Cacharro(s), expediente 5

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Title

Cacharro(s), expediente 5

Subject

revista literaria digital

Creator

jorge alberto aguiar díaz,
rebeca duarte

Date

marzo-mayo 2004

Contributor

Lizabel Mónica

Format

Pdf

Language

Spanish, Español, SPA

Type

revista, magazine

Coverage

Cuba

Text Item Type Metadata

Text

expediente(s)5
marzo-mayo04


dirección web
De Cacharro(s)


S U M A R I O
Contacto(s)


AGRADECIMIENTOS



Acerca de este número

cacharro(s), la habana, marzo-mayo 2004, expediente 5
coordinadores: jorge alberto aguiar díaz y rebeca duarte
si algún lector o institución desea colaborar con ayuda material, financiera, o moral, para la
revista cacharro(s), o el proyecto cer0 editores, por favor, contáctenos a:
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dirección postal: escobar 354, esquina a san miguel, C. P. 10200. centro habana, cuba
los textos que aparecen en esta revista son propiedad exclusiva de sus autores o de las fuentes citadas. cualquier
reproducción debe indicar la fuente. cacharro(s) es una revista sin fines de lucro.
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agradecimientos:
AnitaJiménez,CarlosAlbertoAguilera,OlgaEspinosaVal
,PedroMarquésDeArmas,JorgeCarpio,ElenaV.Molina,
NailéPupoPiñeiro,RaúlFloresIriarte,MichelEncinosaFú
,RaúlLlerena,JorgeEnriqueLage,OrlandoLuisPardo,Du
anelDíaz,JuanCarlosFlores,RogelioSaunders,Francisco
Morán,SandraVigil,ÁlvaroModigliani,CarmenFernánde
z,AndrésAjens,LorenzoGarcíaVega,CarlosM.Luis,José
Kozer,NéstorDíazDeVillegas,WitoldGombrowicz.
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Acerca de este número:
Cacharro(s) regresa después de diez meses de ausencia.
Los doctores insisten en nuestra “reclusión‖ en un hospital siquiátrico, pero nosotros nos
oponemos porque allí se estila la cura de caballos, y no estamos para jueguitos.
No importa si el proyecto ya no cuenta con tantos nombres. La gente entra y sale, viene y va. De
todas formas cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos.
A partir del número actual, el cacharrón “verá la luz” cada tres meses.
Cer0 Editores, proyecto de editiorial y biblioteca virtuales, creado en diciembre de 2003, comenzará
ya a circular por la vía del correo electrónico, con el libro Taller del desmontaje de Lorenzo García Vega, y
un poemario inédito de José Kózer.
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dirección web:
http://www.cubaunderground.com/cacharro/cacharro.htm
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KCHO DEGAS LAS BALSAS DEL PINTOR ALEXIS LEYVA:
de cómo la falsa conciencia del mayoral se introduce en el discurso del esclavo
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texto cedido por su autor a cacharro(s)
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L O S S I E R V O S
revista ciclón, no.6, vol I, noviembre 1955
PERSONAJES POR ORDEN DE APARICIÓN:
Orloff . . . . Primer Ministro
Fiodor . . . Secretario del Partido
Kirianin . . . General del Ejército
Nikita . . . . Filósofo del Partido y Siervo
Stepachenko . . Espía
Adamov . . . Señor encubierto
Kolia . . . . Obrero
Un oficial
ACTO ÚNICO
CUADRO PRIMERO
Decorado:
Un despacho. Óleo de Lenin al fondo. A la izquierda, óleo de Stalin. A la derecha, gran mapamundi. Debajo
del cuadro de Lenin, mesa de trabajo. Al centro de la escena, cuatro butacas de cuero rojo. Junto a una de
las butacas, una lámpara de pie, encendida. Orloff, Kirianin y Fiodor están sentados en las butacas.
Escena Primera.
Orloff, Kirianin y Fiodor.
Orloff: Acá entre nosotros, confesemos, camaradas, que Nikita es un maestro. ¡Declararse siervo a estas
alturas! Tal cosa no es posible, y sin embargo...
Fiodor: Puede ser una conspiración.
Kirianin: Imposible, camarada. El miedo te hace ver fantasmas. Toda la tierra y todos los hombres están
comunizados. (Pausa.) Parece que el camarada olvida el triunfo de la revolución mundial. ¡Y en toda la
línea!
Orloff: Camarada Kirianin, no perdamos el tiempo relatando lo que ha hecho el comunismo en un siglo.
Discutamos sobre las medidas a tomar con el camarada Nikita.
Kirianin: ¡Nikita! ¡Nikita! De Nikita a nikitismo sólo hay un paso. Y entonces... ¡la debacle!
Fiodor: Pues bien, ese es el paso que Nikita no debe dar. Parémosle en seco.
Kirianin: Muy fácil decirlo, pero... hacerlo. (Pausa.) Camarada Orloff, propongo la desaparición del
camarada Nikita.
Orloff: Nada de desapariciones por ahora. Los mártires son peligrosos. Que Nikita siga viviendo ignorado.
Kirianin: Todo esto me sorprende en Nikita. Es el filósofo oficial del Partido. Ahí están sus libros: cuarenta
tomos escritos martillando sobre el igualamiento del género humano, y todo eso para declararse siervo de
la noche a la mañana. (Pausa.) Sin duda, hay algo podrido en Nikita.
Orloff: Cuando un hombre se convierte en acción no puede hacer otra cosa que actuar. Si Nikita luchó para
subir, ahora tiene que luchar para bajar.
Kirianin: Eso es lo que vamos a impedir que haga. Si el Partido ha subido hasta su punto más alto, si de
ahí en adelante no hay más altura, no veo por qué tengamos que empezar el descenso. (Pausa.) Si Nikita
quiere bajar, que baje las escaleras de su casa...
Orloff: El momento es bien grave para gastar bromas. (Pausa.) No olviden ustedes que Nikita ha lanzado
un manifiesto preconizando el servilismo, declarándose siervo y pidiendo entrar al servicio de un señor.
Kirianin: Pero ni en Rusia ni en todo el planeta quedan señores.
Fiodor: Eso quisiera saber: ¿siervo de qué señor?
Orloff: Nada de esto tiene importancia. Lo esencial es que Nikita se ha declarado siervo. (Pausa.) Y esa
declaración ha sido publicada en Pravda por el propio Nikita. ¡Qué descaro!
Fiodor: ¿Y cuál ha sido la reacción de las masas?
Orloff: Bien, para decir verdad no han reaccionado en ningún sentido. Cuando se ha llegado a la cima del
mejor de los mundos, es difícil reaccionar. (Pausa.) Las masas han leído el manifiesto sin leerlo.
Kirianin: Entonces no veo la razón de esta conferencia. He suspendido mi cacería. (Se levanta.) Creo que
estoy a tiempo todavía...
Orloff: (Haciéndole sentar de nuevo.) Me extraña, camarada Kirianin, tanta ligereza. Si es cierto que las
masas, ebrias de felicidad, leen sin leer, no es menos cierto que Nikita pueda empeñarse en hacer que las
masas lean leyendo.
Fiodor: ¡Formidable! Así empezó el Partido y así puede acabar el Partido. (Pausa.) Sin duda, el momento es
grave.
Kirianin: Podríamos reeducar a Nikita.
Orloff: ¡Cuándo se ha visto que un comunista pueda ser reeducado!
Kirianin: Nikita es comunista, Nikita se declara siervo. Nikita se reeduca, por tanto, un comunista puede
ser reeducado.
Fiodor: Eso es precisamente el clavo ardiente en este asunto. Teóricamente, un comunista no puede
descomunizarse. Digo teóricamente pensando en los viejos tiempos del capitalismo. En esos tiempos, un
comunista débilmente comunizado, podía pasarse al campo capitalista. Pero camaradas, ¡hoy! Hoy los
cientos de millones del planeta Tierra son todos comunistas. Si no hay capitalismo, si sólo hay comunismo,
¿a qué campo pretende pasarse Nikita?
Orloff: Muy claro: al campo del servilismo. (Pausa.) Nikita quiere empezar de nuevo.
Kirianin: ¡Es un viejo romántico! (Da un puñetazo sobre el brazo de la butaca.) ¡Chochea, sí, chochea!
Orloff: ¡Calma, mucha calma! Nada resolveremos gritando y gesticulando. (Pausa.) El problema es este:
encontrar una solución al caso Nikita.
Kirianin: ¿Cuál es la solución?
Orloff: Por el momento, ninguna.
Fiodor: Yo propongo una desaparición discreta.
Orloff: Nada de desapariciones. Mientras Nikita esté visible para todo el mundo nadie lo verá, pero si Nikita
se hace invisible para todo el mundo, todo el mundo arderá en deseos de verlo.
Kirianin: Pero Nikita podría morir de "muerte natural"...
Orloff: Entonces el pueblo, al enterarse de la muerte natural de Nikita, leerá, leyéndolo, el manifiesto. De
ahí a elevarle un sepulcro frente al sepulcro del Antisiervo, no hay más que un paso.
Kirianin: ¡Uf! Eso sí sería grave: masas servilizadas desfilan en silencio ante la tumba de Nikita, el gran
servilista.
Orloff: Te ríes, pero eso sería, prácticamente, la situación. (Pausa.) No, nada de desapariciones.
Fiodor: Entonces dejémoslo al tiempo. El tiempo se encarga de todo. Es con el tiempo con lo que hemos
llegado a la dominación mundial.
Orloff: Pero también tiene Nikita su parte en el festín del tiempo.
Kirianin: Nikita es una bomba de tiempo.
Orloff: Justo eso: una bomba de tiempo. (Pausa, se pone de pie.) El Partido nunca supo de una situación
como esta. Estamos inmovilizados.
Kirianin: ¡Movilicémonos! (Camina a grandes pasos.)
Fiodor: ¡Movilicémonos! (Camina a grandes pasos.)
Orloff: (Desplomándose en la butaca.) ¡Inmovilicémonos! (Pausa.) Debemos lograr a toda costa que siga
Nikita pasando desapercibido a las masas.
Fiodor: ¿Cómo lograrlo? Camarada Orloff, no apruebas la "muerte natural" de Nikita, tampoco un gran
proceso público...
Orloff: ¡No, ni hablar de eso! Sería una hecatombe.
Fiodor: Bien, no proceso público, no proceso secreto, no ejecución pública ni privada. Y entretanto, Nikita
amenazando...
Kirianin: El camarada Orloff dice que no habrá peligro en tanto el servilismo de Nikita siga pasando
desapercibido a las masas. (A Orloff.) ¿Me he expresado bien?
Orloff: Sí, ¿y qué más?
Kirianin: Pues bien; empecemos nosotros mismos por hacernos los desapercibidos.
Orloff: No es mala idea. (Reflexionando.) Aunque tiene un pero: Nikita sabe que nosotros sabemos...
Kirianin: No se lo demostraremos. Hagamos la comedia. Es un modo de ganar tiempo.
Fiodor: También Nikita hará su comedia, también ganará tiempo. (Pausa.) Yo estoy por los procedimientos
sumarísimos.
Orloff: Si al menos quedaran en el mundo unos cuantos capitalistas...
Kirianin: (Estupefacto.) ¿Capitalistas?
Orloff: Así como suena: ¡capitalistas! Si todavía existiera un reducto del capitalismo el servilismo de Nikita
estaría liquidado.
Fiodor: No entiendo.
Orloff: Muy sencillo; diríamos esto: Nikita es un traidor, Nikita se ha pasado al bando de los perros
capitalistas. A la semana nadie se ocuparía de Nikita.
Kirianin: ¡Qué tiempos aquellos! ¡Era la Edad de Oro! Entonces se podía gritar: ¡Abajo el capitalismo! En
cambio, hoy no contamos con un solo enemigo.
Orloff: Nikita es un enemigo.
Kirianin: Un enemigo intocable. Nos impide gritar contra él, escribir contra él, y meterle unas balas en el
pellejo.
Orloff: He ahí el problema: Nikita es un enemigo contra el cual nada pueden nuestras viejas consignas y
nuestras gastadas técnicas. (Pausa.) Será cuestión de empezar de nuevo.
Fiodor: Juguemos su juego.
Kirianin: Caeríamos de lleno en el nikitismo.
Orloff: He ahí la broma: Nikita tiene juego y nosotros no tenemos juego. Nosotros somos comunistas y
nada más; él es comunista y también es nikitista.
Fiodor: ¿Qué sabemos del nikitismo? Nada de nada.
Kirianin: Bueno, sabemos que Nikita se ha declarado siervo.
Orloff: ¿Y qué hay con eso? (Pausa.) Camarada, te reto a que encuentres el manual comunista que trata
del nikitismo. ¿Con qué se come eso?
Kirianin: Estamos perdiendo el tiempo con exquisiteces intelectuales. Menos palabras y más acción.
Fiodor: ¡Ja, ja! Más acción. (Pausa.) ¿Y quién la vende? ¡Nikita!
Orloff: ¡Triste verdad! Nikita tiene todas las acciones en su mano.
Fiodor: No hemos adelantado un paso. En pocos minutos Nikita entrará en este despacho y todavía no
tenemos un plan de acción definido.
Kirianin: Finjamos que el servilismo nos resulta indiferente. (Pausa.) Al menos, el servilismo declarado,
porque en cuanto al otro... ¡Ja, ja, ja!
Orloff: ¿Qué dejas entrever, camarada?
Kirianin: Hablo muy claramente: somos señores encubiertos pero señores al fin y al cabo.
Fiodor: No lo podemos negar.
Orloff: Pero sí se lo negaremos a Nikita hasta tanto no podamos pulverizar a Nikita.
Kirianin: Interroguémosle encubiertamente.
Fiodor: De todos modos será un interrogatorio, y Nikita sabrá que lo estamos interrogando.
Kirianin: ¿Con qué pretexto lo llamaremos?
Orloff: Para discutir simples procedimientos de forma. Por ejemplo, ese discurso sobre la felicidad del
mayor número sería un excelente pretexto.
Kirianin: Nos exponemos a que nos diga que, visto que la felicidad del mayor número es un hecho
consumado, él desea empezar a ser el primer infeliz de la infelicidad del mayor número... (Pausa.) No, no
despertemos a la fiera.
Orloff: En cuanto a eso, vive tranquilo. Nikita es un viejo zorro. Dudo mucho que asome la oreja en esta
entrevista.
Kirianin: ¡Qué eufemismo!
Orloff: Bueno, en este interrogatorio. (Pausa.) ¿Lo llamamos?
Kirianin: Manos a la obra.
Fiodor: Mucha prudencia. Comportémonos como iguales de Nikita. No dejemos ver nuestro señorío.
Orloff: Cierto, con Nikita hay que andar con pies de plomo. (Pausa.) Ahora, charlemos con Nikita. (Toca el
timbre.) Con pies de plomo. (Se dirige lentamente a la mesa y coge unos papeles.) Con pies de plomo...
TELÓN
CUADRO PRIMERO
El mismo decorado.
Escena Segunda.
Orloff, Fiodor y Kirianin. Entra Nikita.
Nikita: ¡Salud, camaradas!
Orloff, Fiodor, Kirianin: (A coro.) ¡Salud!
Nikita: ¿Alguna novedad, camaradas? He llegado ayer del Cáucaso y no he tenido tiempo para leer nuestra
venerable Pravda.
Orloff: (Llegando junto a Nikita.) No hay novedades, camarada. Todo marcha perfectamente. (Pausa.) ¿No
tomas asiento?
Nikita: Gracias, prefiero estar un rato de pie. Llevo dos horas sentado en mi despacho...
Orloff: (Hojeando los papeles.) Te hemos llamado para discutir unas cuestiones de forma.
Nikita: ¿Sobre qué asunto?
Orloff: Sobre la felicidad del mayor número posible.
Nikita: Veamos.
Orloff: (Leyendo.) "La felicidad del mayor número, habiendo sido felizmente alcanzada, no podrá existir
necesariamente otra felicidad mayor que la felicidad alcanzada por el mayor número". (Pausa.) ¿Encuentras
en este párrafo, Nikita, algún vicio de forma?
Nikita: La forma es perfecta, inobjetable.
Orloff: ¿Y en cuanto al fondo?
Nikita: Habiendo alcanzado la felicidad de mayor número –cuestión de fondo que ya no se plantea, puesto
que hemos alcanzado la felicidad del mayor número– sólo nos quedan por ventilar puras cuestiones de
forma sobre la felicidad alcanzada por el mayor número.
Fiodor: (A Kirianin.) El viejo zorro no caerá en la trampa. (A Nikita.) ¡Bravo, Nikita! ¡Dialécticamente
irrefutable! (Pausa.) Se me ha ocurrido, en vista de que el Partido ha salvado todas las etapas de las
cuestiones de fondo, que ha llegado el momento de desarrollar hasta sus últimas posibilidades todas las
cuestiones de forma...
Nikita: Me hago cargo, camarada Fiodor.
Fiodor: Pues bien, nos parecería una gran cosa que el camarada Nikita se dedicara, de hoy en adelante, a
redactar los cientos de miles de cuestiones de forma, que son el resultado de los cientos de miles de
cuestiones de fondo.
Nikita: Quiere decir, que el Partido, habiendo superado la fase activa, está ahora en fase contemplativa.
Orloff: El Partido repitió la hazaña del Creador. Es el único Partido que haya logrado semejante tour de
fource. (Se repantiga en la butaca, se frota las manos.) Y bien, Nikita, después de recrear el mundo a
nuestra imagen y semejanza, nos hemos dedicado a contemplar el mundo.
Nikita: También nos parecemos al Creador, que duerme con un ojo abierto... y el fusil al hombro. Al menor
asomo de rebelión: ¡pin, pan, pum!
Orloff: En el mejor de los mundos las posibilidades de rebelarse son mínimas.
Kirianin: (Mirando fijamente a Nikita.) ¿Rebelarse? ¿Pero quién tomaría las armas contra la felicidad?
Orloff: No sigo bien tu pensamiento, Nikita. Hablas de rebelión. El Partido ha hecho tan bien las cosas que
no tiene necesidad de mantener abierto ninguno de los dos ojos. Puede dormir a pierna suelta. (Pausa.) Me
extraña sobremanera que el camarada Nikita, comunista de pies a cabeza, plantee la posibilidad de una
rebelión armada.
Nikita: Me extraña sobremanera que el camarada Orloff tome mis palabras al pie de la letra y se retrotraiga
a los tiempos heroicos de las barricadas. He sido llamado aquí, si no me equivoco, para departir sobre puras
cuestiones de forma. Una de ellas, y en ella se me ocurrió pensar por pura cuestión de forma, fue la pura
cuestión de forma del ojo abierto mientras se duerme en previsión de... Porque, así como no hay cosa más
dulce –y cito a Dante– que acordarse del tiempo feliz en la desgracia, no hay igualmente, cosa más dulce
que acordarse del tiempo desgraciado en la felicidad... Y esto, por supuesto, en pro del desarrollo intensivo
de las puras cuestiones de forma.
Orloff: Yo quisiera hacer comprender al camarada Nikita, que cuando se habla del desarrollo intensivo de
las puras cuestiones de forma, es sólo con vista al presente feliz que vive el Partido, y no con vista al
pasado azaroso que ha vivido el Partido.
Kirianin: El pasado del Partido está muerto y enterrado.
Nikita: No me opongo a ello, pero como aquí estamos tratando del desarrollo intensivo de las puras
cuestiones formales, yo quiero poner mi grano de arena. Propongo que la brillante frase del camarada
Kirianin –"el pasado del Partido está muerto y enterrado"– sea cambiada por esta otra: "El Partido del
pasado está muerto y enterrado".
Orloff: ¿Estarías dispuesto a firmar esa proposición?
Nikita: Aunque el camarada Orloff sabe de sobra que las publicaciones en nuestra república son anónimas,
yo acepto sin embargo poner mi firma al pie de mi proposición formal, pero con una condición.
Orloff, Kirianin, Fiodor: (A coro.) ¿Cuál?
Nikita: Que se especifique muy claramente que si he firmado dicha proposición ha sido para cooperar con
mayor eficacia al desarrollo intensivo de las puras cuestiones de formas y que, por lo tanto, mi firma es sólo
una pura, inocente cuestión de forma.
Orloff, Kirianin, Fiodor: (A coro.) ¡Traidor!
Nikita: (Flemático.) De acuerdo. Soy un traidor, pero... formal. Aunque lo quisiera no podría ser un traidor
real. No existe otro estado al que yo pueda revelar secretos de estado que, por otra parte, serían sólo
secretos sobre puras cuestiones de forma.
Orloff: (Sombrío.) Dejemos ya las puras cuestiones de forma y vayamos al grano...
Nikita: (Interrumpiéndole.) Bueno, al grano formal...
Orloff: (Se acerca a Nikita hasta tocar la frente de este con su dedo.) ¡Ese grano –grano cochino, grano
infeccioso, grano renegado– eres tú, Nikita! (Pausa.) ¡Te has declarado siervo!
Nikita: (Hace una reverencia, besa a Orloff la mano, cae de rodillas.) Siervo soy, señor. (Camina de rodillas
y besa los pies de Kirianin y Fiodor.)
Orloff: Levántate, Nikita. Nos repugna tu pantomima.
Nikita: (Trata de pararse, pero vuelve a caer de rodillas.) No puedo, señor, no puedo pararme, sólo puedo
prosternarme. (Continúa arrodillado con la cabeza en el suelo.)
Kirianin: (A Orloff.) Buena la hemos hecho. Ahora no podremos seguir en el desapercibimiento.
Fiodor: (Sacando su pistola.) Voy a matar a ese perro inmundo.
Orloff: (Le quita la pistola.) ¡Estás loco! Eso sería la chispa. Mañana tendríamos miles de siervos
arrodillados en la plaza Roja. Localicemos la peste.
Kirianin: Exacto: localicemos la peste. Aislemos al apestado.
Orloff: (A Nikita.) Escucha bien, Nikita.
Nikita: (Agarrando el pie calzado con bota de Orloff y poniéndolo sobre su cabeza.) Escucho, mi amo.
Orloff: Supongo que te has declarado siervo por una cuestión formal. (Mira ansiosamente a Kirianin y a
Fiodor.)
Nikita: (Incorporándose.) Nada de cuestiones formales, señor. Sólo sé que soy un siervo, humildísimo
siervo de cualquier amo.
Kirianin: ¿No estás contento con la felicidad colectiva?
Nikita: ...Excelentísimo señor, no me place la felicidad colectiva. Prefiero la felicidad personal de ser el
humildísimo siervo de tan grandes señores.
Orloff: Bien sabes que un comunista sólo puede ser comunista y no otra cosa. (Agarra a Nikita por los
hombros y lo sienta en la butaca.) Un comunista jamás se arrodilla ante nadie. Por eso suprimimos a Dios.
Nikita: (Se desliza de la butaca y cae nuevamente de rodillas.) No puedo, señor, no puedo sino
arrodillarme. (Pausa.) Además, señor, no soy comunista, soy servilista. (Vuelve a poner la cabeza en el
suelo.)
Orloff: (A Kirianin.) Tiene el siervo metido en el cuerpo.
Kirianin: Torturémosle.
Fiodor: Nikita te lo pediría de rodillas. ¡Qué mejor cosa para un siervo que ser torturado por su señor!
Kirianin: ¡Diablos! No hay por donde agarrar a este hombre.
Orloff: Di mejor a este siervo. Su servilismo nos domina.
Kirianin: Se me ocurre algo formidable. Vamos a obligarle a hacer el señor.
Orloff: ¡Magnífica idea! Será la única tortura acertada. (Pausa.) ¡Manos a la obra!
Fiodor: No entiendo bien la cosa.
Orloff: Ustedes caerán de rodillas, en tanto que yo, pistola en mano, exigiré a Nikita daros de puntapiés en
el trasero. (Pausa.) Esto lo haremos a título de ensayo. Los días siguientes turnaremos nuestros traseros a
fin de repartir comunistamente sus patadas, y así proseguiremos hasta que Nikita quede completamente
desintoxicado. (Pausa.) Caed ahora de rodillas.
(Kirianin y Fiodor caen de rodillas.)
Orloff: (A Nikita.) Camarada Nikita.
(Nikita no se mueve.)
Orloff: Siervo Nikita.
Nikita: (Incorporándose.) ¿Qué quiere, mi señor?
Orloff: (Le apunta con la pistola.) Te ordeno ser el señor de estos dos siervos. Dales en el trasero unas
cuantas patadas de desprecio.
Nikita: (Poniéndose de pie.) ¡Oh, señor, qué alegría! Ya tengo partidarios. (Se arrodilla junto a Kirianin y
Fiodor.) Ahora somos tres siervos. Pidamos a este magnífico señor que nos dé unas cuantas patadas en el
trasero.
Orloff: (Violento.) ¡Nikita, poneos de pie!
Nikita: (Lloroso.) ¡Oh, señor, no puedo sino arrodillarme!
Orloff: (Le apunta de nuevo con la pistola.) ¡Te voy a matar como a un perro! ¡Levántate! (Nikita se pone
de pie.)
Orloff: (Le pone el cañón de la pistola en la sien.) ¡Insúltalos!
Nikita: (Balbuceando.) Señor...
Orloff: El señor eres tú, ¿me entiendes? ¡Adelante!
Nikita: (Haciendo un gran esfuerzo.) Perros siervos... (Pausa.) ¡Oh, no puedo, señor, no puedo, soy
también un perro siervo!
Orloff: ¡Adelante! He dicho.
Nikita: Perros siervos... (Pausa.) No puedo, amo mío. No puedo hacer el papel de vuestra señoría. Prefiero
la muerte.
Orloff: (Le da un empujón.) ¡Anda! Da de patadas a tus siervos. (A Fiodor y Kirianin.) ¡Presentad el trasero
a Nikita!
(Fiodor y Kirianin presentan el trasero.)
Nikita: No podría patear el trasero a un señor y estos son señores disfrazados de siervos. Sería un crimen
de leso trasero. Por menos que eso el difunto Zar ejecutaba a millones de siervos.
Orloff: Esos siervos son los santos de nuestra religión. Murieron para que no hubiese más siervos sobre la
tierra.
Nikita: Y yo voy a morir para que hayan siervos en la tierra. Es una fatalidad. Tengo la plena seguridad que
voy a encontrar un amo, aunque ese amo me envíe al patíbulo. Ese amo está ahí, ya lo veo, lo oigo, lo toco
casi, es mi verdugo, pero lo adoro porque mi trasero no puede hacer el siervo si no tiene su patada.
(Pausa.) ¡Señor, matadme, pero no patearé esos traseros! Haría traición a la sociedad de los traseros.
Orloff: (Cambiando de tono.) Fiodor, Kirianin, ¿qué quiere decir esa posición? Estamos aquí con el
camarada Nikita para discutir cuestiones de pura forma, y francamente, no veo ningún vicio de forma en
vuestros traseros.
(Fiodor y Kirianin se ponen de pie.)
Orloff: (Guardando la pistola.) Camarada Nikita, ¿de modo que la frase "la felicidad del mayor número,
habiendo sido felizmente alcanzada, y no pudiendo existir otra felicidad que la felicidad alcanzada por el
mayor número", no adolece de ningún vicio de forma?
Nikita: La forma es perfecta, inobjetable.
Orloff: ¡Magnífico! Entonces pasemos a la frase siguiente.
Nikita: Pasemos, camarada, a la frase siguiente.
Orloff: "Si la religión es el opio de los pueblos, no habiendo religión no hay opio, debido a la felicidad
alcanzada por el mayor número..."
TELÓN
CUADRO SEGUNDO
Decorado:
Casa de Nikita. Sala pequeña. Al centro, un sillón de tapicería con respaldo alto. Frente al sillón, una sillita
de pino. Puerta a la derecha del actor. Puerta al fondo. Suena el timbre. Aparece Nikita por la puerta del
fondo. Camina entre las dos sillas, las mira un momento y se dirige a la puerta.
Escena Primera.
Nikita, Stepachenko.
Stepachenko: (Con el sombrero puesto y un diario bajo el brazo.) ¿Vive aquí Nikita Smirnov?
Nikita: Yo soy Nikita Smirnov. Pase adelante, camarada. (Stepachenko entra y Nikita cierra la puerta.) ¿A
quién tengo el honor de recibir en mi casa?
Stepachenko: (Siempre con el sombrero puesto abre el diario.) Me llamo Sergio Stepachenko. (Pausa.)
Dice aquí en Pravda que el camarada Nikita se declara siervo.
Nikita: En efecto, me he declarado siervo.
Stepachenko: También dice el manifiesto que el camarada Nikita busca un amo.
Nikita: En efecto, busco un amo. (Pausa.) Pero será mejor que nos sentemos. Perdone la pobreza de esta
vivienda, pero está a tono con mi nueva condición. Tome asiento.
(Stepachenko contempla un momento los dos asientos. Sin vacilar se sienta en el sillón. Sigue con el
sombrero puesto.)
Nikita: (Aparte.) Buen comienzo. Parece conocer sus derechos. (Pausa.) ¿Qué negocio me viene a
proponer?
Stepachenko: (Arrellanándose.) Creo ser, sin vanidad personal alguna, el único camarada que ha leído tu
manifiesto leyéndolo realmente. (Pausa.) ¿Sabes por qué? Estaba a punto de declararme amo cuando me
cayó tu manifiesto bajo los ojos. Me dije: Pues si alguien pide un amo, ¿qué mejor amo que yo?
Nikita: Bueno, no hay que precipitarse. (Pausa.) Soy exigente.
Stepachenko: Yo también soy exigente. Así como así no se es siervo de este señor.
Nikita: Lo mismo digo yo: así como así no se es señor de este siervo.
Stepachenko: Perfecto. (Pausa.) ¿Puedo saber tus exigencias?
Nikita: En primer lugar, no acepto ser siervo de un ruso blanco teñido de rojo. ¿Lo eres tú?
Stepachenko: (Dando un puñetazo y soltando la risa.) ¡Formidable! Es también esa mi primera exigencia:
no acepto ser señor de un ruso blanco teñido de rojo. ¿Lo eres tú?
Nikita: Parece que ni tú ni yo lo somos, y eso es un buen comienzo. Sería traicionar nuestro credo
revolucionario si aceptásemos contubernio con un ruso blanco teñido de rojo. Nos tacharían de
reaccionarios, y a fe mía, con harta razón. (Pausa.) La segunda condición que pongo es que deberás darme
patadas en el trasero.
Stepachenko: (Dando un puñetazo y riendo a carcajadas atronadoras.) ¡Por las barbas de Lenin! Parece
que lees en mi alma. Si quieres que sea tu señor deberás dejar patearte el trasero.
Nikita: Vayamos a la tercera y último. Si te la expongo es por pura cuestión de forma. Esa condición está
en la masa de la sangre del amo.
Stepachenko: Te escucho.
Nikita: Me entregarás al verdugo si me rebelo.
Stepachenko: (Serio.) ¡Perro sarnoso! Claro que te pondré en manos del verdugo si llegaras a rebelarte.
(Pausa.) Pero, ¿por qué te rebelarías? ¿No has escogido tú mismo el servilismo?
Nikita: Sí, pero podría suceder que me llegase a cansar de tus patadas en el trasero. Además, puede llegar
a ser peligroso un siervo declarado. Hay que preverlo todo.
Stepachenko: Una golondrina no hace verano y un siervo solo no puede fomentar una revolución. En
cambio, me parece más lógico que pueda denunciarte como siervo declarado si esto conviene a mis
intereses cerca del Estado.
Nikita: Sí, me decapitarían a mí solo porque aún cuando te hayas declarado señor, los señores acabarán
por entenderse con los señores.
Stepachenko: Lo más malo que podría ocurrirme sería tener que volver a mi encubrimiento. Pero no por
ello dejaría de ser señor. (Pausa.) Si tuvieras cerebro como los señores podrías entender esto.
Nikita: Hay un momento en que el señor puede pensar que su siervo tiene cerebro.
Stepachenko: ¿Qué momento es ese?
Nikita: El de la rebelión del siervo. En ese momento el señor se entera que el siervo posee un cerebro, pero
como en casa del señor no puede haber dos cabezas, el señor llama al verdugo para que este corte la del
siervo.
Stepachenko: Escucha, Nikita, todo eso está muy bien, pero si llegamos a entendernos prefiero menos
dialéctica y más servilismo.
Nikita: Comprenderás que si utilizo muchos argumentos para defender mi causa, es porque un buen siervo
debe asegurarse de que ha escogido un amo bien cruel.
Stepachenko: En cuanto a eso, vive tranquilo. Te aseguro que mis órdenes y mis patadas son terribles.
Nikita: He leído en no sé qué libro que un gran señor propinó tal patada al trasero de su siervo que lo lanzó
a dos metros de distancia. He ahí una prueba contundente del desprecio humano. (Pausa.) Pero, dime algo
a título de simple curiosidad.
Stepachenko: Estás preguntando muchas cosas y diciendo muchas otras, Nikita. Eso no está bien en un
siervo.
Nikita: Todavía no eres mi señor ni todavía soy tu siervo. Todavía no he caído de hinojos a tus plantas.
Tengo que estar seguro de que eres digno señor de este siervo.
Stepachenko: (Nervioso.) ¿Es que no llegaremos a un acuerdo? Sería una lástima. Eres el servilismo hecho
carne.
Nikita: Eres demasiado impaciente. La autoridad se te ve en la punta de los dedos. Confiesa que estás loco
por darme una patada. Por supuesto, una patada en el trasero. (Pausa.) Pero, dime: ¿Qué te movió a
declararte amo?
Stepachenko: Quiero darte patadas, quiero mandarte al infierno. Además, quiero mandar.
Nikita: ¿Sobre uno solo?
Stepachenko: Por el momento. Después, sobre muchos.
Nikita: Sin embargo, te arriesgas demasiado. Puedes cortar la cabeza a un siervo pero muchos siervos
acabarán por cortarte la cabeza. Los historiadores llaman a eso la rebelión de los siervos.
Stepachenko: Ahora estamos en la etapa de la declaración de los siervos.
Nikita: Después de la declaración viene la rebelión.
Stepachenko: Hace un momento decías que la tercera condición para entrar a mi servicio era, que si te
rebelabas, yo debía ponerte en manos del verdugo.
Nikita: Condición sine qua non.
Stepachenko: Bien, dale la vuelta a esa condición y pon al amo pidiendo que corten su cabeza al menor
asomo de sumisión a sus siervos.
Nikita: Si yo digo que el siervo pide horca al menor intento de rebelión, lo hago para poner de manifiesto el
profundo servilismo del siervo, pero nunca olvides que un siervo que se rebela no es más un siervo. Su acto
de rebeldía lo convierte automáticamente en un rebelde.
Stepachenko: Se plantea una contradicción: en nuestro contrato tú estableces una cláusula categórica: "mi
cabeza será cortada al menor acto de rebeldía". (Pausa.) Sin embargo, te contradices al afirmar que tus
actos de rebeldía te convierten automáticamente en un rebelde.
Nikita: Contradicción aparente, fácilmente salvable. El siervo en frío dice una cosa, el siervo en caliente,
otra.
Stepachenko: En ese caso, no tendré la ocasión de cortarte la cabeza. Por el contrario, será el siervo en
caliente quien trate de cortar la mía.
Nikita: Escucha: yo no puedo acelerar el curso de la historia. Es el siervo en frío, sumiso a su amo, servil
con su amo, quien en este momento pide a su amo que su cabeza sea entregada al verdugo al menor acto
de rebeldía. Nada debe poner en peligro el buen servilismo del siervo.
Stepachenko: Entonces...
Nikita: Pero si algo pone en peligro el buen servilismo del siervo, si ese algo lleva al siervo de lo frío a lo
caliente, entonces esa cláusula se convierte en papel mojado. (Pausa.) ¿Recuerdas a los extintos sacerdotes
católicos? Algunos de ellos juraban y después abjuraban.
Stepachenko: (Riendo.) De todos modos puedes morir en la horca.
Nikita: No por ello dejaré de ser una cuestión candente. Chispazo para la hoguera que te abrasará en su
momento.
Stepachenko: No aceleres el curso de la historia... Disfrutemos la nueva situación. (Pausa.) ¿Qué te parece
si te doy la primera patada? (Se pone de pie.)
Nikita: Antes déjame lustrar tus botas. El servilismo tiene sus grados. (Saca un pedazo de franela.)
Stepachenko: Quiero saber cuándo puedo empezar a ser el amo. No vas a ser tú quien dé las órdenes.
¿Soy o no soy tu señor?
Nikita: (Prosternándose.) Tú mandas, mi señor. Tus deseos son órdenes.
Stepachenko: Tráeme un vaso de vino.
Nikita: (Se pone de pie, tiembla.) No hay vino en casa, señor.
Stepachenko: ¡Cómo! Perro inmundo, ¿te has bebido el vino? (Le da una patada en el trasero.)
Nikita: ¡Oh dioses del panteón rojo! Cuánta dicha. Mi trasero os agradece.
Stepachenko: ¿Qué estás mascullando, vil gusano? Lustra mis botas.
Nikita: (Lustra las botas a Stepachenko.) ¡Oh siervos sacrificados de nuestra vasta Rusia, haced que mi
amo sea cruel, duro, autoritario, tiránico y gran pateador de traseros!
Stepachenko: (Enojado.) ¿Sigues murmurando? (Pausa.) ¿Dónde está el knut? ¿Es que no hay knut en
esta casa?
Nikita: (Poniéndose de pie.) No, Stepachenko. El señor rojo no pronunciará esa palabra infamante, triste
recuerdo de la Rusia blanca. El nuevo señor debe estar a tono con los tiempos modernos.
Stepachenko: ¿Qué se te ocurre entonces? Pero, ¡pronto! Ardo en deseos de flagelarte. Cada momento
que pasa me siento más señor.
Nikita: ¡Y yo más siervo! (Se queda pensativo.) ¡Ah, ya lo tengo! El knut se llama Pravda.
Stepachenko: ¿Pravda?
Nikita: Pravda es una palabra roja. Pone los traseros al rojo.
Stepachenko: Ahora mismo salgo a comprar una Pravda de siete colas. (Pausa.) Y ya sabes, perro
sarnoso, quiero tener vino esta noche. Además, velarás mi sueño.
Nikita: (Prosternándose de nuevo.) Tus deseos son órdenes, señor. (Pausa.) ¿Puedo decirte algo de la
mayor importancia?
Stepachenko: Te escucho, pero que sea de la mayor importancia.
Nikita: Estoy vigilado. Ya deben saber que tengo un amo. Por mi parte, estoy dispuesto al sacrificio. Antes
la muerte: no renunciaré a mi condición de siervo.
Stepachenko: Sé muy bien que estás vigilado. Acabarás en la horca, pero mientras tengas vida te daré
buenas patadas en el trasero. (Le da dos patadas.)
Nikita: Entonces, amo mío, si te parece bien comenzaré a servir desde mañana en tu casa. (Solemne.) Sólo
la muerte podrá separarnos. (Pausa.) ¿Sería mucho pedir, señor, que me recibieras con la Pravda en la
mano?
Stepachenko: Concedido. Te obsequiaré con una lluvia de vergajazos rojos.
Nikita: Esos vergajazos serán los primeros heraldos de la rebelión de los siervos.
Stepachenko: Pero, ¿cómo osas expresarte con ese lenguaje?
Nikita: Las manos de mis hermanos cortarán la cabeza de tus nietos.
Stepachenko: ¿Te has vuelto loco? (Pausa.) ¡Y no tener aquí mi Pravda para darte unos buenos
vergajazos!
Nikita: Puedes darme una patada en el trasero. Es un magnífico aperitivo para tu pie y para mi trasero.
Entre la patada y el vergajazo hay diferencias de grado, pero no de substancia.
Stepachenko: Cuando seamos miles de señores poderosos, tú y tus siervos, hermanos, cerraréis la boca y
abriréis el trasero. (Le da una patada.)
Nikita: Tu oráculo no puede fallar. Será la rebelión de los traseros.
TELÓN
CUADRO SEGUNDO
Decorado: Lujoso dormitorio en casa de Stepachenko. Cama con dosel y colgaduras. Piel de oso blanco al
centro. Tapices en las paredes. Butaca junto a la cama. Stepachenko está acostado. Ronca.
Escena Segunda.
Stepachenko, Nikita, Adamov.
Stepachenko: (Despertando sobresaltado.) ¡Nikita! ¡Nikita!
Nikita: (Pantalón negro, casaca blanca con botones rojos.) ¿Llamaba el señor?
Stepachenko: (Juntando las manos.) Nikita, ¿sabes? Soñé que te cortaban la cabeza. (Pausa.) Era muy
chistoso.
Nikita: Después de todo, señor, no tiene gran importancia. Una cabeza más o menos.
Stepachenko: Claro que no tiene importancia la cabeza de un cochino siervo como tú. Además, ¿de qué
sirve la cabeza a un siervo? Con tal que tenga un trasero.
Nikita: Señor, está demostrado que los sueños no quieren decir nada.
Stepachenko: No dirás lo mismo cuando veas tu cabeza en el tajo. (Pausa.) ¿Qué hora es?
Nikita: Las doce pasadas.
Stepachenko: ¡Diablo! Tengo que salir. (Pausa.) ¿Ha venido alguien?
Nikita: Sí, señor. En la sala aguarda un señor.
Stepachenko: ...¿un señor? ¿No te equivocas? ¿No soy yo el único señor?
Nikita: Parece que no, porque me dijo que estaba dispuesto a pagar un buen precio por mi cabeza.
Stepachenko: ¿Oigo bien? ¿Por tu cabeza ha dicho? (Pausa.) ¿Y por qué pretende tu cabeza?
Nikita: Lo ignoro, señor. Acto seguido me dio una patada en el trasero.
Stepachenko: (Asombrado.) ¿Te dio una patada en el trasero?
Nikita: Y dijo que no había duda alguna en cuanto a mi trasero.
Stepachenko: ¿Qué crees que quiso decir?
Nikita: Que yo tenía trasero de siervo.
Stepachenko: No te venderé por todo el oro del mundo. Tu cabeza me pertenece. Que se busque otra
cabeza y otro trasero. (Pausa.) Despídelo.
(Nikita sale y vuelve a entrar.)
Nikita: ¡Oh señor! Le he dicho que su señoría no podía recibirle y me ha dado una terrible patada en el
trasero.
Stepachenko: (Salta de la cama y da a Nikita una patada.) Despídelo.
(Nikita sale y vuelve a entrar.)
Nikita: Me ha propinado, señor, otra patada. Dice que él es tan señor como el señor.
Stepachenko: Eso lo veremos. (Pausa.) Dile que pase. (Se acuesta de nuevo.)
(Salida de Nikita.)
Adamov: (Entra y saluda con extremada cortesía.) ¿Tengo el honor de conocer al grandísimo señor Sergio
Stepachenko?
Stepachenko: (Seco y cortante.) ¿Cómo os llamáis? ¿Qué os trae por mi casa?
Adamov: Mi nombre es Basilio Adamov. Vivo en los Urales. Tengo muchas almas bajo mi férula. Estas
almas han leído el manifiesto de Nikita y en consecuencia han declarado su servidumbre. Pido la cabeza de
Nikita.
Stepachenko: No la venderé por todo el oro del mundo. (Pausa.) En cambio, os sugeriré algo muy
interesante.
Adamov: (Impaciente.) ¡Bah!...
Stepachenko: Cortad todas esas cabezas.
Adamov: Son ochocientos brazos que trabajan para mí y cuatrocientos traseros a los que doy patadas. Lo
menos que puedo hacer por ellos es perdonarles la cabeza. Manera de preservar la productividad. (Pausa.)
En cambio, vos tenéis un solo siervo. Os pago bien su cabeza.
Stepachenko: No me pidáis tal cosa. No me puedo pasar sin siervo.
Adamov: Tomad un siervo provisionalmente. Es la misma cara y el mismo trasero. Necesito a Nikita para
hacer un escarmiento.
Stepachenko: No puedo. Requerid los servicios de la autoridad.
Adamov: El gobierno cortaría las cabezas de mis siervos. No me conviene vuestro consejo.
Stepachenko: ¿Se han rebelado vuestros siervos?
Adamov: No se han rebelado, pero han declarado su servidumbre.
Stepachenko: ¿Cómo traducen en la vida práctica esa declaración?
Adamov: Me dijeron: ya que el señor nos patea el trasero, no queremos una igualdad teórica.
Stepachenko: No les falta razón.
Adamov: Uno de esos hijos de perra tuvo la osadía de decirme: la igualdad debe ser igual para todos: si el
señor puede patearme el trasero, yo también puedo patear el trasero al señor.
Stepachenko: Acá entre nosotros, Adamov, esa es la verdadera camaradería. Claro, que tal camaradería
no es posible, ya que es muy agradable dar patadas en el trasero y muy desagradable dejar darse patadas
en el trasero.
Adamov: En tiempos de los Zares la cosa estaba más definida. Cada parte sabía su papel y cada parte
tenía su nombre bien especificado.
Stepachenko: Al menos, el siervo tenía derecho a llamarse siervo. Era su único derecho.
Adamov: Y el señor a llamarse señor. Tampoco nosotros podemos llamarnos señores.
Stepachenko: Cosa que no tiene la mayor importancia ya que somos los opresores.
Adamov: De acuerdo. Uno puede seguir siendo señor aunque tenga que serlo encubiertamente. Eso no
molesta. Pero a un siervo le molesta que le hagan pasar por camarada con todos lo derechos, siendo en
realidad siervo sin ninguno de los derechos.
Stepachenko: La igualdad condicionada es una píldora muy difícil de tragar.
Adamov: Mal que bien la iban tragando, pero ese cochino de Nikita ha echado todo por tierra. Dadme su
cabeza.
Stepachenko: No está en mi poder daros la cabeza de Nikita.
Adamov: ¿No sois el dueño de sus actos y de su vida?
Stepachenko: Si os concediera la cabeza de Nikita querría decir que me he declarado señor, y entonces el
Partido pediría mi cabeza. No olvidéis que sólo podemos ser señores encubiertos. (Pausa.) Pedid consejo al
Partido.
Adamov: La actitud política del Partido es que la explotación deberá ser practicada bajo cuerda... ¿Cómo
queréis que el Partido permita la declaración de servilismo de cuatrocientos camaradas?
Stepachenko: Por supuesto que no. El Partido no puede traicionar sus ideales.
Adamov: ¡Ja, ja! En apariencia, porque en el fondo...
Stepachenko: ¡Cómo, Adamov! Hay que guardar las formas.
Adamov: Estoy de acuerdo. Cara de ángel y pata de demonio con pezuña y todo... Para que el fondo no se
vea hay que tapar el hoyo con la hojarasca de la forma.
Stepachenko: Pero ya veis que los camaradas del fondo están empujando las hojas con la forma de sus
cabezas.
Adamov: Esta es la broma pesada. (Pausa.) Por eso os digo: una cabeza cortada a tiempo siembra el
terror.
Stepachenko: Aparte de que yo no puedo cederos la cabeza de Nikita sin que la mía corra grave riesgo,
creo que será contraproducente decapitarlo a presencia de vuestros cuatrocientos siervos.
Adamov: ¿Por qué?
Stepachenko: Los siervos declarados, hasta ahora sumisos, se convertirían en feroces leones.
Adamov: ¡Diablos, diablos! (Pausa.) Decidme, ese Nikita, ¿no es el filósofo del régimen?
Stepachenko: El filósofo oficial del régimen. A la altura en que se encuentra el Partido, con todas las
contradicciones salvadas, ¡ejem!, el cargo de filósofo es un cargo de pura forma. Ahora bien, Nikita,
mediante una jugada maestra, lo convirtió en un cargo a fondo.
Adamov: Bueno, un filósofo es siempre, y ante todo un siervo.
Stepachenko: Sí, para ser un filósofo hay que ser un descontento. Condición sine qua non de la filosofía.
Adamov: Yo diría, si es que no va a asustaros el fondo de la cuestión, que Nikita es un revolucionario.
Stepachenko: ¡En toda la línea! No va a quedar contento con su servidumbre declarada. Irá más allá.
Adamov: Una cosa no entiendo, querido Stepachenko. ¿Cómo habéis venido a ser el amo de Nikita?
Stepachenko: (Sonríe socarronamente.) Todo filósofo debe ser vigilado de cerca.
Adamov: Comprendo.
Stepachenko: Escuchad, mi querido Adamov: ¿queréis realmente que la cabeza de Nikita ruede por el
suelo?
Adamov: Daría toda mi fortuna.
Stepachenko: Pues bien, seguid mis consejos. (Pausa.) Llamaré ahora mismo a Nikita y le diré todo cuanto
me habéis propuesto.
Adamov: ¿Vais a decirle que quiero su cabeza? No olvidéis que para un filósofo es la cabeza lo más
preciado.
Stepachenko: No pronunciaré esa palabra. En cambio, diré a Nikita que vos queréis llevarlo ante vuestros
siervos para que estos aprendan a presentar dignamente el trasero al señor. En una palabra, que Nikita
enseñe a vuestros siervos tener conciencia de sus traseros.
Adamov: No entiendo ni jota de todo esto. (Pausa.) Nikita nunca hará este viaje.
Stepachenko: Nikita aceptará con alma y vida. Nikita firmará un documento ante nosotros declarando el
objeto de su viaje. Desde ese momento, Nikita estará perdido.
Adamov: ¿Queréis decir que será decapitado?
Stepachenko: ¡Descabezado! (Pausa.) (Grita.) ¡Nikita! ¡Nikita!
Nikita: (Entra y se arrodilla.) Presente, señor.
Stepachenko: Escucha, Nikita, el magnífico señor Basilio Adamov ha venido desde los montes Urales para
suplicarme...
Adamov: (Interrumpiendo.) Sí, para suplicarle...
Stepachenko: ...Para suplicarme que tú le acompañes hasta ese lejano lugar.
Adamov: Viajarás como un príncipe.
Nikita: Viajaré como un siervo.
Stepachenko: Bien, Nikita, el objeto de ese viaje es el siguiente: el magnífico señor Basilio Adamov tiene
bajo su férula a cuatrocientos siervos no declarados. (Aparte, a Adamov.) Si supiera que están declarados y
vueltos a declarar... (A Nikita.) Adamov confía que si tú les ofreces una demostración de tu trasero en
funciones de tu servilismo, esos cuatrocientos camaradas declararán su servilismo. (Pausa.) ¿Aceptas?
Nikita: Todo sea por el triunfo de los traseros serviles. Acepto.
Stepachenko: (Coge un papel y se lo pone bajo la nariz.) Firma esta declaración.
Nikita: (Firmando.) Aunque deben estar ya declarados, son cuatrocientos traseros... yo, maestro de
cuatrocientos traseros. (Se vuelve y besa las manos de Adamov.)
Adamov: Nikita, eres un siervo obediente. ¡Pide lo que quieras!
Nikita: (Mirando a Stepachenko.) No me atrevo, señor, sería demasiada felicidad.
Stepachenko: ¡Ánimo, Nikita! El señor te concede de antemano cualquier petición. ¡Anda! Pide lo que
quieras.
Nikita: (Presentando el trasero a Adamov.) Señor, concededme el inmenso placer de una patada vuestra en
este sucio trasero.
(Adamov le da una patada.)
Nikita: ¡Traseros, patadas, traseros!
TELÓN
CUADRO TERCERO
Decorado:
El mismo decorado de la Escena II, Cuadro II.
Escena Primera.
Nikita, Stepachenko, Kolia.
Stepachenko: (Entrando.) ¡Nikita, mis zapatos, mi traje!
Nikita: (Entra con los zapatos y el traje de Stepachenko.) Acá los tiene, señor.
Stepachenko: ¿Qué te pareció Adamov?
Nikita: Tiene madera de amo, señor. Me ha dado una patada soberbia.
Stepachenko: Vendrá por ti a las doce.
Nikita: Estoy preparado, señor.
Stepachenko: Voy a dar un paseo. Regresaré a las doce. (Pausa.) ¿Te gusta declarar a los siervos, no?
Nikita: Me gusta declararlos, señor.
Stepachenko: ¿Crees de veras eso de los siervos?
Nikita: Creo en lo que veo, señor, y veo millones de siervos.
Stepachenko: ¿Quiénes son ellos para declarar nada o para que tú declares su servilismo? Ya el Estado los
ha condicionado.
Nikita: Perdone el señor, pero ha sido el señor quien me ha ordenado declare el servilismo de los siervos
del magnífico señor Basilio Adamov.
Stepachenko: ¿Estimas que hay mucha gente que piensa como tú?
Nikita: Señor, yo pienso lo que pienso, y lo que yo pienso está escrito. Puede ocurrir que mucha gente
acepte mis escritos.
Stepachenko: También puede ocurrir que rechacen tus escritos.
Nikita: Muy posible, señor.
Stepachenko: También puede ocurrir que el Estado rechace tus escritos.
Nikita: También el Estado, señor.
Stepachenko: En ese caso...
Nikita: Se cumplirá vuestro sueño, señor. Rodaría mi cabeza.
Stepachenko: ¿Piensas que hay explotadores y explotados?
Nikita: Pienso que hay explotadores y explotados encubiertos.
Stepachenko: ¿Y por qué te empeñas en hacer pública esa condición encubierta de unos y otros?
Nikita: Es un modo de protestar.
Stepachenko: Los criados y los filósofos siempre andan protestando.
Nikita: Queremos que el Estado nos conceda un status.
Stepachenko: ¿Qué status?
Nikita: El de siervos. Estamos dispuestos a servir en tanto que siervos que puedan propalar que son
siervos. Si es una fatalidad histórica que haya señores y siervos, al menos que uno sepa a qué atenerse.
Stepachenko: Pero ya has visto que ningún señor encubierto se ha visto en la necesidad de declararse.
Nikita: Terminarán por hacerlo.
Stepachenko: ¿Cuándo?
Nikita: Cuando los siervos se definan, los señores se verán obligados a quitarse la máscara.
Stepachenko: No te entiendo.
Nikita: Un siervo declarado declara implícitamente a su señor. El señor no puede negar su condición de
señor. (Pausa.) El opresor arriba, el oprimido debajo. Entonces todo marcha como sobre ruedas.
Stepachenko: ¿No se rebelan, pues, los siervos?
Nikita: El siervo declarado puede pasar a la segunda fase.
Stepachenko: ¿Cuya es?
Nikita: El siervo rebelado.
Stepachenko: Hay otra fase.
Nikita: (Con sorna.) ¿Cuya es, señor?
Stepachenko: El siervo decapitado.
Nikita: Hay una cuarta fase, señor.
Stepachenko: ¿Cuya es, Nikita?
Nikita: El señor decapitado.
Stepachenko: ¿Quieres decir que el siervo puede triunfar?
Nikita: El siervo puede convertirse en señor y el señor en siervo.
Stepachenko: Es muy chistoso.
Nikita: Sí, señor. Es muy chistoso. Es el eterno retorno.
Stepachenko: (Se pone el sombrero.) Te pierdes por las grandes frases, Nikita. Ten cuidado que las
grandes frases no pierdan tu pobre cabeza. (Sale.)
Nikita: (Se toca la cabeza.) Te queda poco, cabeza. (Se toca el trasero.) Trasero, te queda poco.
(Se escucha un silbido desde la puerta del fondo. Nikita abre la puerta. Entra Kolia, joven de veinte años.)
Nikita: ¡Hola, Kolia! ¿Qué ocurre?
Kolia: (Asustado.) Stepachenko es un espía.
Nikita: Querido Kolia, ¿y vienes a decirme eso? Lo sé mejor que tú.
Kolia: Tienes que salvarte.
Nikita: Kolia, sabes la consigna: cada uno su parte. Limítate a la tuya.
Kolia: Nos quedaremos sin jefe, camarada siervo.
Nikita: Lo he previsto todo, camarada siervo. Tengo un sucesor y ese sucesor tiene otro sucesor.
Kolia: Puedo matar a ese perro espía de Stepachenko. Está parado en la esquina.
Nikita: Limítate a tu parte. No eres tú su verdugo. (Pausa.) ¿Alguna novedad?
Kolia: En el club de la siderúrgica Taiga han retirado discretamente los ejemplares de Pravda que contienen
tu manifiesto.
Nikita: La cosa marcha. (Pausa.) Escucha: mañana seré juzgado sumariamente y decapitado o algo por el
estilo. Hay que dar un golpe de efecto. (Reflexionando.) Contamos con los camaradas de la siderúrgica, con
los del ferrocarril subterráneo...
Kolia: Los camaradas panaderos son buena gente.
Nikita: Aún no han despertado del todo. Quedan muchos indecisos. (Pausa.) Así que contamos con los de la
siderúrgica, el ferrocarril subterráneo y con los zapateros... (Pausa.) Mañana a las dos de la tarde, hora en
que supongo que mi proceso marchará a velas desplegadas, que esos veinticinco mil camaradas siervos se
declaren.
Kolia: ¿Cuál será la demostración?
Nikita: Huelga de brazos caídos hasta tanto no se les reconozca el derecho al servilismo declarado.
Kolia: Acaso eso evite tu muerte.
Nikita: Por el contrario, va a apresurarla, pero es un buen golpe de efecto que mis jueces se enteren que
hay veinticinco mil camaradas que leen leyendo de verdad.
Kolia: También pueden cortar esas veinticinco mil cabezas.
Nikita: Mejor que mejor. El doble de esas cabezas, el triple de esas cabezas declarará su servilismo a paso
de carga. No hay como los ejemplos sangrientos. (Pausa.) Ahora, márchate.
Kolia: Eres nuestro salvador, Nikita.
Nikita: No, Kolia, no soy un salvador, soy un declarador. Ni me salvo ni salvo a los siervos; sólo declaro el
servilismo.
Kolia: Pero una vez que seamos siervos declarados podremos rebelarnos y triunfar.
Nikita: Entonces seremos señores y otro Nikita será el declarador de turno. No hay otra verdad. (Pausa.)
Márchate.
(Kolia sale por la puerta del fondo.)
Stepachenko: (Entrando.) Dime, Nikita, ¿qué hace un amo cuando pierde a un siervo?
Nikita: Toma otro siervo. Hay grandes reservas, señor.
Stepachenko: ¿Declarados o encubiertos?
Nikita: Eso depende de los siervos, señor.
Stepachenko: O de los señores. Estimo que el servilismo encubierto da un mayor margen de explotación.
Nikita: Sigo diciendo al señor que todo depende, en definitiva, de los siervos. Los siervos elegirán el
servilismo declarado, pese a los señores.
Stepachenko: Vienen por ti a las doce. Parece que me quedo sin siervo declarado. (Pausa.) ¿Buscarás
nuevo amo?
Nikita: Un siervo no se comprende sin un amo.
Stepachenko: ¿Será acaso el verdugo tu nuevo señor?
Nikita: Ciertamente, señor. Yo no creo en los sueños, pero creo en la fatalidad.
TELÓN
CUADRO TERCERO
Decorado: el mismo del cuadro I, escena I.
Escena Segunda.
Orloff, Kirianin, Fiodor, Nikita, Stepachenko, un oficial.
Orloff: (Dando lectura a un panfleto.) "¡Camaradas! En vista de que la igualdad social no es tan igual como
parece, en vista de que el comunismo se compone de partes desiguales de señores y siervos –mayor
número de partes serviles, menor número de partes señoriales– y en vista de que las partes serviles están
obligadas por la razón del Estado a no manifestar su verdadera condición, en vista de todo eso, nos, siervos
encubiertos, nos declaramos siervos serviles y juramos defender el servilismo hasta la muerte". (Pone la
hoja sobre la mesa.) ¿Qué les parece el panfleto?
Kirianin: Parece que la igualdad aparente está a punto de entonar su canto de cisne...
Fiodor: La broma pesada en todo este asunto es que no se trata de puras cuestiones de forma. Estos
siervos plantean un problema real.
Orloff: Vaya usted a meterles en la cabeza que la contradicción está en la base de todos los actos. La
igualdad supone la desigualdad. Un comunista es igual a otro comunista aunque uno sea señor y el otro
siervo.
Kirianin: (Irónico.) Nadie como los señores para comprender las contradicciones de la naturaleza del
hombre. Es la parte del león.
Fiodor: Fundemos un Estado compuesto exclusivamente de señores.
Orloff: ¿Es posible eso, querido Fiodor?
Fiodor: Muy posible: hagamos señores a los siervos.
Orloff: El Estado señorial presupone buena cantidad de siervos. Ahora bien, esos siervos, convertidos en
señores, buscarán siervos. El nuevo status quedaría automáticamente desvirtuado.
Kirianin: Entonces fundemos un Estado de siervos.
Orloff: Una vez instaurada la república de los siervos, estos por puro espíritu de emulación se esforzarán
por devenir señores. (Pausa.) No, nada de eso sirve de nada. La única verdad es la que tenemos nosotros:
un Estado comunista con absoluta nivelación social, pero también con siervos y señores, se entiende, unos
y otros encubiertos, a fin de salvar la contradicción. He ahí la verdadera igualdad.
Fiodor: Nuestra igualdad.
Kirianin: Nuestra igualdad.
Orloff: Nuestra igualdad. (Pausa.) No hay otra. Todo aquel que no acepte la desigualdad de nuestra
igualdad será pasado por las armas.
Kirianin: Y la igualdad de nuestra desigualdad... (se anima.) Porque lo igual y la igualdad, los iguales y los
iguales, la igualación y el igualamiento se abrazan en la igualdad y en la igualdad desigual y en la
desigualdad igual tienen su fin... Porque...
Orloff: Muy bien por el camarada Kirianin. Es una tirada brillante. (Pausa.) Con discursos tan iguales el
igualitario Estado está salvado. (Pausa.) Ahora llamemos a nuestro desigual. (Toca el timbre.)
(Entran Nikita, Stepachenko, acompañados por un oficial.)
Orloff: (A Nikita.) Nikita Smirnov, se le acusa de haberse levantado contra el Estado. (Pausa.) ¿Por qué se
levanta?
Nikita: Para caer.
Orloff: ¿Por qué quiere caer?
Nikita: Para levantarme.
Orloff: ¿Por qué quiere levantarse?
Nikita: Para caer.
Orloff: Se le acusa de haber escrito un manifiesto contra la seguridad del Estado. (Pausa.) ¿Por qué lo
escribió?
Nikita: Para manifestarme.
Orloff: ¿Por qué se manifestó?
Nikita: Para caer.
Orloff: ¿Por qué quiere caer?
Nikita: Para levantarme.
Orloff: ¿Por qué quiere levantarse?
Nikita: Para caer.
Orloff: Se le acusa de poner en duda la igualdad desigual de clases. ¿Por qué duda?
Nikita: Para clasificarme.
Orloff: ¿Por qué se clasifica?
Nikita: Para caer.
Orloff: ¿Por qué cae?
Nikita: Para levantarme.
Orloff: ¿Por qué se levanta?
Nikita: Para caer.
Kirianin: (A Stepachenko.) Haga su deposición, camarada Stepachenko.
Stepachenko: Cuando leí el manifiesto...
Orloff: ¿Leyó usted, leyéndolo, el manifiesto?
Stepachenko: (Pálido.) ¿De qué otro modo podía enterarme que este perro sarnoso pedía un amo, y se
declaraba siervo?
Orloff: Tenía que enterarse, leyendo sin leer el manifiesto, que el perro sarnoso pedía en el manifiesto un
amo.
Stepachenko: Confieso que lo leí leyéndolo.
Orloff: Para desintoxicarse leerá otra vez, sin leerlo, ese manifiesto. (Pausa.) Prosiga.
Stepachenko: Cuando leí, ejem, leyéndolo el manifiesto de Nikita Smirnov ardí en santa cólera. Yo soy un
señor encubierto que, por supuesto, sabe que es un señor encubierto sin confesarlo, y no podía permitir que
un cochino siervo encubierto se manifestase en términos de siervo declarado. (Pausa.) Decidí amarrarlo
corto. Toqué a su puerta y me ofrecí como señor declarado al siervo declarado. Le di unas cuantas patadas
declaradas.
Orloff: ...¿declaradas?
Stepachenko: Confieso que declaradas.
Orloff: Tiene que desintoxicar esa pata declarada. Dé a Nikita una patada de igual a igual.
Stepachenko: ¿No es la misma patada?
Orloff: No, es una patada encubierta. Proceda.
Stepachenko: (Se dirige donde Nikita y al tiempo que le da una patada, le da un apretón de manos.)
¡Salud!
Orloff: Bien, continúe.
Stepachenko: Mas no estaba satisfecho con patear el trasero declarado de Nikita Smirnov. Tenía que
conseguir su cabeza. Entonces vino a casa el señor encubierto Adamov a pedirme la cabeza de Nikita. No se
la di, pero Nikita firmó este papel (muestra un papel) donde se compromete a enseñar a los siervos
declarados del poderoso señor Basilio Adamov a presentar el trasero declaradamente.
Orloff: ¿Esos cochinos siervos declarados no saben todavía presentar el trasero?
Stepachenko: Todavía.
Orloff: ¡Qué felicidad! Podrán volver al encubrimiento. (Pausa.) Prosiga.
Stepachenko: Nikita aceptó encantado, y va a perder, encantado, la cabeza.
Orloff: Nikita, ¿acepta esta firma por suya?
Nikita: La acepto por mía.
Orloff: ¿Por qué firmó?
Nikita: Para caer encantado.
Orloff: ¿Por qué cae encantado?
Nikita: Para levantarme encantado.
Orloff: ¿Por qué se levanta encantado?
Nikita: Para caer encantado.
Orloff: Nikita, declárese siervo encubierto.
Nikita: No puedo, me he declarado siervo declarado.
Orloff: ¿Prefiere perder la cabeza?
Nikita: Prefiero perder la cabeza encantado. Y por añadidura, encantado, el trasero.
Orloff: (Lo tutea.) ¿No dices que para un siervo es el trasero lo más preciado?
Nikita: Sí, cuando puede exhibirlo. Un trasero encubierto es vergonzante. Un trasero encubierto parece un
mendigo que dé aires de gran señor.
Orloff: Es una filosofía basada en el trasero.
Nikita: Exacto. El nikitismo es la filosofía del trasero.
Fiodor: Estalló la bomba. (A Nikita.) ¿Nikitismo? ¿Qué es eso?
Nikita: Un sistema filosófico-político basado en las relaciones existentes entre la pata del señor declarado y
el trasero del siervo declarado.
Orloff: Me cuesta trabajo comprender tal filosofía. El sistema filosófico denominado nikitismo puede ser
válido aunque el señor, el siervo, la pata y el trasero actúen encubiertamente.
Nikita: El sistema sólo recibirá el nombre de nikitismo si el señor, el siervo, la pata y el trasero han
declarado su señorazgo y su servilismo.
Orloff: Pero... ¿si el señor, siervo, pata y trasero persisten en su encubrimiento, no puede el sistema seguir
denominándose nikitismo?
Nikita: En ese caso recibirá el nombre de comunismo.
Orloff: Escucha, ¿cuál de los dos sistemas acabará por triunfar?
Nikita: El comunismo.
Orloff: (Jubiloso.) ¡Cómo! Entonces, ¿te retractas?
Nikita: Nada de retractaciones. (Pausa.) Los nikitistas o "declarados" después de luchas cruentas pasan a
ser comunistas encubiertos.
Orloff: ¿También tú?
Nikita: Si no me cortan la cabeza, también yo. (Pausa.) El final de todo, es el comunismo encubierto,
siempre en jaque por el comunismo declarado.
Orloff: Supongo que habrá un término en todo eso.
Nikita: No hay nunca un final. Es el eterno retorno.
Orloff: Eres anticuado. No crees en el progreso.
Nikita: Creo en el progreso de las patas y en el progreso de los traseros.
Orloff: En ese caso te cortaremos la cabeza. (Pausa.) Será la única cabeza.
Nikita: ¿Y las cabezas de los siervos del poderoso señor Basilio Adamov?
Orloff: Cuando vean la tuya en el cesto, meterán las suyas en un cesto de seguridad y presentarán
furtivamente el trasero.
Nikita: (Mira su reloj.) Las dos de la tarde.
Orloff: Unos minutos más y ya no tendrás cabeza.
Nikita: En este momento acaban de declarar su servidumbre veinticinco mil camaradas. (Pausa.) Podéis
cortar sus cabezas.
(Suena el timbre del teléfono.)
Orloff: (Nervioso, descuelga, vuelve a colgar.) ¡Veinticinco mil siervos! (Al oficial.) Llévese a Nikita.
Tráigame su cabeza. Llévese a Stepachenko.
Oficial: ¿También la cabeza de Stepachenko?
Orloff: No. Ponga a Stepachenko a desintoxicar la pata apestada.
(Sale el oficial con Nikita y Stepachenko.)
Orloff: (A Fiodor y a Kirianin.) El nikitismo está en marcha.
Fiodor, Kirianin: (A coro.) Pero, ¿por qué tiene que marchar? Paralicémoslo.
Orloff: Está en marcha. (Pausa.) Vamos a almorzar, después a cenar... después a almorzar, después a
cenar... Es el eterno retorno.
TELÓN
LLooss ssi
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Virgilio Piñera

