, trabajó también de cambiavías, y al llegar a mediana estatura le pusieron en los cruces de tranvía vestido con una pelliza. Pero vivía sobre todo de la venta de los objetos que había adquirido en la época de su esplendor. Finalmente creció un poco más y se paró. ¿Quién sabe si eso le hizo sufrir mucho? ¿Y que debió de sentir? Ya hacía tiempo que su nombre había desaparecido de los carteles y había caído en el olvido. Al final, entró de empleado en una compañía de seguros.
Al cabo de los años, entró un sábado por la tarde en el teatro de liliputienses. Sentado entre el público, se rió sin divertirse demasiado, sin interesarse demasiado, y sin dejar de desenvolver caramelos de menta. Cuando luego en el guardarropa le dieron su largo abrigo azul marino, se dijo, contento porque le esperaba la cena: “Después de todo, son entretenidos estos pequeños”.


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homenaje al héroe

En nuestra ciudad había un monumento al combatiente desconocido de 1905. durante la Revolución, la mano del tirano lo destruyó. Sus conciudadanos erigieron un pequeño túmulo en su honor, y sobre él, cincuenta años más tarde, se colocó un pedestal de piedra y se grabaron las palabras “Fama eterna”. El monumento que se eleva sobre este pedestal representa a un joven rompiendo una cadena. La inauguración del monumento, en el año 1955, fue ocasión de una fiesta solemne. Casi todo el mundo pronunció un discurso. Se le dedicaron muchas flores y muchas coronas.
Algún tiempo después, ocho escolares decidieron rendir homenaje al rebelde. El profesor de historia, que tenía un pico de oro, había sabido emocionarles hasta tal punto durante la clase que inmediatamente después celebraron una asamblea y compraron una corona con su propio dinero. Formaron una pequeña comitiva y se dirigieron hacia el monumento.
En la primera esquina les vio un señor bajito que vestía un gabán azul marino. Los miró atentamente y luego les siguió a cierta distancia.
Cruzaron el Mercado Viejo. Los transeúntes no les prestaban la menor atención. Las manifestaciones son cosa corriente.
Junto al Mercado Viejo hay pocos edificios, la iglesia de San Juan ante Portam Latinam y un par de casas antiguas que ahora sirven de oficinas públicas y museos; casi no vive nadie allí.
Cuando llegaron ante el monumento, el hombre del gabán se acercó rápidamente a ellos.
–Hola –les dijo–, se trata de un pequeño homenaje al héroe, ¿verdad? Muy bonito. Hoy debe de ser el aniversario. Estoy ocupadísimo, no puedo recordar la fecha exacta.
–No –dijo uno de los escolares–, queríamos sólo…
–¿Qué significa eso de “sólo”? –replicó el hombre, levantando la nariz y husmeando.
–Queríamos rendir homenaje a la memoria de un héroe caído en la lucha por la libertad del pueblo.
–Ya entiendo, colegas, seguramente son del comité de distrito.
–No.
El hombre reflexionó un momento.
–¿Tal vez les han hecho este encargo en la escuela?
–No.
El hombre se fue. En el preciso momento en que iban a colocar la corona, gritó uno de ellos.
–Por allí vuelve.
En efecto, el hombre del gabán volvió donde estaban los muchachos. Se detuvo a algunos pasos de distancia y preguntó:
–¿Quizás estamos en el mes de la intensificación del homenaje al revolucionario desconocido?
–No –gritaron a coro todos los escolares–. Ha sido idea nuestra.
El hombre se marchó otra vez. Los muchachos colocaron la corona y se disponían ya a irse también cuando el desconocido volvió acompañado de un miliciano.
–¡Documentos, por favor! –dijo el miliciano.
Le mostraron sus carnets de estudiante. El miliciano los inspeccionó uno por uno, luego se cuadró y dijo:
–Conforme.
–Nada de conforme –exclamó el hombre del gabán, y dirigiéndose a los escolares, preguntó:
–¿Quién les ha ordenado que colocaran esta corona?
–Nadie.
El hombre enrojeció de excitación.
–De manera que lo confiesan. ¿Ustedes mismos declaran haber llevado la presente manifestación en honor del revolucionario desconocido sin que se los haya ordenado la dirección de la escuela, ni la agrupación juvenil, ni el comité del distrito, ni el comité municipal, ni el comité comarcal?
–Naturalmente.
–¿Qué el presente homenaje no deriva de una iniciativa de la liga de mujeres ni de la sociedad de amigos del año 1905?
–No.
–¿Qué no se trata de ninguna efeméride, de ningún mes conmemorativo, ni de nada por el estilo?
–No.
–¿…que ni siquiera pueden presentar una circular? Que ustedes mismos…
–Sí.
Se pasó el pañuelo por la frente.
–Sargento, usted sabe quien soy; llévese inmediatamente la corona. Y ustedes, rompan filas.
Los muchachos se marcharon sin protestar. El miliciano les siguió con la corona. Junto al monumento sólo quedó el funcionario del gabán azul marino. Inspeccionó recelosamente la estatua y miró a su alrededor. Al poco rato empezó a llover. Las gotitas caían sobre el gabán azul marino del funcionario y sobre la blusa metálica del héroe. El cielo oscureció. Las gotas plateadas se escurrían lentamente por la cabeza de la estatua, se balanceaban en las orejas pétreas como pendientes, brillaban en las órbitas de granito.
Y así se quedaron, uno frente al otro.


