33 y 1/tercio, No. 5

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Title

33 y 1/tercio, No. 5

Subject

revista literaria digital

Description

Revista literaria digital hecha en Cuba. Dirigida por el escritor Raúl Flores. Circulada vía correo electrónico y dispositivos de almacenamiento externo. Estética postmoderna que privilegiaba lo pop.

Creator

Raúl Flores Iriarte

Date

2006

Contributor

Lizabel Mónica

Format

Microsoft Word Document

Language

Spanish, Español, SPA

Type

revista, magazine

Coverage

Cuba

Text Item Type Metadata

Text




También los leones se sienten defraudados. Esperaban sangre, huesos, cartílagos, tendones. Mastican y mastican, pero las palabras son chicles y el chicle es indigerible. El chicle es una base sobre la que se espolvorea azúcar, pepsina, tomillo, regaliz. El chicle, cuando lo recogen los chicleros, está bien. Los chicleros llegaron por la costa de un continente hundido. Trajeron consigo un lenguaje algebraico. En el desierto de Arizona se encontraron con los mongoles del norte, lustrosos como berenjenas. Poco después de que la tierra hubiera adquirido su inclinación giróscopica: cuando la corriente del Golfo estaba separándose de la corriente japonesa. En el fondo de la tierra encontraron piedra de toba. Adornaron las propias entrañas de la tierra con su lenguaje. Se comieron mutuamente las entrañas, y la selva se cerró sobre ellos, sobre sus huesos y cráneo, sobre su encaje de toba. Su lenguaje se perdió. Aquí y allá se encuentran los restos de una casa de fieras, una placa craneana cubierta de figuras.

(trópico de cáncer)
henry miller


La televisión sólo se ocupa de cuerpos políticos, de gente con cuerpos que se están muriendo, de atracadores o policías que perforan cuerpos o de médicos que remiendan de nuevo los cuerpos. Y sólo hay novelas sobre novelistas que escriben novelas sobre novelistas que nunca se rinden. Relatos efectistas que se despliegan eternamente, huraños, listillos, evasivos y sin pelo en el pecho.

(hacia el oeste, el avance del imperio continúa)
david foster wallace





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All lyrics ©2006 33y1/tercio Productions
Reprinted by permission

entradas (posibles)



pre-eliminar
miedo y asco en Las Vegas fragmentos de un film script
rito ramón aroche dios y los dioses / el hostelero / en la hacienda
thomas bernhard necesidad interior / espeleólogos / decisión
almuerzo desnudo fragmentos de un juicio
williams burroughs lavadero chino
oscar cruz de los malos inquilinos
martin amis bujak y la fuerza poderosa o los dados de dios
andrés torres guerrero reescribir tejiendo o leer relacionando
gilles deleuze lewis carroll / walt whitman
paul di filippo jugar con el código
elvira rodríguez puerto M. / la mujer que apretaba el sueño...
daniel díaz mantilla de daymares
jean baudrillard de cool memories
raúl flores iriarte de cómo desmantelar una bomba atómica
amir hamed el duende y los lugares comunes
jorge enrique lage de vultureffect
álvaro bisama caja negra
pía mcHabana olvidar cacharro(s)


pre-eliminar


“Bártulos y cachivaches en el uniforme (y a veces uniformado) campo literario cubano, tan pacificado y conformista que ya no es campo sino edén para ciertas ficciones de estado.”


literatura
pop lit, thrash writing, paperback writers,
splatterlight fiction
casitas de plástico reciclado entre todos los rascacielos


“Hay que citar porque Cacharro(s) también [¿fue?] puro canibalismo, tráfico y lavado de textos, latrocinio, guerrilla literaria, un gesto mínimo por nuestra libertad residual, en el país donde la mayoría de los eventos literarios, revistas, manifiestos (si los hubiera) es arqueología, antropología, sociología, política o ideología de Estado. Por tanto citemos a Foucault: Escribo para perder el rostro, no me pidan que permanezca invariable.”


después de todo, después de tanto,
it´s the same old song, playing on the radio over and over again…










replay

miedo y asco en Las Vegas
(fragmentos de guión cinematográfico)

duke: johnny depp / gonzo: benicio del toro / guión de terry gilliam y toy grisoni / basado en la novela de hunter s. thompson / selección de elena v. molina / traducción de raúl flores iriarte



INT. SUITE HOTEL FLAMINGO - NOCHE

Oscuridad. Demencialmente, Nilsson se oye desde alguna parte: Put the lime in the coconut and mix´em all up...

DUKE (en off)
¿Que especie de rata bastarda y sicótica pondría esa canción… ahora mismo, en este instante?

Duke abre los ojos y la suite del hotel entra en ellos. Yace, torpemente enredado, incapaz de moverse. Podría haber estado ahí días… meses.

DUKE (en off)
Cuando llegué el aspecto de callejón de la suite era tan podrido, tan increíblemente hediondo. ¿Cuánto tiempo había estado yaciendo ahí? ¿Horas? ¿Días? ¿Meses? Todos estos signos de violencia. ¿Que había sucedido?

Duke mueve los ojos… absorbiendo lo que le rodea: parecido a EL AVISTAMIENTO DE ALGÚN DESASTROSO EXPERIMENTO ZOOLÓGICO que implica whiskey y gorilas. Luces rojas y azules de árboles de navidad reemplazan otras luces, toallas usadas cuelgan por todas partes, fotos pornográficas arrancadas de una revista están pegadas sobre un espejo hecho pedazos.

DUKE (en off)
Había evidencia en esta habitación de consumo excesivo de casi todo tipo de droga conocida por el hombre civilizado desde 1544 D.C.

Duke se las arregla para moverse, se para rígido sobre los pies descalzos, cojea por la habitación destrozada como un simio recién levantado.

DUKE (en off)
¿Pero qué clase de adicto necesitaría todas estas cáscaras de coco y melón? ¿La presencia de junkies explicaría todas estas papitas fritas sin comer? ¿Estos charcos de ketchup solidificado en el escritorio? Quizás sí, pero entonces ¿por qué toda esta bebida? Y estas violentas fotos pornográficas manchadas de mostaza, ya seca, convertida en una dura coraza amarilla…

Duke mira la habitación de Gonzo, SU CAMA COMO UN NIDO QUEMADO DE RATAS, muelles y alambres ennegrecidos.

DUKE (en off)
Estas no eran las huellas de tu junkie normal y temeroso de Dios. Era demasiado salvaje, muy agresivo.

FLASHBACK RÁPIDO: GONZO DESTROZA EL ESPEJO DE DIEZ PIES CON UN MARTILLO.

DE REGRESO A LA HABITACIÓN: Duke observa el espejo destrozado.

DUKE (en off)
Malas memorias y malos flashbacks.

En el baño, las botas sin atar de Duke pisan vidrios rotos, vómito y cortezas de uvas.

Duke se zafa el zipper y orina. ¡SOBRE LA TAZA DEL INODORO ESTÁ LA MAGNUM 357!

DUKE (en off)
Algo feo ha ocurrido. Estaba seguro de eso...

Duke observa el chorro dorado salpicar el arma.
Sonidos de vómito vienen desde un closet cerca de la puerta.
Duke mira la habitación. Mira el trasero de Gonzo saliendo del closet. Abre la boca para hablar cuando EN EL ESPEJO DESTROZADO OBSERVA EL REFLEJO FRAGMENTADO DE SÍ MISMO... durmiendo sobre el sofá.
El SONIDO OMINOSO DE UNA LLAVE en la cerradura de la habitación.
Un grito infernal despierta a Duke que duerme. Ve a Gonzo luchando desnudo con la sirvienta, un arma en la cabeza de ella. Gonzo ahoga sus gritos con una bolsa de hielo.

SIRVIENTA
Por favor... por favor... Soy la única sirvienta. ¡No quise hacerlo!

DUKE (salta de la cama, enseñando su carnet de prensa)
¡ESTÁS BAJO ARRESTO!

GONZO (a Duke)
Ella tiene que haber usado una llave. Yo estaba lustrando mis zapatos en el closet cuando la vi entrando, así que la agarré.

Duke asiente.

DUKE (ladrándole a la sirvienta)
¿Qué te hizo hacerlo? ¿Quién te pagó?

SIRVIENTA
Nadie. ¡Soy la sirvienta!

GONZO
¡Mientes! Buscabas la evidencia. ¿Quién te arregló para eso? ¿El manager?

SIRVIENTA
¡No sé de qué están hablando!

GONZO
¡Mentira! ¡Estás tanto en esto como ellos!

SIRVIENTA
¿Tanto en qué?

DUKE
El círculo de drogas. Debes saber lo que ocurre en este hotel. ¿Por qué crees que estamos aquí?

SIRVIENTA (balbuceando)
Sé que son policías, pero creí que estaban aquí para la convención. ¡Lo juro! Solo quería limpiar la habitación. ¡No sé nada de drogas!

Gonzo ríe.

GONZO
Vamos, nena, no trates de decirnos que nunca oíste hablar del Grange Gorman.

SIRVIENTA
¡No! ¡No! ¡Juro por Jesús que nunca oí hablar de eso!

DUKE
Quizás diga la verdad. Quizás no sea parte de eso.

SIRVIENTA
¡No! ¡Juro que no!

GONZO (larga pausa)
En ese caso, quizás ella pueda ayudar.

SIRVIENTA
¡Sí! ¡Los ayudaré en todo lo que necesiten! ¡Odio la droga!

DUKE
Nosotros también, señora.

GONZO (ayudándola a incorporarse)
Creo que deberíamos ponerla en la nómina de pago. A ver con qué se aparece.

DUKE
¿Tú crees que ella pueda hacerlo?

SIRVIENTA
¿Qué?

GONZO
Una llamada telefónica por día. Solo dinos lo que has visto. No te preocupes si no parece importante, ese es nuestro problema.

Gonzo lleva la sirvienta hasta la puerta.

SIRVIENTA
¿Me pagarían por eso?

DUKE
Claro que sí. Pero si dices algo de esto a alguien irás directo a prisión durante el resto de tu vida. ¿Cuál es tu nombre?

SIRVIENTA
Alice. Llamen a Linen Service y pregunten por Alice.

GONZO
Está bien, Alice... serás contactada por el inspector Rock. Arthur Rock. Se estará haciendo pasar por un político.

DUKE
El inspector Rock te pagará. En efectivo. Mil dólares el día nueve de cada mes.

SIRVIENTA
¡Oh Dios! ¡Haría cualquier cosa por eso!

GONZO
Tú y un montón de otra gente.

DUKE
La contraseña es: "Una mano lava la otra." En cuanto oigas eso, tú dices "No temo nada."

SIRVIENTA
No temo nada.

Ella repite la contraseña varias veces mientras ellos escuchan para asegurarse de que está bien aprendida.

GONZO
Oh, y no te preocupes por arreglar la habitación. Así no tendremos que arriesgar otro de estos pequeños accidentes, ¿no?

SIRVIENTA
Lo que ustedes digan, caballeros. No puedo decir cuanto lamento lo sucedido...

GONZO
No te preocupes, ya terminó. Gracias a Dios por la gente decente.

Ella sonríe, se repite a sí misma "Una mano lava la otra" mientras Gonzo cuelga el letrero de NO MOLESTAR y cierra la puerta.

CORTE AL PRESENTE: Una cinta sucia corre a través de una grabadora portátil.

GONZO EN LA CINTA
...Gracias a Dios por la gente decente.

Duke se sienta en el medio de la habitación destrozada con la grabadora rota frente a él

DUKE
Los recuerdos de aquella noche son extremadamente neblinosos...

DUKE corre hacia adelante en la cinta, buscando: Awwww, mama... can this really...be the end...?


EXT. SUPERMERCADO SAFEWAY - DÍA

La BALLENA BLANCA espera, brillante, hermosa.

DUKE
Hay una obligación definitiva, cuando vas de estampida por Las Vegas en un Coupe de Ville blanco, para mantener cierto estilo.

Duke y Gonzo salen del supermercado con un carrito de compras cargado de COCOS, UVAS y TEQUILA. Dejan COMPRADORES DERROTADOS regados por el suelo.
El carrito choca con la BALLENA BLANCA. Los compradores se reúnen en la entrada del supermercado para mirar, cestas llenas de basura, CHICOS GRITONES, y BALLETERAS VACÍAS.
Duke pone música: Jumping jack flash. Selecciona un coco, lo balancea ceremonialmente en el capó. Gonzo saca una martillo plateado. Una mirada de reojo a la MULTITUD reunida... ¡entonces aplasta el coco con el martillo!
Los furiosos compradores gritan.
Duke pone otro coco. ¡SMASH! Agua y masa blanca vuelan por todas partes.

COMPRADOR #1
¡Hey! ¿Ese es su auto?

DUKE
Sí.

¡SMASH! Vuelan fragmentos de coco.

DUKE
¿Alguno de ustedes quiere el agua? Nosotros queremos la masa. Esta es esencia honesta de coco. Masa de verdad.

¡SMASH!

COMPRADOR #2
¡Masa un infierno! ¡Miren lo que le están haciendo a ese auto!

GONZO
Que se joda el auto. Tendrían que fabricar estas cosas con un maldito receptor de FM.

¡SMASH!

DUKE
Sí... ¡Esta basura extranjera está dejando seco nuestro balance monetario!

COMPRADOR #3
¡Alguien debería detenerlos!

¡SMASH!

DUKE
Ustedes tontos no entienden, ¿no? ¡Este auto es propiedad del Banco Mundial! ¡Ese dinero va a Italia!

COMPRADOR #3
¡Alguien debería llamar a la policía!

GONZO
¿Policía? ¿Están locos?

Gonzo confronta a la multitud, el martillo en una mano, un coco en la otra.

GONZO
¿Han oído hablar del viejo Patrick Henry? ¿Saben lo que dijo?

Silencio, la MULTITUD no entiende a este DEGENERADO DE PIEDRA.

GONZO
¡DENME LA LIBERTAD O DENME LA MUERTE!

Gonzo golpea el capó con el martillo. ¡CLANG!

Un grito de la MULTITUD. Poniéndose fea.

GONZO
¡En Samoa ADORAMOS LA CONSTITUCIÓN!

COMPRADOR #3
Mentira.

La MULTITUD se acerca.

COMPRADOR #1
¡Llamen a la maldita policía!

GONZO GOLPEA CON EL MARTILLO. ¡CLANG!

COMPRADOR #4
¡Miren lo que le han hecho ese auto tan hermoso!

Duke salta tras el volante.

DUKE
Esta multitud es irracional. No pueden comunicarse con nosotros. ¡Vámonos!

¡Un CLANG final! Gonzo salta adentro.
Duke aprieta el acelerador, le grita a la MULTITUD.

DUKE
¡Ustedes votaron por Hubert Humphrey! ¡Mataron a Jesús!

Giran el auto a través de la MULTITUD.

DUKE (en off)
La multitud se apartó. Nadie quiere ser arrollado por un Coupe de Ville.


INT. SUITE HOTEL FLAMINGO - NOCHE

Duke corre la cinta hacia adelante... Pone la cinta...

VOZ EN CINTA
¿Hallaron el Sueño Americano? ¿En este pueblo?

DUKE EN CINTA
Estamos sentados en el nervio principal ahora mismo...


INT. CIRCO BAZOOKO BAR CARRUSEL - NOCHE

Duke y Gonzo (usando un guante negro) le hablan conspiratoriamente a un tercer hombre. UN ORANGUTAN PLÁCIDO con corbata de lacito está a su lado. EL BAR GIRA MÁS RÁPIDO DE LO NORMAL. ¡DUKE ESTÁ DEMENCIALMENTE CONVERSADOR!

DUKE
El manager me contó una historia sobre el dueño de este lugar... sobre cómo quería unirse al circo cuando él era niño. Bueno, ahora el cabrón tiene su propio circo, y licencia para robar también.

3ER HOMBRE
Estás bien, él es el modelo.

DUKE
¡Absolutamente! Puro Horatio Alger... Digamos...


INT. SUITE HOTEL FLAMINGO - NOCHE

Duke reproduciendo la cinta.

DUKE EN CINTA
... cuánto crees que nos cobraría por el simio?

DUKE corre hacia adelante otra vez, buscando... RUIDO DE TRÁFICO. CHIRRIDO DE FRENOS.

VOZ EN CINTA
¡Santo Dios!

UN RUIDO TERRIBLE.


EXT. AGENCIA DE RENTA DE AUTOS - NOCHE

AGENTE DE RENTA
¡Santo Dios!, ¿como sucedió esto?

DUKE
Lo dejaron hecho mierda.

AGENTE DE RENTA
¡La capota está totalmente atorada!

El AGENTE DE RENTA lucha con el auto destrozado.

DUKE
Sí, algo anda mal con el motor...


INT. SUITE HOTEL FLAMINGO - NOCHE

DUKE EN CINTA
...La luz del generador ha estado en rojo desde que conduje la cosa en el Lago Mead para una prueba acuática...

UN GRAN CHAPUZÓN...

La cinta ha ido muy lejos.

DUKE
No, no. Mierda...

DUKE corre HACIA ATRÁS la cinta... Entonces, AÚLLAN SIRENAS.

DUKE EN CINTA
¿Dónde está el simio? Estoy listo para escribir un cheque.


INT. BAR CIRCO BAZOOKO - NOCHE

Duke está parado en el medio de UN BAR SEMIDESTRUIDO QUE DA VUELTAS EN EL BAZOOKO CIRCUS. Los espejos están destrozados. La gente se recupera de alguna especie de batalla. EL BAR GIRA LOCAMENTE. DUKE ESTÁ INSANAMENTE VOLADO.

3ER HOMBRE
Olvídalo, acaba de atacar a un anciano... ¡le dio un mordisco a la cabeza del barman! Los policías se llevaron al simio.

DUKE
¡Maldita sea! ¿De cuanto es la fianza? ¡Quiero ese simio! Ya he reservado dos asientos de primera clase en el avión.


EXT. EN EL AVIÓN - DÍA

Duke frena delante del DESERT AIR 727. Gonzo salta fuera, VA HASTA EL AVIÓN.
Duke lo ve irse, se ablanda.

DUKE
¡Hey!

Gonzo se detiene, gira.

DUKE
No le aceptes basura a esos cerdos. Recuerda, si tienes problemas siempre le puedes mandar un telegrama a la Gente Adecuada.

GONZO
Sí... Explicando mi Posición. Algún cabrón escribió un poema sobre eso una vez...

Gonzo se detiene.

GONZO
Probablemente buen consejo, si tienes mierda en lugar de cerebro.

GONZO se vira y CORRE HACIA LA ESCALERA Y JUSTO CUANDO ESTÁ A PUNTO DE ENTRAR AL AVIÓN SE DETIENE Y MIRA HACIA ATRÁS... SONRÍE... SE INCLINA Y VOMITA.

DUKE (en off)
Allá va, uno de los propios prototipos de Dios, un mutante de alta energía de alguna especie nunca considerada para producción en masa. Muy raro para vivir y muy extraño para morir.

DUKE observa por un segundo entonces SE VA. Retrocede con la BALLENA BLANCA, dejando atrás el avión.


INT. SUITE HOTEL FLAMINGO /APOCALIPSIS - NOCHE

En la TV un avión cruza el cielo. Hacia atrás para hallar a Duke en barricada en la habitación de Gonzo. Escribiendo en su máquina de escribir.

DUKE
Todos estamos enganchados ahora en un viaje de supervivencia. No más de esa velocidad que alimentaba los años 60. Ese fue el error fatal en el viaje de Tim Leary. Fue por toda América vendiendo "expansión de conciencia" sin dedicar siquiera un pensamiento a las crudas realidades que como ganchos de carne yacían a la espera de todos aquellos que lo tomaban en serio…

Duke graba como un CORRESPONSAL DE GUERRA. La CÁMARA se alza lentamente, Duke solo en la habitación con la TV vomitando imágenes de guerras y discordias civiles en los años 90.

DUKE
Todos esos freaks del ácido patéticamente ansiosos que creyeron poder comprar Paz y Comprensión a tres dólares la dosis. Pero su pérdida y fracaso son nuestros también. Lo que se llevó Leary fue la ilusión de todo un estilo de vida que él ayudó a crear...

Alzándose más alto, las paredes de la habitación parecen medir de siete a diez metros. Duke parece estar en el fondo de un pozo... La cámara se levanta a través de maderas rotas...

DUKE
...una generación de tullidos permanentes, buscadores fracasados, que nunca entendieron la vieja falacia mística esencial de la Cultura del Ácido: la suposición desesperada de que alguien... o al menos alguna fuerza, está poniendo la luz al final del túnel.

Aún más alto, Duke solo en la habitación, una caja aislada rodeada por metales retorcidos y basura y letreros destrozados de neón, símbolos de la ciudad muerta, un paisaje devastado sin luz, esquirlas de una civilización.

●●●

EXT. SALA DE ESTAR DE CAFÉ NORTH STAR - NOCHE

¡WHACK! Figuras entre sombras golpean a un hombre, le dan una buena PATEADURA. Brutal y fea.

DUKE (en off)
Vegas del Norte es adonde vas cuando la has jodido demasiadas veces en El Centro y cuando no eres bienvenido ni siquiera en los sitios de mala muerte en el Downtown.

Aparece una cafetería andrajosa: NORTH STAR CAFE en el background. A través de la ventana, Duke y Gonzo sentados al mostrador.


INT. SALA DE ESTAR DE CAFÉ NORTH STAR - NOCHE

DUKE (en off)
La sala de estar del CAFÉ NORTH STAR parecía un refugio bastante seguro para nuestras tormentas. Sin apuros, sin hablar. Solo un sitio para descansar y reagruparse. Yo ni siquiera tenía hambre.

Gonzo devora una hamburguesa SIN PRESTAR ATENCIÓN A LA PALIZA fuera de la ventana. Duke lee un periódico.

DUKE (en off)
No había nada en la atmósfera del North Star para ponerme en guardia...

GONZO (a CAMARERA)
Dos vasos de agua helada con hielo.

La CAMARERA trae el agua helada.

DUKE (en off)
Ella se veía como una caricatura quemada de Jane Russell. Definitivamente estaba a cargo aquí...

Gonzo se traga su vaso de agua y le tiende una servilleta.

DUKE (en off)
Lo hizo muy casualmente, pero yo supe que nuestra tranquilidad estaba a punto de ser destruida.

DUKE
¿Que fue eso?

Gonzo se encoje de hombros.

La camarera está al otro extremo del mostrador dándoles la espalda mientras revisa la servilleta... Se vira.

CAMARERA
¿Que es esto?

GONZO
Una servilleta.

La camarera golpea el mostrador con la servilleta.

CAMARERA
¡No me digas esas cosas! ¡Sé lo que significa! Maldito chulo gordo cabrón.

GONZO
Ese es el nombre de un caballo que yo solía tener. ¿Qué te ocurre?

CAMARERA
¡Hijo de puta! ¡Soporto mucha mierda en este lugar, pero está claro como el infierno que no tengo por que soportar a un chulo latino!