Expediente 5 SS
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OO CCaacchhaarrrroo (
S
) Expediente 5

VIRGILIO PIÑERA::
LA ESCRITURA DEL MIEDO Y DE LA PREMONICIÓN
Jacobo Machover
jacobo machover, la habana, 1954. escritor y periodista. el próximo año...en la habana (relatos). la memoria frente al
poder: escritores cubanos en el exilio: guillermo cabrera infante, severo sarduy, y reinaldo arenas (ensayo). vive
exiliado en parís desde 1963. publicó en cacharro(s) 2.
texto cedido por su autor a cacharro(s)
Un día de junio de 1961, en los salones de la Biblioteca Nacional de La Habana, mientras estaban ahí
reunidos los principales representantes de la cultura y del arte frente a las más altas autoridades del
Gobierno revolucionario, un hombre, un escritor, se levantó, cogió el micrófono y dijo : "Sólo quiero decir
que tengo miedo". En seguida se volvió a sentar. Era Virgilio Piñera. En su discurso de clausura de la
reunión, Fidel Castro iba a pronunciar sus famosas "Palabras a los intelectuales", que iban a servir de línea
directriz a la política cultural oficial hasta el día de hoy: "Dentro de la revolución, todo; contra la revolución,
nada."1
Unos años antes, en un cuento fechado en 1957, anterior a la revolución pues, Virgilio Piñera hablaba ya del
"delito de grafomanía"2. Frente a un "loro bien viejo"3, personificación del poder (o representación verbal
del poder), se yergue "el más destacado de entre ellos"4 (los escritores) y, tímidamente, pregunta :
"¿Podremos seguir escribiendo?"5.
¿Premonición de lo que iba a ocurrir en la Biblioteca Nacional, que es como decir "el desierto de Sahara"6?
Posiblemente. En todo caso, el hombre Virgilio Piñera realiza lo que el escritor del mismo nombre había
imaginado, como si su escritura fuera una puesta en escena del futuro. No es la primera ni la única vez que
eso se va a reflejar en su obra. En la mayoría de los casos, la ficción se anticipará a la realidad. Y no será,
como se dice, que la realidad supera a veces la ficción sino que la realidad, en este caso, es solamente un
pálido reflejo de la ficción.

1 Fidel Castro : "Palabras a los intelectuales", La Habana, Consejo Nacional de Cultura, 1961, reproducido en la recopilación de discursos La
revolución cubana, México, ERA, 1972, página 363.
Sobre ese período, crucial para las relaciones de los intelectuales cubanos frente al poder castrista, véase particularmente : Carlos Franqui : Retrato de
familia con Fidel, Barcelona, Seix Barral, 1981; Jeannine Verdès-Leroux : La lune et le caudillo. Le rêve des intellectuels et le régime cubain (1959-
1971), Paris, Gallimard, 1989, Guillermo Cabrera Infante : Mea Cuba, Madrid, Plaza & Janés/Cambio 16, 1992; Jacobo Machover (directeur) : La
Havane 1952-1961. D'un dictateur l'autre : explosion des sens et morale révolutionnaire, Paris, Autrement, 1994.
Los testimonios de los participantes en las reuniones de la Biblioteca Nacional de La Habana son a veces divergentes en cuanto al contenido exacto de
las palabras de Virgilio Piñera y a la importancia de las mismas. Hubo en aquella ocasión otras intervenciones disconformes con la política oficial. La
posteridad, sin embargo, retuvo esencialmente la suya. Confesar su propio miedo puede ser el mayor acto de valentía de un intelectual.
2 Virgilio Piñera : "Grafomanía", in Cuentos, Madrid, Alfaguara, 1983, página 41.
3 Ibid.
4 Ibid.
5 Ibid.
6 Ibid.
Otro cuento aborda el tema del miedo, de una paranoia que, digámoslo en seguida, se verá ampliamente
justificada. Pocas veces, en efecto, un escritor habrá sido tan perseguido, tan condenado al ostracismo y al
silencio, como lo fue Virgilio Piñera. "El enemigo"7, fechado en 1955, aborda ese tema casi como algo
metafísico: una mezcla del "absurdo" de un Ionesco y de un universo kafkiano. "Tendré que decirlo de una
vez: mi torcedor es el miedo."8 Miedo a los demás, a lo futuro, a un cambio que, entonces, ni siquiera se
podía vislumbrar como hipótesis histórica. Piñera imagina un mundo que no es para él. "Otro lado del
problema es que todo miedoso tiene sus cosas en claro : la culpa es del tirano, del jefe, del ser querido, de
la fortuna, en última instancia del juego del mundo."9 Lo curioso de este cuento es que no hay
protagonistas ni personajes, si exceptuamos al lustrador de zapatos del principio y al basurero del final.
Entonces, el miedo es una entidad propia, total, determinante, del relato, que se organiza en torno a un
sentimiento interior perfectamente identificable, algo más que un personaje: un concepto. El miedo es el
enemigo.
Pero el enemigo no es una abstracción: Marat y Napoleón son "productores del miedo en gran escala"10. Es
decir el revolucionario y el tirano, el segundo probablemente consecuencia del primero. Es que el mundo de
Virgilio Piñera no se limita a Cuba. Los acontecimientos históricos a los que él se refiere, por lo menos hasta
la revolución castrista de 1959, se producen en lugares indeterminados la mayor parte de las veces pero
que, a menudo, quizás como influencia del largo contacto que mantuvo durante su estancia en Argentina
con el escritor polaco Witold Gombrowicz, tienen como referente los países del Este, tal vez como
personificación del absurdo o de un mundo donde el escritor no encuentra su lugar.
La literatura es su refugio, la manera de decir sin ser perseguido. En "El enemigo", Piñera se confiesa sin
ambigüedades. "¿Cómo escudarme? En relación con esto último, el escudo sería la literatura. Además de
escribir lo que vivimos, escribimos también lo que no vivimos. Que lo que no pudo ser en la acción lo sea en
la creación. Es en ese sentido que me he servido de la literatura como de un escudo."11 El escritor siente
como la añoranza del peligro. Su misión no es sólo protegerse, es advertir de lo que viene. Sólo que él no
se podía imaginar que ese mundo que él temía y añoraba a la vez pudiera darse en Cuba. A la frase
"Además de escribir lo que vivimos, escribimos también lo que no vivimos", le falta sólo el adverbio "aún".
Porque Virgilio Piñera va a vivir en sus adentros todas las fases que él mismo ha descrito. El que fuera, en
los años 40, el fundador de la revista Poeta, luego, en los 50, colaborador de Orígenes (de José Lezama
Lima y José Rodríguez Feo) para pasar a ser secretario de redacción de la disidencia de esta última, Ciclón,
dirigida por el mismo Rodríguez Feo12 , se volcó cuerpo y alma en el proceso revolucionario, participando
de lleno en la emanación cultural de ese proceso en sus primeros tiempos, el suplemento semanal del diario
Revolución, Lunes, dirigido por Guillermo Cabrera Infante. Desde las páginas de Revolución y de Lunes,
Piñera proclamó su fe en los principios revolucionarios, polemizando contra los escritores que no se
mostraran tan entusiastas como él. Hay que precisar, sin embargo, que ése fue un caso bastante
generalizado, ya que la revolución parecía abrir infinitas posibilidades de expresión y de publicación a
escritores que, hasta entonces, parecían estar condenados a una eterna confidencialidad. En las ediciones R
(de "Revolución", por supuesto), Piñera pudo publicar buena parte de su obra teatral y narrativa. Pero, en
su caso como en muchos más, la revolución, como Saturno, acabó devorando a sus propios hijos.
En 1961, año de todas las definiciones en la Cuba castrista, Virgilio Piñera fue una de las primeras víctimas
intelectuales de un sistema destinado a reprimir todas las perversiones. En efecto, cayó preso durante la
"noche de las tres P"13 , una gigantesca redada de la policía para acabar con los "proxenetas, pederastas y
prostitutas". El escritor fue detenido en su casa de Guanabo, en los alrededores de La Habana, en teoría no
por sus "desviaciones" políticas sino solamente sexuales, lo que ya, de por sí, era una señal grave del

7 Virgilio Piñera : "El enemigo", in op. cit., páginas 187-193.
8
Ibid., página 187.
9
Ibid., página 190.
10 Ibid., página 191.
11 Ibid., página 188.
12 Sobre ese tema, véase José Rodríguez Feo : "Las revistas Orígenes y Ciclón", in América. Cahiers du CRICCAL n°9/10, París,
Presses de la Sorbonne Nouvelle, marzo de 1992, páginas 41-45.
13 Véase Carlos Franqui : op. cit., páginas 280-286.
rumbo que estaba tomando el proceso en su caracterización de lo que tenía que ser la "moral
revolucionaria". Casi simultáneamente, Lunes de Revolución, considerado como demasiado heterodoxo y
rebelde por las autoridades culturales, iba a ser definitivamente clausurado.
Sin embargo, Virgilio Piñera parecía de los menos predispuestos a dejarse impresionar por el nuevo
régimen. En su obra, él ya había criticado de antemano la posibilidad de una sociedad inspirada por el
modelo soviético, viéndola desde una perspectiva universal, por supuesto, no isleña, sin ahondar en el
aspecto social, sino más bien en el símbolo negativo que podía representar para la libertad de creación del
escritor. Una visión de pesadilla de un mundo represivo, como la que tuviera en su tiempo Kafka. Poco
importaba entonces, en definitiva, el sistema político. Lo que había imaginado Kafka era la capacidad del
hombre del siglo XX para coartar su propia libertad.
Piñera era más preciso. A pesar de la lejanía geográfica, la experiencia histórica había llegado hasta Cuba
que, a pesar de ser una isla (o precisamente por ello), estaba recorrida por todas las corrientes, políticas e
intelectuales, del mundo. En 1955, Virgilio Piñera da a conocer una obra teatral, Los siervos14 , que es la
ilustración más acabada de sus temores políticos en aquel entonces.
Los siervos de la obra son, en una de esas paradojas que afecciona el dramaturgo, los potenciales rebeldes
frente al sistema. Éste, sin ninguna ambigüedad, es el de la Unión Soviética en tiempos de Stalin. El
decorado lo precisa claramente: "Un despacho. Óleo de Lenin al fondo. A la izquierda, óleo de Stalin."15 Los
personajes se llaman Orloff (Primer Ministro), Fiodor (Secretario del Partido), Kirianín (General del ejército),
Nikita (Filósofo del Partido y siervo), Stepachenko (Espía), Adamov (Señor cubierto), Kolia (Obrero) y un
oficial. La obra, publicada en la revista Ciclón en 1955, es una respuesta a distancia a Les mains sales, de
Jean-Paul Sartre, sólo que los conflictos de conciencia de los personajes de Sartre se vuelven humillaciones
físicas, "patadas en el trasero". Por ejemplo, este diálogo :
Stepachenko: ... ¡Y no tener aquí mi Pravda para darte unos buenos vergajazos!
Nikita : Puedes darme una patada en el trasero. Es un magnífico aperitivo para tu pie
y para mi trasero. Entre la patada y el vergajazo hay diferencia de grado, pero no de
sustancia."16
Esa obra podía, naturalemente, acarrearle problemas a Piñera una vez implantado en Cuba un sistema
parecido y totalmente inesperado. El dramaturgo optó por repudiarla públicamente en un "Diálogo
imaginario" con Jean-Paul Sartre, publicado en 1960 en Lunes de Revolución, diálogo que no llegó a darse
nunca, a pesar de la larga visita del filósofo existencialista y de Simone de Beauvoir a la isla:
Sartre: Usted emplaza a Jarry, pero olvida de emplazarse a usted mismo. ¿Cómo
justificaría su pieza Los siervos?
Piñera: Comenzaré por desacreditarla, y con ella no haré sino seguir a aquellos que,
con harta razón, la desacreditaron. A pesar de ser un hijo de la miseria, me daba el
vano lujo de vivir en una nube... Por otra parte, el ejemplo de la Revolución rusa
seguía siendo para mí un ejemplo teórico. Fue preciso que la Revolución se diera en
Cuba para que yo la comprendiese. Por supuesto, esta falla no abona nada en favor
mío. Cuando los estudiantes dicen que la mayoría de los intelectuales no nos
comprometimos, tengo que bajar la cabeza; cuando los comunistas ponen a Los
siervos en la picota, la bajo igualmente. Pero no crea... Todo escritor tiene en su
haber un Roquentin más o menos."17

14 Virgilio Piñera : "Los siervos", in Ciclón, La Habana, noviembre de 1955.
15 Ibid., página 11.
16 Ibid., página 24.
17 Lunes de Revolución n°51, La Habana, 21 de marzo de 1960.
Con ese espeluznante mea culpa, pronunciado mucho antes del "caso Padilla" (1971), que iba a hacer
reaccionar a los intelectuales del mundo entero, entre ellos a Sartre, frente a lo que aparecía con total
evidencia como una autocrítica del más puro corte estalinista, Virgilio Piñera mostraba una vez más a la luz
pública lo que era su motor existencial y literario: el miedo. El miedo por todos los poros. Un miedo que, a
primera vista, podía parecer irracional pero que no lo era, como se pudo demostrar en carne propia y ajena.
Confesando su miedo en cualquier ocasión, Piñera, de alguna manera, lo exorciza. No habría nada más
desacertado que creer que se trata de un miedo abstracto, casi metafísico, insertando al escritor en un
género fantástico o absurdo puro. Los referentes de Virgilio Piñera, sus fuentes de inspiración, están ahí, al
alcance de la mano. Él sabe que todo eso va a ocurrir. Lo provoca, incluso. Porque su actitud ante la
escritura no es nada inocente. Piñera se sabe culpable de un crimen de lesa-majestad, el de la premonición,
el de ver antes que los demás. La literatura, con él, avanza más rápido que la historia.
Se podrían multiplicar hasta el infinito los ejemplos de escritura visionaria, dictada por el miedo a un mundo
futuro no dominado por la tecnología y la deshumanización material sino por la policía de la conciencia. En
otros términos, el universo que describe Virgilio Piñera no es de ciencia-ficción, ni siquiera de política-ficción
(lo político es sólo un pretexto, una manera para una mente humana de controlar las otras mentes
humanas y, sobre todo, la libertad absoluta que es la literatura). Es un ambiente ordinario, en el que los
protagonistas son hombres (pocas veces mujeres) de la calle. Así, ese barbero llamado Jesús, en una obra
de teatro así titulada y fechada en 194818 , que se niega a ser el Mesías, a pesar de que todo el mundo se
lo pida por la mera circunstancia de su nombre. Negarse a ser el salvador no es algo común por los tiempos
que corren. Así también, claro está, en "La carne"19 , un cuento fechado en 1944, que prefigura con
extraordinaria lucidez, a partir de un hecho real pero momentáneo, lo que iba a ser una obsesión en Cuba
desde la instauración de la libreta de racionamiento en 1963 y que perdura hasta hoy : la falta de carne.
Muchas veces me he preguntado si los escritos de Virgilio Piñera no eran intemporales, si la fecha que figura
a menudo al pie de ellos no era una forma de sembrar la confusión, de mantener la duda sobre alusiones
que podían ser interpretadas como demasiado transparentes.
Después de 1961, la obra de Virgilio Piñera se fue volviendo no ya premonitaria (sus predicciones se habían
realizado) sino esencialmente sarcástica y casi desesperada. Lo que sí permaneció fue el miedo. Peor aún :
el pánico. En 1968, Piñera sacó a la luz pública una obra de teatro terriblemente conmovedora y acusadora,
Dos viejos pánicos20, extrañamente recompensada aquel año con el premio Casa de las Américas21 . El
miedo, durante todo ese tiempo, no había dejado de crecer.
A partir de entonces, la vida pública de Virgilio Piñera se redujo progresivamente al silencio (no publicó
más, exceptuando un breve poemario), desapareciendo del escenario cubano hasta su muerte, en 1979. El
loro ya lo había advertido mucho antes : "Escribid cuanto queráis..., pero no por ello dejaréis de estar
acusados del delito de grafomanía."22
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18 Virgilio Piñera : Jesús, in Teatro completo, La Habana, R, 1960.
19 Virgilio Piñera : "La carne", in Cuentos, op. cit., páginas 17-20.
20 Virgilio Piñera : Dos viejos pánicos, La Habana, Casa de las Américas, 1968.
21 La recompensa se debe probablemente a la presencia en el jurado de teatro del muy heteroxo escritor español Max Aub y de uno de
los actores preferidos de Piñera, Vicente Revuelta, además de Hiber Conteris, José Celso Martínez Correa y Manuel Galich.
Recompensar esa obra significaba un verdadero acto de rebeldía y cierto riesgo para algunos de los integrantes del jurado.
22 Virgilio Piñera : "Grafomanía", in Cuentos, op. cit., página 42.
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i n é d i t o s j a v i e r marimón
javier marimón, matanzas 1975. poeta y dramaturgo. la muerte de eleanor (1998) formas de llamar desde los
pinos(2002) himnos urbanos (2002) entre otros. vivía en la habana pero después de la última feria del libro de
guadarajara 2004, reside en un lugar indeterminado entre méxico y estados unidos. se sospecha de una alianza mistica
con el coyote.
generación espontánea
1913. Joyce escribe Giacomo Joyce
el mismo año de la muerte de Saussure.
Alzo la vista y aquí estamos, la caterva de autistas y yo
camino al homenaje en zona de aeropuerto.
¿Es que puede homenajearse a una caja?
Pequeña, que trae
el reloj despertador llamado Joyce en la cajita que dice: Frágil,
y el casette (Saussure) con la canción que dice: Fragile.
Una sutileza diferenciadora bajo la cual se agazapan
las moscas de la generación espontánea.
Aceleradas en el deseo de pensamiento, crean
un oscuro cortejo por donde atravesamos los autistas y yo;
alfombras de transitorios reyes de las Estrictas Gramáticas Cumplidas.
Simetría, Simetría; festejamos los homenajeantes.
Entre franjas de datos descubro:
1892. La madre de Joyce muere siendo este un niño
El mismo año de la muerte de la madre de Saussure.
En el ambiente de su cama el niño Joyce sacrificado,
bajo un dominio espasmódico de moscas espontáneas.
Y ahora a mí me presienten, ven que comprendo; me acosan,
me piden el dedo índice para ellas.
Tengo que disfrutarlo todavía: señalo, señalo, señalo,
objetos dondequiera, transidos por el halo de la relación.
Señalo el camino de la playa.
Despertar entero el cúmulo relacionante.
¿Poner o no el reloj que han enviado, para despertar?
Aprovechando los trillos de la metáfora,
las moscas de la generación espontánea se propagan
por esa relación,
y por la materia de las subcajitas que contienen al reloj y al casette.
Y en el espacio sobrante del casette, que es una canción sola;
sinfonías de moscas allí dentro ejecutan.
Y debajo de la uña de irrealidad.
Oh, es fácil con el dedo, obtener relaciones sin nada que ofrecer.
Veo al salvavidas señalar con ese dedo índice a mí negado.
En el ámbito de mi dedo amputado las moscas de la generación espontánea
rellenan, abarcan el aspecto real.
Agárralo! Los sentidos simultáneos agazapados allí, ampliando en
elasticidades nuevas franjas de datos, luchas internas entre los datos significativos. Dialéctica!
Un joven fránces, un Saussure, con sonrisa masticada: Dialéctica!
Saussure definiéndose hacia fuera, emerge ahora rey del dato significativo;
(i) como nosotros: reyes transitorios de las Estrictas Gramáticas cumplidas (frágil-fragile).
Saussure, ¡Gramático!
(tenido eso como dato significativo).
O bien (ii): Oh, oh, y: francés, es Saussure quien dice: fragile, que es francés
(tenido eso como dato significativo).
Oh, inconcebible belleza de la simetría relacionando;
debo sin dudar entregarles mi dedo al hato de moscas.
¡Qué bien entonces haber llamado al casette (de fragile): Saussure!
El joven Saussure incontinuado y yo,
Dos sacrificios en vida para el bulto negro de lo pensante.
Incontinuado: las moscas atacan sobre las nuevas relaciones, englobando,
disolviendo ahora la figura de Saussure- regente (i y ii) hacia Saussure- regido.
Dialéctica!
Discurso del dedo ausente:
¿El pie que se adelanta deseoso de jugar con la niña
significa violación?
Ojillos saltones de las moscas reconocen,
no hay pensamiento que no se infiltre bajo esas estructuras.
Ausencia paulatina de un complejo de pensamientos en una sola dirección:
escrutan en el pie teórico que significa violar.
Escrutan en el pie abstracto que dice: jugar.
Pero no se deciden por ninguno,
su tarea es ese estado intermedio, de volar insistentes,
de dudar sobre el valor de esos elementos en relación,
de escrutar.
No, no hablo de un ridículo compuesto moral,
ellas remontan esos símbolos:
mi no dedo no es para ellas una garantía,
o el deseo inconfesado de violación;
Ocurre la recuperación del aspecto pensar desde otro inicio, un estímulo
en la práctica de las relaciones: kiozaku, tras lo cual
el espíritu se incorpora otra vez frente al muro,
pero sin obtener trascendencia: un cambio de elementos regidores,
un manchón de pensamiento en leves franjas acotejadas,
sin que sobresalgan unas sobre otras; sólo eso.
Un noble sacrificio; pasto de sus insatisfechas ventosas musculares.
Sobre el dedo abandonado en el paisaje
luchan las moscas de la generación espontánea.
No se han cansado aún. Rodean, instigan, siguen.
Habrá que agotar todas las deyecciones del pensamiento
y toda la materia relacionable,
para poder agotarlas también a ellas.
Y nada aún se ha preparado para eso.
casi
Cuando la cabeza se sumerge y pregunta al casco océano:
¿tardaré en salir? Y: ¿cuánto tardaré?,
lo pesado empuja de adentro hacia fuera,
más no demasiado, sino una idea (liviana) de eso.
Como para dudarlo, pero dudar también si empuja.
Tampoco demasiado al sacar la cabeza,
al menos las olas nos lanzan separándonos por más de diez metros.
Cómo entusiasma ver el espacio aparecer y desaparecer entre nosotros,
grandes magnitudes que no nos atrevemos a soportar fuera del agua:
en la arena, cuando me alejo unos pasos mi medio dálmata reclama:
¿adónde irá?
Lo pesado hacia fuera; hago algo con las huellas, sin entusiasmo,
No intento decir que no sobre eso.
De algún modo debo pagar la situación: el peso del cuerpo fuera del agua.
En el dedo índice del salvavidas, un inconfesado pedacito de carne sobrante,
sobre todo cuando se curva el dedo, reposando agachado;
una acumulación en un ángulo de grasa.
El dedo regaña y luego se repliega avergonzado
zambulléndose en el mundo sin leyes.
Y cuando los muslos tropiezan entre sí al andar
hay un mundo blanco cerrado al pensamiento;
como en verdad no hay túnel u otra cosa que conduzca entre nuestras vidas.
El medio dálmata: Se puede ser flaco y estar incomunicado, igualmente.
Bueno, tal vez. Pero hay en la grasa
casi una condición metafísica, una dirección del espíritu.
Algo de los perdedores que me agrada; representados como una entidad gorda,
sobre ese deseo de incomunicación.
Pero,
el dedo del salvavidas se alza de nuevo, ágilmente.
Ese intervalo de actividad es llamado:
una conducta peligrosa para el tema de los análisis,
pues me sumerge en la condición contradictoria
del símbolo: dedo grasiento (agachado)- dedo voluntarioso (erguido).
Como en la noción de lo pesado (grueso) centellean los gérmenes
de su propia perfección (levedad) introspectiva,
asimismo el dedo flaco y voluntarioso indica la no entrada
al liviano(flaco) océano.
A esta actividad antitética también se le ha llamado: actitud invisible.
El medio dálmata: Un sofisma: el dedo doblado, grasiento
no prohíbe el liviano océano,
luego se prohíbe a sí mismo en la grasa (el cuerpo pesado de la arena).
Es así que entro, con la cabeza sumergida.
Ojos de la nuca siguen al medio dálmata en la orilla: la imagen soñada.
Dedo del salvavidas, dame, dame un ángulo de 45 grados.
Gérmenes de lo pesado allí, inquieren sobre el no dedo.
Quiero ese instante donde lo pesado y lo liviano coinciden.
Ese rapto de amputación del dedo, ese rapto de ahogo donde aún pese
la memoria de la carne del dedo, el pulmón nadador.
Rayos X del océano, devuélvanme esa misma imagen de mí
en esa fracción al límite.
Tanto alboroto por una metáfora insatisfecha, dirías.
No dependería de eso, si tuviera el tiempo de algo más.
Casi, casi, respira el paisaje.
Sí, en el punto de: El Falso Ahogado.
Como un ángel anunciador de las representaciones casi al límite,
sale mi dedo regenerado del océano,
y una imagen amarrada a su espalda dactilar:
la huella del sangrante casi.
De nuevo, como grupo,
multitudes de casis en el océano que brama.
el proyectil viviente
No estoy más tras la búsqueda de precisión.
No lo está el shamán, o el halcón analfabeto.
De ellos pueden decir los pinos:
se ha posado en aquel y no en el otro;
técnicamente se podría requerir. Pero,
por la precisión demostrada entre ellos dos es que lo digo:
cuatro ojos cazando el pino rezongón.
No seas cruel, no deberías eso protestar,
ahora servirás para silla en el claro del bosque interpretado.
Mi medio dálmata (mi sacrificio al shamán y al halcón) y yo,
sentados en la silla de pino:
Sí, muéstrenme el dharma.
Aún en ese orden transmitido: el que antecede al que sucede.
No importa. No aspiro al mejor de los casos:
la transmisión del dharma desde el futurama,
un proyectil viviente en tiempo retroactivo.
El shamán: De faltar el mejor de los casos apenas se notaría,
pero sin atreverme tampoco a llamar a esa ausencia: el mejor de los casos.
El shamán inutiliza mis piernas;
uso para apoyarme la silla de pino rezongón.
Figura de eso según el shamán:
Caminas tras la búsqueda del dharma
y una parte de ti está castigada por la precisión,
pero no todo el sistema.
Como cuando se describe:
la precisión del shamán y el halcón en castigar la precisión del pino,
no es castigada su precisión intro, pues los golpes recaen en la zona externa
como parte de la acción misma.
La parte restante es la que debe encontrar un reflejo,
zafarse de la decisión (precisa) de pretender el dharma,
la obtención de dharma obturando el mecanismo desde las acciones
de otros seres castigados.
Parado tras la figura puntual, tras la marioneta que inquiere la precisión del falso dharma,
chupando su espíritu, ahuyentas tu voluntad.
El medio dálmata y yo recobramos las cabezas del shamán y el halcón analfabeto.
El resto ha sido devorado por los cangrejos placebo.
Cabeza de shamán: El medio dálmata es la idea emancipada del proyectil viviente,
tu marioneta, una figura semejante.
Podemos llamar a eso: la transmisión del dharma desde tu contemporáneo:
el dálmata incompleto, es decir: el dalma.
Cabeza de halcón analfabeto: Es de este modo contemporáneo, el mejor de los casos.
Cabeza de shamán: Precisión al decir: el mejor de los casos. Hemos sido castigados.
Coro de cangrejos: Somos los cangrejos endiosados, buscamos erres para comer,
venidos desde el futuro en el proyectil viviente, castigamos en el tiempo pasado
el error del shamán y del halcón, el dharma transmitiendo.
Cangrejo (Hypocrités): Entierra al medio dálmata, su parte ausente,
una simulación de las patas traseras en el underground desestimado.
Obedezco. Los cangrejos, rebuscando debajo, mueren del hambre por ausencia.
Busco el dharma en la muerte del cangrejo hypocrités.
Sobre el sistema herido flota la ResuRRecta R,
Parte en dos la armazón del enterrado dalma.
Oh, el dharma, el dharma, venido hasta mí en el espíritu
del grupo de cangrejos muertos,
venidos a su vez de la muerte sacrificada del shamán y el halcón;
todos me ofrecen un tiempo para la precisión.
El tiempo del mejor de los casos.
Fisuras nerviosas de la R, puedo verlas,
las bruscas intersecciones entre los tiempos de el mejor de los casos.
Viajando desde el tiempo futuro al tiempo pasado; ya lo sabía,
es por eso que entregué al medio dálmata como sacrificio al shamán y al halcón,
una traslación en mi propio cuerpo de la imagen del dharma antecedida.
Es por eso que llamé a ese tiempo: el mejor de los casos.
Y es por esa precisión que he sido castigado,
pues es en esto que advierto al shamán aún más adelantado al romperme las piernas
para que la figura mutilada del dalma tenga valor en mí.
Y el sacrificio del pino rezongón, todavía en un tiempo hacia atrás,
creando figura tras figura de amenaza y castigo.
Veo inutilizarse el dharma en la máquina del compuesto de ideas.
Todo recomienza, todo
lo que comprende esa materia en movimiento
se desprende del organismo formal de pensamiento
como una dislocación hacia el resultado puro;
en ella están los atributos del dharma rectificándose
desde el futuro hacia el pasado.
Todos los organismos involucrados, ebullendo, pendientes:
El halcón vuela hacia el otro pino, como en pos de otra muerte predestinada;
Mi estructura resbala en las simas que acallan los repiques del proyectil viviente.
el mundo Gram algo rom
La ciudadela importante del mundo Gram, algo rom estaba situado allí.
Y en Gram estaba Negroponte Boutros Ghali
La interna buena pelea de Negroponte Boutros Ghali, sólo era cuestión de tiempo.
Postas colocaba Negroponte, vigilaba rom.
No podía zafarse el rom.
Pero el esperaba que, con un poco de esfuerzo, podría torcerse ―eso‖.
Aunque perdiera la mayor parte, el esfuerzo de consejeros.
Iban, iba Luis Colosio, con sus buenos valores iba,
le gritó a Negroponte desde la posta, dijo:
No debe sesionar un ingeniero inglés en una cumbre centroafricana.
No debe Peter Joel la Roteiro cabecear en su ámbito de dirigencia.
No hay que ser cartagineses para racionar a Martí.
Usualmente los años de la bella lana terminan,
la materia de la cristalería (artículo objetivo),
o los vestíbulos de novedades.
Así que vamos a dejar las postas, lo rom está en el mundo Gram.
A Negroponte le hizo chin su segunda esposa:
Seguro ese Luis Colosio otro usa y ha aportado otro, dijo, pero,
y dijo:
razón tiene en que no hay nada qué hacer con rom.
Predomina lo rom todavía.
Dejamos el camino a un lado,
alrededor de cañaverales quemados, las postas de vigilancia vacías, echando hacia fuera.
Hacemos un alto en nuestra marcha, entramos a la posta.
Atendemos un rato, nos esforzamos.
Las palmas, el camino caliente, algo nos dicen desde nuestra posición,
algo poco rom, que se hincha y quita el resuello.
Saludamos, antes de seguir la marcha rom.
moriré en nueve idiomas de Cantabria
Dos divisas:
1- Y reírse directo o reírse de...
2- Y abolir este y abolir aún el de...
Mi juicio antes de morir dijo: Las divisas son idénticas.
O bien: se asemejan su vías en algunos aspectos.
Metemos el azar por la abertura de nuestro intelecto,
metemos cosas en ese rincón de relación;
esa escena fue tan fea: entre 4 a socorrer,
¿por qué cosa no socorriste lo que era y dejaste lo que no era?
Nunca tuvo el día intención de semana,
Piraron varios cuando pensaron que si tendría.
Pero ya ven, ahora están por error en casa de lo que no era.
Poseo un juicio seguro de sí, un juicio sin peluca colorada.
Nada de eso puede contra él, no todos los esfuerzos fabriles para automatizarlo;
aún estando a punto de morir, en presencia de dos divisas similares,
él no dejará de enunciarlo.
Esos bienes poseo, poseo una idea de eso,
me falta contraer una idea de Martí, y aprender algunas lenguas
para enunciar las virtudes de mi juicio de un modo más universal.
No hace falta ya, voy a morir en nueve idiomas de Cantabria;
eso representa bueno,
parecía algún contratiempo, además, quería ser más, quería que él lo fuera más,
pero: ¡Nueve idiomas de Cantabria!
Se obliga a los murientes a morar entre los campesinos de Cantabria: los Ariza Mugrero.
Phoenix, cabeza pequeña de oso, me acompaña en mi viaje con los Ariza Mugrero,
me acompaña la asombrosa estrella número 3.
Gracias algo.
Se realizó en el camino una actividad para condenar la caza del oso.
No era necesario, pero aún teníamos la energía del sólo idioma, la tenía aún Phoenix.
Vimos las esposas vivas, los objetos llenos de precios.
vimos el marco monetización, y los caballos peores,
y las terribles estampidas de iones en la atmósfera.
¡Cómo iba yo al cine!, lo relaciona gustosa la prensa del verano de Cantabria.
Cantabria quiere acostumbrarme a su candidatura.
Con mis pies esos iba al cine,
Los uso ahora para reunirme con los Ariza Mugrero.
Algunos, en esta sensible situación,
enunciamos los objetos de regresar: caballos peores, marco monetización.
Algunos enunciados salen de allí, reconocimientos, descripciones, frases:
ridículo lenguaje para el muriente en nueve idiomas de Cantabria.
Orlando, presenta mi caso porque igual perderé.
Todo lo acapara el Payán Cortés, el vivo de Carolina del Norte, el de un solo idioma.
negro en enero
En la floresta januarina, pensando en su aerolínea
y en la necesidad que tiene un nadador madrileño de nadar,
el espectáculo lastimoso de un negro con una necesidad.
Rehenes de la floresta, el negro y su necesidad, permaneciendo.
Una negra situación,
como blanco debe ser el nadador madrileño que desea nadar.
¡Si se tratase sólo de nadar! También: ¿Por qué negra situación?
El negro evoca con los ojos, a lo lejos, en la floresta:
son Ginés y sus rehenes madrileños blancos,
de la secta de Danone: el nadador absoluto.
Ginés: ¿Qué hubo, negro? Tenemos material par el estudio del racismo.
El negro: Oh, Ginés, no tenías que haberte molestado.
Es para nosotros la negra situación; exclaman los de la secta de Danone.
En la floresta, además, nadar es imposible.
Dijo Ginés: Ingresemos un 1 de un veneno bueno del gobierno, para mejor estudiar la situación.
Blanco veneno; agrega el negro.
Inertes brazos blancos en la floresta nadan el agua no.
Rehenes del veneno, el equipo madrileño de natación en la floresta januarina.
Negro enero, sin aerolínea, sin natación, pero todos con el blanco veneno.
Ginés no decide el estudio, tarda en eso como en un 1, un 11, ya casi 111.
Un grueso nevado de rehenes chorrea (ocupa) como compuesto, visto desde lejos,
la imagen de una sonriente puerca de Miami.
El ingreso desde su mundo al mundo del deseo integrado
cesado rehenes, tengan un rumbo, que nunca bien este.
Mundo nunca común, ¡the falling afternoon!
Anuncia un no hubo, una
aerolínea hacia Madrid: una ciudad exclusión para el negro.
Nada aún, no amenazan, aún, lo que es, viene a ser, al líder de la poesía, o sea, yo.
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Javier Marimón

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balseríAsnelton p é r e z
nelton pérez, manatí, 1970. escritor. reside entre las tunas, la habana, y el presidio modelo de isla de pinos, en su
recinto civil. el viaje (ediciones áncoras,1999), desvaríos mágicos(ediciones el abra), apuntes de josué 1994, cien
relatos de balseros y balserías (ediciones coliseo del escorial, españa). los relatos publicados por Cacharro(s)
corresponden a una versión corregida de este último libro.
textos cedido por su autor a cacharro(s)
Cuando regresó la calma, todavía podía sentirse en los oídos, como un eco o una canción muy larga, las
embestidas del aire. Por un rato creímos estar cerca de un cayo porque respiramos olor a hojas, a tierra...
el silencio duró muy poco. En la noche que clareaba comenzamos a divisar siluetas y embarcaciones, a
escuchar voces, quejidos, ruegos, ruido de gentes que caían al agua y después chapoteaban desesperados.
El temporal nos debió arrastrar a un mismo lugar. Estuvimos de guardia todos. Con los remos como arma
evitamos cualquier asalto o cercanía de otra balsa. Vimos algunas vacías, otras semihundidas. Parecía un
barrio flotante. Apenas se insinuó en el horizonte el sol comenzamos a remar en su dirección. El mar estaba
llano y a los bordes de la balsa se aferraban los sargazos.
*** *** *** ***
Flotaba dentro de una recámara con el cuerpo sumergido hasta el pecho. Una gorra verde olivo y un sudario
de los que daban a los estudiantes en las becas lo protegía del sol. No nos dijo, o nunca entendimos su
nombre, aquel atardecer en que lo encontramos como una boya. Al principio lo creímos muerto o dormido,
pero cuando escuchó las voces intentó remar con los brazos, avanzar a ciegas. Decidimos recogerlo. Alguien
comentó que podía traernos suerte después que supimos que era de Regla. Lo alzamos del agua con miedo
a que faltara alguna parte de su cuerpo. Una mancha pardusca de pecesillos voraces se alimentaba de su
piel reblandecida por el agua desde hacía buen rato. Estaba rosado y sin epidermis, desnudas las piernas
como muslos de pollo descuerado. Le dimos de beber y una aspirina. Vomitó antes de comenzar con esa tos
que por instantes nos sacaba del sueño como una alarma. Después que subió a bordo recuperamos un poco
la fe aunque nadie de nosotros sepa como invocar a la virgen de Regla.
*** *** *** ***
No sé quien se percató aquella tarde en el banco familiar del parque. Pero el que fue tenía razón. Los negros
no se iban. El pueblo se vaciaba poco a poco, pero siempre los balseros eran blancos o al menos pasaban
por serlo. Mi prima Tania, conocía una familia negra que el padre trabajaba en un tractor con carreta de
una empresa forestal. El clan entero te arreglaba una salida con transporte, comida y casi todo lo necesario,
sin incluir el bote o la balsa, porque astillero sí no tenían, todo por diez mil pesos si el grupo era inferior a
cuatro. Si más, más dinero. Se sabían todos los vericuetos del monte, los caminos hechos por los leñadores
de antiguas carboneras de inmigrantes, los días de mejor marea y luna... en fin, eran toda una agencia de
viajes. Tenían todas las posibilidades, pero no se iban... estaban ayudando a negrear el batey. Las casas
abandonadas eran selladas por el gobierno municipal, después de inventariadas se les entregaba a otras
familias, en esto había favoritismo, sociolismo, pero muchas veces algunos se colaban y tomaban posesión
en nombre de sus necesidades o de sus testículos.
La familia, el palenque, la tribu –los llamaban de mil maneras– nunca fue sorprendida en la exportación de
blancos a La Florida, algo muy curioso. Ya a finales de la ola migratoria, supe que también vendían botes y
balsas. ¡Vaya, ahora sí están completos, con astillero y todo!, repuse. Mi prima Tania me aclaró que no
construían embarcaciones. ¿Y...? Peinaban los manglares y la costa, esto lo habían aprendido cooperando
en una redada del servicio de Guardafronteras destinada a recoger y descubrir escondites y puertos
camuflados de balseros. También a la orilla de las playas a veces recalaban embarcaciones que habían
rendido viaje. Acaparaban y revendían. Ahora sí eran una verdadera agencia de viaje con flota caribeña,
incluida. Por eso cuando Nicholas se enroló en la tripulación, a parte de boquiabiertos nos alegramos,
aunque desconfiamos un poco. No por él que es un negro retinto que aspiraba a casarse con una rubia
germánica, lo queríamos y respetábamos desde la secundaria. Con él, dijo Tania, completamos la imagen
de la Virgen de la Caridad del Cobre, adulterada sólo por algunos blancos y una mujer.
―La Familia‖ receló de él, llegaron a sugerir que podía ser un soplón de la policía. Nicholas se reía, y los
miraba con los mismos ojos que ellos a él. Uno de la familia, incluso, se quedó a ver si en verdad zarpaban.
Nicholas no flaqueó un segundo, pero sí dejó bien claro que el mar no le gustaba. La playa se había hecho,
según su concepto, para mirar jevas en bikini o en tanguitas desde la sombra. Nos agradaba su filosofía de
la vida. El pagó la culpa cuando por un radiecito de pilas nos enteramos que estaban concentrando en la
base naval de Guantánamo a los balseros cubanos interceptados en altamar. Nos vengaríamos de nuestra
mala suerte entregándolo como un haitiano que habíamos recogido por caridad. Era una broma que nos
divirtió de mala gana, con raíces históricas en el choteo insular. Ese temor de los negros a emigrar estaba
salpicado por la historia del sur de Estados Unidos de América. Nicholas nos confesó que iría a vivir de
inmediato a Nueva York. ¿Al Bronx... eh, niche? En Nueva York, no sé que lugar es, pero no es el Harlem ni
el Bronx... este es el teléfono. Nos explicó, extendiendo una tarjeta plastificada como la mayoría de los
documentos y direcciones que llevábamos y temíamos pudieran mojarse. Allí estaba escrito con letras
doradas: Mr. José Francisco Nicholas. Profesor titular de la Universidad de N.Y. Center for Latin American
Studies. Y abajo su teléfono, fax y e–mail.
Este señor era el hermano gemelo de su abuelo, emigrado y radicado a inicios de la década del cincuenta.
Este tío era su aché, nos dijo, Miami y todo el sur podíamos quedárnoslo. Él iba a ser un ciudadano del
norte como su tío abuelo. Al menos su tío era real, ¡decano universitario! No como ese tío rey mago que
todos decíamos tener en la Yuma, millonario, dueño de una cadena de hoteles, restaurantes o joyerías.
Siempre una cadena de algo y a lo peor ni de un perro era dueño ese famoso tío. Ya estaba harto de
nosotros; blanquitos de tercera, nos llamó y comenzó a reír con su amplia dentadura, igual que Bola de
Nieve tras su piano. Nicholas había sido desde niño un negrito mamalón de dedo gordo. Tenía tanta razón y
alegría, que para acobardarlo lo amenazamos con echarlo a los tiburones en cuanto apareciera alguno. Se le
crispó el rostro y empezó a sudar copiosamente. Tanto sudó que parecía un paletica de chocolate
derritiéndose al sol.
*** *** *** ***
Los mocos son saladitos y mejor alimentos que las uñas. Son como los ostiones de uno mismo. El amor de
madre es único. Papa y Toñita mi hermana están ahí, tan moribundos como mamá, pero sólo la nariz de
mamá sigue fabricándolos grandes y húmedos. Algunas manías íntimas que los otros censuran como
cochinadas logran mantenerte vivo.
*** *** *** ***
Ni siquiera se lo dijo a Fernando que era el jefe porque había corrido con casi todos los gastos y
preparativos del viaje. No llegó pidiendo que enrolaran a nadie más que a él y para esto aportaba una
brújula y ciertos conocimientos de astrología aplicables a la navegación. La noche en que salimos fue de los
primeros en llegar, traía una bolsa de saco con azúcar prieta y limones medio patisecos.
Ya se moría en alta mar cuando decidió contarnos que alguien de su familia le ocultó la insulina, creyendo
que así lo haría desistir. Lo enterramos en un cayo donde no había piedras, ni sombra alguna donde
cobijarse. Leímos por su Biblia un Padre Nuestro y nos apuramos en abandonar aquel arenal que a pesar
del sol se conservaba fresco. Mejor para el diabético, dijo Fernando y los demás asentimos. Luego nos
preguntábamos por qué.
*** *** *** ***
No hubo gallego más ocurrente en todas Minas Blancas que el gallego Bellón. Se consideraba socialista pero
luego del Triunfo de la Revolución se instauró a sí mismo partido de oposición. Nunca hizo familia, pensando
en volver cuando Franco cayera. Envejeció, y nunca pudo regresar. Los adultos reían por lo bajo sus
andanzas y a los niños se nos prohibía hacerle caso a sus cuentos. Está medio loco, nos decían. En las
mañanas pasaba por el parque con las manos en los bolsillos y su estatura de niño grande, burlándose de
todos los que compraban el periódico. ¡Pero qué buen pichón ya eres, niño, tú mismo te embutes! Otra vez
se paraba delante del busto de José Martí y le decía: ¡Sacúdete, Pepe, que te quieren echar la culpa de
esto!; y si no leía en voz alta la frase del apóstol de que Los hombres van en dos bandos: Los que aman y
fundan; los que odian y deshacen. Entonces agregaba él, ¡y estos cabrones van en el segundo, coño! Lo
peor que podía pasarle era no poder comer su fabada de garbanzos los domingos. Iba al parque y haciendo
bocina con las manos, gritaba: ¡me cago en la madre de Lenin! En la estación de policía negaba todo,
diciendo que no podía haberle mentado la madre a un señor que no conoció. Que todos en el pueblo tenían
los oídos sucios debido a la campaña agrícola de la malanga. Él, se refería a los hijos de puta funcionarios
del INIT que no sabía dónde escondían la comida. Cuentan que hubo un policía, cuyo trabajo consistía en
meterlo preso a diario o advertirle. Un día murió el gallego Bellón y Minas Blancas quedó sin opositor abierto
y declarado. Las cosas empeoraron. Hoy muchos jóvenes nos vamos en balsas y en vuelos regulares, igual
que un día lo hiciera Bellón en un vapor, hace ya más de medio siglo. A veces trato de imaginar el rostro de
aquel doctor al que fue a ver al hospital porque quería, si era posible, le injertara un estómago de caballo,
para hartarse de hierba.
*** *** *** ***
La luna de esa noche inolvidable brillaba alta. Estaban ya en los bancos de arena luego de cruzar el canal
viejo de Las Bahamas. Incluso se habían atrevido a nadar y hacerse el amor en el agua. Todo estaba en
calma. Planearon a dúo una piscina, una bella piscina en la casa que los esperaba en Miami, que les
recordase siempre esta noche. ¡Qué sabían los viejos cuando les advirtieron del Mar Caribe si jamás
estuvieron en un crucero!
Él recogió un poco de sargazos que las olas del mediodía subieron a cubierta, improvisó una corona y una
saya para bromearle una danza tahitiana con elementos de strip–tease. Ella rió hasta que unas sombras
enormes, que no eran reflejadas por la lona del techo como creyó al principio, se deslizaron a ras del agua.
Una de ellas se impactó con la balsa. Fue un golpe ligeramente desestabilizador que le arrancó un grito a
ella y a su amante le deformó la sonrisa. De él sólo pudo alcanzar, antes que cayera, unos cuantos sargazos
que le colgaban de la cintura. Días después, en la enfermería, todavía los tenía en una mano y no dejaba de
mirarlos con unos ojos que por la mucha vigilia parecían haber perdido los párpados.
*** *** *** ***
Uno sabía que estaba amaneciendo por las explosiones. Al principio todo el mundo se levantaba, se sentaba
en los catres y pedía a Dios y la virgen con todas las legiones de ángeles y santos que nos libraran de esa
locura. Algunos se asomaban a las cercas, para tratar de ver a través de la malla metálica lo que quedaba
de los rajados que pisaban una mina o para ver las ambulancias cubanas que venían a recoger los muertos
y los que gritaban auxilio. Una vez miré y a lo lejos reconocí a un muchacho santiaguero que llegó con la
novia el mismo día, pero en barcos diferentes. Recordé su encuentro de telenovela al verlo, rígido como un
espantapájaros bajo el sol, afónico. Me estremecí al intuir que la detonación había sido por la muchacha que
él no se atrevía ya a nombrar, ni a localizar con la vista.
Después de una semana las explosiones resultaban tan cotidianas como el cantío de un gallo a lo lejos. Lo
más que podía pasar era que nos diésemos vuelta en el catre para seguir durmiendo.
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POPULISMO; UN ESPECTRO QUE RECORRE EL MUNDO
R e m o B o d e i
remo bodei. (italia, 1938). hölderin: la filosofía y lo trágico (1990) y geometría de las pasiones (1995).
tomado de la república, 12 de noviembre 2003
traducción para cacharro(s) de pedro marqués de armas
El moderno Populismo tiene una fecha de nacimiento: 1895. Es el año en que Gustave Le Bon publica La
psicología de las masas y los hermanos Lumiére muestran al público los primeros filmes. Ante las tentativas
de los nuevos ―bárbaros‖, de las muchedumbres ignorantes y violentas, de las ligas y partidos socialistas, y
frente a la incapacidad de las éliles liberales de poner freno a su ruinosa decadencia, Le Bon sugiere un
modelo de política centrado en la figura del menuer de foules. Algunas décadas luego, la expresión será
rentable en varias lenguas con los términos Duce, Furher, Caudillo, Conductor, etc. No obstante, si bien
Mussolini alardeaba de haber leído varias veces su obra, no se puede reducir a Le Bon a un simple precursor
del fascismo. También el presidente de los Estados Unidos, Theodoro Roosevelt, la admiraba. En la base de
la teoría de Le Bon está la convicción de que, en los estados modernos, la inmensa mayoría de los hombres
es incapaz de dirigir autónomamente su propia vida. En efecto, una vez resquebrajada la fe en los dogmas
de la Iglesia y el Estado, ninguna autoridad logra ya imponerse y ningún razonamiento personal tiene por sí
sólo la fuerza de orientar el pensamiento y las acciones. El meneur des foules debe pues restaurar
artificialmente la capacidad de las masas de creer en una autoridad indiscutible, que se vuelva a ellas con
discursos que sean el eco reforzado de la vox populi, la traducción eficaz de lo que cada uno quiere oír. A tal
objeto, construye mitos inverificables, inventa slogan, se hace escribir artículos y libros y deja que le
levanten estatuas para consolidar la fe en su fuerza e infalibilidad. Traslada así el eje de la política del
parlamento y de la discusión pública hacia la plaza y el monólogo.
EL ARTE SUTIL DE AGITAR A LAS MASAS
La figura del político que se sirve de la persuasión racional para alcanzar sus fines remite a aquella del
artista que plasma un material humano a su imagen y semejanza, o al hipnotizador capaz de someter a los
despiertos a un sueño común, insertando sus emociones e ideas dentro del esquema, propio de las
ideologías dominantes, de una lógica de lo inverosímil y de lo irreal que sustituye la lógica de la realidad
misma. Ayudado por un tropel de expertos (o lo que es lo mismo, por un Ministerio de Propaganda), el
demagogo, agitador de masas, se transforma en psicagogo, particularmente hábil para penetrar el alma y
las motivaciones del ―pueblo‖ a fin de convertirlo en una comparsa que se cree protagonista. ¿Cómo es el
populismo hoy?
Para comprenderlo, es necesario partir de un evento del cual ya casi no nos acordamos. De la caída del
muro del Berlín se ha hablado mucho; poco o nada de la caída de las paredes domésticas, erigidas por la
televisión, que ha hecho entrar la política en casa resquebranjando aquel diafragma que –real y
simbólicamente– separaba el espacio público del privado. El umbral de la casa no constituye ya una frontera
infranqueable entre dos mundos separados, límite ante el cual se detenía hasta el poder absoluto del
soberano de Hobbes. Se produce una nueva forma de politización, que involucra progresivamente figuras
por tradición más ligadas a la dimensión cóncava de la familia que a la dimensión conversa de la política. A
través de la radio los ―regímenes totalitarios de masa‖ –como ocurrió en Italia con el fascismo- habían ya
comenzado a ―desanidar‖ a las mujeres, los niños y a ciertas capas que nunca se interesaron por la vida
pública, transformándolos en ―amos rurales‖, ―jóvenes italianos‖, ―hijos de la loba‖ o ―balilla‖.
Ahora tales metamorfosis tienen lugar de un modo más eficaz pero menos visible, por medio de la
televisión, que genera un consenso ―forzado‖, no porque sea arrancado con la violencia, sino mediante una
cierta presión mantenida, al modo en que se induce a las hortalizas a un crecimiento acelerado en las
huertas. Tal experimento, en el cual el consenso viene populísticamente drogado, lo representa hoy la casa.
De manera que los niños, los ancianos, y la clase ―abuelas, madres y tías‖ son los más expuestos a los
efectos de la televisión, aunque, obviamente, no sólo ellas. Constituyen no solamente una reserva de votos
sino también la punta emergente de una numerosa cantidad de cuidadanos que a menudo han perdido
aquella relación doméstica, interpersonal y política, a la cual una vez se enlazaba la existencia individual: la
familia extensa, donde varias generaciones convivían bajo el mismo techo, la comunidad de vecinos o de
fábricas, las reuniones en parroquias, los encuentros en las casas del pueblo o en las secciones del partido.
Se trata de sujetos que no tienen, por lo general, una relación con la política militante, que absorben o
valoran la vida política sobre todo a través de las imágenes y discursos de la televisión. Y se trata, por lo
general, de una política de participación a bajo costo que se puede elaborar en butacas y que no requiere de
fatigosas reuniones, desfiles y mítines. Decenas de millones de ciudadanos adultos y activos, hombres y
mujeres, resultan igualmente atrapados por una política domesticada, en el doble sentido de una política
introducida en la casa y de una política adaptada al estilo y a la modalidad de las conductas, expectativas,
miedos y litigios domésticos. Por esto los protagonistas de la lucha política se encargan de la valencia (de
simpatía o de antipatía, de afición pro y contra) que circunda a los distintos héroes de la pantalla, desde los
conductores de talk shows y de adivinanzas a los actores del cine y los personajes de las telenovelas.
¿Debemos hipotetizar que tales formas de populismo evolucionan hacia eventuales regímenes videocráticos
sofl? Si bien las democracias están dotadas de robustos anticuerpos, un riesgo remoto no es de excluir. El
poder asumido por la televisión es, sin embargo, más el efecto de un malestar social que una causa de
peligro. La democracia parece, en efecto, siempre más amenazada por la escasez de recursos de
redistribución, sean lo mismo materiales que simbólicos. Su agotamiento –en un horizonte de expectativas
sociales decreciente– resulta frenado por un pathos hipercompensativo de participación mimética respecto a
la vida pública, de una inflación de escenificaciones, psicodramas y mensajes políticos sobre las reglas.
Arriesgaría por tanto la hipótesis según la cual los elementos espectaculares tienden, en este caso, a crecer
en proporción directa al aumento de las dificultades a superar. Por ello los ingredientes de teatralidad,
puramente emotivos, pueden ser considerados en parte como sustitutos de acciones eficaces y, en parte,
como ceremoniales públicos propiciatorios. Cierto, ninguna política se reduce a teatralidad, en tanto no se la
logra convertir en menos. El populismo es nefasto justo porque la política de uso externo prevalece sobre la
solución enérgica de los problemas. Pero ¿qué político está dispuesto a prescindir de un consenso de tan
fácil adquisición?
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la poesía fotográficajuAn CaRloS cAstillÓN
juan carlos castillón, barcelona, 1958. escritor y librero. la muerte del héroe y otros sueños fascistas (novela,
editorial debate, 2001) y nieve sobre miami (debate, 2003).
texto cedido por su autor a cacharro(s)
Néstor Díaz de Villegas nació en Cumanayagua, Cuba, en 1956, fue estudiante de arte, pasó por la cárcel,
vive desde 1979 en los Estados Unidos y es una de las voces más originales de la poesía en lengua española
de ese país-continente. Es autor de Vicio en Miami, Confesiones del estrangulador de Flagler
Street,Anarquía en Disneylandia y Por el camino de Sade. En la actualidad reside en Los Ángeles, California,
y dirige el website dedicado a la literatura http://cubistamag.com
Néstor y yo nos conocemos hace ya veinte años. Fui su librero y hemos compartido miles de libros,
innumerables comentarios sobre los mismos y un mismo escenario, el Miami que no conocen los turistas,
pero a la hora de escribir este comentario me doy cuenta de lo poco que eso puede significar para el resto
del público y que en realidad puedo aportar muy pocos datos sobre su vida personal o profesional, o incluso
sobre si tiene alguna vida profesional al margen de la poesía. Sólo puedo decir que Néstor es poeta. Desde
que le recuerdo nunca ha sido, ni querido ser, otra cosa. Cuando lo conocí me parece que trabajaba en un
almacén, creo recordar que antes, o después, trabajó en una fabrica de muebles. Ahora colabora de forma
habitual en El Nuevo Herald. A veces ha tenido otros empleos para vivir, pero no creo que eso le importe a
él ni le pueda importar a sus lectores porque ninguna otra actividad le ha marcado tanto como el sentarse a
escribir poesía. En Cuba, a los dieciocho años un poema, "Oda a Carlos III", lo mandó a prisión -compruebo
con horror que en los únicos países en que la poesía es tomada en serio, los poetas aún son encarcelados- y
a los veintitrés esa misma sentencia le obligó a abandonar su país. Desde entonces ha vivido en los Estados
Unidos. Aunque quizás sería más correcto decir que ha vivido entre Miami y Los Ángeles, dos ciudades muy
distintas entre sí y del resto del país, que tienen sin embargo en común el ser ciudades de frontera, estar
entre dos culturas y dos idiomas. Viviendo en ciudades caracterizadas por la mezcla lingüística, ésta sin
embargo está ausente de su obra.
No aparece ni en su vocabulario, limpio de anglicismos, al menos de anglicismos involuntarios, ni en su
métrica. Néstor mide sus poemas siguiendo los clásicos castellanos. Y es con ese español y esa forma de
versificar que hace una poesía completamente actual. La Norteamérica en que vive y su cultura popular, sus
mitos y obsesiones, sí aparecen en sus poemas, en la forma en que en ellos son incluidos, "Disneyland",
"Darth Vader" o "Janet Reno", la vida en los grandes barrios de aluvión, sin pasado, de la nueva
Norteamérica de finales del siglo xx y principios del xxi. Sus poemas son retratos, instantáneas. Muchos de
esos retratos, no todos, quizás sólo los que más me gustan, lo son de la marginación urbana, las drogas, la
sexualidad prohibida, los ambientes menos gratos de Miami, esa ciudad bajo el sol que es demasiado a
menudo una ciudad llena sombras. Sólo Néstor ha sabido dedicarle un poema a McCrory, una tienda barata
ya desaparecida; o a la biblioteca del Downtown de Miami, siempre llena de vagabundos, "En tus salas
sagradas me dormía / rodeado de poetas y de idiotas". Sólo él un soneto al crack "Cocaína en factura
tetraedra / vuelta en un humo consuetudinario / que se agarra al pulmón como la hiedra". En fecha más
reciente ha dedicado un libro a contar en cuarenta sonetos la vida de Sade. Un guiño por encima de los
siglos y las culturas a un otro que también escogió ser marginado. Hispano en tierra norteamericana;
cubano entre los hispanos; poeta dentro de una comunidad, la cubana, a la que su mismo éxito ha hecho a
veces materialista; poeta clásico en un mundo de poesía fácil y tópica en que demasiadas veces el recurso
al verso libre no es sino un disfraz para ocultar la falta de oficio, habitante del gueto, Néstor puede y debe
identificarse con el otro, con el distinto, con el marginal. No es el primero en hacerlo, pero pocos lo han
hecho con su estilo. l
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sade (2004).reside en los ángeles. ver revista digital http://cubistamag.com
textos cedidos por su autor a cacharro(s)
sodoma y gomorra
Sífilis llegó puntual y Gonorrea
vino detrás siguiéndole los pasos,
con peluca handbag y taconazos
¡obnubiladas todas en la aldea!
En un glande un grafitti resumido,
conleche escrito un versículo del Dante:
entre los pantaones escondido
un Kama Sutra en paperback pedante.
¡Vayá, llegaron las rosas del Roxy,
las Reinas turbias del Trece Botones!
¡A correr liberales maricones,
que la Madre siniestra ha decidido
hacer una limpieza en el Partido
y está que no da paso ni cojones!
santiago hablándole a los demonios
Te llama a voz pelada, es una crica
con su peluda voz: pinga parada
sobre una nubecilla encabronada
donde un diablo fañoso se emperica
Un súcubo te inspira una mamada
y es pura perdición lo que predica:
¡Salve, dios Falo, Salve! ¡Rica, rica!
¡Mira a la oscuridad transfigurada!
¿Qué les dijiste? El críptico esperanto
de una mano extendida deletrea
la salvación con sílabas y llanto.
Y en su afanoso espejo se granjea
el vicio de la luz y todo cuanto
cabe en la triste unión que se desea.
lam
Papaya, pinga, puya, piedra fina,
cola de crines, güijes congelados.
Doble jinete, Eshú y Shangó montados
en caballos de oscura trementina.
Ramilletes de frutos picoteados
por avechucho en mala tinta china:
un tolete, una teta y una espina
con machetes de luz atravesados.
Si en el rombo escupiste caracoles
con su carga de lluvia subterránea
y rociaste las plumas con alcoholes,
bocanada de música instantanea,
¿por qué giran sin sol los girasoles
en tu jungla-prisión contemporánea?
la perfección que muere de rodillas
Para José Lezama Lima
Rechoncho centurión amanerado,
amante eunuco de la porquería:
en tu cabeza heraldica y vacía
solloza un acordeón desafinado.
Callas, enemistando a la Poesía
con la Verdad y con lo que has creado,
y en un mundo real disparatado
construyes una antorcha de luz fría.
¿De dónde te llegaron los sabores
de palabras tan bárbaras, tan finas,
que sufre el paladar con sus colores?
Y esas contradicciones asesinas,
¿encontrarán magníficos lectores
capaces de doblarles las esquinas?
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Néstor Díaz de Villegas