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revisión militar

En la gran sala de claras ventanas había, frente a la puerta, una mesa larga y estrecha, detrás de la cual se hallaba sentada la comisión encargada de llevar a cabo la revisión militar. Sentado en el centro estaba el presidente, que tenía el grado de capitán; a su derecha e izquierda, dos tenientes y, en los extremos, inclinados sobre los registros, unos suboficiales. Aparte, junto a la báscula, estaban unos médicos con sendos estetoscopios.
Se abrió la puerta y apareció el recluta siguiente, un muchacho de complexión robusta cuyo cuerpo estaba cubierto totalmente con un tupido tatuaje. Se acercó a la mesa y se cuadró ante el presidente, tal como mandaban las ordenanzas.
Todas las miradas se dirigieron a los dibujos que le cubrían los brazos, el pecho e incluso el vientre y las piernas hasta los tobillos. No eran, sin embargo, figuras femeninas como esperaban los oficiales, sedientos de feminidad a causa de la dura vida que llevaban, sino representaciones muy precisas, aunque complicadas, de talleres, con manos que empujaban hoces y martillos, e incluso representaciones de grupos cuya sorprendente abundancia de detalles, de momento, desorientaba.
–¿Qué es eso? –preguntó el presidente.
El muchacho se puso firme y al hacerlo apareció en su tórax el panorama de una gran industria.
–A la derecha, la agricultura e industrias agrarias; encima del diafragma, la industria pesada; a lo largo del diafragma la vida social y el mundo de la ciencia; entre el esternón y las clavículas el comercio y la industria ligera; en las piernas, el deporte y el esparcimiento –exclamó el mozo con orgullo apenas disimulado.
–Está bien –dijo el presidente, ocultando con dificultad su asombro.
Frunció la frente, se rascó la nuca y se quedó pensativo:
–Y ¿dónde están los cursos nocturnos para adultos y, en general, la educación? Porque la educación es algo muy importante y uno de nuestros mayores logros –añadió en tono severo.
–Aquí, debajo del brazo.
–A ver, acérquese. No lo veo. ¿Qué tiene aquí? ¿Qué representa eso?
–Activistas del trabajo que después de su turno juegan al ping-pong –contestó el mozo–. Tal vez no lo vea usted bien, mi capitán, porque tiene que ser muy pequeño, de lo contrario no cabría.
Detrás de la mesa, el ambiente se animó. Los miembros de la comisión se comunicaban sus observaciones en voz baja. Con su desarrollada conciencia social, con su patriotismo, manifiesto en todo su cuerpo, el joven había despertado la simpatía de todos. Estaba ante la comisión en posición de descanso y, al ver que había causado buena impresión, se atrevió a hacer una propuesta:
–Si me permite, mi capitán, puedo enseñarles todavía otra cosa.
El presidente dio su conformidad. En cuanto obtuvo el permiso, el joven cambió de posición, se llenó los pulmones de aire, y empezó a realizar un juego misteriosos con sus músculos, gracias al cual las distintas figuras e incluso los grupos enteros se pusieron en movimiento como si estuvieran vivos. Con el movimiento de la musculatura del diafragma apareció ante los ojos de la comisión una maestra de parvulario que llevaba a pasear a un grupo de niños. Sacando un admirable partido de todas las partes flexibles de su bien entrenado cuerpo, el mozo lograba una gran expresión y realismo. Al doblar, por ejemplo, su antebrazo derecho, al tensar y relajar el bíceps y el tríceps, ponía en movimiento una escena que mostraba a los campesinos llevando el trigo a los almacenes del Estado. Los oficiales apenas podían disimular su admiración ante tanta perspicacia y tantos conocimientos. Nadie dudaba de que el mozo, gracias a la lealtad que respiraba por todos los poros de su robusto cuerpo, sería un soldado que daría plena satisfacción al Estado.
–¿Y detrás? ¿Lleva también algo? –preguntó el capitán, con la esperanza de que habría allí tanto que ver como delante.
–Ya lo creo –contestó el muchacho y, obediente, se volvió de espaldas a la comisión.
Automáticamente, todos los presentes se pusieron de pie, se cuadraron, y en su mirada brillaron el respeto y la sumisión más rendida, mientras saludaban en silencio.