Gonzo se paraliza con eso...

DUKE (en off)
Jesús, pensé, ¿que está ocurriendo?

Duke recoge la servilleta. En ella está escrito con cuidadosas letras rojas: ¿BELLEZA DE TRASPATIO?

DUKE (en off)
Los signos de interrogación estaban subrayados.

CAMARERA (grita)
¡Paguen su cuenta y lárguense al infierno! ¿Quieren que llame a la policía?

GONZO
¿Chulo latino?

La mano de Gonzo va al interior de su camisa. Saca un cuchillo de caza afilado como navaja de afeitar.
Gonzo mantiene sus ojos sobre la camarera. Avanza un par de metros por el pasillo y levanta el manófono del teléfono. Lo arranca, y lo trae DE REGRESO a la banqueta y se sienta.

DUKE (en off)
Estaba estúpido con el shock; no sabía si correr o comenzar a reír.

GONZO (casual)
¿Cuanto cuesta el pastel de merengue de limón?

DUKE (en off)
Los ojos de ella estaban llenos de miedo, pero su cerebro funcionaba en algún nivel de supervivencia básico.

CAMARERA (tartamudeando, en automático)
¡Treintaicinco centavos!

GONZO (riendo)
Quiero decir todo el pastel.

La CAMARERA GIME. Gonzo pone un billete de cinco dólares sobre el mostrador.

GONZO
Digamos que cinco dólares. ¿Okay?

Gonzo le da la vuelta al mostrador y SACA EL PASTEL DE LA VITRINA.

DUKE (en off)
Ver el cuchillo había traído de regreso malos recuerdos. La mirada vidriosa en los ojos de ella decían que su garganta había sido rebanada. Todavía estaba paralizada cuando nos fuimos.

Duke está enraizado en el sitio.
Gonzo lo saca por la puerta. La cámara retrocede con ellos.
La CAMARERA ESTÁ ALLÍ, PETRIFICADA. Sola en un bar de mala muerte en la noche.




replay

riTo ramÓn aroCHe
(havana 61)


dios y los dioses
Sentir la latencia. El olor asado del pimiento. El sofrito.

Donde se asume y, resume, la noche. —Sabíamos que volverías...

Tenerla en la fragilidad del orden. El concepto.

Que fuera es lo que esperamos. Cremoso.

«Personas así que tienen un sueño, y se les va» (Una vecina: Amelia).

Pastel de hojaldre. Humoso. Que delinea los espacios fabriles, y los concentra.

De las mieles finales. Por ver la lubricidad y el giro, de unos labios.

FICE. Según el pequeño (pero gordezuelo) Larousse Ilustrado M. Zool. Pez teleósteo acantopterigio, de carne apreciada.

De carnes muy apreciadas. Que refuerzan... con arreglo a un juego y a un asunto, que olvidamos.

COMO VÍA DE CONSTRUIRLO TODO, Y, BIEN, DESDE LOS HORNOS.

●●●

el hostelero
Ver por fin qué hay detrás de cada emborronadura. No la muestra. No otra pieza.

Es granito. Basalto. Es la costumbre.

Des— lineamiento.

O como lo habíamos aclarado: 18 cm de espesor a toda esa madeja.

La atemperancia.

«Muchachas que bajaban de las habitaciones superiores donde veíamos estremecer a través de los ventanales que daban a La Piazza la única bombilla del inmueble y suponemos que a todo el vecindario.»

Grávidas.

Como un sistema de polución que no fascina. «Asesinar cucarachas en los rincones del hostal y de ser posible al hostelero. Asesinar primero que nada (en el hostal) al hostelero». Provocando niveles de polución. Niveles de desfacinación entre. O líneas que descompensan la memoria.

En el hostal, o fisgoneando por los ventanales que daban a La Piazza esto, siquiera.

●●●

en la hacienda
Entonces cocinábamos. Pero al principio eran los efectos de inanición ahí en la hacienda. Decía R: «Contiene una ficción.» Y E. B.: «Lo mejor es dormir por los pastizales.» Lo que serían las claves para captar notas. Formaciones. Antes de que mostráramos el estado de demolición, y otras materias. Decía R.: «Hay una andanada.» Y E. B.: «Lembranza.» Si es que era esto lo que deseaba o fue.

«¿SAUDADE?» —De la hacienda.

Cuantos le habrán visto recordaran este día.

Facilitar la costumbre— u otra.

¿Densa, terrenal, neutra? — Casi es: parte de lo que en italiano vendría a ser, si antepusiéramos el anuncio, romanzo poliziesco.

Ahí en la hacienda. Sabiendo que el canturreo, es símil, o es disipación.

De esquema aprehensivo. De zonas que se diseminan o consumen: los frutos dactilares. Por una burbuja Ararat que analizábamos en el vino; en el vaso.

Que resistiéramos los efectos de inanición— todo ese día.

Todo ese santo día ahí, en la hacienda, sintiéndonos alcanforados, membranosos, con cierta alternancia.














replay

thomas bernhard
(heerlen 31 – ohlsdorf 89)
de el imitador de voces, 1978


necesidad interior
Unos bomberos de Krems comparecieron en juicio, porque retiraron su tensa lona de salvamento y huyeron, en el momento en que un suicida, que desde hacía ya varias horas amenazaba con precipitarse al vacío desde una cornisa del cuarto piso de una casa particular de Krems, saltó realmente. El más joven de los bomberos declaró en el juicio que había actuado por una súbita necesidad interior y que, al ver que el suicida cumplía su amenaza, huyó sin soltar la lona. Como era el más fuerte de los seis bomberos, arrastró a los otros cinco con la lona y, en el momento en que el suicida, un desgraciado estudiante, como dice el periódico, se estrelló contra el suelo bajo la casa a la que durante tiempo se había aferrado, ellos mismos cayeron al suelo, causándose lesiones más o menos dolorosas. El tribunal ante el que compareció el bombero que fue el primero en huir con la lona y que como queda dicho, al ser el más joven y más fuerte de ellos era el principal inculpado, no pudo sustraerse a la responsabilidad de ese inculpado principal y, lo mismo que a los otros bomberos de Krems, absolvió al bombero, aunque, como es natural, no podía estar convencido de su inocencia. Los bomberos de Krems tienen desde hace decenios la reputación de ser los mejores bomberos del mundo.

●●●

espeleólogos
Los llamados espeleólogos, que dedican su vida a explorar cuevas y suscitan siempre el mayor interés, sobre todo en las revistas ilustradas de las grandes ciudades, han explorado también la cueva existente entre Taxenbach y Schwarzach, que hasta ahora había estado siempre totalmente inexplorada, como hemos sabido por el periódico. A finales de agosto y en condiciones meteorológicas ideales, según informa el Salzburger Volksblatt, los espeleólogos penetraron en la cueva con la firme intención de volver a salir de esa cueva hacia mediados de septiembre. Sin embargo, como los espeleólogos no habían vuelto de la cueva ni siquiera a finales de septiembre, un equipo de salvamento, formado con el nombre Equipo de salvamento de espeleólogos, se dirigió a la cueva para socorrer a los espeleólogos que penetraron originalmente en la cueva a finales de agosto. Pero tampoco ese equipo de salvamento de espeleólogos había vuelto a mediados de octubre de la cueva, lo que indujo al Gobierno del Land de Salzburgo a enviar a la cueva un segundo equipo de salvamento de espeleólogos. Este segundo equipo de salvamento de espeleólogos se componía de los hombres más fuertes y valientes del Land y estaba equipado con los más modernos, así llamados, aparatos de salvamento espeleológicos. Sin embargo, el segundo equipo de salvamento de espeleólogos, igual que el primero, penetró, sí, en la cueva, de acuerdo con lo previsto, pero ni siquiera a principios de diciembre había regresado de la cueva. En vista de ello, la oficina responsable de la espeleología del Gobierno del Land de Salzburgo encargó a una empresa constructora de Pongau que tapiase la cueva existente entre Taxenbach y Schwarzach, lo que se hizo ya antes del nuevo año.

●●●

decisión
Según prudentes estimaciones, en el último terremoto que azotó a Bucarest perdieron la vida dos mil quinientas personas; sin embargo, cálculos exactos han determinado que unas cuatro mil personas murieron bajo los escombros. Esa cifra hubiera sido inferior por lo menos en quinientas si el municipio hubiera actuado en contra de la orden expresa del funcionario competente de la administración de Bucarest de allanar los escombros de un hotel totalmente destruido, en lugar de quitarlos, y hubiera quitado esos escombros. Todavía una semana después del terremoto, la gente oía los gritos de cientos de personas sepultadas, que salían de los escombros. El funcionario de la administración municipal, sin embargo, hizo cercar la zona del hotel hasta que le comunicaron que bajo los escombros no se movía absolutamente nada y que tampoco se oía ya ruido alguno. Hasta dos semanas y media después del terremoto no se permitió a los habitantes de Bucarest recorrer el montón de escombros, que fue totalmente allanado en la tercera semana. Al parecer, por razones de costo, el funcionario renunció al salvamento de unos quinientos huéspedes sepultados del hotel destruido. El salvamento hubiera costado mil veces más que el allanamiento, sin tener en cuenta siquiera el hecho de que, probablemente, se habría sacado de los escombros a cientos de personas gravemente heridas que el Estado hubiera tenido que mantener luego durante toda su vida. Como es natural, según se dice, el funcionario se cercioró de la conformidad del Gobierno rumano. Al parecer, es inminente su ascenso a un puesto oficial más alto.






replay

fragmentos del juicio...
a una novela llamada Almuerzo desnudo


La Corte Suprema de Massachussetts, en una decisión entregada el 6 de julio de 1966, declaró no obscena la obra Naked Lunch, de William S. Burroughs. Al quitarle a la novela los cargos de obscenidad y hallar que estaba protegida por la Primera Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, la Corte Suprema de Massachussetts revirtió una decisión anterior de la Corte Superior de Boston, y eliminó la amenaza de una prohibición estatal para el libro. Desde que Naked Lunch fuera publicado por primera vez en los Estados Unidos en 1962, la única otra acción de censura sobre el libro fuera del estado de Massachussetts había ocurrido en Los Ángeles, donde se eliminaron los cargos de obscenidad sobre la novela en un juicio en 1965.
En el juicio de Boston que precedió a la decisión de la Corte Suprema de Massachussetts, Norman Mailer y Allen Ginsberg estuvieron entre los que testificaron a favor de Naked Lunch. El abogado de defensa fue Edward de Grazia, asistido por Daniel Klubock.


E. de Grazia: Mr. Mailer, se ha referido al hecho de que en algunos de sus textos usted trata asuntos políticos. ¿Sería injusto decir que en su obra, tanto novelística como ensayística, usted trata asuntos morales y cuestiones morales?
Norman Mailer: Bueno, lo intento. Es como decir…
EG: ¿Qué es bueno y qué es malo?
NM: Si eres un jugador de pelota no te gustaría decir que eres un buen hombre de tercera base, tú tratas de jugar tercera base. Uno intenta tratar cuestiones morales. Si lo hace bien es otro asunto.
EG: Cuando usó la palabra “moral”, quiero decir, ¿está intentando tratar cuestiones de bien y mal y bien y malvado?
NM: Sí, intento tratar tales cuestiones.
EG: ¿Ha leído Naked Lunch, el libro frente a Corte?
NM: Sí.
EG: ¿Posee alguna opinión sobre su importancia?
NM: Tengo una opinión cambiante sobre su importancia, porque ahora me he leído el libro, no solo completamente, sino que me lo he leído completamente dos veces. He leído más de dos tercios del libro, en otras palabras, tres veces. Me he encontrado con el libro durante un período de alrededor tres o cuatro años; o, para ser más precisos, primero lo encontré en 1959, en la revista Big Table. Allí leí un fragmento, después lo leí completamente hace dos años, cuando salió. En los últimos días lo he leído muy lenta y cuidadosamente. He leído las primeras ciento diez páginas.
EG: Mr. Mailer, ¿podría decirnos ahora, en sus propias palabras, la importancia que ve en la novela, cambiante como pueda ser?
NM: Me gustó mucho cuando la leí. La última vez dije Es buena. La comencé a leer con azoramiento, y así no me gustó tanto.
LA CORTE: ¿Le preocupó demasiado eso?
NM: Bueno, si voy a testificar…
LA CORTE: Sí, bajo esa luz, disculpe.
NM: Hallé, mientras leía…
LA CORTE: Si lee un libro una vez y le gusta y lo lee una segunda vez y no le gusta, no querría apostar su vida bajo esas circunstancias, ¿no?
NM: No. De cualquier forma, hallé que tenía más respeto por la lectura del libro esta vez. No lo he terminado. Tuve que leer lentamente y pensar mucho, de ahí mi respeto. Tengo la creencia de que es más obra literaria de lo que lo había considerado la vez anterior, aunque la vez anterior sentí que era una obra de alto talento. El hombre tiene gran talento. Probablemente sea el escritor más talentoso de América. Como escritor profesional no me gusta ir por ahí concediendo crédito a otros escritores.
(…)
William Burroughs es en mi opinión –cualquiera que pueda ser su intención consciente– un escritor religioso. Hay un sentido en Naked Lunch de la destrucción del alma, mucho más intenso que lo que haya podido hallar en cualquier otra novela moderna. Es una visión sobre como podría actuar la humanidad si el hombre estuviera totalmente divorciado de lo eterno. Lo que le confiere a esta visión su claridad es una total falta de sentimentalismo. La expresión del sentimentalismo en asuntos religiosos viene usualmente como una especie de piedad almibarada que diluye cualquier idea de sentimiento religioso en aquellos que son sensibles. Burroughs evita la posibilidad de tal sentimentalismo (el cual, por supuesto, destruiría el valor de su obra) incorporando un vocabulario astringente, mordaz, a una serie de eventos horrorosos y precisos, una suerte de humor de patíbulo que representa el último orgullo de un hombre derrotado, un orgullo que al menos no ha perdido su amargura. Es el tipo de humor que florece en prisiones, en el Ejército, entre junkies, pistas de carreras y mesas de billar, un graffitti de fresca, incluso lívida sagacidad, basada en funciones corporales y fragilidades del cuerpo, los olvidos, las humillaciones y torturas que un cuerpo puede soportar. Es un humor salvaje y mortal, tan justo e implacable como un impuesto de ventas; es la monedita de comunicación en cada uno de esos mundos. Amargo como la cal, se mete contra todo asunto serio en lo cáustico de la más dura experiencia; lo que se deja intacto es tan seco y plateado como un hueso. Es este tipo de fino y seco residuo que es la sustancia emocional de Burroughs para mí.
Tal como Hyeronimus Bosch asentó los detalles más diabólicos y escalofriantes con delicadeza de detalles y humor juguetón, dejándolo a uno con un sentido de las mansiones del horror, Burroughs deja una visión íntima y detallada de cómo podría ser el infierno, un infierno que podría estar esperando como la culminación, el producto final de la revolución científica. Al final de la medicina está la droga; al final de la vida está la muerte; al final del hombre puede estar el infierno que llega por las vanidades de la mente. En ninguna parte, como en la colección de Naked Lunch de monstruos, genios medio locos, lisiados, criminales, pervertidos y bestias putrefactas, hay una panoplia tan moderna de las vanidades de la voluntad humana, de los excesos del mal que ocurren cuando la idea del poder personal o intelectual reina por encima de las compasiones de la carne.
Resultamos enriquecidos por ese registro; y somos más impresionantes como nación porque un editor puede imprimir ese registro y venderlo abiertamente en una librería, venderlo de forma legal. Incluso ofrece una sugestión de que la Gran Sociedad de la que habla Lyndon Johnson puede resultar no solo el deseo de un político, sino simplemente la dura semilla de una nueva verdad; porque ninguna sociedad ordinaria podría tener la valentía y honestidad moral para mirar en el abismo de Naked Lunch. Pero una Gran Sociedad puede mirar en el abismo de su propio infierno potencial y reconocer que es más fuerte como nación por poseer un artista que puede regresar del infierno con un retrato de tales dimensiones.
EG: No más preguntas.
●●●

EG: Mr. Ginsberg, ¿Ha leído el libro llamado Naked Lunch de William Burroughs?
ALLEN GINSBERG: Sí.
EG: ¿Más de una vez?
AG: Sí, una cantidad de veces.
EG: ¿Podría especificar delante de mí, para la Corte, algunos ejemplos o ilustraciones de ideas concernientes a importancia social que usted cree son expresadas en este libro?
AG: Bueno, hay una gran cantidad de ideas en él que poseen importancia social, y están todas interrelacionadas en la presentación del libro. Una de las ideas principales es una teoría de adicción a la droga o una teoría de adicción a la heroína aplicada como modelo para la adicción a otras muchas sustancias aparte de las drogas. Esto es llamado en el libro Álgebra de la Necesidad, y hay otras adicciones que son tratadas dramáticamente: adicción al homosexualismo, considerado por Burroughs también como una especie de adicción; y a mayor escala, lo que él considera como la adicción de Estados Unidos a los bienes materiales y a las propiedades. La adicción al dinero se menciona en el libro un número de veces; y más que todo, una adicción al poder o una adicción a controlar otras personas por medio del poder sobre ellas. Así que a lo largo del libro hay dramáticas ilustraciones de gente cuya obsesión o lujuria está en controlar las mentes y las almas y los corazones de otra gente.
En el principio mismo del libro esta teoría general de la adicción, Álgebra de la Necesidad, se menciona en la introducción, números latinos del V al XVI, y se vuelve a hablar de esto en las páginas 21 y 168.
EG: Antes de que se refiriera así a las páginas del libro donde se menciona el “Álgebra de la Necesidad”, indicó que Burroughs, que este libro, hablaba de los problemas del control de individuos sobre otros individuos, de instituciones sobre individuos. ¿Quiso limitar la referencia a lo espiritual?
AG: Serían controles políticos.
EG: Creo que no ha mencionado lo sexual y me pregunto si querría hacerlo.
AG: Sí.
EG: Minutos atrás, Mr. Jackson testificaba sobre un par de episodios donde el horror de la situación parecía involucrar la relación homosexual casi forzada, socialmente forzada. Entonces, volviendo a su última respuesta…
AG: Este tema al cual se refiere, control sexual, ciertamente juega un gran papel en el libro y se habla de esto extensamente en los episodios de Carl y también en las prácticas del doctor Benway lavando el cerebro a algunos de sus pacientes.
LA CORTE: Mr. Ginsberg, ¿considera usted que este libro sea obsceno?
AG: No realmente, no, señor.
LA CORTE: ¿Se sorprendería si el mismo autor admitiera que era obsceno y debe ser necesariamente obsceno con el fin de hacer llegar sus pensamientos e impresiones?
AG: La oración a la que se refiere…
LA CORTE: Está en la página XII de la Introducción: “Dado que Naked Lunch trata este problema de salud, es necesariamente brutal, obsceno y repugnante. Con frecuencia la enfermedad son detalles repulsivos, no para estómagos débiles”.
AG: Sí, él dijo eso. No creo que él quiera dar a entender obsceno en ningún sentido legal, o aún obsceno visto a través de sus propios ojos o a través de los ojos de un lector simpatizante. Él trata asuntos muy básicos y muy atemorizantes.
LA CORTE: ¿Qué entiende que quiera decir la frase “Como siempre, el almuerzo está desnudo”?
AG: Esa frase es de cuando se habla sobre castigos capitales, creo.
LA CORTE: ¿Se habla de eso en la Introducción o en el Prefacio?
AG: En el párrafo de la misma página: Déjenlos ver lo que hay en el otro extremo de esa larga cucharada de periódicos.
LA CORTE: ¿Qué es “una cucharada de periódicos”?
AG: Nos dan o nos alimentan con cucharadas de noticias sobre muerte, sobre castigos capitales, sobre ejecuciones.
EG: Entre las ideas que usted ha encontrado en este libro, habla de la idea del control y los problemas sobre el control, individuo sobre individuo, institución sobre individuo. ¿Tiene esto alguna relación con el control del adicto como se usa en el libro el término “adicto al control”?
AG: El concepto de adicción lleva a incluir, según la frase de Burroughs, adictos al control, o gente que están bajo el hábito de manipular a la gente. Lo que conduce a controlarlos sexualmente, políticamente, socialmente. Desde la página 21 en adelante tenemos una imagen del doctor Benway, a quien se refiere como un adicto tecnológico, altamente especializado, científicamente preparado, adicto a controlar y a lavarle el cerebro a grandes grupos sociales. Es una especie de parodia de un burócrata eficiente, moderno, todopoderoso. (…) A lo largo del libro, en la Tierra Libre, y en las próximas secciones, hay exposiciones cuasi científicas dadas por el autor sobre técnicas de lavados de cerebro y control de masas, teorías de modernas dictaduras, teorías de modernos estados policiales, sugerencias sobre la posibilidad de usar en otros lugares drogas, shocks eléctricos, gases neurológicos.
EG: Cuando aparecen estas sugerencias o se habla de ellas, ¿es en el sentido de ser cosas recomendadas o de ser cosas a temer?
AG: No, creo que él las analiza lacónicamente, satíricamente, y presenta evidencias de estas actividades en nuestra cultura moderna, de vez en cuando en un estilo de ciencia-ficción, proyectándolas en el futuro, situaciones de pesadilla si los adictos al control tomaran el poder.
LA CORTE: Mr. Ginsberg, ¿tiene el libro frente a usted? (…) ¿Se remitiría a la página XIV del Prefacio? El tercer párrafo: “Y algunos de nosotros estamos en Diferentes Hábitos y eso es algo abierto de la forma en que yo lo veo lo que como y lo que visa versa mutatis mutandis como sea el caso. La Habitación del Almuerzo Desnudo de Bill… Entra… Bueno para jóvenes y ancianos, hombre y bestia. Nada como un poco de aceite de serpiente para engrasar las ruedas y tener un espectáculo en la pista Jack. ¿De qué lado estás? ¿Fro-Zen Hydraulic? ¿O quieres echar un vistazo con Honest Bill?” Ahora, ¿hay alguna asociación entre esto y el título? Y si la hubiera, ¿qué significa para usted?
AG: Él se refiere, aquí creo que él se está refiriendo al libro completo como la Habitación del Almuerzo Desnudo de Bill Burroughs, una habitación para almorzar, así que Entren, o Pasen, echen un vistazo. Estos son los bienes que él ofrece, o estas son las ideas que nos ofrece, y lo hace en un estilo de vocero de carnaval, gracioso cuando habla de aceite de serpiente y Bueno para jóvenes y ancianos, hombre y bestia. Los que ofrece en este párrafo, las ideas a las que se refiere, son ideas de las que habla en el próximo párrafo, el primordial Problema de Salud Mundial que, según él, es esta tendencia por parte de… la tendencia en una civilización mecanizada de conceder a muy poca gente el control de enormes cantidades de poder.
LA CORTE: ¿No asociaría ni siquiera remotamente el título con incidentes dentro del libro que retraten actos innaturales?
AG: Sí, esa parte también. Los actos innaturales retratados son parte de exhibiciones de control.
(…)
EG: ¿Hay una discusión en este libro de ideas que puedan ser asociadas con partidos políticos presentes o futuros, quizás, de alguna manera, al estilo de los escritos de H. G. Wells o Franz Kafka?
AG: Sí.
EG: Bueno, en términos de la pregunta que había comenzado a formular, o que usted había comenzado a responder, sobre partidos políticos, o sobre partidos políticos imaginarios, o sobre partidos políticos proyectados en el futuro, ¿querría identificar para nosotros algunos de estos partidos tales como aparecen en Naked Lunch?
AG: Sí. Desde la página 144 hasta aproximadamente la página 165 o 169, viene una exposición completa y muy detallada de cuatro partidos políticos imaginarios. Esta es la carne política del libro; y creo, la más, una de las más interesantes partes del libro, y la más significativa.
LA CORTE: ¿Hay un partido conservador?
AG: Oh, sí. Hay dos partidos conservadores.
LA CORTE: ¿Querría señalarlos?
AG: Depende de su definición de conservador. Si quiere un partido conservador realmente respetable, están los Factualistas. Son los que estaban en contra de los controles de Estado policiales futuros. Habían advertido del control del todo, control del público, como el doctor Benway. Adoptan, en cierto sentido, una posición muy antiestatal, o anti-arrastrante-estatal.
LA CORTE: ¿Bajo qué disfraz está el partido radical en este libro?
AG: Dado que el señor Burroughs se considera a sí mismo un factualista, entonces los factualistas pueden ser también considerados radicales. Burroughs se considera un factualista. El partido extremista consistiría de ambos extremos de la derecha y la izquierda. Serían los licuofaccionistas.
(..)
EG: En términos de sentido común, ¿podrían compararse con los fascistas?
AG: En mucho. La palabra licuar procede de los fascistas o de los comunistas, las políticas de liquidación mencionadas por Stalin. Quieren liquidar o licuar toda la oposición y todos serán licuados o eliminados, excepto una personalidad de control para gobernar todo el mundo.
EG: ¿Qué hay con los Divisionistas?
AG: Tienen un método distinto para conquistar. Poseen una facción o un hombre a quien se refieren como el Mandador, que va a sobrevivir mediante réplicas que inundarán el mundo. Se dividirá en dos y hará réplicas de sí mismo. Dondequiera que viaje tendrá alguien con quien conversar. Nunca más se sentirá solo.
LA CORTE: ¿Los Divisionistas son los homosexuales?
AG: Sí. El Divisionismo constituye también una parodia de la situación homosexual; pero Burroughs también está atacando a los homosexuales en este libro.
LA CORTE: ¿Caen los conservadores dentro de alguna clase particular de sexualidad en este libro?
AG: Bueno, creo que los conservadores, si consideramos el Factualismo como conservador, tienen una suerte de laissez-faire, lo que sea natural, lo que no haga daño será aceptable. Cuando el homosexualismo se convierte en una obsesión o una compulsión o un intento para controlar a otra gente, entonces es desaprobado. Y creo que los factualistas, como partido conservador, han lanzado algunos boletines tentativos sobre el asunto en, creo, la página 167.
LA CORTE: A menos que alguien se lo tome en serio, por supuesto, obviamente esto es fantasía.
AG: Sí.
LA CORTE: Y creemos que debería ser mencionado aquí, no hay absolutamente ninguna conexión con ningún partido político de los Estados Unidos, como usted y nosotros lo entendemos.
AG: Sí, como digo, hay anécdotas de partidos políticos imaginarios. Creo que Burroughs diría que son representantes de las fuerzas mayores moviéndose en el mundo de hoy. Tal vez eso pueda ser justificado, dado el hecho de que hay lugares en el mundo que son Estados policiales.
LA CORTE: ¿Hay alguna relevancia seria en partidos políticos futuristas?
AG: Incluso en patrones políticos actuales, no necesariamente en América pero, de nuevo, también en América.
LA CORTE: ¿En que luchas políticas están involucrados los homosexuales?
AG: Eso puede constituir un asunto de opinión, señor.
EG: Creo que él testificó que eran una parte de los divisionistas.
AG: El homosexualismo, como se contempla aquí, es solo un intento de controlar a la gente. Hay otras formas de hacerlo aparte de la manipulación sexual directa; por ejemplo, mediante el lavado de cerebro, igualando a un lavador de cerebros que trata de dominar sádicamente a otra persona, con un homosexual que trata físicamente de dominar a otra persona.
LA CORTE: Volvemos a preguntar: ¿Cree usted que él esté sugiriendo seriamente que en algún momento del futuro un partido político se involucre de alguna manera con el sexo?
AG: Así lo creo, sí.