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(1997) confesiones del estrangulador de flagler street (1998)
héroes (2002) por el camino de sade (2004).reside en los
ángeles. http://cubistamag.com
johannes kepler frente a la hoguera donde arde
su tía, la bruja enriqueta
Yo siempre padecí del horror al vacío
–que en muchas ocasiones llenaba con palabras.
No hubo quien predijera el nacimiento mío:
las palabras predicen lo que no vale nada.
Lo que no vale el llanto de una madre que espera.
No basta con pedirlo: hace falta que muera
en fuego estrepitoso (como hojas de acanto
rendidas en el polvo, viradas para afuera.)
Un niño es siempre menos de lo que parecía,
a no ser que un veneno lo convierta en ratón.
Lo convierta en cadáver dormido en el espejo
(entonces su fantasma será inmune al dolor.)
Si recoje en las manos el hocico de un perro,
o se lleva a la boca la voz del impostor,
o se pone zapatos descosidos, de estreno,
o recibe el bocado mojado del varón,
aguzará el oído para escuchar de lejos
los astros que amenazan con su disolución.
Escupe para adentro, camina para afuera,
sin encontrar entrada, salida a los reflejos.
Su permutar en círculo lo obliga a la quimera,
a jugar con candela, a calcular en frío.
(Si no siente o padece se morderá la lengua.)
Yo siempre padecí del horror al vacío.
quema de libros
Ahora quemo los libros que me hicieron famoso
para que nadie sufra futuras tiranías
para que vivan libres, sin libros peligrosos,
urdiendo humanitarias, tristes cacofonías…
para que no padezcan… ¡Que sí, que sufran mucho!
No les ahorro nada. A la Nada encomiendo
esas almas colmadas de negros sufrimientos
revelados en fotos, en falsas biografías.
Ahora quemo los libros que me hicieron dichoso.
Clamo al tirano, alabo –¡incomprendido acaso!–
su mano de hierro puro (cerrada, luego abierta)
y la pongo en mi mano: ¡su mano en mi cabeza!
¿Qué el Tiempo en ti sería? ¡Experto trotamundos
que vagas solo, oculto en lo profundo
de unos ojos de trueno! ¡De ojeroso granito!
Si dejaras el bien a los malos, los buenos;
si hubieras renunciado a golpear infinitos
con tus puños de hierro…
¡Oh! ¿Te ríes de nosotros?
Escribiré mil libros que te canten de nuevo:
libros negros, quemados, en blanco, aparatosos…
que veremos arder
A veces cuando miro el Discovery Channel
veo a un sabio explicando la agonía nuclear
de un sol que se desgrana en negros agujeros:
la Tierra es la nodriza que le dio de mamar.
Un sol desenterrado que ve pasar su entierro,
¡oh, la negra sustancia tediosa y singular
donde ya defecaba en rayos de destierro
antes de quemar todo y dejar de brillar!
Quizás, anticipados, temblábamos de miedo
pensando qué serían carámbanos de hierro,
las horas de ceniza, las cúpulas de hielo,
cerradas las entradas del mundo sublunar.
¿Nos tocará a nosotros? ¿Por qué tenemos miedo?
Faltan muchos eones para llegar a aquello.
Nunca estaremos muertos de insolación salobre,
de falta de sabores, de rayos del invierno.
No sé por qué temblamos al concebir la parca
senectud de los astros que brillan a lo lejos:
en nada nos concierne su parsimonia fría.
Moriremos calientes, y moriremos viejos.
Pero tú, fidel astro –¡oh sol de los viñales
que llevamos adentro, pudriéndose en espejos!–
detrás de los mogotes descenderás un día
no lejano en la falsa decrepitud del Tiempo.
reniego de los nortes
¿Quién sabe de esas cosas, oscuras, apiñadas,
terminadas en punta, situaciones de estrellas
en firmamento puro de libro de cometas,
bajo la luz martiana de un foco fluorescente?
En el espaciotiempo se ve el perfil del mundo
cerrado en el sí mismo, ensimismado, duro.
Es el ceño de un dios flotando en el meado
callejón de una urbe tomada por los indios.
Aquí todo fenece, se trueca y cobra vida.
Hay dos categorías. ¿A dónde lleva el rumbo
de ese charco de orina que persigue el tolete
y que camina torpe, paciente anestesiado?
Reniego de los nortes que insinuaron los astros.
Los acentos sureños que el aire televisa
engañaron al sabio de los labios oscuros.
Morirán despeñados, como astros de fútbol.
El bien y el mal: dos soles –estrellas invertidas–
se toman las cinturas y forman una rueda
dando vueltas y vueltas por la pista de baile,
vestidos de guevaras con las caras partidas.
niño de guevara
No hay nada claro allí: sólo penumbras, actas.
El golpe seco; ir y venir de aldabas aventadas
sobre el madero de las hojas cerradas.
Colgado de la puerta, adentro y de espaldas,
el crucifijo recibe caricias –o golpes– en la espalda.
Y si habla –atorado– cuando golpean afuera
suelta palabras, como otros dan el alma.
Los de adentro, atareados, no oyen en la sala.
Afuera la policía, la turba alborotada,
aguzan los nudillos sobre acuciosas tablas.
El niño los despierta; los golpes en la Nada.
Confunden con fantasmas las sombras golpeadas.
El mismo crucifijo tiembla en la portada.
¿Quién entra de un tirón en la nave apagada,
en la sala usurpada, trasunta apuntalada?
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disneyland (1997) confesiones del estrangulador de flagler street (1998) héroes (2002) por el camino de sade
(2004).reside en los ángeles. ver revista digital http://cubistamag.com

publicado originalmente en http://www.cubaencuentro.com
textos cedido por su autor a cacharro(s)
Hablando del poeta Manzano, el profesor Antonio Vera León se refiere al estilo bárbaro de la nación cubana;
y Enrico Mario Santí, comentando al crítico, dice: "Para los escritores blancos que a un tiempo lo amparaban
y explotaban [Manzano se había convertido] ...en una metáfora rentable dentro de la naciente narrativa".
El estilo bárbaro (o "desaliñado", como también lo llama Vera León), se hace popular; los blancos lo acogen,
lo "amparan", y al mismo tiempo lo "explotan".
El estilo bárbaro de Kcho, como antes el de Manzano, se ha vuelto igualmente rentable dentro de la
narrativa nacional contemporánea.
Pareciera que el tema del amo y el esclavo, y su contrapunteo, regresaran con él a nuestra escena: teatro
bufo en el que el blanco se pinta la cara de negro. En este intercambio interesado, Kcho le presta su
máscara a la dictadura.
Habría que comenzar por advertir que, a diferencia de los tiranos criollos, los déspotas peninsulares poseían
enormes reservas morales y que, en cualquier caso, jamás se hubieran atrevido a "comerciar con el dolor
ajeno". La incuria extrema del fidelismo, por el contrario, lo ha obligado a expropiar a sus víctimas hasta del
sufrimiento (Es lo que ocurrió con el martirio de Elizabeth Broton: fue confiscado y nacionalizado). El
sufrimiento se convierte entonces en fetiche, en mercancía seudo artística o seudo religiosa.
Caso curioso: al forzar el regreso de los que huyen, se da la situación absurda de que los cimarrones
devueltos sean obligados a tratar en términos familiares al carcelero. "Después de mandarme años preso,
después de botarme de la Isla, después de robarme a mi sobrino-nieto, ahora va a resultar que somos
hermanos", se ha quejado a un periodista el mayor de los González, al enterarse de que el niño Elián llama
a Fidel Castro "abuelo".
En esta comedia de errores hace su entrada Alexis Leyva Machado, en el papel de Kcho. ¿Quién es este
pedazo, o desprendimiento de un ente mayor, del cual es sólo trozo o parte? Si lo escuchamos explicar una
obra suya (Obras Escogidas, 1994) que representa una balsa hecha de libros, en el Walker Art Center de
Minnesota, quizás lo entenderemos: "Mucha gente mira esta pieza y ve únicamente libros de marxismo, y
cree que se trata de una obra política. Pero también hay allí libros de ciencia, de matemáticas y de
geografía. Esta obra trata de literatura universal; es sobre el intercambio de ideas".
Podemos ahora, perfectamente, imaginarlo sentado en las piernas de un ventrílocuo. A fin de cuentas,
¿qué cubano no sabe lo que significa una balsa? Kcho se limita a explicarla con las palabras del amo.
Aprovecho esta declaración de Kcho para ilustrar una nueva, y rarísima, especie de sincretismo: la falsa
conciencia del mayoral se introduce en el discurso del esclavo --y no como lenguaje artístico, sino como
lenguaje de conveniencia. Como lengua diplomática: el esclavo aprende a "mentir" como los blancos--.
Los despojos del Monte han servido a Kcho para expresar la mitología, y la ideología, del cimarrón –es
decir, del que escapa en la balsa, del que cruza el mar. En realidad, es un objeto sacralizado (un objeto de
altar, en tanto que objeto encontrado) lo que se coloca en la capilla de la galería. Son los fetiches quienes
cuentan ahora la narrativa nacional: todos los que alguna vez han escapado hablan por ellos; los dioses de
las travesías bajan allí. Sin embargo, en los catálogos elegantes y en las revistas de moda habla, por la
boca del artista, el espíritu del amo.
Cierta explicación de cómo llegó a ocurrir la simbiosis de panteones católicos y yorubas durante los siglos de
transculturación, refiere que los esclavos ocultaban sus ceremonias y sus deidades de los ojos de los
señores, y que aprendían a fingir veneración por los dioses ajenos mientras invocaban en secreto a los
propios. Si hay algo de cierto en esta teoría, mucho de la doblez y del doble lenguaje de aquel proceso
sincrético perdura en el doble sentido que representan la vida oficial y la obra pública de Alexis Leyva
Machado.
Hay un momento en la dialéctica del amo y del esclavo, condicionado, en nuestro caso, por las relaciones
comerciales capitalistas --por el relativo éxito literario o artístico del último-- en que el amo exige de su
víctima un por ciento de las ganancias que ha obtenido con la venta de su "arte del sufrimiento".
En unas relaciones clásicas de producción esclavistas, ese dividendo, esa plusvalía artística, resultaría
inconcebible: la espiritualidad del esclavo era una zona que permanecía, por principio, improductiva. El
supuesto de la improductividad espiritual del esclavo es, precisamente, el principio erróneo en el que está
basada toda esclavitud.
Pero, con Manzano, el esclavo "canta". La canción del negro (ese producto espiritual por excelencia: en
Estados Unidos llegará a llamarse simplemente "spiritual", como si el amo se asombrara de encontrar
"spiritu" en quienes suponía privados de esa cualidad) es el primer producto exclusivo, auténtico, del
esclavo; una mercancía que únicamente él puede producir.
Andando el tiempo la canción llegará a ser muchísimo más rentable que el algodón o la caña de azúcar (En
Cuba ha llegado a suplantar la economía del tabaco y del azúcar). En la canción de Manzano, en su
"spiritual", asistimos a los orígenes de la comercialización del sufrimiento, al nacimiento de la tragicomedia
del espíritu de la música.
Hay que tener en cuenta que el electro-proletariado norteamericano ya estaba listo para consumir lo
"spiritual" cubano. Desi Arnaz había convertido a Babalú en un nombre de pila de la baja cultura. Tropicana,
lo mismo que Babalú, es tropo de la discografía yanqui: nuestra música de cabaret tiene nicho propio en la
industria de las estrellas (Por cierto, que haya sido precisamente Babalú Ayé, deidad de las desgracias y de
las plagas, quien entrara primero al templo de la cultura de masas, cae dentro de una especulación
puramente cabalística).
El hecho es que Babalú, como doble encarnación del sufrimiento y de lo "spiritual", ha servido, desde su
aparición en los años cincuenta, para divertir a un billón de televidentes de todo el mundo. Su capacidad de
entretenimiento, en lugar de disminuir, aumenta con cada retransmisión de I Love Lucy.
Es a un escenario del Babalú --pero globalizado, y como anunciado por Ricky Ricardo-- al que sube Buena
Vista y, en cierta medida, Kcho. Su arte del balsero busca entretener a un público entrenado en el valor
terapéutico del sufrimiento, y viene como anillo al dedo a unos productores acostumbrados a sacarle
provecho a las "cubanerías".
Entre los sincretismos permitidos por el multiculturalismo en boga, lo taíno y lo karabalí se confundieron.
Podría rastrearse una pizca de "canibalismo" temprano en la música de los Lecuona Cuban Boys: desde
entonces se le ha estado sacando lasca al "taíno chic".
Curiosamente, el arte "desaliñado" y "bárbaro" que hoy podría llamarse karabalí, traía asociada la
permutación de la letra C por la K. Así tenemos un self-serve en La Habana con el nombre de Wakamba, un
club Karabalí, una finca Kuquine y un balneario Kawama. Esta moda, este Modern Karibe, responde
igualmente a un sincretismo --mezcla de "negrismo" con "indigenismo"-- que hizo furor entre la burguesía
batistiana.
El coco, el yute y las semillas se pusieron de moda. Se creó entonces un folclor de Tencent y una campaña
publicitaria alrededor del tema de Tropicana, que dio acogida también a las chucherías artesanales de lo
karabalí. El cabaret Babalú y el self-serve Wakamba deben encontrar su ancestro común en la escuela de
diseño interior "atómico" de los cincuenta, que gustaba añadir algún toque "bárbaro" a la eficiencia
calvinista de sus entornos.
Como todo arte del buen salvaje –recordemos los fetiches de aquel otro gran navegante entre Puritanos, el
bueno de Queequeg– los idolillos de Kcho fueron malentendidos y prontamente incorporados a una
cosmogonía cuáquera, congregacionalista y mormona (La galería de arte moderno es el templo frívolo de los
espíritus subsidiados). Después de todo, la edad moderna comenzó descubriendo un nuevo mundo
"salvaje", y el arte moderno blanqueando las máscaras de otro arte negro. Pero, desde los tiempos de
Ishmael y de Ahab, nada asombra tanto a los coleccionistas como nuestra educación artística.
A propósito de educación artística, se hace imprescindible la siguiente pregunta: ¿Necesitamos tantos
pintores? ¿Graduaciones multitudinarias de pintores? ¿No representa el arte de Kcho más bien un excedente
de "lo artístico" en la economía nacional, y en nuestra economía espiritual? Por lo visto, lo que había que
decir en ese terreno ya había sido dicho, en un lenguaje plástico establecido durante la República, por un
puñado de pintores ingenuos, incluso francamente malos. ¿No estuvieron emparentados los planes de crear
artistas y los planes de crear café Katurra?
El arte de Kcho, o de Los Karpinteros, ha usurpado el lugar de la artesanía karabalí de otros tiempos –
artesanía con los precios inflados para la galería y el museo-- y responde al mismo interés del espectador
batistiano o calvinista por lo "salvaje" y por lo "tribal". De todas maneras, nada podría salvar a un anillo de
$4.400, que representa una balsa hecha de plata, de su calidad de excedente en la economía artística
cubana (El anillo está disponible en una de las boutiques que vende joyería de Kcho en la Internet).
Hay quienes creen, incluso, que una balsa para llevar en el dedo no es más que un crimen cometido en
nombre del arte. Ya se sabe: el arte ha demarcado sus fronteras por sucesivas transgresiones. Penetrar en
las zonas prohibidas –de la muerte, del sexo, o de la patria– es la manera en que el arte moderno ha
expandido sus territorios –por violación, por conquista–. Sin embargo, los jueces en Norteamérica insisten
en prohibir a los espectadores morbosos la contemplación de los lienzos de Charlie Manson, o los de Hitler,
que pintaba rosas.
La gente insiste en contemplar el horror: le da lo mismo las mujeres apaleadas de Nan Goldin que las lomas
de esqueletos que retrató Lee Miller en Dachau. El arte de Kcho, sin embargo, no representa a los muertos
directamente, sino al instrumento del crimen.
En la cámara de gas que es la balsa, la muerte es tan mortífera e insultante como en la otra, pero mucho
más limpia. No deja lomas de huesos: los huesos son barridos, como si dijéramos, debajo de la alfombra.
Sólo que debajo de esa alfombra nadie podrá mirar nunca.
En la cámara de gas tradicional la muerte es rápida y segura. En la balsa la agonía dura muchos días; a
veces semanas. El reo sufre alucinaciones: cree ver islas, y ciudades con rascacielos, antes de morir de
insolación. Algo peor: en su delirio el cimarrón se ve "libre".
Alrededor de la balsa merodean tiburones, y por debajo de la balsa hay un abismo.
Una cámara de gas sólo puede ser una cámara de gas, una cámara de gas, una cámara de gas; pero a
nuestra cámara de gas se la puede llamar recámara, neumático, llanta, balsa, o cualquier otro nombre
engañoso y simpático.
Si alguna vez tuvo otro interés, es evidente que hoy, en el arte de Kcho, se representa a la balsa con la
intención exclusiva de satisfacer el morbo del público. Habría que comprender el sentido real del arte-facto
para poder entender también su carga semiótica: la balsa es, literalmente, nuestra cámara de gas. La
señora que compra el anillo de plata llevará en el dedo una cámara de gas. Es decir, sólo aire. Algo que no
existe: la han timado. Y mucho me temo que el timo es, precisamente, parte de la gracia de nuestras
revoluciones artísticas.
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RELATOS InÉDITOSJorGe CArpiO
jorge carpio, sancti spíritus, 1965. escritor. reside en la habana.
sobrino juega
Para Guille.
Rafelito juega en la sala: destroza a martillazos el tren eléctrico que le compraron hace dos días. Boni lee
sentado en un sillón. El ruido no le permite concentrarse y molesto abandona el libro. Sin hablar mira con
desprecio a su sobrino.
Pone a todo volumen un disco de la Charanga Habanera. Trata de escuchar la música y hasta tararea alguna
letra. Pero los golpes sobre el cacharro entran en sus oídos como disparados por un cañón. Desconecta el
equipo.
Se decide por contemplar a Rafelito que se entretiene con el divertimento. En una mano tiene el martillo y
en la otra los restos del juguete. Boni se pregunta si él fue así cuando pequeño.
Desde la cocina llegan los insultos de su hermana y los lamentos de la abuela. ―Oye‖, dice el niño, ―mamá
está de nuevo golpeando a la vieja‖, y se ríe con tanta fuerza que a Boni le causa gracia el desenfado del
sobrino. ―Ojalá y la mate‖, agrega Rafelito que sigue imperturbable en su faena.
Con el martillo se golpea una uña. Da un alarido que retumba en la casa. Insulta a la familia, a cada uno por
su nombre. Se mete el dedo en la boca y chupa la sangre. Le tiemblan los labios y los ojos se le quieren
salir de las órbitas. Tiene el pelo erizado igual que un gato al acecho.
Mira hacia todos lados y se levanta con rapidez. Toma impulso como si bateara una pelota y le da un
martillazo al tío en los espejuelos. ―Coje, cabrón‖, grita. Boni cae al piso. Son tan agudos sus chillidos que
se escuchan en el vecindario. Se cubre la cara: la sangre le corre por las manos.
La hermana y la abuela acuden a la sala. Boni se revuelca mientras el sobrino permanece a su lado. El niño
sonríe y lo señala con el dedo. Murmura algunas palabras que los demás no logran entender. Aún empuña
desafiante el martillo.
―¿Dónde está el cuchillo que voy a matar a mi tío?‖, pregunta Rafelito enérgico. Las dos mujeres se miran y
ríen a la vez. ―Qué lindo, qué dispuesto a todo‖, celebra la abuela. ―Ahora no, nene, más tarde‖, dice la
madre que lo tiene entre los brazos. Trata de aplacarle el pelo con la mano. Le da algunos besos en la
mejilla y se sienta con él en el sillón. Lo arrulla.
Boni, todavía cubierto de sangre, lo vigila desde el piso.
el rescate
Hay murmullo en las escaleras. Medio dormido salgo y encuentro a los vecinos discutiendo. Dicen que Elena,
la vieja del último piso, debe estar muerta en su apartamento: hace una semana que no sale y hay mal olor
en el edificio. Se dan cuenta de mi presencia y me preguntan. Opino que la única forma de saber es ir a
buscarla.
Un policía, con acento oriental, me ordena solemne: ―ejecute, compañero‖. Cruje la puerta cuando le doy la
primera patada. No se abre. La vuelvo a patear. Se astilla el marco, el pestillo salta y cae al suelo.
Sale el hedor. Un enjambre de moscas choca contra mi cuerpo. Las golpeo con furia. Siento cómo los bichos
rebotan y caen al piso. El policía que estaba a mi lado ha desaparecido. Desde el fondo del pasillo me llega
su voz autoritaria: ―aléjese de ahí, compañero... Se lo ordeno.‖ No obedezco. Tampoco me da la gana de
taparme la nariz. Entro. Prendo la luz y camino hasta el cuarto. Elena está muerta sobre la cama.
Tiene el cuerpo hinchado. Casi no se le distingue el rostro. Dos lágrimas de sangre le brotan desde donde
tuvo los ojos y corren despacio por las mejillas abultadas. Por la boca abierta circulan los gusanos.
Voy hasta el refrigerador. Hay de todo: leche, dulces, carne... Elena tenía fama de buena cocinera. Cojo
unas lascas de jamón, las saboreo como en los viejos tiempos, y trago hasta sentirme satisfecho. El resto
me lo echo en los bolsillos. También pruebo dos o tres cucharadas de dulce de toronja y pellizco un pedazo
de queso que me sabe a gloria.
Afuera siento a los vecinos que se preocupan por mí: ―Boni está loco. Esa peste lo puede intoxicar‖, dicen
algunos. ―Es un animal‖, agrega Eva, la mulata jinetera que vive en el primer piso. ―Un cochino es lo que
es...‖, añade Teresa. Pero yo no les hago caso. Voy a lo mío.
En una jaba echo la comida que encuentro en la despensa. Del baño recojo los jabones, el champú, papel
higiénico y demás cosas que necesito. Con cuidado dejo caer el bulto en mi balcón. Al rato salgo. Informo
del estado en que se encuentra Elena. Hay nuevos comentarios, cotilleo y especulaciones. Las mujeres
rompen a llorar.
Han llegado más policías, el forense, los ayudantes y otros curiosos. No se deciden a entrar. ―Es mucha la
peste‖, dicen. Me dan las instrucciones para el rescate. Después de escucharlos, pregunto por las bolsas de
plástico donde echan los cadáveres de guerra. Explican que no hay, que no estamos en guerra.
Regreso al apartamento. Trato de colocar el cuerpo de Elena dentro de la caja pero está engarrotado y no
cabe. Mis manos se hunden en su carne amoratada y la sangre putrefacta me corre entre los dedos.
Algunos gusanos salen de su boca. Con dificultad logro acomodarla: he tenido que partirle las piernas.
Termino agotado y hambriento.
Antes de presentarla a los vecinos voy otra vez al refrigerador y me empino un litro de leche. Acabo con lo
que queda del dulce de toronja y engullo un pote de helado de chocolate que había en el congelador.
Abajo espera el carro fúnebre. Alguien dice que el cadáver no saldrá por las escaleras. ―¿Y cómo la
bajamos?‖, pregunta la vieja Teresa. Todos me miran. ―Por la rondana de la azotea‖, propongo. Aparece
una soga y amarran el ataúd. Lo izan.
La gente de la cuadra y algunos transeúntes miran desde la calle. Yo, desde la acera, doy las instrucciones:
―aflojen, más despacio, ahí‖. ―¡Cuidado, coño!‖ Me da tiempo a correr y evito que la caja me aplaste. Se
hace añicos. El cuerpo de Elena se estrella contra el pavimento y se separa en cabeza, tronco y
extremidades. Hay murmullos y exclamaciones. Un coágulo de sangre salta y va a parar a la boca de la
vieja jefa del Consejo de Vecinos. Río a carcajadas.
En la acera cae la cabeza, el tronco unos pasos más distante y los brazos y piernas casi en medio de la
calle. La multitud sigue sorprendida; algunos se tapan la cara. Un perro callejero muerde una mano y sale
corriendo con ella. Se forma el alboroto. Los policías se percatan, sacan las pistolas y, sin que nadie de la
orden, lo persiguen y gritan: ―!atájenlo, atájenlo!...‖ El perro se asusta y suelta la presa. Se da la vuelta.
Ahora él corre detrás de los policías que se pierden por un callejón rumbo a un barrio distante.
Hago algunos gestos de desacuerdo y grito que no pueden suceder más eventualidades. A falta de policías
coloco un cederista para que vigile los fragmentos de la difunta mientras yo termino el trabajo.
Enfadado recojo los restos de la vieja. Los echo en un saco de yute. Lo tiro dentro del carro fúnebre y doy
una palmada en la lata del vehículo para indicarle que se vaya.
Otra vez siento hambre. Recuerdo que debo subir a mi apartamento y recoger la jaba que tiré en el balcón.
Pero me doy cuenta de que estoy en medio de la calle rodeado por vecinos y transeúntes. Hacen
comentarios: ―Boni es un bárbaro, el mejor, un campeón‖. De repente la multitud enardecida aplaude y
grita a coro: ―Boni, Boni, Boni...‖ Yo levanto las manos ensangrentadas como un pugilista después de la
victoria. Saludo y, sin reparar en ninguno, sonrío al público.
diatriba contra mi suegra
Para Vivian
Rosa María mi esposa sale a buscar las medicinas de su madre. Desde el balcón la veo alejarse rumbo a la
farmacia.
Mi suegra permanece tendida sobre la cama junto a un balón de oxígeno. Pienso que no vivirá mucho: tiene
cáncer en los pulmones. Los médicos dicen que está en fase terminal.
Contemplo su cuerpo cadavérico y casi no la reconozco: se le marcan los huesos y tiene los ojos hundidos.
La vieja me mira fijo. Intenta decir algo pero no puede hablar. Creo que será mejor para ella. Enfurecido le
grito: ―hija de puta, cabrona‖ y río como si gozara uno de esos filmes cómicos de la infancia. Gesticulo y
sigo insultándola. Camino de un lado a otro del cuarto en busca de nuevas ideas.
Con ambas manos la agarro por la mandíbula. Aprieto hasta sentir que la prótesis dental se me quiere
escapar de los dedos. ―Me gusta que me miren de frente‖, le digo al oído.
Trato de mantener la calma. Voy hasta la cocina y hago café. Le traigo una taza para que no piense que soy
un egoísta. Bebo y pongo el de ella encima de la mesa de noche entre jeringuillas y sueros citostáticos.
Prendo un cigarro. No le brindo porque el médico le prohibió fumar. Pero soy generoso y le soplo el humo en
la nariz. Mi suegra tose.
Doy unas vueltas por la casa. Cuando regreso siento como si me clavara en el cuerpo sus ojos brillosos.
―¡Qué cojones me miras!‖ le grito nuevamente. Amago darle una bofetada pero pronto me relajo. Opto por
hacerle muecas con la lengua.
Se me ocurre revisar en qué estado se encuentran las partes más íntimas de su cuerpo. Cuando joven era
bonita aunque no tanto como la hija. Le levanto la bata y hurgo con cuidado entre sus piernas. Siento un
olor nauseabundo pero no desisto. Me quedo asombrado: todavía mantiene el pubis oscuro y suave como
una adolescente. En cambio, tiene la piel amarilla y fláccida. Le acaricio los bellos y de vez en cuando se
los jalo para recordarle que aún estoy a su lado. Ella no me mira pero hace intentos de quejarse.
Poco a poco me voy excitando. Me bajo el pantalón y le muestro el miembro. Lo sacudo hasta que el semen
caliente se derrama sobre el piso. Mi suegra hace un gesto de asco. Le tiro besos, me viro y le pongo las
nalgas cerca de la nariz. Sueno varios pedos que chocan contra su cara. Siento en el trasero la frialdad de
su respiración entrecortada. Permanezco en esa posición hasta que me canso de estar inclinado.
Observo que ha cerrado los ojos. Le pellizco las tetas una y otra vez como si se tratara de un
entretenimiento y ella mueve los labios. Busco música en la radio. Se escucha un bolero: “vida, vida
consentida...” Le comento: ―esa es de tu tiempo, vieja cabrona‖. Bailo. Me hago el que la tengo entre los
brazos. Murmuro su nombre y frases cariñosas.
En eso estoy cuando siento voces en la sala: es Rosa María que llega con su hermano. Vienen apurados
hasta el cuarto. No me saludan. Miran a su madre que permanece inmóvil y se abrazan llorando. Pienso
que son un par de tontos sentimentalistas. Me acerco a la vieja y le tomo el pulso. Muevo la cabeza una y
otra vez para indicarles que está muerta. Solemne, pronuncio algunas frases de consuelo y cierro la llave
de oxígeno.
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innééddi
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Jorge Carpio