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mi lucha

Cuando salí por la mañana a buscar la leche, vi que en la calle, frente a mi puerta, había una barricada. Hacía poco que la habían levantado, porque cuando me levanté a eso de las cuatro aún no vi nada. “¡Que sorpresa!”, pensé, “lo mejor será no volverse a acostar.”
La barricada estaba formada, como de costumbre, por los más diversos objetos. Constituía su centro un enorme armario de madera de acacia, cubierto con una tapadera de hojalata. Los tomates que solían ponerse a madurar encima del armario estaban esparcidos por allí. Cuando yo me acerqué, los hombres que estaban construyendo aquella obra de defensa se hallaban en plena discusión.
–¡Caramba! –exclamaba un individuo alto y moreno que me pareció ser el comandante–. Ya es hora de que digas claramente y de una vez si estás dispuesto o no a morir por la causa.
El interpelado, un hombre pequeñito, apoyado sobre una larga escopeta, se hurgaba los dientes con un palillo, para ganar tiempo.
–Si no quieres, nadie te obliga –gritó el alto–. Cada cual tiene derecho a hacerse la cama en que quiere dormir.
–Está bien –dijo el pequeño–. ¿Dónde tengo que colocarme?
El comandante le asignó un sitio. Yo me sentí preso de envidia. Ya hacía tiempo que me sentía revolucionario. Siempre me he rebelado interiormente contra lo gris, contra el ritmo de una vida cotidiana sin perspectivas. Todas las mañanas, salir por la leche, luego dejarla agriar, y luego limpia que limpia los potes. Quería luchar. Por otra parte, en aquel momento estaba sin colocación.
–A mi también me gustaría luchar –dije dirigiéndome al comandante–. Luchar a vida o muerte –añadí intencionadamente.
El comandante me midió con la mirada.
–¿Intelectual? –preguntó sin rodeos.
–Sí. Pero no se puede decir que lea gran cosa –contesté.
–También necesitamos representantes de la inteligencia –me interrumpió el comandante–. Póngase aquí.
Me indicó un sitio en la barricada.
–Aunque no sepa disparar, tiene una cabeza dura en la que se quedarán clavadas las balas de los traidores. Pero no se asuste, porque no tienen mucha pólvora que gastar, ya que se la roban los proveedores y oficiales. También puede dejar aquí su lechera.
Cumpliendo la orden, me eché en el lugar indicado detrás de la barricada. A mi derecha se levantaban las puertas del armario. Con las piernas empujé un oso de trapo. Prometía ser un día muy hermoso.
En la barricada seguía habiendo movimiento. Satisfecho porque me habían dado una misión, contemplaba a mis compañeros de lucha, uno tras otro, y observaba luego las casas de los alrededores. En el lado derecho, colgando de una ventana del segundo piso, había una bandera blanca. La patrulla que el comandante envió allí regresó diciendo que el que había izado la bandera era un daltónico. Inmediatamente se inició una investigación.
El sol se elevaba cada vez más. Por la puerta de la casa asomó mi amigo, el portero. Yo le saludé disimuladamente. El portero tenía aspecto serio y preocupado. Yo hubiera querido pedirle que fuera arriba a buscarme un almohadón, porque la arista del armario me apretaba la cabeza. Pero por miedo al alto mando que quizás no lo habría visto con buenos ojos, cambié de opinión en el último momento, y me limité a preguntarle que pensaba de todo aquello.
–¡Magnífico! –exclamó prudentemente el portero. Al cabo de un rato añadió: –¿Quién limpiará luego todo eso?
Entonces llegó un carro de verduras, que debía dirigirse al mercado del centro de la ciudad. Vi que el comandante hablaba brevemente con el campesino. Éste se detuvo inmediatamente y poco después, las cestas de patatas, coles, remolachas y coliflores fueron a engrosar nuestra barricada. Con ello creció más de media vara.
Apenas hubimos arreglado las verduras, apareció en la esquina un desfile: los niños de una escuela, capitaneados por la maestra. Cada niño llevaba una muñeca, un oso de trapo o un pato de madera. Formaron en fila de a dos y pasaron lista. Luego la maestra saludó y comunicó al comandante que la escuela quería participar en la lucha común y fortalecer nuestra barricada con los juguetes que traía. El comandante aceptó la oferta, pasó revista a la escuela y preguntó a los niños si ya habían aprendido las reglas de la lucha cuerpo a cuerpo. Luego el batallón de niños se retiró, pisando fuerte, y con las muñecas y osos se construyó nuestra ala derecha.
–Que lo intenten –exclamó un viejo luchador pensando en el enemigo, mientras se esponjaba el bigote con aire amenazador–. Levántate y ayúdame a correr el armario.