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Edward de Grazia: Con permiso de su Señoría, me gustaría en este punto leer de una carta recibida no hace mucho de William Burroughs.
La pregunta: ¿Qué es sexo? Y las preguntas concomitantes sobre lo que es obsceno, impuro, no se preguntan, mucho menos se contestan, precisamente por las barreras de ansiedad semántica que impiden nuestro libre examan o, creo, nuestro examen científico objetivo de los fenómenos sexuales. ¿Cómo pueden ser estudiados estos fenómenos si le prohíben a uno escribir o pensar sobre ellos?
Al menos y hasta que un examen libre de las manifestaciones sexuales sea permitido, el hombre permanecerá controlado por el sexo en lugar de ser él el controlador. Fenómenos totalmente desconocidos por ser deliberadamente ignorados y dejados a un lado como sujeto para la escritura y la investigación.
Tratamos aquí con una barrera que solo puede ser llamada superstición medieval y miedo, precisamente la misma barrera que restringió a las ciencias naturales por cientos de años con dogmas más que con investigación y examen. Los mismos métodos objetivos aplicados a las ciencias naturales deberían ser aplicados ahora a los fenómenos sexuales con el fin de controlar y comprender estas manifestaciones. No se critica a un doctor por describir las manifestaciones y síntomas de una enfermedad, aunque los síntomas puedan ser repugnantes.
Siento que un escritor tiene derecho a la misma libertad. De hecho, creo que es el momento para borrar la línea entre literatura y ciencia, una línea puramente arbitraria.
Su Señoría, esto nos fue mostrado hace mucho tiempo –ese es el sentimiento expresado por el señor Burroughs, el cual he adoptado en mi argumento concluyente– hace mucho tiempo que los artistas y escritores tienen contribuciones que hacer a la sabiduría y el aprendizaje de la humanidad tan grandes, quizás, como la de nuestros científicos. Citaré muy brevemente al fundador de la ciencia siquiátrica moderna, Sigmund Freud:
Escritores imaginativos son valorables colegas y su testimonio se evalúa altamente porque trabajan con recursos que aún no están disponibles para la ciencia. El retrato de la vida síquica de los seres humanos es, por supuesto, la mayor demanda del escritor imaginativo. Siempre ha sido el precursor de la ciencia y, por esto, de la psicología científica también.
(...)
Su Señoría, estoy de acuerdo, creo que los testigos que hemos escuchado hoy, que han leído Naked Lunch, y han testificado para la Corte y para nosotros, también están de acuerdo; estoy seguro que la Corte Suprema de Estados Unidos también, si es necesario, estará de acuerdo; espero que ustedes estén de acuerdo.

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LA CORTE: La Corte Suprema de Estados Unidos ha sostenido que, para justificar causa de obscenidad, “tres elementos deben coincidir: debe ser establecido que (a) el tema dominante del material tomado como un todo apela a un interés lascivo de sexo, (b) el material es patentemente ofensivo porque afronta standards contemporáneos de comunidad, y (c) el material carece totalmente de valores sociales atenuantes”. Naked Lunch puede apelar al interés lascivo de los desviados y a aquellos curiosos sobre los desviados. Para nosotros, es mayormente ofensivo y es, como dice el mismo autor, “brutal, obsceno y repugnante”.
Sobre la cuestión de si el libro posee algún valor social atenuante, el registro contiene numerosas críticas y artículos en publicaciones literarias y no literarias que discuten seriamente este libro controversial, que refleja las alucinaciones de un drogadicto. Así que parece que un grupo inteligente y sustancial de la comunidad cree que el libro posee alguna significación literaria. Aunque no estamos atados a las opiniones de otros acerca del libro, no podemos ignorar la seria aceptación de esto por tantas personas en la comunidad literaria. Por esto, no podemos decir que Naked Lunch no posee “importancia social atenuante en las manos de aquellos que la publican o distribuyen en la base de ese valor”.
El registro no muestra que el libro haya sido “comercialmente explotado a causa de su interés lascivo, excluyendo sus otros valores”. Por tanto, la cuestión no es de si este libro, o su publicación y distribución, “carece totalmente de valores sociales atenuantes”.
El decreto anterior se anula y un nuevo decreto final se aprueba declarando que el libro no puede ser declarado como obsceno.





























replay

william burroughs
(st. louis 14 – lawrence 97)
de nova express, 1963


lavadero chino
Cuando el joven Sutherland me pidió que le consiguiera trabajo en la policía de Nova, le respondí en broma: “Tráeme a Winkhorst, técnico y químico de la Compañía Farmacéutica Lázaro y discutiremos la cosa.”
“¿Este Winkhorst es un delincuente de Nova?”
“No, solo un sargento técnico a quien queremos interrogar.”
Desde luego yo pensaba que él no conocía los métodos para traer esa gente e interrogarla – Es una operación muy precisa – Primero enviamos a una serie de agentes – (casi siempre disfrazados de periodistas) – para localizar a Winkhorst y exponerlo a una batería de unidades de estímulo – Los agentes de contacto hablan y registran en todos los niveles la respuesta a las unidades de palabra mientras un fotógrafo toma fotos – Este material es enviado al Departamento de Arte – Los escritores escriben “Winkhorst”, los pintores pintan “Winkhorst”, un actor se convierte en “Winkhorst” responde a todas nuestras preguntas – Ya habíamos iniciado el procesamiento de Winkhorst –
Pocos días después llamaron a mi puerta – El joven Sutherland estaba ante el umbral y junto a él un hombre con el cuello del abrigo subido de manera que solo se le veían los ojos llameantes de furia – Advertí que las mangas del abrigo estaban vacías –
“Le he puesto un chaleco de fuerza” dijo Sutherland empujando al hombre en mi cuarto – “Este es Winkhorst”
Vi que el cuello del abrigo estaba subido para ocultar una mordaza – “Pero no me has entendido – No en este novel – Lo que quise decir –“
“Usted me dijo que le trajera a Winkhorst ¿no es cierto?”
Yo pensaba rápido: “Está bien – Quítale la mordaza y el chaleco de fuerza.”
“Pero se pondrá a gritar y habrá problemas.”
“No, no gritará.”
Cuando le quitó el chaleco de fuerza, recordé un viejo sueño-imagen – Este proceso se denomina sueño retroactivo – Cumplido con precisión y autoridad llega a ser un hecho concreto – Si Winkhorst empezaba a gritar nadie lo oiría – El reverso del espejo del mundo infiltrándose en mi pasado – Muro de vidrio ¿entienden? – Winkhorst no intentó gritar – Se sentó frío como el hierro – Pedí a Sutherland que nos dejara prometiéndole ocuparme de su solicitud –
“He venido a cobrar una cuenta del lavadero”, dijo Winkhorst.
“¿Qué lavadero representa usted?”
“El lavadero chino.”
“Para cobrar la cuenta hay que dirigirse a las autoridades correspondientes – Como usted sabe, nada es más complicado y lento que elevar las ordenes de pedido para los llamados “gastos personales” – Y también sabe que está absolutamente prohibido pagar con dinero al contado.”
“Se me ha otorgado un poder para que reclame el pago – Aparte de eso, no sé nada – Y ahora, ¿puedo preguntar para que me han obligado a venir?”
“No digamos obligado – Digamos más bien invitado – Así es más humano ¿no le parece? – En realidad estamos llevando a cabo una investigación acerca de alguien con quien según creo tiene usted una asociación larga y amistosa, me refiero a mister Winkhorst, de la Compañía Farmacéutica Lázaro – Entrevistamos a sus amigos, parientes, compañeros de trabajo, con el objeto de prever que oportunidades tiene de ser reelegido capitán del equipo de softball – Comprenderá usted la importancia de este asunto si piensa que el lema de la compañía es “Siempre hay que jugar al softball” ¿No es así? – Bueno ahora para dar vida a esta entrevista supongamos que usted es Winkhorst y no perdamos tiempo le haré las preguntas directamente ¿entiende? – Sabemos que usted es el químico que tiene a su cargo la síntesis de las nuevas drogas alucinógenas muchas de las cuales aún no han sido puestas en circulación con fines experimentales – También sabemos que usted ha hecho algunas alteraciones moleculares en los alucinógenos conocidos que se distribuyen gratuitamente en muchas secciones – Exactamente ¿Cómo se llevan a cabo estas alteraciones? – Le ruego que no deje de hacer una declaración completa a causa de mi obvia ignorancia técnica – Esta no es mi tarea – Sus respuestas serán registradas y remitidas al Departamento Técnico para ser analizadas.”
“El proceso se conoce como deformación por tensión – Se hace o se hacía mediante un ciclotrón – Por ejemplo la molécula de mescalina es expuesta a la tensión del ciclotrón de manera tal que el campo de energía se deforma y algunas moléculas se activan en el nivel de la fisión – La mescalina sometida a ese tratamiento es propensa a producir en el sujeto humano – (estas se denominan preparaciones caninas) – hmmm como explicarlo, síntomas desagradables y peligrosos y en especial el síndrome del calor que es un reflejo de la fisión nuclear – Los sujetos se quejan como si estuvieran expuestos al fuego, encerrados en un horno sofocante, como si abejas al rojo blanco les llenaran el cuerpo – Las abejas desde luego son las moléculas de la mescalina deformadas – Lo estoy explicando de un modo muy simple por supuesto”.
“¿Hay otros procedimientos?”
“Claro que sí pero siempre lo fundamental es una deformación o asociación en un nivel molecular – Otro procedimiento consiste en exponer la molécula de mescalina a ciertos cultivos de virus – El virus como usted sabe es una partícula muy pequeña que puede asociarse con precisión en cadenas moleculares – Esa asociación produce un efecto adicional en quienes ya han sufrido alguna infección virósica, hepatitis por ejemplo – Es mucho más fácil producir el síndrome de calor en tal preparación –”
“¿Es posible entonces invertir este proceso? Es decir ¿puede usted contaminar un compuesto una vez que se ha logrado la deformación?”
“No es tan fácil – Sería más sencillo reclamar nuestra provisión de droga a los distribuidores y reemplazarlas.”
Y ahora quisiera preguntarle si puede haber asociaciones benignas – Por ejemplo ¿es posible asociar la mescalina con la apomorfina en un nivel molecular?”
“Primero tendríamos que sintetizar la fórmula de la apomorfina – Como usted sabe eso está prohibido.”
“Y por muy buenas razones ¿no es cierto, Winkhorst?”
“Sí – La apomorfina combate la invasión parásita estimulando los centros reguladores para normalizar el metabolismo – Una poderosa variación de esta droga podría desactivar todas las unidades verbales y envolver la Tierra en silencio, desconectando todo el síndrome de calor.”
“¿Usted podría hacerlo, señor Winkhorst?”
“No sería fácil – ciertos detalles técnicos y tan poco tiempo –“ Señaló entre el pulgar y el índice un espacio de medio centímetro.
“Difícil pero no imposible ¿no, señor Winkhorst?”
“Desde luego no es imposible – Si recibo la orden – Esto es improbable teniendo en cuenta determinadas circunstancias que ambos conocemos.”
“¿Se refiere usted a la fecha de nova?”
“Desde luego.”
“¿Está usted convencido de que esto es inevitable, señor Winkhorst?”
“He visto la fórmula – No creo en milagros.”
“¿En que consisten esas fórmulas, señor Winkhorst?”
“Es un problema de eliminación – Lo que conocemos con el nombre de uranio y esto se aplica a todas las materias primas de esta clase es en realidad una forma de excremento – El problema de eliminar el desecho radiactivo en cualquier dimensión temporal del universo es en definitiva insoluble.”
“Pero si desintegramos las unidades verbales, es decir, si vaporizamos a los recipientes, la explosión no podría producirse y en verdad nunca habría existido–”
“Quizás – Soy químico no profeta – Se considera axiomático que la fórmula de nova no puede romperse, que una vez iniciado el proceso es irreversible – Ahora estamos canalizando toda la energía en planos de escape – Si le interesa puedo hacerle una oferta de evacuación – en un nivel temporal desde luego.”
“¿Y a cambio de qué?”
“Sencillamente usted enviará un informe diciendo que no hay pruebas de actividad de nova en el planeta Tierra.”
“Lo que usted me ofrece es una existencia precaria protegida como por una cápsula submarina en la anticuada película de algún otro – La gente así da una inmensa vuelta en forma de U para regresar a los años 20 – Además todo esto es ridículo – Por ejemplo yo envié este informe desde Mercurio: El clima es fresco y estimulante – Los nativos son taaan amistosos – o En Urano se goza de una gran levedad y se tiene una exultante sensación de libertad – Y el doctor Benway me contestó Limítese a enviar informes concretos sobre su inmunda capacidad de nova – Es ridículo decir que el clima es fresco y estimulante cuando los huevos revientan – o Urano es una libertad que fermenta sin cesar – Este es el viejo resquebrajado rosado carnaval de 1917 – Un triste ínfimo canal de irrigación - ¿Qué otra cosa puede hacerse si se tienen fechas trastocadas paralizadas en las películas pornográficas? – Usted me ofrece una protección submarina – carne precaria – una película sucia, un pene hecho andrajos – Olor a muchacho intestinal, en las letrinas.”
“Yo solo estoy autorizado para hacer la oferta y no para garantizar su validez.”
“Rechazo la oferta – Los llamados oficiales de este planeta están aterrorizados y se precipitan disfrazados de mujer al primer salvavidas que encuentran – Semejante conducta es impropia de un oficial y estas personas han sido desposeídas de una autoridad que evidentemente significaba para ellas una carga intolerable – Durante toda mi carrera de oficial de policía nunca he visto tanta estupidez junta – La banda de nova que trabaja aquí está formada por imbéciles que no podrían burlar los métodos de identificación de nuestra policía en ninguna otra parte –”
Esta que he empleado es la vieja técnica utilizada para hacer cantar a un delincuente – La hemos empleado durante tres mil años y todavía resulta – Winkhorst se diluía en ardientes espirales de la nebulosa de Cáncer – tuve entonces un momento de pánico – fui lentamente hacia el grabador de cintas magnetofónicas –
“Ahora, si usted es tan amable, señor Winkhorst, quisiera que oyera usted esta música para ver su reacción – La usamos durante los avisos de propaganda en el programa de la apomorfina – Si usted escucha esta música y me da ventaja - Nosotros pensamos en los muchachos de la calle para esto –”
Puse una música de Gnaova con instrumentos de percusión y aumenté el volumen al máximo – Agujas de plata bajo focos de toneladas nivelados con el término medio descubrían siempre el mismo ritmo apuñalando los tambores. El regulador escorpión estaba en la pantalla ojos azules al rojo blanco escupiendo desde el núcleo en fusión de un planeta donde el plomo se funde al mediodía, el cuerpo medio oculto por el pórtico de un templo maya – Un tufo a cámaras de tortura y carne quemada llenó el cuarto – Prisioneros estaqueados bajo los cielos al rojo blanco de Minraud comidos vivos por hormigas de metal – Me mantuve a distancia rodeándolo con estallidos de luz golpeando apuñalando setenta toneladas por pulgada cuadrada – Ahora las órdenes claras y fuertes: “Revienten – Golpeen – Ametrallen – Apuñalen – Maten” – La pantalla se abrió – Vi códices mayas y jeroglíficos egipcios – Prisioneros que aullaban en los hornos reducidos a formas de insectos – La imagen en tamaño natural de un cadáver sin pantalones colgado de un poste de telégrafo eyaculando bajo un cielo al rojo blanco – Hedor a tortura cuando el huevo revienta – Siempre reducidos a formas de insecto – Espinas dorsales que perforan loa piel se cubren de hormigas-hongos – Los ojos proyectados cadáveres desnudos colgados de un poste telegráfico de imagen adolescente.
La música se transformó en el sonido de flautas de Pan y yo me deslicé hacia aldeas montañesas donde una bruma azul remolineaba en torno a casas de pizarra – El lugar de la gente enredadera bajo la eterna luz lunar – Disminución por la presión – La presión de setenta toneladas por pulgada cuadrada súbitamente disminuida – Desde una distancia serena y gris vi al regulador escorpión estallar en la zona de baja presión – Grandes vientos azotaban una planicie negra y esparcían los códices y jeroglíficos hacia los montones de basura de la Tierra – (Un muchacho mexicano silba un mambo, se baja los pantalones junto a un muro de barro y se limpia el culo con una página del códice de Madrid) Lugar del pueblo de polvo que vive en tempestades de arena cabalgando en el viento – viento viento viento en los archivos y oficinas polvorientos – Viento en los cuartos del directorio y los bancos de tortura del tiempo –
(“Una gran calma amortaja el lugar verde del pueblo enredadera.”)




replay




oSCar CRuz
(santiago de cuba 79)


flor de loto
dispuestas las cruces
voy en coche bomba hacia el Senado
la gloria es otra cosa me dijeron
otras son las cartas enviadas por Alicia
dime Lewis Carroll qué fue de aquel país
qué fue de Bugs Bunny en el bazar de Damasco
acaso no llegaron los bárbaros
no llegó el cortejo funeral de los míos

cae un sol tremendo
Sol Meliá en Zona Franca
vienen las nativas a lucir sus implantes
tú eres la Vedette (mujer menstruadora)
vienes a romperme los ojos
a morirte donde nunca fui tocado por la luz
estoy llamado a buscarme
estos son mis días
dicen que no conmoverán
que no hay progresión ni sosiego
pago caros mis derechos mis izquierdos
pago caro ese jardín y esta mesa tan vacía
a veces me tiendo al Sol me oreo
pienso en el concepto Dios
en esa dimensión tan abstracta
a veces me pongo al otro lado
empuño otra bandera
no sé no pienso
es el concepto Dios quien me define
quien me empuja al Senado
me pregunta por ti
ojo del Ciclón
hembra maldita
es ahora o nunca es aquel huevo o cigoto
figurante que en dorada rama se defiende
sube ahora Alicia mía
salvemos de una vez por todas
esta raza en extinción.
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eclesiastés según Stalin
Los hijos de Dios ante el Smolny
uñas rentes
lentas caravanas de hormigas
arriban a la barbarie
hoy hablaremos de la muerte
del uno por uno del uno contra uno
hoy hablaremos de Dios de Vladimir Ulianov
les propongo sangrar lustrar el cuchillo
hablemos hoy sólo hablemos del bigote
del pase de lista
de ciertas instrucciones para soplar
ah! Rosa Luxemburgo no la ROSA
en su concepto
la invariable flor de las compotas
del grupo varón en los graneros
somos gente sencilla
ante la muerte ante Dios ante Vladimir Ulianov
eso
lentas caravanas de hormigas
que arriban a la barbarie.