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texto cedido por sus autores a cacharro(s)
L E Z a m A PATaFÍsIcO ::
Diiállogo entre Carllos M.. Luiis y Rafaell Ciippolliinii
carlos m. luis.
la habana, 1932. poeta, ensayista y pintor. el oficio de la mirada (ensayo, 1999) núcleos (poesía, 2000).
reside en miami. publicó en cacharro(s) 1 y 2.
rafael cippolini.
ensayista. promotor en argentina del colegio de patafísica.
(PriMera jORnaDa)
Rafael Cippolini: ¿Cómo podríamos comenzar a merodear la relación Lezama/'Patafísica- y Teoria del
Caos? ¿Deberíamos comenzar husmeando en lo que ya llamamos la patafísica lezamiana?
Carlos M. Luis: Sí, debemos continuar ahondando en el tema. Lo de la teoría del caos creo que es
accidental: sirve quizás para aclarar pero el meollo del asunto esta en la teoría lezamiana de la vivencia
oblicua, que huele poéticamente a teoría del caos, pero que sobre todo es una visión patafísica.
Rafael Cippolini: Días atrás, en uno de los simposios públicos del NIAEPBA, se autogeneró una disputatio
patafísica de fondo (aunque no sepamos dónde queda el fondo): ¿por qué, en general, los patafísicos eligen
-elegimos- a Raymond Roussel por sobre Mallarmé? Sabemos del fervor lezamiano por Mallarmé, pero
también escuché de sus lecturas rousselicas. ¿Qué recordás y qué pensás de esto? ¿Cómo se conectaba
Lezama -de qué forma- con Roussel?
Carlos M. Luis: Lo único que puedo responderte es que uno de los títulos de la biblioteca délfica lezamiana
era el Locus Solus de Roussel, cuya traducción tenía y que se la dio a leer a Lorenzo García Vega. La
conexión Roussel/Lezama -si es que hubo alguna- tendría que ver entonces con la alquimia de la
composición del autor francés: esa manera barroca suya de crear mediante aleaciones verbales todo un
cuerpo poético.
Creo que eso pudo haberle llamado la atención a Lezama pero en realidad no se hasta que punto pues
nunca hablé con él sobre Roussel. El caso Mallarmé es otro y habría que extenderse algo mas sobre él. Por
el momento puedo decirte que temo que el Mallarmé escogido por Lezama es el que huele mas a clásico, o
sea, el perfeccionista de la palabra y no tanto el que se lanzó a la exploración de un mundo abstracto en su
Coup de Des. Pero esto sería cuestión de otro debate.
Rafael Cippolini: Ahora bien ¿vos percibís elementos formales en la poesía lezamiana que intercepten
espacios patafísicos?
Carlos M. Luis: Vamos a tomar unos versos de Lezama, esta vez de su primer poema Muerte de Narciso
publicado en 1936. El poema en sí mismo posee numerosos elementos manieristas y barrocos que aquí no
nos interesa debatir. Pero fijémonos en los siguientes versos: ―Si atraviesa el espejo hierven las aguas que
agitan el oído. / Si se sienta en su borde o en su frente el centurión pulsa en su costado. / Si declama
penetran en la mirada y fruncen las letras en el sueño.‖
¿Qué escenario nos está proponiendo el poeta? Vayamos un poco hacia más atrás: hacia el surrealismo
temprano y sus juegos de preguntas y respuestas. ¿Qué sucedería si tal cosa pasa? (como ocurre en sus
Cadáveres Exquisitos). La relación causal de acuerdo con lo surrealista se rompe. Ocurre entonces lo
inesperado, lo ―posible imposible‖ que Nicolás de Cusa mencionaba y que Lezama adoptó como una de sus
divisas. En la poesía de Benjamin Peret ocurren escenarios similares. Toda su obra está basada en la
premisa de que la poesia crea una especie de ontología de lo inagotable de acuerdo con la fórmula de
Pereyson. Es por eso que Peret se atreve a decir:
Silbar repetida y largamente para que acudan los huesos bien blanqueados que no quieren entender
razones
Lavar la tinta con vino rojo para distraer los niños que riñen en el patio
Cortar la luz en cuatro y arrojarla a las fieras
Esos juegos, el de Lezama, el de los surrealistas y el de Peret, poseen de común la participación en un
principio también elaborado por el mismo filósofo: ―Que cada interpretación se encuentra en el origen de
nuevas formas, en un proceso infinito.‖
Rafael Cippolini: Y en la infinitud vislumbrás una regeneración patafísica, es decir: un gran abanico
formal de soluciones imaginarias.
Carlos M. Luis: Revisemos la siguiente ecuación:
Nuevas formas, proceso infinito = collage.
Collage = solución visual que nos abre a todas las posibilidades.
Ergo, Lezama continuando por esa línea, produce en su poesía (quiero decir con esto en su poesía donde lo
lúdico prevalece) soluciones posibles que aleatoriamente pueden ser barajadas hasta el infinito. ¿Por qué
entonces no decir aleatoriamente con los versos de Lezama lo siguiente?: ―Si atraviesa el espejo el
centurion pulsa en su costado‖. O con los de Peret: ―Lavar la tinta con vino rojo y arrojarla a las fieras‖.
Como verás el potencial aleatorio (lúdico) de ambos poetas es grande y por lo tanto ambos abren todo un
campo de soluciones posibles.
Rafael Cippolini: Me interesa vivamente tu argumentación. En principio porque tu punto de partida son
nombres ajenos a la 'Patafísica, es decir, a la Patafísica Voluntaria: ni Peret ni Lezama se declararon
patafísicos.
Carlos M. Luis: Tampoco Wittgenstein, quién en sus Investigaciones Filosóficas se hace la siguiente
pregunta: ―¿Se podría para explicar la palabra ‗‘rojo‘‘ señalar algo no rojo?‖
Yo creo que Lezama intenta responder a esa pregunta por la ―vivencia oblicua‘‘ que viene siendo lo mismo
que las vivencias implícitas, creo, en los poemas citados. Es decir, que en principio Lezama se lanza a la
exploración patafísica de un mundo de posibilidades que no obedece a la rígida concepción de una lógica
causalista.
Rafael Cippolini: Me gusta eso. Marcel Duchamp, Sátrapa del Colegio de Patafísica dijo:
(...) Es simplemente la idea que es fácil de creer que frotando un fósforo se obtiene fuego, en fin,
que la causa lleva a efecto. Pero encuentro que las leyes físicas tal cuales son, tal cuales nos son
enseñadas, no son siempre la realidad. Creemos en ella o las experimentamos cada día, pero creo
que es posible considerar la existencia de un universo donde estas leyes serían extendidas,
cambiadas un poco, exactamente limitadas. Y por consecuencia obtenemos inmediatamente
resultados extraordinarios y diferentes, y que no están ciertamente lejos de la realidad, porque,
después de todo, cada cien años o cada doscientos años un nuevo físico llega y cambia todas las
leyes ¿no es cierto? Después de Newton, hay otros e incluso habrá otros después de Einstein.
Entonces hay que contar con este cambio de leyes en cuestión.
Patafísicamente, este distenderse de los principios físicos y químicos, no difiere de la obliteración de la
generalidad (la creación de una ciencia de lo particular) y de la observación de una epifenomenología (cada
fenómeno cómo único, irrepetible y ajeno a la certeza cognoscitiva de una clasificación).
Carlos M. Luis: Así es. Las estructuras que sostienen eso que podemos llamar la estabilidad de lo real
son puestas en duda. En última instancia la ciencia también nos da la razón en esto. Es por eso que la
intuición de Jarry fue tan formidable pues hizo añicos todo un edificio conceptual construido bajo la falsa
certeza de que era indestructible. Prefiero entonces la solución esquizofrénica de Lezama. Su polisemia que
busca lo posible en lo imposible. Pero desde luego, para ejercerla hace falta un sentido lúdico: el juego es
patafísico por excelencia. Lezama estuvo poseído en sus mejores momentos por ese espíritu pero también a
veces lo arrojaba fuera de sí cuando la vigilancia origenista pesaba sobre él. Eso ya sería cuestión de otros
análisis.
Rafael Cippolini: Insisto en este lazo Lezama/Roussel porque entreveo ahí una obertura patafísica que
podría llevarnos a la lectura que buscamos: la vivencia oblicua y las Eras Imaginarias como epicentro de
una epifenomenología imaginaria. ¿Vos intuís otros accesos, otras formas de conectar la Ciencia con la
poética del Gran Etrusco?
Carlos M. Luis: Ante todo habría que hacer la siguiente distinción: Roussel, hasta donde yo lo conozco,
emplea un método consciente para construir su obra. Es todo una especie de abigarrado engranaje de
sonoridades que va creando una alquimia del lenguaje. El gran escenario de su obra es eso: el lenguaje.
Ahora bien, Lezama no se propuso ese tipo de método. Pero sí construyó su propio escenario donde también
el lenguaje ocupa un sitio central pero -y creo que este pero es importante- lanzándose hacia otras
direcciones. Quiero decir con esto que me parece que, en última instancia, Lezama era más visionario que
Roussel. ¿Por qué lo digo? Por lo siguiente: a Roussel no le interesó integrar, dentro de su sistema, una
interpretación de la historia a partir de sus imposibles/posibles. A Lezama sí. Lezama por lo tanto utiliza el
lenguaje como un detonador para hacer explotar las relaciones causalísticas a favor de lo indeterminado
y...patafísico. Es cierto, Lezama no era un patafísico pero si nos proponía unas soluciones imaginarias a
partir de sus vivencias oblicuas, entonces se acerca a la Patafísica, vía oblicua si se quiere. Cuando yo digo:
"Si entro en el baño / habrá huelga de ómnibus en Buenos Aires", estoy proponiendo dos hechos posibles (y
que ocurren en la realidad), pero si hago depender el uno del otro, entonces estoy creando una cadena de
acontecimientos (de ahí la teoría del caos) que nos lleva a una solución posible de la historia (Jarry/Lezama)
mediante un juego (Peret/surrealistas) o un ars combinatoria que crea infinitos collages para poder llegar a
que una cosa ocurra si ocurre la otra. A mí me da la impresión que Roussel se detuvo en el lenguaje, en
tanto que instrumento, mientras que Lezama se valió del mismo para crear otra dimensión vivencial: la
oblicua.
Rafael Cippolini: Infiero de lo que decís que Lezama no sólo sumergió a la Patafísica en su océano
etrusco, sino que propuso, sin denominarla, una epifenomenología por la oblicuidad, es decir, que el ser del
fenómeno, tal como definió Deleuze al epifenómeno járryco, encuentra en Lezama un conector oblicuo. Lo
que más me entusiasma de tu argumentación, luego de las novísimas vías y vasos comunicantes que
propone, es que a la heterodoxia lezamiana le sobreagrega otra heterodoxia que la eleva al cuadrado: la de
tu lectura. Es la lectura más politizada de Lezama que escuché en años. Vayamos de pleno al pasaje de
nuestras ciencias paralelas: si entiendo bien, ahí donde Roussel imagina el lenguaje con el que escribe,
Lezama imaginó toda una enciclopedia oblicua y patafísica con la que construyó su obra ¿lo ves así?
Carlos M. Luis: Sí, yo creo que Lezama adoptó su sistema poético bajo la creencia de que, con el tiempo,
llegaría a crear una especie de Enciclopedia, o mejor aún, uno de esos Speculum o Espejos que desde la
cristiandad temprana pretendía abarcar todo el saber de la época. O sea que lo que Lezama soñaba era una
especie de gran visión de la historia vista a través de sus hechos oblicuos, hechos que su mirada poética
iba descubriendo. Como poeta, entonces, Lezama se lanzó a eso que el llamaba sus ''temeridades'', que si
la comparamos con la del Dr. Faustroll veremos que no están muy lejanas la una de la otra. Es por eso que
creo que Lezama dio un paso mas allá que Roussel, en el sentido que éste, como expresé antes, se detuvo
en el lenguaje, mientras que el Etrusco lo utilizó como un medio de romper la costra de realidad, para
entrar en la surrealidad. Pero esto no quiere decir que Lezama haya sido un surrealista. Al menos, y frente a
su grupo, nunca lo fue. ¿Cómo iba a serlo dentro de un grupo que en su mayoría se declaraba católico? Mas
si vemos el tratamiento que Lezama hace del dogma católico, veremos que éste utiliza un método nada
ortodoxo. Es decir, que también por esa vía, por la vía del dogma católico (Santo Tomás, San Agustín o San
Buenaventura) Lezama encontró una fuente de posibilidades/imposibles que lo llevó a pesar de sus
protestas, a la herejía. Pero, ¿acaso Jarry no fue un hereje de la ciencia tradicional?
Rafael Cippolini: La idea de dogma implica la certeza de una Verdad, es decir, una verdad formal (una
Verdad que se manifiesta en la forma) que puede enunciarse de un solo modo. Por consecuencia, elude la
pluralidad. Hereje es quien da cuenta de que esa pluralidad existe, aunque él mismo no la admita, en
muchos casos. El dogmático no sabe convivir, porque no admite que el otro se manifieste en lo que él
considera un error. Y es esta convivencia la que me interesa. ¿Cómo vivía Lezama sus contradicciones?
¿Cómo establecía los pactos entre sus mundos? ¿Lograba alguna estrategia de fino equilibrio? Quiero que
me cuentes sobre cómo vos recordás al Lezama equilibrista y preguntarte si creés que su actitud patafísica
(por demás inconsciente, creo) lo ayudó en esto.
Carlos M. Luis: Ante todo: herejía es un término que significa ''escoger''. Pensándolo bien, yo creo que
Lezama escogió lo que no era, es decir, fue un hereje de sí mismo. Me explico. Cuando Lezama entra en el
ruedo origenista, vigilado por los dómines del grupo, Lezama ''escoge'' una posición católica, convencional,
antivanguardista etc. Pero cuando Lezama se sale de ese círculo y se siente menos vigilado, entonces
regresa a sí mismo y se convierte en el Lezama lúdico que es, en mi opinión, su mejor rasgo y que lo
define, en última instancia, como gran poeta. Al parecer hay en Lezama ese Dr. Jeykill y Mr. Hyde pero al
revés. Creo, entonces, que Lezama vivía sus contradicciones agonísticamente, para decirlo con un término
unamuniano. El Lezama erótico, por ejemplo, sólo podía manifestarse cuando su verdadero yo tomaba
posesión de él. Pero esos momentos, por una serie de sus complicadas relaciones familiares (especialmente
con su madre, de la que quiso huir en uno de sus más extraños poemas: Llamado del Deseoso), etc, le
fueron prácticamente vedados. De manera que tuvo que trasladar su eroticismo hacia otras dimensiones y
relaciones personales con sus amigos. De ahí que esas relaciones se trasladasen a sus novelas Paradiso y
Opiano Licario. Lezama era una persona consumida por el deseo y frustrada por no haber podido darle
rienda suelta a su voluptuosidad. Ese puede ser su empate, aún sin saberlo, con una patafísica que buscaba
las soluciones posibles. Pero, insisto, la clave de todo esto hay que encontrarla en el Lezama lúdico que, por
otra parte, no estaba tan lejos de una gran tradición que iba hasta la Edad Media (sus Fatrasías, sus
espectáculos transgresores, las ilustraciones al margen de las iluminaciones llamadas droleries). El
Renacimiento (el barroco rabelesiano y español, la filosofía del cusano y neoplatónica, etc.), el siglo XVII (lo
maravilloso de los gabinetes de curiosidades), y así hasta llegar al surrealismo y su gusto por el juego.
Sobre este tema hay mucha tela que cortar.
Rafael Cippolini: Ahora ¿vos creés que en él la Patafísica se manifestaba en una sola de sus dimensiones,
en uno sólo de sus cotos esquizos, conformando así un territorio secreto de voluptuosidad y principios
lúdicos? ¿O por el contrario la patafísica lezamiana actuó en algo así como un "entremundos", es
decir, proponiendo una ingeniería de relación que le permitió negociar entre sus dos realidades? Digo:
cuando Lezama escoge (es decir, cuando se convierte en hereje, en algo así como en un criptorigenista),.
¿fractura sus geografías de pertenencia definitivamente? ¿O trafica de una ejido a otra? ¿Cómo lo ves?
Carlos M. Luis: La respuesta es difícil. Pero intentaré. Creo que Lezama utilizaba una intuición
prepatafísica (utilizo este término así como Simone Weil lo utilizó en sus Intuiciones Pre-Cristianas con
respecto a la filosofía helénica), como una especie de engranaje que le servía para movilizar su imaginación
hacia otros ''cotos de mayor realeza'' según una frase que éste utilizara. Empleo ahora el término
''movilizar'' de la misma manera que un día lo utilzó el Etrusco cuando me recomendó lectura de los Tipos
Psicológicos de Jung diciéndome que ese libro movilizaba un extraordinario acopio de conocimiento poético.
Pues bien, Lezama movilizaba su imaginación de un espacio vigilado al otro no vigilado, sin dejar de ser el
mismo Lezama. O sea, un Lezama esquizoide que representaba simultáneamente ser Dr. Jeykill y Mr.
Hyde. Lo vi pasar, en más de una ocasión, de una dimensión a la otra acompañando ese tránsito con una
risita que ocultaba con su mano tapando sus labios. De todas formas, la patafísica se encontraba ahí, en su
potencialidad para crearle esa posibilidad. Lezama no solamente inventó las Eras Imaginarias para poetizar
los hechos históricos que él tejía a su antojo, sino también para poetizar su existencia: Lezama era en sí
mismo una era imaginaria. No sé si me explico.
Rafael Cippolini: Creo entender perfectamente. Y mi pregunta trató de ser también política: porque
presiento que en tu lectura la dimensión patafísica lezamiana viene a dirimir el quid de una dualidad
inmanente/trascendente, y todos los absurdos semánticos que ambos conceptos congregan. Hay una
versión oficial de su figura en la que el poeta actúa como sublimación de una religiosidad insular, es
decir, Lezama como cantera inconsciente del establecimiento identitario de la isla, suma de estrategias
barrocas aptas para rescatar la subsistencia de los sueños jesuísticos. En tanto que vos señalás ahí donde
realiza el desvío, donde se comporta como un novísimo Giordano Bruno, donde inventa su propio dios,
deidad que lo destina a vivir en un entre-mundos: a hablar dos lenguas, a vestir dos maniquíes. La
patafísica lezamiana se fagocitaría así en Rabelais, en el monstruo gongorino, en un gnosticismo de la
felicidad. Un gnosticismo goloso de la felicidad. Por supuesto, este feliz codearse con los dioses menores, es
su elección de zambullirse -siempre discretamente- en los dioses priápicos, en su patafísica voluptuosidad.
Mi querido Carlos, abramos de una vez el libro lezamiano de los dioses priápicos.
Carlos M. Luis: Al final de tu comentario tocas un tema importante: el de los monstruos barrocos
gongorinos o rabelesianos. Estos últimos también tentaron a Jarry: léase su Surmale como ejemplo. Pero en
Lezama existe -y esto habría que constatarlo después de una lectura detallada de sus poemas, incluyendo
Paradiso- toda una teratología que va desde le deformación pantagruélica del lenguaje (como una especie
de cáncer), hasta la puesta en escena de una mirada que va creando, a medida que transita, ''formas''
monstruosas. Hablas de lo priápico. No sé si tu tienes mi libro 'El Oficio de la Mirada, donde incluí el trabajo
que presenté para la revista Újule titulado Eros Lezamiano. En el mismo hablo de varias anécdotas que yo le
conté a Lezama relacionadas con este tema y que creo pasaron a Paradiso. También recordé en el mismo
trabajo el libro sobre Priapismo que Lezama adquirió, con grandes esfuerzos económicos de su parte, en
una librería francesa de La Habana. Ese libro, lleno de ilustraciones, me lo mostró como un gran triunfo y
con toda la malicia que lo caracterizaba. Lezama ya sabía, para esa época, que yo estaba al tanto de sus
inclinaciones sexuales y que poco me importaban (desde el punto de vista moral), de manera que se
''lanzó'' a mostrarme ese libro. Más que un libro, era todo un espectáculo teatral de dioses, faunos, elfos,
gnomos, etc., que mostraban unos monstruosos falos. El Renacimiento se regodeó con ellos, creando en
unos grabados procesiones donde iban los ''putis'' montados sobre unos miembros gigantescos. ¿Qué
significaba todo eso para la imaginación lezamiana? Ante todo estaba el atractivo erótico, pero un atractivo
pasado por la ''imaginación de lo posible'' lezamiana. Es decir que aquí entraba también ese elemento
lúdico, más aún, esa ''ars combinatoria'' que favorecía la aparición de realidades, que como esas fálicas,
tenían características poéticas. Y aquí está, yo creo, la clave del asunto. En última instancia puede
formularse así: atractivo erótico = imaginación de lo posible = poesía. O poesía-imaginación de lo posibleatractivo
erótico. Ambas secuencias funcionan en su caso. Existe otro punto que podríamos dejar para otro
comentario: lo grotesco lezamiano y el kitsch. Lo grotesco que existe en Rabelais, en Jarry y que también se
manifiesta en Lezama en numerosas escenas de sus novelas, así también como en su poesía. Lo segundo, el
kitsch, valdría la pena ser explorado. Después de todo, una de las fuentes del ethos cubano, José Martí,
estaba lleno del mismo.
Rafael Cippolini: Pues vamos por ese kitsch. ¿Vos lo vislumbrás en tanto componente de la fórmula que
acabás de enunciarme? Es decir, ¿es uno de los afluentes de la imaginación de lo posible, de su sentido
erótico? Quizás si husmeamos en esa caja de pandora patafísica que llamamos "imaginación de lo posible",
podamos espiar de más cerca sus mecanismos ocultos: sospecho que, en la tremenda composición en que
opera su fantasía, el kitsch lezamiano contagia, con distintas interferencias, todos sus otros elementos. Pero
incluso llevás la hipótesis más lejos, al admitir que la cultura cubana es dadora y promotora de un ethos
grotesco.
Carlos M. Luis: Antes de entrar en el tema del kitsch creo que deberíamos abordar otro: lo Grotesco, que
nos abre las puertas para lo primero. Lo Grotesco aparece prácticamente en todas las manifestaciones
culturales del Occidente (podríamos añadir las demás, pero prefiero atenerme a la cultura occidental) y
como tal ha sido objeto de numerosos estudios. En el siglo XX existen dos teorías que me parecen
importantes. La primera, la de Wolfang Kayser, considera lo grotesco bajo el punto de vista de la
enajenación y lo absurdo, cuyo objetivo primario es: ''invocar y dominar los aspectos demoníacos del
mundo''. La segunda interpretación, la de Mijail Bajtin, ve lo grotesco en su famoso libro sobre Rabelais,
bajo una mirada carnavalesca y transgresora. Bajtin, entonces, analiza el lenguaje rabelesiano bajo ese
punto de vista encuadrándolo dentro de una especie de teatralidad, que se manifestó libremente a partir de
las famosas Saturnalias, a través de la Edad Media hasta llegar al Renacimiento. Hoy se han hecho
esfuerzos para sintetizar ambas corrientes en una y es la que podemos emplear con Lezama. Para no
alargar el asunto vayamos a varios ejemplos tomados al azar de su poesía. Algunos ejemplos tienen que ver
con el bestiario lezamiano, pues raras veces Lezama deja de mencionar a un animal en su poesía. Veamos:
―el insecto que chilla contra los dientes cuando se agita el Macareuptoptero‖
―animales de canela rompen en la noche colecciones de porcelana‖
―hipogrifos que adormecen sonámbulas tijeras''
''chivos de regia estirpe helénica‖
―y por un camello de humo, tiene que pasar ahora el puente, un gran tiburón de plata‖
―el zorro de rabo de azufre''
''así el cangrejo sonríe en una gruta‖
Pongamos otros ejemplos donde Lezama escenifica situaciones absurdas:
―El cartulario lee el secante al revés
en el espejo de afeitar"
''los escudos y sus rostros legañosos de harina, con aretes de puntas de maní cruzan sus piernas en
un relicario''
''la vaca conversa con la espalda del obispo''
''la semilla en la boca de los muertos enguirnaldo su estornudo‖
Como sabes la poesía de Lezama está plagada de ejemplos como estos. Pero, ¿qué quieren decir? Dejando
al lado su surrealismo obvio (escritura automática, etc., que también valdría la pena estudiar), tanto el
bestiario arriba como los diversos espectáculos citados, crean unas imágenes grotescas, imágenes que por
un lado deforman la realidad hasta transformarla en una especie de anamorfosis. Jurgis Baltrusaitis ha
estudiado estos fenómenos con detenimiento en sus libros Aberrations, Legendes des Formes, Reveils et
Prodigues, y Anamorphoses, entre otros. Lezama se aproxima, entonces, a la realidad para deformarla,
creando monstruos tan grotescos como un ''cangrejo sonriente''. Por otra parte, todo el siglo XVII se sintió
atraído por lo mismo, dándole el calificativo de lo maravilloso. A partir de los descubrimientos que tomaron
lugar durante el Renacimiento, las especies que venían de tierras lejanas, desató en la imaginación europea
un afán por crear ''nuevas formas'', mientras mas raras y exóticas, mejor. Bosch o Arcimboldo son buenos
ejemplos de ello. Pero tenemos también el testimonio de Vasari acerca de Leonardo. Según Vasari,
Leonardo decidió pintar una obra que ''aterrara'' a todo el mundo y para lograrlo recogió cabezas de
reptiles, mariposas, murciélagos etc., recomponiéndolas en una ''figura monstruosa y horrible''. Pero, ¿eso
no es lo mismo que hace Lezama? Su imaginación barroca lo lleva, entonces, a crear espacios donde lo
maravilloso aparece, tal y como se concebía durante el siglo XVII bajo especie ''bizarre''. Todo ese
espectáculo, carnavalesco y trasgresor del orden cristiano (que abogaba por la armonía y el equilibrio según
la mejor tradición teológica que el mismo Lezama, aparentemente decía defender), está presente en su
obra. Para terminar, pensemos en los diablos ictifálicos Farraluque y Leregas, y las situaciones grotescas
que provocan durante sus escapadas sexuales. Todo ese mundo (como el episodio de la carbonería donde el
director del colegio es poseído por uno de esos demonios atraído por el ''miquito'' tentador) es un mundo
que Lezama compuso para tener una experiencia dentro del lenguaje; una experiencia, creo, que no pudo
manifestar en su vida cotidiana.
Rafael Cippolini: Siguiendo el curso de cuanto me decís, me gustaría realizar la conexión, el rito de
pasaje entre el grotesco lezamiano y su dimensión kitsch a través de ese sendero fundante del cual aún no
hablamos, pero que sin embargo es el fantasma más resplandeciente que nos rodea, la presencia más
secreta: hablo del pensamiento de Giambattista Vico como catalizador. En otras oportunidades hablamos de
Vico, seguramente uno de los grandes maestros dieciochescos lezamianos. ¿No será él quién finalmente lo
dispara en su gramática de lo imaginario, hacia su universo de soluciones poéticas?
Carlos M. Luis: El tema de Vico en su relación con Lezama es apasionante. Lezama comenzó a citar a Vico
por primera vez hacia mediados de los 50. Era natural que, tarde o temprano, Lezama descubriera a Vico
(todavía recuerdo con el entusiasmo que me lo comunicó en un café habanero donde nos dábamos cita), y
que éste le brindara, como tu bien dices, una vía de acceso hacia su concepción poética de las cosas. El
carácter fundacional de la poesía en la formación de los pueblos fue expuesta por Vico con una fuerza
convincente y a partir de él es como se puede elaborar unas coordenadas imaginarias que nos llevarían al
Romanticismo, Surrealismo y a Lezama... pasando por Jarry. O por Brisset. Pero vayamos a algunas citas.
Por ejemplo, ésta tomada del libro primero, capitulo XXXVIIII, de la Ciencia Nueva: en la misma Vico
menciona las cinco palabras reales que según Vico ''debieron ser usadas por los primeros pueblos antes que
las vocales y que las escritas: estas palabras reales fueron una rana, un topo, un pájaro, un diente de
arado y un arco''. Pienso que, cuando Lezama leyó esa secuencia de palabras por primera vez, tuvo que
haber imaginado todo un poema. Luego Vico, de entrada, le brindó a Lezama una materia prima que éste,
después, elaboraba en su ''atanor'' mental. Pero vayamos mas lejos. Vico menciona a los ''poetas teólogos''
(tomo 1, 37). Lezama, de nuevo, interpreta la teología católica como un poeta: en Paradiso hay páginas
extensas sobre su justificación de la homosexualidad basándose en interpretaciones teológicas que él
''poetiza'' a su antojo. Quiero decir con esto que Lezama se remonta a una edad donde, según Vico, los
teólogos interpretaban ''los misterios de lo oráculos puestos en verso''. En el fondo, Lezama pertenece a una
época donde, según Vico, ''la primera sabiduría de los gentiles debió de empezar por una metafísica no
razonada, ni abstracta...sino sentida e imaginada'' (tomo II, sec.30). El vínculo Vico-Romanticismo-JarryHeidegger-Lezama
se puede ir aclarando entonces, y sería bueno explorarlo. Citemos ahora el final del
capitulo III (tomo I) que es todo un poema lezamiano, cuando Vico, al hablar de la monarquía asiria nos
dice: ''la monarquía asiria nos ha parecido hasta ahora como una rana que nace de pronto bajo una lluvia
de estío''. Habría que esperar que naciese, en una isla del Caribe, un cubano iluminado y enloquecido como
Lezama para volver a leer una cita como ésta. Y para seguir, (pero no para terminar), la afirmación de Vico
que influyó en Lezama, de que la propiedad de la poesía es ''lo imposible creíble''. Ahí está, en esa fórmula,
las bases de una patafísica que va abriéndose camino hasta tocarle las puertas al Etrusco de la Habana
Vieja.
Rafael Cippolini: Atendámonos por un momento a esto: a la inmensa particularidad de la fenomenología
lezamiana (al sistema que desde ahora llamaremos Sistema L) que la transforma en epifenomenología.
Lezama todo es un compendio (un inmenso compendio) de atribuir soluciones imaginarias en virtud de una
causalidad oblicua que se ajusta infinitamente más a la noción profunda de la ciencia (Patafísica) que, por
ejemplo, el azar objetivo de los surrealistas (en ese sentido, coincido con vos en pensar que Lezama es más
viquiano que surrealista). El Sistema L es, a mi entender, incluso una puesta en abismo de una Patafísica de
carácter insular. Difícil es establecer en este sentido que clase de inquietud o inclinación mística lo alimentó.
Esto nos propone fugas de sentido histórico que deberemos explorar a su debido tiempo (y nuestra máquina
o aparato para explorar ese sentido será sin dudas el increíble Rene Daumal, quien atravesó el pensar
patafísico mucho antes de la creación del Colegio de Patafísica –ya que, de más está decir que murió unos
años antes de que este se manifestara-).
Carlos M. Luis: Pues hagamos una autopsia al Sistema L. Está lo que dice el Etrusco en La Cantidad
Hechizada: ”todo lo pensado puede ser imaginado… La causalidad y lo incondicionado al encontrarse forman
un monstruosillo: la poesía‘‘. Enseguida me viene conectarlo con Deleuze, quién al referirse a Kant,
menciona ―las formas arbitrarias de intuiciones posibles‘‘, lo que puede aplicarse tanto a la Patafísica como
al método de las Imágenes Posibles de Lezama. También podríamos conectarlo a Derrida, cuando dice:
"arriesgarse es comenzar el juego y empezar a entrar en el juego de la differance", y a Nicolás de Cusa, en
el cuál se apoya Lezama: ―por encima de todo discurso racional vemos incomprensiblemente‘‘. Poco a poco
aparecen los elementos de nuestro artefacto. La Vivencia Oblicua de acuerdo con Lezama es: ―un imposible
engendrando una realidad igualmente imposible‘‘.
Rafael Cippolini: Lezama Lima fue un cultor especialísimo –y muy fino– de una epifenomenología
ejemplar. Pienso en este momento en dos libros: Les enfants du Limon, de Raymond Queneau (1938) y su
consecuencia, Les Fous littéraires, del genial belga André Blavier (1982, reeditada en versión ampliada en el
2000 ó 2001). Blavier, como seguramente leíste, concretó el proyecto que su maestro francés enunció, en
tanto ficción, en la novela primeramente citada. Blavier, bibliotecario, Trascendente Sátrapa –como
Queneau– y erudito singularísimo, compiló en su obra magna de más de mil páginas –que deberíamos
conseguir, aunque sé que es muy cara– una multitud de sistemas científicos señalados en su carácter
excepcional. Lezama fue, sin lugar a discusión, más filosófico que científico, pero tal distinción no debería
aportarnos una dificultad, sino más precisamente una nueva singularidad (particularmente, al tener muy en
cuenta tu notable apreciación sobre su carácter de heterodoxo de ortodoxos atavíos). Bien deberíamos
seguir hablando del Sistema L (que comprende, como ya adelantamos, tanto sus Eras Imaginarias y
Vivencias Oblicuas como su Catolicidad Órfica, y cada uno de sus otros múltiples vértices en la organicidad
sistémica de un complejo que nos negamos a ver de una vez y para siempre, y que muy por el contrario
deseamos desfoliar con estoica paciencia) como de la Ciencia Lezamiana. Porque su epifenomenología es
una ciencia en el sentido más escolástico del término. Y esta epifenomenológica Ciencia Lezamiana (y
expresarlo así ya encierra una tautología), en tanto ciencia de lo particular insular es un saber que sólo
cultivó –en la más estricta reserva– nuestro bienamado etrusco. Por ninguna otra razón jamás fue
profanada por ninguno de los otros origenistas.
Carlos M. Luis: ¿Se arriesgó Lezama a entrar de lleno en el Juego? ¿Al elaborar sus ―imágenes posibles‘‘
le respondió afirmativamente, sin saberlo, al Doctor Faustroll? Como método de avance a través del mundo
que Lezama intuyó como ―posible‘‘, se encuentra el elemento lúdico, sin el cual no puede entenderse su
poesía. Pero esto nos lleva a las dificultades que habíamos señalado. ¿Cómo se congenia un Lezama lúdico
con un grupo Origenista, e incluso post-origenista que intentó hipostasiar la poesía dentro de una
catolicidad ortodoxa? ¿No son ciertas manifestaciones lúdicas, en última instancia, una herejía de lo serio?
Pero en el caso particular de Lezama, podemos también preguntarnos si fue o no un católico ortodoxo. Una
lectura de sus textos nos da una respuesta clara: Lezama fue más bien un hereje disfrazado de ortodoxo
para convivir dentro un grupo que operaba estrictamente dentro de un marco convencional. De ahí que al
tratar lo ―imposible‘‘ o lo ―absurdo‘‘ lo hiciera siempre en referencia al mundo de la fe católica: desde la
teología paulina hasta el himnario tomista pasando por Tertuliano.
Rafael Cippolini: El origenismo –así lo entiendo– consistió en una manifestación de la Ciencia Lezamiana
que, al interpelar a su entorno, logró diversidad de respuestas. El origenismo no debería entenderse como
un proyecto científico –en el más preclaro sentido faustróllico o en el más confuso sentido fáustico– sino
como una diversidad de piezas que acompañaron a la Ciencia Lezamiana en muchos casos apenas
dejándose convocar por sus efectos. La gran heterogeneidad origenista produjo, sin dudas, todos los
desconciertos que Lorenzo García Vega y vos mismo describieron de manera más que ejemplar. Podríamos
decirlo también de esta forma: las fuentes lezamianas (los materiales de su Ciencia) vienen a coincidir, una
y otra vez, con muchas de las premisas de base que el mismísimo Faustroll utilizó para enunciar su Saber.
Hay elementos compartidos en las más puras profundidades de la Ciencia Lezamiana y la Patafísica, lo que
convierte a la primera en una singularidad singularísima de la segunda. Una singularidad herética hasta
para la misma Patafísica. Avancemos en esto y, a mi vez, implico en nuestra marcha a tus premisas de
trabajo. Me hablás sobre una supuesta no pataficidad lezamiana. Para un patafísico, tu enunciado sería
incorrecto. Dejo que me explique el querido (ahora morante en la eternidad) Regente de Náutica Epigea
Albano Rodríguez: "¿Quiénes son patafísicos y quienes no lo son en su verdadera acepción? La pregunta
superflua está mal formulada. Hay patafísicos conscientes y otros inconscientes. Para diferenciarlos, nos
atreveríamos a escribir que se constituyó el Colegio de Patafísica, dirigido, primeramente a una minoría y,
luego, a minorías más numerosas o restringidas, caracterizadas por su excelencia.‖ De lo anterior se deduce
que no existen más que patafísicos conscientes e inconscientes y que Lezama perteneció a este amplísimo
segundo grupo. Su catolicidad tampoco resulta problemática y excluyente en este aspecto. Existe una suma
(debería decir: una Summa) amplísima de singularidades también en este sentido. Las imbricadas
relaciones de la catolicidad con la Patafísica de momento sólo nos deberían arrojar luz sobre el dato no
menor que la primera no se contrapone a la segunda. Menos aún cuando leemos (no hay más que citar la
más primigenia de las fuentes járrycas), que el Père Ubu era miembro de la Compañía de Jesús. Con
respecto al supuesto carácter vanguardístico que le atribuyes a la Patafísica y a la abominación lezamiana a
cualquier tipo de trasgresión: Mausovin, Proveedor General del Colegio de Patafísica escribió: "Nosotros no
curamos. Nosotros no queremos reformar nada, ni "salvar". Ni con escándalos, ni con airadas protestas, ni
con orgasmos, ni con efusiones. No somos exhibicionistas líricos o surrealistas. Somos unos modestos
eruditos que nos ocupamos de una vasta tarea, cuya extensión resulta incluso difícil de percibir. Somos
conscientes de ello; pero no nos lamentamos, estamos "armados de una incendiaria paciencia" y además no
tenemos objetivo que lograr, en el sentido en el que los hombres -en una patafísica completamente
involuntaria- entienden esta locución. Nuestros métodos y nuestro espíritu (o mejor dicho, lo que ocupa ese
lugar) son los de la "ciencia": observamos, registramos, nos abstenemos de juicios de valor, estéticos o
morales".
Carlos M. Luis: Me dejas pensando. El mundo de referencias de Lezama era, sin embargo, lo
suficientemente vasto e intrincado como para dejarse encerrar en formularios confesionales. Su búsqueda
de lo ‗‘otro‘‘ lo llevo entonces a formular lo posible como solución, abriéndole pues el camino hacia una
ciencia que pesquisaba lo mismo: la Patafísica. Pero quien la formuló fue Alfred Jarry, autor que junto con
Lautréamont preside el panteón surrealista como, de acuerdo con Breton, ―iniciador y explorador‘‘. Jarry, a
su vez, pone en boca del doctor Faustroll híbrido del Fausto y los trolls (monstruos de la mitología nórdica),
su fórmula patafísica. Por otra parte, Jarry se encuentra en el umbral de lo absurdo moderno, mientras
carga sobre sus hombros la tradición del ―non sens‘‘ o ―nonsense‘‘, que va desde las Fatrasías medievales
hasta Lewis Carroll, Lear, Swift, pasando, desde luego, por Rabelais. Esa tradición converge en Lezama por
distintas vías y lo convierte, a su vez, en un patafísico ―malgré lui‘‘ o a pesar de los origenistas y sus
solemnidades.
Rafael Cippolini: Tu señalamiento sobre la paridad lezamiana de la poesía –corazón de su Ciencia– con el
monstruosillo es clave en lo que viene. Ese patafísico eminente que fue Juan Esteban Fassio escribió: ―El
razonamiento patafísico descubre que todo fenómeno es individual, defectuoso. El análisis de la patología
fenoménica, es decir, de los síntomas no observados por la ciencia a causa de la descripción inmediata del
fenómeno a la generalidad, conduce en último término a la entronización de las leyes que rigen las
excepciones y a una metodología de lo particular que podríamos llamar análisis infinito. Todo fenómeno,
aún el más elemental, resulta patafísicamente inagotable y tolera una serie de operaciones que, en sí,
constituyen el fin mismo de esta ciencia. Marcel Duchamp, el más brillante patafísico contemporáneo, ha
observado que la «realidad posible» se obtiene distendiendo un poco las leyes físicas y químicas. Gracias a
esta distensión y por medio de la operación de «separación», descubierta también por Duchamp y cuya
manifestación más importantes son los «ready-made», habrá que partir para obtener la «solución
imaginaria» de todo problema y el acceso al «universo suplementario». (Puede observarse que en este
punto, como en muchos otros, las investigaciones y descubrimientos de Jarry coinciden con las más vitales
intenciones del surrealismo. Breton, Duchamp y Péret no han dejado de declararlo expresamente.)
Resumiendo, la Patafísica es la fenomenología del monstruo. (...) “Se suele llamar MONSTRUO al acuerdo
desacostumbrado de elementos disonantes: el Centauro, la Quimera son definidos así por quien no
comprende. Yo llamo monstruo a toda original de inagotable belleza‖.
Carlos M. Luis: La versión de lo monstruoso en Fassio, creo que deja entre paréntesis su costado
trasgresor. Ante lo monstruoso, uno huye de alguna manera. Es decir, existe en esa particularidad de la
belleza, un elemento agresivo, que rompe con el equilibrio armónico de las cosas. Volviendo a Lezama (pero
pasando por Rabelais o Jarry) veremos que la deformación lezamiana de la realidad emplea una técnica de
la deformación que lo acerca visualmente a esas figuras del siglo XVIII que estaban consideradas como
“bizarres‖ o ―maravillosas‖. Citemos:
''Nerviosos animalejos de sumergidas cabezas, mueven las piernas como lombrices, avanzando por
lo húmedo''
''los monstruos somnolientos tropiezan en la sala de las rejas, los disfraces, imanes, jícaras y
semicírculos se enroscan como pellejos viejos al caldero''
Estos dos escenarios no poseen, a mi entender, una belleza atractiva pero mágicamente nos atrae a través
del rechazo. ''Piernas como lombrices'' o ''pellejos viejos'' no son precisamente imágenes que el mundo
cristiano aceptaría como definitorios de la belleza. Pero sí como anunciadores de un mundo en
descomposición, de un mundo que no podemos rechazar porque llevamos adentro. Y ese mundo que
transgrede lo que el Cristianismo predicó como ''bello y bueno'' nos atrae por rechazo...nos atrae:
oblicuamente. Es por eso que siempre he pensado que, aunque Lezama se refugiaba en el Catolicismo como
escudo contra sus ''enemigos rumores'', lo cierto era que su mirada obedecía a otra tradición, a una
tradición herética y hasta pagana. Nicolas de Cusa nos dice: ''quitado el numero cesa la discreción, el orden,
la proporción, la armonía e incluso la misma pluralidad de los entes''. El número, o sea lo que sostiene la
aseidad de las cosas al ser quitado (en la poesía de Lezama) aunque produce el desorden y la desarmonía,
no impide en el caso lezamiano ''la pluralidad de los entes'', sino que por el contrario, los reproduce como
un cáncer indetenible. ¿Y qué cosa es el cáncer sino una crecida monstruosa de las células? Podríamos
proseguir por ese camino que a la larga nos llevaría al kitsch.
Rafael Cippolini: Lo que no termino de vislumbrar es: esa lezamiana vía, monstruosa y pagana hacia el
kitsch ¿vos la ves como un raptus de inclinación romántica, como puro trance, o por el contrario, como un
cálculo barroco, hasta leibniziano de combinatoria de materias y fluidos? ¿Lezama se entregaba más al
abandono rimbaudiano del vidente que desordena sus materiales perceptivos, a la oscura alquimia de su
gabinete herético o a su melodioso rumiar pascaliano con tintes de Valéry? Quizá todas estas direcciones lo
hayan atravesado ¿Qué opinás vos? Y aparte de eso, ¿también pretendía escandalizar y provocar
conscientemente el efecto monstruoso -caracterizado, como decís, por la huída del interlocutor frente a lo
terrible- como efecto contundente de su poética?
Carlos M. Luis: No a lo último, es decir, no había intención de escandalizar. Lo monstruoso en Lezama,
que nos llevara eventualmente a su kitsch, es como una emanación de todo el organismo de su poesía, que
viene siendo de su persona. Lezama era, en cierto sentido, un heredero de la tendencia cubana a la
hipérbole. Fuimos los primeros en nutrir toda una tradición de oradores (desde el siglo XVIIII) que rompían
con los moldes mas elementales de la expresión para crear una desmesura de la expresión. Martí, por un
lado, y el mismo Fidel Castro, por el otro, son dos ejemplos de lo que acabo de decir. Lezama, en cierta
medida, continúa esa tradición, pero elevándola a una categoría donde su poesía esta inmersa. Lezama, el
pantagruélico, el hombre que ingería manjares como parte de su metabolismo poético, no veía los límites
cuando estaba poseído por ese espíritu. Pero de nuevo, y de ahí su esquizofrenia, se seníia obligado a
recurrir a ese Valéry cuyo lema era el de Leonardo: ostinato rigore. ¿Por qué Lezama se apoya en el poeta
de la Joven Parca? Esa pregunta me la he hecho muchas veces, sobre todo cuando en su estudio aparecía la
mascarilla de Pascal junto a un grabado que representaba a Góngora: dos desmedidos, cada uno a su
manera. Tenemos que tener conciencia que estamos tratando acerca de un poeta que bordeaba la locura:
otro tema que habría que intentar aquí. Es por eso que cuando nos acercamos a Lezama estamos obligados
a escoger: el Lezama que trata la poesía demencialmente, o el otro el que reacciona con temor e intenta
refugiarse en el mundo de un ordenamiento clásico. Es entonces que quiere oponer Santo Tomás a Tristan
Tzara o cuando habla despectivamente del Surrealismo o de Freud.
Rafael Cippolini: Lezama fue cultor, sin dudas, de una tecnología de la metáfora que funcionaba como
multiplicadora de universos suplementarios. Vos me proponés hablar de su locura y no puedo dejar de
pensarla como un desbarajuste de su locus: estar aquí y allí, la vivencia oblicua, la conexión por medio de
un tropos. Un goloso que saltaba de un sabor a otro, de una sensación a otra ¿no tendrá origen en esta
compulsión su monstruosidad inconsciente, su no poder estar ni aquí ni allí?
Carlos M. Luis: Sí, me parece que tu pregunta va al corazón del asunto: la locura de Lezama podría ser
un desplazamiento de ese locus (en vez de los locus teologicus que autores como Melchor Cano proponían,
podriamos hablar de locus poéticos) Lezama poseía una especie de ''gourmandise'' que lo obligaba a
devorarlo todo. Es decir, que su persona estaba siempre en constante movimiento entre libros, manjares,
personas, tentaciones carnales, pesadillas etc., etc., y esto, posiblemente, le creaba una especie de locura.
Era, sin duda, un alucinado, y fui testigo en más de una ocasión de como era ''poseído'' por una visión
interna que él transmitía como una especie de oráculo o shaman. Lezama, o el shaman haciendo esos
peligrosos viajes que estos tenían que realizar antes de comunicar sus sentencias. En un país tan
constreñido como Cuba, solamente mediante la locura se podía salir de la encerrona. Lezama que fue la
gran víctima de la estupidez colectiva de la República, tuvo, entonces, que ''salirse'' sin que,
paradójicamente, le tentase la idea de irse del país como lo hicieron otros. O sea, que Lezama escogío una
especie de inmovilidad que se desplazaba constantemente dentro de su eje como un inmenso trompo
maldito. Ese trompo estaba lleno de ojos, de facetas que lo veían todo y todo lo asimilaban en un gran
metabolismo poético.
Rafael Cippolini: Sumerjámonos más, entonces. Lo que me llama ahora es transformar al cuerpo
lezamiano en un universo del cual extraer más y más soluciones probables. Y por esto te pregunto ¿vos
advertís una teología en este caos de apetitos? ¿Lezama advertía -o vos advertiste en Lezama- una
taxonomía, un sistema que fuera de lo gustativo inmediato a lo críptico de las manifestaciones de su
voluptosidad carnal, de su degustación metafórica a su paideia délfica? Quiero decir, ¿cómo sería el método
o los métodos axiomáticos de su locus poético?
Carlos M. Luis: Ante todo: utilicé el término ''trompo maldito'' mal, es ''trompo mágico'', ¿lapsus
freudiano? Ahora a tu pregunta: ¿es que Lezama poseía un método axiomático? Su apetito: carnal, poético,
etc., lo llevaba a degustar cada una de las realidades mediante una digestión muy particular de su
organismo imaginativo. Por ejemplo: cuando Lezama se encontró con Vico todas sus apetencias se
movilizaron en torno, no solamente a lo que Vico decía, sino también a lo que él quiso que Vico dijera.
Lezama insertaba algunas frases de Vico (sin atenerse axiomáticamente a su método de investigación) para
exprimirle su jugo alimenticio (fíjate que empleo metáforas alimenticias, porque, como escribí de él una vez,
Lezama transformaba sabores en saberes) e incorporarlo a su sistema poético, que en el fondo no es un
sistema cerrado, sino abierto (¿patafísico?) Más ejemplos: ¿qué fue lo que le llamó también la atención de
Nicolas de Cusa? No solamente las frases que él gustaba de citar como apoyo a su pensamiento, sino
también su barroquismo (su teratología imaginaria); Títulos como los siguientes: Los Heroicos Furores,
Expulsión de la Bestia Triunfante, Cábala del Caballo Pegaso, Cena de la Ceniza, etc., arremolinaban
barrocamente, ''una concepcion espectacular y monstruosa'', como afirmaba uno de sus comentaristas,
Ignacio Lopez de Liaño. No era posible, entonces, partir de un eje axiomático cuando el teatro, donde
aparecían las imágenes posibles lezamianas, estuviese inspirado en figuras que rompían los moldes lógicos
creando una nueva sucesión causalística de acontecimientos. Lezama estaba poseído, entonces, por lo que
Marcelo Ficino llamó ''el furor divino'', que, según el autor renacentista inspiró a Platón: ''si escuchas al
celeste Platón, sabrás que su estilo, como dice Aristóteles, discurre derechamente por el medio entre la
prosa libre y la poesía. Sabes que el estilo platónico, como indica Quintiliano, se eleva muy por encima de la
prosa y del estilo pedestre, de tal modo que nuestro Platón no parece impulsado por ingenio humano, sino
por cierto oráculo délfico''. ¿No te parece que, salvando las distancias, eso mismo se le podria aplicar al
Etrusco?
Rafael Cippolini: Ahí advierto a su daimón, a su potencia generadora de torbellinos. Su apetito funcionó,
eso creo, como una disposición de rapto, un entrenamiento seguramente no buscado concientemente o
quizá sí, de situarse en la zona peligrosa donde la materia transporta: lo que estaba acá enseguida aparece
allá. Transfiguración poética en estado puro (Lezama utilizando a Vico como su Caballo para ingresar a
Troya.) Lo que me intriga es conjeturar si Lezama poseía un único daimón multifuncional o por el contrario
permitía que compitiesen entre sí toda una pléyade de daimones. ¿Vos viste más de uno?
Carlos M. Luis: De entrada, a mí me parece que Lezama poseyó un sólo daimón, que se manifestaba bajo
distintas formas. Existió en él -y posiblemente en todos los poetas- un Fuego Central, para decirlo con
palabras de Peret, donde se cocía -como en un atanor alquímico- los elíxires que le daban vida a ese
daimón. Eso que tú señalas como ''la potencia generadora de torbellinos''. La vieja creencia romántica de la
poesía considerada como una actividad polisémica, se manifiesta en la aparición de esos daimones. Por otra
parte, el apetito lezamiano, o sea, su aproximación fruitiva a las fuentes del conocimiento, el que el
transformaba en poéticas, le obligaba, como bien tu dices, a crear ''su caballo de troya'', que no solamente
era Vico, sino tantos otros que como este pensador alimentaron su imaginación. Aunque nos hemos alejado
un poco del otro tema, el kitsch, creo que lo continuamos bordeando porque en última instancia esos
destellos de su imaginación se manifiestaron, en más de una ocasión, como formas-kitsch.
(SeGunda JornaDa)
Rafael Cippolini: Ah, no dejo que pensar que persisten multitud de síntomas que componen, casi a la
manera impresionista, un cuadro de situación histórica: la literatura argentina, así como la cubana, tuvo
potentes anticuerpos para todo lo que sugiriera vanguardia. Borges, Lezama, no hay que ir muy lejos. Los
patafísicos argentinos que fundaron el Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires, curiosamente,
tuvieron una relación compleja, sinuosa, con Cortázar, que, si bien llegó a publicar en Subsidia Pataphysica,
nunca fue parte de Colegio de Patafísica; sin embargo, no existe otro escritor que haya difundido tanto
como él a la Patafísica en el cuerpo mismo de nuestras literaturas. Cortázar, por supuesto, también fue uno
de los máximos difusores de Lezama fuera de la isla. ¿Vos creés que existe un nexo ahí? Me explico ¿habrá
intuido Cortázar elementos patafísicos en Lezama? Porque parecería que se trata de elecciones ganadas por
su diversidad.
Carlos M. Luis: No puedo responder a tu pregunta de una manera cabal. Sospecho, sin embargo, que
Cortázar pudiera haber intuido en Lezama esos mismos elementos que ahora nosotros estamos intentando
sacar a la luz. Rayuela es, después de todo, un espectáculo lúdico que bien pudiera tener referencias con la
obra de Lezama en ese aspecto. El ensayo que Cortázar publicó sobre él, también contiene aproximaciones
que no están del todo alejadas de una visión patafísica del mismo.
Rafael Cippolini: Te indagué porque, para mí, es muy evidente que Cortázar, que tuvo noticias de
primerísima mano del Colegio de Patafísica y fue quizá, el más importante promotor del Proveedor Fassio,
fabricó su propia versión de la Patafísica, es decir: ajustó una visión a su poética. Lo hizo concientemente,
sus personaje, incluso en Rayuela, hablan de Patafísica y también cita a la Ciencia en sus ensayos. De esta
forma, podríamos hacer mención de una Patafísica cortazariana, que, no muy extendida, es una suerte de
adaptación. Y digo esto para confrontarla a esa otra que nos interesa hoy, que es la Patafísica lezamiana,
que no es ni explícita ni buscó jamás ser un modelo de aquella. Lezama hizo patafísica sin cálculo, sin
nominación, sólo por cruce, incluso por fatalidad.
Carlos M. Luis: En el fondo la Patafisica puede responder a algo que Andre Breton dijo del Surrealismo
hacia el final de su vida : ''es lo que será''. En otras palabras se va haciendo a medida que personas como
Cortazar y Lezama (y estoy seguro que existen otros más) van creando una obra que se desentiende de lo
que ya se ha dicho o hecho. Lezama, más que Cortazar, nunca estuvo muy al tanto (si es que lo estuvo del
todo) de la Patafísica al contrario de Virgilio Piñera que sí se acercó a Jarry con mirada de simpatizante.
Precisamente por eso es que podemos encontrar en Lezama unas intuiciones de tanto contenido patafísico,
intuiciones que no estaban influidas por una lectura previa de Jarry o de otros autores de esa corriente.
Rafael Cippolini: Pues yo no creo que sea así. Realmente descreo que exista un modo de acceso para
una patafísica consciente distinto a Jarry o los patacesores o los textos de acceso que son propuestos desde
el corpus mismo del Colegio. Sí, por el contrario, me interesa una zona por demás misteriosa que definimos
excepcionalmente como los contactos por simpathos con Jarry. Seguramente, los más frecuentes sean por
lecturas compartidas. Digo: si revisamos la lista de lecturas de Faustroll, encontraremos varias lecturas
lezamianas. Hay un momento en que ciertos escritores, en tanto lectores, intersectan con Jarry, sin
advertirlo del todo. Se atraviesa con mayor o menor grado con zonas de prolusión patafísica. Por esto, al
comienzo de todo esto, te consulté por la misteriosa lectura lezamiana de Rousell. Esa aritmética me gusta:
Lezama + Rousell. Adhiero allí. Por supuesto hay otras tantas bisectrices, pero me gusta ese momento
locusólusico.
Carlos M. Luis: Mi punto de vista es el siguiente (y esto lo aplico a todas las cosas hacia las cuales me he
acercado con simpatía). Antes que nada no hacer una escolástica. La escolástica medieval que comenzó
reflexionando sobre los textos que consideraron ''canónicos'' (desde las fuentes bíblicas revelatorias hasta la
autoridad de la filosofía griega), término hacia finales del siglo XIV y principios del XV, en puras especulaciones
sin contenido vital alguno. Eso le dio entrada al Renacimiento que acogiéndose a la antigüedad
clásica dio un paso mas adelante (herético) y abrió entonces nuevos caminos. Yo siempre he sido (como el
mejor Lezama lo fue), un hereje, o sea, quien ha escogido la Via Oblicua. Es por eso que Jarry me parece
tan vital y es porque dejo abierta las puertas en la búsqueda de lo posible. El Colegio puede tener sus
textos, pero hay que tener cuidado que no se conviertan en dogmas de fe y echen a perder precisamente la
energía vital que nutre el pensamiento de Jarry y a tantos de sus seguidores. Faustroll será siempre una
fuente, desde luego, pero porque es una fuente, el agua que emana de la misma es siempre nueva. A mí
me parece que lo que tiene nuestro diálogo de ''nuevo'' radica en el hecho que hemos ido buscando los
rizomas de un pensamiento que por lo demás -y esto creo que es esencial- habita dentro del ámbito de eso
que Breton llamó ''el humor negro'' humor que se encuentra presente en prácticamente cada página de
Jarry y en tantos otros con más o menos intensidad como Queneau o Vian.
Rafael Cippolini: No advierto demasiado la potestad colegial como fundadora de dogmas patafísicos, ya
que en ningún momento me es posible advertir una voz homogénea, ni siquiera en la de los patacesores o
en la mismísima voz járryca. Es precisamente esa diversidad disruptiva -tan disímil a la homogeneidad de
conducción de Breton, que excomulgaba a todos aquellos que discutían sus directivas-, la que sostiene la
heterogeneidad colegial -y hace del colegio un aparato relacionarte tan diferente a la dinámica de un grupo.
Y no me refiero exactamente a una sumatoria de individuos tocados por Faustroll, a la institución en sí, sino
a una red amplísima de lecturas. Lo que propongo es: bucear en Lezama y señalar las líneas de cruce con
estos cuerpos textuales. Vos nombraste recién: Jarry-Queneau-Vian. Cada uno de ellos, repito, es un
extenso ramo de lecturas y referencias, de vectores, que en el pleno cruce multiplican sus patafisidades; y,
metonímicamente, buceando en la triada es posible que nos tomemos con Lezamas potenciales, previos,
suplementarios. Es esta posibilidad la que más me entusiasma: poder sorprenderme con Lezama en Jarry.
¿Existe herejía más hormigueante?
Carlos M. Luis: Totalmente, entonces, de acuerdo. Precisamente pensaba que así como hemos hablado de
la ''vivencia oblicua'' y de la ''teoría del caos'', también hemos ido aplicando las inmensas posibilidades
poéticas que ambas implican a la ''Patafísica posible'' lezamiana. Pero al mismo tiempo que así lo hacemos
alumbramos, en restropectiva, la obra de Jarry y con ella a todo el legado patafísico. Fíjate que hemos
caminado como unos exploradores de cavernas llenas de inscripciones mágicas, tratando de descifrar lo que
tú llamas ―las líneas de cruce con cuerpos textuales‖. ¿Cómo lo hemos hecho?; apoyándonos en
conclusiones que nos sacan del ''contexto'' para ir sugiriendo otras nada ortodoxas, al menos para los
guardianes del ''sagrado canon'' lezamiano. Continuemos pues por ese camino ''sorprendiendo a Lezama en
Jarry'' y yo diría que a Jarry en Lezama.
Rafael Cippolini: Recomencemos, pues, por el acceso incorrecto: la situación del viaje inmóvil. ¿Cómo
constituir, según tu censo, una epifenomenología del viaje en el etrusco insular? Rousell recorrió el mundo
sin despedirse ni por un segundo de su camarote de a bordo. ¿Qué tiene de patafísico, según criterio propio,
la navegación trocadérica?
Carlos M. Luis: La ''movilización/inmóvil'' de Roussel tiene, en mi opinión, más de Patafísico que la
inmovilidad lezamiana, debida en gran parte a sus terrores internos. Lezama estuvo en Méjico con Gastón
Baquero y en otra ocasión en Montego Bay (Jamaica), de donde salió su largo poema Para llegar a la
Montego Bay. En una ocasión lo nombraron profesor de la Universidad Central de Santa Clara en la
provincia de Las Villas. Su salida de La Habana resultó ser una especie de hecatombe emocional que se
agravó a su llegada a esa ciudad. Resultado: hubo que irlo a buscar al día siguiente y nunca tomó posesión
de su cátedra. Cuando en los 70 le dieron un premio (el Mondadori, creo) en Europa lo invitaron a ir a
recibirlo y no fue dando la excusa de que ''no tenía un abrigo''. Lezama vivía en una casa bastante húmeda
y en una ocasión le insté para que se mudara a otro barrio, el Vedado. Después de pensarlo me contestó
que no le gustaban los heladeros que pasaban a las cinco de la tarde por ese barrio pregonando. Ambas
respuestas poseen, quizás, algo de patafísico ''jarryniano'', pero nada más. Roussel, por su parte, se
embarca en una especie de viaje nihilista y no se si fue durante ese viaje que terminó en Palermo donde se
suicidó. De todas formas creo que el suicidio estaba implícito en ese viaje absurdo rousseliano. Para Lezama
el salir de su ámbito era un preludio para la muerte. Lezama además, edipiano clásico, no podía separarse
de su madre por mucho tiempo. Las motivaciones de ambos, a mi entender, son distintas.
Rafael Cippolini: Como también lo alejaba del autor de Impresiones de África, su no fascinación
maquínica, la invención de las máquinas desmesuradas con la cual podemos trazar una clara línea entre
Marinetti, Jarry, Rousell, Kafka y otros. Hasta donde recuerdo, nuestro Etrusco no se dejó jamás tentar por
la seducción maquínica, ¿o es que tenía predilección por alguna máquina secreta que me es por completo
desconocida?
Carlos M. Luis: En lo absoluto: Lezama nada tenía que ver con ese mundo de máquinas creadas por la
imaginación de los autores que tu mencionas. A los autos los llamaba ''carrozas'' trasponiendo
barrocamente cualquier presencia de aparatos que lo hostigaban. Esas maquinarias ''celibataires'' como las
llamo Michael Carrouges en su célebre libro nada tienen que ver con el universo lezamiano, aún
desproporcionadas como eran en algunos casos.
Rafael Cippolini: ¿Era fatalista? ¿Su poética fue fatalista? Quiero decir, ¿creía Lezama en un destino? ¿O
por el contrario su catolicismo lo hizo aferrarse a pie juntillas al libero arbitrio?
Carlos M. Luis: En el centro de la concepción poética de Lezama -siempre lo dijo- yacía su fe en la
resurrección. Eso lo acercaba a una teleología, que si bien no era ortodoxa, al menos lo conciliaba con la fe
católica. Lezama le opuso, al ser-para-la-muerte de Heidegger, su ser-para-la-resurrección. Pero esa fe
suya, fe paulina en el sentido de que San Pablo la describía como la substancia de lo que no se ve, le daba
oportunidad para abrir las puertas a toda una fabulación poética, fabulación que se iba por otros caminos no
transitados por el dogma. No sé si a eso se le puede llamar fatalismo, pues su manera de pensar, asentada
además en el barroco español de la contrareforma, se debatía entre la predestinación y la gracia, asunto
que caló hondo en aquella época como puede verse en el teatro de Tirso de Molina, por ejemplo. Creo, sin
embargo, que dada la imaginación lezamiana éste se inclinaba más a favorecer la intervención de la gracia
como elemento salvador. Una gracia que el Concilio de Trento había sometido a la práctica de las buenas
obras, es decir, a la caridad, misterio este que San Pablo describió en los Corintios y al cual Lezama se
adhirió. Además, su gusto por habitar en el territorio de lo imposible/posible (y el creía que la Resurrección
encajaba dentro de esa polaridad), también pone en tela de juicio cualquier inclinación hacia el fatalismo.
Rafael Cippolini: ¿Hay también voluptuosidad en la Resurrección Lezamiana? ¿No actuará allí también el
oblicuo daimón de su erotismo?
Carlos M. Luis: Tu pregunta es interesante y difícil de responder. En la medida que Lezama creía
''ortodoxamente'' en la resurrección, no creo que pueda haber influido lo que llamas ''el oblicuo daimón de
su erotismo''. La Resurrección de la carne no es tal. Es más bien la resurrección de un cuerpo glorioso libre
ya de todo deseo carnal. Pero precisamente, porque en Lezama lo oblicuo cumple una función reveladora,
es posible entonces que su Eros (Eros de la lejanía, como él lo llamaba) actúe como una especie de motor
secreto para desear ese regreso del cuerpo a su estado inicial. En la literatura cristiana que trata sobre este
dogma, existen numerosos ejemplos de un idioma que recurre ''fruitivamente'' a describir ese
acontecimiento capital. Por otra parte, en las iluminaciones medievales, por ejemplo, vemos los cuerpos
surgir de sus tumbas en estado de éxtasis, iluminados por una especie de ''baño lustral'', a la manera de los
alquimistas. Y ya que hablamos de alquimia no será la resurrección, en el idioma lezamiano, una especie de
la ''albedo''? Y si es así, ¿entra entonces el Eros a funcionar? Como ves, te respondo con otras preguntas.
Rafael Cippolini: A ver, si te sigo: ¿el Eros sería reflector? ¿Sería que ese porcentaje de flujo luminoso
del Eros, ya reflejado, ya difundido por otro cuerpo -resurrecto o propicio a la resurrección-, se manifestaría
en relación con ese otro flujo luminoso incidente? Revisemos la divina ecuación, en la totalidad de su círculo
herético: ¿podría ser el Eros el motor, la fuente luminosa que provoca el albedo? ¿O bien la resurrección
misma, por alguna especie de causalidad misteriosa, transportaría al Eros a su estado funcional?
Carlos M. Luis: ''La resurrección por una causalidad misteriosa puede transportar al Eros a su estado
funcional''; he aquí algo que si Lezama estuviese vivo, le haría salivar de gusto. Nos embrollamos en una
cuestión difícil de la que sólo la imaginación nos brinda la salida. Si creemos que ese hecho fuese posible,
entonces el espacio que Lezama comenzó abriendo en sus eras imaginarias (la última de las cuales sería la
Resurrección), se convertiría en la interpretación mas genial de nuestro paso por la historia. En el fondo, de
lo que se trata es de la recuperación de un Paraíso Perdido que, como tú sabes, es uno de los motores
secretos de la poesía. El lenguaje que pudiese hablarse entonces, si esa ''causalidad misteriosa'' se
cumpliese, sería quizás la ''lengua de los pájaros'', que la tradición esotérica tenía como lenguaje primordial.
Es decir, un lenguaje donde el Eros funcionara como una fuerza unitiva entre todos los seres, los cuales
después de haber recuperado su carne la viesen ahora en plena posesión de su albedo.
Rafael Cippolini: ¿Y cómo descollaría la Patafisica en este singularísimo esquema lezamiano? ¿Como
resurrección? ¿Sería una resurrección patafísica?
Carlos M. Luis: Pataespeculando, he aquí lo que se me ocurre: solamente una Ciencia que ofrece
soluciones posibles y un poeta que habla de un causalismo oblicuo, pueden tener el derecho, en última
instancia, de hablar de la Resurrección con propiedad (una propiedad, como diría Proudhon, que es un
robo); o sea que estoy pensando en lo que Jarry y Lezama le han robado a la lógica causalista. Ambos,
como Prometeos, le han robado al pensamiento su linealidad, por así decir, para entrar en los peligrosos y
apasionantes recovecos de lo imposible/posible. Hemos hablado, en otras ocasiones, de los ancestros de esa
ecuación: Cusa, Vico, el mejor Surrealismo etc. Pero tanto Jarry como Lezama sentaron las bases, o
abrieron el camino, para la exploración de unas posibilidades que solamente pueden desembocar en la
Resurrección, según Lezama (no creo que Jarry hubiese estado de acuerdo, si se huele algún dogma
católico detrás de esto). Pero como ambos, en el fondo, eran unos gnósticos (herejes, pero gnósticos)
también es posible que en un diálogo imaginario entre Jarry y Lezama el Etrusco hubiese convencido a
Faustroll de que después de todo la resurrección no es más que la continuación de un Gran Juego en otro
plano.
Rafael Cippolini: Así es. La Ethernidad (o eternidad, como ha traducido la mágica palabra mi amigo, el
Propagador Gimelfarb), es ese topos, esa catarata inamovible del Gran Juego. Y ya que espiralamos en el
espécimen lúdico, te pregunto: ¿qué, cuáles diferencias ves entre el humor lezamiano y el járryco? ¿Entre la
risa de uno y de otro?
Carlos M. Luis: La diferencia entre ambas risas: para comenzar, no creo que Breton hubiese incluido a
Lezama en su famosa antología sobre el humor negro. A Jarry sí lo incluyó y con razón, no solamente
porque fue un precursor, sino porque en Jarry esa risa suya se convertía en un arma, como se diría hoy en
día, ''de destrucción masiva''. El humor de Jarry -nihilista- iba por otros caminos. El de Lezama, en cambio,
era un humor más a ras de tierra. Su rimbombante risotada estremecía las paredes habaneras. Pero esa
risotada suya era directa, sin los caminos (a ratos oscuros) de Jarry. Por otro lado, existía en Lezama una
especie de risita llena de picardía que el tapaba con un dedo que doblaba sobre sus labios. Esa risita
indicaba otra cosa: su gusto por lo erótico, por ejemplo, que siempre provocaba en él un ''despertar'' de su
arremolinada imaginación. Pero no creo que Lezama participara, como Jarry, de ese humor negro
fundacional que después los surrealistas (algunos, porque un Breton era demasiado serio) y patafísicos
continuaron cultivando.
Rafael Cippolini: Todo sistema de participaciones, de síntomas y cualidades yuxtapuestas en una
participación, me resulta en sumo estimulante. Escrutar cómo, de qué forma, con qué estilos, participamos
de los demás. Sabemos que Jarry no inventó la Patafísica, sino que fue exactamente al revés, pero
conjeturar de qué y en cuantas maneras participamos de Jarry me parece un excelente ejercicio para
pensar niveles de patafísidad. Habría zonas, más o menos amplias, donde Lezama y Jarry participarían de la
misma risa. Volvamos a la voluptuosidad, ¿compartieron, según tu visión, alguna zona voluptuosa?
Carlos M. Luis: Conocí a Lezama de cerca mientras que a Jarry... Es decir, soy testigo de los
movimientos voluptuosos de Lezama hacia la carne, pero también hacia los alimentos y los datos de la
cultura. Todo en Lezama era voluptuosidad, aunque controlada por esa vigilancia ejercida por el Big
Brother llamado Orígenes. Una vez dicho esto pienso que en Jarry -su homosexualismo- así como en el de
Lezama había puntos en común. En el supermacho existe un tipo de imaginación que bien podría haberle
llamado la atención a Lezama, aunque no me consta que éste lo haya leído. Otra cosa: el humor de Jarry le
podía haber dado a su voluptuosidad un acento especial que no lo tuvo tanto en Lezama, aunque
pensándolo bien, existen en Paradiso ciertos pasajes grotescos que a Jarry también le hubiesen interesado.
Podríamos entonces decir que esa ''zona voluptuosa'' común se manifestaba, en ciertas ocasiones, en lo
grotesco. Este tema nos llevaría a fuentes Barrocas, o a un Rabelais o Swift.
Rafael Cippolini: ¿Recordás alguna peculiaridad, algún matiz que pueda interesarnos en la relación del
Etrusco con Rabelais? ¿Cómo sería el glosario básico para un estudio futuro del Rabelais lezamiano?
Carlos M. Luis: Con respecto a Lezama, hay que buscar dos aspectos esenciales en la obra del francés: lo
desmedido o lo grotesco (que a ratos vienen siendo la misma cosa). Lo carnavalesco también como lo vio
Bajtin. En la poesía de Lezama, en su conducta, la desmesura aparece como parte intrínseca tanto de su
persona como de su proceso creador. Los poemas que publicó en Dador (Nuncupataria de Entrecusados,
Aguja de Diversos, por ejemplo) rompen con los límites, de la misma manera que, durante el Barroco, esos
límites también parecían grotescamente crear una nueva entidad. Schlegel nos dice al respecto: ''Si toda
síntesis meramente arbitraria o casual de forma y materia es grotesca, también la filosofía, al igual que la
poesía, tiene sus cosas grotescas...". Podemos, entonces, ver en esas síntesis (collages yo les llamaría)
lezamianas, una manera grotesca de ver la realidad, una realidad que su mirada la convertía en algo
desmedido. Rabelais parece andar por esos caminos, de ahí su relación con lo carnavalesco, actividad que
como tú sabes, lo grotesco y lo desmedido se manifiesta, como en Jarry también.
Carlos M. Luis y Rafael Cippolini: Lezama Patafísico 
Expediente 5 SS
UU
MM
AA
RR
II
OO (s) Cacharro (
S
)

Expediente CCaacchhaarrrroo (
S
) (s) 5 SS
UU
MM
AA
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II
OO

textos cedidos por su autor a cacharro(s)
MAS INTIMAS MISTURA
Andrés Ajens
selección del libro MAS INTIMAS MISTURA (interperie, 1998)
andrés ajens, santiago de chile, 1961. poeta, ensayista, y traductor. conmemoración de inciertas fechas y otros poemas (interperie,
1992), la última carta de rimbaud (interperie, un 13 de noviembre) y; traducción: alberto caeiro, poemas inconjuntos y otros poemas,
selección, traducción y posfacio (dolmen, santiago, 1997) O ENTREVERO (novela) intemperie ediciones www.intemperie.cl
poema / libro.
la poesía anarrataria –nueva no vela aparte- anoticia en poesía; ―escritura‖ e impremura de
―lectura‖. la narrataria narra raudamente el sucedido (tarda) como si afuera lloviera estrellas, o la
autoimpresión grafoscilara. se es anarra cuando se es cifra y vice versa (la página blanca acciona lapalanca
empalada en el aclimatado (polvoluntarioso aguayo). ahí no hay hermeneia que valga. por eso, por su
propio inconmentable peso, la poesía, anarrataria y/o no, aún en sus requiebres y disyunciones, es
(palabra) ob-scẻne. si hay demasiada rosa en la prosa, franco decir orbeceltino, y aún habríamos de recalar
la demasía del demasiado, comar del comodín intraduciente, la épica –íntima: tipo el cid, ―furioso‖ o la
araucana-, a salvo campana (lettera aperta), no repica más. anarrataria amoraleja: aleja el poema
embajada, monta el suceso, desbroza la cosa, la roza no incinera trama.
narcisas alografías (alegoría).
lo inconsumible de la adicción a las foráneas
lenguas, sus esdrújulos
héchizos:
capitanías, ínsulas grafotrópicas, amazónicas vías.
desmedusan la dicción de las musas.
brújulas gustativas,
insumisas
palmas grafológicas (estrógicas).
pasa de corinto, apuesta helena.
supuesta como sigue, anababélica, la apuesta leonina,
la parte del arte: hubiera
un sistema aformativo autotélicomunicante,
del cual la biblioteca –archibabélica- no fuera sino
un rémora morante inclusa, un sistema, oh anatema,
capaz de almacenar, psicófago integral, todo vestigio grafo-, fono- y glifológico,
toda huella darte
habida, habiente y por haber,
y de ―procesarlos‖ o ―leerlas‖ de acuerdo a dialógicos cirterios apodícticos
de lujo, discriminantes.
su puesta a punto, en servicio y/o en escena,
permitiría reconocer, eso es:
hacer restallar sistemáticas banderodundancias,
identificar tópicos inidénticos
y enredarlos en rigurosas constelaciones o tradiciones
insignificantes,
concitar inauditas (agrafalianzas) componendas artísticas, perdurables,
y, en suma, dominar donde minar, gobernar el arte.
la parte del arte: una politécnicápsula conconminante; una arte política,
-ética,
en su hubris sistemal –del león de la tribu de judá, vid de david,
au pays des gallas-.
paris pasa,
pasapuesta,
garrapósito, un, de desvezada soliatención, poema parte.
ay dios como ay comodín
entre las cartas
pero dios
no es su nombre, tradicional
mente, es (persona) sin nombre.
ay diosa también y es odiosa
como odioso es dios;
el odio entre los dos (las dos)
adivina la archipresencia de acomodín (nella vasca)
-su falsiembre judeojesuíta, sustadizo, la incomoda.
lo divino de dios y diosa, diosa y dios, las, los, dos,
lo ambrosiano, báquico, droga que
suele degenerar en rogativas ginecológicas
ad honorem, ad maiorem
gloriam.
tanto yod rogaría
al liricórneo del lazio,
tanta hablada mater dolorosa, sólo
lactosa,
adiosadiós.
cartográfonolfatoriente, qué.
puchacay, me escribes de china ahora
china (kowloon shangri-la, hong kong), con
once golpeados de impoluta merma
o sábanas blancas de hotel de mil
estrellas de oriente, a contratiempo
aún vivo, vivianne, l´horrible arbrisseau:
fuera de la concepción (un mes
criba pal lonco de los mitimaes
de quillota; con mano maternal
estamparía su firma en el cuello
de los transplantemidos capitanes).
puchacay, me escribes, y no hay salud
en el estadio histórico, y más
si el hospital regional está cerca.
aquí, por lo demás, no hay ay, región,
¿cómo va a haber hospital?, a lo más,
cribo, la tina, ¡la américa!, si es que.
vislumbraste el edén, una vez
copiosamente.
llegaste al desierto de abisinia
sin llegar al desierto de abisinia.
a copayapu tal vez y en las últimas,
yatiri de nadie y de nadia, mi televidencia
por las piedras,
a la necrópolis viva.
inscriba su nombre, por favor,
en este formulario apantalla: -críbala.
frente a santiago de huata.
―lo bueno es reconocerse‖, relampagueó,
en medio de la noche
allá en la isla, intimando
entre palabras alcoholes
y mistura, leonardo
kallisäya.
―¿acaso no venimos –atradujo- de lo mismo?‖
mi índice partió, diestro
hacia orión, las tres
marías,
el bastón de jacob,
uxápu, abajo, cuando
perdimos pie, trastrabrillamos
-la morenada por ahí nos toma a contramano.
temporal solar, o inti mismo.
solidario aactor, crisol errante, antes
de la concepción (y de limache), con
soledad y confusión ultra—
selenes, tal
cardo mariano, tal
tunante aguacero,
rumbeó —la máquina
nos traía, qua camélidos íntimos,
un día en que uno moría
y otro, insular –rrecto, ―revivía‖.
a través de los huachis del tiempo,
palabra y palabra, por fresia cruzamos,
frontera y fronteira y la casa vacía.
flor de cactus saludando (echinocereus polycephalus,
selenicereus vagans, ¿dumbling cactus?)
allende la parra, al fondo, en tres aactos:
a la solariega viudes, mistura, y a la dicción estrellada a la ―vida‖.
a Mater originalis, de Augusto dos Anjos.
La transición (retórica) de la blanca, inarrendable
pétala narcisa, al rastro mascullado
de la hojota de un aguayo novidente, la política —editorial:
intemperie comienza lacasa—,
no habrá tenido lugar.
de la vigen, la ―mayor‖,
de la espiga, y de las otras,
inflorescencias marítimas,
siguiendo la eclíptica hasta el perro,
de aguas, el menor,
iluso anular; del dedo dado y/o ―sogol‖. de
concepción a playa blanca,
colectora neolítica, archipolítica, eu
falo de alugar (no) céu.
à Roche, 1873.
Cuatro tesis indivisas sobre la poesía chilena y unabajo (hipótesis).
i.la poesía chilena no existe (no se da) y por lo demás no es buena.
ii.la poesía chilena es buena y se da (levanta esta piedra) más a perdido norte.
iii.los puntos cardinales de la dicha son, sabiente, tres...
iv.la suspensión de la poesía chilena es el puente (levadizo) de la pensión castellana.
sed / fuera.
ni papiamento ni entrelenguas, drama,
ni tatamuda infancia corralada,
sino «furioso», vírgulas itálicas
de aguayos interestelares, blancas,
ni sin analogía vil ni sísmica
maquinanimalidad
conforme al pulso, a las costumbres idas
mas todo eso: un revoltijo +
un desenredamiento leguaraz
del fondo, network-pneuma saturnino,
más pólemos a ultrarretina más
vidas inávidas en una misma,
oh umbraleros hipocampos, y/o, saliva.
aúno, que quería ser Otr.
aúno que quería ser Otr
hortiesculturable aún
floribund acabalístic
a iceberg lomienhiest
o por rosal tal ort
o gráfic ortigal, a Otr
otratina.
MMAASSIINNTTIIMMAASSMMIISSTTUURRAASS
andrés ajens