El armario era más pesado de lo que cabía esperar. Cuando hubimos terminado, el viejo lió un cigarrillo y me ofreció también uno a mí. Pero tuvimos que apagarlos inmediatamente, porque acababan de llegar los pergaminos del archivo y del museo histórico y al cabo de poco trajeron también los libros de la Academia de Ciencias. El ala izquierda construida con ellos parecía ahora inexpugnable. El enemigo podía llegar de un momento a otro.
Todavía no eran las nueve y nuestra barricada llegaba ya al primer piso. A cada momento llegaban nuevos acarreos de material de construcción. Con colchones del hospital vecino construimos un parapeto magnífico en el lado por donde podía atacar el enemigo. Yo estaba echado casi cómodamente y tenía una visibilidad cada vez mejor. El comandante parecía muy satisfecho. Una de las veces que pasó junto a mí, se detuvo.
–Está bien –dijo después de examinar mi posición–. Estos bárbaros son capaces de disparar contra usted.
–¡Canallas! –repliqué yo, lleno de convicción.
–¡Bribones! –añadió el comandante, y yo me sentí reconfortado por el calor de la hermandad de armas–. Son capaces de todo.
El comandante volvió a sus obligaciones. Pero yo me sentía tan orgulloso que deseché definitivamente por indigna la idea del almohadón. Por otro lado, los colchones del hospital tampoco estaban del todo mal.
El aspecto de la barricada era cada vez más heterogéneo. La asociación de inválidos había enviado sus prótesis. Como habían sido colocadas en el centro entre sacos de arena, tenían un aspecto imponente. Yo me eché boca arriba y contemplé el cielo. Desde hacía algún tiempo no tenía ya a nadie con quién poder hablar, porque el viejo se había marchado con una parte de la dotación para ir a requisar mantas. Poco rato después, nuestra imponente montaña, de la que nos sentíamos tan orgullosos, creció aún más, gracias a un montón de edredones y mantas. A mi sector, desgraciadamente, le tocaron unas máquinas de coser, que a mi, debo confesarlo, me deprimieron de un modo atroz. Pero me dije que se trataba de un imperativo estratégico. Supongamos, pensé, que el enemigo se precipita precisamente contra mi sector esperando encontrar edredones. Pero que, con gran sorpresa por su parte, tropieza con unas máquinas de coser que le cierran el paso. ¡Qué desconcierto no espera entonces a sus generales y, al final, qué derrota!
Según las últimas informaciones, el enemigo debía presentarse hacia mediodía. Yo no me aburría, porque desde mi puesto –que, como ya he dicho antes, estaba arriba de todo– podía ver en las habitaciones del tercer piso. A causa del calor que aumentaba a cada momento, las ventanas estaban abiertas. En cada cuarto faltaba ya algo. En el número 16, en la habitación contigua al canalón, había dos mancos jugando ajedrez. Estaban sentados en el suelo, porque todos los muebles habían sido trasladados a nuestra barricada. Uno de los jugadores, que por lo visto era un partidario secreto del enemigo, me sacó la lengua. Yo se lo comuniqué al viejo luchador, que inmediatamente envió una patrulla al piso. El tablero de ajedrez fue echado a la barricada y vi con satisfacción que los mancos se quedaban sin saber qué hacer. Intentaron cazar moscas y luego se pusieron tontamente a jugar a los escondidos.
¡Qué lejos alcanzaba ya mi vista! Ante mí se extendía la calle, que terminaba en un jardincito donde había algunos bancos. Por allí debía venir el enemigo. A mi derecha e izquierda había desagües, de cuyo interior –¡que sentimiento tan satisfactorio de libertad!– pude sacar pedazos de teja, barro, e incluso un gorrión muerto. Más allá había tejados y chimeneas, metálicos abortos de extractores que giraban al viento, antenas y, más lejos todavía, los tejados de los campanarios. Si miraba atrás, veía al pie de la enorme y abrupta ladera formada por los objetos, el hormiguero de una infinidad de ciudadanos que aportaban a la barricada, empujando o tirando, todo cuanto poseía la ciudad: muebles y flores, arena y lámparas, fragmentos de un tiovivo, hierros, cartón, barnices, botes de conserva, libros, fotografías, ropa interior y discos fonográficos. Al ver aquello se le desgarraba a uno el corazón y casi había que desear que el enemigo llegara pronto para ser derrotado en nuestra poderosa barricada. A veces me torturaba la idea de que el enemigo ni siquiera se dejaría ver, pero me guardaba muy bien de decirlo para no ser castigado por derrotista. Tal vez se me ocurrieron estas ideas bajo la influencia del hambre que se manifestó, primero tímidamente y luego con una insistencia cada vez mayor. De vez en cuando trataba también de imaginarme dónde debía de estar en aquel momento mi lechera. Me consolaba la idea de que el plan de la dirección le había asignado exactamente el lugar que le correspondía, el lugar donde podría prestar sus servicios más eficazmente hasta el final.