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palabras de Milton en el Canon
1
vengan:
todo cuanto hay les pertenece la cena los muertos la ambigua luz el sillón provenzal estilo francés donde duerme el perro de mi padre perro keynesiano inquisidor perro post–moderno con el creo en la boca es así todo cuanto soy es el ruido el miedo de buscarme de acunar el polvo el resplandor que se filtra en el portal allí donde mi madre sombra a sombra ser con mi ser llora y somos uno somos dos sentados a la mesa de espaldas a la mesa en el umbral en el silencio sostenido de Dios de esta noche que se pudre y me entran ganas infinitas ganas de matar este silencio este Dios que en la noche es roto vidrio rota escarcha bestia milenaria que se corta las venas en el viejo hospital donde Poncio atados pies y manos se masturba.

2
Oh Dios
a-diós
conservo el amparo el abuso filial
que es modus operandis
asere pentecostés
mirando la ciudad sus aguas albañales
armada inservible ante las puertas de Ilión
hay quienes se desnudan detrás del espejo
detrás de la madre que les dice: Pero hijos
está bien
fui llamado
declarado culpable
los consortes me gritan las medeas
si yo por lo menos esta mujer la novia del verdugo
mi hija a punto de llorar
no admitiera que yo viejo peregrino
dance sobre el filo sobre el gajo de Albahaca aún
los dolores mis dolores las sondas que vendrán
esto sí es día de reyes cítaras y más carnes
que la cena está lista Señor
en medio del Oriente en la bahía
que ahoga mis plegarias
estoy ante ti
no como Absalón ni como el joven Durero
muertos de abstinencia en no sé dónde
estoy ante ti juntando las mismas palabras
los mismos abismos que un día pisaras
no soy el ayer
tampoco tú mereces la borgoña
la costumbre de mirar al infinito
te obsequio mi sonda mi gloria intestinal
lustros hacen que no llueve
y debajo de la tierra tú
y debajo de la tierra yo
así no más
declarados culpables.

●●●

en el claro sin bosque
por Amanda Cruz
bajo un quinqué recargable leo a Kozer
el cuarto está igualito
cortinas de humo simulan el polvo
acunan la niña que duerme en claro sin bosque
voy hacia el fin grita el barquero
voy a lanzar con furia palabras de amor o escarmiento
nada me sostiene
a la hora de escribir me encierro
me nace como un grito este dolor
este deseo de encerrarme de encerrarlos
de cortarles para siempre el aire y la luz
sigo en el borde
dicen que mañana seré restaurado
conducido hasta los muros donde Kozer
tristemente se acostumbra
hay otros mundos
ciertos lugares donde orino y crecen flores
soy el sostén el caudal de las noches
aquel que entra de rodillas
y ofrece la casa la extensa penumbra
la suerte de vivir con el agua al cuello.

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diálogo con lo oscuro
Borges: nada he guardado
ni siquiera la fe o el terror de los días
estas mujeres que pasan con las nalgas henchidas
nalgas provenzales rococó nalgas que Toulouse
importó del paraíso
entro en el ruedo
observo como lustran los cristales
la casa semi-granda que forjaron los antiguos
esta es mi aldea
aquí las coristas amasan el fuego
animan las tardes de un parque medieval
mendigan el silencio la escasa luz
los puñados de sal que destina la isla
soy el hombre nihil
nada he tenido
apenas tu presencia en ciertos muros
en ciertos cuerpos que olvidé con cariño
me juzgo a contraluz
me lanzo a un rincón de la memoria
cubierto de remos materias primas de nalgas
que Toulouse expulsó del paraíso.


replay






600 grs de solomillo de cerdo
2 dientes de ajo prensados
1 pedacito de gengibre fresco
2 pimentos colorados, pequeños, pueden ser algo (pero no muy) picantes
80 grs de piña o ananás fresca o de lata
3 c. sop. de jerez fino
3 c. sop. de salsa de amarilla de soja
1 c. sop. de salsa de soja usual
1 buena pizca de azúcar
1 c.sop. de zumo de lima (o de limón)
2 cebolletas picadas
3 c. sop. de aceite de cacahuetes o de girasol

Empezaremos cortando la carne en cubos de 2.5 cm. +/-. Para los que no tengan mayores problemas de colesterol el solomillo de cerdo puede ser reemplazado por carne del pescuezo desgrasada, más jugosa.
Pondremos en la mesada 5 tazoncitos para disponer los distintos ingredientes necesarios para facilitar su integración en la obra.
En el primero pondremos los dientes de ajo prensados o bien picaditos, la raíz de jengibre cortada en bastoncitos (volumen correspondiente a 3 terrones de azúcar) y los pimientos cortados también. En el segundo irá la o las rodajas de piña cortada en cubitos. En el tercero las dos salsas soja. Si no encontráis salsa de soja amarilla, pues aumentaremos simplemente la cantidad de la otra.
La cuarta taza reunirá una buena pizca de azúcar, un chorrito de salsa soja
y el zumo de lima y en el cuarto tazoncito quedará la cebolleta picada muy fina, tipo cebollino.
Pondremos a calentar una sartén de paredes altas (un "sautoir" francés) o un wok hasta que unas gotas de aguas vertidas en el perleen escurridizas por su fondo. Echaremos entonces el aceite y de seguida la carne de cerdo. Precaucionalmente convendría freír la carne en 2 o 3 porciones para evitar que sude. Una vez que la porción entera haya adquirido un suave color playero le agregaremos el contenido del bol n° 1 y haremos saltar todo durante 2 minutos revolviendo vigorosamente. Integraremos inmediatamente los tazones 2 y al cabo de 30 segundos el n° 3. Mantendremos un calor infernal y revolveremos todo durante 1 minuto. A los primeros signos de evaporación del líquido incorporaremos los últimos ingredientes aromáticos del tazón n° 4, retiraremos la sartén-sautoir-wok del fuego y mezclaremos bien su contenido.
Se sirve con fideos finos asiáticos de arroz o de soja o arroz Basmati.

martin amiS
(Cardiff, South Wales 49)