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LA INCONSCIENTE
Andrés Ajens
andrés ajens, santiago de chile, 1961. poeta, ensayista, y traductor. conmemoración de inciertas fechas y otros poemas (interperie,
1992), la última carta de rimbaud (interperie, un 13 de noviembre) y; traducción: alberto caeiro, poemas inconjuntos y otros poemas,
selección, traducción y posfacio (dolmen, santiago, 1997) O ENTREVERO (novela) intemperie ediciones www.intemperie.cl
LA INCONSCIENTE, Mä mit’a
manqhapachana,
¿qué (se) llama
‘la inconsciente’? ¿(en) aymara?
para llamándolas llamarte, para
diciéndoles decirte
en el plazo de esta esquina de extremoscilante plaza:
no hay ritual alianza ni arito de pasaje
entre nos
que valga, y no porque
entre ellas (jupanakapurapolleradas) y yo,
ellas y tú o tú y yo
mengüe distancia,
que amor (se) escribe, don de distancia, sino
de ultraquerer querencia, entreveraz, ¿consiente
la inconsciente?, mistura apura, misturi, cribadura dada.
— hay
de nuevo pre(té)ritos, pasajes, gajes. ay alianzas.
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andrés ajens, santiago de chile, 1961. poeta, ensayista, y traductor. conmemoración de inciertas fechas y otros poemas
(interperie, 1992), la última carta de rimbaud (interperie, un 13 de noviembre) y; traducción: alberto caeiro, poemas
inconjuntos y otros poemas, selección, traducción y posfacio (dolmen, santiago, 1997) O ENTREVERO (novela)
intemperie ediciones www.intemperie.cl
* PE T IT TEX TE . En un liminar doble paso entre frontera y frontera y entre año y año, Jacques Derrida se
habrá hallado envuelto en un inopináceo archimentado entrevero — con la ley, la (autoritaria) Ley. Al
disponerse a volver a París tras participar en un seminario sobre humanos derechos y ‗archiescritura‘ con
intelectuales checos entonces ‗disidentes‘, el filósofo escritor es detenido en el aeropuerto de Praga al cierre
de 1981; entre sus ‗cosas‘ la policía encuentra droga (Le philosophe Jacques Derrida serait détenu pour
“trafic de drogue” titula el 1º de enero de 1982 Le Monde de París). Sometido a prolongados interrogatorios
y a fotográficas sesiones en cueros, J. D. pasa un par de días bajo arresto — trabajaba en ese momento en
un petit texte sobre Ante la ley que andaba trayendo conmigo, y probablemente fue cuando yo visitaba la
tumba de Kafka que [los representantes de la ley] se ocuparon de mi maleta en el hotel, comentara más
tarde a un medio francés [Desceller (“la vieille neuve langue”), in PO IN TS DE S US PE NS ION , 1997, entrevista
con Catherine Davis publicada inicialmente por Le Nouvel Observateur bajo el título: Derrida l‟insoumis] sin
un pelo de ironía, empero. La ‗norma autoritaria‘ (pues los autoritarismos de toda laya no habrán carecido de
una: la imposición precisamente de una voz, de una sola lengua) fuera como una confabulación (del)
inconsciente, punteara J. D. un poco más adelante, tal intriga de las (sistémicas) jerarquías: Cette norme
autoritarire, ce serait comme un complot inconscient, une intrigue des hiérarchies (ontologiques, théologicopolitiques,
technico-metaphysiques), celles-là mêmes qui appellent des analyses déconstructives (id.) Or —
¿por qué tal ley autoritaria, tal complot (del franco complot, emparentado éste, según el CORO M INAS, con el
plot inglés, esto es, no sólo ‗franja de terreno‘ y ‗conspiración‘ sino también ‗argumento‘ o ‗asunto de una
obra‘ y aun, en su valor verbal, ‗trazar‘; el THRES OR D E LA LA N G UE FRA N ÇO YS E de Jean Nicot lo da a su vez
por traducción del latín coitio, ‗encuentro‘, ‗choque‘ y ‗conspiración‘, pero también y por cierto ‗acoplamiento
carnal‘), sería tal cual: ‗inconsciente‘? (Ya en LA CA RTA POS TA L J. D. habrá imbrincado recurrentemente
intriga y complot al envío metafísico, aludiendo a las ‗intrigas socráticas‘ y a ese ‗complot vengador que
llamamos platonismo‘). Mas, aún allende y aquende el por qué y sus hipotéticas razones, la metafísica
intriga — su Ley, si tal se diera — ¿no vela acaso y precisamente la inzanjabilidad entre consciente e
inconsciente, decisión personal e impersonal prospecto, subjetividad y automatismo — su irrefrenaz
referencial diferimiento? Pas du tout: à ce pas (le) tout se jouerait plutôt dans le „comme‟, celui du ‗ce serait
comme‘... un complot inconscient... ou (de) K. avant la lettre. ¿Otra inextricable aporía? ¿Pues qué sería un
complot, confabulación, colusión o aun coito, sin pacto o conjura, sin ‗decision‘ — preliminar o ‗en acto‘?
¿Violencia y violación sin más? ¿Nomás sonambulía? (Logófago como comodín, consiente: Si je ne comme
bien, qu'un autre comme pour moy; M. M., ESSA IS, citado por M. D. in GISA N TS).
A UNO QUE SE ESTABA ANTE LA PUERTA
Démosle pues tiempo al petit texte. A éste, por de pronto, sobre Ante la ley (Vor der Gesetz, de Kafka, que a
su modo es también un petit texte, cita o antecita de un acotado pasaje de EL PROC ES O) en el que trabajara
J. D. cuando los poderes de marras urdieran su — o complot inconsciente — intriga en Praga. Antes que una
cita del nombre del relato kafkiano, Ante la ley de J. D., lo precisa él mismo en el ‗cuerpo‘ del texto,
homonimia es — lo que no es lo mismo (no tienen ni la misma referencia ni el mismo valor que la cita). Justo
después de consignar en epígrafe a Montaigne, el opúsculo (sigo aquí la única traducción castellana que
conozco, la de Ana Azurmendi, en adelante A. A., in J. Derrida, LA F IL OS O F ÍA C OMO INS T ITU C IÓ N,
Barcelona, 1984) francamente demarra:
A veces, un título parece la referencia de otro título. Pero desde el momento en que nombra otra cosa,
ya no citará simplemente, sino que convertirá al otro título en un homónimo del primero. Todo esto
conllevará siempre algún prejuicio [préjudice a todas luces; yo subrayo] o usurpación. // Teniendo en
cuenta estas posibilidades leeré, y leer viene a ser aquí citar, el relato de Kafka titulado Vor der Gesetz,
Ante la Ley.
Y enseguida, en efecto, leyendo Ante la ley de J. D. nos encontramos con el petit texte de Kafka, íntegro
casi, título incluso, que aquí circunscribimos a comienzo y fin:
ANTE LA LEY
Ante la ley se yergue un guardián de la puerta [ein Türhüter, literalmente un ‗guardapuerta‘, un portero].
Vino un día un campesino [ein Mann vom Lande] rogando que le dejara entrar. Pero el guardián contestó:
‗Por el momento no‘. [...] Su vida se acercaba al ocaso. Antes de morir, todo lo que había vivido durante el
tiempo de su permanencia allí se resumió en una pregunta que nunca había formulado [...] ―Si todo el
mundo procura entrar en la ley, manifiesta el hombre, ¿cómo explicas entonces que en todos estos años sólo
yo he venido a pedirte que me permitas entrar?‖. El guardián, dándose cuenta que el hombre estaba
próximo a su fin, y de que casi no oía, le gritó al oído: ―Nadie más que tú podría conseguir entrar en esta
puerta, pues esta puerta está designada para tí. Ahora me dispongo a irme y cierro [schließe ihn, en otros
términos: termino, acabo].
(Lo que antes se habrá dicho sobre la homonimia cabe aquí también para la traducción, lo subrayara por
demás J. D. Pero cuando el daño o perjuicio en traducción recae sobre el propio franco préjudice (‗perjuicio‘),
al ser vertido o convertido en un ‗prejuicio‘ (préjugé), tal doble estropicio amerita al menos un pequeño,
frugal, paréntesis. Cierto es que ambos términos, comparten una misma raíz latina — praeiudicĭum — y
cierto es que normalmente prejuzgar es también perjudicar, mas (y este ‗mas‘ no es menor) no siempre es
así; puede haber un prejuicio favorable, tal como se habla de una ‗discriminación positiva‘. Perjudicar en
traducción a Ante la ley de J. D. no implicaría sólo no hacerle justicia — como más adelante reincidirá A. A.
al traslapar una docena de veces différance sin más por ‗diferencia‘, interrompu por ‗repetido‘, l‟innacesible
provoque depuis son retranchement por ‗lo inaccesible provoca entonces su supresión‘ etc. —, sino también
subraya las líneas de resistencia, represión o rechazo en traducción: ―La traducción [otra, de la misma, A. A.,
de J. D., hacia el fin de ‗La filosofía como institución‘ ] borra, mas señala asimismo aquello a lo que resiste y
que a su vez le resiste, hace leer la lengua en su encubrimiento mismo‖. Por lo cual, lejos nos, se
entendiera, de pretender iniciar aquí un proceso contra A. A. por faltas graves de traducción. Por demás, por
más evidentes que parezcan los casos ya anotados, la cosa es más compleja: toda prueba concluyente falta.
Pues Ante la Ley, el texto de J. D. traducido por A. A., no es exactamente el mismo que, con el nombre de
PRÉ J UG ÉS, devant la loi, J. D. leyera en el castillo de Cerisy en Normandía, en el seminario La facultad de
juzgar en torno a la obra de J. F. Lyotard a mediados de 1982 — publicado por las Editions de Minuit en
1985, esto es, un año después, de la publicación catalana. En primer lugar, todos los pasajes que en el
‗original‘ están referidos a Lyotard — una buena quincena de páginas — están ausentes del texto castellano.
Y viceversa: en el texto castellano hay también pasajes — una decena de páginas — enteramente ausentes
del texto francés; entre otros, una larga cita de EL CAS T IL LO y el antecitado párrafo inicial. Por lo cual todo
lo que habremos dicho sobre el perjuicio en traducción acaso se venga al suelo y tal vez no sea, a todas
todas luces, más que un prejuicio en operación. Así, en lo que viene, nuestras marcas y remarcas de
traducción, aún en los casos aparentemente más flagrantes, habrán de leerse sujetas a esta puntual
precaución: todo juicio, todo proceso y dictamen se mantienen aquí en suspensión).
De corte filosófico en apariencia (pero nada será más problemático que el susodicho corte y la susodicha
apariencia en una conferencia que deja literalmente en vilo, sin desconocerlas empero, las fronteras
supuestas entre filosofía y literatura), el petit texte laborado en Praga, como el otro, el de Kafka, no carecerá
de su propia (impropia) intriga. Pues la intriga, en efecto, al aguaite o a la gira, se toma su tiempo: intriga
de Ante la ley (Devant la Loi) ante Ante la ley (Vor dem Gesetz), intriga a título del título — del nombre
nombrándose en el ‗nombre‘ — del petit texte, nombre del sobrenombre o del nombre entre comillas, de J.
D.:
Aquí, ―Ante la Ley‖, expresión que menciono entre comillas, es el título de un relato. [A. A. deja pues la
ley de Ante la ley con mayúscula, siguiendo aparentemente la convención francesa de titulación à la
lettre y no sólo francesa, mas no la castellana, de mayuscular y enaltecer las distintas palabras de un
título, con excepción de conjunciones y artículos cuando estos no encabezan el encabezamiento mismo,
esto es, el título o nombre; en cuanto al castellano migrante, lengua que aquí co-manda, no reclama
sus fueros empero, fueran aun estos justos — acatando sin cumplir su ‗americana‘ ordenanza, nomás
traducción demanda...]. Creemos saber lo que es un título y, en particular, el título de una obra. Está
situado en cierto lugar muy determinado y ordenado por leyes convencionales: al principio y arriba, a
una distancia reglamentada del cuerpo mismo del texto, en todo caso, antes de éste. [...] Nombra y
garantiza la identidad, la unidad y los límites de una obra original que el autor titula. Lógicamente los
poderes y el valor de un título tienen una relación esencial con algo [así] como la Ley, se trate de un
título en general como del título de una obra, literaria o no. Se anuncia ya una especie de intriga en un
título que nombra a la ley (Ante la Ley), como si la ley se diese título a sí misma o como si la palabra
‗título‘ se introdujese insidiosamente en el título. Permitamos que continúe la intriga. [Laissons attendre
— dice J. D.: dejemos esperar, démosle su tiempo a — cette intrigue ]
¿Quién permite qué? ¿Nosotros? ¿Quien(es), nosotros? — se lo preguntara Germán Bravo al inicio de ―Hay
comentario...‖, su petit texte sobre la ‗cuestión de la droga‘ expuesto precisamente ante J. D., en su petit
séminaire (es su expresión), rue d‘Ulm, años ha, citando a su vez la pregunta que se hacía Heidegger a
propósito del verso de Hölderlin Ein Zeichen sind wir, deutungslos... en A QUÉ LLAMAM OS PE NSAR (y él
responde, Germán, citando otra vez al maese de Alemania, ‗nosotros, los hombres de hoy, los hombres de
un hoy que dura desde hace ya tiempo y aún por mucho tiempo, en una duración para la cual ninguna
cronología ‗histórica‘ aportará jamás medida‘). Nomás decir del cholofauno aquí, jiwasanakawa, un poco
antes, pero, en el Bocaisapo, al modo de una de esas piedras que un transandante deja sobre una apacheta
intercordillerana por los caminos del Ande (apachita, según L. Bertonio, ‗montón de piedras que por
superstición van haciendo los caminantes y los adoran‘; de la raíz verbonominal apa-, ‗llevar‘, ‗traer‘,
‗enviar‘, que de acuerdo a un estudio léxico del yatichiri Zacarías Alavi, de la Universidad Mayor de San
Andrés en La Paz, da pie para cerca de ochocientos términos aymaras, sin hablar por ahora de los
quechuas). ¿La intriga? Maquinación y/o trama, lo que anuda decisivamente los distintos acontecimientos o
momentos de un relato (en francés, también, liaison amoureuse souvent illicite et secrète) y aun, por
proveniencia, nomás nonada (del latín tricae, ‗nadería‘).
Abandonando por ahora la posibilidad de citar íntegramente Ante la ley de J. D., aun vía módicas entregas,
limítome a ensayar de paso algunos comentarios al canto o que caen, decir de un cierto castellanomigrante,
de cajón o de maduro, en el planteo de una pregunta preliminar — antes del linde, entonces, de este petit
texte por de pronto, y ante(s de) Ante la ley y a Ante la ley de J. D. (y/o de ‗Jacques el Destripador‘, tal
mote cariñoso e insidioso de Germán).
Pregunta doble, doble sobrepuja, ante Ante la ley: ¿qué es un sobrenombre en filosofía — o, más amplia y
precisamente, en enhuelladura? ¿Qué pasa — si pasa — en y con un sobrenombre, ya de persona, ya de
obra? Pregunta(s) nimia(s) ante homonimia tal, se entendiera, tal nadería de una intriga a pie de página —
tal vez. O tal vez no, y entonces, tal vez, ésta, todo un inextricable enredo otra vez sobreviniera. Nos lo
recordara por caso o caída el Estagirita, Platón mismo (su nombre: Aristocles; Platón, mote relativamente
corriente en la época, refiriera a su anchura de espaldas según Diógenes Laercio), el Perro (el otro
Diógenes), El que no escribe (el Sócrates de Nietzsche) y El último (ojalá) romántico (el Heidegger de
Hannah Arendt) — para no abundar por ahora en los sobrenombres de otros porteros de nota que celan el
paso tal Araña negra (el checo Leo Yashin), la Cordillera de los Andes (el Neruda de Parra, Lihn et al.) y,
marcadamente en la tradición judía (donde Yavé, Elohim, Adonai et al. son sólo sobrenombres del Secreto e
Inefable), Dios. Dios mismo, tal sobrenombre de(l) Sí. Mismo.
Podríamos reiterar aquí, hasta cierto punto, el análisis de J. D. sobre el nombre o título (en literatura).
Podríamos creer que sabemos qué es un sobrenombre (ya hemos nombrado algunos), apodo o mote.
Podríamos, circunscribiendo por ahora la cuestión al sobrenombre de una obra, anotar algunos rasgos
comunes, o aparentemente inexpugnables, y luego entrar a descoyuntar. Y aun podríamos... (Faut le
faire...!)
Uno: topológicamente, el sobrenombre es ‗exterior‘ a la obra, no se inscribe en ella, como sí ocurre con el
título o nombre, o aun los eventuales subtítulos; el sobrenombre se da en otro(s) texto(s), otra(s) obra(s) y
desde tal(es) parasita o convoca la obra que sobrenombra — tal sobreobra. Dos: el sobrenombre carece de
valor legal (está, un poco como el campesino de Ante la ley, manifiestamente fuera y/o antes de la ley).
Tres: el sobrenombre, si bien posible, es estrictamente innecesario; una obra puede transcurrir
tranquilamente sin sobrenombre — no así, empero, dirísase, sin título o nombre.
Y sin embargo... a poco andar, cada una de estas convenciones de la fortaleza del sentido común se revelan
extremadamente inestables. En primer lugar, nada impide, de iure y de facto, que un sobrenombre no esté
(también) inscrito en el propio cuerpo textual (tal El desaparecido para AMÉR ICA, de Kafka, o viceversa, tal
Brochura para el LAZAR I LL O DE C IEG OS CA M INA N TES, etc.) y, a fin de cuentas, que su presunta atópica
nomás sea una tópica celada. Nada impide tampoco que un sobrenombre, incluso un sobrenombre del cual
su autor o autores jamás tuvo o tuvieran noticia, pueda gozar de valor legal (tal el Códice de París, para uno
de los más célebres textos aztecas precolombinos, o la Metáfisica y el Organum de Aristóteles y, ejemplo que
no fuera cualquier ejemplo, la propia Biblia, ese mote griego tardío para los rollos de las sacrosantas
escrituras). Se arguyera que lo que en este caso ocurre es que el sobrenombre pasa a ser nombre, pero
tanto como eso podría decirse lo contrario: un devenir sobrenombre del propio nombre (‗prestado nombre‘
dirá Patricio Marchant en SOBRE ÁRBO L ES Y M A DRES leyendo LA CARTA POS TA L de J. D.); nuevamente el
caso de AMÉR ICA es ejemplar. Por último, en cuento a la supuesta contingencia del sobrenombre en
contraposición a la necesidad del nombre, por poco que tengamos en cuenta la historia de la
sobre/nominación (y no sólo en Occidente), podremos verificar que el sobrenombre no está en una situación
muy distinta a la del nombre. Hay innúmeras obras legadas por la tradición que nos habrán llegado sin título,
sea porque éste se perdiera en sus envíos (por caso, el ―D IAR IO‖ de Pigaffeta, que sólo goza hasta hoy de
ilustres sobrenombres), sea porque acaso nunca lo tuviera como tal (no sólo las cartas de toda laya sino,
otra vez tal vez, ejemplo de ejemplos, la B IB L IA). Todo lo cual nos lleva a subrayar que, en no habiendo
esencia ni referencia segura del sobrenombre, su única convención general viene a ser la de carecer de una,
de una ley, general, indivisa y universal. Lo cual no nos impidiera, se entendiera, catear la singularidad de
un proceso que, en el curso de un drama único, hace estarse un sobrenombre ante un corpus irremplazable
(estarse: forma verbal más que recurrente en el Ande), tal petit texte que es(tá) Ante la ley. ¿Pero cuál?
Petit texte: su nombre — nombre (de) su sobrenombre.
Petit texte, con todo, no traduce sin más ‗texto pequeño‘ o ‗texto breve‘ (ambos Ante la ley, (el de) F. K. y
(el de) de J. D., no tienen gran cosa en común en términos de talla, ni tampoco estos con Hay comentario...
de Germán Bravo ni ése ni aquéllos con éste). Sobresale y sobrecoge, antes bien, la fabulosa ambivalencia
del término, entre ‗texto insignificante‘ o nomás ‗nonada‘ (tal como se habla de un petit historien o de un
petit philosophe) y ‗texto decisivo‘ o ‗clave‘ (tal como se habla de un petit comité donde se cocinan las
decisiones claves). En su in/significancia, el petit texte (tal mote) se abre de entrada. Tal término. De
entrada. Tal ley que puede ser (también) puerta, umbral o vano que abre y cierra el paso — significante e
insignificante, legible e ilegible, puerta y ley a la vez, Ante la ley:
El texto sería la puerta. (...). Tal conclusión [del guardián] cierra asimismo el texto. El cual, sin
embargo, nada concluye [ne ferme sur rien]. El relato ―Ante la Ley‖ no contaría o no describiría otra
cosa que a sí mismo en cuanto texto. No haría más que esto o también haría esto. No mediante una
reflexión especular sustentada en algún tipo de transparencia sui-referencial, sino, e insisto en [sur]
este punto, mediante la ilegibilidad del texto, si entendemos por esto — en la imposibilidad que nos
hallamos de acceder a su propio sentido — el contenido quizás inconsistente que reserva celosamente.
El texto se protege, como la Ley. No habla más que de sí mismo, mas con ello halla [mais alors de] su
no-identidad. No llega ni permite llegar a sí mismo. Es la Ley, hace la Ley y deja al lector ante la Ley.
[Trad. cit., yo subrayo].
Para ir terminando, para ir ya saludando despidiendo a y ante la ley sin Ley del petit texte, me
circunscribiera a dejar estampados aquí, a concitar, al modo pues de esas piedras arrojadas en la apacheta
de Portezuelo que Pedro (aún otra piedra) Umiri consignara en el poema Aka Jach‟a Pampa, nomás algunos
breves fragmentos terminales de la ley / puerta de J. D. (‗Judío Derrida‘, marrano: en su SH IBBO LE TH para
Paul Celan J. D. recordará ―Vor dem Gesetz, Ante la ley, de Kafka, pero también [...] todo lo que, en el
judaísmo, asocia la puerta y la ley‖).
Antes, con todo, antes de acabar o hacer acabar este peatonal envío, un postrer rodeo por las piedras,
piedras de Praga. Pues aún hoy subsiste en su viejo cementerio judío una acendrada tradición tal la de
Portezuelo (un portezuelo: un pequeño puerto, según la R.A.E, en la acepción de puerto que remite
justamente a puerta, esto es, al ‗paso entre montañas‘ y/o a la ‗montaña o cordillera que tiene uno o varios
de estos pasos‘), la cual, en sus meandros y escansiones, arrojara viejonuevos indicios sobre el drama
singular del sobrenombre ante(s de) la ley (lo de ‗viejonuevo‘, no sólo pues cita el sobrenombre dado por J.
D. a la ya mencionada entrevista, Desellar (“la viejonueva lengua”), sino también al nombre que J. D. cita en
tal sobrenombre, nombre de una histórica sinagoga del barrio judío de Praga, la Alteneuschul, hoy por hoy la
supuesta más antigua de Europa — en cuyo ático, entreverado entre las letras de un doblemente viejonuevo
escrito, según puntea un persistente popular relato, espera su hora la arcilla de un circunstancial Golem (esa
creatura montruosa y/o automática avant la lettre y no por nada emparentada con la creatura de las
creaturas, la adámica). La susodicha tradición prescribe precisamente dejar una o más piedras sobre la
tumba del Rabí Löw (Maese Leo), cabalista de nota (1512-1609) que pasa por ser el autor del praguense
Golem, en memoria y/o ofrenda).
(Piedras de Praga: imposible no recordar en esta nota a pie donde el castellano migrante, entreveraz
leyente, sin mandar nada comarca, las (piedras) del castillo que domina la ciudad, tanto el barrio judío
como el ‗pequeño barrio‘, Malá strana, que Neruda, uno como otro, en sus poemacuentos recreara. Jan con
sus CUE N TOS DE MA LÁ S T RA NA y Pablo con su Conversación de Praga y, aún allende, Los puentes que,
estando por citar aquí entero(s), acotara: desde Malá Strana los pies que hacia Moravia / se dirigieron, los
pesados / pies del tiempo, / los pies del viejo cementerio judío [...] pasaron y bailaron sobre el puente [...]
hacia la piedra. El uno como el otro, digo, aunque si la homonimia es patente, nada es menos claro — al
contrario de lo que pasa por certidumbre — que uno (el chileno) haya tomado del otro (el checo) el nombre,
tal apellido. Indagaciones recientes y no tan recientes (Arteche, M., Robertson, E., et al.) indican que P. N.
tomó, primero como pseudónimo y/o sobrenombre y luego como legal nombre, ‗Neruda‘ de Vilma Neruda,
una de las más finas violinistas de su tiempo, según la Enciclopedia Británica, muerta en 1911, y que en sus
inicios, tal niña prodigia, se presentara por demás recurrentemente en Praga. El uno como la otra, habría
que decir (también y antes bien) entonces. Entonces, cuando Neruda, Neftalí Reyes entonces, contaba 14
años, y mi padre (José, ¿hay que subrayarlo? — como el mío) perseguía denodadamente mi actividad
literaria, para encubrir la publicación de mis primeros versos me busqué un apellido que lo despistara
totalmente; encontré en una revista ese nombre checo, sin saber siquiera que se trataba de un gran escritor,
venerado por todo un pueblo — cf. MEMOR IA S. Tres años después, en 1921, ‗Neruda‘ se popularizara al
ganar un concurso literario con seudónimo tal, de veras sobreseudónimo: El pseudónimo del autor que ganó
el concurso era Sachka Yegulev [protagonista del relato homónimo, de Leo Andreiev] y cuando abrieron el
sobre se encontraron con otro pseudónimo, Pablo Neruda (NER UDA, de V. Teitelboim). Para despistar
totalmente al padre no bastara, entonces, un único sobrenombre sino más de uno: uno y otro — y si el otro
fuera de otra, tanto mejor tal vez. Como todo despiste — justamente: a fin de extraviar a quien siguiera o
persiguiera la pista — ha de enhuellar(se), tal pista que despista está destinada a alter (aquí al padre (de)
Neruda) pero no, se entiendiera, al mismísimo enhuellante... salvo que, giros y abisales sobregiros
mediante, introyecciones e incorporaciones trópicas y aún psicotrópicas que no es del caso seguir en todos
sus meandros y escansiones bio- y bibliográficos, las posiciones identificatorias intempestivamente se
inviertan y tarde o temprano él mismo (P. N., Pablo Neruda) terminara por encontrase con el perseguidor (P.
N., Padre (de) Neruda). Salvo. Bref: P. N. se (re)encuentra (conversando) con su padre como con él mismo,
en Praga y en un poema dedicado literalmente entre paréntesis a Julius Fucik, escritor y héroe de la
resistencia checa contra el nazismo, poema que mima secularizando (humanizando) al Padre Nuestro
crístico... (y Dios se hizo Hombre...): Radiante Julius [...] danos hoy como el pan de cada día / tu esencia,
tu presencia [...] / Ven a nosotros hoy, mañana, siempre [...]. Tal pasaje de Conversación de Praga, in LAS
UVAS Y E L V IE N T O (1954). Ahora cierro (de golpe) este paréntesis. Y. Leo, por fin, un pasaje de un petit
texte del poeta Jaroslav Seifert, firmante de la Carta 77 por los Derechos Humanos y Premio Nobel de
literatura 1984, Ante la puerta [checo brána, casi como la braña o claro de las montañas leonesas y de la
cordillera cantábrica] Matías — puerta que pasa por ser la primera de las innumerables del castillo de Praga:
Con la barbilla apoyada en las rodillas solía sentarme ante la verja del castillo y miraba pelear a los gigantes,
uno con un palo, el otro con una daga; tenía tiempo de sobra, esperaba el final de aquel combate. La guerra,
por entonces, poco a poco retrocedía; me sonaban las tripas, y había hambre. Pero, ¿qué le importa al cielo
cuándo llega la primavera?).
Paul Celan (Derrida, libre y atento lector de Celan, en su SH IBBO LE TH habrá realizado la misma operación
homonímica que en y con Ante la ley, en este caso con un petit texte de DE UMBRA L E N UMBRA L, uno de los
pocos poemas por demás donde Celan inscribe un fraseo castellano, un — decir en lengua franca — mot de
passe: No pasarán), Celan, prosigo, hijo único de Leo Antschel y Friederike Schrager, y cuyo nombre hebreo
fuera justamente Pessach (paso), como Anschel el de Kafka (con lo cual, en más de un sentido, uno viniera a
ser germán del otro, hermanos, primos hermanos), saludara también tradición tal: un poema suyo memora
precisamente un guijarro / de la cuenca del Morava, / que tu pensamiento llevó a Praga, / sobre la tumba,
sobre las tumbas, a la vida (Es ist alles anders, in LA ROSA DE NA D IE, traducción de J. L. Reina, in P. C., O.
C., Trotta). Tal tradición, que es también, de cierto, asunto de traducción, tal golémico reenvío a la memoria
del (artista) Creador — que Celan, lo entreveremos luego, a su modo acota —, amenaza, con todo, y de pies
a cabeza, la posibilidad misma del petit texte, cada vez. Pues el Golem porta la desmesura en su hechura,
infinita pulsión de infinito, del Poema Uni-Verso, de la obra (de arte) total — en una palabra, dos: de
Occidente (de ese declinar o decaer o, tal alemánico Abendsland, país del atardecer).
Como lo mentan múltiples relatos (cf. G. Scholem, LA CÁBA LA Y S U S IMBO L IS MO, LAS G RA N DES TE N DE N C IAS
DE LA M ÍS T ICA JU D ÍA, etc.), tras ser animado desde la arcilla por la inscripción en su frente de la palabra
creadora, la criatura golémica inicia un crecimiento sin término, tal tumor o bocio irrefrenable, lo que fuerza
al Rabí Löw (o quien fuere que ocupe su lugar, pues la saga golémica hunde sus rastros en el Génesis
mismo) a devolverlo periódicamente a su estado pre-animado mediante la cesura de la palabra inscrita:
incisión del álef inicial en la palabra hebrea emet (verdad), sello talmúdico de Dios, que deviene met
(muerte). Otras versiones aluden a una suerte de desconstrucción avant la lettre de la criatura mediante la
realización del ritual creador en sentido inverso (‗No meditéis... en dirección constructiva, sino, antes bien, al
revés‘ dice un pseudoepígrafo cabalístico de principios del siglo XII citado por Scholem). Otras variantes
concuerdan en que, precisamente como antídoto para su pulsión de infinito, el Golem (que en algunos
relatos aparece con nombre propio, tal José; cf. B. Borovich, LA CÁBA LA) carece de impulso sexual o lo tiene
fuertemente reprimido — un poco como decía Freud que la ley moral, a efectos de regular la entrada del
‗humano‘ en la cultura, tal ‗represión‘, impide el goce. Con todo, en versiones modernas del mismo relato,
como la del film mudo de Paul Weneger EL G O LE M: C ÓMO V INO A L M UN D O (1920), la creatura termina
acalorándose con Miriam, la hija del rabino: figuración à la limite doblemente incestuosa, no sólo porque en
tanto engendro del rabino el Golem es también progenie suya, sino también desde que más de un relato
habrá venido a traslapar el lugar del creador por el de la creatura (golémica), tal engendro de rabino o
maestro — no sólo Borges, también Celan. Pero mientras Borges en El Golem de Sur 77 mantiene la
analogía (Rabino : Golem = Artista : Obra = Dios : Hombre = Padre : Hijo), Celan opera una suerte de doble
cirugía en el relato, al interrumpir a la vez analogía y logos en un poema que viene justamente antes de la
mención del guijarro traslapado a Praga, y en el cual relato y coloquio por momentos se vuelven
francamente indistinguibles. Lo transcribo íntegro, aquí, en traslación de J. L. R. ligeramente entreverada (a
riesgo de volver el petit texte hasta cierto punto algo golémico — sólo hasta cierto punto —, dejo en rojo
oscuro y casi sin mayor comentario por ahora los lugares de incisión):
A UNO QU E S E ES TABA A N TE LA P UER TA, un
atardecer:
a éste
le abrí mi palabra: hacia
el engendro lo vi trotar, hacia
el medio
trasquilado, el
hermano nacido en la
bota embarrada del lacayo, el
del sangriento
miembro de
Dios, el
humúnculo pipiante.
Rabí, rechiné yo, Rabí
Löw:
A ése
circuncídale la palabra,
a ése
escríbele la viva
nonada en el alma,
a ése
sepárale los dos
dedos contrahechos para el
dictamen de salvación.
A ése.
............................
Cierra también la puerta del atardecer, Rabí.
............................
Abre de golpe la puerta del amanecer, Ra- —
*
Abro un breve (doble) paréntesis, antes de llegar a término — sobre homonimia y sobrenombre. Sobre la
homonimia entre el título de este poema y el único subtítulo de este petit texte, primeramente,
prevenciones: se trata de una operación acotada, y doblemente. Tanto el subtítulo, aquí, como el ‗título‘ en
el poema de Celan no fueran propiamente nombres (no hay aquí homonimia como tal; casi-homonimia a lo
más). En el caso del subtítulo la situación es clara; éste está bajo el nombre (el que a su vez, y esto enreda
algo la cosa, es también nombre de un sobrenombre, el de Ante la ley de J. D., el de Hay comentario... de G.
B., et al.), es ‗nombre‘ que no accede o no alcanza a ser propiamente nombre, siendo antes bien sub o
seminombre. En cuanto al título del poema de Celan, en el primer verso (no todo, pero casi todo; lo que del
verso viene marcado en versalitas), aquél forma parte (también) del cuerpo textual — cuerpo y cabeza,
nombre y/o ‗cosa‘ (que nombra). Pero, por otra parte, la homonimia viene estrechada otra vez por el pasaje
rojo oscuro, intervención en traducción, que no estaba por cierto en el ‗título‘ de la traducción canónica de J.
L. R., ni menos en el petit texte de Celan. Acotación nimia, se entendiera — sobreveniente rojez gemela
(dunklen / Zwillingsröte) al (que) Ande en pena — o no.
Cierro el primer paréntesis y abro otro — sobre el sobrenombre. A estas alturas el sobrenombre de Ante la
ley de J. D., tal petit texte sobre Ante la ley de F. K, mote dado por el mismo J. D. en la entrevista a C. D.
(Catherine Davis, se recordara, y no ‗Camote Derrida‘, por mucho que algún mote se aloje cada vez en cada
camote y que éste remita en ciertas meridianas comarcas, por su dulzura acaso, a las figuras del ‗amante‘ y
del ‗enamoramiento‘ que bosquejara Germán, tal Alcibíades, ante J. D.), a estas alturas, digo, la intriga del
sobrenombre, surnom y aún en ciertos montañosos parajes Übername (griego epitethos), parece en franca
caída libre, puesto que linda con el epíteto genérico a riesgo de perder toda la singularidad en lo que aún de
llamar diferencial hubiera en cada sobrenombre. El carácter único del drama del sobrenombre en y de Ante
la ley de J. D. (J. D., diferrancia precisamente de la diferencia o decisión entre nombre y sobrenombre, que
se juega por demás también entre Derrida el insumiso y Desellar (“la viejonueva” lengua), entre edición y
edición del mismo coloquio y/o entrevista, entre el seminario La facultad de juzgar en el castillo y la
conversación con C. D.), a estar alturas, insisto, singularidad tal pareciera borrarse ante la abierta
generosidad del petit texte en tanto sobrenombre (no sólo por la ‗homo-sobre-nimia‘ con el mote de la
alucinógena conferencia de G. B. , se entendiera, o con el de Ante la puerta Matías de J. S. o aun con el de A
uno que se estaba ante la puerta, de Celan) que, en este caso, por demás, da también ‗nombre‘ o casi
nombre, casinombre o sobrenombre, a este puntual envío peatonal. Y es que la elevación del prefijo sobre
en el sobrenombre, inusitadamente, su sobregiro homo(sobre)nímico, sobreviniera esta vez muy por lo bajo.
Como si hablar con y de sobrenombres fuera pequeña cosa, cosa que conllevara tarde o temprano caer a lo
más bajo. En conclusión provisional: dos peligros (al menos) celan el paso de un sobrenombre: su
gigantismo o generosidad ilimitada (homosobrenímica) y su singu-laridad sin más (pues, en este caso, ¿qué
fuera un sobrenombre estrictamente puntual, uno único, por una sola vez, sino viejonuevo inefable sin más?
¿Ya no epíteto sino hapax? Pero el hapax desde que nombra o sobrenombra deja de serse tal (‗hapax‘, del
griego , ‗una vez‘, ‗una sola vez‘)).
......................................
Para llegar a término, ahora sí, para ir interrumpiendo ya este envío que pudiera proseguirse al infinito,
nomás apunto aquí, tales guijarros a la apacheta de Portezuelo punteados, los breves prometidos pasajes
terminales (de) Ante la ley de J. D.
Poco antes de entrar de lleno en el pasaje de EL P RO CES O que reencuadra (el relato de) ―Ante la ley‖ de F.
K. y poco después de haber recordado el origen de la conexión freudiana entre represión y ley (citando
tempranas cartas a Fliess, puntea J. D.: Freud se introduce entonces en consideraciones sobre el concepto
de represión, sobre la hipótesis de su origen ligado a la posición vertical, dicho de otro modo a cierta
elevación; el paso a la posición erguida eleva al hombre, el cual distancia el olfato de las zonas sexuales,
anales o genitales), J. D., parafraseando entonces a quien Kafka leyera con fruición, eleva de golpe el
alicaído prefijo sobre (y de paso el sobrenombre). He aquí, pues, vide infra, piedra primera:
A pesar de la pobreza inicial de esta noción de represión, vemos que el único ejemplo de ‗proceso
intelectual‘ que da Freud es el de la Ley moral [loi morale] o el pudor. El esquema de la elevación, el
movimiento hacia lo alto, todo aquello que indica la preposición sobre (über) es tan determinante como
el esquema de la purificación, de la desviación [détournement] de lo impuro, de las zonas del cuerpo
que huelen mal y que no hay que tocar. La desviación se hace hacia lo alto. Lo alto (por lo tanto, lo
grande) y lo puro es lo que producirían la represión como origen de la moral, ello es lo que en términos
absolutos vale más. [Trad. cit., bastardillas de J. D.].
Infra, que aquí es supra (tal subtítulo o subnombre que es aquí sobrenombre), apura el paso Jacques el
Destripador. De la intriga, tal complot y/o coito, en un texto sobre Ante la ley, Ante la ley de J. D., texto que
sólo nombra (nombres y títulos de) hombres (no sólo el campesino y el portero de la cita kafkiana, se
entenderá, también autores de nota como el mismo Freud, Heidegger, Hegel, Kant, entre otros más) y
apenas una, determinante empero, silueta femenina entrevista en LA FO L IE DU JO UR de Blanchot,
anticipando con ello acaso el análisis sobre la ‗homosexualidad viril‘ de la filosofía y de la politicidad
occidentales en sus PO L ÍT ICAS D E LA AM IS TA D, la intriga, digo, se aproxima al desenlace en un giro o
sobregiro marcadamente libidinal, coital (ya normal, según la norma del complot o coito, psicoanalítica por
caso o caída, ya pre- o francamente a-normal, monstruosa):
En cierto código médico, la expresión ante portas designa el lugar de la eyaculación precoz de la cual
Freud pretendió establecer el cuadro clínico [...] En el texto o ante el texto titulado Ante la ley [...] lo
que ocurre o lo que no ocurre, su lugar y su no lugar ante portas, ¿no es precisamente el himen de la
Ley, la penetración (Eintritt) en la Ley? El aplazamiento hasta la muerte del anciano niño, del joven
viejo, puede ser igualmente interpretado como no-penetración por eyaculación precoz o por noeyaculación.
El resultado es el mismo, el juicio, la conclusión. El tabernáculo se queda vacío y la
diseminación es fatal. La relación con la Ley es interrumpida: es irreductible al paradigma sexual o
genital, al coitus interruptus o nulo, a la impotencia o a la neurosis que Freud describe [sans-rapport
qu‟il ne faudrait pas se hâter de comprendre à partir de paradigme sexuel o génital, du coitus...]. ¿No
cabe preguntarnos [n‟y a-t-il pas lieu d‟interroger] sobre aquello que tranquilamente llamamos la
relación sexual a partir del relato sin relato de la Ley? Podemos apostar a que los gozos llamados
normales no se sustraerían a ello. [Trad. cit.].
Y un poco antes, casi al (doblemente) acabar, otra piedra, otro camote (según la normativa de la R.A.E.,
otra vez, ‗camote‘: también ‗piedra o terrón‘) al pasar:
Me contentaré con citar algunos fragmentos [lieux du chapitre] para terminar, a modo de esas
piedrecitas blancas que se depositan en un camino, o en la tumba del rabino Low que volví a ver en
Praga hace algunos meses, en la víspera de un arresto y de una instrucción sin proceso en el curso de
la cual los representantes de la ley me preguntaron, entre otras cosas, si el filósofo al cual iba a visitar
era un ‗kafkólogo‘ (dije haber venido a Praga [aussi — subrayado también por J. D.] para seguir pistas
kafkianas); mi propio abogado [commis d‟office] me había dicho: ‗Debe usted tener la impresión de
vivir una historia de Kafka‘; y cuando ya se iba, ‗no tome esto demasiado trágicamente, vívalo usted
como una experiencia literaria‘. Y cuando dije que no había visto jamás antes de la Aduana [avant les
douaniers] la droga que pretendían descubrir en mi maleta, el Procurador replicó: ‗Es lo que dicen todos
los traficantes de droga‘
...............................
Bref: J. Derrida acabará por ser liberado gracias al poder de disuasión (del gobierno) francés, y cruzará en
tren la frontera checo-alemana (frontera que, en sentido inverso, y también en tren, volveremos a verla
atravesar por otro escritor y gran lector de Kafka y Celan, y por demás ex alumno de Heidegger en Friburgo,
sus cursos de Hölderlin, casi medio siglo antes, en algunas páginas, un poco más adelante), poco antes que
de paso por Malá strana, mi propio hermano José me despachara una postal con desusada titulada:
Intellectual in Praha...
P. D. (Post data, cómo no, canónica norma, y a la vez tal vez, ésta, prenorma, pubial promesa, tal soroche
padre o mal de montaña sideral, Padre Desaparecido). Nomás un hipógrafo, que ya no epítetos ni epígrafos,
y antes bien un anágrafo (de abajo hacia arriba y viceversa), un par. Uno, de los DIAR IOS de Franz Kafka
Löwy (quien en la CARTA A L PA DRE reconoce ser más Löwy que Kafka), un 19 de enero, para concluir: ¿Qué
significan hoy las conclusiones de ayer? Significan lo mismo que ayer, son verdaderas, sólo que mi sangre va
escurriéndose por las grietas que hay entre las grandes piedras de la ley. Y otro, para cerrar ya abriendo, de
los ENSA YOS de Michel (Eyquem) de Montaigne (M. M., como está dicho, comón o comero impenitente, gran
lector de Colón, López de Gómara et. al., apetitoso contertulio de un cacique tupinambá en Ruén y
descendiente de marranos (y de) aragoneses por parte de madre — ¿habrá que decirlo, otra vez,
sobredecirlo?, como la mía), De la costumbre, y de no modificar a tontas y a locas la ley recibida,
francamente: Il en est... où les peres ont charge du chastiment des masles, et les meres à part, des
femelles...Où on faict circoncire les femmes... Où tout est ouvert : et maisons pour belles et riches qu'elles
soyent sans porte, sans fenestre, sans coffre qui ferme : ... donde todo es(tá) abierto : y solares, por más
fermosos y ricos que fueren, sin puerta ni finiestra ni maleta que cierre :
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ESPERARSE (EN) LA LLEGADA
Jacques Derrida
jacques derrida. argelia, 1930-2004. quiso ser futbolista profesional.
traduccción de cristina de peretti, en aporías. morir -esperarse (en) los
«límites de la verdad», paidós, barcelona, 1998, pp. 77-130.

No todos los hombres mueren igual, por así decirlo. No han muerto en todo tiempo de la misma manera.
Aquí no se trata sólo de singularidades, sino ya de comunidades. ¿Hay que recordar todavía que hay
culturas de la muerte? ¿y que de una cultura a otra, en el pasar las fronteras, la muerte cambia de rostro,
de sentido, de lengua, e incluso de cuerpo?
«La muerte ha cambiado», escribe Philippe Ariès en sus Essais sur l'histoire de la mort en Occident du
Moyen Âge à nos jours12. Esto es de sentido común. Sin duda hay que ir más lejos: la cultura misma, la
cultura en general, es esencialmente, ante todo, digamos incluso a priori, cultura de la muerte. Y, por
consiguiente, historia de la muerte. No hay cultura sin culto a los antepasados, sin ritualización del duelo
y del sacrificio, sin lugares y modos institucionales de sepultura, incluso para las cenizas de una
incineración. Tampoco hay cultura sin medicina, ni hay medicina sin ese horizonte, sin ese límite tan
singular que, desde Grecia, se denomina «horizonte» y que la muerte garantiza, por así decirlo, a la
enfermedad. El concepto mismo de cultura puede parecer sinónimo de cultura de la muerte, como si, en el
fondo, cultura de la muerte fuera un pleonasmo o una tautología. Pero semejante redundancia es la única
que puede hacer que se lea la diferencia cultural y el enrejado de las fronteras. Puesto que toda cultura
significa un tratado o un tratamiento de la muerte, cada una de ellas trata del fin según diferentes repartos.
El reparto, sin embargo, seguiría siendo puramente humano, intra-antropológico. La diferencia entre la
naturaleza y la cultura, incluso entre la vida biológica y la cultura, más concretamente entre el animal y el
hombre, es -como suele pensarse a menudo de acuerdo con la misma doxa filosófica- la relación con la
muerte. Con la muerte como tal. La verdadera frontera estaría ahí.
Ahora bien, aunque Heidegger repite en profundidad esta tradición, propone una notable rearticulación de la
misma. Los saberes antropológicos -suele decirse- tratan de la muerte según la cultura y la historia; se
supone que los saberes biogenéticos tratan de la muerte según la naturaleza. Sin embargo, por necesarios y
ricos que puedan ser, semejantes saberes deben presuponer, dice en resumidas cuentas Heidegger, un
concepto de la muerte propiamente dicha. Éste sólo se lo proporciona la analítica existencial. Heidegger
describe dicha relación de dependencia recurriendo a la idea clásica de un orden, orden de prelación, de
precedencia y de presuposición (vorliegen, voraussetzen), orden asimismo de fundación: están los
cimientos fundadores del fundamento y la estructura fundada que los presupone. La interpretación
existencial de la muerte (por consiguiente, la analítica existencial del Dasein) «precede» (liegt vor) a toda
biología y a toda ontología de la vida. Asi mismo funda (fundiert) toda investigación sobre la muerte -y
Heidegger enumera la serie de éstas: investigación histórica, biográfica, psicológica, etnológica-. Toda

12 Essais sur l'histoire de la mort en Occident du Moyen Âge à nos jours, pág. 236 [Trad. cast.: Ensayos
sobre la historia de la muerte en Occidente, pág. 182]
«tipología» de las formas del morir y de las modalidades según las cuales se vive (erlebt) el deceso
(Ableben) «presupone ya el concepto de la muerte» (setzt schon den Begriff des Todes voraus). Este
«ya» (schon) marca el tiempo de la clausura problemática: el campo de la antropología (historia y tipología
de las formas del deceso) no puede establecer los linderos de su campo problemático si no es dando por
supuesto ya, siempre ya, un concepto de la muerte. Éste sólo se lo proporciona la analítica existencial del
Dasein -no sólo una antropología fundamental que también presupone, sino la analítica de un Dasein que
todavía no está determinado como hombre (sujeto, ego, conciencia, persona, alma, cuerpo, etc.)-. A fin de
identificar las diferentes maneras de vivir (erleben) el deceso (Ableben), dicho de otro modo, de vivir
como tal el momento de «dejar de vivir», de franquear como ser vivo, en lo vivido (Erleben) del ser vivo, el
paso fuera de la vida (Ableben); a fin de hablar competentemente de estos modos de pasar, del transeúnte
o del que pasa, hay que saber ya lo que quiere decir muerte, así como en qué se reconoce la muerte
propiamente dicha. Hay que disponer ya de una comprensión (Verständnis) de lo que es la muerte para el
Dasein; se precisa una inteligencia de la palabra «muerte» como aquello que relaciona esta palabra con su
sentido. Esta lógica de la presuposición consiste en preocuparse por lo que hace posible ya y de antemano
cualquier enunciado, cualquier determinación, cualquier tema, cualquier proyecto, cualquier objeto. Dicha
lógica de la presuposición también es, en este contexto, una lógica o una petición del fundamento:
Heidegger dice que la interpretación existencial de la muerte precede, que es presupuesta pero también que
fundamenta (fundiert) todos los demás discursos sobre la muerte.
Semejante petición del fundamento o de la condición de posibilidad habla a menudo el lenguaje de la
metodología, del orden metódico («según el buen método», dice Heidegger, el análisis existencial viene, por
orden, antes que la biología, que la psicología, y que otras disciplinas a las que aludiremos enseguida: dicho
análisis, respecto de ellas, está «methodisch vorgeordnet»)13. Ahí hay un orden metodológico, en
todos los sentidos de esa palabra: por una parte 1) un orden en el sentido de la lógica de un conjunto, un
elemento, un medio (en el sentido en que se dice: es del orden de -aquí, del orden del método-), pero
asimismo 2) un orden como orden de marcha, de secuencia, de andadura o de procedimiento irreversible,
un paso, una manera de proceder o de progresar, y por fin 3) un orden dado, la doble prescripción de seguir
un orden y de seguir tal orden de encadenamiento secuencial o de consecuencia: ¡comienza aquí y finaliza
allí! Orden de órdenes que pertenece a la gran tradición ontológico-jurídico-trascendental y que, creo -ésta
es al menos la hipótesis que me orienta aquí-, es irrecusable, indesmontable, invulnerable -salvo tal vez en
este caso, el de aquello que se denomina la muerte, el cual es más que un caso y cuya unicidad lo excluye
del sistema de posibilidades, así como del orden, justamente, que quizás ésta a su vez condiciona-.
Entiendo por ello una «lógica» totalmente distinta del orden: si hay cuestiones legítimas y poderosas acerca
del fundamento y del «ya» de la condición de posibilidad, éstas resultan asimismo posibles y necesarias en
virtud de una relación con la muerte, de un «la-vida-la-muerte» que no forma parte del caso de lo que éste
hace posible. Es lo que yo denominaría la aporía, pero volveremos más concretamente sobre esta dificultad,
tras haber acompañado a Heidegger lo más lejos posible.
Al estar seguro de esta lógica de la presuposición, me imagino que Heidegger sólo habría encontrado
confirmaciones en algunas de las declaraciones de Ariès, por ejemplo. Ya que, a falta de haber basado sus
investigaciones en una elucidación ontológica de lo que es y significa la muerte, Ariès no sabe de lo que está
hablando, ni cómo reglamentar la clausura problemática de su ámbito. Y, en cierto modo, lo dice. El autor
de los apasionantes Essais sur l'histoire de la mort en Occident du Moyen Âge à nos jours reconoce,
de esta forma, que no ha podido delimitar su campo. Lo confiesa con una honradez cuyo acento es a la vez
el de una cortesía académica, siempre fingida y retorcida, y el de la ingenuidad filosófica más desarmante.
En resumidas cuentas, Ariès jamás ha podido tener la garantía de una «frontera», ni -son palabras suyasde
una frontera cultural (tiempo y espacio histórico, área cultural y periodización), ni de esa frontera que es
la línea de paso de la muerte, aquella que separa al moribundo del más allá de la vida: ambas fronteras se
confunden la una con la otra y difuminan al mismo tiempo las del concepto mismo de la muerte:
Cada corpus, dice, me remitía a otro [¿se puede alguien sorprender por ello?]. La primera meta de mi
investigación había perdido su poder motivador al desaparecer bajo otros problemas más esenciales
que me llevaban al fondo del ser. Intuía relaciones entre la actitud ante la muerte [su verdadero tema,
el cual, por lo tanto, no es la muerte misma sino el comportamiento frente al deceso], en su aspecto
más general y común, y las variaciones de la conciencia de sí y del otro, el sentido del destino
individual o del gran destino colectivo. Remontaba de este modo el curso de la historia, feliz de

13 Sein und Zeit,§ 49, pág. 248 [Trad. cast.: El Ser y el tiempo, pág. 271].
tropezarme en el ascenso con una frontera cultural, el entierro ad sanctos, frontera de otro
mundo. Yo había prolongado su duración más allá de los límites permitidos por el uso histórico más
liberal
14.
Habría demasiado que decir acerca de los axiomas metodológicos o teórico-metafísicos que rigen el trabajo
de Ariès Y señalar los límites del mismo -así como el límite de su pensamiento de los límites- no es en modo
alguno denigrar el interés de su trabajo. Podemos hacernos una idea de todo esto si observamos lo que
dice, de forma a la vez interesante y decepcionante, en su artículo «Inconsciente colectivo e ideas claras»15.
Ahí también se trata de «frontera» y de «límite» -son las palabras de Ariès-, y esta vez de límite entre lo
biológico y lo cultural, pero también de «hipótesis clasificadoras» y de lo que se bautiza tranquilamente y se
remite para más tarde con el nombre de «!problema teórico y especulativo!», con signos de exclamación:
Tengo tendencia a menospreciar la influencia de los sistemas religiosos y culturales: ni el
Renacimiento, ni la Ilustración aparecen en mi periodización como hitos decisivos. La Iglesia me
interesa más como indicador y revelador de sentimientos desapercibidos que como grupo de
presión que habría determinado los sentimientos desde sus fuentes. En mi opinión, las grandes
derivas que arrastran a las mentalidades -actitudes ante la vida y la muerte- dependen de
motores más secretos, más recónditos, en el límite de lo biológico y de lo cultural, es decir, del
inconsciente colectivo [subrayado por Ariès quien cree poder disponer aquí de todos estos
términos o conceptos -mentalidad, vida, muerte, límite, biológico y cultural, inconsciente
colectivo- como si la inteligibilidad de éstos estuviese garantizada y no ocultase abismos o -si es
que el historiador encuentra esto más tranquilizador- no ocultase montañas de archivos no
clasificados y no clasificables hasta el día de hoy y todavía por algún tiempo]. Éste anima unas
fuerzas psicológicas elementales que son conciencia de sí, deseo de ser más o, al contrario,
sentido del destino colectivo, sociabilidad, etc.
Después, Ariès hace alusión a un debate que lo opone a Vovelle, el otro conocidísimo historiador de la
muerte:
M. Vovelle admite también la importancia del inconsciente colectivo pero tiende a concederle, tal como
ha mostrado en su hermoso Mourir autrefois, más peso a las costumbres de lo que yo le he otorgado
a lo que hemos denominado, en nuestro brevísimo debate, las ideas claras: doctrinas religiosas,
filosofías morales y políticas, efectos psicológicos de los adelantos científicos y técnicos y de los
sistemas socioeconómicos [...] solamente hemos podido mostrar que ahí había un problema: !un
problema que tal vez parecerá teórico o especulativo!
Después de lo cual, aunque no saca de ello ninguna consecuencia en su trabajo, Ariès reconoce en suma y
confirma a su manera lo que Heidegger dice acerca de lo que condiciona y determina el saber y la
investigación histórica (o antropológica en general):
Éste [«¡el problema teórico o especulativo!»] determina de hecho la práctica del historiador dado que
¿cómo distinguir las cosas y organizarlas luego, sin una hipótesis clasificadora? y ¿cómo establecer
dicha hipótesis sin una concepción de conjunto, declarada o no?16

Esta «concepcion de conjunto» predetermina ocuramente al menos dos cosas
1. Por una parte, todo lo que compete a la división del campo problemático: ¿es «historia»? (¿historia de
qué?) ¿de las «mentalidades», como suele decirse? (¿qué es eso?) ¿del «inconsciente colectivo»? (¿qué es
eso?) ¿de la «conciencia de si»? (¿qué es eso?) ¿de los «efectos»? (¿«efectos psicológicos de los adelantos
científicos y técnicos», etc.? ¿es psicoanálisis, y de qué, de quién, exactamente?).
2. Por otra parte, en la hipótesis de que fuera historia, puesto que se presenta con ese nombre, la
susodicha «concepción de conjunto» predetermina oscuramente, de forma confusa o desordenada, las
divisiones intra-históricas, esa periodización que, según confiesa Ariès (aunque éste sea más modesto que

14 Essais sur l'histoire de la mort en Occident du Moyen Âge à nos jours, pág. 15. Soy yo quien subraya
[Trad. cast.: Ensayos sobre la historia de la muerte en Occidente, pág. 14].
15 Op. cit., págs. 235-237 [Trad. cast., págs. 181-182].
16 Op. cit., pág. 237 [Trad. cast., pág. 182].
Thomas y se atenga, por atrevernos a decirlo así, al Occidente cristiano desde la Edad Media hasta nuestros
días le da tanto quehacer. Reconoce tener muchas dificultades, recordémoslo, con algunas fronteras de la
periodización, pero existen muchas más de las que confiesa. A veces pone en guardia contra el
anacronismo17; aunque en muchas ocasiones no tiene más remedio que mencionar casos «anacrónicos», es
decir, casos significativos que no pertenecen al tiempo en el que el historiador cree poder inscribirlos y
supone que se pueden inscribir. Se tiene incluso la impresión de que, a la vista de estas divisiones, un cierto
anacronismo es la regla. «La vida habrá sido tan corta» significa también que se muere siempre a
contratiempo. El momento de la muerte no pertenece ya a su tiempo, al menos en algún aspecto que, sin
embargo, no deja de historiarse y tal vez de dar lugar a la historia de la que se ocupan los historiadores.
Habría que preguntarse por qué esta anacronía se hace insistente en lo que respecta a la muerte. Remito,
en particular, a lo que Ariès juzga «próximo al erotismo moderno»18, aunque haya sobrevenido antes de la
modernidad; a lo que describe también «La muerte del libertino», título de un capítulo de L'homme devant
la mort19. Al hablar entonces de semejantes artes de morir (el de arte bene moriendi de Bellarmino) que
son asimismo y ante todo artes de vivir, Ariès insiste en la recurrencia de ideas que anuncian la Ilustración
antes de la Ilustración y que, por «anacrónicas» o «excepcionales» que parezcan, no por ello son menos
recurrentes y están «confirmadas y ratificadas» por testimonios. Pienso sobre todo, por no multiplicar los
ejemplos, en el extraordinario testamento de Sade. Éste merecería un análisis del que, desgraciadamente,
hay que prescindir aquí. El historiador define dicho testamento, «redactado con seriedad y convicción» -
apunta Ariès-, como «a la vez utópico para el siglo XVIII y ya anacrónico» [¿qué es esta categoría de «ya
anacrónico»?] para el año 1806, «utópico ... y ya anacrónico» porque «da testimonio de una confusión total
entre dos opiniones hasta entonces próximas pero separadas, el desprecio del cuerpo y el rechazo radical de
la inmortalidad». Ante las contradicciones internas de este testamento que, como apunta el propio Ariès,
pide tanto que se monumentalicen las huellas de ese borrarse que reclama como que se haga una
ceremonia de la ausencia de ceremonia20, el historiador no se pregunta nunca si la anacronía o la aporía
interna de dicho testamento significa otra cosa que no sea la intempestividad de un excéntrico que se
equivoca de época.