El sol de la tarde, el incesante, aunque lejano, ruido que me llegaba desde el fondo de la calle, todo eso me daba sueño en mi avanzado puesto, y más de una vez me quedé sumido en una dulce somnolencia. Me parecía que la batalla ya había terminado, que mi lechera estaba alineada en la formación y que, por su valiente comportamiento, le daban una condecoración, que relucía sobre su pecho de esmalte azul. Luego la vi colocada encima del hornillo de gas, y la leche blanquísima de su interior se calentaba lentamente, exhalando un agradable olor. Unos golpes dolorosos en la oreja y la nariz me despertaron. Convencido de que el enemigo ya había llegado, me incorporé. Pero eran sólo los mancos que, con un tubo de cristal, me echaban guisantes. No vi al viejo luchador, pero en el fondo me alegré de que incluso los guisantes disparados contra mí por maldad y sed de venganza contribuyeran al refuerzo de nuestra barricada.
Deseaba de todo corazón que el enemigo llegara antes de las cinco de la tarde o, a lo sumo, a las cinco y media. Entre tanto se averiguó porque pesaba tanto el armario. Un anciano se había escondido en él, para no tener que participar en la construcción de la barricada. Declaró que ya había combatido en tres guerras y que le dolían los pies. Yo tampoco me encontraba demasiado bien, porque había estado todo el día al sol. Luego oí que, detrás de mí, el hombre de la larga escopeta despotricaba.
–Yo lo dejo –exclamaba–. Me habían prometido que moriría por la causa. Ya empieza a ser hora, fíjense en el reloj. Tienen que reconocer que esta falta de puntualidad es imperdonable.
–No seas tan impaciente –le dijo el viejo para consolarle–. Todo lo quieres a la vez. Mírame a mí. Soy un viejo luchador y todavía no lo he conseguido. Por otra parte, no ha sido culpa mía, sino del enemigo.
–A mí eso no me importa –refunfuñó el de la escopeta como si fuera un niño.
Se acercó el comandante y les preguntó en tono severo:
–¿Qué pasa aquí? ¿No tienen confianza en mí? Les doy palabra de que el enemigo vendrá, aunque tuviera yo mismo que atacar la barricada. ¡A las armas!
–Bueno, si es así… –murmuró el cascarrabias.
Entonces se me acercó el anciano.
–Me duele la cabeza –dijo de mal humor–. ¿Tienes idea de dónde están las pastillas contra el dolor de cabeza?
–Las pastillas deben de estar en algún sitio cerca de las máquinas de coser –contesté–. En el segundo piso, más o menos, debajo de las mezcladoras de cemento.
El movimiento al pie de la barricada casi había cesado. Sólo muy de tarde en tarde la gente entregaba objetos que al principio habían escondido: grabados, momias, tinturas y cosas por el estilo. Yo tenía sed.
Empezaba a anochecer. La ciudad iba a quedar sin luz. Las bombillas se hallaban, según creía recordar, en el centro de la barricada.
Era ya noche cerrada cuando yo, con mucho cuidado y buscando apoyo con manos y pies en todos los objetos sobresalientes, bajé de mi posta. De pronto me encontré frente al viejo que intentaba sacar algo que estaba metido entre las máquinas de coser y las mezcladoras de cemento. No nos dijimos ni media palabra. Algo más abajo vi al comandante que estaba probándose sombreros.
Tuve que andar buscando mucho rato. Pasaba la maroma, saltaba y flotaba por allí. Por momentos penetraba en lo más profundo de la barricada, e intentaba meterme por donde las distintas capas no estaban muy apretadas. Luego volvía al exterior, saltando de promontorio en promontorio, y tratando de distinguir por el sabor, el gusto y el tacto, la porcelana de la baquelita, el lino de la lana, el tejido de mimbre del de palma, el cobre del hierro. Pasé junto a miles de superficies y olores, rugosidades y formas, hasta que, finalmente, a la luz de la luna que se levantaba, vi brillar el azul tan conocido del hierro esmaltado.
Tiré de él con todas mis fuerzas. De momento, oí en el interior de la barricada un gran estruendo, y luego un ruido como el que hace la arena cuando se desmorona en gran cantidad desde lo alto de una duna.
Con mi lechera, corrí a refugiarme en una calle transversal, lo más aprisa que pude. Inmediatamente después, la barricada se hundió.