Bujak y la fuerza poderosa o los dados de Dios

¿Bujak? Sí, lo conocí. Toda la calle conocía a Bujak. Lo conocí antes y lo conocí después. Todos conocíamos a Bujak: sesenta años, enormemente denso y agarrotado de músculos y tendones, sonriéndole a una fogata en el patio, transportando a hombros escritorios y sofás, levantando con una sola mano un cajón de té lleno de libros. Bujak, el poderoso. También era soñador, lector, charlatán... Dormías mucho mejor sabiendo que Bujak estaba en tu calle. Esto era en 1980. Yo vivía en Londres, el oeste de Londres, país de carnaval, lo que la policia de la zona llamaba línea de frente. DR. ALIMANTADO, HIJOS DEL TRUENO, GUERRA DE RAZAS, EL FUTURO NO EXISTE: terroríficos pelos secos como paja, chicas con cicatrices en los pubs embravecidos. Los negros esos que hablaban como borrachos combativos, todo el tiempo. Cuando iba a Manchester a pasar unos días con mi amiga, siempre le dejaba una llave a Bujak. Qué manos tenía, duras como el carbón, con las uñas tan cuadradas y simétricas como sus dientes. Y los antebrazos, los antebrazos de Popeye, robustos y brutales y manchados de tatuajes, armas de un poder monstruoso.
Enorme como era, las energías parecían comprimidas en él, como si fuese la esencia de un hombre aún más grande. Era la imagen de la solidez. Yo soy tan alto como Bujak, pero peso la mitad. No, menos. Una vez Bujak me dijo que crear un hombre de la nada exigiría una energía equivalente a la de una explosión de mil megatones. Mirándolo a él, uno se lo creía. En cuanto a mí, hubiese bastado con un solo cartucho de TNT, una granada de mano, un petardo. En los tratos físicos conmigo (ya saben, un hecho físico puede ser la forma en que alguien se acerca a ti atravesando una habitación) él mostraba la tierna condescendencia que el hombre grande muestra hacia el pequeño. Tal vez fuera así con todos. Era protector. Y entonces al buen Bujak, al considerado, sonriente Bujak, le pasó lo peor. Un holocausto personal. En los días que siguieron yo vi y sentí toda la violencia de Bujak.
Su vida estaba bien arraigada en el siglo. De la casta de los guerreros, combatió en Varsovia en 1939. Perdió al padre y a dos hermanos en Katyn. Estuvo en la resistencia, toda su vida estuvo en la resistencia. En esa condición infligió (y ésta es una historia de violencia, de castigo) muchas torturas a colaboracionistas. Se levantó con el Armia Kraiova y fue encarcelado en diciembre de 1944. Durante los años de posguerra trabajó de hombre fuerte en un circo ambulante, torciendo barras, derribando muros de ladrillos, arrastrando camiones con los dientes. En 1956, año de mi nacimiento, participó en el octubre polaco y estuvo en la «Hungaria» de noviembre. Luego Estados Unidos, los vestíbulos, colas y cubículos de Ellis Island, con esposa, madre e hija pequeña. A su esposa Monika la hospitalizaron en Nueva York por una enfermedad de poca importancia; salió con un virus intrahospitalario y a la mañana siguiente estaba muerta. Bujak trabajó de estibador en Fort Lauderdale. Recibió y propinó cantidad de palizas demoledoras, a rompehuelgas, pandilleros, provocadores de los sindicatos. Pero prosperó, como suele suceder en América. Lo que lo trajo a Inglaterra, creo yo, fue una especie de nostalgia (desplazada) de Polonia, o de esnobismo, y un deseo de paz. Bujak había vivido el siglo veinte. Y luego, un día, el siglo veinte, un siglo como ningún otro, se presentó a llamarlo. El propio y libresco Bujak, estoy seguro, vio que en cierto sentido la calamidad era post-nuclear, einsteniana. Sin duda fue el fin de su universo existente. Sí, fue la Gran Demolición de Bujak.
Conocí a Bujak una fría mañana de finales de la primavera de 1980 –o de 35 DB, si usas el calendario postnuclear que él propugnaba a veces. Como de costumbre, algo le había ocurrido al coche de Michiko (esa vez era un pinchazo), y yo estaba en la calle luchando con el recambio y las herramientas de ladrón. Compacta y silenciosa, Michiko me observaba con tristeza. Me las había arreglado para aflojar los pernos de la rueda pinchada, pero la abertura del cric estaba ominosamente blanda y pegajosa de herrumbre. El sufrido cochecito recibió en el chasis la flecha vertical y permaneció estoicamente unido al suelo. Ahora bien, debo decir que yo me encuentro en muy malas relaciones con el mundo inanimado. Incluso cuando se trata de hacerme un café o cambiar una bombilla (¡o un fusible!), siempre pienso: ¿qué les pasa a los objetos? ¿Por qué son tan agresivos? ¿Qué entripado tienen conmigo? Los objetos y yo no podemos seguir así. Debemos llegar a un compromiso, un congelamiento, antes de que una de las partes pierda los estribos. Tengo que encontrarme con su gente y elaborar un trato.
—Para ya, Sam —dijo Michiko.
—Consíguete un coche como la gente —le dije yo.
—Para, por favor. ¡Para! Llamaré a una grúa o algo así.
—Consíguete un coche como la gente —dije, y pensé: sí, o un amigo como la gente.
El caso es que estaba arrojando las herramientas en el zurrón, sacudiéndome las manos y secándome las lágrimas, cuando divisé a Bujak, que venía hacia nosotros cruzando la calle. Registré su acercamiento con cautela. Yo había visto a aquel austrohúngaro o polaco retrógrado, desde la ventana de mi estudio, afanándose en la calle, siempre listo a encorvar sus primitivas capacidades y recursos. No me agradó encontrármelo. Tengo bastante paranoia de la corriente, o la tenía entonces. Ahora he crecido un poco y comprendo que no me queda nada en absoluto que temer, excepto el fin del mundo. Igual que todos. En la próxima guerra al menos no habrá un capricho especial, sacos de boxeo ni certámenes de impopularidad. El genocidio ha tenido su momento y ahora estamos detrás de algo mayor. El suicidio.
—¿Eres judío? —preguntó Bujak con su voz profunda.
—Psé —dije.
—¿Nombre? ¿Y número?
—Sam —le dije.
—¿Abreviatura de?
Titubeé, y sentí los ojos de Michi en la espalda.
—¿De Samuel?
—No —dije—. De Samson, en realidad.
La sonrisa que me ofreció decía muchas cosas, la más obvia de las cuales que ahí... ahí tenía yo a un hombre feliz. Toda ojos y dientes, era una sonrisa ridícula en su jovialidad, en su candor. Pero si uno se pone a pensarlo, la felicidad es una condición bastante payasesca. Quiero decir que una felicidad constante no es la respuesta más apropiada. Eso, para mí, le daba un elemento de inestabilidad, de contrafuerza. Pero aquí Bujak era claramente feliz, estaba en su universo. Bujak, con su accesorio de la felicidad.
—Los judíos suelen ser buenos de aquí —dijo, y se golpeteó la cabeza rapada con la punta de los dedos— Pero no con las manos.
Bujak sí que era bueno con las manos: para demostrarlo se inclinó y levantó el coche.
—No bromee —dije yo. Pero no.
Cuando me puse a trabajar ya le estaba dando a la lengua con Michiko, preguntándole, impertérrito, si había perdido algún familiar en Nagasaki o Hiroshima. Resultó que sí: Michi había perdido a un primo de su padre. Aquello era nuevo para mí, pero no me sorprendió. Parece ser que todo el mundo pierde a alguien en las grandes matanzas. Bujak cambiaba de tema con soltura y, en un momento, alzó una mano distraída para rascarse el cráneo. El coche ni siquiera tembló. Mientras trabajaba lo observé y me di cuenta de que la fuerza que había convocado no le debía nada a los hombros ni a la gran espalda arqueada, sino sólo a los brazos, los brazos. Era como si estuviera abriendo la puerta de un sótano, o sosteniendo la toalla mientras una niñita se vestía junto al mar. Luego me arrebató con brusquedad la llave de las manos, y apoyó una rodilla en el suelo para ajustar los pernos. Cuando la losa veteada de su cabeza volvió a alzarse, los ojos de Bujak se mostraron duros y aburridos, y recorrieron mi rostro con aspereza. Asintió en dirección a Michi y a mí me dijo:
—¿Y tú a quién perdiste?
—¿Cómo? —dije yo. Si comprendía bien la pregunta, la respuesta no era asunto de él.
—Yo doy dinero para Israel todos los años —dijo—. No mucho. Algo. ¿Por qué? Porque el historial de los polacos con los judíos es vergonzoso. Incluso después de la guerra —dijo, e hizo una mueca—. Completamente vergonzoso. Oye. En Basing Street hay un taller donde reparan neumáticos. Diles que vas de parte de Bujak y te harán un buen trabajo.
Gracias, dijimos los dos. Se alejó midiendo la calle con sus zancadas. Más tarde, desde la ventana de mi estudio, lo vi podando rosales en el pequeño jardín delantero. Una niñita, la nieta, le estaba trepando por la espalda. Lo veía a menudo, desde la ventana de mi estudio. En aquella época, 1980, yo intentaba hacerme escritor. Ahora ya no. No puedo acostumbrarme a la vida del estudio, a vivir en él. Ésta es la única historia que contaré, y es una historia verdadera... Michiko se entusiasmó enseguida con Bujak y esa misma tarde le echó una nota de agradecimiento por debajo de la puerta. Pero a mí me llevó un tiempo llegar a estar en buenos términos con Bujak.
Anduve preguntando sobre su carácter, como suele hacerse cuando se juega con la escritura. Como dije, a Bujak lo conocía todo el mundo. En las calles, los pubs, las tiendas, hablaban con él como reparador y factótum omnicompetente; Bujak podía manipular cualquiera de los sistemas que hacen que una casa funcione, que la mantienen viva; las venas, los revestimientos, las glándulas y las tripas. También fue señalado como claro excéntrico, contemplador de estrellas, «filósofo» –un epíteto deduje, no muy valorado por esos alrededores–, y en una ocasión como chiflado (una de esas palabras que nunca suenan bien en labios americanos, como quid y maldito). La gente rendía justicia a Bujak como hombre de familia; cierta vez Michi y yo lo vimos muy lejos de su territorio habitual, delante de la iglesia rusa en la esquina de St. Petersburgh Place y Moscow Road, erguido dentro de su traje, con la madre, la hija y la nieta; recuerdo haber pensado que hasta el inmenso Bujak podía exhibir la molesta delicadeza que confiere el hecho de vivir en una casa llena de damas. Pero con más entusiasmo y vehemencia, por supuesto, hablaban de Bujak el guardián de la paz, el vigilante, el artista de la justicia brutal. Hablaban de escaramuzas, vendettas, guerras personales, ataques preventivos. De pie en el pub, americano con gafas y sin hombros, con la jarra de cerveza en delicado equilibrio, o parado en un esquina con el periódico y un envase de leche bajo el brazo, yo me sentía complacido con los relatos sobre Bujak y la fuerza poderosa.
La vez que sorprendió a dos chicos negros espiando por la ventana del sótano de un vecino, los arrojó dando vueltas a la calle con dos latigazos, como alguien que limpia de estiércol una zanja. O lo que les hizo a los dos hermanos mayores de los niños cuando a la noche siguiente cayeron por Golborne Road. Cualquier ratero o alborotador atrapado por Bujak no tardaba en desear encontrarse bajo el chorro de agua en algún refugio seguro. Se ocupaba de las cosas más variadas. Una vez que se había peleado con el ayuntamiento arrastró a cien yardas de la puerta de su casa un contenedor lleno de basura. Una noche salió y volcó un camión después de haber discutido por un generador con unos contratistas de la construcción locales. Las mujeres de la casa de Bujak podían caminar por All Saints Roads a cualquier hora seguras de que nadie las molestaría. Y el propio Bujak era capaz de silenciar un pub con sólo pasar caminando delante de él. Y sin embargo era popular. Era el hombre de la comunidad, y la comunidad de la calle se había entregado a Bujak. El era nuestro disuasor.
Y no fue suficiente... Ahora, en 1985, me resulta difícil creer que una ciudad sea otra cosa o algo más que la suma de sus calles; ahora que estoy sentado aquí, en el Upper West Side, hablando con la ventana y tanteándome el corazón. A veces, en mis sueños de peligro neoyorquino, echo una mirada sobre la ciudad, y parece hecha a medias, medio destruida, la mitad (acaso la base) de algo más grande partido en dos; desgastada, hedionda, húmeda de lluvia o soldadura. ¿Y quieres convencerme -me digo a mí mismo- de que esto es una comunidad?... Mi mujer y mi hija se mueven entre todo esto, entre las violaciones, los podadores de vidas, los asesinos inocentes. Michiko se lleva a nuestra hijita al centro de atención diurna donde trabaja. Atención diurna, ésa sí que es buena. ¿Y quién se ocupa de la atención a la madrugada, al atardecer, dónde lo cuidan a uno de noche? Si sólo tuviera una fuerza para envolverlas, ah, si sólo tuviera la fuerza poderosa... Bujak tenía razón. En la ciudad hay ahora componentes perdidos, partículas aceleradas: algo se ha disparado, algo culebrea, se agita como un lazo, se acerca girando al borde de su surco. Algo ha de ceder y no estamos a salvo. Deberíamos ser terriblemente cuidadosos. Porque la seguridad ha abandonado nuestras vidas. Se ha ido para siempre. ¿Y qué hacen los animales cuando sólo se les ofrece peligro? Crean más peligro, más, mucho más.
Era 1980, el año en que nació Solidaridad, y Bujak era polaco. La combinación de estas circunstancias me llevó a asumir que los sentimientos de Bujak eran liberales. En verdad no resultó así. Mientras yo paseaba a su lado con orgullo rumbo al depósito de madera o los almacenes para-la-mejora-del-hogar que hay más allá de Portobello Road, Bujak echaba pestes contra los negros, los czarnuchy que pasaban parloteando arrogantes alrededor de nosotros. Los negros estaban bien, argumentaba con una sonrisa sarcástica, rodeados de sol, espuma y muchos plátanos; pero en una ciudad occidental no eran más que niños, y encima niños comprensiblemente irritados. Una vez se paró en seco para maravillarse de dos gay punks, con camisetas que decían NO HAY FUTURO y pelos como sombreros de viejas, que caminaban hacia nosotros tomados de la mano. «Es increíble, ¿no?», dijo arrastrando la r. También con respecto a los maricas, Bujak veía la condición y la profusión como un fenómeno einsteniano. Llegó a confesar la fantasía de dirigir una carga de caballería contra las calles y sus extraños conjuntos –el sonido de los cascos, los machetes siseantes. «Un deseo que reprimo, desde luego. Pero si yo pudiera apretar el botón... », añadía, dirigiendo una mirada ávida a los pedaly, los czarnuchy, los moradores de la calle que se volvían, gesticulaban y se alejaban arrastrando los pies.
La violencia en un hombre suele ser la sobreafluencia de otra cosa. Ya saben cómo es. Ya habrán visto a esos tipos. Da la impresión de que yo tuviera una sensibilidad casi invalidatoria para la violencia de los demás, un detector de lluvia radiactiva para esas manchas de derroche o exorbitancia que se derrama en forma de fuerza. Como un canario en una mina prebélica, verifico enseguida cuándo hay violencia, cuándo hay veneno en el aire. ¿Qué es esta propensión? Llámenla miedo, si quieren. Miedo es muy apropiado. La voz que se eleva en el restaurante y su agrio hedor de bebida y brutalidad, la mirada que un hombre arroja a su mujer degradándola en la escala humana, preparándola para la desgracia de la violencia, la pierna nerviosa, el ojo relampagueante, el mostrador público a las diez cincuenta y cinco. Veo todo eso, mi cuerpo lo ve, y segrega sudor y adrenalina. De sólo ver sangre me desmayo. Fue este sentido de la fragilidad crítica (yo, mi mujer, mi hija, incluso el pobre planeta, azul pálido en sus chales), lo que en última instancia me sacó de mi estudio. La vida en el estudio es toda pensamiento y ansiedad, y ya no puedo soportarla más.
Tarde en la noche, allá en el amplio, aromático apartamento infestado de iconos donde vivía Bujak (fulgor azul de santos, velas, vigilias) yo escrutaba al gran polaco buscando las excrecencias de la violencia. Su madre, la vieja Roza, preparaba el té. La anciana (rouge con una a al final) me serenaba con su presencia ¡cónica, el pelo húmedo rielante como plata, mientras Bujak hablaba de la fuerza poderosa, de la energía encerrada en la materia. Sonriendo en la tiniebla, Bujak me contó lo que en 1943, en Varsovia, le había hecho al colaborador nazi. Muchacho, pensé yo, apuesto a que después de eso el tipo no colaboró nunca más. Sin embargo no pude ocultar mi disgusto. «¿Pero no te pone contento?», me urgió Bujak. No, dije yo, ¿por qué iba a ponerme contento? «Esa gente te mató dos abuelos.» Sí, dije. ¿Y qué? Eso no cambia nada. «Venganza», dijo Bujak sencillamente. La venganza está sobreestimada, le contesté. Y es anticuada. Me miró con violento desprecio. Abrió las manos en un ademán explicatorio: las manos, los brazos, los policías de su voluntad. Bujak era un gran aficionado a la venganza. Tenía montones de tiempo para la venganza.
Una vez lo vi usar esas manos, esos brazos. Lo vi todo desde la ventana de mi estudio, la hoja de cuatro paneles (manchada por la luna, con cruceta refractaria) a través de la cual me llegaba el mundo por entonces. Vi a los cuatro tipos bajarse de los dos coches y plantarse frente al encorvado Bujak. ¿Oí un grito que nacía de dentro, un grito de prevención o de ansia...? La hija le daba al viejo Bujak muchos dolores de cabeza. Se llamaba Leokadia. Su segundo nombre era «problema». De treinta y tres años, aspecto rural aunque fascinante, alta, rolliza, feroz y llorona, era el elemento inestable en el núcleo de Bujak. Tenía, me había percatado, dos voces, una para la verdad y otra para el sinsentido, para las mentiras. Contra la superficie marrón y brillante de sus vestidos anticuados, lo cóncavo y lo convexo se disponían de modo interesante. La hija de ella, la pequeña Boguslawa, era la secuela de cierto caótico romance de doce horas. En la calle se sabía de sobra que Leokadia era de cascos ligeros; la clase de chica (solíamos decir) que se acaloraba cada vez que veía un transporte de personal del ejército. Incluso a mí se me insinuó una vez, aquí en el apartamento. No hace falta decir que me hice el tonto. Tenía mis razones: miedo a las represalias de Michiko y del mismo Bujak (en mi mente, ambos se cernían sobre mí incongruentemente iguales en tamaño); pero sobre todo, yo no estaba en absoluto seguro de poder manejar en la cama a una mujer como Leokadia. Tal cantidad de pecho y de cadera. Tantas pecas, tanto llanto... Durante seis meses había vivido con un hombre que le pegaba, el elástico y pequeño Pat, nudoso, angular, de alambre reforzado. Creo que ella también le pegaba, un poco. Pero la violencia es al cabo un logro masculino. La violencia... bueno, es un trabajo de hombres. Leokadia volvía siempre a Pat, no me preguntéis por qué. No lo sé. No lo saben ellos. Allí iba de nuevo, taconeando a su encuentro, con el ojo negro, la mejilla arañada, el pelo revuelto. Nadie sabe por qué. Ni siquiera ellos lo saben. Bujak, sorprendentemente, no se metió, mantuvo su distancia, permaneció impávido, aunque procuró retener a la pequeña Boguslawa a salvo en su casa. A menudo se veía a la vieja Roza trasladando a la nena de un apartamento a otro. Después de la segunda temporada en el hospital (esa vez era una fisura de costillas) Leokadia dijo que ya estaba bien y volvió al hogar para siempre. Luego Pat se dejó caer con sus amigos, y encontró a Bujak esperando.
Los tres hombres (yo lo vi todo) tenían un aspecto inconfundible, esa constitución de pandillero inglés con barriga orgullosa y piernas afiladas que a partir de la rodilla se inclinan hacia atrás, con pelo escaso y cara de joven-viejo, como si hubiera cumplido más de un año cada vez. No sé si esos tipos hubieran causado mucho miedo en el circuito americano, pero supongo que eran bastante grandes y sus intenciones claras. (¿No leyeron lo del asesinato de los Yablonsky? Parece que ahora en los Estados Unidos, si uno está en la lista, van y se cargan a la familia completa. Sí, ahora tiran la bomba.) Como fuese, a mí me asustaron. Me quedé sentado en el escritorio, retorciéndome, mientras Pat los guiaba a través del portón del jardín. Odié los destellos de sus tejanos, las compactas zapatillas de correr, las Fred Perry ceñidas. Luego se abrió la puerta delantera: Bujak con gafas, con tirantes sobre el chaleco viejo, enorme. En un reflejo que rezumaba seriedad y desdén, los hombres aflojaron los hombros y agitaron las manos. Hubo un intercambio de palabras: exigencia, negativa. Los hombres avanzaron.
Bien, debí de haber parpadeado, o cerrado los ojos, o agachado la cabeza, o debí de haberme desmayado. Oí tres golpes a un ritmo regular de uno por segundo, limpios, directos y atroces, cada uno como el de un hacha astillando leña helada. Cuando levanté los ojos, Pat y uno de sus amigos estaban caídos en los escalones; los otros dos tipos retrocedían, retrocedían del lugar del incidente, de aquella demostración. Inexpresivamente, Bujak se arrodilló para hacerle a Pat algo extra. Miré, y vi que le echaba el pelo hacia atrás y con mucho cuidado le descargaba un puño de neutronio en la cara vuelta hacia arriba. Después de eso tuve que recostarme. Pero un par de semanas más tarde vi a Pat sentado en el London Apprentice, solo; temblaba de remordimiento en un rincón, detrás de la máquina de música; el hinchado ribete que llevaba en la mejilla exhibía todos los colores de la llama, y estaba bebiendo la cerveza con cañita. En un solo golpe le habían cobrado todo lo que le hiciera a Leokadia.
Con Bujak yo siempre estaba bordeando la amistad. No sé si en realidad alguna vez la alcancé. Las diferencias de edad no son fáciles. Las diferencias de fuerza no son fáciles. La amistad no es fácil. Cuando a Bujak le tocó vivir su holocausto personal, yo le serví de cierta ayuda; fui mejor que nada. Acudí al tribunal. Fui al cementerio. Acepté la parte que me tocaba de la fuerza poderosa, lo poco que conseguí tomar... Puede que una docena de veces durante aquel verano, antes de que ocurriera la catástrofe (se encaminaba hacia él con lentitud pero ganando velocidad), me haya sentado en su porche trasero cuando todas las mujeres ya se habían acostado. Bujak contemplaba las estrellas. Hablaba y bebía su té. «Viajando a la velocidad de la luz –dijo una vez–, uno podría atravesar todo el universo en menos de un segundo. El tiempo y la distancia quedarían aniquilados, y serían posibles todos los futuros.» Mierda, ¿de veras?, pensé yo. Y en otra oportunidad: «Si pudieras demorarte al borde de una singularidad, el tiempo se volvería tan lento que una semana pasaría en cuarenta y cinco segundos y en América habría tres elecciones en el espacio de siete días.» Tres elecciones, me dije yo. Uf, qué semana más aburrida.
¿Y por qué es él el soñador, mientras yo estoy atado a la tierra? Sintiéndome mezquino, a veces despreciaba las ensoñaciones de Bujak, pero también le ofrecía mi cálida compañía de medianoche, a él y a las marcas que la experiencia dejara en su rostro, y que el tiempo había trabajado como un escultor, con espantosa lentitud; y le temía, temía la energía de Bujak, atada y puesta bajo llave. Mirando nuestro pequeño disco de estrellas (y tal vez haya mejores galaxias para residir que la nuestra; más limpias, más seguras, más bondadosas), yo sólo sentía la falsa quietud del negro mapa de la noche, la belleza que ocultaba una violencia grande y rutinaria, el universo en fuga, con la materia dividiéndose desbocada, explotando hacia los límites del espacio y el tiempo, toda lucha, curvas y alboroto, infinita y eternamente hostil... Esta noche, mientras escribo, también el cielo de Nueva York está lleno de estrellas. Allí. Allí viene Michiko por la calle, con nuestra hijita de la mano. Lo han conseguido. Por fin en casa. Arriba de ellas, los dioses acaban de hacer una mala tirada de dados: tres, cinco y uno. La Osa Mayor acaba de sacar un cuatro y un dos. ¿Pero quién saca el seis, el seis, el seis?
Todas las enfermedades peculiarmente modernas, todas las distorsiones y perturbaciones, Bujak las atribuía a una sola cosa: el conocimiento einsteniano, el conocimiento de la fuerza poderosa. Su paradoja central era que el mayor -el más puro, el más mágico- genio de nuestro tiempo hubiera tenido que meter a la tierra en sordidez, profanidad y pánico semejantes. «Pero qué típico del siglo veinte», decía: ésta sería siempre la época en que la ironía había campado por sus fueros. Yo tengo primos y tíos que hablan de Einstein como si hubiese sido un héroe del balón que capitaneaba un equipo llamado los judíos («vaya mente», «pero fíjate qué cabeza tenía el tipo»). Bujak hablaba de Einstein como si hubiera sido el crítico literario de Dios, y Dios un poeta. Yo, más estólido, tiendo a sospechar que Dios es novelista, charlatán y profundamente malsano por añadidura... La verdad es que la teoría de Bujak me atraía muchísimo. Tenía, al menos, cierta cualidad sagrada. Contestaba la gran pregunta. Ya saben a qué pregunta me refiero, conocen su desasosiego acumulativo, su interés compuesto. Ustedes se hacen esa pregunta cada vez que abren un periódico o encienden la tele o caminan por la calle entre hijos del trueno. Nuevas formaciones, deformaciones. Ustedes conocen la pregunta. Dice así: ¿Pero qué coño está pasando aquí?
El mundo tiene cada día peor aspecto. ¿Está peor, o solamente lo parece? Está envejeciendo. Ha visto y hecho de todo. Muchacho, está apabullado. Es un suicida. Como Leokadia, el mundo ha hecho demasiadas cosas demasiadas veces con demasiada gente; lo ha hecho de esta forma, de aquélla, con él y con él. El mundo ha ido a tantas fiestas, se ha peleado tanta veces, ha perdido las llaves, le han robado la cartera, se ha caído, ha bebido demasiado. Todo eso se acumula. Han pasado una factura. Nuestro irónico destino. Miren las infamias modernas, los pecados del siglo veinte. Algunos son extraños, otros banales, pero todos ofensivos para el ojo, cubiertos como están por el barniz del recién nacido. Crímenes de violencia gratuita o recreativa, el totalitarismo cada-vez-menos-tácito del dinero (dinero: ¿qué mierda es eso, al fin y al cabo?), la proliferación de la pornografía, el colapso nuclear de la familia (con los criadores apuntados a la actitud supercrítica, y los chicos que ahora tampoco se quedan atrás), los escamoteos y distorsiones de una realidad mediada, el abuso sexual de los muy viejos y los muy jóvenes (de los débiles, los débiles): ¿cuál es aquí el denominador oculto, y qué puede explicarlo todo?
Parafraseando a Bujak, según yo le entendí... vivimos en una tierra de sombra... En silencio, nuestra idea de la vida humana ha cambiado, se ha enrarecido. Nos es imposible ahora evitar pensar menos en ella. La raza humana se ha desclasado a sí misma. Ya no vive; apenas sobrevive, como un animal. Soportamos la vergüenza del suicida, la vergüenza del asesino, la vergüenza de la víctima. Todo lo que tenemos en común es la muerte. ¿Y qué efectos produce esto en la vida? Tal, en cualquier caso, era la verificación de daños de Bujak. Aun si el mundo se desarmase mañana, creía, la especie necesitaría al menos un siglo de recuperación después de su enredo, su coqueteo, su aventura con la fuerza poderosa.
Académico de cualquier modo, ya que Bujak se hallaba insuperablemente convencido de que el final estaba en marcha. ¿Cómo iba a poder el hombre (esa criatura peligrosa, fijense un poco en su prontuario), resistirse a la intoxicación del Crimen Perfecto, un crimen que destruye toda evidencia, toda rectificación, todos los pasados, todos los futuros? Yo era lo bastante pacifitnik, optimista y cobarde como para adoptar la opinión contraria. Empeñoso seguidor del miedo, siempre pensé que el gordo brutal y el grandote hijo de puta se mantendrían empatados: saben que con sólo alzar un puño, el pub entero se derrumbaría. De acuerdo, no es una obra maestra de la seguridad restablecida, al menos a las once menos cinco de un sábado por la noche, mientras la bebida sigue corriendo.
—La teoría de la disuasión —dijo Bujak con su sonrisa irónica— no es sólo una mala teoría. Ni siquiera es una teoría. Es una locura.
—Por eso hay que ir más allá.
—¿Tú eres unilateralista?
—Pues sí —dije—. Alguna vez alguien tiene que dar el primer paso. Inglaterra está en buena posición histórica para intentarlo. Puede que entonces los rusos tomen Europa. Pero será un riesgo menor que el otro, que es infinito.
—Eso no cambia nada. El riesgo sigue siendo el mismo. Todo lo que consigues es que la vida se convierta en algo de lo cual es más fácil separarse.
—Pues yo pienso que hay que dar el primer paso.
Nuestras discusiones siempre acababan en la misma calle lateral. Yo sostenía que la víctima de un primer golpe no tendría razón alguna para tomar represalias, y probablemente no lo haría.
—¿Ah, sí?
—¿Qué sentido tendría? No habría nada que proteger. Ni gente, ni país. No ganaría nada. ¿Para que empeorar las cosas?
—Por venganza.
—Oh, sí.«El calor de la batalla.» Pero eso no es una razón.
—En la guerra la venganza es una razón. La venganza es tan razonable como cualquier otra cosa. Dicen que la guerra nuclear no será realmente una guerra, sino algo distinto. Cierto, pero los que combatan la sentirán como una guerra.
Por otro lado, añadía, nadie podía imaginar como reaccionaría la gente bajo los efectos de la fuerza poderosa. Una vez traspasada esa línea, el mundo entero se habría vuelto loco o animal y sin duda ya no sería humano.
Un día del otoño de 1980 Bujak hizo un viaje al norte. Nunca supe por qué. Esa mañana lo encontré en la calle, visión formidable en el edificio de su traje azul oscuro. Algo en su aire de jovialidad cortés, en la gorra, en la corbata, me sugirió que había decidido ir a investigar a una vieja amiga. El cielo estaba gris y cartilaginoso, con interesantes magulladuras, la calle húmeda y revestida de hojas. Bujak señaló la puerta de su casa con el paraguas cerrado.
—Vuelvo mañana por la noche —dijo—. Vigílalas.
—¿Yo? Bien, claro. Muy bien.
—Leokadia, me he enterado, está embarazada. De dos meses. Pat. Oh, Pat; realmente era tan miserable. —Luego se encogió de hombros y agregó—: Pero mírala a ella. Una flor. Un ángel del cielo.
Y se marchó, recorriendo la calle a zancadas, satisfecho de hacer todo el camino a pie si hubiera sido necesario. Esa tarde pasé a ver a las chicas y bebí una taza de té con la vieja Roza. Cristo, recuerdo haber pensado, ¿cuál es el secreto de estos polacos? Roza tenía setenta y ocho años. A esa edad mi madre ya llevaba veinte años muerta. (El cáncer. El cáncer es la otra cosa; la tercera cosa. También a mí vendrá a buscarme el cáncer, supongo. A veces lo siento delante de mí, centelleando como la tele a unos centímetros de mi cara.) Estuve sentado allí, preguntándome cómo se había distribuido la cualidad silvestre entre las mujeres Bujak. Con los ojos compasivos y el cabello como plata antigua, Roza era no obstante esa clase de anciana a quien le sigue encantando reírse del extraño chiste lascivo, y se reía muy músicalmente, levantando una mano amable y propiciatoria. «Eh, Roza –decía yo–, tengo uno para usted.» Y ella se echaba a reír antes de que empezara. La pequeña Boguslawa –de siete años, silenciosa, sensible– estaba echada junto al fuego, leyendo, los ojos iluminados por la página. Hasta la musculosa y bella Leokadia parecía más firme, quizá porque los ojos contenían con mayor facilidad su resplandor. Ahora me hablaba de la misma llana manera, tal como solía antes del embarazoso enredo en mi apartamento. Saben, creo que si iba tanto detrás de los hombres era por ese asunto, ese rollo tan común de tratar de acumular aceptación. La aceptación es divertida, y hay personas que la necesitan mucho más que otras. Además era obviamente rica en propiedades y esencias femeninas; a las muchachas tan bien provistas como ella no les es fácil ser prudentes. Ahora estaba sentada allí, también sin hacer nada. Había arriado la bandera roja. Todas sus correntadas y mareas se habían calmado. Una paz lunar: a veces, cuando estaba en camino nuestra hija, Michi era así. Nuestra pequeña. Esperándola. Eso es lo que hacían ellas: esperaban. Me quedé una hora, más o menos, y luego crucé la calle para volver a mi estudio y su vida insignificante. Me senté a leer Mosby's Memoirs, de Saul Bellows, hasta la hora de dormir; y por cierto que a través de la ventana no dejé de vigilar la puerta de la casa de Bujak. El día siguiente era viernes. Pasé a ver a las mujeres para dejarles una llave antes de partir rumbo al norte, rumbo a Manchester y Michiko. Entre tanto, actores energéticos, vívidos representantes del siglo veinte –monstruos de Einstein– se dirigían al sur.
El sábado a medianoche regresó Bujak. Todo lo que sé sobre lo que encontró me lo dijeron los periódicos y la policía, junto con un par de detalles sueltos que se le escaparon a Bujak. En todo caso, no agregaré nada; no agregaré nada a lo que Bujak encontró... No tuvo ninguna premonición hasta que puso la llave en la cerradura y vio que la puerta estaba abierta y cedía con suavidad. Siguió adelante en profundo silencio. En el vestíbulo había un olor extraño, a humo de cigarrillo y mermelada. Bujak empujó la puerta de la sala. El lugar era como la mitad de algo partido en dos. En el suelo, una botella de vodka parecía oscilar ligeramente sobre su eje. Leokadia yacía desnuda en un rincón. Tenía una pierna doblada en un ángulo imposible. Bujak recorrió las terribles habitaciones. Roza y Boguslawa estaban en sus camas, desnudas, contorsionadas, heladas, como Leokadia. En el cuarto de Leokadia había dos desconocidos durmiendo. Bujak cerró detrás de sí la puerta del cuarto y se quitó la gorra. Se acercó a ellos. Se inclinó para agarrarlos. Un instante antes de hacerlo flexionó los brazos y sintió el susurro de la fuerza poderosa.
Esto ocurrió hace cinco años. Sí, estoy aquí para contarles que en 1985 el mundo sigue existiendo. Ahora vivimos en Nueva York. Yo doy clases. Los estudiantes vienen a mí, y después se van. Entre las cosas hay brechas, espacios lo bastante grandes para que de vez en cuando pueda echarle desde el estudio un vistazo a la vida y reconocer una vez más que no es para mí. Mi hija tiene cuatro años. Yo presencié el parto, o intenté presenciarlo. Primero sentí náuseas; luego me escondí; luego me desmayé. Sí, me porté de lo mejor. Localizado y reanimado, fui conducido a la sala de partos. Me pusieron en los brazos el bulto veteado de sangre. Pensé entonces y pienso ahora: ¿Cómo se las arreglará la pobre perrita? ¿Cómo se las arreglará? Pero estoy aprendiendo a vivir con ella, con la bomba de la preocupación, con la bomba del amor. El verano pasado la llevamos a Inglaterra. La libra estaba débil y el dólar –atrevido, fanfarrón, expoliador de Europa– estaba fuerte. La llevamos a Londres, al oeste de Londres, país de carnaval con sus hijos del trueno. El país de Bujak. Pasé a ver a la dueña de mi estudio y me informé que Bujak todavía seguía en circulación en 1984. Había una pregunta que necesitaba hacerle. Y tanto Michi como yo queríamos enseñarle a Bujak nuestra hija, la pequeña Roza, que se llamaba así en recuerdo de la anciana.
Era en la vieja Roza en quien yo había pensado con más insistencia durante el peor viaje en coche de mi vida, a medida que avanzábamos de Manchester a Londres, del buen tiempo al malo, al tiempo de domingo. Esa mañana, sobre el café y el yogur, Michi me pasó el sucio y deformado tabloide. «Sam...», dijo. Leí la historia, el nombre, y me di cuenta de que la vida de ratas ya no está en otra parte, ya no está al otro lado sino que toca vuestra vida, mi vida... Los coches son cosas terribles y no me extraña que Bujak los detestara. Los coches son criaturas crueles, viciosos hijos de perra, despiadados e inexorables, con una sola idea, esa idea de A hacia B. No hacen concesiones. Rumbo al sur nos deslizamos por la autopista. Cuando nos detuvimos, se juntaron unos vecinos, los hombres sostenían paraguas, las mujeres, con los brazos cruzados, meneaban la cabeza. Crucé la calle y toqué el timbre. Y volví a tocar. ¿Y para qué? Probé la puerta trasera, el porche de la cocina. Luego Michiko me llamó. Miramos juntos por la ventana de la sala. Bujak estaba sentado a la mesa, encorvado hacia delante como si necesitara todo el poder de los hombros y la espalda nada más que para mantener esa posición, para conservar la energía de la quietud maniatada, ensartada. Varias veces golpeé el cristal. No se movió. Yo sentía un ruido en el oído y los segundos iban fundiéndose, fundiéndose, más lentos que una mecha. La calle parecía una cueva. Me volví hacia Michi y sus ojos de cuatro párpados. Inmóviles, nos miramos uno al otro a través de la espesa lluvia.
Más tarde le presté cierta ayuda, creo, cuando me tocó el turno de lidiar con la fuerza poderosa. Por alguna razón Michiko no pudo soportar nada de aquello; al día siguiente me dejó y volvió directamente a América. ¿Por qué? Tenía y sigue teniendo diez veces más fuerza que yo. Tal vez haya sido por eso. Quizá era demasiado fuerte como para doblegarse ante la fuerza poderosa. De todos modos no estoy haciendo aquí ningún alegato... Al atardecer Bujak solía venir a sentarse en mi cocina, llenándola toda. Quería proximidad, quería estar en otra parte. No hablaba. El pequeño corredor zumbaba de extrañas emanaciones, latidos, radiaciones. A menudo era difícil moverse o respirar. ¿Qué sienten los hombres fuertes cuando la fuerza los abandona? ¿Escuchan el pasado o simplemente oyen cosas, voces, música, el burbujeo de caldero de los cascos distantes? Seré sincero y diré lo que pensaba yo. Pensaba: acaso él tenga que matarme, no porque lo quiera o desee hacerme daño, sino por todo el daño que él mismo ha recibido. Hacerlo lo librará de ese daño por un tiempo. Algo tenía que ceder. Yo soportaba las secuelas, la radiación. Era lo único que podía aportar.
También lo acompañé al tribunal, y estuve a su lado durante ese agravio, ese agravio continuo. Los dos defensores eras escoceses, regateadores de Dundee, veinteañeros, solicitados, aunque tampoco importa mucho quiénes eran. No se alegó locura, ni existía por cierto una señal clara de que la hubiese. La cordura no entraba en el asunto. Era imposible entender nada de lo que decían, de modo que un policía tenía que traducirlo. La historia que presentaron era como sigue. Habiendo bebido más pintas de cerveza de lo que acaso les convenía, los dos hombres se encontraron por la calle con Leokadia Bujak y se ofrecieron a acompañarla hasta su casa. Invitados a entrar, apasionadamente hicieron por turno el amor a la joven, a sugerencia de ella, y luego se tumbaron a echar una siesta reanimadora. Mientras dormían, algún otro grupo había entrado y hecho todas esas cosas terribles. Durante todo esto Bujak permaneció sentado, rechinando en silencio. Los dos sabíamos que Leokadia hubiera podido hacer algo por el estilo, otra noche, en otra vida, Cristo, hubiera podido hacerlo; ¿pero con esos perros, superperros, subperros, roedores calvos de dientes anaranjados? De cualquier forma daba igual. A quién le importaba. Bujak aportó su testimonio. El jurado deliberó más de veinte minutos. A los dos hombres les cayeron dieciocho años. Desde mi punto de vista, por supuesto (para mí era el único imponderable), la pregunta principal no llegó a formularse, no digamos ya a responderse: se relacionaba con los extraños segundos en el cuarto de Leokadia, Bujak a solas con los dos hombres. Nadie hizo la pregunta. Yo la haría cuatro años después. No pude hacerla entonces... Al día siguiente de la sentencia tuve una especie de colapso. Con la garganta en carne viva y los ojos y la nariz chorreando me arrastré hasta un avión. No me atreví siquiera a despedirme. En el Kennedy, a quién me encuentro si no a Michiko mirándome a los ojos y diciéndome que está embarazada. Allí mismo caí sobre mis piojosas rodillas y le supliqué que no lo tuviera. Pero lo tuvo de todos modos; con dos meses de adelanto. Jesús, otro cuento de terror de Edgar Allan Poe: El Bebé Prematuro. Bajo el frasco, bajo la lámpara, ictericia, pulmonía; hasta un ataque al corazón tuvo la niña. También yo, cuando me lo contaron. Sin embargo salió adelante. Ahora está magnífica, en 1985. Deberían verla. Son la bomba del amor y su lluvia radiactiva lo que al fin y al cabo le dan a uno energías. Sin amor no se puede ni empezar... Creo que ésas que suben la escalera son ellas. Sí, ya entran, cambiándolo todo. Aquí está Roza, y aquí está Michiko, y aquí estoy yo.
Bujak seguía en la calle. Se había mudado del 45 al 84, pero seguía en la calle. Preguntamos por ahí. Todos conocían a Bujak. Y allí estaba, en el jardín delantero, contemplando un fuego que se encogía y crepitaba, mientras las cabezas de serpiente de las llamas daban al aire súbitos mordiscos -serpientes de fuego en el jardín del conocimiento-. Después de todo, cuando llegó el fuego supimos controlarlo; no acabamos todos asados y chamuscados. Él alzó los ojos. La sonrisa de ogro no había cambiado tanto, pensé, si bien era palpable que la presencia del hombre se había reducido. Viejo y enorme en su chaleco, aún persistía la masa, la contenida energía, blanda y dispersa. Bueno, algo tenía que ceder. Bujak había adoptado un amplio y surtido grupo familiar, irlandés en su mayoría, o había sido adoptado por él, o en todo caso, se le había vuelto necesario. Las habitaciones eran limpias, desnudas, sólidas y ordenadas, con todo lo que pueden hacer unas manos hábiles. Hubo un almuerzo en la mesa de pino impregnada de sol: cerveza, sidra, ruido, el sol y su fototerapia. La violencia con que la pelirroja cincuentona riñó a Bujak por su aspecto me indicó a las claras que había un vínculo romántico. Incluso entonces, con el viejo más cerca de los setenta que de los sesenta, me imaginé con miedo a Bujak en la cama. ¡Bujak en el catre! Por increíble que pareciese, mantenía la felicidad intacta, inigualada, entera. ¿Cómo era posible? Pienso que porque su generosidad no se extendía sólo a la tierra, sino al universo; o simplemente porque amaba toda la materia, sus inercias y su encanto, sus virajes al infrarrojo y al ultravioleta, sus «casi cosas». La felicidad seguía allí. Era la fortaleza la que lo había abandonado para siempre. Después del almuerzo dijo que, una o dos semanas atrás, había visto a un hombre pegándole a una mujer en la calle. Les había soltado un grito, y la pelea había parado. Físicamente, no obstante, se había visto impotente para intervenir -indefenso, dijo, encogiéndose de hombros-. La verdad es que se podía advertir la diferencia por la forma en que se movía, la forma en que cruzaba la habitación hacia uno. La fuerza se había ido, o la voluntad de usarla.
Más tarde salimos los dos a la calle. Michiko había eludido este último encuentro, y había preferido demorarse con las mujeres. Pero teníamos con nosotros a la niña, la pequeña Roza, dormida sobre el hombro de Bujak. Yo lo miraba sin miedo. La niña doblada no se le iba a caer. Había tomado posesión de Roza con sus brazos.
Como por acuerdo nos detuvimos en el número 45. Unos niños negros jugaban ahora en el jardín con un balón rojo. Entre Bujak y yo las cosas se estaban ablandando, y de golpe daba la impresión de que uno podía decir lo que quisiese. Así que dije:
—Adam. No quisiera ofenderlo, pero ¿por qué no los mató? Yo lo habría hecho. Quiero decir, si pienso en Michi y Roza... —Pero en verdad uno no puede pensarlo, ni siquiera intentarlo. Ese pensamiento es fuego—. ¿Por qué no mató a esos hijos de puta? ¿Qué lo detuvo?
—¿Por qué? —preguntó él, e hizo una mueca—. ¿Qué motivo habría tenido?
—Vamos. Lo podría haber hecho fácilmente. Defensa propia. Ningún tribunal de la tierra lo habría condenado.
—Cierto. Se me ocurrió.
—¿Entonces qué pasó? ¿De pronto... de pronto se sintió demasiado débil? ¿Sencillamente se sintió demasiado débil?
—Al contrario. Cuando los tenía agarrados por las cabezas pensé lo increíblemente fácil que sería molerles las caras... hasta ahogarlos uno contra el otro. Pero no.
Pero no. Bujak se había limitado a arrastrar a los hombres por los brazos (media milla, hasta la comisaría de Harrow Road), como un padre con dos chicos rabiosos. Los entregó y se sacudió las manos.
—Cristo, dentro de unos años los soltarán. ¿Por qué no matarlos? ¿Por qué no?
—No tenía ganas de agregar nada a lo que había encontrado. Pensé en mi mujer muerta, Monika. Pensé... Ahora están todas muertas. No podía aumentar lo que había visto. Lo más duro, en realidad, fue tocarlos. ¿Conoces las colas húmedas de las ratas, las serpientes? Porque me di cuenta de que no eran seres humanos. No tenían ni idea de lo que era la vida humana. ¡Ni idea! Eran como terribles mutaciones, una desgracia para la forma humana. Una desgracia eterna. Si los hubiese matado aún sería fuerte. Pero uno tiene que empezar por algún sitio. Alguna vez tiene que hacerlo.
Y ahora que Bujak ha bajado los brazos, no sé por qué pero yo soy minuciosamente más fuerte. No sé por qué... No puedo decirles por qué.
Una vez él me dijo: «En el universo debe de haber más materia de lo que creemos. De otro modo las distancias son horribles. Me dan náuseas». Einsteniano hasta el fin, Bujak era un oscilacionista: sostenía que el Big Bang alternaría por siempre con el Gran Aplastamiento, que el universo sólo seguiría expandiéndose hasta que la gravedad unánime volviese a convocarlo al origen. En ese momento, con el universo girando sobre sus goznes, la luz empezaría a viajar hacia atrás, recibida por las estrellas y brotando de nuestros ojos humanos. Si, como Bujak sostenía, el tiempo, y yo no puedo creerlo, llega a revertirse (¿también nos moveremos hacia atrás?, ¿decidiremos algo en los hechos?), entonces, este momento en que le estrecho la mano será el principio de mi historia, de su historia, de nuestra historia, y resbalaremos tiempo abajo cada uno en la vida del otro para encontrarnos a cuatro años de distancia cuando, surgidas de la pena más feroz, las perdidas mujeres de Bujak reaparezcan, nacidas en sangre (y tendremos nuestras charlas, también, retrocediendo desde la misma conclusión), hasta que Boguslawa vuelva a ovillarse dentro de Leokadia, y Leokadia se oville dentro de Monika, y Monika esté allí para ser cobijada por Bujak hasta que le toque retroceder, besándose las puntas de los dedos, alejándose por los campos hasta ser la distante muchacha sin tiempo para él (¿será así más fácil que de la otra forma?), hasta que Bujak el grande, se encoja, convirtiéndose en la cosa más débil que existe, indefensa, indefendible, desnuda, lloriqueante, ciega y minúscula y hecha un ovillo dentro de Roza.