17 Op. cit., pág. 17, por ejemplo [Trad. cast., pág. 15].
18 L'homme devant la mort, t. 2, pág. 85 [Trad. cast.: El hombre ante la muerte, pág. 312].
19 Op. cit., t. 2, págs. 24-25 [Trad. cast., págs. 24-25].
20 Conviene citar, aquí mismo, un testamento por medio del cual Sade confía a la supervisión de un tal Le
Normand tanto su cuerpo como la ceremonia de su entierro en cierto castillo. «Finalmente, un último caso, a la
vez utópico para el siglo XVIII y ya anacrónico para el año 1806, es el del testamento redactado con seriedad y
convicción por el divino Marqués. Éste da testimonio de una confusión total entre dos opiniones hasta entonces
próximas pero separadas, el desprecio del cuerpo y el rechazo radical de la inmortalidad. Nada más morir, Sade
pide "que se envíe una nota urgente al señor Le Normand, mercader de maderas [...] a fin de pedirle que vaya él
mismo, seguido de una carreta, en busca de mi cuerpo para ser transportado, bajo su escolta y en la susodicha
carreta, al bosque de mi tierra de Malmaison [...] cerca de Epernon donde quiero que sea depositado sin ninguna
ceremonia, en el primer matorral espeso que se encuentra a la derecha del susodicho bosque, al entrar por el lado
del antiguo castillo desde la gran avenida que lo divide. La fosa practicada en el matorral será abierta por el
granjero de la Malmaison bajo la supervisión del señor Le Normand, quien no se separará de mi cuerpo hasta
haberlo depositado en la susodicha fosa. Podrá hacer que le acompañen en dicha ceremonia, si quiere, aquellos
parientes y amigos míos que, sin ningún tipo de parafernalia, hayan querido darme esa muestra de afecto.
Una vez recubierta la fosa, encima se sembrarán bellotas, a fin de que, más adelante, una vez que el
terreno de la susodicha fosa esté guarnecido y el matorral vuelva a ser tan espeso como antes, las huellas
de mi tumba desaparezcan de encima de la tierra, igual que yo me precio de que mi memoria se borrará del
espíritu de los hombres [vanidad de querer imponerla con un monumento], con la excepción, no obstante,
del reducido número de aquellos que han tenido a bien quererme hasta el último momento y de quienes me
llevo un dulce recuerdo a la tumba"» (Philippe Ariès, L'homme devant la mort, t. 2, págs. 61-62 [Tra. cast.:
El hombre ante la muerte, pág. 292]). La observación entre corchetes, como ya se habrá entendido, es de
Ariès, quien concluye el capítulo del modo siguiente: «El testamento utópico del marqués de Sade indica
una inclinación de la época que no se apurará nunca hasta el final, pero que atrajo incluso a algunos
cristianos y proporcionó, a una parte de la sociedad, el vértigo de la nada».
De la misma manera en que dejaba de lado los problemas por «teóricos», por «especulativos» o por «su
concepción de conjunto», Aries no duda en denominar «metafísico», igual que lo hará Thomas, todo aquello
ante lo cual el historiador ha de abstenerse con respeto por suponer que es accesible al sentido común o a
la experiencia universal. Metafísica, naturaleza metafísica de la muerte: ésta sería la «razón más
profunda» de los problemas de límite y de frontera con los que tropieza el historiador. Ahora bien, en lugar
de preguntarse lo que significa aquí «metafísica», y sin dejar que esas «razones profundas» lo detengan,
Ariès prosigue valientemente su investigación y describe lo que se atreve a llamar la «lentitud de su
progresión», a saber, el hecho de haber tenido que consagrar «quince años» a esa tarea. ¡Quince años!
Quince años: es algo que le parece enorme al historiador para escribir una historia de la muerte en
Occidente desde la Edad Media hasta nuestros días, y dicha lentitud se explica finalmente, según él, por la
oscuridad metafísica de la muerte, por la «naturaleza metafísica de la muerte»:
Podrá sorprender que haya hecho falta tanto tiempo para llegar hasta aquí: ¡quince años de
investigaciones y de meditaciones sobre las actitudes ante la muerte en nuestras culturas cristianas
occidentales! La lentitud de mi progresión hay que atribuírsela no sólo a los obstáculos materiales, ni a
la falta de tiempo, ni al desánimo ante la inmensidad de la labor. Hay otra razón, más profunda, que
concierne a la naturaleza metafísica de la muerte: el campo de mi investigación retrocedía cuando me
parecía estar tocando sus límites, y cada vez me veía arrastrado más lejos, más arriba y más abajo de
mi punto de partida21.
¿Por qué la pluma de Ariès ha subrayado la palabra «metafísica» -Ariès quien, por su parte, tiene el mérito
de no citar a Heidegger allí donde Thomas, todos nos acordamos de ello-, le atribuye a diestro y siniestro lo
que denomina la «verdad metafísica» de una frase que ni siquiera es de Heidegger? Volvamos un momento
a la delimitación heideggeriana de las clausuras problemáticas. ¿Cuáles son aquí las disciplinas o las
problemáticas que, según Heidegger, no dilucidan sus fundamentos presupuestos, aquellos mismos que la
analítica existencial de la muerte justamente debe recordarles? No son sólo las ciencias antropológicas, la
etnología, la psicología, la historia, en una palabra, todas las teorías que tratan de una cultura de la muerte.
También es la metafísica, y asimismo la teología. Por razones de método, Heidegger distingue en efecto la
analítica existencial de la muerte, que de derecho viene en primer lugar, de cualquier otro discurso sobre
la muerte, los saberes biológicos y antropológicos, ciertamente, pero también la metafísica y la teología de
la muerte. Respecto de todas estas problemáticas, la analítica existencial es a la vez anterior y libre,
primera y neutra. Los saberes antropológicos pueden ser psicologías o etnologías de la muerte. Ahora bien,
la psicología (y, sin duda, Heidegger incluiría dentro de ella, con o sin razón, al psicoanálisis) puede ser, en
la mejor de las hipótesis, una psicología del moribundo, por lo tanto, del ser vivo, de aquél que está
todavía de este lado de aquí de la muerte, mucho antes que un discurso sobre el morir. (Lo que apunta
entonces Heidegger bien podría volverse contra la analítica existencial de la muerte. El Dasein tampoco
puede dar testimonio de la muerte; asimismo sólo en tanto que ser vivo o moribundo -moribundo que
permanece en vida- atestigua el ser-para-la-muerte.) Nos queda por el momento que, en opinión de
Heidegger, si la susodicha psicología sigue siendo psicología de la vida, es decir del moribundo más que del
morir, esto refleja simplemente, como un reflejo (Widerschein), el hecho de que el Dasein no muere o no
muere propiamente (nicht eigentlich stirbt) en el curso de una experiencia, de un vivir, de una
experiencia-vivida, como se dice a veces de manera un tanto ridícula para traducir Erleben, Erlebnis. El
Dasein no tiene jamás el Erleben de su propio deceso (Ableben) ni de su propia muerte (Sterben). Esto
no significa que no pueda dar testimonio, de acuerdo con un concepto del testimonio (Bezeugung) que
habría que interrogar aquí, porque juega un papel primordial en Sein und Zeit y porque no es simplemente
ni fenomenológico ni está libre de la fenomenología, si es que, al menos, el Erlebnis es la medida de lo
fenomenológico.
Según un esquema análogo, lo que vale para la psicología, para el psicoanálisis, incluso para la psicología
fenomenológica, vale también para la etnología, disciplina especializada en suma en el estudio de las
fronteras culturales que separan la relación con la muerte, con el homicidio, con el sacrificio de la vida, con
el duelo y con la sepultura. Heidegger no le dedica más que una frase en un párrafo que recuerda las
presuposiciones y, por consiguiente, la clausura problemática de cualquier «tipología» del «morir». Tras
haber evocado igual de rápidamente la psicología del moribundo, Heidegger hace constar que lo mismo
ocurre con el estudio de la relación con la muerte «entre los primitivos» (bei den Primitiven), de sus

21 Essais sur l'histoire de la mort en Occident du Moyen Âge à nos jours, pág. 12 [Trad. cast.: Ensayos
sobre la historia de la muerte en Occidente, pág. 12].
actitudes, de su magia y de su culto. Todo esto esclarece, en primer lugar (primär), el hecho de que los
«primitivos» en cuestión dispongan de un acceso al Dasein, a la muerte para el Dasein, una comprensión
del Dasein (Daseinsverständnis) que requiere pues, asimismo, una analítica existencial y un concepto que
corresponde a dicha comprensión. No hay, por consiguiente, límite alguno para la universalidad de esta
analítica. Aun en el caso de que se la considerase una antropología -cosa que no es-, dicha analítica, al
menos, sería en este aspecto general o fundamental, puesto que es universal.
La misma clausura problemática y, por lo tanto, las mismas presuposiciones metodológicas atañen a la
«metafísica de la muerte» (Metaphysik des Todes). La analítica existencial de la muerte también es
anterior, neutra e independiente respecto de todas las cuestiones y de todas las respuestas que dependen
de una metafísica de la muerte: aquéllas que conciernen a la supervivencia, a la inmortalidad, al más allá
(das jenseits) o al más acá de este lado (das Diesseits), a saber, lo que conviene hacer o pensar aquí-
abajo ante la muerte (normas éticas, jurídicas, políticas). Dado que esta figura de la frontera y de la línea
entre el más acá y el más allá nos interesa aquí muy particularmente, conviene apuntar que, tras haber
excluido de la analítica existencial todas las consideraciones acerca del más allá y del aquí (el «de este
lado», das Diesseits, que no hay que traducir por el aquí-abajo platónico o cristiano), con el pretexto de
que son -respecto de la susodicha analítica- fundadas, dependientes y derivadas, Heidegger no por ello deja
de subrayar que la analítica existencial se encuentra no ya en «la inmanencia», como traduce Martineau
perdiendo el hilo, sino simplemente de este lado de aquí: ésta es «rein "diesseitig"». De este lado de aquí,
del lado del Dasein y de su aquí, a saber, el nuestro, es donde se distinguen, después, las oposiciones del
aquí y del allí, del más acá y del más allá. Podría decirse, en este mismo sentido, que siempre a partir del
aquí idiomático de mi lengua, de mi cultura, de mis pertenencias es como me relaciono, después, con la
diferencia del allá. Preguntarse qué hay después de la muerte no tiene sentido y no es posible de derecho
(mit Sinn und Recht), no es «metódicamente seguro» (methodisch sicher. y rara vez tanto como en
esas páginas habrá reivindicado Heidegger el orden del método y el derecho de la derivación), más que si
se ha elaborado un concepto de la esencia ontológica de la muerte y si se recuerda que, en el fenómeno de
la muerte, se halla empeñada, implicada, inscrita (in dieses hereinsteht), la posibilidad de ser de cada
Dasein. Se podría discutir este metodologismo. Su axioma es que no se puede partir más que de aquí, de
este lado de aquí: el mejor punto de partida es el punto del que podemos partir y éste es siempre aquí.
¿De dónde partir si no es de aquí? Ésta es la fuerza de una cuestión que tal vez no es tan invencible como
parece. Su presuposición, a saber, que se parta de aquí, rige la axiomática que, al principio de Sein und
Zeit22, justifica la «primacía óntico-ontológica» del Dasein, el punto de partida «ejemplar» de la analítica
existencial en el Dasein, en tanto que éste es ese poder de cuestionamiento que nosotros somos,
nosotros aquí, que podemos pre-entender el ser, comprenderlo pre-ontológicamente, esperarnos,
esperarnos-en, esperarnos-algo, y entendernos. Cuando se trate del análisis existencial de la muerte23, se
tomará la misma decisión respecto del punto de partida: ésta se toma aquí. La determinación de Heidegger
parece a la vez decisoria, es decir, tajante, considerándose inmediatamente justificada por el hecho mismo
de que ésta se toma aquí respecto del aquí -y, sin embargo, es bastante inestable-. Heidegger deja, en
efecto, vislumbrar que algo indecidido queda en suspenso respecto del punto de partida «de este lado de
aquí» y no de ese lado de allá de una frontera posible. Porque entonces declara, tal vez a modo de
confesión: «Que semejante cuestión representa una cuestión teorética posible [theoretische está
subrayado], esto es lo que debe permanecer aquí indecidido (bleibe hier unentschieden)». No lo dice en
indicativo. No dice: esto permanece indecidido (bleibt unentschieden), sino que, mediante otra decisión
cuya tajante performatividad ha de quedar aún indiscutible, indiscutida (digamos más bien, ya que se trata
ante todo de una lógica del testimonio y no de la prueba: irrecusable o incontestada), dice en subjuntivo:
«que esto permanezca indecidido, esto debe permanecer indecidido (subjuntivo: bleibe unentschieden, y
"aquí", bleibe hier unentschieden)»: la cuestión teórica respecto del aquí, de este lado de aquí como
punto de partida, debe permanecer aquí, de este lado de aquí, indecidida, es decir, decidida sin cuestión
teórica, antes de toda cuestión teórica: sin prueba. Debe ser así porque no se puede hacer otra cosa, es
necesario; y debe ser así porque, desde el momento en que no se puede hacer otra cosa, hay que hacerlo
así, es mejor hacerlo así: aquí en todo caso. La cuestión teórica sólo puede ser ulterior y de naturaleza
especulativa, no fenomenológica. Ésta es la conclusión autoritaria del párrafo: «Die diesseitige
ontologische Interpretation des Todes liegt vor jeder ontisch -jenseitigen Spekulation-»; «en tanto
en cuanto opera de este lado de aquí [citra, intra, más acá de la frontera: diesseitige], la interpretación

22 Sein und Zeit, § 2, 3, 4, [Trad. cast.: El Ser y el tiempo].
23 Op. cit., § 49.
ontológica de la muerte precede a cualquier especulación óntica que opere más allá, del otro lado [en ultra-
, meta-, trans-]»
No resulta posible exagerar la importancia de lo que se decide de forma a la vez tan autoritaria, tan
decidida, en el momento mismo en que se trata de decidir acerca de lo que debe quedar indecidido. Su
significación parece justamente decisiva en relación con todas las fronteras de las que hablamos. Por tres
razones al menos.
1. Por una parte, no hay límite en los efectos de una decisión semejante, la cual -presentándose como
«metodológica»- organiza y jerarquiza, en suma, todas las delimitaciones que llamamos aquí clausuras
problemáticas. Aquélla se hace extensiva a todas las problemáticas, a todas las disciplinas y a todos los
saberes de la muerte. «El análisis existencial precede, en el orden del método (ist methodisch
vorgeordnet), a la problemática (o a esas cuestiones: den Fragen) de una biología, de una psicología, de
una teodicea y de una teología de la muerte24.» Evidentemente, al preceder de este modo a todo contenido
de saber, semejante analítica puede parecer formal y vacía. Al menos desde el punto de vista del contenido
óntico, pues toda ontología parece entonces formal y vacía. Heidegger lo reconoce, pero no ve en ello sino
una apariencia. Ésta no debería cegarnos respecto de la riqueza diferenciada de las estructuras fenomenales
descritas por semejante analítica. Nos quedará preguntarnos, dentro de un momento, si el contenido así
llamado ontológico, a fin de alimentar dicha analítica existencial, no reintroduce subrepticiamente, a modo
de repetición ontológica, unos teoremas o unos teologemas que competen a las disciplinas así denominadas
fundadas y dependientes -entre otras, la teología judeo-cristiana, pero asimismo todas las antropologías
que se enraízan en ella.
2. Por otra parte, no basta con decir que Heidegger interpreta la muerte a partir de una decisión consistente
en privilegiar el «de este lado de aquí» (das «Diesseits») de la línea, aun cuando neutralice al mismo
tiempo el interés por el otro lado de un más allá que se opondría a este lado de aquí. Antes bien, hay que
decir, en mi opinión, lo contrario: el carácter originario e inderivable de la muerte, como la finitud de la
temporalidad en la que se enraíza, es el que decide y obliga a decidir que se parta, en primer lugar, de aquí,
de este lado de aquí. Un mortal sólo puede partir de aquí, y de su mortalidad. Su eventual creencia en la
inmortalidad, su irresistible interés por el más allá, los dioses o los espíritus, etc.; lo que hace que la
supervivencia estructure cada instante en una especie de torsión irreductible, la de una anticipación
retrospectiva que introduce el a-contratiempo y lo póstumo en lo más vivo del presente vivo, el retrovisor
de un esperarse-(en)-la-muerte a cada instante, el futuro anterior que precede incluso al presente al que
sólo parece modificar: todo esto, diría Heidegger, se debe ante todo a su mortalidad. Todo esto sería, por
consiguiente, secundario, por grave que siga resultando, e incluso dicha secundariedad atestigua la
primordialidad del ser-para-la-muerte, del ser-hasta-la-muerte o, como también podría decirse, del serrelativamente-a-la-muerte.
Sólo un ser-relativamente-a-la-muerte puede pensar, desear, proyectar, incluso
«vivir» la inmortalidad como tal. (Hay ahí una afirmación de la finitud originaria que Hegel habrá creído
poder, no sin poderosas razones, trastocar en Kant: no se puede pensar la finitud originaria sin retirarla de
un fondo de infinito, ni se puede pensar el ser-relativamente-a-la-muerte sin partir de la inmortalidad.
Como ocurre casi siempre, Heidegger está aquí del lado de Kant, de este lado de aquí de la finitud, y no
del lado de Hegel. Pero acaso Hegel no es aquél que ha querido pensar la unilateralidad de la frontera y,
para ello, ha querido mostrar que ya se está siempre del otro lado del aquí? Dejemos esta enorme cuestión
entre paréntesis.) El tema de la inmortalidad, al igual que el de cualquier forma de supervivencia o de
(re)aparición (y la sociedad, la cultura, la memoria, el espíritu y los espíritus, etc., no están hechos sino de
esto -por/para esto mismo-), no se opone al ser-para-la-muerte, no lo contradice, no es simétrico a él pues
está condicionado por el ser-para-la-muerte al que confirma a cada instante. La irrecusabilidad del ser-parala-muerte,
la no-derivación de la certeza al respecto, al menos tal y como Heidegger va a plantearla, no
dejaría más elección metodológica rigurosa que la de partir de «este lado de aquí».
3. Finalmente, si ésta es indiscutible (¿quién podría testificar en contra? y desde dónde?), la prevalencia
de «este lado de aquí» también es una cierta prevalencia, en esta analítica, de la tradición fenomenológica.
Ésta va de la mano, y se trata de una indisociabilidad absoluta, de todo lo que en la analítica existencial se
torna la prevalencia misma, no ya una prevalencia o una valoración jerarquizante entre otras, sino el
prevalecer de toda evaluación y de toda posible jerarquía, el pre-ferir de la pre-ferencia misma, a saber, la
originariedad pre-arquíca de lo propio, de lo auténtico, de lo eigentlich.
Antes de llegar a esto, como a la ultimísima aporía, permítanme situar al menos, esquemáticamente y a
título de indicación, unos cuantos corolarios. La decisión de decidir desde el aquí de este lado de aquí no es
simplemente una decisión metodológica, ya que ésta decide el método mismo: de que un método es pre-

24 Op. cit., § 49, pág. 248 [Trad. cast., pág. 271]
ferible y vale más que un no-método. No resulta nada sorprendente ver que esta decisión absoluta, puesto
que es una decisión incondicional respecto del lugar y del tener-lugar de la decisión, se invierte
convirtiéndose en una no-decisión. No es siquiera, no es todavía o ya no es una decisión, puesto que remite
a una prevalencia que se enraíza en aquello que no se decide, la muerte, y deja, por otra parte, indecididas
(unentschieden), por ello mismo, las cuestiones teórico-especulativas que podrían imponerse entonces,
esas cuestiones que harían dudar entre la decisión y la no-decisión como entre los dos polos de una
alternativa. (Tal vez se podría sacar la conclusión de que la esencia de la decisión, aquello que la convertiría
en el objeto de un saber temático o de un discurso teórico, debe permanecer indecidible: para que haya, si
es que la hay, decisión.)
¿Cuáles son esos corolarios? Atengámonos a aquello que enlaza con los temas de nuestra década.
1. Primer corolario: la muerte no tendría frontera. Conceder, de este modo, a la analítica existencial
de la muerte una prioridad y una independencia absoluta respecto de cualquier otra problemática, disciplina,
investigación, región, es, sin duda, la única manera consecuente de intentar un discurso efectivamente
universal. Las estructuras existenciales entonces ya no dependen de ninguna cultura antropológica y no se
detienen ni en la visión del mundo, ni en la lengua, ni en la religión de ninguna sociedad determinada,
europea o no, en ninguna diferencia sexual. La analítica existencial del Dasein, en el fondo, sería la única
disciplina para la que la muerte no conoce frontera alguna. Ningún límite histórico, ninguna periodización,
vendría a afectar el principio de la misma. Los análisis heideggerianos desbordarían y condicionarían
implícitamente tanto una historia del tipo de la que propone Ariès (historia de la muerte en Occidente, en el
Occidente cristiano, desde la Edad Media hasta nuestros días) como una «antropo-tanatología» del tipo de
la de Thomas, que pretende ser «comparativa» («cualquier antropología de la muerte sólo puede ser
comparativa»)25. Por lo demás, el antropólogo historiador y el antropo-tanatologista comparativista
multiplican, más allá de su saber supuestamente teórico y constatativo, las evaluaciones culturales y
políticas. Ambos deploran y denuncian lo que creen que deben constatar, a saber, por así decirlo, una
especie de desaparición de la muerte en el Occidente moderno y en las sociedades industrializadas. Ambos
declaran incluso ese deplorar y ese denunciar, los sacan a relucir y reconocen en ellos una motivación
determinante de sus investigaciones. Entre nosotros, en Occidente, dentro de nuestras fronteras, y cada vez
más, la muerte estaría como vetada, disimulada, excluida, denegada: «Los vetos de la muerte, dice Ariès,
nacidos en los Estados Unidos y al noroeste de la Europa del siglo XX, penetraban en lo sucesivo en
Francia»26. Volvemos a encontrarnos con una afirmación tan masiva e imprudente en Thomas, a quien ésta
inspira una nostalgia admirativa por el modelo de un África que él llama «tradicional». Ésta, según él, nos
«ofrece un notable ejemplo de cómo resolver los problemas de la muerte, ejemplo que existe
probablemente en otras poblaciones no industrializadas y que, tal vez, existió en el pasado de Europa»27.
Porque Thomas quiere resolver el problema de la muerte, ni más ni menos. Al igual que Dalí, pensará sin
duda hasta el final que «esto se va a arreglar». Al tiempo que deplora que se quiera denegar o mantener la
muerte a raya, en el Occidente industrial, propone que se la conozca mejor para «reducir[la] a su justo
lugar»: «Conocer mejor la muerte es reducirla a su justo lugar [el autor subraya esta increíble
expresión], evitando a la vez el no querer tomarla en consideración (denegación), la fascinación obsesiva,
que nos haría perder de vista el combate por una vida mejor y, por fin, la evasión hacia unas fantasías de
consuelo (narcisismo) o de compensación (conductas mortíferas)»28.
La analítica existencial se encuentra mucho más acá de todas esas necedades de predicación
comparativista, a pesar de que, en su raíz -sin duda volveremos sobre ello-, un juicio acerca de la pérdida
de autenticidad en la relación con la muerte acusa asimismo, a su manera -la de Heidegger-,cierta
incapacidad para mirar la muerte de frente, para asumir resueltamente el ser-para-la-muerte, cierta
nivelación cotidiana que no siempre es ajena a lo que acentúa, en todo caso, una determinada modernidad
de la ciudad industrial moderna. Brevemente, para todos, a través de todas las diferencias, el sentimiento
que domina es que la muerte -ya lo ven- no es lo que era. ¿Y quién iba a negarlo?
¿Y quién, aquí, no reconocería en esto el pasar las fronteras? Ya que si la muerte figura como ese tema o
ese concepto fundamental que garantiza a la analítica existencial su posibilidad misma, es también y ante

25 L.-V Thomas, Anthropologie de la mort, pág. 531 [Trad. cast.: Antropología de la muerte, pág. 631].
26 Essais sur l'histoire de la mort en Occident du Moyen Âge á nos jours, pág. 15 [Trad. cast.: Ensayos sobre
la historia de la muerte en Occidente, pág. 14].
27 L.-V Thomas, Anthropologie de la mort, pág. 531 [Trad. cast.: Antropología de la muerte, pág. 631].
28 Op. cit., pág. 534 [Trad. cast., pág. 634].
todo porque adopta una figura. La muerte tiene un esquema privilegiado, el pasar la línea (entre la
existencia y la no-existencia, entre el Dasein y el no-Dasein -por no decir entre el vivir y el morir-), del
cual van a depender todos los hilos de la trenza de la que hablábamos hace un rato:
A. El hilo que pasa entre dos fronteras culturales o históricas: el ser-relativamente-a-la-muerte carecería
aquí de frontera y sería, por lo tanto, universal, pero universal dentro de las fronteras que separan al
Dasein de cualquier otro ente y de cualquier otro ser vivo, sobre todo, del animal;
B. el hilo entre dos clausuras problemáticas la diferencia entre la analítica existencial de la muerte y
cualquier otro saber regional o disciplina general de la muerte;
C. el hilo que sigue, finalmente, la línea de demarcación lógica entre todos los conceptos que conducen a
estas problemáticas.
2. Segundo corolario: una política de la muerte. Si la analítica existencial de la muerte quiere ser, a la
vez, primera y universal (aunque Heidegger no utilice aquí dicha palabra cuyas connotaciones son
demasiado humanistas, demasiado formales y tributarias de una cierta Aufklärung), si pretende seguir
siendo neutra respecto de la cultura, de la moral, de la teología y de la metafísica, también ha de serlo, esto
es algo que cae por su propio peso, respecto de toda política. No hay política de la muerte -de la muerte
propiamente dicha-. La analítica existencial no aspira a ninguna competencia, y en efecto no tiene
ninguna, para tratar de problemas políticos de la sepultura, del culto de los muertos y, sobre todo, de la
guerra y de la medicina. Es verdad que las antropologías históricas no tienen tampoco mucho que decir al
respecto, especialmente acerca de las formas más inéditas que dichos problemas pueden revestir hoy en
día. Pensemos, por ejemplo, en la guerra de los rehenes, la cual parece ser (seguro?) uno de los datos
irreductibles de la modernidad, ante todo, de la modernidad técnica y de su tratamiento de la velocidad:
modos de transporte ([aviación], de comunicación [teléfono, mass media, televisión, etc.]). En la medida
en que depende de esta modernidad técnica, la guerra de los rehenes implica también una heterogeneidad
económico-cultural masiva entre varias experiencias de la relación con la muerte, con la mortalidad del
individuo y con el lugar del individuo en la sociedad. Una sociedad no está en situación de tratar a sus
sujetos individuales de la misma manera que otra. Aquí, lo único que se puede hacer es recordar, sin abusar
de ningún pathos, ese espacio de una política de la muerte o de los exterminios masivos, los desarrollos de
cierta guerra moderna de los rehenes que, sin duda, comenzó con el kidnapping (no hay kidnapping, en
el sentido estricto, sin automóvil, sin un cierto estado del correo, teléfonos y telecomunicaciones, por
ejemplo) y que, después, se ha desarrollado en Europa bajo el régimen nazi y, recientemente, ha adoptado
formas mundiales. Esta diferencia en el tratamiento de la muerte individual o masiva afecta a la guerra
moderna; no se bombardea de la misma manera, aunque sea de forma presuntamente «quirúrgica», Iraq y
los alrededores de Sarajevo, en nombre del derecho internacional, y la desproporción en la evaluación de la
muerte de los enemigos no deja de cambiar, al igual que ha cambiado todo el espacio del «morir por la
patria». Esta misma mutación transforma la medicina y la biogenética moderna. En todos los sentidos de la
palabra «tratar», no se trata el sida en las sociedades europeas industrializadas como se lo trata, sin
tratarlo, en África; ni siquiera se tratan las estadísticas del sida de la misma manera; y el progreso de las
investigaciones sobre el genoma así llamado humano (bancos de datos, medicina predictiva, por el
momento, pues, sin seguridad social, etc., que no son o son poco transferibles a los países en vías de
desarrollo) acentuará dramáticamente las diferencias entre los ricos y los menos ricos en nuestras
sociedades, y más aún entre nuestros países y los países pobres. Y esto va a ser así respecto de la vida y de
la muerte, de la enfermedad y de los seguros médico-sociales, de todos los datos de lo que se denomina la
bioética que es también, al mismo tiempo, una tanato-ética -y una tanato-ética es, necesariamente, una
eutanato-ética general, una filosofía de la eutanasia y del bien morir en general (ars de bene moriendi)-.
No queda más remedio que morir (bien).
De hecho, si no de derecho, y al igual que las antropo-tanatologías que acabamos de evocar, la analítica
existencial de la muerte no tiene nada que decir acerca de un asunto que no es el suyo -eso es lo que ella
dice, ya que no es seguro que Heidegger no nos proponga, finalmente, un discurso sobre la mejor relación,
a saber, la más propia y la más auténtica, con el morir: por consiguiente, de bene moriendi.
3. El tercer corolario puede ser también político. Nos haría pasar, en espíritu, del rehén al
huésped/anfitrión y del huésped/anfitrión al fantasma (se trata de la serie hospes, hostis, hostage, host,
guest, ghost, holy ghost y Geist). La analítica existencial no quiere saber nada del (re)aparecido ni del
duelo29. Todo lo que de ella puede decirse, por interesante que a veces pueda parecer, tendría sin duda que

29 Que yo sepa la palabra «fantasma» (Phantom) no aparece más que una vez en Sein und Zeit § 80, pág. 419 [Trad. cast.: El Ser y el
tiempo, pág. 452]. ¿Es casualidad que se trate ahí de una cuestión -que algunos podrían considerar ficticia o «retórica»- acerca del
tiempo? Si el tiempo no es presente, en la forma de la Vorhandenheit, ni dentro ni fuera, ni como «sujeto» ni como «objeto», si «es» más
ver, en opinión de Heidegger, con esas disciplinas derivadas que son la psicología o el psicoanálisis, la
teología o la metafísica. Y esto concerniría más a las figuras o a las experiencias del deceso (Ableben) que
a la muerte propiamente dicha. Eso es lo que Heidegger le respondería rápidamente, demasiado
rápidamente en mi opinión, a cualquiera que se inclinase a considerar el duelo y la (re)aparición, la
espectralidad o la super-vivencia, como unas categorías no derivables o como unos derivados no reductibles
(y no reductibles al debate fundamental cuyos tres ángulos más determinantes -tal y como señalé a título
de indicación permiten situar los nombres de Freud, Heidegger y Levinas): si la Jemeinigkeit, la del
Dasein o la del yo (en el sentido corriente, en el sentido psicoanalítico o en el sentido de Levinas) se
constituye en su ipseidad a partir de un duelo originario, entonces esa relación consigo acoge o implica al
otro dentro de su ser-sí-mismo como diferente de sí. Y viceversa: la relación con el otro (en sí fuera de mí,
fuera de mí en mí) no se distinguirá nunca de una aprehensión enlutada por el duelo. La cuestión de saber
si la relación con la muerte o la certeza de la muerte se instaura a partir de la propia muerte o de la muerte
del otro ve así que su pertinencia, de entrada, está limitada. Incluso allí donde se habla de Jemeinigkeit,
esos límites serían los del ego y a veces, simplemente, los del yo consciente y de aquello de lo que cree
poder dar testimonio. A cualquiera que tratase, como a mí me gustaría hacerlo, de sacar de ahí las
consecuencias necesarias (éstas son incalculables, son lo incalculable mismo), se le acusaría de dar todavía
por supuesta la analítica existencial del Dasein en el momento mismo en que, por el contrario, pretendería
liberarla de las presuposiciones o liberarse de sus ya presupuestos axiomas. Pero, como también sería
necesario lo contrario, dejemos este corolario en suspenso. Aunque, en cierto modo, éste lo abarque todo,
señalo simplemente que también comporta una dimensión política. Tal vez implique incluso lo político en su
esencia. No hay política -diremos de forma económica, elíptica y, por consiguiente, dogmática- sin
organización del espacio y del tiempo del duelo, sin topolitología de la sepultura, sin relación anamnésica y
temática con el espíritu como (re)aparecido, sin hospitalidad abierta al huésped como ghost al que nosotros
mantenemos como rehén tanto como él nos mantiene a nosotros en calidad de tales. Se podría hacer
extensiva al respecto, más allá de los límites que él le asigna, a saber, los «primitivos», una frase de Valéry
con la que recientemente me he encontrado en su prefacio a La crainte des morts de Frazer (París, 1934).
Al hablar de la «antigua creencia de que los muertos no están muertos, o no están del todo
muertos», Valéry define el proyecto de Frazer del siguiente modo: «Representarnos, por medio de una
cantidad de ejemplos, lo que podría denominar la Política de los Primitivos en sus relaciones con los
espíritus de muertos». Esta «cantidad de ejemplos» apasionantes describe siempre una travesía de las
fronteras: de la frontera que separa el mundo de los vivos del de los muertos ciertamente pero, desde el
momento en que la travesía va en ambos sentidos, ida y vuelta, la misma frontera es más o menos que
una, y más o menos que una de una cultura a otra.
Llego aquí, ahora, al final. Si es que es posible.
El concepto de posibilidad va a permitirnos, legítimamente o no, filtrar en la analítica existencial de la
muerte, tal como ésta se inscribe en Sein und Zeit, un determinado número de motivos. La única regla
sería aquí la de un título (Aporías. Morir -esperarse (en) los «límites de la verdad»-), allí donde éste
suscribe el contrato de esta década.
Un cierto pensamiento de lo posible está en el corazón de la analítica existencial de la muerte. (Éste, por lo
demás, nunca está muy lejos del pensamiento del corazón para Heidegger). Esta posibilidad de lo posible
acumula, por una parte, el sentido de la virtualidad o de la inminencia del porvenir, del «esto siempre
puede suceder en todo momento», hay que esperárselo, me lo espero, nos lo esperamos y, por otra
parte, el sentido del poder, de lo posible como de aquello de lo que soy capaz, aquello cuya potencia, cuyo
poder o cuya potencialidad tengo. En die Möglichkeit cohabitan ambos sentidos de la posibilidad. Ahora
bien, desde el final de esa «Abgrenzung (deslinde de la analítica existencial de la muerte respecto de otras
interpretaciones)»30, por consiguiente, respecto de lo que hemos denominado las otras clausuras
problemáticas, Heidegger propone una especie de diagnóstico. Al marcar la insuficiencia de todas estas
problemáticas, dicho diagnóstico traza, pues, la línea general de una delimitación. Estas problemáticas
descuidan, olvidan, desconocen la esencia del Dasein. Éste no es un ente ahí-delante o a-mano, como si
fuera un objeto sustancial (Vorhandensein); la esencia de este ente que es el Dasein es, justamente, la
posibilidad, el ser posible (das Möglichsein). Dicho de otro modo, porque excluyen o ignoran esta
extraña dimensión de lo posible, todas esas clausuras problemáticas encierran al Dasein en una
determinación ontológica que no es la suya, la del Vorhandensein. Y si éstas lo hacen es, ya, para ceder a

«antiguo» (früher) que la subjetividad y que la objetividad ¿tiene aún un «ser» en general? «Y, si no, ¿es, por ende, un fantasma, o bien
es más "ente" ("seiender") que cualquier ente posible?»
30 Sein und Zeit § 49, [Trad. cast.: El Ser y el tiempo].
una confusión entre la muerte y un fin nivelado por la cotidianidad media, mediocre y niveladora del
Dasein. Dicha confusión hace que se diga cualquier cosa y empuja a todas esas problemáticas bio- o
tanato-antropo-teológicas hacia lo arbitrario. Para evitar lo arbitrario, hay que volver a una determinación
ontológica del tipo de ser que es el Dasein y del límite que lo separa del Vorhandensein y del
Zuhandensein. De manera que, dicho sea demasiado deprisa y en una palabra, si el límite que pasa entre
esos tres tipos de ente que son el Dasein, el Zuhandensein y el Vorhandensein no estuviera garantizado
(tal como he tratado de sugerirlo en otra parte, en La main de Heidegger sobre todo), todo este discurso
sobre la muerte correría el riesgo de perder algo de su fundamentalidad; pero ahí dejo, por el momento,
ese argumento que no se refiere a nuestro propósito sino de forma demasiado mediata.
Si el ser-posible es el ser propio del Dasein, entonces la analítica existencial de la muerte del Dasein
tendrá que hacer de esta posibilidad su tema. La analítica de la muerte está sometida, como un ejemplo, a
esa ley ontológica que regula el ser del Dasein y que tiene el nombre de «posibilidad». Pero, por otra parte,
la muerte es la posibilidad por excelencia. Esta guía ejemplarmente la susodicha analítica existencial. Y eso
es, precisamente, lo que pasa en las páginas que vienen inmediatamente después del
deslinde (Abgrenzung).
En cuanto a la posibilidad, por consiguiente, hay que señalar dos series típicas de enunciados
ontológicos. Éstos se articulan, se suplen y se engendran el uno al otro como los dos momentos de una
misma frase de aspecto aporético.
Los unos, los primeros, si se quiere, son afirmativos. Caracterizan a la muerte como la posibilidad más
propia del Dasein. El ser-posible es propio de ese ente que es el Dasein y la muerte es la posibilidad más
propia de esa posibilidad. Este enunciado típico se distribuye, se matiza, se argumenta de múltiples
maneras, pero su recurrencia marca el compás de todo el final del capítulo, es decir, de los cuatros grandes
párrafos o sub-capítulos (50 a 53 inclusive). Esta posibilidad de ser no es un mero carácter que hay que
constatar o describir. En su esencial y constante inminencia, ésta debe ser asumida, se puede y se debe dar
testimonio de ella, y el testimonio no es aquí un mero levantar acta: los enunciados de la analítica
existencial son originariamente prescriptivos o normativos. Más concretamente, éstos analizan, pero al
modo de la atestiguación fenomenológica (éste es el temible problema de la Bezeugung que señalé
demasiado deprisa un poco más arriba), una irreductible prescriptividad que, a su vez, está relacionada con
el ser como ser-posible:
La muerte es una posibilidad de ser que el Dasein mismo tiene que asumir (zu übernehmen hat).
Con la muerte, el Dasein se espera él mismo [y tiende, s'at-tend] en su poder ser más propio31.
Qué es lo que traduzco así, de manera un poco insólita, por «s'at-tendre» («esperarse»)? En la gramática
francesa del s'attendre, allí donde la intraducibilidad del idioma puede producir efectos de schibboleth,
varias transitividades se entrecruzan y se fecundan en cierto modo. Una, poco corriente, parece ser
reflexiva y carecer de objeto propiamente dicho; carece de cualquier objeto al que tender que no sea uno
mismo (simplemente se espera uno mismo: me espero a mí mismo, y nada más, me espero yo mismo a mí
mismo, y ésta es la relación consigo más identificable, la más identificante, la memoria o la promesa de sí);
la otra sintaxis de la transitividad se refiere a alguna cosa, incluso a otra cosa totalmente distinta: uno se
espera (en) algo -y el subtítulo- (Morir -esperarse (en) los «límites de la verdad»-) deja en
movimiento esa inestabilidad: esperarse en los límites, esperarse a encontrarse con los límites y esperarse
uno mismo en los límites, estar citado consigo mismo en ese lugar, en esos parajes que se denominan los
«límites de la verdad», en las cercanías de esos límites. Pero dicha inestabilidad todavía puede llevarnos a
otra parte y, en verdad, a los límites de donde procede la inestabilidad misma, al origen mismo del
movimiento desestabilizador.
¿Cómo? Ante todo, recapitulemos.
1. Uno puede, pues, esperarse a sí mismo, esperarse uno mismo a sí mismo.
2. Desde el momento en que la espera sólo puede tender hacia el otro y hacia el arribante, se puede y se
debe ante todo esperarse alguna otra cosa, por consiguiente, a algún otro, igual que se dice también
esperarse que alguna cosa llegue o que algún otro llegue -y, en ambos casos, el esperarse uno mismo y
el esperarse-(en)-algo o el esperarse-que pueden tener una relación insigne con la muerte, con lo que
se denomina- la muerte (ahí es, y tal vez sólo ahí, finalmente, donde uno se espera o se espera-[en]-

31 Op. cit., § 50, pág. 250 [Trad. cast., pág. 273].
algo o, sólo ahí, donde uno se espera-que, y donde el esperarse uno mismo no es sino el esperarse al
otro o que el otro llegue).
3. Pero hay una tercera y tal vez primera posibilidad en esta gramática: uno (una) puede esperarse el uno
al otro (a la otra), la una a la otra (al otro), y lo reflexivo del esperarse absoluto no sólo no es
incompatible, sino que está inmediatamente en consonancia con la referencia más heterológica al
cualquier/radicalmente otro; y dicha referencia es más heterológica que nunca, otros dirían también que
está más cerca que nunca de los límites de la verdad, cuando el esperarse el uno al otro tiene que ver con
la muerte, con las fronteras de la muerte, allí donde se espera el uno al otro sabiendo a priori de forma
absolutamente innegable que, al ser siempre la vida demasiado corta, el uno espera en ella al otro, pues el
uno y el otro no llegan nunca juntos a aquélla, a aquella cita; la muerte, en el fondo, es el nombre de la
simultaneidad imposible y de una imposibilidad que sabemos simultáneamente, que, sin embargo, nos
esperamos juntos, al mismo tiempo, ama, como se dice en griego: al mismo tiempo, simultáneamente, nos
esperamos esa anacronía y ese contratiempo; el uno y el otro no llegan nunca juntos a esa cita y el que allí
espera al otro, en esa frontera, no es el que llega allí el primero o la que acude allí la primera. Para esperar
allí al otro, en esa cita, hay que llegar a ella con retraso, por el contrario, y no con adelanto. Si se tomase
en consideración la anacronía del esperarse en ese contratiempo del duelo, se cambiarían sin duda las
premisas común y apresuradamente asumidas en el debate triangular al que dábamos los nombres de
Freud, Heidegger y Levinas: respecto de la muerte, de la muerte de uno mismo y de la muerte del otro.
El «esperarse» con el que he traducido determinada frase de Heidegger implica la inminencia, ciertamente,
la anticipación inquieta de algo pero también esa doble o, más bien, triple transitividad (no reflexiva y
reflexiva) del «esperarse» algo que llegará como lo cualquier/radicalmente otro de uno mismo, pero del
esperarse esperándose al tiempo uno mismo, precediéndose uno mismo como si tuviera una cita con un
consigo mismo que uno es y que no se conoce. La frase en alemán dice «Mit dem Tod steht sich das
Dasein selbst in seinem eigensten Seinkönnen bevor...». Martineau traduce el «steht sich bevor»
por «se pré-cède» («En la muerte, el Dasein se pre-cede él mismo en su poder-ser más propio»). Vezin
traduce el «steht sich bevor» por «a rendez-vous» («En la muerte, el Dasein tiene una cita consigo
mismo en su poder-ser más propio»). Macquarrie y Robinson recuerdan otra connotación del ser-ante-sí
traduciendo más literalmente por «stands before itself» («With death, Dasein stands before itself in
its ownmost potentiality-for-Being»). En la muerte, el Dasein está en efecto ante sí mismo, antes de
sí mismo (before, bevor), a la vez, como delante de un espejo y ante un porvenir: el Dasein se espera, se
precede, tiene una cita consigo mismo. Tiende, tiende hacia su poder-ser más propio, tiende su poder más
propio, se lo tiende a sí mismo tanto como tiende hacia él, dado que aquél no es otro que él mismo. Lo más
importante es ese «in seinem eigensten Seinkönnen» -y Heidegger subraya el eigensten, lo más
propio-. Repite un poco más abajo la misma expresión; la subrayará de nuevo más adelante, cerca de la
palabra Bevorstand que da un nuevo impulso al «steht bebor»: «So enthüllt sich der Tod als die
eigenste, unbezügliche, unüberholbare Möglichkeit. Als solche ist er ein ausgezeichneter
Bevorstand»: «Así, la muerte se desvela como la posibilidad más propia, absoluta (absolutamente
sin comparación), insuperable. Como tal, ésta es una inminencia insigne», la inminencia del esperarse.
El desvelamiento de sí (So enthüllt sich derTod) dice, en efecto, una verdad de la muerte, incluso una
verdad como verdad de la muerte, cuyo límite interno volveremos a considerar dentro de un momento. La
definición de la muerte como la posibilidad más propia es recordada con insistencia, y en los mismos
términos, en los párrafos 51 y 5232, a la vez para describir la angustia que ha de referirse a esta posibilidad
más propia y el miedo que impide al «uno» de la cotidianidad tener el valor o las agallas (Mut, coeur,
corazón) suficientes para acercarse o enfrentarse (aufkommen) a esa angustia ante la muerte. Una huida
temerosa le hace desconocer el tipo de certeza no empírica que cerciora de la muerte. El Dasein, entonces,
se refugia en la palabrería (Gerede), en el apaciguamiento, en el disimulo, en evitar el deceso, en la
carrera hacia el anonimato del «se muere», lejos de la Unheimlichkeit, otras tantas modalidades, por lo
demás estructurales y no accidentales, del Verfallen. Los valores de certeza y de verdad son esenciales en
este análisis. No pudiendo adentrarnos en él aquí, señalemos solamente que la certeza de la muerte se
describe como heterogénea a cualquier otra certeza (apodíctica, teórica o empírica, es decir, derivada o
inducida -por ejemplo, ante el espectáculo del deceso del otro-). En cuanto a la existencia inauténtica, que
huye de la posibilidad propia de la muerte, Heidegger la define como no-verdad (Unwahrheit), tanto en
este contexto como en otros lugares33. Todo pasa, pues, cuando se habla de morir, en los límites de la

32 Op. cit., págs. 255, 259, 260 [Trad. cast., págs. 275, 278, 279].
33 Op. cit., por ejemplo, en el § 44, pág. 222 [Trad. cast., pág. 243].
verdad y de la no-verdad. Para acercarnos todavía más a ese límite, tenemos que pasar a la segunda serie
de enunciados. La hemos definido, en su momento, como el suplemento aporético de la primera.
Suplemento aporético porque en la misma frase, en cierto modo, en la unidad interrumpida de la misma
sintaxis proposicional, la imposibilidad viene a añadir un complemento imposible, un complemento de
imposibilidad a la posibilidad. En la medida en que es su posibilidad más propia, y justamente en cuanto tal,
la muerte es también para el Dasein, dice en suma Heidegger, la posibilidad de una imposibilidad. Hay
varios casos tipificados de esta proposición nuclear. Se la cita con frecuencia. Apenas se destaca en ella una
paradoja sobrecogedora, sin calibrar quizá todas las explosiones en cadena que guarda en reserva en el
subterráneo de la analítica existencial. Más vale citar algunos de esos casos. Éstos nos obligarán a
preguntarnos: ¿es esto una aporía? ¿dónde situarla? ¿en la imposibilidad o, lo cual no viene a ser
necesariamente lo mismo, en la posibilidad de una imposibilidad? ¿qué puede ser la posibilidad de una
imposibilidad? ¿cómo pensar eso? ¿cómo decirlo en el respeto de la lógica y del sentido? ¿cómo acercarse
a ello, cómo vivirlo, ¿cómo existido? ¿cómo dar testimonio de ello?
El primer caso va inmediatamente después de la alusión al «esperarse», a la inminencia del bevorstehen,
debido al cual el Dasein se espera (en) la muerte como su posibilidad más propia: «Con esta posibilidad,
prosigue abruptamente Heidegger, de lo que va simplemente, para el Dasein, es de su ser-en-el-mundo
(In-der-Welt-sein). Su muerte es la posibilidad del poder-no-estar-ya-ahí (die Möglichkeit des Nichtmehr-dasein-könnens)».
Heidegger no dice la posibilidad de ya no poder ser Dasein sino la posibilidad
de poder no estar ya ahí o de ya no poder estar ahí. Es la posibilidad de un poder-no o de un ya-no-poder,
pero en modo alguno la imposibilidad de un poder. El matiz es casi inconsistente. Su fragilidad misma es la
que me parece a la vez decisiva y significativa; sin duda, ésta cuenta de forma esencial para Heidegger. La
posibilidad más propia del Dasein, a saber, la muerte, es la posibilidad de un poder no-estar-ya-ahí o de un
ya-no-poder-estar ahí como Dasein. Y, de eso, el Dasein tiene plena certeza, puede dar testimonio de ello
como de una verdad única y no comparable con ninguna otra. El Dasein puede huir inauténticamente
(impropiamente) de esta verdad o puede acercarse a ella auténticamente, esperándosela entonces
propiamente, en la angustia y en la libertad. Esperándosela, es decir, esperándose (en) la muerte, y
esperándose en ella a sí mismo:
En tanto que poder-ser, el Dasein, prosigue Heidegger, no puede sobrepasar la posibilidad de la
muerte. La muerte es la posibilidad de la pura y simple imposibilidad del Dasein34.
Ciertamente, habría que hacerlo, pero yo no puedo reconstruir aquí un determinado número de etapas,
sobre todo, aquélla que concierne a los modos de la espera o de la anticipación y el «todavía no» propio del
Dasein. Desde un punto de vista ontológico, ese «todavía no» no es la anticipación de una completud o de
una realización plena. Hay que distinguirlo de lo que Heidegger denomina el Ausstehen del Ausstand
(léxico tan difícil de traducir, entre la «prórroga», el resto [Rest] que es, por lo demás, un ejemplo de ello],
lo «restant en attente» [lo «restante en espera»] [Vezin], el «excédent» [el «excedente»] [Martineau],
el «still outstanding» [Macquarrie y Robinson]). Eso «restante», esa «carencia como restante» (als
Ausstand) queda, en suma, por ser vivida, como el trozo de un conjunto del que es homogéneo, la parte
aún ausente de un todo que hay que completar, una «suma», en suma. Por eso, y en tanto en cuanto
todavía pertenece a la Zuhandenheit, aquello que se puede esperar, aquello con lo que se puede contar,
aquello que podemos ver venir como un resto para ser vivido, forma parte de un orden totalmente distinto
del «no todavía» del Dasein. El esperarse, en el «no todavía» que hace que tendamos hacia la muerte, es
absolutamente incalculable, es decir, no se puede medir y es desproporcionado con todo el tiempo de lo que
nos queda por vivir. Ya no se cuenta con ese «no todavía», y el suspiro que reclama no dice la mesura sino
la desmesura: ya dure todavía un segundo o un siglo, que corta habrá sido la vida. Por un camino muy
interior, pero que Heidegger no indica, se pasa entonces necesariamente del «no todavía» (Noch-nicht)
ontológico, en tanto que dice, en indicativo, lo que es, al «no todavía» de la oración o del deseo, a la
exclamación murmurada, a la subjuntividad del suspiro: ¡que la muerte no llegue todavía!
Tras estas etapas, Heidegger vuelve dos veces más a la carga con la proposición que acabo de citar. Lo
hace de acuerdo con un encadenamiento diferente, ciertamente, pero sin prestar jamás la más mínima
atención o el más mínimo interés temático a la forma lógica de la contradicción, o a lo que aquí puede
chocar con el sentido o con el sentido común. Heidegger parece ver, incluso, en la resistencia de esta
contradicción aparentemente lógica (la posibilidad más propia como posibilidad de una imposibilidad), la

34 Op. cit., § 50, pág. 250 [Trad. cast., pág. 274].
condición de la verdad, la condición de verdad el desvelamiento mismo, en un sentido de la verdad que
no se mide ya por la forma lógica del juicio.
Antes de repetir que la muerte es la posibilidad más propia del Dasein (eigenste está subrayado y la
expresión «die eigenste Möglichkeit» abre, con un tono un tanto litúrgico, toda una serie de párrafos en
el subcapítulo 53 consagrado, como su título indica, al auténtico [eigentliche] ser-para-la-muerte),
Heidegger ya está subrayando:
La proximidad más próxima (die nächste Nähe) del ser-para-la-muerte como posibilidad está
tan alejada como sea posible (so fern als möglich) de algo efectivo (einem Wirklichen)35.
Esta proximidad absoluta es la propiedad más propia. Pero, como está tan alejada como sea posible (so
fern als möglich) de toda realidad efectiva, es la posibilidad de un imposible, de un no-real como
imposible. Ahora bien, tenemos -se trata de la frase siguiente- que el esquema del desvelamiento, a saber,
la verdad de esta sintaxis, convierte lo imposible, en genitivo, en el complemento de nombre o en el
suplemento aporético de lo posible (posibilidad de lo imposible), pero también en la manifestación de lo
posible como imposible, tornándose el como (als) la figura enigmática de ese emparejamiento monstruoso:
Cuanto más se entiende esta posibilidad en su desvelamiento (Je unverhüllter diese Möglichkeit
verstanden wird), tanto más puramente (um so reiner) penetra (avanza en el interior de, dringt
vor) ese entendimiento en la posibilidad como tal de la imposibilidad de la existencia en general
(Heidegger subraya: als die den Unmöglichkeit den Existenz überhaupt).
El «ab» significa que la posibilidad es a la vez desvelada y asumida como imposibilidad. No es sólo la
posibilidad paradójica de una posibilidad de la imposibilidad, es la posibilidad como imposibilidad. Y esta
posibilidad como imposibilidad, esa muerte como posibilidad más propia del Dasein en tanto que su propia
imposibilidad, la vemos ahí a la vez desvelada (unverhüllte) y desvelada por, para, y en el transcurso de
un penetrar en profundidad (vordringen). La singular moción así denominada, un penetrar en profundidad,
da o da previamente acceso al sentido del morir. Gracias a ella, el Dasein está como de acuerdo
(Verstehen) con su propia muerte. Ésta es, a la vez, su posibilidad más propia y esa misma posibilidad
(más propia) en tanto que imposibilidad (por consiguiente, la menos propia, diría yo, pero Heidegger no lo
dirá jamás de este modo). El «als» (como, en tanto que) guarda en reserva lo más impensable, pero
todavía no es el «als solche» (en tanto que tal), pues tendremos que preguntarnos cómo puede todavía
una posibilidad (la más propia), en tanto que imposibilidad, aparecer en tanto que tal sin desaparecer
inmediatamente, sin que el «como tal» se vaya a pique de antemano y sin que su desaparición esencial
haga que el Dasein pierda todo lo que lo distingue -tanto de otras formas de ente como, incluso, del ser
vivo animal en general, del animal-. Y sin que su morir propiamente quede originariamente contaminado,
parasitario, contrabandeado por el perecer y por el fallecer.
Por el momento, observemos cómo se traduce el «als» o cómo hace éste que el genitivo de un
complemento de nombre tome su relevo. Se pasa insensiblemente de la posibilidad como posibilidad de la
imposibilidad a la simple posibilidad de la imposibilidad. Dos ejemplos, por lo menos:
1. «La muerte como posibilidad no da al Dasein nada que haya que efectuar (nichts zu
"Verwirklichendes") ni nada que pueda ser él mismo en tanto que algo efectivo. Ella (la muerte) es la
posibilidad de la imposibilidad (die Möglichkeit der Unmöglichkeit) de toda relación con ... algún
existir».
2. Después: «En la carrera hacia delante (en la precursividad anticipadora, en el tender-hacia del
esperarse, en cierto modo, im Vorlaufen) que precipita hacia esa posibilidad, aquélla se torna "cada vez
mayor" ("immer grösser" entre comillas: extraña observación: ¿cómo es que la posibilidad de la muerte
puede seguir creciendo siempre, y cuál es aquí la medida? pero ésta es, sin duda, la respuesta: a saber, lo
"sin mesura", la desmesura incalculable de la verdad con la que se mide esa mesura), es decir, se desvela
(sich enthüllt) como tal, ésta que no tiene mesura en general, sin más ni menos, pero significa la
posibilidad de la imposibilidad sin mesura de la existencia (die Möglichkeit der masslosen
Unmöglichkeit der Existenz)»36. Invirtiendo de nuevo el orden de presentación, Heidegger se preguntará

35 Op. cit., § 53, pág. 262 [Trad. cast., pág. 286].
36 Sein und Zeit, § 53, pág. 262 [Trad. cast.: El Ser y el tiempo, pág. 286].
más abajo37 cómo se torna posible la simple imposibilidad de la existencia, a pesar de que el momento en
que dicha imposibilidad se torna posible sigue siendo a la vez absolutamente cierto y absolutamente
indeterminado.
Se aproxima el final. La precipitación y la premaduración son ley, aun cuando esto ya esté durando
demasiado tiempo. Hay que interrumpir, pues, de forma sin duda injusta y arbitraria, la paciente e
interminable lectura que aún requerirían Sein und Zeit y tantos otros textos, para precipitarnos sin más
dilación hacia algunas cuestiones a modo de conclusión provisional o de llamadas para una discusión.
Hay varias maneras de pensar la posibilidad de la imposibilidad como aporía. Heidegger, sin duda, no
aceptaría que convirtiésemos esta posibilidad de la imposibilidad, a saber, el morir, o lo que hemos llamado
el «esperarse (en) la muerte», en un ejemplo más entre otros, en uno de esos casos en donde una extraña
figura lógica de la contradicción tomaría la forma de una antinomia o de una aporía, de un problema
lingüístico o lógico que hay que resolver. La muerte -(en la) que hay que esperarse- es el único caso de esta
posibilidad de la imposibilidad. Porque de lo que se trata es de la imposibilidad de la existencia misma, no
de esto o de aquello. Cualquier otra posibilidad o imposibilidad determinada tendría sentido y se definiría en
sus límites a partir de esta posibilidad de la imposibilidad, de esta imposibilidad.
Teniendo en cuenta esa unicidad absoluta, desde la cual se define toda unicidad, en particular, toda
Jemeinigkeit del esperarse (en) la muerte, se puede conservar, no obstante, el ímpetu de esta
cuestión. Por qué no reclamar, en efecto, la misma excepcionalidad para la aporía de la que aquí hablamos?
No es sólo un juego de lenguaje o de lógica, y no se la debe clasificar demasiado aprisa como tal. ¿Y no
podemos preguntarnos también cuál es el lugar de esta única aporía en semejante «esperarse (en) la
muerte» como la única posibilidad de lo imposible? ¿El lugar de este no-pasar es la imposibilidad misma o la
posibilidad de la imposibilidad? ¿Y que lo imposible, entonces, sea posible? ¿Es la aporía lo imposible
mismo? Se dice, en efecto, que la aporía es la imposibilidad, la impracticabilidad, el no-pasar: aquí, el morir
sería la aporía, la imposibilidad de estar muerto, tanto la de vivir o, más bien, la de «existir» la muerte de
uno mismo como la de existir una vez muerto, esto es, en el lenguaje de Heidegger, la imposibilidad para el
Dasein de ser lo que es, ahí dónde es, ahí, Dasein. ¿O acaso dicha aporía es, por el contrario (¿pero, es
esto lo contrario?), que semejante imposibilidad sea posible y aparezca como tal como imposible, como
una imposibilidad que, sin embargo, puede aparecer o anunciarse como tal, una imposibilidad cuyo
aparecer como tal sería posible (para el Dasein y no para el ser vivo animal), una imposibilidad que puede
esperarse o (en) la cual, (en) los límites de la cual, puede uno esperarse, siendo esos límites del como tal
como hemos visto, los límites de la verdad, pero asimismo la posibilidad de la verdad? La verdad y la noverdad
serían inseparables, y esa pareja sólo sería posible para el Dasein. No hay no-verdad, ni tampoco
muerte o lenguaje, según Heidegger, para el animal. La verdad es la verdad de la no-verdad, y a la inversa.
Desde Sein und Zeit, muchas declaraciones de Heidegger
lo dan a entender38.
Todo se concentra, por consiguiente, en ese enigma del «como tal» y del aparecer que a la vez marca y
borra los tres tipos de límites que habíamos distinguido:
1. Las fronteras antropológico-culturales;
2. las delimitaciones de la clausura problemática;
3. las demarcaciones conceptuales de esa analítica existencial.
Marcar y borrar a la vez esas líneas que no llegan sino a(l) borrarse sigue siendo trazarlas como
posibles, al tiempo que se introduce en ellas o que se deja que en ellas se infiltre el principio mismo de su
imposibilidad, ese principio de ruina que también es su oportunidad y que promete la línea
comprometiéndola en el parasitaje, el injerto, la divisibilidad. Ese principio de ruina no es sino la muerte, no
el morir-propiamente sino -lo cual es totalmente distinto- el fin del propiamente-morir. Dicho fin amenaza y
torna posible la analítica misma como discurso de la de-limitación, de la disociación garantizada, de la
frontera o de la clausura determinada, en el doble sentido de la de-terminación, el de la lógica del término
(terma, peras, finis) y el de la decisión resuelta, de la resolución (la analítica de Sein und Zeit es
asimismo, no lo olvidemos, el gran discurso de la resolución determinada, de la Entschlossenheit).
Heidegger no dice esto, ni puede decirlo, en Sein und Zeit -y así hasta su interrupción-, aun cuando
semejante forma (aporética) de lo no-dicho se puede interpretar siempre como revelación denegada:
confesión, traición o transgresión sintomática, un secreto que no se puede guardar y que se expone en

37 Op. cit., § 53, pág. 265 [Trad. cast., pág. 289].
38 Op. cit., § 44, pág. 229, por ejemplo [Trad. cast., pág. 250].
clave. Muerte, por lo demás, dice siempre el nombre de un secreto, puesto que firma la singularidad
irremplazable; emite el nombre público, el nombre común de un secreto, el nombre común de un nombre
propio sin nombre, por lo tanto, siempre un schibboleth, pues el nombre manifiesto de un secreto es, de
entrada, un nombre privado, y convierte cualquier lenguaje sobre la muerte en una gran historia de
sociedad secreta, ni pública ni privada, semi-privada, semi-pública, en la frontera entre ambas, una especie
asimismo de religión oculta del esperarse (uno mismo como el uno al otro) con sus ceremonias, sus cultos,
su liturgia o sus rituales de marrano. Marrano universal, por así decirlo, más allá de las formas hoy finitas,
quizá, de la cultura marrana.
Para el Dasein, diría así Heidegger, la imposibilidad como muerte, la imposibilidad de la muerte, la
imposibilidad de la existencia que tiene como nombre «muerte», puede aparecer como tal y anunciarse,
puede hacerse esperar o dejar que se la espere como posible y como tal. Sólo el Dasein sería capaz de
esta aporía, él solo tiene relación con la muerte como tal y esto no es disociable de su poder-hablar, dado
que el animal carece, según Heidegger, de ambos posibles o de ambos poderes. Y esta aporía como tal no
se anunciaría como tal y puramente al Dasein como su posibilidad más propia, por consiguiente, como la
esencia más propia del Dasein, su libertad, su poder de cuestionar, su apertura al sentido del ser, sino en
la asunción auténtica (eigentlich) y resuelta, determinada, decidida, por medio de la cual aquél se haría
cargo de la posibilidad de esa imposibilidad.
Ahora bien, éste es el esquema, al menos, de una cuestión posible-imposible: qué diferencia hay entre, por
una parte, la posibilidad del aparecer como tal de la posibilidad de una imposibilidad y, por otra parte, la
imposibilidad de aparecer como tal de la misma posibilidad? La imposibilidad del existir o del Dasein de la
que habla Heidegger con el nombre de muerte es la desaparición, el fin, el aniquilamiento del como tal, de
la posibilidad de la relación con el fenómeno como tal o con el fenómeno del «como tal». La imposibilidad,
aquélla que es posible para el Dasein, es precisamente que no haya o que ya no haya Dasein, que él ya no
lo sea más, que eso mismo que es posible se torne, imposible, dejando, a partir de entonces, de aparecer
como tal: nada menos que el fin del mundo, en cada muerte, cada vez que nos esperamos no volver a
poder esperarnos. Ni, por consiguiente, entendernos. La imposibilidad del «como tal», como tal, sería
posible para el Dasein y no, según Heidegger, para cualquier otra forma de ente o de ser vivo. Pero si la
imposibilidad del «como tal» es, en efecto, la imposibilidad del «como tal», también es lo que puede no
aparecer como tal. Ahora bien, esa relación con el desaparecer como tal del «como tal», de ese «como tal»
que Heidegger quiere convertir en la marca distintiva y en el poder propio del Dasein, es asimismo el rasgo
común tanto de las formas inauténticas como de las formas auténticas de la existencia del Dasein, de
todas las experiencias de la muerte (morir propiamente, perecer y fallecer) y luego, fuera del Dasein, de
cualquier ser vivo en general. Rasgo común no significa homogeneidad, sino imposibilidad de un límite
absolutamente puro y rigurosamente infranqueable (en términos de existencia o de conceptos) entre una
analítica existencial de la muerte y una antropo-teología fundamental y, seguidamente, entre unas culturas
antropológicas y unas culturas animales de la muerte. En contra de Heidegger o prescindiendo de él, se
podrían poner en evidencia mil signos que muestran que los animales también mueren. En medio de las
innumerables diferencias estructurales que separan a una «especie» de otra y que deberían ponernos en
guardia frente a cualquier discurso sobre la animalidad o la bestialidad en general los animales tienen una
relación muy significativa con la muerte, con el asesinato y con la guerra (y, por lo tanto, con las fronteras),
con el duelo y con la hospitalidad, etc., aun cuando no tengan relación con la muerte como tal ni con el
«nombre» muerte como tal. Ni, por las mismas, con el otro como tal, con la pureza como tal de la alteridad
del otro como tal.
Pero, ¡tampoco el hombre, precisamente!, ni el hombre en tanto que Dasein, suponiendo que, en adelante,
se pueda decir el hombre, y el hombre en tanto que Dasein, de forma muy rigurosa. Quién nos asegurará
que el nombre, el poder de nombrar la muerte (como lo otro, y es lo mismo) no participa tanto de la
disimulación del «como tal» de la muerte como de su revelación, y que el lenguaje no es, justamente, el
origen de la no-verdad de la muerte? ¿Y del otro?
Porque, al revés, si la muerte es la posibilidad de lo imposible y, por lo tanto, la posibilidad del aparecer
como tal de la imposibilidad de aparecer como tal, el hombre, o el hombre como Dasein, tampoco
tiene nunca relación con la muerte como tal, solamente con el perecer, con el fallecer, con la muerte del
otro que no es el otro. La muerte del otro vuelve así a ser «primera», siempre primera, como la experiencia
del duelo que instaura mi relación conmigo mismo y constituye, en la différance -ni interna ni externa- que
la estructura, tanto la egoidad del ego como toda Jemeinigkeit. La muerte del otro, esa muerte del otro
en «mí», es, en el fondo, la única muerte nombrada en el sintagma «mi muerte», con todas las
consecuencias que se puedan sacar de ello. Es otra dimensión del esperarse como esperarse el uno al
otro; uno mismo se espera (en) la muerte esperándose el uno al otro hasta la edad más avanzada en una
vida que, de todos modos, habrá sido tan corta.
Ese no-acceso a la muerte como tal, sino sólo a aquello que no puede ser más que el umbral de la frontera,
el paso -como suele decirse- de las cercanías de una frontera, es también lo que Heidegger denomina lo
imposible, el acceso a la muerte como no-acceso a una no-frontera, como posibilidad de lo imposible. Pero
se puede dar la vuelta en contra de todo el dispositivo de Sein und Zeit, en contra de la posibilidad misma
de la analítica existencial, a lo que se encuentra así en el corazón de su posibilidad. Cuando Blanchot dice
constantemente39 -éste es entonces un largo lamento y no un triunfo de la vida- el imposible morir, la
imposibilidad ¡desgraciadamente! del morir, dice a la vez la misma cosa y otra muy distinta que Heidegger.
Se trata de saber solamente en qué sentido (en el sentido de la dirección y del trayecto) leemos la
expresión «posibilidad de la imposibilidad».
Si la muerte, posibilidad más propia del Dasein, es la posibilidad de su imposibilidad, aquélla se convierte
en la posibilidad más impropia y más ex-propiante, más inautentificadora. Desde ese momento, lo propio
del Dasein se ve, desde el adentro más originario de su posibilidad, contaminado, parasitado, dividido por
lo más impropio. Sin duda, Heidgger recuerda que la inautenticidad no es ni un accidente externo, ni un
pecado ni un mal que sobreviene por sorpresa a la existencia auténtica. Ahí es donde pretende al menos
disociar el Verfallen del pecado original así como de toda moral y de toda etología. Pero necesita
esencialmente esa distinción entre lo auténtico y lo inauténtico, y asimismo entre las diferentes formas del
fina(liza)r que son el morir propiamente dicho, el perecer y el fallecer.
Ahora bien, semejantes distinciones se hallan amenazadas en su principio, resultan en verdad
impracticables desde el momento en que se admite que una posibilidad última no es sino la posibilidad de
una imposibilidad -y que una cierta expropiación del Enteignis habrá habitado siempre lo propio de la
Eigentlichkeit antes incluso de ser nombrada en ella-, tal como sucederá más tarde.
Esto, que habita salvo si porta el nombre, lo apodaremos: marrano, por ejemplo. Jugando con la
arbitrariedad relativa de toda nominación, decidimos ese apodo, que un nombre siempre es, en memoria de
y de acuerdo con una figura del marrano, de lo cripto-judaico y de lo cripto-X en general. Se dice que la
historia de los marranos acaba de terminarse -como sugerimos hace un momento- con cierta declaración de
la corte de España. Siempre cabe creérselo.
No despleguemos por más tiempo esta «lógica» aporética. El principio de todas las consecuencias que se
puedan sacar de ella parece temible. Porque lo que garantiza su último recurso a la analítica existencial del
Dasein (a saber, el «como tal» de la muerte) es asimismo lo que arruina desde dentro su posibilidad
misma, comprometiendo: 1. Tanto el principio fenomenológico del «como tal» que regula su método; 2.
cómo las clausuras problemáticas que ésta dibuja en su relación con otros saberes; 3. como los límites
conceptuales que pone en marcha: por ejemplo, los límites entre el Dasein y el ser de otros entes
(Vorhandensein, Zuhandensein) o los otros seres vivos, entre el ser hablante que tiene un mundo y el
animal «pobre en mundo» (weltarm) (toda la diferencia del mundo; de lo que aquí va es de todas las
fronteras del mundo), pero también los límites entre fina(liza)r y perecer (enden/verenden), morir y
perecer (sterbenlverenden), morir y fallecer (sterben/ableben).
Podríamos añadir, en el idioma escogido para esta sesión, la distinción entre: 1. El esperarse uno mismo
([en] la muerte) en una vida siempre demasiado corta; 2. el esperarse (en) la muerte y que la muerte
venga (siempre demasiado pronto o demasiado tarde, a contratiempo) y 3. el esperarse el uno al otro
(en) la muerte como (en) los límites de la verdad.
Lo que parece que se niega es la posibilidad pura de (re)cortar. Entre la frontera, la clausura y la
demarcación, ¿quién sabría cortar esa trenza en la que me he dejado apresar y que aquí abandono?
Dejándola abierta o que se deshilache por todos sus extremos, describamos, para terminar, los tres
movimientos de entorchado que la mantienen abierta y que, en el fondo, la hacen interminable, dicho de
otro modo, sin fin.
De lo que va, en primer lugar, es de la aporía, puesto que ése era el tema.
Lo que acabamos, espero, de vislumbrar y la lección que de ahí saco para el uso que he podido o que podré
hacer en adelante de la aporía es que, si hay que resistir la aporía, si ésa es la ley de todas las decisiones,