replay

jack kerouac
(massachussets, 1922 – 1969)



poema rosa

Preferiría ser delgado a ser famoso
No quiero ser gordo,
Y una mujer me lanza fuera de la cama
Diciéndome Gordo, & cada vez
que me agacho
para recoger
mis suspensorios
del suelo
de davenport hago estallar
altos grandes gruñidos
y disgusto
a todos
en el familio
Preferiría ser delgado a ser famoso
Pero soy gordo

Pon eso en tu Broadway Show


●●●


himno

Y cuando me mostraste el puente de Brooklyn
en la mañana,
Ah, Dios,
Y la gente resbalando sobre el hielo en la calle,
dos veces,
dos veces,
dos gentes distintas
vinieron, yendo a trabajar,
tan dispuestas y tratables
aferrando su lamentable
Daily News de la mañana
resbalan en el hielo & caen
ambos dentro de cinco minutos
y yo lloré y lloré
Ahí fue cuando me enseñaste lágrimas, Ah
Dios en la mañana,
Ah Ti
Y yo apoyado en el poste de alumbrado secando
ojos,
ojos,
nadie sabe que lloré
o de todas formas no les importaría
pero O vi a mi padre
y a la madre de mi abuelo
y las largas hileras de sillas
y sentados lagrimeantes y muertos,
Ah yo, sabía que Dios Tú
tenía mejores planes que esos
Así que cualquier plan que tengas para mí
Divisor de majestad
Hazlo corto
breve
Hazlo rápido
llévame a casa con la Madre Eterna
hoy
A tu servicio de todas formas,
(y hasta)


●●●


poema

Demando que la raza humana
Cese de multiplicar su especie
y se retire
Lo aconsejo
Y como castigo & recompensa
por hacer esta petición sé
que seré renacido
como el último humano
Todos los demás muertos y yo
soy una anciana vagando por la tierra
gimiendo en cuevas
durmiendo sobre alfombras