replay

andrés torres guerrero
(universidad central de bogotá)


reescribir tejiendo o leer relacionando1

I. Tanto la lectura como la escritura son problemas de conocimiento. Infortunadamente aún persiste en el aparato escolar una concepción normativa, prescriptiva y por lo tanto restrictiva de estas prácticas epistemológicas. Es obvio que no se puede aspirar a que el estudiante pase de ser un consumidor de información a la de un gestor de conocimientos, si no se potencia la lectura y la escritura como dimensiones cognitivas.
La lectura es en sí misma una senda de investigación. En la lectura el hombre se alimenta y crece en las infinitas posibilidades que ésta le ofrece para la creación.
"Leer" viene del latín legere, coger, escoger, y tiene las múltiples resonancias de recoger, espigar, mondar, igual que en la vendimia, esto es, la cosecha que permanece. Pero leer quiere decir lo que empieza con el deletrear cuando se aprende a leer o a escribir, y aquí vuelven a aparecer numerosas resonancias. Se puede leer sólo el principio de un libro, o leerlo hasta el final, puede uno meterse en el libro, reanudar la lectura, consultar o releer en voz alta, delante de otros -y también toda esta serie de resonancias apunta a la cosecha recogida y de la que nos alimentamos [2].
En la institución educativa, se ha creado una relación de orden disciplinar hacia los textos, hacia los libros. Esa relación conservadora ha hecho que se ahuyente el placer del texto, y que el cuerpo del lector, con todas sus pulsiones quede excluido. La única lectura que legitima ciertas políticas de la academia, es aquella que se realiza desde un cuerpo desmantelado.
Siempre he pensado que "rendir-cuentas" con un libro resulta una pésima formula. Tal fórmula evoca los informes de policía o de autopsia, las verificaciones de los jueces o las de los agrimensores que calibran. Todo esto es útil como muchas cosas terribles. Pero es posible que sea demasiado útil o utlitario para prestarle un servicio a alguien (...). Usted recuerda que los discursos no se limitan a objetos puramente teóricos, sino que están enteramente atravesados por experimentaciones, acontecimientos, aventuras del cuerpo, de los soplos, de los flujos. Como los retornos de los viajes imposibles, los cuales sin embargo tienen lugar; o como extraños vehículos para movimientos nuevos del cerebro. He aquí la manera como me parece que conviene leer...[3]
En ciertas instituciones educativas se ha concebido al lector como un operador o descodificador de signos; quizá esto explique entre otras razones, el desinterés de un número considerable de estudiantes hacia la literatura, ya que a los jóvenes no se les induce o incita a amar los libros, sino a detestarlos.
Una buena manera de leer, hoy en día, sería tratar un libro de la misma manera que se escucha un disco, que se ve una película, o un programa de televisión, de la misma manera que se acoge una canción: cualquier tratamiento del libro que reclame para él un respeto, una atención especial, corresponde a otra época y condena definitivamente al libro. Las cuestiones de dificultad o de comprensión no existen. Los conceptos son exactamente como los sonidos, los colores o las imágenes: intensidades que os convienen o no, que pasan o no pasan. Pop filosofía. Nada que comprender, nada que interpretar [4].
Partamos, entonces de una consideración realizada por Maurizio Ferraris, sobre la hermenéutica[5] como una centralidad del problema de la lectura. Si Hermes es el que lleva los mensajes de los textos hacia el cuerpo de los hombres, y, "reduciendo" o mejor restringiendo el cuerpo al régimen escópico, es decir, el cuerpo al ojo (en sentido simbólico), podríamos conjeturar que de acuerdo al ojo se va a escuchar y/o leer lo que nos dice Hermes del mundo. No hay comprensión sin interpretación, nos dice Ferraris, esto implica que reconstruimos o lectoescribimos la realidad o nuestro mundo desde la manera cómo interpretemos; como lo anotaba Elizabeth Wurtzel citando El Talmud: no vemos las cosas como son. Las vemos como nosotros somos [6]. Entonces, si la realidad es una interpretación, la construcción de un elemento cultural va a depender de la manera como se lea o interprete lo que llamamos mundo.
La relación con los textos o con el mundo atraviesa el espacio de la lectura. La realidad está elaborada por palabras. Por eso para el poeta Aurelio Arturo: nos rodea la palabra/la oímos/la tocamos/su aroma nos circunda/palabra que decimos [7]. Escribimos y leemos la realidad con las palabras que nos rodean; con las palabras con las que nos rodeamos. Tú eres el que escribe y el que es escrito [8]. Se concibe entonces, la escritura como una tarea inmanente a la vida, ya que como lo enunciara el poeta Paul Eluard, vivir es escribir con todo el cuerpo. "Elucubro" esto porque me interesa, por un lado, aquellas lecturas pulsionales-pasionales [9], que tendrían en Alonso Quijano a uno de sus más encarnizados adeptos, ya que él, lee el mundo desde su deseo y no desde la razón, por eso con-funde o “mal interpreta” los molinos de viento con gigantes... y por el otro, el deseo y el amor, que hacen que Don Quijote se lance hacia los molinos gestando o escribiendo lo maravilloso, y encontrándose con lo inesperado ya que cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar (...). El conocimiento no es nunca lo que se espera [10].

II. Al expandir la retina hacia otros senderos, se intenta no crear un ambiente anárquico, sino el de pensar en más de un contexto, en más de un registro para posibilitar una creación arácnida o un saqueo intertextual que teja con varias líneas de pensamiento. Esto es lo que precisamente suscita un personaje de Naked Lunch (1959).
A.J. había adulterado el agua y metido una raíz sudamericana que convierte las encías en puré (oigo hablar de esa planta a un viejo buscador de minas alemán que se está muriendo de uremia en Pasto, Colombia. Se cree que crece en la región de Putumayo. Nunca localizó ninguna. No la buscó demasiado...El mismo individuo habla de un bicho parecido a un saltamontes grandes que se llama xiucutil:
—Es un afrodisíaco tan potente que si se te posa uno encima y no puedes encontrar una mujer inmediatamente, te mueres. He visto a los indios de un lado a otro para escapar al contacto de ese animal).
(...)
Noche de estreno en la Opera de Nueva York. A.J. protegido por un olor repelente suelta un enjambre de xiucutiles.
La señora Van der Blight, espantando a manotazos un xiucutil (...). Gritos, cristales rotos, telas rasgadas. Intenso crescendo de gruñidos y chillidos y lamentos y gemidos y jadeos... (...) Brillantes, pieles, trajes de noche, orquídeas, smokings y paños menores salpican el suelo cubierto por una masa resollante de cuerpos desnudos, contorsionados, frenéticos [11].
A.J. realiza un trabajo de transgredir y horadar ciertos espacios culturales introduciendo textos a contextos radicalmente distintos. Lo que realiza este terrorista es citar un elemento de la selva a un otro territorio. Esa intervención produce el desacomodo, lo delirante, hilarante, demencial. Es allí, en esa irrupción intempestiva en que la cultura se activa, se pone en marcha, se reinventa. En este caso no es el camino más loable desde el punto de vista ético. Pero esa orgía de cuerpos, gesta un acontecimiento cultural, posiblemente más intenso que escuchar la opera desde un sillón afelpado. A.J. Al igual que John Cage, irrumpe en ese espacio cultural preservado y empaquetado al vacío [12]. La vía por la que se aprovechan A.J. es la de utilizar un xiucutil. Pienso entonces en un xiucutil léxico, perceptual, experimental, que se pose de un texto a otro gestando lecturas nómades.
El xiucutil sería una suerte de aliado de la dispersión. La dispersión más que agenciar la incoherencia, gesta el desacomodo. Además, la coherencia no sólo está en el texto sino en la cabeza del lector. Esta operación textual que yo he llamado xiucutil está relacionada con el ejercicio de la fragmentación donde:
Se trata de realizar pequeñas excursiones a diferentes lugares, pero sin tener una meta fija ni establecer un corpus coherente. Podría hablarse allí de un nomadismo de la escritura, de un auténtico vagar callejero dejándose llevar por las intensidades de un momento. De esta suerte será difícil hallar el desarrollo de un tema, y más aún, esperar una conclusión... Leer será entonces, una producción deseante al igual que escribir. No existe el texto “real” ni existe tampoco la exigencia de reproducirlo. Existe sí, un deslizamiento sensual de la vista sobre la página y un umbral de las sugerencias que llevan al lector a la producción de un sentido totalmente infiel a la “intención última” del libro utilizado. De esta manera el lector deja de ocupar el lugar de “conciencia plena” y pasa a ser un agente de producción de interpretaciones [13].
Estas posturas que hacen parte de políticas de lectura e interpretación, están más allá del horizonte hermenéutico. A pesar de que se ha intentado hacer aproximaciones entre una hermenéutica mucho más amplia como la de Gadamer y la desconstrucción, existe, una distancia entre el espectro de significaciones con el que trabaja el hermeneuta aferrado al bastón de lo polisémico, a la práctica de interpretación desconstructiva que no se conduce por ese abanico sémico, sino que entra a realizar una diseminación, donde los significados de las palabras se desplazan tan lejos que nunca llegan a un supuesto origen.
La hermenéutica, al presentarse todavía como búsqueda ineludible del sentido perdido o, dicho en términos derridianos, como búsqueda del querer-decir del texto, del pensamiento del autor, se sitúa sin duda alguna en la problemática de la comprehensión del pasado, esto es, en la línea de la concepción de la historia como efectividad del sentido, sentido que se hace patente gracias una cierta dimensión ética de responsabilidad frente a la historia, tanto por parte del sujeto que hace la historia como por parte del sujeto que la interpreta. A esta concepción de la historia hay que contraponer, por parte de Derrida, una historia como inscripción de la huella, una historia regida por la différance, esto es, una historia carente de un origen primigenio y de un sentido teleológico.
Asimismo, la búsqueda del sentido perdido del texto como tarea fundamental de la hermenéutica implica lo que podría denominarse la "perfección anticipada" del texto, así como la "buena fe" del intérprete que confía en el privilegio ontológico y semántico de dicho texto [14].
Por lo demás, la diseminación no es una tarea que dependa del lector, el mismo tiempo hace que un texto se transforme. Es por esto que Pierre Menard escribe de manera idéntica y al mismo tiempo completamente distinta El Quijote de la Mancha. La diseminación estaría próxima al dios africano Eschú [15], que se caracteriza por su espíritu burlón, festivo, trastocador, especie de duende que modifica, que cambia de lugar los objetos y/o sentidos, amante de las jugarretas que generan el acontecimiento. El Eschú es un aliado de lo adivinatorio y puede ser un aliado del porvenir.

III. La experimentación conlleva a una interpretación pero no necesariamente metodológica, ni amarrada a una teoría. La experimentación-interpretación podemos compararla con la práctica de improvisación en el jazz. Se interpreta y se experimenta al mismo tiempo, pero sin seguir una partitura, sin cumplir con el mandato de un programa, entonces, lo que se está interpretando son las pulsiones y pasiones del cuerpo. Se está interpretando sobre la marcha, sobre la ausencia de fundamento, del atril sin partitura.
En quichua izhi es neblina; bruma; llovizna muy tenue, pero como infijo implica el sentido de compañía [16]. No existe compañía sin cierto grado de confusión, o de fusión con aquel que nos acompaña. Creo que el lector debe establecer unas políticas de compañía con el texto, para leerlo desde adentro.

IV. La escritura es un caminar (...). El caminar es una escritura [17]. La lectoescritura debería constituirse en un itinerario por textos que se abran a un viaje y a una aventura de afirmación vital a todos aquellos que se embarquen por entre esas rutas. Si la escritura es un camino, y la lectura es desplazarse por ese camino; el lector es ante todo un viajero. La práctica de la lectura y la escritura, es un territorio de experimentación en que el lector ponga a prueba sus saberes, afectos, intuiciones, pulsiones y pasiones, que lleven a leer y escribir de manera activa. El viajero deviene entonces en lectoescritor [18].
Leer es un acto de creación y de resistencia frente a las prelexias heredadas del pensamiento corriente, la opinión pública, los consensos mayoritarios, el sentido común. Leer no es repetir, sino inventar. Por eso el lector es ante todo un investigador que transforma aquello que lee. La lectura es un navío en el que se viaja hacia la creación.