39 Véase sobre todo L'attente l'oubli (1962), Le pas au-delà (1973) [Trad. cast.: C. de Peretti, El Paso (no) más allá, Barcelona, Paidós,
1994], L'écriture du desastre (1980) [Trad. cast.: P de Place, La escritura del desastre, Caracas, Monte Ávila, 1990], que ahora habría
que releer y citar de parte a parte. Al no poder hacerlo aquí, remito al menos, de forma muy insuficiente, a las páginas de este último
libro que empiezan por «Morir quiere decir: muerto, ya lo estás, en un pasado inmemorial, con una muerte que no fue la tuya [...] Esa
muerte incierta, siempre anterior, testimonio de un pasado sin presente, nunca es individual [...]. La muerte imposible necesaria [...] sólo
se vive y se habla matando al infans dentro de uno mismo (también en el otro), pero qué es el infans?» (pág. 108 y sigs. [Trad. cast., pág.
61 y sigs.]). Tanto aquí como en otros lugares, se puede reconocer la referencia a Heidegger, sobre todo, a ese pensamiento de la muerte
como posibilidad de la imposibilidad» (pág. 114 [Trad. cast., pág. G4]). La aparente neutralidad de esta referencia (ni aprobación ni
crítica) merecería un paciente y original tratamiento que no podemos emprender aquí.
de todas las responsabilidades, de todos los deberes sin deber, para todos los problemas de frontera que
puedan presentarse alguna vez, no se puede simplemente resistir la aporía como tal. La aporía última
es la imposibilidad de la aporía como tal. Las reservas de este enunciado parecen incalculables; éste se
dice y cuenta con lo incalculable mismo.
La muerte, en tanto que posibilidad de lo imposible como tal, o también del como tal imposible: ésta es
una figura de la aporía en la que «muerte» y la muerte pueden sustituir -metonimia que arrastra al nombre
más allá del nombre y del nombre de nombre- a todo lo que no es posible, si lo hay, más que como lo
imposible: el amor, la amistad, el don, el otro, el testimonio, la hospitalidad, etc.
En segundo lugar, de lo que aquí va es de lo que, de antemano, desbarata cualquier estrategia
metodológica y cualquier estratagema de la delimitación. La circunscripción es lo imposible. Espero haber
conseguido convencerlos de que mi propósito no era justificar un pasar más allá del saber, de la antropotanatología,
de la biología o de la metafísica de la muerte hacia un pensamiento más radical, originario o
fundamental. Ya no podemos hacer como si el límite entre la antropología, por una parte, (aunque fuese
una antropología fundamental) y una ontología, una analítica existencial y, de forma más general, un
pensamiento más cuestionante de la muerte fuese una linde segura. Por el contrario, mi propósito consistía
en sugerir, con el ejemplo de Heidegger o del debate virtual entre Heidegger, Levinas y Freud, que esa
dimensión fundamentalista no se puede sostener, ni puede siquiera aspirar a coherencia o especificidad
rigurosa alguna. Resulta insostenible, aun cuando se piensen de forma original los límites de dicha
coherencia o de dicha especificidad bajo la forma del sistema, de la unidad de un campo o de una archiregión,
etc. Si la antropo-tanatología más rica o más necesaria no se puede fundamentar sino en unos
presupuestos que no dependen de su saber ni de su competencia, y si estos últimos remiten, pues, a un
estilo de cuestionamiento cuyos notables testigos son Heidegger, Freud o Levinas, dicho cuestionamiento
fundamental, por el contrario, ya no puede protegerse contra una recóndita contaminación bio-antropotanato-teológica.
Finalmente, ese contrabando contaminante, al seguir siendo irreductible, se infiltra desde el idioma mismo
de la analítica existencial. Siempre se podrá considerar a ésta como un testigo y le dejo a esta palabra de
testigo la ambigüedad con la que, tal vez aún lo recuerden ustedes, hemos caracterizado aquella cláusula
de pertenencia sin pertenencia que es la condición de todo testimonio. Y, en primer lugar, de su lengua. ¿Un
testigo de qué? Pues bien, precisamente, de aquello mismo de lo que ésta se desmarca, aquí ante todo de
la cultura marcada por las religiones así llamadas del Libro. Ya que, a pesar de todas las distancias
adoptadas respecto de la antropo-teología, incluso de la onto-teología cristiana, la analítica de la muerte, en
Sein und Zeit, reinscribe o reimprime todos los motivos esenciales de la misma mediante una repetición
que sigue excavando su originariedad hasta su fundamento ontológico, ya se trate de la caída o del
Verfallen en la inautenticidad de la distracción o del divertimento, de la sollicitudo y de la cura o de la
preocupación (Sorge), del pecado, de la culpabilidad originaria (Schuldigsein) o de la angustia y, en
cuanto a los textos, tanto si se trata de san Agustín, del Maestro Eckhart, de Pascal, de Kierkegaard como
de algunos otros. Cualquiera que sea el enigma de esa repetición, así como del concepto de repetición
puesto en marcha por Heidegger, diremos solamente, sin podernos adentrar aquí en el corazón de las
cosas, que ni el lenguaje ni la andadura de esa analítica de la muerte son posibles sin la experiencia
cristiana, incluso judeo-cristiano-islámica, de la muerte que aquélla atestigua. Sin dicho acontecimiento y
sin la irreductible historicidad que éste atestigua. Lo mismo se podría decir de los pensamientos de Freud y
de Levinas, mutatis mutandis. El único rasgo que aquí podemos retener, habida cuenta de lo que
acabamos de vislumbrar respecto de las fronteras, demarcaciones y límites, es el de una inclusión
irreductiblemente doble: el incluyente y el incluido intercambian con regularidad sus lugares en esa extraña
topografía de los bordes. En lugar de desplegar más extensamente su concepto, indico solamente un
ejemplo de ello.
Por una parte, se puede leer semejante historia de la muerte en el Occidente cristiano, por ejemplo la de
Ariès. y cualesquiera que sean su riqueza o su novedad, como una pequeña monografía que viene a ilustrar
en nota hasta qué punto ésta depende, en sus presupuestos, de la potente y universal delimitación que es
la analítica existencial de la muerte en Sein und Zeit. Ésta desborda y, por consiguiente, incluye de
antemano ampliamente el trabajo del historiador, por no decir del biólogo y del teólogo de la muerte. Y
asimismo lo condiciona y está constantemente presupuesta en él.
Pero, por otra parte, se puede tener la tentación, por el contrario pero igual de legítimamente, de leer
Sein und Zeit como un pequeño documento tardío entre tantos y tantos otros en el gran archivo en el que
se acumula la memoria de la muerte en la Europa cristiana. Cada uno de estos dos discursos sobre la
muerte es mucho más comprensivo que el otro, más grande y mas pequeño que lo que trata de incluir o de
excluir, más o menos originario, más o menos antiguo, joven o viejo.
Tal vez tengamos la edad, una edad entre otras, de esa anacronía.
Cómo se puede tener una edad entre otras? Cómo calcular la edad de un marrano, por ejemplo?
Si se llama marrano, figuradamente, a cualquiera que permanezca fiel a un secreto que no ha elegido, allí
mismo donde habita, en casa del habitante o del ocupante, en casa del primer o del segundo arribante, allí
mismo en donde reside sin decir no pero sin identificarse con la pertenencia, pues bien, en la noche sin
contrario en donde lo mantiene la ausencia radical de cualquier testigo histórico, en la cultura dominante
que, por definición, dispone del almanaque, dicho secreto conserva al marrano antes incluso de que éste lo
guarde a él.
Pues, ano se puede pensar que semejante secreto sustrae a la historia, a la edad y al envejecimiento?
En virtud de esta anacronía, marranos de todas formas, marranos que somos, lo queramos o no, lo
sepamos o no, y disponiendo de un número incalculable de edades, de horas y de años, de historias
intempestivas, a la vez más grandes y más pequeñas las unas que las otras, esperándose todavía la una a
la otra, seríamos constantemente más jóvenes y más viejos, en una última palabra, infinitamente finitos.
Jacques Derrida
15 de Julio de 1992
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Jacques Derrida

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NéSTOR PERLOnGHER
mATaN A un MARICA
néstor perlongher, argentina, 1949-1992. poeta y ensayista. austria-hungria (1980) alambres (1987) hule
(1989) parque lezama (1990) aguas aéreas (1990) chorreo de las iluminaciones (1992)
corto pero ligero
(Y no habría de ser: esa chupada, ese lambeteo: cebado el mate
junto al fogón de los arrieros, que arden de...
ese descanso de la tropa alzada, en grupas: no
habría de bajarme el chiripá, descendiendo a este
encuentro. Ahora susurra el viento en la ventana
que da al aljibe: hurras blande
no desacordonarme la manea
donde tremolo temblorosa?)
Una historia de sables, de pistolas
De trincheras con flores de sapo y de zarza parrilla
Como hecha a dedo, a pecho
Echada en el camino de Tarija
Por un gendarme ríspido, montés
Trasiego, belicosa?
Belfo y flande
Congoja
Si tuviera que ver este lenguaje
con el terror de esos paisanos
que al ver al General piensan en Hoffman
Si su respiración no moviera las borlas de la cama de Rosas,
de Esmeralda
Y él no se lo encontrase, al regreso de un vado, en la catrera:
en el encame jabonoso, como un lagarto entre los lienzos
aparece con labios de obsidiana y perfume de ajenjo: huele a chipre
(Si no me hubieras dicho qué paso
en esa noche de Cañuelas, la última
- un bolero: si bien -
aún te querría?)
Un general moviendo espadas en la sombra
Cacha y espuela, blonda y nácar
Coro de férulas:
Un general que agita los pendorchos
y se entrega al de enfrente, saltando los tapiales
es más mujer que hombre, es más mujer para ser hombre.
hombre de más para mujer: un general,
un artesano de la muerte '
Chupa, lame esta hinchazón del español
moreira
"Aquellos dos hombres valientes, con un corazón endurecido
al azote de la suerte, se abrazaron estrechamente
una lágrima se vio titilar en sus entornados párpados y
se besaron en la boca como dos amantes, sellando con
aquel beso apasionado la amistad que se habían profesado
desde pequeños."
Gutiérrez
Delia, arrastrándose por ese cuarto descampado, se hacía cargo de ese
espanto, esa barba arrancada que babeaba junto a la verga del amigo:
de ese despojo, de esa cornamenta
esa lengua amputada deslizando la baba por el barbijo de ese vientre
Y si, querida Delia, ornada Dalia, no le hubieras dejado combatir?
Huyendo en ancas con el juez, haciendo estrecho el laberinto?
El laberinto de carcomas donde coleaban esos lagartos de las ruinas,
esas flores azules de las zanjas?
Ventruda campanilla!
Restallaba!
Si no
hubieras vestido esa pollera de muselina acampanada con flores tan
burocas que parecían no engarzarse y flotar muellemente en las
dobleces, en el bies (y el barbijo!): y estaban enredadas en el
clítoris-en los nervios musgosos del estribo
Oh rusa blanca
botando pozos y lagartos
y pifias de caballos encabritados que se boleaban en el ruedo,
tronchos
- era la moda Líberty (o Liberty) y cabeceabas espejada entre
andamios temblequeantes y casi ponzoñosos
El amigo Francisco
El amigo Giménez
El amigo Julián
con quien descangallada viste esa escena (torpe) de los besos:
esa lamida de las lenguas esos trozos de lenguas, paladares y
cristales brillosos, centelleantes, brillosos del strass que
desprendido
de las plumas del ñu hedia en la planicie
superficial, en balde
-en lo profundo, él y ese pibe de Larsen, en los remotos astilleros,
se zambullían en las canteras arenosas, en el vivero del Tuyú,
a pocas millas de la tumba
"a vos te dejo - dijo - el pañuelo celeste con que me até las bolas
cuando me hirió ese cholo, en la frontera; y el zaino amarronado;
y los lunares que vos creías tener y tengo yo, como en un sueño de
comparsas que por sestear pierden la anchura, el sitio justo de la
hendida; y se la pasan cercenados como botijas en el trance:
y se los come la luz mala
"y te dejo también esos tiovivos, con sus caballos de cartón que
ruedan empantanados en el barro; y cuántas veces ayudé a salir
del agua movediza a esos jinetes que fiados en la estrella montan
grupas hacia la comadreja; y se los come
"y también esos pastos engrasados donde perdí ese prendedor, de
plata, si lo encontrás es tuyo"
en el reformatorio
a Inés de Borbon Parma
O era ella que al entrar a ese reformatorio por la puerta de atrás
veía
una celadora desmayada: calesas de esa ventiluz: Inés, en los
cojines
de esa aterciopelada pesadumbre, picábase: hoy un borbón, mañana
un parma. La hallaban así, yerta: borboteaba. Los chicos se vigilaban
tiesos en su torno-y unos se acariciaban las pelotas debajo del
bolsillo
aunque estaba prohibido embolsar los nudillos, por el temor al
limo, pero se suponía que la muerte, o sea esa languidez de celadora
a lo cuan larga era en el pasillo, les daba pie para ello; y asimismo,
esta mujer, al caer, había olvidado recoger su ruedo, que quedaba
flotando - como el pliegue de una bandera acampanada-a la altura
del muslo; era a esa altura que los muchachos atisbaban, nudosos,
los
visillos; y ella, al entrar, vio eso, que yacía entre un montón de niños
- y el más pillo, como quien disimula, rasuraba el pescuezo de la
inane con una bola de billar; y un brillo, un laminoso brillo se abría
paso entre esa multitud de niños yertos, en un reformatorio, donde
la celadora repartía, con un palillo de mondar, los éritros: o sea las
alitas de esas larvas que habían sido sorprendidas cuando, al entrar
en la jaula, se miraban, deseosas, los bolsillos; o era una letanía la
que
ella musitaba, tardía, cuando al entrar al circo vio caer ante sí a
esos
dos, o tres, niños, enlazados: uno tenía los ojos en blanco y le
habían
rebanado las nalgas con un hojita de afeitar; el otro, la miraba
callado.
devenir marta
A lacios oropeles enyedrada
la toga que flaneando las ligas, las ampula
para que flote en el deambuleo la ceniza, impregnando
de lanas la atmósfera cerrada y fría del boudoir.
A través de los años, esa lívida
mujereidad enroscándose, bizca,
en laberintos de maquillaje, el velador de los aduares
incendiaba al volcarse la arena, vacilar
en un trazo que sutil cubriese
las hendiduras del revoque
y, más abajo, ligas, lilas, revuelo
de la mampostería por la presión ceñida y fina que al ajustar
los valles microscópicos del tul
sofocase las riendas del calambre, irguiendo
levemente el pezcuello que tornando
mujer se echa al diván
evita vive
1
Conocí a Evita en un hotel del bajo, ¡hace ya tantos años! Yo vivía, bueno, vivía, estaba con un marinero
negro que me había levantado yirando por el puerto. Esa noche, recuerdo, era verano, febrero quizás, hacía
mucho calor. Yo trabajaba en un bar nocturno, atendiendo la caja hasta las tres de la mañana. Pero esa
noche justo me peleé, con la Lelé, ay la Lelé, una marica envidiosa que me quería sacar todos los tipos.
Estábamos agarrándonos de las mechas detrás del mostrador y justo apareció el patrón: "Tres días de
suspensión, por bochinchera". Qué me importaba, rapidito me volví para la pieza, abro... y me la encuentro
a ella, con el negro. Claro, en el primer momento me indigné, además ya venía engranada de pelearme con
la otra y casi me le tiro encima sin mirarla siquiera, pero el negro –dulcísimo– me dirigió una mirada toda
sensual y me dijo algo así como: "Veníte que para vos también alcanza". Bueno, en realidad, no mentía, con
el negro era yo la que abandonaba por cansancio, pero en el primer momento, qué sé yo, los celos, el
hogar, la cosa que le dije: "Bueno, está bien, pero ésta ¿quién es?". El negro se mordió un labio porque vio
que yo había entrado en la sofocación, y a mí, en esa época, cuando me venía una rabieta era terrible –
ahora no tanto, estoy, no sé, más armoniosa–. Pero en ese tiempo era lo que podía decirse una marica
mala, de temer. Ella me contestó, mirándome a los ojos (hasta ese momento tenía la cabeza metida entre
las piernas del morocho y, claro, estaba en la penumbra, muy bien no la había visto): "¿Cómo? ¿No me
conocés? Soy Evita". "¿Evita?"–dije, yo no lo podía creer– . "¿Evita, vos?" –y le prendí la lámpara en la cara.
Y era ella nomás, inconfundible con esa piel brillosa, brillosa, y las manchitas del cáncer por abajo, que –la
verdad– no le quedaban nada mal. Yo me quedé como muda, pero claro, no era cosa de aparecer como una
bruta que se desconcierta ante cualquier visita inesperada. "Evita, querida" –ay, pensaba yo–"¿no querés un
poco de cointreau?" (porque yo sabía que a ella le encantaban las bebidas finas). "No te molestes, querida,
ahora tenemos otras cosas que hacer, ¿no te parece?" "Ay, pero esperá", le dije yo, "contame de dónde se
conocen, por lo menos". "De hace mucho, preciosa, de hace mucho, casi como del África" (después Jimmy
me contó que se habían conocido hacía una hora, pero son matices que no hacen a la personalidad de ella.
¡Era tan hermosa!) "¿Querés que te cuente cómo fue?" Yo ansiosa, total igual tenía el encame asegurado:
"Sí, sí, ay Evita, ¿no querés un cigarrillo?", pero me quedé con las ganas para siempre de enterarme de esa
mentira (o me habrá mentido el negro, nunca lo supe) porque Jimmy se pudrió de tanta charla y dijo:
"Bueno, basta", le agarró la cabeza –ese rodete todo deshecho que tenía– y se la puso entre las piernas. La
verdad es que no sé si me acuerdo más de ella o de él, bueno, yo soy tan puta, pero de él no voy a hablar
hoy, lo único que el negro ese día estaba tan gozoso que me hizo gritar como una puerca, me llenó de
chupones, en fin. Después al otro día ella se quedó a desayunar y mientras Jimmy salió a comprar facturas,
ella me dijo que era muy feliz, y si no quería acompañarla al Cielo, que estaba lleno de negros y rubios y
muchachos así. Yo mucho no se lo creí, porque si fuera cierto, para qué iba a venir a buscarlos nada menos
que a la calle Reconquista, no les parece... pero no le dije nada, para qué; le dije que no, que por el
momento estaba bien, así, con Jimmy (hoy hubiera dicho "agotar la experienc ia", pero en esa época no se
usaba), y que, cualquier cosa, me llamara por teléfono, porque con los marineros, viste, nunca se sabe. Con
los generales tampoco, me acuerdo que dijo ella, y estaba un poco triste. Después tomamos la leche y se
fue. De recuerdo me dejó un pañuelito, que guardé algunos años: estaba bordado en hilo de oro, pero
después alguien, no supe nunca quién, se lo llevó (han pasado tantos, tantos). El pañuelito decía Evita y
tenía dibujado un barco. ¿El recuerdo más vivo? Bueno, ella, tenía las uñas largas muy pintadas de verde –
que en ese tiempo era un color muy raro para uñas– y se las cortó, se las cortó para que el pedazo inmenso
que tenía el marinero me entrara más y más, y ella entretanto le mordía las tetillas y gozaba, así de esa
manera era como más gozaba.
2
Estábamos en la casa donde nos juntábamos para quemar, y el tipo que traía la droga ese día se apareció
con una mujer de unos 38 años, rubia, un poco con aires de estar muy reventada, recargada de maquillaje,
con rodete... Yo le veía cara conocida y supongo que los otros también, pero era un poco bobo, andaba con
Jaime que se estaba picando con Instilasa y yo le tenía la goma, se lo comenté en voz baja y él me dijo algo
así como: "cortála loco sabés que sí". Con los ojos en blanco, parecía hacerlo de modo impersonal. Nos
sentamos todos en el piso y ella empezó a sacar joints y joints, el flaco de la droga le metía la mano por las
tetas y ella se retorcía como una víbora. Después quiso que la picaran en el cuello, los dos se revolcaban
por el piso y los demás mirábamos. Jaime apenas me daba un beso largo, muy suave, para eso sí que era
genial, porque dos pendejos repálidos se rayaron totalmente entre lo gay y la vieja y se fueron. Pero
estaban los blues en la puerta y a los cinco minutos se aparecieron todos con el subcomisario inclusive,
chau loco, acá perdimos, menos mal que no había ningún menor porque Jaime había cumplido los 18 la
semana pasada, pero igual loco, le habíamos pedido el rouge a Evita y estábamos casi todos pintados como
puertas tipo Alice Cooper. Los azules entraron muy decididos, el comi adelante y los agentes atrás, el flaco
que andaba con un bolsón lleno de pot le dijo: "Un momento, sargento" pero el cana le dio un empujón
brutal, entonces ella, que era la única mujer, se acomodó el bretel de la solera y se alzó: "Pero pedazo de
animal, ¿cómo vas a llevar presa a Evita?" El ofiche pálido, los dos agentes sacaron las pistolas, pero el
comi les hizo un gesto que se volvieran a la puerta y se quedaran en el molde. "No, que oigan, que oigan
todos –dijo la yegua– , ahora me querés meter en cana cuando hace 22 años, sí, o 23, yo misma te llevé la
bicicleta a tu casa para el pibe, y vos eras un pobre conscripto de la cana, pelotudo, y si no me querés
creer, si te querés hacer el que no te acordás, yo sé lo que son las pruebas". (Chau, fue un delirio increíble,
le rasgó la camisa al cana a la altura del hombro y le descubrió una verruga roja gorda como una frutilla y
se la empezó a chupar, el taquero se revolvía como una puta, y los otros dos que estaban en la puerta
fichando primero se cagaban de risa, pero después se empezaron a llenar de pavor porque se dieron cuenta
de que sí, que la mina era Evita). Yo aproveché para chuparle la pija a Jaime delante de los canas que no
sabían qué hacer, ni dónde meterse: de pronto el flaco del trafic entró en el circo y se puso a gritar:
"Compañeros, compañeros, quieren llevar presa a Evita" por el pasillo. La gente de las otras piezas empezó
a asomarse para verla, y una vieja salió gritando: "Evita, Evita vino desde el cielo". La cosa es que los canas
se las tomaron, largaron a los dos pendejos que encima se hacían muy los chetos, y ella se fue caminando
muy tranquila con el flaco, diciéndole a la gente que estaba en el patio primero y después en la puerta:
"Grasitas, grasitas míos, Evita lo vigila todo, Evita va a volver por este barrio y por todos los barrios para
que no les hagan nada a sus descamisados". Chau loco, hasta los viejos lloraban, algunos se le querían
acercar, pero ella les decía: "Ahora debo irme, debo volver al cielo" decía Evita. Nosotros nos quedamos
quemando un poco más y ya nos íbamos, entonces algunas tipas nos hicieron pasar a las habitaciones para
que les contáramos –las mismas que hasta hacía una hora nos habían hecho una guerra que no podía ser–.
Jaime y yo les hicimos toda una historieta: ella decía que había que drogarse porque se era muy infeliz, y
chau, loco, si te quedabas down era imbancable. Claro, la gente no nos entendía, pero como no estábamos
haciendo laburo de base sino sólo public relations para tener un lugar no pálido donde tripear, no nos
importaba. Estábamos relocos y las viejas déle coparse con el llanto, nosotros les pedimos que ese bajón de
anfeta lo cortaran, sí, total, Evita iba a volver: había ido a hacer un rescate y ya venía, ella quería repartirle
un lote de marihuana a cada pobre para que todos los humildes andaran superbien, y nadie se comiera una
pálida más, loco, ni un bife.
3
Si te digo dónde la vi la primera vez, te mentiría. No me debe haber causado ninguna impresión especial, la
flaca era una flaca entre las tantas que iban al depto de Viamonte, todas amigas de un marica joven que las
tenía ahí, medio en bolas, para que a los guachos se nos parara pronto. La cosa es que todos –y todas–
sabían dónde podían encontrarnos, en el snack de Independencia y Entre Ríos. Allí el putito Alex nos
mandaba, cada vez que podía, viejos y viejas, que nos adornaban con un par de palos, así después a él le
hacíamos gratis el favor y no le andábamos afanando el grabador o las pilchas. De ésa me acuerdo por
cómo se acercó, en un Carabela negro manejado por un mariconcito rubio, que yo ya me lo había garchado
una vez en el Rosemarie. Con las pibas estábamos haciendo pinta junto al puesto de flores, así que me
llamó aparte y me dijo: "Tengo una mina para vos, está en el coche." La cosa era conmigo, nomás. Subí.
"Me llamo Evita, ¿y vos?" "Chiche", le contesté. "Seguro que no sos un travesti, preciosura. A ver, ¿Evita
qué?". "Eva Duarte", me dijo "y por favor, no seas insolente o te bajás". "¿Bajarme?, ¿bajárseme a mí?", le
susurré en la oreja mientras me acariciaba el bulto. "Dejáme tocarte la conchita, a ver si es cierto".
¡Hubieras visto cómo se excitaba cuando le metí el dedo bajo la trusa!
Así que fuimos al hotel de ella; el putito quiso ver mientras me duchaba y ella se tiraba en la cama.
También, con el pedazo que tengo, hacen cola para mirarlo nomás. Ella era una puta ladina, la chupaba
como los dioses. Con tres polvachos la dejé hecha y guardé el cuarto para el marica, que, la verdad, se lo
merecía. La mina era una mujer, mujer. Tenía una voz cascada, sensual, como de locutora. Me pidió que
volviera, si precisaba algo. Le contesté no, gracias. En la pieza había como un olor a muerta que no me
gustó nada. Cuando se descuidó abrí un estuche y le afané un collar. Para mí que el puto Francis se dio
cuenta, pero no dijo nada. Cuando me lo terminé de garchar me dijo, con la boca chorreando leche: "Todos
los machos del país te envidiarían, chiquito; te acabás de coger a Eva". Ni dos días habían pasado cuando
llego a casa y me encuentro a la vieja llorando en la cocina, rodeada por dos canas de civil. "Desgraciado –
me gritó–. ¿Cómo pudiste robar el collar de Evita?"
La joya estaba sobre la mesa. No la había podido reducir porque, según el Sosa, era demasiado valiosa para
comprarla él y no me quería estafar. Los de Coordina no me preguntaron nada: me dieron una paliza brutal
y me advirtieron que si contaba algo de lo del collar me reventaban. De esa esquina y del depto de los
trolos los vagos nos borramos. Por eso los nombres que doy acá son todos falsos.
matan a una marica
Lo primero que se ven son cuerpos: cuerpos charolados por el revoleo de una mirada que los unta; cuerpos
como películas de tul donde se inscribe la corrida temblorosa de un guiño; la hiedra viboresca de cuerpos
enredados (drapeado en erección) al poste de una esquina; cuerpos fijos los unos, en su dureza
marmoleante donde se tensa, preámbulo de jaba, jadeo en jade, la cuerda certera de una flecha; cuerpos
erráticos los otros, festoneando el charol aceitoso con rieles en almíbar caricias arañescas que se yerguen al
borde de la vereda pisoteada.
Cuerpos que del acecho del deseo pasan, después, al rigor mortis. En enjambre de sábanas deshechas las
ruinas truculentas de la fiesta, de lo festivo en devenir funesto: cogotes donde las huellas de los dedos se
han demasiado fuertemente impreso, torsos descoyuntados a bastonazos, lamparones azules en la cuenca
del ojo, labios partidos a que una toalla hace de glotis, agujeros de balas, barrosas marcas de botas en las
nalgas.
Transformación, entonces, de un estado de cuerpos. ¿Cómo se pasa de una orilla a la otra? ¿Cómo puede el
deseo desafiar (y acaso provocar) la muerte? ¿Cómo, en la turbulencia de la deriva por la noche, aparece la
trompada adonde se la quiso –sin restarle potencia ni espamento– tomar caricia? ¿Cómo el taladro del goce
–al que se lo prevé desgarrando en la fricción los nidos (nudosos) del banlon– realiza, en un fatal exceso, su
mitología perforante? Volutas y voluptas: una multiplicidad de perspectivas reclaman ser movilizadas para
asomarse a la oscura circunstancia en que el encuentro entre la loca y el macho deviene fatal.
"Homosexual asesinado en Quilmes". De vez en cuando, noticias de la muerte violenta de las locas ganan,
con macabro regodeo, pringan de lama o bleque los titulares sensacionalistas, compitiendo en fervor, en
columna cercana, con las cifras de las bajas del Sida. Ambas muertes se tiñen, al fin, de una tonalidad
común. Lo que las impregna parece ser cierto eco de sacrificio, de ritual expiratorio. La matanza de un puto
se beneficiaría, secreto regocijo, de una ironía refranera: "el que roba a un ladrón..."
Pocos meses atrás, una ola de asesinatos de homosexuales recorrió el Brasil. Entre noviembre del 87 y
febrero de este año, una veintena de víctimas, un verano caliente. Quiso la fatalidad que los muertos se
reclutaran entre personalidades conocidas ("Zas, la loca era famosa", prorrumpió un comisario ante el
hallazgo de un cadáver en bombacha): un director de teatro, algunos periodistas, modistas, peluqueros...
No bastaba, al parecer, el Sida con su campaña altisonante –una verdadera promoción de hades. Era
necesario recurrir a métodos más contundentes. Así, ametrallamiento de travestis en las callejas turbias de
San Pablo, achacado fabulosamente por portavoces policiales a un paciente de Sida deseoso de venganza –
pero de inequívocos rasgos paramilitares. Del mismo modo que la muerte de los homosexuales se liga, en el
actual contexto, casi ineludiblemente al Sida, la represión policial se asocia, en la producción de esos
cadáveres exquisitos, a lo que los ideólogos liberacionistas del 60 llamaban homofobia: una fornida fobia a
la homosexualidad dispersa en el cuerpo social. Se mezclan las cartas, sale culo, sobreviene la descarga.
Lejos de ser algo exclusivo de las veredas tropicales, la sangre de las locas suele salpicar también los
adoquines sureños. Se recordará la serie de ejecuciones desatadas cuando los estertores de la última
dictadura, a la luz odiosa del perdido fiord. O, asimismo, el ametrallamiento de los travestis que exhibían,
en la Panamericana la audacia de sus blonduras. En ambos casos, se impone la pregunta: ¿se trata, en
verdad, de conspiraciones de inspiración fascista (estilo Escuadrón de la Muerte o Triple A)? ¿O, más bien,
de cierto clima de terror contagioso que tensa hacia la muerte los ya tensos enlaces del submundo ("cuando
uno mata, matan todos", condenó un taxiboy durante la ola de crímenes porteños)?
En un librito recientemente publicado en San Pablo, El pecado de Adán, dos jóvenes periodistas, Vinciguerra
y Maia, se aventuran con argucia por los entretelones del ghetto, investigando las relaciones entre los
asesinos y sus víctimas. Si bien algunos de los homicidas eran policías o soldados –y varios de los crímenes
citaban, en su metodología (manos atadas a la espalda, bocas entoalladas, emasculaciones o inscripciones
en la carne, a la manera de la máquina kafkiana), el estilo de los Escuadrones de la Muerte (comandos
parapoliciales de exterminio de lúmpenes y de intervención en las guerras del hampa)–, ninguna
conspiración, ningún plan organizado, sino a lo sumo una ligera cita, la referencia al sacrificio justiciero. ¿De
qué justicia, en este caso, trátase?
Primero, ¿de qué se habla cuando se habla de violencia? Más allá de la indignación de los robos –que no
llega a compensar, con todo, el no tan secreto regocijo de los más–, no resulta fructífero pensar la violencia
en tanto tal, como hecho en sí. La violencia –dice Deleuze hablando de Foucault– "expresa perfectamente el
efecto de una fuerza sobre algo, objeto o ser. Pero no expresa la relación de poder, es decir, la relación de
la fuerza con la fuerza". ¿De qué fuerzas, en el caso de la violencia antihomosexual, se trata? Dicho de otra
manera: ¿cuáles son las fuerzas en choque, cuál el campo de fuerzas que afecta su entrechoque?
Para decirlo rápido, estas fuerzas convergen en el ano; todo un problema con la analidad. La privatización
del ano, se diría siguiendo al Antiedipo, es un paso esencial para instaurar el poder de la cabeza (logo-ego-
céntrico) sobre el cuerpo: "sólo el espíritu es capaz de cagar". Con el bloqueo y la permanente obsesión de
limpieza (toqueteo algodonoso) del esfínter, la flatulencia orgánica sublímase, ya etérea. Si una sociedad
masculina es –como quería el Freud de Psicologia de las Masas– libidinalmente homosexual, la contención
del flujo (limo azul) que amenaza estallar las máscaras sociales dependerá, en buena parte, del vigor de las
cachas. Irse a la mierda o irse en mierda, parece ser el máximo peligro, el bochorno sin vuelta (el no llegar
a tiempo a la chata desencadena, en El Fiord de Osvaldo Lamborghini, la violencia del Loco Autoritario;
Bataille, por su parte, veía en la incontinencia de las tripas el retorno orgánico de la animalidad). Controlar
el esfínter marca, entonces, algo así como un "punto de subjetivación": centralidad del ano en la
constitución del sujetado continente.
Cierta organización del organismo, jerárquica e histórica, destina el ano a la exclusiva función de la
excreción –y no al goce. La obsesión occidental por los usos del culo tiene olor a quemado; recuérdese el
sacrificio (¿previo empalamiento?) de los sodomitas descubiertos por el ojo de Dios. Si el progresivo
desplazamiento de la Teología a la Medicina como ciencia y verdad de los cuerpos ha de modificar el
tratamiento, pasando por ejemplo del fuego a la inyección, no por desinfectante la histeria de sutura
amenguará el picor de su insistencia, envuelta en fino, transparente látex. Así, si los argumentos
sesentaochescos de Hocquenghem en Le Desir Homosexual que entendían la incansable persecución a los
homosexuales a través de un trasluz esfinterial ("Los homosexuales son los únicos que hacen un uso
libidinal constante del ano"), parecían, a juzgar por la inflación orgiástica del gay liberation y sus
"verdaderos laboratorios de experimentación sexual" (Foucault), haber perdido, a costa del relajo, el rigor
de su vigencia, el fantasma del Sida habrá, en los días de hoy, de actualizar el miedo ancestral a la mixtura
mucosa, al contacto del semen con la mierda, de la perla gomosa de la vida con la abyección fecal. De
reactualizar, en una palabra, el problema del culo.
"Para un gorila / no hay nada mejor / que romperle el culo / con todo mi amor": "romper el culo". O, en su
defecto, "dejarse tocar el culo": la grosería chongueril –andando siempre "con el culo en la boca": si cuando
digo la palabra carro, un carro pasa por mi boca, al decir culo... –insiste en posar en las asentaderas el
punto de toque del escándalo (...yo no diría del deseo...) Insistencia en el chiste pesado, cuya concreción,
en la "llanura del chiste" lamborghiana, desata la violencia (irresistible contar el argumento de "La Causa
Justa": dos compañeros de oficina se la pasan todo el día diciéndose : "Si fuera puto, me la meterías hasta
el fondo"; "si fueras puto, te acabaría en la garganta", y otras lindezas por el estilo hasta que un japonés,
que nada entiende sino literalmente, presentifica, recurriendo a la piña y al cuchillo, el subjuntivo).
La producción de intensidades, afirman Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, desafía, mina, perturba, la
organización del organismo, la distribución jerárquica de los órganos en el organigrama anatómico de la
mirada médica. Si a alguien se le escapa un pedo, ¿en qué medida ese aroma huele a una fuga del deseo?
Si el deseo se fuga , construyendo su propio plano de consistencia, es en el plano de los cuerpos, en el
estado de cuerpos del socius, que habrán de verse molecularmente las vicisitudes de esa fuga.
Resumiendo, la persecusión a la homosexualidad escribe un tratado (de higiene, de buenas maneras, de
manieras) sobre los cuerpos; sujetar el culo es, de alguna manera, sujetar el sujeto a la civilización, diría
Bataille, a la "humanización". Retener, contener. Y si esta obsesión anal, liga o ligamen en el lingam,
pareció ante el avance de la nueva "identidad" homosexual, disiparse, es porque esta última modalidad de
subjetivación desplaza hacia una relación "persona a persona" (gay/gay) lo que es, en las pasiones
marginales de la loca y el chongo, del sexo vagabundo en los baldíos, básicamente una relación "órgano a
órgano": pene/culo, ano/boca, lengua/ verga, según una dinámica del encaje; esto entra aquí, esto se
encaja allí... La homosexualidad, condensa Hocquenghem, es siempre anal. Puto de mierda.
En el orondo deambuleo de las maricas a la sombra de los erguidos pinos, mirando con el culo –ojo de
Gabes el anillo de bronce–, escrutando la pica en Flandes glandulosos, se modula, en el paso tembloroso, en
la pestaña que cautiva, hilo de baba, la culebra, el collar de una cuenta a pura pérdida. Perdición del
perderse: en el salir, sin ton ni son, al centro, al centro de la noche, a la noche del centro; en el andar
canyengue por los descampados de extramuros; en el agazaparse –astucia de la hidra o de la hiedra– en el
lamé de orín de las "teteras"; en la felina furtividad abriendo transversales de deseo en la marcha anodina
de la multitud facsimilizada; si toda esa deriva del deseo, esa errancia sexual, toma la forma de la caza, es
que esconde, como cualquier jungla que se precie, sus peligros fatales. Es a ese peligro, a ese abismo de
horror ("Paciencia, culo y terror nunca me faltaron", enuncia el Sebregondi Retrocede), a ese goce del
éxtasis –salir: salir de sí– estremecido, para mayor reverberancia y refulgor, por la adyacencia de la
sordidez, por la tensión extrema, presente de la muerte, que el deambuleo homosexual (¡curiosa
seducción!) el yiro o giro, se dirige de plano –aunque diga que no, aunque recule: si retrocede, llega– y
desafia, con orgullo de rabo, penacho y plumero.
Busquemos un ejemplo alejado del frenesí de neón del yiro furioso: El lugar sin Límites, de Donoso. En un
polvoso burdel chileno, la loca (la Manuela) se deja seducir, aún a sabiendas de su peligrosidad, por un
chongo camionero, para el cual, tras intentar rehuirle, se pone su mejor vestido rojo, cuyos volados le
hacen, por ensuciar irresistiblemente con su mucílago el bozo del macho, de corona y sudario. El deseo
desafia –por pura intensidad– la muerte; es derrotado.
Más acá de este extremo –constante como fijo– de la ejecución final, la tentación de abismo no deja de
impulsar –sus revoleos, sus ondulaciones– la nómade itinerancia de las locas. ¿No habrá algo de "salir de sí"
en ese "salir a vagar por ahí", a lo que venga? La transición –imposición especular de la ley– intercepta esta
fuga peregrina, y la hace aparecer como negación de aquello de que huye, disuelve (o maquilla) la
afirmación intensiva de la fuga haciéndola pasar por un mero reverso de la ley. Estamos cerca y lejos de
Bataille: cerca, porque en él la ley esplende como instauradora de la transgresión; lejos, porque el
"desorden organizado" que la ruptura inaugura no se termina de encajar, con sus vibraciones pasionales, su
pérdida en el gasto de la joya en el limo, en algún supuesto reverso de la ley –con relación a la cual afirma
la diferencia de un funcionamiento irreductible.
No por ser fugas las vicisitudes de los impulsos nómades tienen que ser románticas, sino más bien lo
contrario: la fuga de la normalidad (ruptura en acto con la disciplina familiar, escolar, laboral, en el caso de
lúmpenes y prostitutos; quiebra de los ordenamientos corporales y, en ocasiones, incluso personológicos,
etc.) abre un campo minado de peligros. Veamos el caso de los taxiboys (michés en el Brasil), practicantes
de la prostitución viril, que elevan el artificio de una postura hipermasculina como certificado de chonguez,
siendo esa recusa a la "asunción homosexual" demandada, por otra parte, por los clientes pederastas, que
buscan precisamente jóvenes que no sean homosexuales. Entre michés, taxiboys, hustlers de Norteamérica,
chaperos de España, tapins de Francia y toda la gama de vividores, lúmpenes, desterrados, fugados o
simplemente confundidos, pasajeros en tránsito por las delicias del infierno, suelen reclutarse los propios
ejecutores de maricas. Es como si el empeño en mantener el peso de una representación tan poderosa –el
centro del machismo descansando en el miembro de un fresco adolescente–, se grabase –a la manera más
del tajo de Lamborghini que del tatuaje de Sarduy– con tanta profundidad en los cuerpos, que les ritmase el
movimiento. Así, Genet opone –observa Sartre–la dura rigidez del cuerpo del chongo, a la fragorosa seda de
la loca: "La misma turgencia que siente el macho como el endurecimiento agresivo de su músculo, la sentirá
Genet como la abertura de una flor".
El maquillado virilismo que el chonguito despliega en un campeonato de astucias libidinosas –la inflexión de
la curva de la nalga, la cuidada inflación de la entrepierna, la voz que sale de los huevos..., toda esa
disposición de la superficie intensiva en tanto película sensible, estaría, por así decir, "antes", o más acá, de
los procedimientos de sobrecodificación que, en su nombre, se internan y funcionan. Si ese rigor marmóreo,
tenso, de los músculos del chulo, es proclive a favorecer –el suave desliz de una mano en lo alto del muslo
hacia las hondonadas de la sagrada gruta, o un abrazo demasiado afectuoso, o el asomo de un cierto
amor...– eclosiones microfascistas, ataques a sus clientes y proveedores en los que el afán de confiscación
expropiatoria no alcanza a justificar las voluptuosidades de crueldad, también se puede pensar que el
microfascismo está contenido en cada gesto, en cada detalle de la mampostería masculina "normal" –de
cuyo simulacro los michés extraen, para impulsarla suelta por las orgías sucesivas del mundo de la noche,
una calidad libidinal, habitualmente oculta en el figurín sedentario de los adultos heteros. MachismoFascismo,
rezaba una vieja consigna del minúsculo Frente de Liberación Homosexual. Tal vez en el gesto
militar del macho está ya indicado el fascismo de las cabezas. Y al matar a una loca se asesine a un devenir
mujer del hombre.
la desaparición de la homosexualidad
Archipiélagos de lentejuelas, tocados de plumas iridiscentes (en cada vertebración de la cadera trepidante,
las galas de cien flamencos que flotan en el aire tornado un polvo rosa), constelaciones de purpurinas
haciendo del rostro una máscara más, toda una mampostería kitsch, de una impostada delicadeza, de una
estridencia artificiosa, se derrumba bajo el impacto (digámoslo) de la muerte. La homosexualidad (al menos
la homosexualidad masculina, que de ella se trata) desaparece del escenario que tan rebuscadamente había
montado, hace mutis por el foro, se borra como la esfumación de un pincelito en torno de la pestaña
acalambrada, acaramelada. Toda esa melosidad relajante de pañuelitos y papel picado irrumpiendo en la
paz conyugal del dormitorio, por ellas (o por ellos: ah, las elláceas), a gacelas subidas y por toros asidas y
rasgadas, convertido en un campo de batallas de almohadones rellenos de copos de algodón hecho de
azúcares pero en el fondo, siempre, como un dejo de hiel, toda esa parafernalia de simulaciones escénicas
jugadas normalmente en torno de los chistes de la identidad sexual, derrumbase –diríamos, por inercia del
sentido, con estrépito, pero en verdad casi suavemente–, en un desfallecimiento general. La decadencia
sería romántica si no fuese tan transparente, tan obscena en su traslucidez de polietileno alcanforado
Desvanécese, pero sin descender a los abismos de donde supónese emergida gracias al escándalo de la
liberación, sino yéndose, deshilachándose en un declive casi horizontal continuando cierta existencia menor
–de una manera, claro está, atenuada, levísima como la difuminación de un esfumino– en una suerte de
callado cuarto al lado –el cuarto de Virginia Wolf, tal vez, pero en silencio, habiendo renunciado a los
célebres y conmovedores parties.
Es preciso aclarar: lo que desaparece no es tanto la práctica de las uniones de los cuerpos del mismo sexo
genital, en este caso cuerpos masculinos (y de la parodia, renegación y franeleo de ésta dada –en el sentido
de don– masculinidad, trata en abundancia su imaginario), sino la fiesta del apogeo, el interminable festejo
de la emergencia a la luz del día, en lo que fue considerado como el mayor acontecimiento del siglo XX: la
salida de la homosexualidad a la luz resplandeciente de la escena pública, los clamores esplendorosos del –
dirían en la época de Wilde– amor que no se atreve a decir su nombre. No solamente se ha atrevido a
decirlo, sino que lo ha ululado en la vocinglería del exceso. Acaba, podría decirse, la fiesta de la orgía
homosexual, y con ella se termina (¿acaso no era su expresión más chocante y radical?) la revolución
sexual que sacudió a Occidente en el curso de este tan vapuleado siglo. Se cumple, de alguna manera, el
programa de Foucault, enunciado –para sorpresa de la mayoría y duradera estupefacción de los militantes
de la causa sexual– en el primer volumen de la Historia de la sexualidad. El dispositivo de sexualidad,
vaciado, saturado, revertido, vive –aun cuando sea posible vaticinarle el vericueto de alguna treta, alguna
sobrevivencia en la adscripción forzada y subsunción a otros dispositivos más actuales y más potentes–,
acaso en la cúspide de su saturación, un manso declive.
Un declive tan manso que si uno no se fija bien no se da cuenta es el de la homosexualidad contemporánea.
Porque ella abandona la escena haciendo una escena patética y desgarradora: la de su muerte. Debe haber
algún plano –no el de una causalidad– en que esa contigüidad entre la exacerbación desmelenada de los
impulsos sexuales ("verdaderos laboratorios de experimentación sexual", diría Foucault) y la llegada de la
muerte en masa del Sida, algún espacio imaginario, o con certeza literario, donde esa contigüidad se cargue
de sentido, sin tener obligatoriamente que caer en fáciles exorcismos de santón. Sea como fuere, hay una
coincidencia. Cabrá a los historiadores determinar la fuerza y la calidad de la irrupción morbosa en el
devenir histórico, comprenderlas. A los que ahora la sentimos no se nos puede escapar la siniestra
coincidencia entre un máximo (un esplendor) de actividad sexual promiscua particularmente homosexual y
la emergencia de una enfermedad que usa de los contactos entre los cuerpos (y ha usado, en Occidente,
sobre todo los contactos homosexuales) para expandirse en forma aterradora, ocupando un lugar crucial en
la constelación de coordenadas de nuestro tiempo, ep parte por darse allí la atractiva (por misteriosa y
ambivalente) conclusión de sexo y muerte.
Se puede pensar que nunca la orgía llegó a tal exceso como bajo la égida de la liberación sexual (y más
marcadamente homosexual) de nuestro tiempo. El libro de Foucault puede anticipar esa inflexión –que
ahora parece verificarse ya no en el plano de las doctrinas, sino en las prácticas corporales–, porque él nos
muestra cómo la sexualidad va llegando a un grado insoportable de saturación, con la extensión del
dispositivo de sexualidad a los más íntimos poros del cuerpo social.
El dispositivo social desarrollado en torno de la irrupción del Sida lleva paradójicamente a su máxima
potencia la promoción planificada de la sexualidad –tratada ésta como un saber por un poder– y marca de
paso el punto de inflexión y decadencia. Es curioso constatar cómo estamos a tal punto imbuidos de los
modernos valores de la revolución sexual que nuestro primer impulso es denunciar coléricamente su reflujo.
No vemos la historicidad de esa revolución, no conseguimos relativizar la homosexualidad tal como ella es
dada (o era dada hasta ahora), enseñada y transmitida por médicos, psicólogos, padres, medios de
comunicación, amantes y amantes de los amantes –siendo esa ilusión de ahistoricidad intemporal
incentivada por buena parte del movimiento homosexual, que defiende la tesis de una esencia inmutable del
ser homosexual. Nuestra homosexualidad es un sexpol, o al menos se presenta y maneja, a pesar de la
homofobia de Reich, como uno de sus resultados. Un elemento político, un elemento sexual. Parece El Fiord
de Osvaldo Lamborghini (pero un Lamborghini sin éxtasis). A decir bien, ¿sin éxtasis?
Sabemos gracias a Bataille que la sexualidad (el "erotismo de los cuerpos") es una de las formas de
alcanzar el éxtasis. En verdad, Bataille distingue tres modos de disolver la mónada individual y recuperar
cierta indistinción originaria de la fusión: la orgía, el amor, lo sagrado. En la orgía se llegaba a la disolución
de los cuerpos, pero éstos se restauraban rápidamente e instauraban el colmo del egoísmo, el vacío que
producen en su gimnasia perversa resulta ocupado por el personalismo obsceno del puro cuerpo (cuerpo sin
expresión, o, mejor, cuerpo que es su propia expresión, o al menos lo intenta...). En el sentimentalismo del
amor, en cambio, la salida de si es más duradera, el otro permanece tejiendo una capita que resiste al
tiempo en el embargo de la sublimación erótica. Pero sólo en la disolución del cuerpo en lo cósmico (o sea,
en lo sagrado) es que se da el éxtasis total, la salida de sí definitiva.
Estamos demasiado aprisionados por la idea de sexualidad para poder entender esto. La sexualidad vale por
su potencia intensiva, por su capacidad de producir estremecimientos y vibraciones (¿sería, en esta escala,
el éxtasis una suerte de grado cero?) que se sienten en el plano de las intensidades. Pero no quiere decir
que sea la única forma, menos aún la forma obligatoria, como nos quieren hacer creer Reich y toda la
caterva de ninfómanos que lo siguen, aún discutiéndole algo, pero imbuidos del espíritu de la marcha
ascendente del gozo sexual. Nos suena ya una antigualla. Pero pensemos cuánto se ha luchado por llegar,
por conseguir, por alcanzar, ese paraíso de la prometida sexualidad. Con el Sida se va dando, sobre todo en
el terreno homosexual (pienso más en el brasileño, muy avanzado, ello es, donde se llegó a un grado de
desterritorialización considerable en las costumbres; en otros países menos osados ese proceso de reflujo
tal vez no se pueda ver con tanta claridad; es que es ta desaparición de la homosexualidad está siendo
discreta como una anunciación de suburbio, a muchos lugares la noticia tarda un poco en llegar, aún no se
enteraron...), otra vuelta de tuerca del propio dispositivo de la sexualidad, no en el sentido de la castidad,
sino en el sentido de recomendar, a través del progresismo médico, la práctica de una sexualidad limpia, sin
riesgos, desinfectada y transparente. Con ello no quiero postular un viva la pepa sexual, dios nos libre, tras
todo lo que hemos pasado (sufrido) en pos de la premisa de liberarnos, sino advertir (constatar, conferir)
cómo se va dando un proceso de medicalización de la vida social. Esto no debe querer decir (confieso que
no es fácil) estar contra los médicos ya que la medicina evidentemente desempeña, en el combate contra la
amenaza morbosa, un papel central.
El pánico del Sida radicaliza un reflujo de la revolución sexual que ya se venía insinuando en tendencias
como la minoritariamente desarrollada en los Estados Unidos que postulaban el retorno a la castidad. En
verdad la saturación ya venía de antes. La saturación parece inherente al triunfo del movimiento
homosexual en Occidente, al triunfo de la homosexualidad, que viene de un proceso bastante ajetreado y
conocido que no hace falta repetir aquí. Recordemos que la homosexualidad es una criatura médica, y todo
lo que se ha escrito sobre el pasaje del sodomita al perverso, del libertino al homosexual. Baste ver que la
moderna homosexualidad es una figura relativamente reciente, que, puede decirse, y al enunciarlo se lo
anuncia, ha vivido en un plano de cien años su gloria y su fin.
¿Qué pasa con la homosexual idad, si es que ella no vuelve a las catacu mbas de las que era tan necesario
sacarla, para que resplandeciese en la provocación de su libertinaje de labios refulgentemente rojos? Ella
simplemente se va diluyendo en la vida social, sin llamar más la atención de nadie, o casi nadie. Queda
como una intriga más, como una trama relacional entre los posibles, que no despierta ya encono, pero
tampoco admiración. Un sentimiento nada en especial, como algo que puede pasarle a cualquiera. Al
tornarla completamente visible, la ofensiva de normalización (por más que estemos tratando de cambiar la
terminología, más después de que Deleuze lanzó la noción de sociedades de control, como sustituyente de
las sociedades de disciplina de que habla Foucault, no es fácil llamar de una manera muy diferente a tan
profunda reorganización, o intento de reorganización de las prácticas sexuales, indicada sensiblemente por
la introducción obligatoria del látex en la intimidad de las pasiones) ha conseguido retirar de la
homosexualidad todo misterio, banalizarla por completo. No dan ganas, es cierto, de festejarlo, al fin y al
cabo fue divertido, pero tampoco es cuestión de lamentarlo. Al final, la homosexualidad (su práctica) no ha
sido una cosa tan maravillosa cuanto sus interesados apologistas proclamaran. No hay, en verdad, una
homosexualidad, sino, como dirían Deleuze y Guattari, mil sexos, o por lo menos, hasta hace bien poco, dos
grandes figuras de la homosexualidad masculina en Occidente. Una, de las locas genetianas, siempre
coqueteando con el masoquismo y la pasión de abolición; otra, la de los gays a la moda norteamericana, de
erguidos bigotitos hirsutos, desplomándose en su condición de paradigma individualista en el más abyecto
tedio (un reemplazo del matrimonio normal que consigue la proeza de ser más aburrido que éste). Me
arriesgaría a postular que la reacción de gran parte de los homosexuales frente a las campañas de
prevención está siendo la de dejar de tener relaciones sexuales en general, más que la de proceder a una
sustitución radical de las antiguas prácticas por otras nuevas "seguras", o sea con forro.
La homosexualidad se vacía de adentro hacia afuera, como un forro. No es que ella haya sido derrotada por
la represión que con tanta violencia se le vino encima (sobre todo entre las décadas del 30 y del 50, y, en el
caso de Cuba, todavía ahora se la persigue: una forma torturante de que conserve actualidad y alguna
frescura). No: el movimiento homosexual triunfó ampliamente, y está muy bien que así haya sido, en el
reconocimiento (no exento de humores intempestivos o tortuosos) del derecho a la diferencia sexual, gran
bandera de la libidinosa lidia de nuestro tiempo. Reconozcámoslo y pasemos a otra cosa. Ya el movimiento
de las locas (no sólo político, sino también de ocupación de territorios: un verdadero Movimiento al Centro)
empezó a vaciarse cuando las locas se fueron volviendo menos locas y tiesos los bozos, a integrarse: la
vasta maroma que fundía a los amantes de lo idéntico con las heteróclitas, delirantes (y peligrosas)
marginalidades, comenzó a rajarse a medida que los manflorones ganaron terreno en la escena social. El
episodio del Sid a es el golpe de gracia, porque cambia completamente las líneas de alianza, las divisorias
de aguas, las fronteras. Hay sí discriminación y exclusión con respecto a los enfermos del Sida, pero ellos –
recuérdese– no son solamente maricones. Ese estigma tiene más que ver, parece, con el escándalo de la
muerte y su cercanía en una sociedad altamente medicalizada. Su promoción aterroriza y sirve para
terminar de limpiar de una vez por todas los antiguos poros tumefactos y purulentos que la perversión
sexual ocupaba, en los cuales reía con la risa de los Divine (la loca de "Nuestra Señora de las Flores", la
inmensa travesti norteamericana). Asimismo, con la llegada de la visitante inesperada (así se llama la
última pieza de Copi), los antiguos vínculos de socialidad, ya resquebrajados por la quiebra de los lazos
marginales de que hablábamos, terminan de hacer agua y de venirse abajo. Es que con el Sida cambian las
coordenadas de la solidaridad, que dejan de ser internas a los entendidos, como sucedía cuando la
persecución, para pasarle por encima al sector homosexual y desbo rd arlo por tod as partes . Así, se nota
que son de un modo general las mujeres (las mujeres maduras) las que se solidarizan con los sidosos,
mientras que sus colegas de salón huyen aterrados.
Toda esa promoción pública de la homosexualidad, que ahora, por abundante y pesada, toca fondo, no ha
sido en vano. Ha dispersado las concentraciones paranoicas en torno de la identidad sexual, trayendo la
remanida discusión sobre la identidad a los salones de ver TV, hasta que todos se dieran cuenta de su
idiotez de base; al hacerlo, ha acabado favoreciendo cierto modelo de androginia que no pasa
necesariamente por la práctica sexual. Dicho de otra manera: las locas fueron las primeras en usar arito;
ahora se puede usar arito sin dejar de ser macho. Aunque ser macho ya no signifique mucho. De últimas, la
desaparición de la homosexualidad no detiene el devenir mujer que el feminismo (otro fósil en extinción)
inaugurara, lo consolida y asienta, más que radicalizarlo, y lima romando sus aristas puntiagudas.
Ahora, la saturación (por supuración) de esta trasegada vía de escape intensivo que significó, a pesar de
todo, la homosexualidad, con su reguero de víctimas y sus jueguitos de desafiar a la muerte (pensemos en
la pieza de Copi, víctima de Sida, Les Escaliers de lçotre Dame: una cohorte de travestis, chulos, malandras
y policías juegan a desafiar a la muerte en las escalinatas de la catedral, que hace de fondo lejano; desafio
que la llegada de la muerte masiva ha vuelto innecesario, entre macabro y ridículo), favorece que se
busquen otras formas de reverberación intensiva, entre las que se debe considerar la actual promoción
expansiva de la mística y las místicas, como manera de vivir un éxtasis ascendente, en un momento en que
el éxtasis de la sexualidad se vuelve, con el Sida, redondamente descendente.
Con la desaparición de la homosexualidad masculina (la femenina, bien valga aclararlo, continúa en cierto
modo su crecimiento y extensión, pero en un sentido al parecer más de corporación de mujeres que de
desbarajuste dionisíaco), la sexualidad en general pasa a tornarse cada vez menos interesante. Un siglo de
joda ha terminado por hartarnos. No es casual que la droga (aunque sean sus peores usos) ocupe
crecientemente el centro de las atenciones mundiales. Mal que mal, la droga (o por lo menos ciertas drogas,
los llamados alucinógenos) acerca al éxtasis y llama, mal que les pese a los cirqueros históricos, a algún
tipo de ritualización que la explosión de los cuerpos en libertinaje desvergonzado nunca se propuso (aunque
ya una heroína sadiana avisaba: "Hasta la perversión exige cierto orden").
Abandonamos el cuerpo personal. Se trata ahora de salir de sí.
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mICROFÍSICA DE LA IdiOTEZEjercicios antidiegéticos
jorge alberto aGuiar díaz