Y a veces me quejaré, otras veces
rezaré, a veces lloraré, comeré & cocinaré
con mi pequeño horno
en la esquina
“Igual siempre lo supe,”
diré
Y una mañana no me levantaré de mi alfombra


●●●


autostopista

“Tratando de llegar a la soleada California”–
Boom. Es la terrible capa de agua
haciéndome parecer un autoderrotado auto-
asesino gangster imaginario, un idiota en
una lamentable capa, como pueden entender
mis maletas mojadas –mis maletas de barro–
“Mira John, un autostopista”
“Parece tener un arma debajo
de esa capa del I.R.A.”
“Mira Fred, ese hombre en el camino”
“Algún demonio sexual llegó a imprenta en 1938
en Sex Magazine”–
“Hallaste su cadáver azul en una
edición en sombras verdes, con coágulos de hacha”


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poema para el doctor sax

En sus años de declive Doctor Sax era un viejo vago viviendo en habitaciones
de hotel de Basureros en el área llagada de SF cerca de Calle
Tercera– Era un viejo genio de cabello loco ahora con pelos
saliéndosele por la nariz y, como los pelos saliendo de
la nariz de Aristidamis Kaldis el pintor, y tenía
cejas crecidas una pulgada, como las cejas
de Daisetz Suzuki el Maestro Zen de quien
ha sido dicho, del cual, cejas como esas
se demoran toda una vida para crecer tan largas &
por lo tanto, recuerdan el arbusto del
Dharma el cual una vez enraizado
es muy fuerte como para
ser arrancado por mano
o por caballo–

Que esa sea una lección para todas ustedes jóvenes
chicas sacándose las cejas & ustedes
(también) jóvenes cantores del coro masturbándose
tras la hebilla del marechal
en la Catedral
de San Pablo
(& llamando a casa con Madre
“Mater Mía, estaré en hogar
para Pascuas”)

Dr Sax el supremo conocedor de
Pascuas estaba ahora reducido a penuria
& miraba a ventanas Manchadas de cristal
en viejas iglesias –sus 2 únicos
últimos amigos en esta vida, esta imposiblemente
vida dura sin importar las condiciones bajo
las cuales aparece, eran Bela
Lugosi & Boris Karloff, quienes lo visitaban
anualmente en su habitación en la Calle Tercera
& cortaban a través de las nieblas de la tarde con
sus cabezas gachas mientras las campanas de San Simón
entonaban un “Kathleen” rompecorazones a través
de los techos de viejos hoteles donde viejos similares
como Doctor Sax se sentaban con cabezas dobladas
en camas de aflicción con cuentas de rosario entre
sus pies, Oh lamentándose, hogares para
pichones perdidos o la inmemorial paloma
blanca del tiempo
de las rosas
de los no nacidos
bendición sorprendida–

Y allí se sentaban en la pequeña
habitación, Sax en el borde de la cama con una
botella de Tokay pudreentrañas en su mano, Bela
en el viejo sillón, Boris parado junto al
fregadero, & suspira-------
& entonces Sax siempre diría

“Por favor hagan el monstruo para mi” & por supuesto
los viejos actores, que lo querían profundamente & iban a
verlo por tierno sentimentalismo humano no
razones monstruosas protestaban pero él siempre
se emborrachaba & lloraba así que Boris primero tenía que
levantarse & extender sus brazos hacer
¡Frankenstein va al Reino Unido! Entonces Bela
se pararía & capa sobre el brazo & miraría de reojo &
se acercaría a Sax, que chillaba