V. Algunas consideraciones sobre la teoría y la lectura. Para leer un texto legítimamente no es necesario que se lo tenga que hacer aferrado a una o varias teorías, porque el conocimiento es lo bastante amplio como para poder existir por fuera de ellas. Por lo demás, no creo en la teoría como modelo o paradigma de lectura, sino más bien como un dispositivo de lectura que inspire otras formas de leer, es decir, de reescribir y enriquecer el texto, y uno con (desde, en, sobre, alrededor, entre) él. Al respecto Santiago Castro Gómez, distingue algunas distancias entre la teoría tradicional y la teoría crítica:
Transladando la distinción introducida por Horkheimer al tema que nos ocupa, podríamos decir que la diferencia entre la teoría tradicional y la teoría crítica de la cultura es el reconocimiento, por parte de ésta última, de que su objeto de estudio no es una facticidad natural sino una construcción social. La cultura no es vista, entonces, como el ámbito de la libertad, aquel que nos protege de la tiranía de la naturaleza, sino como un entramado de relaciones de poder que produce valores, creencias y formas de conocimiento. La teoría, a su vez, no es mirada como un conjunto de proposiciones analíticas e incontaminadas por la praxis, sino como parte integral de esa red de inclusiones y exclusiones que llamamos "cultura". El teórico no es tampoco un sujeto pasivo, que asume una actitud de objetividad y neutralidad científica, sino que se encuentra atravesado por las mismas contradicciones sociales del objeto que estudia. Sujeto y objeto forman parte de una misma red de poderes y contrapoderes de la que no pueden escapar [19].
Esto inspira a preguntar hasta qué punto lo teórico se yergue como aquel poder que controla y subordina desde su jerarquía al texto literario; cuando la teoría es otro texto literario; entonces ¿por qué cuando se lee literatura ficcional, en las instituciones académicas, se tiene que acompañar o vigilar esa lectura con textos teóricos?, ¿acaso la literatura no lleva consigo un caudal de saberes ya por sí mismos válidos, que no necesitan ser puestos en negociación con los saberes de la literatura teórica?; ¿por qué no poner en cuestión la literatura teórica desde la llamada literatura ficcional?... además, por qué al lector de literatura se le da o se le exige el salvavidas teórico como una garantía para que ese lector no se pierda en los ríos de la literatura... si acaso lo maravilloso de la literatura no es precisamente ese riesgo que nos ofrece de perdernos por unos momentos del sistema de valores, creando en esa "pérdida" líneas de fuga.
Sólo puede haber investigación en el momento que el lector, por más anónimo que sea, por más desconocido que sea, crea en sí mismo, y en la posibilidad de recorrer otros caminos hacia el conocimiento que no sean los ya pavimentados por el asfalto teórico que otros ya han inventado y recorrido. Con esto no se está negando la posibilidad de la teoría como territorio epistemológico para pensar y sentir, pero no hay que olvidar que la teoría es una construcción cultural y que por tanto su pretendida objetividad puede ser tan sólo una ilusión.
El giro que ha dado las ciencias abre el chance a saberes que antes estaban silenciados o desprestigiados, y que pueden ser invocados para pensar el mundo desde otras sendas. A propósito de esto, quisiera aquí detenerme y poner a dialogar a un poeta y a un científico:
La poesía, es verdad, no es nada en sí misma; muchas veces lo he dicho: no es nada sin la lectura. Es por eso que el gnomo hispánico se siente en la necesidad de descifrar la poesía, rebuscando en ella la presencia de un contenido objetivo. Olvida, sin embargo, que la lectura poética debe ser subjetiva: y, como descubriera Chomsky, el alma está antes que las palabras, lo que de paso nos libra de otra lectura científica, que sería la lectura estructural [20]. Asistimos al surgimiento de una ciencia que ya no se limita a situaciones simplificadas, idealizadas, mas nos instala frente a la complejidad del mundo real, una ciencia que permite que la creatividad humana se vivencie como la expresión singular de un rasgo fundamental común en todos los niveles de la naturaleza [21].
Pienso, entonces en una lectura poética en donde más que aplicar una teoría, se teorice desde una ciencia que permita que la creatividad humana se vivencie. Esto quizá conllevaría a que la lectura se constituya en un escenario donde dancen los conceptos y los afectos, lo biográfico y lo bibliográfico, la letra y el cuerpo, para que éstas sustancias se confundan en el caldo creativo de la vida que es leer-escribiendo.
Siguiendo el planteamiento de Prétextat Tach (personaje de Higiene del asesino, de la novelista belga Amélie Nothomb), podríamos considerar la teoría, o mejor lo teórico, como excitadores de la piel para que ésta no se vuelva impermeable frente al texto literario, sino para dejarse mojar y transformar por la literatura, y viceversa. Escuchemos lo que nos dice el novelista misógino y glotón:
Hay muchas personas que llevan la sofisticación hasta el extremo de leer sin leer. Como hombres-rana, atraviesan los libros sin mojarse lo más mínimo (...). Son la inmensa mayoría de los lectores humanos y, sin embargo (...). Creía que todo el mundo leía como yo; yo leo igual que como: no significa únicamente que lo necesito, significa sobre todo que entra dentro de mis cálculos y que los modifica [22].
Desde otro contexto Maurizio Ferraris [23] anota de la estrategia textual de la desconstrucción, que es una escritura que compite con la música. Esta afirmación, nos remite a una realidad en que las palabras aparte de acarrear pensamiento, conllevan sonidos y la aspiración a que esos sonidos constituyan una música [24], que de ser posible, el lector la escuche con audífonos, como lo sugería Julio Cortázar, en tanto, que no haya ninguna oposición entre papel y epidermis, entre retina y grafía, entre el adentro y el afuera de la página. Leer con audífonos implicaría que el lector se deje inundar por ese océano silencioso de palabras que inicia a penetrarlo por el tímpano. Pero para esto, se hace necesario limpiarnos las orejas del cerumen inhospitalario con que a veces intentamos protegernos de los textos. Para Cortázar:
El poema comunica el poema y no quiere ni puede comunicar otra cosa. Su razón de nacer y de ser lo vuelve interiorización de una interioridad, exactamente como los audífonos que eliminan el puente de fuera hacia adentro y viceversa para crear un estado exclusivamente interno, presencia y vivencia de la música que parece venir desde lo hondo de la caverna negra (...). Si audífonos materiales hacen llegar la música desde adentro, el poema es en sí mismo un audífono del verbo [25].
Para Cortázar es la dimensión del poema, en el que el lenguaje crea sus propios audífonos, sin embargo, considero, siguiendo a Walter Benjamín [26], que el lenguaje, sin necesidad de estar contenido en un poema, lo único que comunica es el lenguaje. Benjamín se pregunta qué comunica el lenguaje, y responde que el lenguaje se comunica a sí mismo. O para citar a Leopoldo María Panero: La literatura de Kafka es la de Kafka, y no necesita ni que la interpreten, ni que la traten, ni que la curen [26].

NOTAS
[1] Nadie sabe leer, nadie lee. Porque para leer (...), hay que saber asociar.
PIGLIA, Ricardo. Respiración artificial. Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1993. p. 212.
[2] GADAMER, Hans-Georg. Estética y hermenéutica. Traducción de Antonio Gómez Ramos. Madrid, Tecnos, 1998. pp. 300-301.
[3] POL-DROIT, Roger. Carta abierta a Gilles Deleuze. Traducción de Consuelo Pabón. En: Magazín Dominical -El Espectador-.Nº 511- Bogotá, 7 de febrero de 1993. p.9.
[4] DELEUZE, Gilles. Diálogos. Valencia, Pre-Textos, 1980. p.8.
[5] Hermes, el mensajero de los dioses de quien la hermenéutica toma nombre, ejercía una actividad de tipo esencialmente práctico: iba de los dioses a los hombres y viceversa, llevando noticias, advertencias y profecías. En sus orígenes míticos, como posteriormente a lo largo de toda su historia, la hermenéutica como ejercicio práctico-transformatorio se contrapone a la teoría como contemplación de las esencias eternas -una contemplación que no modifica, sino que deja las cosas tal como son, inmutables y no cambiadas por el observador (tipo de ideal que volvemos a encontrar en la pretensión de objetividad de los datos observados en el positivismo y el neopositivismo entre los siglos XIX y XX). A esta dimensión práctica debe precisamente la hermenéutica su calificación tradicional: hermeneutikè téchne, ars interpretationis, Kunst der Interpretation: arte como transformación, y no teoría (o ciencia en sentido metafísico) como contemplación (...). la hermenéutica plantea la centralidad del problema de la lectura.
FERRARIS, Maurizio. La lectura, entre el diálogo y el monólogo. Traducción de Consuelo Vázquez de Parga. En: Revista de Occidente Nº 69. Madrid, Fundación José Ortega y Gasset. 1987. p. 55.
[6] WURTZEL, Elizabeth. Nación Prozac. Traducción: Miguel Martínez-Lage. Barcelona, Ediciones B., 1996. p. 7.
[7] ARTURO, Aurelio. Palabra (Morada al Sur). En: Obra e Imagen. Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1977. pp. 71-72.
[8] JABÈS, Edmond. Citado por: DERRIDA, Jacques. La escritura y la diferencia. Traducción de Patricio Peñalver. Barcelona, Anthropos, 1989. p. 91.
[9] Que a diferencia de aquellas que se revisten de un latex hiperracional, entran a operar en el texto sin que las manos se manchen de tinta o de sangre, evitando cualquier riesgo de contaminación:
Como sugiere la fábula de Bradbury, la gran obra de arte es más que un texto. Es la "sangre vital de un espíritu maestro". Don Quijote y Madame Bovary son lectores sin defensas; y siguen conmoviéndonos profundamente es porque somos lectores con demasiadas defensas. Esta gente que está en el libro es gente de libro: las versiones paródicas de nuestro propio deseo de una identificación con actos y vidas ejemplares. Por lo tanto, nuestro esfuerzo por domesticar la poderosa obra de arte mediante la interpretación demuestra su sublime presencia o al menos nuestra casi demoníaca tendencia a la posesión erótica o envidiosa de otras vidas. Esa oscura apropiación de las obras de arte que llamamos interpretación es seguramente tanto una tendencia ciega como un interés objetivo.
HARTMAN, Geoffrey. El destino de la lectura. Traducción de Javier González, Geraint Williams y Mauel Asensi. En: Teoría literaria y deconstrucción. Madrid, Arco/Libros, 1990. p. 226.
[10] CASTANEDA, Carlos. Las enseñanzas de don Juan. Traducción, Juan Tovar. México, F.C.E, 1983. p.108
[11] BURROUGHS, William. El almuerzo desnudo. Traducción de Martín Lendínez. Barcelona, Bruguera, 1980. pp. 165-188
[12] Hablamos un instante de la leche contemporánea: a temperatura ambiental está cambiando, se pica, etc., y entonces una botella, etc., a no ser que, separándola de su mutación convirtiéndola en polvo o refrigerándola (una manera de retardar su vitalidad) (es decir, que los museos y las academias son formas de conservar) temporalmente separamos las cosas de la vida (del cambio) pero en cualquier momento la destrucción puede venir repentinamente y entonces lo que ocurre es más fresco.
CAGE, John. Ese momento está cambiando siempre. Traducción de Wade Matthews. En: Revista de Occidente. Nº 151. Diciembre de 1993. pp. 9-11.
[13] GARAVITO, Edgar. Roland Barthes: una filosofía del placer. En: Escritos escogidos. Medellín, Universidad Nacional de Colombia, 1999. pp. 17-21.
[14] PERETTI DELLA ROCCA, Cristina de. Jacques Derrida: texto y deconstrucción. Barcelona, Anthropos, 1989. p. 152.
[15] El libro de Maupoil sobre la geomancia en la Costa de los Esclavos nos da todo un conjunto nuevo de mitos, que están vinculados a los diversos golpes de suerte, al modo como caen las medias nueces del collar de Ifa (Yoruba) o de Fa (Fön). Sin embargo, no habría que imaginar que estos mitos constituyen una mitología diferente, independientemente de la primera. Pues tienen dos sentidos y pueden así traducirse de una mitología a otra, aunque ese sistema de correspondencias, que pertenece al saber esotérico de los babalawos, todavía nos sea bastante mal conocido. Pase lo que pase con este punto que ha quedado oscuro, los dos sistemas están igualmente vinculados por las leyendas relativas al origen de la divinización: el culto de Ifa o de Fa está estrechamente ligado al de Eschú (Yoruba) o al de Legba (Fön). Cierto es que Eschú y Legba se identifican, pero los yorubas han insistido sobre todo en el carácter malicioso de esta divinidad, que la vincula a esos dioses-bufones de que tan a menudo hemos hablado, y los fön parecen haber puesto en primer plano su carácter fálico. Pero uno y otro son esclavos, servidores o mensajeros suyos y, por consiguiente, mediadores obligados entre ellos y los humanos; por eso se les hacen los primeros sacrificios, preliminares a toda ceremonia, para que abran el camino entre lo sagrado y lo profano, y por ello también aportan "la palabra" de los dioses a los hombres, es decir, que fundan las bases mismas de la actividad adivinatoria. En otro tiempo, los hombres, olvidadizos, ya no adoraban a sus divinidades, y en vista de eso los Orischas enviaron a la tierra a su recadero para que los hombres reanudasen sus ofrendas. Él fue a ver a Orugán: "Los dioses tienen hambre. Es preciso que los dieciséis dioses tengan algo que les dé satisfacción, le dijo Orugán. Conozco algo de ese género. Es una gran cosa que está hecha de dieciséis nueces de palma. Cuando hayas logrado reunir dieciséis nueces de palma y sepas lo que significan, podrás reconquistar a los hombres". Eschú fue a buscar las nueces, aprendió sus significados, y así es como aportó la religión de Ifa, pues Ifa, hijo del dios supremo, había sido metamorfoseado en palma, y las nueces que traen las palabras divinas no eran sino los retoños de la palma milagrosa. Pero se conocen también otros mitos que manifiestan la lucha de los babalawos y de los demás sacerdotes, consagrados al culto de los Orischas: a veces, Eschú, está considerado como el esclavo de un viejo, Ifa, a quien se ve obligado a ceder al arte de adivinación, mientras que a veces es Ifa quien ha poseído ese arte antes, y su esclavo Eschú, como se muere de hambre ante la casa de su señor, que recibe regalos principescos de sus consultantes, hace una huelga impidiendo con astucias o mentiras que los pretendientes entren en casa de Ifa: éste se ve así obligado a ceder a su servidor una parte de sus conocimientos: se guarda para él las nueces, pero permite a Eschú leer el porvenir a través de las conchas (cauris).
El círculo del este. En: Mitologías. De las estepas, de los bosques y de las islas. Volumen 4. Barcelona, Planeta, 1982. p. 245.
[16] CORDERO, Luis. Diccionario Quichua-Español. Español-Quichua. Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana. 1955. p. 48.
TORRES FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA, Glauco. Diccionario Kichua-Castellano. Yurakshimi-Runashimi. Cuenca, Casa de la Cultura Ecuatoriana (Núcleo de Azuay), 1982.
[17] TÉLLEZ, Freddy. La ciudad interior. Madrid, Orígenes, 1990. p.13.
[18] El lectoescritor es decir investigador, pensador, creador comprometido con la lectoescritura de su propio destino y el destino del mundo que le rodea. Investigador infatigable de las posibilidades, pensador nómade, creador incansable. Lectoescritor arquitecto de su vida, diseñador de vida, porque su vida se convierte, mediante este proceso, en una obra de arte que es necesario lectoescribir permanentemente, incansablemente, abriendo siempre líneas de fuga al corral de lo establecido, a los muros del saber dogmático y autoritario (...). Lectoescritor: médico de las enfermedades físicas y espirituales; músico, poeta, líder espiritual y político de la sociedad, capaz de escribir la historia de su comunidad. Es aquél que se ha enfrentado al miedo y ha renacido con la suficiente energía para escribir con su canto, para escribir con su palabra, para escribir con su gesto, para lectoescribir con su silencio... Lectoescritura Danza. "Lo más profundo es la piel", lectoescribir las páginas blancas de la piel cuerpo, libro-piel, piel del mundo, mundo-piel-libro...
RODRÍGUEZ ROSALES, Jairo. El cuidado de sí: el arte de lectoescribir (fragmentos de una propuesta inconclusa). En: Nómade Nº 6. Revista del Departamento de Humanidades y Filosofía - Universidad de Nariño. Pasto, junio de 1999. pp. 57-59.
[19] CASTRO GÓMEZ, Santiago. Teoría tradicional y teoría crítica. En: Universitas Humanística. Nº 49. Año XXVIII. Enero-junio de 2000. Bogotá, Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Sociales. Fundación Fumio Ito. p. 33.
[20] PANERO, Leopoldo María. Entender la poesía. En: Y la luz no es nuestra. Madrid, Libertarias/Prodhufi, 1993. p.21.
[21] PRIGOGINE, Ilya. ¿Una nueva racionalidad? (prólogo). En: El fin de las certidumbres. Traducción: Pierre Jacomet. Santiago de Chile, 1996. p. 15.
[22] NOTHOMB, Amélie. Higiene del asesino. Traducción de Sergio López. Barcelona, Circe, 1996. p.56.
[23] Se advierte que Szondi sostiene que la reanudación de la cuestión de la "écriture" aparece, en el área francesa, sobre la base de una tradición "derivada ciertamente de Mallarmé"; es decir, de una escritura considerada no como simple transmisión de ideas y depósito mnemónico de palabras, sino como actividad eminentemente poético-expresiva, con intenciones revolucionarias. Enfatizar la escritura significa, para Mallarmé, criticar toda una tradición artística y comunicativa; él usa - como ha escrito Benjamin - "la escritura para competir con la música".
FERRARIS, Maurizio. Jacques Derrida. Deconstrucción y ciencias del espíritu. En: Teoría literaria y deconstrucción. Traducción del texto de Ferraris de Carmen Pastor y Manuel Asensi. Madrid, ARCO/LIBROS, 1990. p. 361.
[24] CORTÁZAR, Julio. Salvo el crepúsculo. México, Nueva Imagen, 1984. p. 34
[25] "¿Qué comunica el lenguaje? Comunica su correspondiente entidad o naturaleza espiritual. Es fundamental entender que dicha entidad espiritual se comunica en el lenguaje y no por medio del lenguaje. No hay, por tanto, un portavoz del lenguaje, es decir, alguien que se exprese por su intermedio. La entidad espiritual se comunica en un lenguaje y no a través de él. Esto indica que no es desde afuera, lo mismo que la entidad lingüística . La entidad espiritual es idéntica a la lingüística sólo en la medida de su comunicabilidad; lo comunicable de la entidad espiritual es su entidad lingüística. Por lo tanto, el lenguaje comunica la entidad respectivamente lingüísticamente de las cosas, mientras que su entidad espiritual sólo trasluce cuando está directamente resuelta en el ámbito lingüístico, cuando es comunicable.
El lenguaje transmite la entidad lingüística de las cosas, y la más clara manifestación de ello es el lenguaje mismo. La respuesta a la pregunta: ¿qué comunica el lenguaje?, sería: cada lenguaje se comunica a sí mismo (...) y para ser más precisos: cada lenguaje se comunica a sí mismo en sí mismo; es, en el sentido más estricto, el "medium" de la comunicación.
BENJAMIN, Walter. Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos. En: Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Traducción de Roberto Blatt. Madrid, Taurus, 1991. pp. 60-61.
[26] PANERO, Leopoldo María. Entrevistado por Fernando Sánchez Dragó. TVE. 1999.













replay

gilles deleuze
(parís 25 – parís 95)
de crítica y clínica, 1993


lewis carroll
Todo empieza en Lewis Carroll con un combate horrible. Se trata del combate de las profundidades: hay cosas que estallan o nos hacen estallar, cajas que son demasiado pequeñas para su contenido, alimentos tóxicos o venenosos, tripas que se alargan, monstruos que nos engullen. Un hermano pequeño utiliza a su hermano pequeño como cebo. Los cuerpos se mezclan, todo se mezcla en una especie de canibalismo que junta el alimento y el excremento. Hasta las palabras se comen. Es el ámbito de la acción y de la pasión de los cuerpos: cosas y palabras se dispersan en todos los sentidos o por el contrario se sueldan en bloques indescomponibles. Todo es horrible en el fondo, todo es sinsentido. Alicia en el país de las maravillas debería para empezar llamarse Las aventuras subterráneas de Alicia.
¿Pero por qué Carroll no utiliza este título? Pues porque Alicia conquista progresivamente las superficies. Emerge o vuelve a subir a la superficie. Crea superficies. Los movimientos de hundimiento y de enterramiento dejan paso a ligeros movimientos laterales de deslizamiento; los animales de las profundidades se vuelven figuras de naipes sin espesor. A mayor abundamiento, Del otro lado del espejo toma posesión de la superficie de un espejo, instituye la de un tablero de ajedrez. Puros acontecimientos escapan de los estados de cosas. Uno ya no se hunde hasta el fondo, sino que acaba pasando al otro lado a fuerza de deslizarse, haciendo como los zurdos e invirtiendo el derecho y el revés. La bolsa de Fortunatus que describe Carroll es la banda de Moebius en la que una misma recta recorre ambos lados. Las matemáticas son buenas porque instauran superficies, y pacifican un mundo cuyas mezclas en el fondo serían terribles: Carroll matemático,
o bien Carroll fotógrafo. Pero el mundo de las profundidades todavía ruge bajo la superficie, y amenaza con reventarla: incluso extendidos, desplegados, los monstruos nos obsesionan.
La tercera gran novela de Carroll, Silvia y Bruno, lleva a cabo otro progreso más. Diríase que la antigua profundidad se ha allanado a sí misma, se ha convertido en una superficie al lado de la otra superficie. Dos superficies coexisten pues, en las que se escriben dos historias contiguas, una mayor y la otra menor; una en modo mayor y la otra en menor. No una historia dentro de la otra, sino una al lado de la otra. Silvia y Bruno es sin duda el primer libro que cuenta dos historias a la vez, no una dentro de la otra, sino dos historias contiguas, con pasos de una a otra establecidos constantemente, aprovechando un fragmento de frase común a ambas, o bien el estribillo de una canción admirable que reparte los elementos propios de cada historia en la misma medida a que están determinados por ellos: la canción del jardinero loco.
Carroll pregunta: ¿es la canción la que determina los acontecimientos, o los acontecimientos determinan la canción? Con Silvia y Bruno Carroll hace un libro–rollo, como los cuadros–rollo japoneses. (Para Eisenstein, el cuadro–rollo constituía el auténtico precursor del montaje cinematográfico y lo describía así: «¡La cinta del rollo se enrolla formando un rectángulo! Ya no se trata de que sea el soporte el que se enrolle sobre sí mismo; es lo que está representando en él lo que se enrolla sobre su superficie.») Las dos historias simultáneas de Silvia y de Bruno forman el punto final de la trilogía de Carroll, tan obra maestra como las demás.
No se trata de que la superficie tenga menos absurdo que la profundidad. Pero no se trata del mismo absurdo. El de la superficie es como el «Brillo» de los acontecimientos puros, entidades que nunca acaban de llegar o de retirarse. Los acontecimientos puros y sin mezcla brillan por encima de los cuerpos mezclados, por encima de sus acciones y de sus pasiones enmarañadas. Como un vapor de la tierra, exhalan en la superficie un incorpóreo, un puro «expresado» de las profundidades: no la espada, sino el destello de la espada, el destello sin espada como la sonrisa del gato. Es propio de Carroll haber hecho que nada pase por el sentido, sino haberlo apostado todo al sinsentido, puesto que la diversidad de los sinsentidos basta para dar cuenta del universo entero, de sus terrores así como de sus glorias: la profundidad, la superficie, el volumen o la superficie enrollada.