jorge alberto aguiar díaz. la habana, 1966. escritor y
poeta. adiós a las almas (2002). coordinador de
cacharro(s) y cer0 editores. resanó la cueva y vive en un
zoológico. ver cacharro(s) 1
(una mañana cualquiera)
J hablaba desde el inodoro mientras intentaba defecar en aquella postura de profunda cavilación, a saber:
una pierna sobre otra como tijeras enmohecidas, mano sosteniendo el mentón de puerco jíbaro, hombros
caídos como tetas de vaca vieja, en fin, la clásica postura que J había aprendido de los intelectuales que en
la televisión asistían a mesas redondas, conversatorios sobre el destino de la patria, o como acompañantes
en programas tragicómicos de magos y payasos del Circo Nacional. M estaba en la bañadera fregándose su
caparazón de noble ciudadano, y escuchaba noblemente.
—Gordo, por mucho que te quejes de nuestra mala suerte como Nación-Estado, para usar un lenguaje más
viteriano, tengo el deber de comunicarte que la ananké está de nuestro lado. Cuando bajes a la calle no
dejes de reparar en esos rostros sudorosos, agrietados, pálidos, cetrinos, avejentados ya a los treinta años,
descompuestos en su fisonomía euclidiana, rostros brumosos y brumarios, que reprimen un odio y una
agresividad que es pura poesía del instinto. Observa, gordo, no solamente es el trópico, o la forma de sus
cráneos braquiocéfalos con un índice cefálico no muy distante del germano o caucásico, no es nuestra
quijada árabe heredada de los andaluces, tiene que haber algo más, gordo, que explique nuestra obstinada
permanencia como cultura en este planeta superpoblado. Dije cultura y no, raza, para que no piensen que
mi delirio deviene paranoia fascista, ya sabes, lo típico de la mayoría de los discursos de nuestros artistas
sobre la singularidad de nuestra bullanguera estirpe. Míralos bien, como si en vez de ratas fueran hombres
de laboratorio, ¿no es extraordinario, gordo? Como escribió alguien usando bellas palabras de la tecnología
eléctrica, nuestra inteligencia tiene muchos volts pero en cambio muy pocos amperes. Bueno, gordo, ¿qué
quieres? ¿qué fuéramos perfectos? ¿No te basta tener a la ananké de nuestro lado?
● ●
(5:00 pm. A la salida del leprosorio de 17 y H. Según diversas fuentes.)
—Al menos, gordo, deberías tener claro algunas cosas elementales. Mira, donde hay hábito tienes que
introducir un acontecimiento, es decir, un nuevo tiempo y espacio que desarticule la repetición. ¿Vas
llevando carta? Se trata de que si el domingo te ibas a levantar a media mañana para pasarte el día con tu
muchacha, como haces domingo tras domingo, debes descartar desde ahora mismo ese sueño de proletario
humilde. ¿No te parece que para ser consecuente con lo que dije al principio deberías despertarte a la tres
de la madrugada, vestirte de miliciano, e irte a desfilar por la patria? Dime que no, gordo, y comprenderé
de una vez que nada comprendes.
M dudó pero terminó asintiendo con un ligero movimiento de cabeza. Aunque quisiera ser demasiado
asertivo tenía que mover la cabezota con sumo cuidado debido al peso bruto de su materia gris. En
cualquier momento, y ante el primer descuido, podía M irse de lado o caer de frente contra el mármol frío
de la institución. Porque ambos, en este relato, estaban de visita en una institución cultural de primer nivel.
M parecía de pronto, en aquel contexto y debido a su malformación craneana, un personaje de Paco Lobo
Hacha. Y como el mundo era muy pequeño en aquella ciudad municipal con ínfulas de provinciana, dio la
casualidad que pasaba por allí en ese momento el mismísimo Paco Lobo Hacha.
Incluso, vestido de miliciano.
—Hola, M y J —saludó con su afectado histrionismo de profesor de teatro—, si me lo permiten, ya que
ustedes aspiran a ser algún día escritores nacionales de esta institución nacional, les recomiendo que
cuando escriban un relato vigilen de cerca la verosimilitud. Las casualidades demasiado casuales afectan el
poder de persuasión de cualquier relato, sea éste realista, fantástico, o iconoclasta.
Lobo Hacha siempre usaba la palabra ―iconoclasta‖ como un aterciopelado comodín. Como era un buen
profesor, nada enteco por cierto, había leído a Umberto Eco, el semiótico claro está (aunque nuestro
profesor prefería decir, semiológo, y estiraba los labios como si fuera a pronunciar ―sémola‖ o ―semáforo‖ o
―sensibilidad‖, que era una nueva categoría estética inventada por él), y como lector apocalíptico de Eco,
decíamos, sabía que ―iconoclasta‖ era una palabra-maletín, una palabra-saco. De hecho a la hora de viajar
al extranjero la llevaba con él para traer los libros sobre el formalismo ruso que aún se empeñaba en leer.
—Hola —contestaron a dúo M y J.
—¿Se puede saber de qué hablaban? —preguntó sin malicia Lobo Hacha.
—Me explicaba J —contestó M con una candidez que partía el corazón, propia de aquella sensibilidad que
decía el profesor debía tener la literatura para ser gran literatura—, me explicaba J. que debíamos
parafrasear la frase de Casanova cuando dijo ―el mejor momento del amor es cuando se sube la escalera‖,
por esta otra, más nacional y poética, más telúrica, mas cercana a la sensibilidad de nuestros lectores, y ah,
mucho más verosímil, ―el mejor momento del amor es cuando nos mandan a desfilar un domingo‖.
Paco Lobo Hacha no entendió, o no quiso darse por enterado. Algunos testigos que merodeaban por allí
dicen que le escucharon mascullar mientras se alejaba por el pasillo frío de la institución de mármol ―par de
iconoclastas de mierda‖.
● ●
(Doce del día, después de varias protestas de M y J por el clima y los frijoles negros)
Se sentaron en un quicio frente al Agromercado. A J le molestaba el tipo que cada cinco segundos chillaba
―pan con lechón‖. Cada grito copiaba, con asombrosa exactitud, la compleja melodía de las consignas
políticas que los niños recitan en las escuelas. J dijo a M que debía pagarle un extra de cincuenta centavos
por la lección de ese día. M protestó. Intentó regatear. J dijo que no, y para que M entendiera que no iba a
aceptar sus reclamos, adoptó la línea melódica de los gritos del vendedor, y entonces M no sólo prefirió
callar sino que terminó pagando un peso de más.
—Gordo, tienes que ser capaz de gozar sin metafísica. Pero al mismo tiempo no puedes entregarte
solamente a las sensaciones, no puedes vivirlas a plenitud si no captas el concepto de tus acciones. Nunca
me cansaré de repetirlo. Si no dominas ideotemáticamente tus relaciones sexuales no podrás ubicarte como
amante, serás un mero epígono.
M. copiaba en su libreta.
―Además, no podrías vivir solamente de tus sensaciones porque te convertirías en un héroe sadiano, y esto
no es posible porque hace tiempo vivimos en la época de los antihéroes. ¿No has oído el cuento de los cinco
cerditos que se convirtieron en héroes? Es pura ficción, e imagino que no te lo hayas tomado en serio. En
todo caso podrías convertirte en un héroe menor. Pero no me compliques el día pidiéndome que te explique
lo que es el devenir menor, porque todo devenir, según Deleuze, es imperceptible, y tú estás muy gordo
para ser imperceptible.
M. seguí copiando en su libreta.
―Gordo mío, me dijiste una vez que tú y tu muchacha gozaban con Asfixiofilia ¿no es cierto? E imagino
que ya escuchaste el rumor de que el Estado piensa, (a veces yo trato al Estado como si fuera una
persona, y digo el Estado piensa, el Estado dice, el Estado pide, hay que cumplir con el Estado, pero me
gusta esa relación personalizada, a la verdad gordo que no admito el maltrato de la gente para con el
Estado); bueno, el rumor dice que el Estado piensa cambiar el fusilamiento por la horca. En ese caso, creo
que te has salvado porque el día que te condenen podrás morir sin dejar de gozar. Es más, gordo mío, yo
creo que el Estado llegó a la conclusión de que si cambia una pena capital por otra que hace gozar a sus
ciudadanos, llegará un momento en que la gente no sólo lo verá como un gran Estado sino que la propia
gente querrá morir. ―Hey, cuándo me toca a mí?‖ ―¿Se puede saber por qué están posponiendo mi
condena?‖ ―Vamos, vamos, acaben de lincharme de una vez‖‖ dirá el pueblo. Tu bien sabes como son
nuestros conciudadanos de apasionados y alegres, prefieren ser espontáneos antes que reflexivos, en una
palabra, somos gozadores. Podemos enseñarle al mundo lo qué es gozar de verdad. Lacan es un tarado que
sabía hablar del goce pero tan preocupado estaba con el asunto del significante que se le olvidó gozar. En
nuestro país es imposible que se dé un fenómeno tan monstruoso como Lacan. ¿Te imaginas un Estado
lacaniano? Ponte, gordo, a pensar, ¿no es preferible entonces la horca?
M. tomaba notas. Sintió hambre y miró hacia el tipo que vociferaba su pregón. J. continuó:
―Las personas que sienten pasión por la asfixiofilia, como tú, gordo, no tienen problemas. Ya se sabe que
antes de morir en la horca llegan a tener intensos orgasmos. En el momento del linchamiento ocurre la
Epifanía. Es más, yo creo que el Estado debería comenzar a dar conferencias y seminarios por televisión
para que la gente esté capacitada. Que cada cual aprenda todas las técnicas, no sólo narrativas, que por
supuesto hay que aprender a narrar el horror, sino fácticas, para aplicar los conocimientos en sus relaciones
sexuales. ¿Te das cuenta gordo, un pueblo que goce la asfixiofilia y se entrene como verdugo? Un nuevo
Estado y una nueva antropología, es eso lo que necesitamos. Una violencia ideológica y simbólica que nos
reafirme que nuestra sociedad ha hecho bien en basar su utopía en el divino triángulo enseñanza-pobrezacultura.

M. sentía que el hambre le apretaba el cuello.
―Dejémoslo por hoy, gordo. No cejes en tus fantasías. Sigue estrangulando a esa muchacha y que ella te
agarre el gaznate sin compasión. Son ustedes los pioneros del nuevo Estado que se avecina. Lo veo venir,
gordo, lo veo venir.
● ●
(circulan diversas versiones sobre este suceso pero hemos optado por reproducir la de nuestro colaborador menos
sanguíneo. Ocurrió en casa de M. Once de la noche, no habían probado bocado durante todo el día, esto lo
consideramos una atenuante, por supuesto).
J reflexionaba de todo corazón, mientras que M musitaba por lo bajo aquel bolero de ―vivo en un país libre
cual solamente puede ser libre‖.
—¿Cómo resolver el problema de nuestra política editorial, como le llaman tiernamente a las intromisiones
de nuestro Estado? El día que seamos capaces de leer a Foucault como ficción, y a Piñera como
pensamiento, daremos respuesta a esa pregunta. Mira, gordo, leer el contrarelato estatal como chisme de
barrio o de pasillo, al estilo de ―el ministro quiere renunciar para dedicarse a escribir‖. O, leer la ficción de
Estado como cuento de hadas para niños psicóticos, al estilo de ―aquí no se rinde nadie, cojones‖. ¿Qué que
tiene esto que ver con la política editorial? Tu pensamiento es demasiado lineal, gordo. El estado lee que
quien no lee lo que todos leen, es analfabeto y está fuera de lugar. ¿Recuerdas aquella consiga de ―nosotros
no le decimos al pueblo cree, le decimos lee‖, que se exhibía en cualquier feria del libro? Ahí tienes, ¿te das
cuenta que nuestro Estado sabe construir conexiones como si fuera él mismo un hipertexto esquizofrénico
diseñado por un loquero paranoico? Ahora bien, la gente exagera, no entiende, lo confunde todo, ¿por qué
el malestar de muchos para con el Estado? Mira, la gente no es capaz de comprender que el lenguaje del
Estado es prescriptivo. Me explico, ¿qué hacer sin no hay normas o reglas que regulen la vida desgraciada
de esa masa amorfa que cariñosamente llamamos pueblo? Deberes y derechos, dicho así, y nunca al revés,
son nociones que no pueden no pertenecer a ese lenguaje, a una vida tranquila, campechana, de ahí el
tierno propósito de nuestro Estado de considerarnos una gran familia. ¿No es bello, gordo? Siempre he
soñado con un Leviatán, sombra chinesca, padre manirroto, tío alcohólico. La idea del Estado como una
puta es demasiado liberal, y como un abuelo cascarrabias y parlanchín, demasiado aburrida. Pero la gente
es, aunque no lo sepa atomista, y algunos intelectuales con su proverbial oportunismo han mezclado ese
atomismo con Spinoza, ¿no te parece excesiva esa química, gordo? No vuelvas a preguntarme qué tiene
esto que ver con la política cultural porque tampoco soy culpable de los cócteles digestivos que el Estado
prepara como buen Mendeléiv disfrazado de Bobito de Abela. En fin, gordo, arréglatelas como pueda que yo
he tenido que leer mucho y pensar demasiado para llegar a este grado de lucidez.
● ●
(seis de la tarde mientras un tonto canta el tonto de la colina frente al hotel colina)
—Gordo, si Diógenes salió a la calle en busca de un hombre, yo quiero encontrar, al menos, a un sujeto.
¿No hay un sólo sujeto en esta ciudad?
J el flaco, preguntaba, con cierta angustia fratricida y un raro escozor en la garganta como si hubiera
ingerido mucha carne.
Una multitud de jóvenes descendía por las escalinatas de la universidad portando banderas, cartelones con
consignas políticas, dando gritos de vivas y salud eterna a los dirigentes, quienes eran según los gritos
jubilosos ―constructores y jardineros de nuestra invicta utopía‖ o ―seguidores incansable de la esencia
martiana‖ o ―lúcidos estadistas de una sublime rabdomancia sin paragón en la historia universal‖.
—Gordo, ayúdame a pasar éste vahído sociológico —decía J. sudoroso mientras observaba cómo los senos
juveniles de algunas manifestantes saltaba manifiestamente bajo las blusas escotadas y los pulóveres
acotados—. Gordo, ¿Estoy viendo pasar la Historia?
El Gordo, por otra parte, disimulaba el típico escozor intestinal debido a la falta de carne en la dieta diaria.
Cualquiera se apresuraría a definirlos como personajes piñerianos por el motivo de la carne o la idea de la
automutilación que comenzó a rondarlos en momento tan sublime, justo cuando deber y deseo confluían
para darle a carne el status de ideologema polisémico e isotópico.
—Un sujeto, Gordo, dame un sujeto para salir de esta inercia ontológica.
El Gordo, con su natural romanticismo teórico, comenzó a gritar pidiendo auxilio. Diez segundos después
apareció un pelotón de policías de civil.
—¿Qué pasa, ciudadano? –preguntó quien parecía ser el jefe aunque todos tenían cara de jefes.
—Yo no soy ningún ciudadano, soy un actor social.
Sonaban los pitos de madera, el cornetín chino, la percusión sandunguera.
—Ah, ¿es usted artista aficionado? ¿A qué grupo de teatro pertenece?
—A ninguno. Hemos llegado al fin de la era del homo sociologicus, ¿no se percatan ustedes de ello? Prefiero
ser un paria. Además, soy antihegeliano.
El Gordo comenzó a ponerse nervioso.
—¿Y usted, por qué se pone nervioso? —preguntó otro de los jefes.
—Tengo hambre —dijo.
Ahí mismo llegó la patrulla y los montaron sin darles tiempo a pensar el siguiente parlamento.
—Ah, mira quiénes son –exclamó el chofer—, el par de iconoclastas de mierda.
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Reflexiones en el barco
eL DÍA DEL aDIÓs (dIaRiO ArGENtINo)
Witold Gombrowicz
witold gombrowicz, polonia, 1904-1969. novelista y dramaturgo. ferdydurke (1937) transatlántico (1952)
pornografía (1960) cosmos (1965) diario argentino (1967)
XII
8 de abril
El puerto. Un café en el puerto, próximo al gigante blanco que habrá de llevarme... una mesita frente al
café, amigos, conocidos, saludos, abrazos, cuídate, no nos olvides, saluda de nuestra parte a... y de todo
aquello la única cosa que no murió fue una mirada mía, que por motivos desconocidos me restará para
siempre; miré casualmente al agua del puerto, por un segundo percibí un muro de piedra, un farol en la
acera, al lado un poste con una placa, un poco más allá las barquitas y las lanchas balanceándose, el césped
verde de la orilla... He aquí cuál fue para mí el final de la Argentina: una mirada inadvertida, innecesaria, en
una dirección casual, el farol, la placa, el agua, todo ello me penetró para siempre.
Estoy ya en el barco. Se inicia la marcha. Se aleja la costa y la ciudad emerge, los rascacielos con lentitud
se sobreponen unos a otros, las perspectivas se desdibujan, confusión entera de la geografía –jeroglíficos,
adivinanzas, equivocaciones– todavía se presenta "La Torre de los Ingleses" de Retiro, pero en un lugar que
no le corresponde, he aquí el edificio de correos, pero el panorama es irreconocible y fantasmagórico en su
enredo, algo de mala fe, prohibido, engañoso, como si malignamente la ciudad se cerrara frente a mí, ¡sé
ya tan poco de ella!... Me llevo la mano al bolsillo. ¿Qué sucede? Me faltan los doscientos cincuenta dólares,
que había llevado conmigo para el viaje, me palpo, corro al camarote, busco, quizá en el abrigo, en el
pasaporte, no, no hay nada. ¡Diablos! Tendré que cruzar el Atlántico con los pocos pesos que me han
quedado, ¡una suma aproximadamente equivalente a tres dólares!
Pero allá, afuera, la ciudad se aleja, concéntrate, no permitas que te despojen de esta despedida, corro de
nuevo a cubierta: ya sólo se veían oblicuamente en el extremo de la superficie del agua los indeterminados
torbellinos de la materia, una nebulosa calada tejida acá y allá con un contorno más claro, mi vista ya nada
captaba, tenía frente a mí un plasma en el que se adivinaba cierta geometría, pero era una geometría
demasiado difícil... Esta dificultad, sin cesar creciente y opresora, acompañaba al murmullo del agua
surcada por la proa de la nave. Y a la vez los doscientos cincuenta dólares perdidos se sumergían en los
veinticuatro años de mi estancia en la Argentina, aquella dificultad se desdoblaba en ese momento en
veinticuatro y dos cientos cincuenta. ¡Oh matemática misteriosa y engañosa! Doblemente robado fui a
recorrer el barco.
La cena y luego la noche que mi gran fatiga merecía. Al día siguiente salí a cubierta, murmullo, agitación,
azul del cielo, océano surcado profundamente, florecimiento tempestuoso de la espuma en el espacio
corroído por la demencia incesante de un movimiento violento, la proa del Federico apunta al cielo y vuelve
a hundirse en el abismo de agua, chorros de agua salada. no es posible permanecer parado sin asirse de
algo... allá a la izquierda, a unos quince kilómetros de distancia la costa del Uruguay, ¿serán aquellas acaso
las montañas que conozco, las que rodean Piriápolis?... Sí, sí, y ahora ya se ven los cubitos blancos de los
hoteles de varios pisos de Punta del Este y, juro, hasta llega a mí el brillo intenso que produce el sol al
reflejarse en el cristal de los automóviles –brillo agudo de largo alcance. Ese brillo procedente de un
automóvil en alguna bocacalle fue el último signo humano emitido para mi desde la América que conozco,
me llegó como un (grito en medio del desorden enorme del mar, bajo un cielo embrujado que intensificaba
la confusión total. ¡Adiós América! ¿Cuál América?
La tormenta con la que nos saludó el Atlántico no era nada habitual (me comentó después el steward que
desde hacía mucho tiempo que no había visto otra semejante), el océano era omnipotente) el viento
ahogaba. y yo sabía que en este desierto enloquecido surgía ya delante de mi, indicada por nuestra brújula
Europa. Sí, se acercaba y yo no sabía aun qué dejaba tras de mí. ¿Cuál América? ¿Cuál Argentina? Oh, ¿en
realidad qué fueron esos veinticuatro años? ¿Con qué regresaba a Europa? De todos los encuentros que me
aguardaban había uno especialmente molesto... tenía que encontrarme con un barco blanco... salido del
puerto polaco de Gdynia con rumbo a Buenos Aires..., tenía que encontrarme inevitablemente con él, tal vez
dentro de una semana, a mitad del océano. Era el Chrobry. El Chrobry de agosto de 1939 en cuya cubierta
me hallaba con el señor Straszewicz y el senador Rembielinski y el ministro Mazurkiewicz... ¡alegre
compañía!... sí, sabía que tenía que encontrarme con aquel Gombrowicz rumbo a América, yo Gombrowicz
el que partía ahora de América. Cuánta curiosidad me consumía en aquel entonces, ¡monstruosa!, respecto
a mi destino; sentía entonces mi destino como si estuviera en un cuarto oscuro, donde no se tiene idea con
qué va uno a romperse la nariz. ¡Qué hubiera dado por un mínimo rayito de luz que iluminara los contornos
del futuro...! y heme aquí acercándome a aquel Gombrowicz, como solución y explicación, yo soy la
respuesta.
¡Pero seré una respuesta a la altura de la tarea? ¿Seré capaz de decirle algo al otro cuando el barco emerja
de la brumosa extensión de las aguas con su chimenea amarilla y potente, o tendré que permanecer
callado...? Sería lastimoso. Y si aquél me pregunta con curiosidad:
–¿Con qué regresas? ¿Quién eres ahora?... –yo le responderé con un gesto de perplejidad y las manos
vacías, con un encogimiento de hombros, quizás con algo parecido a un bostezo:
–¡Aaay, no lo sé, déjame en paz!
El balanceo, el viento, el murmullo, el enorme encrespamiento de las olas bullentes y turbias se funden en
el horizonte con el cielo inmóvil, que con su inmovilidad inmortaliza la liquidez. . y a lo lejos, a la izquierda,
aparece vagamente la costa americana, como un preámbulo al recuerdo... ¿seré incapaz de dar otra
respuesta? ¿Argentina? ¡Argentina! ¿Cuál Argentina? ¿Qué fue eso? ¿Argentina? Y yo... ¿qué es ahora ese
yo?
Mareado, porque la cubierta se me escapa bajo los pies en todas direcciones, me aferro a la barandilla,
titubeo, me dejo llevar por el torbellino, aturdido por el viento; a mi alrededor: rostros verdes, miradas
turbias, figuras encogidas. Me suelto de la baranda y realizando un milagro de equilibrio, avanzo. .. de
pronto miro, hay algo en una tabla de cubierta, algo pequeño.
Un ojo humano. No hay nadie, sólo junto a la escalera que conduce a la cubierta del puente un marinero
que mastica chicle.
Le pregunto:
–¿De quién es este ojo?
Se encoge de hombros.
–No lo sé, sir.
–¿Se le cayó a alguien o se lo arrancaron?
–No vi a nadie, sir. Está ahí desde la mañana; lo habría levantado y guardado en una cajetilla, pero no
puedo apartarme de la escalera. Iba a continuar mi marcha interrumpida hacia mi camarote, cuando
apareció un oficial en la escalera de la escotilla.
–Aquí en cubierta hay un ojo humano
Manifiesta gran interés:
–¡Diablos! ¿Dónde?
–¿Piensa usted que se le haya caído a alguien o que le fue sacado?
El viento me arrebataba las palabras, había que gritar, pero el grito también huía de la boca, se hundía
irremisiblemente en la lejanía. Seguí caminando; oí un gong que anunciaba el desayuno. El comedor estaba
vacío, el vómito general había hecho desertar a toda la gente. Éramos sólo seis audaces, con la vista fija en
el "bailoteo" del suelo y en la inverosímil acrobacia de los camareros. Mis alemanes (porque
desgraciadamente me sentaron con un matrimonio alemán, que habla tanto español como yo alemán) no
aparecieron. Pedí una botella de Chianti y los doscientos dólares se me clavan una vez más como un
enorme alfiler. ¿Con qué voy a pagar la cuenta que ahora estoy firmando? Después del desayuno envío un
radiotelegrama a mis amigos de París para que me giren al barco doscientos dólares. Viajo cómodamente,
tengo un camarote exclusivamente para mi, la cocina como antaño en el Chrobry es excelente, puro
placer... ¿No morir? ¿Qué es este viaje sino un viaje hacia la muerte?... Las personas de cierta edad ni
siquiera deberían moverse, el espacio está demasiado relacionado con el tiempo, el impulso del espacio
resulta una provocación al tiempo, todo el océano está hecho más bien de tiempo que de inmensas
distancias, es un espacio infinito, se llama: muerte. Da lo mismo.
Al analizar mis veinticuatro años de vida argentina percibí sin dificultad una arquitectura bastante clara,
ciertas simetrías dignas de atención. Por ejemplo, había tres etapas, de ocho años cada una: la primera
etapa, miseria, bohemia, despreocupación, ocio, la segunda etapa, siete años y medio en el Banco, vida de
oficinista; la tercera etapa, una existencia modesta, pero independiente, un prestigio literario en ascenso.
Podía también enfocar ese pasado estableciendo ciertos hilos: la salud, las finanzas, la literatura... u
ordenándolo en otro sentido, por ejemplo desde el ángulo de mi problemática, los "temas de mi existencia",
que mudaban poco a poco con el tiempo. ¿Pero cómo tomar la sopa de la vida con una cuchara agujereada
por estadísticas, diagramas? ¡Bah!, una de mis maletas en el camarote contenía una carpeta; en ella había
una serie de pliegos amarillentos con la cronología, mes tras mes, de mis hechos– veamos, por ejemplo,
¿qué pasaba exactamente hace diez años, en abril de 1953?: "Últimos días en Salsipuedes. Escribo mi
Sienkiewicz, Ocampo y los paseos por Río Ceballos, regresos nocturnos. Leo La mente prisionera y a
Dostoiewski. El día 12 regreso en tren a Buenos Aires. El Banco, el aburrimiento, la señora Zawadska, el
horror, la carta de Giedroyó anunciando que el libro no va bien, pero que aún quiere publicar alguna otra
cosa mía En casa de los Grocholski y de los Grodzicki. El "banquete" publicado en Wiadonosci. etcétera,
etcétera. Podía así ayudar a mi memoria, pasear de un mes al otro por el pasado. –¿Y qué?, ¿qué hacer?–
me pregunto, con esta letanía de especificaciones como absorber esos hechos si cada uno se desintegra en
un hormigueo de acontecimientos menores, que al fin se convierten en una niebla; era un asalto de miles
de millones, una disolución en una continuidad imperceptible, algo como el sonar de un sonido... ¿pero en
realidad cómo poder hablar aquí de hechos? Y sin embargo ahora, al regresar a Europa, ya habiendo
acabado todo, me acuciaba la necesidad tiránica de rescatar aquel pasado de asirlo aquí, en el estruendo y
el torbellino del mar, en la angustia de las aguas, en la efusión inmensa y sorda de mi partida por el
Atlántico, ¿no sería sólo una especie de balbuceo, un balbucear el caos como estas olas? Una cosa no
obstante se volvió evidente: no se trataba de ninguna cuestión intelectual ni siquiera de un asunto de
conciencia, se trataba únicamente de pasión.
Estar apasionado, ser poeta frente a ella... Si la Argentina me conquistó fue a tal grado que (ahora ya no lo
dudaba) estaba profundamente, y va para siempre, enamorado de ella (y a mi edad no se arrojan estas
palabras al viento del océano). Debo agregar que si incluso alguien me lo hubiera exigido, al costo de la
vida no hubiese logrado precisar qué fue lo que me sedujo en esta pampa fastidiosa y en sus ciudades
eminentemente burguesas. ¿Su juventud? ¿Su "inferioridad"? (¡Ah cuántas veces me frecuentó en la
Argentina la idea, una de mis ideas capitales, de que "la belleza es inferioridad"!) Pero aunque ese y otros
fenómenos considerados con mirada amistosa e inocente, con una gran sonrisa, en un ambiente
cinematográficamente coloreado, cálido, exhalación tal vez de las palmeras o de los ombúes,
desempeñaron, como es sabido, un papel importante en mi encantamiento, no obstante la Argentina seguía
siendo algo cien veces más rico. ¿Vieja? Sí. ¿Triangular? También cuadrada, azul, ácida en el eje, amarga
desde luego, sí, pero también inferior y un poco parecida al brillo del calzado, a un tono, a un poste o a la
puerta, también del género de las tortugas) fatigada, embadurnada, hinchada como un árbol hueco o una
artesa, parecida a un chimpancé, consumida por el orín, perversa, sofisticada, simiesca, parecida también a
un sándwich y a un empaste dental... Oh, escribo lo que me sale de la pluma, porque todo, cualquier cosa
que diga puede aplicarse la Argentina. Nec Hercules... Veinte millones de vidas en todas las combinaciones
posibles es mucho, demasiado para la vida singular de una persona. ¿Podía yo saber qué fue lo que me
cautivó en esa masa de vidas entrelazadas? ¿Tal vez el hecho de haberme encontrado sin dinero? ¿El haber
perdido mis privilegios polacos? ¿Sería que esa latinidad americana complementaba de algún modo mi
polonidad? Quizás el sol del sur, la pereza de la forma, o tal vez su brutalidad específica, la suciedad, la
infamia... no lo sé... Y, además, no correspondía a la verdad la afirmación de que yo estuviera enamorado
de la Argentina. En realidad no estaba enamorado de ella. Para ser más preciso, sólo quería estarlo.
Te quiero. Un argentino en vez de decir "te amo", dice "te quiero". Meditaba entonces (todo el tiempo sobre
el océano, sacudido por el barco, éste a su vez sacudido por las olas) que el amor es un esfuerzo de la
voluntad un fuego que encendemos en nosotros, porque así lo queremos, porque decidimos estar
enamorados, porque no se puede tolerar no estar enamorado (la torpeza con que me expreso corresponde
a cierta inhabilidad, producto de la misma situación)... No, no es que la quiera, sólo deseo estar enamorado
de ella y por lo visto para eso me era vehementemente necesario acercarme a Europa en un estado de
aturdimiento apasionado por la Argentina, por América. No quería tal vez aparecer en el ocaso de la vida en
Europa sin esa belleza que da el amor –puede ser que temblara por haber roto con un lugar lleno de mí,
temiera que mi traslado a lugares extraños, no calentados aún por mí, me empobreciera y enfriara y
matara– deseaba sentirme apasionado en Europa, apasionado por la Argentina, temblaba ante ese único
encuentro que me esperaba (en pleno océano, al anochecer, tal vez al alba, en las nieblas veladas del
espacio salado) y por nada del mundo quería presentarme a ese rendez-vous con las manos enteramente
vacías.
El barco avanzaba. El agua lo levantaba y hundía. Soplaba el viento. Me sentía un tanto desvalido,
confundido, porque quería amar a la Argentina y a mis veinticuatro años comprendidos en ella, pero no
sabía cómo...
El amor es dignidad. Así me lo parece a mis años. Cuando mayor es el derrumbe biológico, más se hace
necesaria la pasión de arder entre llamas. Mucho mejor es terminar abrasado que no irse lenta,
cadavéricamente enfriando. La pasión, ahora lo aprendía, es más necesaria en la vejez que en la juventud.
Cae la noche. Ya es noche cerrada. Del lado de babor, apenas perceptible, los centelleantes faros de la costa
brasileña, y aquí en cubierta, yo, yendo hacia adelante, alejándome sin cesar en una marcha
incomprensible... Desierto... lo infinito de un vacío que hierve, truena, ruge, salpica... infinito imposible de
definir, inalcanzable, hecho de torbellinos y de abismos marítimos, igual aquí que allá, y aun más allá y más
allá, en balde agua la vista, hasta el dolor; nada se puede ver, tras la barrera de la noche, todo cae y se
vierte sin reposo, se hunde y se sumerge tras las tinieblas; allá abajo, deformidad y movimiento delante de
mí sólo un espacio irreal; arriba el cielo con un innumerable enjambre de estrellas indistinguibles,
irreconocibles... Sin embargo aguzo la mirada. Y nada. Por otra parte, ¿acaso me asistía el derecho de
poder ver? Yo, abismo en este abismo, sin memoria. perdido, desbordado por pasiones, dolores, que
desconocía, ¿cómo es posible ser después de veinticuatro años sólo agua que se vierte, espacio vacío,
noche oscura, cielo inmenso...? ser un elemento ciego, no poder lograr nada en sí mismo. ¡Oh Argentina!
¿Qué Argentina? Nada. Un fiasco. Ni siquiera podía desear, cualquier posibilidad de deseo estaba excluida
por un exceso de efusión que lo inmovilizaba todo, el amor se convertía en desamor, todo se confundía,
debo irme a acostar, ya es tarde, el ojo humano. ¿Cómo llegó un ojo humano a cubierta?... ¿Fue sólo una
impresión? ¡Quién puede saberlo! A fin de cuentas da lo mismo, ojo o no ojo. Porque, ¿para qué jugar a los
formalismos? ¿Vale la pena exigir a los fenómenos un pasaporte? ¡Qué pretensiones! ¿Puedes ver algo? No,
será mejor que duermas.
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Witold Gombrowicz

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tomado de Punto de vista, buenos Aires, Argentina
juan josé saer. argentina, 1937. escritor y ensayista. el limonero real (1974), el arte de narrar (1977) el río sin orillas,
tratado imaginario (1991). desde 1968 reside en París. ver cacharro(s) 1
Ser polaco. Ser francés. Ser argentino. Aparte de la elección del idioma, ¿en qué otro sentido se le puede
pedir semejante autodefinición a un escritor? Ser comunista. Ser liberal. Ser individualista. Para el que
escribe, asumir esas etiquetas, no es más esencial, en lo referente a lo específico de su trabajo, que
hacerse socio de un club de fútbol o miembro de una asociación gastronómica. La posibilidad de ser
perceptible como tal o cual cosa bien definida en el reparto de roles de la imaginación social es un privilegio
del hombre, no del escritor. Del hombre –es decir de la primera ficción que debe abolir, como si fuera una
estética ya perimida, el escritor de ficciones. La certeza de esa desnudez no sólo orienta o preside, sino que
incluso es la justificación última de su trabajo.
A priori, el escritor no es nada, nadie, situación que, a decir verdad, metafísicamente hablando, comparte
con los demás hombres, de los que lo diferencia, en tanto que escritor, un simple detalle, pero tan decisivo
que es suficiente para cambiar su vida entera: si para los demás hombres la construcción de la existencia
reside en rellenar esa ausencia de contenido con diversas imágenes sociales, para el escritor todo el asunto
consiste en preservarla. La tensión de su trabajo se resume en lo siguiente: no se es nadie ni nada, se
aborda el mundo a partir de cero, y la estrategia de que se dispone prescribe, justamente, que el artista
debe replantear día tras día su estrategia. Esta, y no el individualismo recalentado que se le atribuye, es la
verdadera lección de Gombrowicz.
"Su pensamiento", dice en una página del Diario, refriéndose a Camus, "es demasiado individualista,
demasiado abstracto". Y unas líneas más abajo: "¿Conciencia? Aunque tenga conciencia, como todo en mí,
es más bien una semiconciencia y una cuasi conciencia. Soy semiciego. Soy casquivano. Soy de cualquier
manera".
El sentido de la famosa inmadurez witoldiana es el rechazo de toda esencia anticipada. Las marionetas de
Ferdydurke y de Trasatlántico se desviven por coincidir todo el tiempo con una imagen abstracta de sí
mismas (el Genio Local, la Moderna, los Patriotas Polacos) y los adultos ya un poco decrépitos de La
Pornografía se estremecen ansiosamente ante esa fuerza suprema de la adolescencia que es la
indeterminación. Cuando se cree ser alguien, algo, se corre el riesgo, luchando por acomodar lo indistinto
del propio ser a una abstracción, de transformarse en arquetipo, en caricatura. El homosexual de
Trasatlántico se llama lisa y llanamente "Puto", lo que en polaco o en francés no significa nada, pero que en
español quiere decir justamente eso, homosexual –y lo ridículo del personaje, y lo patético también,
provienen de la constante adecuación de su comportamiento a la definición que engloba su nombre: "Puto".
En Ferdydurke la Moderna se viste, habla y actúa todo el tiempo como una persona moderna, de modo que
acaba llamándosela así, como ella cree ser, "la Moderna". Si denominamos a alguien irónicamente por
medio de un estereotipo –el Escritor, el Editor, la Belleza Local–, ya estamos dando a entender que su
titular, a causa de un comportamiento demasiado definido, es víctima de cierta ilusión sobre sí mismo. De
tanto ser esencias –Don Giovanni, Fausto, Tristán e Isolda– los personajes de ópera terminan por naufragar
en la opereta.
Esa incertidumbre programática propia del artista explica muchas de las contradicciones de Gombrowicz, no
pocas de sus rarezas e incluso de sus caprichos, como el de hacerse pasar por conde, superchería cuyo
origen ficcional se vuelve evidente, cuando nos damos cuenta de que lo pretendía de un modo intermitente,
sobre todo ante los que lo conocían de Polonia y sabían que no lo era. En cierto sentido, toda veleidad de
identidad personal es una tentativa de hacerse pasar por conde. Si el artista debe asumir una actitud
exterior cualquiera, como de todos modos será falsa, que por lo menos sea exageradamente falsa,
evidentemente ilusoria.
Es un homenaje al escepticismo del interlocutor, y tiene algo de lo que Joachim Unseld llama la
"argumentación pesimista" en el trato de Kafka con sus editores: estoy muy contento de que haya decidido
publicar mi libro, pero yo en su lugar hubiese rechazado el manuscrito. Me hago pasar por conde polaco,
pero yo sé que usted sabe que no soy más que un pobre diablo que el viento de la contingencia depositó en
este país.
Ese viento nos lo trajo a la Argentina –el increíble azar que de ahora en adelante lo mezcla para siempre al
folklore literario de Buenos Aires. En cierto sentido, cayó en un medio preparado para recibirlo, no
únicamente porque la realidad histórica de la Argentina está hecha de multitudes sin patria, de inmigrantes,
de prófugos; de abandonados, sino porque incluso en la literatura del Río de la Plata –la "culta" y la
"popular"– desde antes de su llegada, pululaban los personajes de su estirpe, cuya vida es un interminable
paréntesis entre un barco que los trajo de un lugar ya improbable y otro, fantasmal, que debería llevarlos
de vuelta. Es sabido que Gombrowicz estuvo a punto de volverse a Europa en el mismo barco que lo trajo,
pocos días después de su llegada, y que subió a bordo con sus valijas pero que cuando sonó la sirena
anunciando la partida se volvió a bajar: el próximo zarparía casi veinticuatro años más tarde.
Ricardo Piglia dice de él –hace poco se lo reprocharon en un diario–: el mejor escritor argentino del siglo XX
es Witold Gombrowicz. Esa afirmación es sin duda una exageración irónica destinada a poner a prueba el
nacionalismo argentino, pero no es totalmente inexacta; el tema witoldiano por excelencia –la inmadurez, lo
inacabado: que él atribuía a la cultura polaca– venía siendo de un modo inequívoco, desde los años veinte,
la preocupación esencial de los intelectuales argentinos. Y Gombrowicz observaba en esa realidad social –
con mucha penetración en ciertos casos– el despliegue multiforme de su tema predilecto.
Pero éste es únicamente un aspecto de sus relaciones con la Argentina. Otro que merece ser señalado es el
siguiente: buena parte de nuestra literatura –desde sus orígenes, pero sobre todo en el siglo XIX y a
principios del actual– ha sido escrita por extranjeros en idiomas extranjeros: alemán, inglés, francés,
italiano. Cuando todavía no teníamos literatura, ya viajeros europeos marineros, científicos, comerciantes,
aventureros, incluso espías repertoriaban en informes, cartas, relatos, memorias, las características de
nuestro suelo, de nuestro paisaje, de nuestra sociedad, de nuestras primeras diferencias con el resto del
mundo.
Si es cierto, como se supone, que fue en las Galápagos –las terribles Encantadas de Melville– donde Darwin
formuló por primera vez su teoría de la evolución, es lícito calcular que la fue madurando en la Argentina,
ya que en su delicioso viaje, la etapa que precede a las islas Galápagos es justamente la de la pampa y los
Andes argentinos. Esa literatura de viajeros es contemporánea a la aparición misma del país: así, la primera
fundación de Buenos Aires que, como muchas otras empresas argentinas, acabó con una masacre, está
contada por un marino alemán, que dejó el testimonio en su propio idioma. Félix de Azara, Millau, Mac
Cann, Woodbine Hinchliff, Alfred Ebelot, un ingeniero de Toulouse contratado por el gobierno en 1875 para
cavar –tentativa vagamente kafkiana– una fosa de quinientos quilómetros destinada a frenar las invasiones
indias, Albert Londres, el incomparable W. H. Hudson, que idolatraba hasta nuestros peores defectos, los
mismos que también a Borges le parecen virtudes, han sembrado de imágenes y experiencias argentinas
varios idiomas del mundo.
Gombrowicz se inscribe en un lugar destacado de esa tradición. Sus bronquios delicados, que felizmente lo
obligaban a alejarse de tanto en tanto del clima húmedo de Buenos Aires, nos han deparado testimonios
valiosísimos de Córdoba, de Tandil, de Mar del Plata, de Santiago del Estero. Su mirada no es solamente la
de un psicólogo, la de un sociólogo y la de un esteta, sino incluso la de un observador político y, a pesar de
ciertas afirmaciones caprichosas y de su obsesión confesa de originalidad –o tal vez a causa de ella– uno de
los más certeros.
El hecho de sentirse, como lo dice tantas veces en el Diario, el más pobre, el más desesperado de los
hombres, explica quizás su preferencia por lo que él llama "lo bajo" –ya volveremos a hablar de esto un
poco más adelante– por los seres oscuros, de los que ni el atractivo erótico, ni la manifestación viviente de
su famosa inmadurez, bastan para explicar su interés. Aunque pueda parecer absurdo tratándose de
Gombrowicz, hay un elemento militante en esa afinidad: una oposición deliberada a los círculos intelectuales
y poéticos de Buenos Aires. Aquí, dice, únicamente el vulgo es distinguido. A él, que no se cansaba de
denostar la democracia y que a veces delataba cierto masoquismo (tema por otra parte íntimamente
witoldiano) en hacerse tratar de fascista, no se le escapaba sin embargo que por mucho que exaltara la
aristocracia del espíritu, esa carne caliente y anónima era la única dignidad irrefutable de la vida.
Aún cuando se trató solamente de un puro deseo erótico, la dependencia de los dueños de la sociedad
respecto de ella, la necesidad vampírica de juventud, produce de por sí una inversión de valores, y aniquila
las jerarquías sociales. Más de una vez Gombrowicz sugiere que toda la organización social está pensada
como un sistema de explotación de los jóvenes por parte de los adultos. Las páginas sobre Santiago del
Estero recuerdan, por su exaltación de esa belleza espontánea e inconsciente de sí misma, algunas
emociones de Gauguin en el Pacífico. Y está también su percepción clara de la luz de Santiago, del aire
transparente y feliz de Tandil, de la peculiaridad del espacio americano en Necochea, una impresión
planetaria, cósmica, la sensación de un presente sin memoria prolongándose a su alrededor hacia el infinito:
"Vacío y arena, oleaje... estruendo que se ahoga y adormece. Espacios, distancias sin fin. Frente a mí y
hasta Australia sólo esta agua surcada de melenas brillantes, al sur las islas Falkland y las Orcadas y el
Polo. Tras de mí, el interior Río Negro, la pampa... El mar y el espacio resuenan en los oídos y ante los ojos,
producen confusión. Camino y sin cesar me alejo de Necochea... hasta que finalmente su recuerdo llega a
desaparecer, y no queda sino el mero hecho de alejarse, incesante, eterno, como un secreto que llevara
conmigo". (Diario argentino, VI).
Como las de todo viajero, muchas de las observaciones de Gombrowicz son comparativas, pero más de una
vez la evidencia de lo absoluto, algo inédito, un elemento todavía no pensado del mundo, lo desvía de su
trayectoria y lo hace modificarse y crecer. No es sorprendente: si Gombrowicz fue joven en Polonia, no cabe
duda de que maduró en Argentina. Según nos lo cuenta él mismo, en los primeros años de Buenos Aires su
orgullo principal era su aspecto adolescente que confundía a sus interlocutores; podemos pues, a pesar de
la ruptura brutal del exilio, atribuirle cierta continuidad a la imagen de sí mismo que tenía antes y después
de su viaje. Hasta que –el diario lo consigna– sobrevino la catástrofe: las primeras arrugas. En la visión
witoldiana del mundo, la madurez es un trauma tan terrible como podría serlo en la de Sófocles el
parricidio.
En Ferdydurke, escrita antes del viaje, el punto de vista es el de la juventud, en La Pornografía, el de los
adultos. En Trasatlántico –una de sus obras maestras– el narrador es, según los medios sociales que
frecuente, alternativamente objeto o sujeto de seducción. Esa madurez perfecciona su método narrativo
multiplicando la variedad de puntos de vista, hasta darle a sus primeras intuiciones, como sucede en la
evolución de toda gran literatura, la complejidad de un sistema. La evolución de su literatura es inseparable
de su experiencia argentina, y esa experiencia penetra y modela la mayor parte de su obra, que sin ella se
volvería incomprensible.
A diferencia de otros escritores polacos, como Milosz, por ejemplo, Gombrowicz hizo de su exilio un medio
de ensanchar y cultivar sus diferencias con Occidente, privilegiando la particularidad de su propia
perspectiva. Cuando Milosz le reprocha en 1959 no ocuparse lo suficiente de la actualidad polaca,
Gombrowicz le responde que Milosz juzga todavía las cosas desde una perspectiva polaca interior. Podemos
considerar lo que Gombrowicz llama su "propia perspectiva", como una perspectiva exterior, no solamente
respecto de la sociedad polaca de esos años, sino también de Occidente y, sobre todo, en la más metafísica
intimidad de la problemática witoldiana, respecto de la madurez apócrifa y decadente de la esfera superior,
como él la llama, los "Churchill, los Picasso, los Rockefeller, los Stalin, los Einstein", esa perspectiva exterior
que "proporciona una igualdad más verdadera que la otra, la hecha de consignas y de teorías".
La perspectiva exterior que podríamos llamar generalizada, ya que Gombrowicz la aplica de un modo
sistemático a todo lo que examina, si bien puede ser una consecuencia de su "obligación de originalidad", es
también el resultado de su exilio argentino. Esa perspectiva exterior es el modo que tiene la cultura
argentina de relacionarse con Occidente –la exterioridad de la inmadurez polaca llevada a su máxima
potencia. Traspapelándose en la banalidad argentina, Gombrowicz aterrizó más cerca de su propio ser que
si hubiese integrado, como otros emigrados del este, la "madurez" de Occidente. Para su gusto, los polacos
exilados asumen una perspectiva demasiado occidental –error que no pocos disidentes del este han seguido
cometiendo más tarde–, cuando hubieran podido aprender de él, de Gombrowicz, en apariencia el más
irresponsable, que en vez de frotarse las manos ante la bella, desnuda en la cama y dispuesta a dejarse
poseer, es más estimulante, conservando la sangre fría, repertoriar sus imperfecciones, aplicándole la
perspectiva exterior como a cualquier otro objeto del mundo.
No podemos no admirarlo cuando, en plena guerra fría, y después de haberlo perdido todo, en vez de
modelar su pensamiento según las consignas de Occidente, se detiene a examinar con sus propios criterios
la cuestión del comunismo: no se es, cuando se es escritor, como decíamos al principio, ni comunista, ni
liberal, ni individualista, ni nada, y consignas y teorías sólo reproducen la cristalización infecunda de
abstracciones vacías, aquello que, justamente, perturba la disponibilidad del artista. La radicalización de
esta perspectiva se produjo en Argentina, primero porque su exilio obligatorio lo mandó, más lejos todavía
de lo que estaba en Polonia del centro de Europa, hacia el arrabal de Occidente, pero también porque el
lugar en que cayó se debatía desde hacía años en la misma problemática.
Fue, como se dice, una desgracia con suerte, porque de hoja seca y anónima llevada por el viento de la
contingencia, gracias al carácter atípico de su destino de exilado, excesivo en relación con el de otros
emigrados que se integraron plenamente en la cultura occidental, pasó a ser, de toda intemperie, signo,
paradigma y emblema. De todas las posibilidades de ser que se le ofrecían en los tiempos de su inmadurez,
escritor europeo post-nietzcheano, precursor, como lo pretendió tantas veces, del existencialismo,
sacerdote en el destierro de la tradición polaca amenazada por la ola colectivista, o cualquier otra mueca
rígida de la esfera superior, le tocó, gracias a un crucero de propaganda –opereta witoldiana avant la lettre–
, un destino más fecundo, más inclasificable, el de ser Gombrowicz.
Esta singularidad –ser Gombrowicz– si ha sido una suerte para Gombrowicz, lo ha sido también para la
Argentina. Al cabo de unos años, su patria perdida y la Argentina ejemplificaban para él, como modelos
intercambiables, el mismo aspecto de las cosas. Los detalles por los que difieren tienen menos peso que la
acumulación de analogías. Para un argentino, hay algo inmediatamente perceptible en los juicios de
Gombrowicz sobre la literatura polaca: aparte de algunas cuestiones de detalle, esos juicios pueden
aplicarse en bloque a la literatura argentina, y sobre todo a uno de sus aspectos centrales, que Gombrowicz
señala a menudo en el Diario y en sus entrevistas: el conflicto entre un nacionalismo excesivo, de tipo
reactivo, y el deslumbramiento, secreto o confesado, por la literatura europea.
"En lugar de la palabra Polonia, ponga la palabra Argentina", le aconseja con determinación a Dominique de
Roux en sus Entretien (pág. 68). Ese conflicto, en el que Gombrowicz identifica sin dificultades el síntoma de
la inmadurez, y que en ambos países tiene orígenes históricos muy diferentes, representa probablemente la
tensión principal de la literatura argentina, y recorre toda su historia desde la aparición de los grandes
textos fundadores en la primera mitad del siglo XIX. El lector argentino puede aprender cosas más
esenciales sobre su propia literatura leyendo en el Diario de Gombrowicz los juicios que se refieren a la
literatura polaca, que en las páginas vehementes –y a veces convencidas de antemano de aquello que
supuestamente deberían examinar– de algunos de nuestros propios historiadores de la literatura.
Esta ambivalencia respecto de la literatura europea, mezcla de distancia geográfica y de proximidad
intelectual, de rechazo y de fascinación, si bien no contribuye a facilitar la tarea del escritor argentino,
presenta algunas ventajas indiscutidas, si se asume la actitud witoldiana por excelencia, la perspectiva
exterior: "J'avais quasiment la certitude que la révision de la forme européenne ne pouvait etre entreprise
qu' a partir d'une position extra-européenne, de la ou elle est plus lache et moins parfaite". (Entretiens,
pág. 82).
En una charla de 1967, Jorge Luis Borges comenzó desarrollando, a propósito de Joyce, una idea que ya
había aplicado al conjunto de la literatura argentina veinticinco años antes, en una conferencia célebre, "El
escritor argentino y la tradición". Según Thorstein Veblen, en su "Teoría de la clase ociosa", si los judíos han
sido capaces de innovar en tantos aspectos de la cultura occidental, el hecho no se debe a presuntas
diferencias raciales, sino a que, estando al mismo tiempo dentro y fuera de esa cultura, a un judío siempre
le será más fácil que a un no judío innovar en ella. Borges descubre la misma situación para los irlandeses
respecto de Inglaterra y para el conjunto de la cultura argentina respecto de Occidente: "... les bastó el
hecho de sentirse irlandeses, distintos, para innovar en la cultura inglesa. Creo que los argentinos, los
sudamericanos en general, estamos en una situación análoga; podemos manejar todos los temas europeos,
manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias
afortunadas".
En los mismos años, a pocas cuadras uno del otro, ignorándose y probablemente detestándose
mutuamente, el papa de la inteligentzia europeizante y el emigrado polaco, los duelistas irreconciliables de
Trasatlántico definían, para darle un sentido a su propio trabajo, la misma estrategia respecto de la
tradición de Occidente. Esto nos lleva a otro aspecto de las relaciones de Gombrowicz con la Argentina, las
que mantuvo con Borges, aunque tal vez sería más correcto decir las que no mantuvo. Es sabido que hubo
entre ellos una cena catastrófica y algunos encuentros casuales, fugaces y desdeñosos.
La cena catastrófica recuerda un poco el encuentro de Joyce y Proust, en mayo de 1922, en casa de un tal
Sidney Schiff, encuentro en el que, según Joyce, a Proust parecían interesarle exclusivamente las duquesas
en tanto que él, a Joyce, le interesaban exclusivamente las mucamas. La afirmación de Gombrowicz de que
Borges y él no se podían entender porque a Borges le interesaba la vida literaria y a él la vida tout court –
existe una leyenda persistente sobre el vitalismo de Gombrowicz, semejante a la de su individualismo– es
desmentida por la curiosa manía witoldiana de llegar a las ciudades del interior argentino y convocar
inmediatamente a los intelectuales de la región para someterlos a una especie de examen literario y
filosófico antes de permitirles sentarse con él a una mesa de café y escucharlo pontificar durante horas.
La acusación de europeizante que Gombrowicz blande a menudo contra Borges es infundada ya que el
término supone una adhesión acrítica a todo lo que proviene de Europa; y el único sentido en el que Borges
es europeizante –sintiéndose, según la descripción de Veblen, dentro y fuera a la vez– es exactamente el
mismo en el que lo es el propio Gombrowicz. En cuanto al pretendido snobismo aristocratizante de Borges ,
que no pierde la ocasión de evocar sus antepasados militares y sus orígenes ingleses, si algo nos lo
recuerda son justamente las pretensiones nobiliarias de Gombrowicz y su costumbre de recitar con lujo de
detalles su árbol genealógico para desesperación de sus interlocutores.
Esta última semejanza, puramente anecdótica, no debe hacernos olvidar otras coincidencias más
singulares: aparte de la perspectiva exterior, no es difícil descubrir en ambos, tal vez como consecuencia de
esa perspectiva, el mismo gusto por la provocación, la misma desconfianza teórica ante la vanguardia y,
sobre todo, el mismo intento de demolición de la forma; uno, Gombrowicz, exaltando la inmadurez y el otro,
Borges, desmantelando con insistencia la ilusión de la identidad– probablemente a partir del mismo
maestro, Schopenhauer.
Hay otro punto inesperado en el que coinciden: la atracción por "lo bajo". El culto del coraje, la
predisposición a entrevistar proxenetas diestros en el uso del cuchillo y a ver en los diferendos entre
matones de comité un renacimiento de la canción de gesta, equivalen en Borges a la inclinación de
Gombrowicz por la adolescencia oscura y anónima de los barrios pobres de Buenos Aires, en la que le
parecía encontrar la expresión viviente de uno de sus temas fundamentales. Es cierto que difieren en
muchos puntos –por ejemplo, uno pretendía ser infinitamente modesto y el Otro infinitamente arrogante–
pero todas esas coincidencias profundas merecen ser tomadas en consideración, porque son las que otorgan
la pertinencia, la actualidad de sus obras respectivas, las que hacen que esas obras, estrictamente
contemporáneas una de la otra, a pesar de la envoltura distinta con que han llegado hasta nosotros, nos
apasionen con idéntica intensidad –y a veces también, y por qué no decirlo, cuando en ciertos momentos
nos impacientan o nos decepcionan, lo hagan por razones muy parecidas: paradojas forzadas, juicios
lapidarios y gratuitos, autoimitación, "ressassement eternel".
Después de todo, fueron vecinos durante veintitrés años, respirando al mismo tiempo el aire delgado y
venenoso de Buenos Aires y dialogando, cada uno a su modo, desde esas orillas remotas, con la cultura
occidental. De ese diálogo, el Diario de Gombrowicz es la manifestación más evidente. Algunos de sus
lectores se han quejado, sin duda con razón, de no encontrar en sus páginas la trascripción fiel de muchas
circunstancias de las que fueron testigos o protagonistas. Pero hay un error de óptica en ese reproche: a
diferencia del de Gide, del de Thomas Mann o del de Pavese, el diario de Gombrowicz se ocupa muy poco de
la vida íntima de su autor –y de ciertos aspectos de esa vida íntima tenemos la impresión de que hay un
ocultamiento deliberado, un silencio voluntario, y hasta cierta mistificación –pero el interés de sus páginas
estriba justamente en que tratan menos de acontecimientos que de problemas.
Es cierto que, a diferencia de la ficción, el diario no puede esquivar la cuestión de la sinceridad y que, en
tanto que a una ficción se le exige únicamente verosimilitud, de un diario íntimo se espera veracidad. Pero
la sinceridad de Gombrowicz, su auténtica originalidad, estriba en el modo de encarar los problemas de que
trata. Y sus alusiones personales, cuando no son meras descripciones de hechos cotidianos sin importancia,
aparecen ya transformadas en problemas, en ejemplos de un debate intelectual. Los cuatro Yo sucesivos del
principio fueron agregados deliberadamente para su edición en forma de libro. Y en cierto momento,
después de consignar con minucia una serie de banalidades, termina diciendo, como si se tratara de una
excepción: esto para aquellos a quienes pueda interesarles mi vida.
El diario de Gombrowicz no es un pretexto para la introspección, sino para el análisis, la reflexión y la
polémica. Como es sabido, la mayor parte del Diario fue escrita en Argentina. Por razones inexplicables,
existe una selección llamada Diario Argentino y editada hace unos años en Buenos Aires. Ese
desmembramiento es absurdo por la sencilla razón de que todo el diario es argentino, porque si bien una
parte fue escrita después de su regreso a Europa y decenas y decenas de páginas no hacen la menor
referencia a la Argentina, la razón de ser del Diario es la experiencia argentina, la situación singular del
aislamiento de su autor ya que, en lugar de ser una manera de encerrarse en sí mismo, el Diario de
Gombrowicz es el campo de batalla contra ese aislamiento.
Quienes menos deberían desear el desgajamiento absurdo del pretendido Diario Argentino, son en primer
lugar los argentinos, porque pueden ser los más capaces de percibir la resonancia especial que adquieren
los juicios de Gombrowicz sobre la cultura de Occidente cuando son proferidos en el contexto argentino. El
entrelazamiento único de la aventura witoldiana, su lección principal, consiste en la hipérbole de su destino
que lo llevó, de una marginalidad teórica y relativa, a una real y absoluta. De esa marginalidad hizo su vida,
su material y su fortaleza. Sean argentinos o no, quienes lean el Diario o Trasatlántico, no leerán solamente
a un autor llamado Gombrowicz, sino que leerán también, y no únicamente entre líneas, a la Argentina.
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jorge alberto aguiar díaz, rebeca duarte, “Cacharro(s), expediente 5,” Digital Entanglements, accessed April 20, 2024, https://digitalcuba.omeka.net/items/show/38.

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