●●●


soledad mexicana

Y soy un extraño sin felicidad
caminando las calles de México
recordando–
Mis amigos, se me han muerto,
mis amantes desaparecieron,
mis putas fueron proscritas,
mi cama apedreada y sacudida
por los terremotos –y no tengo
hierba santa para volarme a la luz
de las velas y soñar –humo de autobuses
solo eso, tormentas de polvo, y las mucamas
que me espían furtivamente a través de un agujero
en la puerta, taladrado secretamente para observar
las almohadas con que hacen el amor los masturbadores.
Yo soy la gárgola
de Nuestra Señora
soñando en el espacio
sueños grises –brumosos–
Mi rostro apunta hacia Napoleón
–no tengo forma–
La libreta en la que anota las direcciones postales
está plagada de “Que en paz descanse”
No creo en el valor del vacío,
me siento cómodo sin honor–
Mi único amigo es un viejo marica
que no posee una máquina de escribir
Que, si fuera mi amigo,
intentaría sodomizarme.
Queda algo de mayonesa,
una no deseada botella de aceite,
campesinos lavando el tragaluz,
un loco con quien comparto el mismo cielorraso
hace gárgaras en el baño contiguo
unas cien veces por día–
Si me emborracho tengo sed
–si camino mi pie se rompe–
–si sonrío mi máscara es una farsa–
–si lloro sólo soy un niño–
–si recuerdo miento–
–si escribo, ya todo fue escrito–
–si muero, la muerte llega a su fin–
–si vivo, la muerte recién comienza–
–si espero, la espera es más prolongada–
–si parto, la partida ya no existe–
Si me duermo la dicha suprema es pesada
la dicha pesa sobre mis párpados–
–si voy a cines baratos me comen las chinches
No tengo dinero para cines lujosos
–Si no hago nada
nada lo hace


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corriendo a través (poema-canción chino)

Oh, sí
Yo
en el día de hoy
triste como Chu Yuan
me dirigí a los tumbos al mercado
en la ardiente mañana de octubre
en la Florida
puteando por mi vino, transpirando
lluvias de sudor, y llegué a mi silla
débil y temblequeante
preguntándome si finalmente no sería esta la locura
–Oh Chuan
¡No!
Suicidio ¡No! ¡Vino por favor!
Qué haremos todos nosotros
que sabemos que estamos muriendo
qué haremos sin la guía del vino
cómo le haremos guiños a la muerte
y a la vida también–
Mi corazón les pertenece
a los poetas chinos
y a sus pergaminos
No podemos morirnos simplemente
–Los hombres necesitan
por lo menos
poesía y vino
O Mao, el poeta Mao,
no el jefe Mao
aquí en América
se rien del vino
y la poesía es un chiste
–La muerte es un recordatorio sombrío
para todos aquellos que ya están muertos
aquellos que chocan sus autos a nuestro alrededor
aquí–
Aquí los hombres y las mujeres
fruncen el ceño fríamente
ante la triste intención del poeta
que desea transformar todo lo que acontece
en algo mucho menos importante.
Yo un poeta
sufro incluso
cuando encuentro un insecto
patas arriba en el pasto.
Por lo tanto bebo vino
en soledad.
Tiemblo cuando pienso
que los astronautas
muertos
viajan hacia una luna muerta
sin vino.
En esta tierra de pesadillas se ríen
de nuestros mejores hombres
y los periódicos exaltan la virtud propia.
En todo el mundo
la izquierda y la derecha
El Este y el Oeste, muestran sus vicios.
El gran bebedor de vino
el feliz bebedor
ha desaparecido.
Quiero que reaparezca.
Si la China moderna también
hace gala de sus virtudes
sus razones
no son mejores
que las de América.
Nadie tiene respeto por el gato
que duerme, yo soy un hombre
desesperadamente inadecuado
en este poema
Nadie tiene respeto
por el irresponsable ególatra
inválido de vino
Todos desean estar atados
dentro de un inútil traje espacial
que no les permite moverse
Te intimo, China,
regresa a Li Po
y
Tao Yuan Ming
¿De qué estoy hablando?
No lo sé,
hoy estoy enfermo.
No dormí en toda la noche
Caminé tambaleante en el parque
para conseguir vino, ahora lo estoy bebiendo,
me siento mejor y peor.
Tengo algo que decirle a Mao
Y a los poetas de China
algo que no quiere salir.
Se trata del modo en que América
ignora la poesía y el vino
como lo hace China,
y yo soy un tonto
sin río y sin bote
y sin un traje floreado.
Sin vinerías en el amanecer–
no tengo respeto por mi propio ser.
–No poseo la verdad–
Pero soy un mejor hombre
que todos ustedes.
Eso es
lo que
yo
quería decir





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Raúl Flores Iriarte , “33 y 1/tercio, No. 8.,” Digital Entanglements, accessed April 24, 2024, https://digitalcuba.omeka.net/items/show/28.

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