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walt whitman
Con mucha tranquilidad y seguridad Whitman dice que la escritura es fragmentaria y que el escritor americano está obligado a escribir en fragmentos. Eso es precisamente lo que nos desconcierta, esta asignación de América, como si Europa no hubiera tomado la delantera en esta vía. Pero tal vez haya que recordar la diferencia que Hölderlin descubría entre los griegos y los europeos: lo que es natal o innato en los primeros ha de ser adquirido o conquistado por los segundos, e inversamente [1]. De otro modo, ocurre lo mismo con los europeos y los americanos: los europeos tienen un sentido innato de la totalidad orgánica, o de la composición, pero tienen que adquirir el sentido del fragmento, y sólo pueden hacerlo a través de una reflexión trágica o una experiencia del desastre. Los americanos, por el contrario, tienen un sentido natural del fragmento, y lo que tienen que conquistar es el sentimiento de la totalidad, de la composición hermosa. El fragmento está ahí sin más, de una forma irreflexiva que se adelanta al esfuerzo: hacemos planes, pero cuando llega la hora de actuar, «le damos la vuelta al asunto, y dejamos que las prisas y la tosquedad formal cuenten la historia mejor que una tarea elaborada» [2]. Lo que es propio de América no es pues lo fragmentario, sino la espontaneidad de lo fragmentario: «espontáneo y fragmentario», dice Whitman [3]. En América, la escritura es naturalmente convulsiva.: «no son sino pedazos del auténtico desvarío, del calor, del humo y de la excitación de esta época». Pero la «convulsividad», como precisa Whitman, no es menos característica de la época y del país que de la escritura [4]. Si el fragmento es lo innato de Norteamérica se debe a que el propio país se compone de estados federados y de pueblos inmigrantes diversos (minorías): por doquier colección de fragmentos, obsesión debida a la amenaza de la Secesión, es decir de la guerra. La experiencia del escritor americano es inseparable de la experiencia americana, incluso cuando no habla de América.
Eso es lo que confiere a la obra fragmentaria el valor inmediato de una enunciación colectiva. Kafka decía que en una literatura menor, es decir minoritaria, no hay historia privada que no sea inmediatamente pública, política, popular: toda literatura se convierte en «asunto del pueblo», y no de individuos excepcionales [5]. ¿No es acaso la literatura americana menor por excelencia, en tanto que América pretende federar las minorías más diversas, «Nación rebosante de naciones»? América une fragmentos, presenta muestras de todas las épocas, de todas las tierras y de todas las naciones [6]. La historia de amor más sencilla pone en juego estados, pueblos y tribus; la autobiografía más personal es forzosamente colectiva, como vemos todavía con Wolfe o Miller. Es una literatura popular, hecha por el pueblo, por el «hombre medio», como creación de América, y no por «grandes individuos» [7]. Y, desde ese punto de vista, el ser de los anglosajones, siempre estallado, fragmentario, relativo, se opone al Yo sustancial, total y solipsista de los europeos.
El mundo como conjunto de partes heterogéneas: patchwork infinito, o pared ilimitada de piedras sin argamasa (una pared cimentada o los pedazos de un rompecabezas recompondrían una totalidad). El mundo como muestrario.: las muestras («espécimen») son precisamente singularidades, partes destacables y no totalizables que sobresalen de una serie de cosas corrientes. Muestras de días, specimen days, dice Whitman. Muestras de casos, muestras de escenas o de vistas ( escenas, shows o sights.). Las muestras en efecto son ora casos, siguiendo una coexistencia de partes separadas por intervalos de espacio (los heridos en los hospitales), ora vistas, siguiendo una sucesión de fases de un movimiento separadas por intervalos de tiempo (los momentos de una batalla incierta). En ambos casos, la ley es la de la fragmentación. Los fragmentos son granos, «granulaciones». Seleccionar los casos singulares y las escenas menores resulta más importante que cualquier consideración de conjunto. En los fragmentos es donde surge el fondo oculto, celestial o demoníaco. El fragmento es el «reflejo aislado» de una realidad sangrienta o apacible [8]. Y aún es preciso que los fragmentos, las partes destacables, casos o vistas, sean extraídos mediante un acto especial que consiste precisamente en la escritura. La escritura fragmentaria en Whitman no se define por el aforismo o la separación, sino por un tipo particular de frase que modula el intervalo. Es como si la sintaxis que compone la frase, y que la convierte en una totalidad capaz de volver sobre sí misma, tendiera a desaparecer liberando una frase asintáctica infinita, que se va estirando o empujando guiones como intervalos espaciotemporales. Y ora es una frase casual enumerativa, enumeración de casos que tiende al catálogo (los heridos en un hospital, los árboles en un lugar), ora es una frase procesionaria, como un protocolo de las fases o de los momentos (una batalla, los acompañantes de las reatas de ganado, los enjambres sucesivos de abejorros). Es una frase casi disparatada, con sus cambios de dirección, sus bifurcaciones, sus rupturas y sus saltos, sus estiramientos, sus brotes, sus paréntesis. Melville destaca que los americanos no tienen que escribir como ingleses [9]. Deben deshacer la lengua inglesa, y de tal modo que siga una línea de fuga: volver la lengua convulsiva.
La ley del fragmento vale tanto para la Naturaleza como para la Historia, tanto para la Tierra como para la Guerra, tanto para el bien como para el mal. Entre la Guerra y la Naturaleza existe en efecto una causa común: la Naturaleza avanza en procesión, por secciones, como los cuerpos del ejército [10]. «Procesión» de cuervos, de abejorros. Pero si es cierto que el fragmento se da por doquier, de la forma más espontánea, también hemos visto que no obstante había que conquistar, e incluso inventar, un todo o un análogo de todo. Ocasionalmente sin embargo Whitman destaca la idea de Todo invocando un cosmos que nos invita a la fusión; en una meditación particularmente «convulsiva» se dice hegeliano, afirma que sólo América «realiza» a Hegel, y plantea los derechos primeros de una totalidad orgánica [11]. Se expresa entonces como un europeo, que encuentra en el panteísmo una razón de afirmar su ser. Pero cuando Whitman habla a su manera y en su estilo, se desprende que una especie de todo debe ser construido, tanto más paradójico cuanto que no surge hasta después de los fragmentos y los deja intactos, no se propone totalizarlos [12].
Esta idea compleja depende de un principio muy querido por la filosofía inglesa, al que los americanos darán un nuevo sentido y nuevos desarrollos: las relaciones son externas a sus términos... A partir de ahí se plantearán las relaciones como pudiendo y debiendo ser instauradas, inventadas. Si las partes son fragmentos que no pueden ser totalizados, se puede por lo menos inventar entre ellas unas relaciones no preexistentes, que dan fe de un progreso en la Historia tanto como de una evolución en la Naturaleza. El poema de Whitman presenta tantos sentidos como interlocutores diversos tiene, las masas, el lector, los estados, el Océano... [13] La literatura americana tiene como objeto la puesta en relación de los aspectos más diversos de la geografía de los Estados Unidos, Mississippi. Rocosas y Praderas, y de su historia, luchas, amor, evolución [14]. Unas relaciones cuantitativamente cada vez más importantes, y de calidad cada vez mayor en cuanto a su finura, es como el motor de la Naturaleza y de la Historia. Al contrario, la Guerra: sus actos de destrucción inciden en toda relación, y tienen como consecuencia el Hospital, el hospital generalizado, es decir el lugar donde el hermano ignora al hermano, y donde partes moribundas, fragmentos de hombres mutilados, coexisten absolutamente solitarios y sin relación [15].
Contrastes y complementariedades, no dados sino siempre nuevos, constituyen la relación de los colores: y Whitman hizo sin duda una de las literaturas con más colorido que existir puedan. Contrapuntos y respuestas, constantemente renovados, inventados, constituyen la relación de los sonidos o el canto de los pájaros, que Whitman describe maravillosamente. La Naturaleza no es forma, sino proceso de puesta en relación: inventa una polifonía, no es totalidad, sino reunión, «cónclave», «asamblea plenaria». La Naturaleza es inseparable de todos los procesos de comensalidad, convivialidad, que no son datos preexistentes sino que se van elaborando entre vivos heterogéneos de forma que crean un tejido de relaciones movedizas que hacen que la melodía de una parte intervenga como tema en la melodía de otra (la abeja y la flor). Las relaciones no son interiores a un Todo, sino que más bien es el todo el que resulta de las relaciones exteriores en un momento así, y que varía con ellas. Por doquier las relaciones de contrapunto están por inventar y condicionan la evolución.
Sucede igual con las relaciones del hombre con la Naturaleza. Whitman instaura una relación gímnica con los robles jóvenes, un cuerpo a cuerpo: no se funde en ellos ni se confunde con ellos, pero hace que algo ocurra entre ellos, entre el cuerpo humano y el árbol, en ambos sentidos, pues el cuerpo recibe «un poco de salvia clara y de fibra elástica», pero por el otro lado el árbol recibe un poco de conciencia («tal vez estemos haciendo un intercambio») [16]. Ocurre igual por último con las relaciones del hombre con el hombre. En este caso también, el hombre tiene que inventar su relación con el otro: «Camaradería» es la palabra importante de Whitman para designar la relación humana más elevada, no en virtud del conjunto de una situación, sino en función de los rasgos particulares de las circunstancias emocionales y de la «interioridad» de los fragmentos concernidos (por ejemplo, en el hospital, instaurar con cada moribundo aislado una relación de camaradería...) [17]. De este modo se va tejiendo una colección de relaciones variables que no se confunden con un todo, sino que producen el único todo que el hombre sea capaz de conquistar en tal o cual circunstancia. La Camaradería es esa variabilidad que implica un encuentro con lo Externo, un deambular de las almas al aire libre, por la «carretera principal». Con América la relación de camaradería supuestamente debe adquirir sus máximas extensión y densidad, alcanzar los amores viriles y populares, sin dejar de adquirir un carácter político y nacional: no un totalismo o un totalitarismo, sino un «Unionismo», como dice Whitman [18]. La Democracia misma, el Arte mismo sólo forman un todo en su relación con la Naturaleza (el aire libre, la luz, los colores, los sonidos, la noche...); de lo contrario el arte se abisma en lo mórbido, y la democracia en el engaño [19].
La sociedad de los camaradas es el sueño revolucionario americano, al que Whitman ha contribuido poderosamente. Un sueño decepcionado y traicionado mucho antes que el de la sociedad soviética. Pero es también la realidad de la literatura americana bajo sus dos aspectos: la espontaneidad o la sensación innata de lo fragmentario; la reflexión de las relaciones vivas adquiridas y creadas cada vez. Los fragmentos espontáneos son lo que constituye el elemento a través del cual o en los intervalos del cual se accede a las grandes visiones y audiciones reflejas de la Naturaleza y de la Historia.

NOTAS
[1] Hölderlin, Remarques sur Oedipe.
[2] Whitman, Specimen Days, «Au fond des bois».
[3] Id.
[4] SD, «convulsividad».
[5] Kafka, Journal, Livre de poche.
[6] Tema constante de Hojas de hierba. Vid. también Melville, Redburn, cap 33.
[7] SD, «Eco de un entrevistador».
[8] SD, «Una batalla nocturna». Y «la guerra verdadera jamás entrará en los libros».
[9] Melville, D’où viens–tu, Hawthorne?. De igual modo Whitman invoca la necesidad de una literatura americana «sin rastro ni matiz de Europa, de su tierra, de sus recuerdos, de sus técnicas y de su espíritu»: SD, «Las praderas y las grandes planicies en la poesía».
[10] SD, «Los abejorros».
[11] SD, «Carlyle desde el punto de vista americano».
[12] Lawrence (Études sur la littérature classique americaine) critica violentamente a Whitman por su panteísmo y su concepción de un Yo–Todo; pero lo reconoce como el mayor de los poetas porque, más profundamente, Whitman canta las «simpatías», es decir las relaciones que se construyen en el exterior, «en la Carretera Principal».
[13] Vid. Jamati, Walt Whitman, Seghers: el poema como polifonía.
[14] SD, «Literatura del valle del Mississippi».
[15] SD, «La verdadera guerra...»
[16] SD, «Los robles y yo».
[17] SD, «La verdadera guerra...». Sobre la camaradería, vid. HH, «Calamus».
[18] SD, «Muerte del presidente Lincoln».
[19] SD, «Naturaleza y democracia».


















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paul di filippo
(providence 54)
de ciphers: a post-shannon
rock'n'roll mystery, 1997


jugar con el código
Jugar con el Código es la responsabilidad de cada escritor honesto como transportador de mensaje determinado a sacar la máxima información de su canal escogido. Pero es la tarea más fácilmente desdeñada. Cada avance en literatura, cada nuevo modo y técnica, se deriva al fin y al cabo de algún Noble Experimento en el que alguien se exprimió los sesos con las estructuras dadas.
Jugar con el código incluye, pero no consiste totalmente, en lo siguiente:
Utilizar juegos de palabras, jeroglíficos, acertijos, cifras, enigmas, puzzles, distracciones, engaños, juegos de mano, anagramas, acrósticos, mala ortografía (rraro dehletrear), USo LocO de maYusCulAS, poco ortodoxa pun(tu…a)ción?!, pistas veladas, parodia, alusiones crípticas, cosas obvias (él eyaculó), intromisiones del autor (¿se dan cuenta?), estribillos repetibles, la mezcla de diferentes modos como son poesía y prosa, y la fusión de realidad y fantasía.
Es interesante observar que Jugar con el código es básicamente, aunque no exclusivamente, una preocupación del siglo XX. Y aquellas formas del arte que surgieron con el siglo parecen sentirse cómodas con dicha experimentación. Dos vehículos tales son el dibujo animado y el comic impreso.
¿No parece a veces como si los dibujos animados imitan más fielmente la realidad que cualquier otro arte? Uno de los primeros Jugadores con el código fue George Harriman, Mulato Kreole, Kreador de Krazy Kat. Su juego inspirado con palabras y imágenes visuales dio obras de arte no a menudo igualadas. Pero no tengo por que contarte eso ¿no?
Lo que no se conoce tanto sobre Harriman, de todas formas, es que durante su indigente juventud, tuvo el empleo de anunciador para un circo ambulante. El acto que tenía que anunciar era el de un faquir comiendo serpientes, y él gritaría de esta manera:
¡Bosco, el maravilloso! ¡Bosco, el Silurio Comedor de Serpientes Senegambio! ¡Las devora vivas! ¡Les arranca las cabezas! ¡Se arrastra en una guarida de detestables reptiles! ¡Una exhibición para los educados! ¡Y un espectáculo para los sensibles y refinados!
(La pregunta es: ¿Era esto propaganda a favor o en contra de las serpientes?)
¿Y saben qué? Si realmente se atreven, pueden jugar con los Metaenunciados que gobiernan el Juego. Pero ahora estamos empezando a meternos en territorio peligrosamente recursivo, autoreferencial. Quien sabe, podríamos terminar Jugando con el Jugador.
Así. Eso es Jugar con el Código. Y si eres un autor aspirante, mejor prestas atención, porque si no, todo tu trabajo será en vano, y terminarás trabado en

la tierra de los géneros muertos
Siempre es el crepúsculo precediendo una oscura y tormentosa noche en la Tierra de los Géneros Muertos, un pesado atardecer, que yace plomizo sobre los castillos de la campiña y las mansiones góticas, los bosques de Nueva Inglaterra y las calles victorianas, los cielos de la Primera Guerra Mundial y las praderas del Salvaje Oeste, los salones de la Regencia y los galeones piratas. A través de estos escenarios se mueven las figuras fantasmales de personajes abandonados, sin hacer contactos, solos en su inutilidad, transportando solo información muerta, sin valor todo lo que puedan hacer, su probabilidad uno a cero. Aquí, negro es el color y ninguno es el número. Natty Bumppo se cruza con James Bond sin saludar. Spirit y el inspector Dolan están sentados en una estación mientras gotea la lluvia de los ventanales. Ivanhoe no encuentra fuerzas para combatir con G-8 y sus Ases de la Batalla. Tom Swift no ofrece viajes en su girocóptero a los batallones de enfermeras y nanas que dan vueltas tristemente por ahí. Los apuros de las princesas encadenadas ya no intrigan a Sherlock Holmes. Dick en harapos no tiene fuerzas para detener el carruaje fugitivo que transporta a la hija del banquero. El cristiano peregrino no progresa (Bienvenido al cine de pantallas vacías, peregrino). Tom Mix no puede mezclarse más con los bandidos. Marlowe fuma demasiado y está siempre borracho. Superman, Batman, y la Sombra sienten la seca pudrición en sus huesos. Los reporteros estrella y los cachorros copistas no hallan noticias de última hora; todos los gangsters del bajo mundo están muy nerviosos para elucubrar planes. Los sombreros cónicos de hechiceros de Cheech y Chong cuelgan impotentes. Los dragones tratan de incendiar, pero solo pueden eructar bilis. Entropía es todo lo que florece aquí…





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elvira rodríguez puerto
(havana 64)


M.
M. era un Bauer, natural de Alemania. Realmente un naturalizado. Y aunque no gustaba de la matanza de los animales, no pertenecía a religión alguna. Solo la de mirar su sombra que le decía, –por ahí todavía alguien anda–.
Había dedicado todas las partes de su yo íntegro a investigar actos de crueldad y maleficios, en aquellos que no podían defenderse, (mundo animalídico). Todo cuanto leyó, le era violento, totalmente absurdo. No podía digerir, a manera de un niño hambriento. M. nunca tuvo hambre, o al menos su abuelo, que había ganado a los cincuenta una millonada (negocios de bicicletas) no se lo permitía. Nunca me quiso contar cuál era el trabajo anterior de su abuelo, como entonces hacía el kilo. Solo que, la casa que él quería, el abuelo la regaló a otra mujer vieja.
Ahora me enseñaba una ventana acordonada y limpia de la casa que podía haber sido suya. También la puerta que da al patio donde sermonaban a los cazados y destripados. M. corría, pero no podía tocar la puerta de los vecinos, ni tirar de la saya de una tía cualquiera. Nunca conoció a nadie, ni por señas o pasitos en la escalera de madera. Solo sabía que el colindante vivía en la puerta más próxima, y al que no debía mirar ni a los ojos. Aprender el paso cotidiano nuevo, por si el extraño, aparecía. Al menos eso también lo aprendió del abuelo. Por eso depauperaba la figura de Nitsch.
Nitsch sonríe en la portada de una revista. Hay un número completo dedicado a él. Han matado a una vaca y la cuelgan como al Cristo y la abren por el medio. Su sangre, la de la vaca, está también en los matadores contentos. Ellos celebran su felicidad, «la felicidad que pensamos en las fotos», y M. la amplía. La coloca en la pared blanca. La rellena de alfileres, junto a las otras fotos del abuelo, con parada y escopeta. Digo, la foto de Nitsch, no la de la vaca. Piensa en la unión de los espíritus, en una bandeja de vegetales, para entre minutos, ofrecerla y jactarlos, a ver si sangran. Pero M. no es malo. Tiene las manos gordas y venosas. Tampoco es un tipo raro.
A M. le ha gustado la isla imaginada de sirenas terrenales y estampadas (mestizaje). Ha querido vivir en cualquier isla para divulgar propiedades curativas, proteiconas, de las plantas. Se siente cansado de la algarabía de los S-Bahn, donde cada uno se mira y se ama a sí mismo. Se canta a sí mismo. Se limpian y se calan la ropa a sí mismo y aman a sus perros. Solamente a sus perros. –El capitalismo es egoísta–, alguien dice. Sus perros que siguen atados a las cinturas de sus dueños porque no pueden apropiarse de otras, mascotas-mujeres, –¿no te gustaría más, que fuese mejor una ternerita, para que viviera en el salón de tu casa, y leche fresca en las terminales de los S-Bahn? –No le gusta Nitsch. Me explica por qué Nitsch gusta a mucha gente, por qué Nitsch no gusta a mucha gente. –A la gentuza sí. A la gentuza sí.–
M. ha conocido a la mujer imaginada en la isla imaginada. El sol. Siempre pidió el sol. La mujer ha nacido abierta y con el cuello retorcido. Alguien la ayuda a levantarse. Necesita masajes en su cuello. Deja de comerse las uñas, las cutículas, los dedos plantares (satisfacción de su placer carnívoro). Tiene sueños ligeros y pesados. Le comenta. –Normal–. Pero nunca en ellos está el asilo ni el revierto. Siempre cae y no encuentra el fondo, ni las paredes por donde ha caído. Tampoco sostiene el cuerpo menudo de otros y resbala. Ha visto que alguien degüella a una vaca, que luce también su cara. Cuando despierta, recuerda como disfrutaba el pedazo duro de pellejo masculino, –vamos a morir envenenados–, le dijo.
A M. no le quedó más remedio que odiar a las nativas, las que lo atravesaron con flechas acorazadas, como ella. Sí que lo flecharon con dientes y flechas.
M. regresa a su país natal empeñado del sitio. Observa sus vacas carmelitas de campanas grandes. Piensa en cuanto dinero ha perdido en convencer a los nativos. Así nos dicen a nosotros, nos subestiman todavía. También a su nativa. Cuando ya cansado de tanto amor; pensando en su propia vida; mirando alrededor para que nadie lo descubriese, asesina nuevamente las pieles de sus vacas.
M. trabaja con esmero, cintos, carteras y zapatos que luego vende en mercados cualquiera. Un día no lo hará más.

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la mujer que apretaba el sueño para que no se le fuera de las manos

-Soy más interesante que todo lo que tú has hecho en tu día-
Cicerón decía que “la vida de los muertos está
en la memoria de los vivos”,
-por eso mi deseo el de matarlas-

Había querido sorprender a M. con mi nuevo viaje. Vestía yo igual al primero y viejo (los dos únicos). Un Renault alargado y colorido con letrero desconocido, me traía a la puerta de su casa en la isla imaginada. La calle era de tierra roja sin asfaltos. Olores de aire desprendido de lava. La puerta de la casa se extendía hacia los lados. Los niños jugaban »a los escondidos«, y la casa estaba trastornada del invierno. Llegué a mirarlos con miedo: a la calle de tierra roja, a la puerta y más adentro. Lo llamaba:
–¡M. estoy aquí! –(como eco de mi voz que devolvía el patio),
–¡M. estoy aquí!
Aparecieron por la puerta trasera una vaca y sus hijas un poco delgadas. La misma puerta quedaba al frente de mi no-movimiento. Pero los ojos como habitualidad, buscaban aturdidos en la escena. Alguien jugaba al desorden de las cosas -¿rotas?-, y donde todavía hervía la leche, en un jarro, sobre la meseta mal hecha y transparente al reguero, de ahí, tomaban las vacas. M. aparece por la propia puerta de las vacas tomadoras de leche, (su propia leche). Se dirige al espacio grande de la sala. No hay divisiones o privacidades, como siempre nos prometimos.
El suelo brillaba del estuque de cemento, también de sus pisadas, pero no de M. Del lado derecho dominaban tres camas personales con sábanas hediondas y desteñidas que todavía tapizan los cuerpos de unas niñas y una mujer que me saluda con voz demasiado tenue:
–¡YOU ARE SO SWEET, SO SWEET,
BUT SO SWEET!–
M. llega hasta mi sin alegrías. Toma de la leche donde el mismo sitio de las vacas. Había crecido, también su humildad y tristeza. Se acercó al oído para normalizar el susurro: –pasa–, como lenguaje a un perro fiel. M. era fiel a sus perros y a sus vacas. También a mi. Pero yo no lo veía, porque un perro y una vaca son siempre felices, –cacareó–.
–Te esperaba y nada de gritos que las niñas duermen. Han pasado toda una noche orinadas. Orinando las últimas sábanas–
He mirado a la mujer de ojos dulces que atraviesan cualquier alma, pero que ante la solicitud de silencio no se detiene. Su empalago la obligaba a expresarme palabras de amor o de muerte:
–¡YOU ARE SO SWEET, SO SWEET,
BUT SO SWEET!–
M. regresa al patio por la puerta del frente de mi no-movimiento. Llevaba una toalla al hombro y un cepillo de dientes. El jarro de leche vacío, quemado y sin lavar. Vestía los pantalones del padre de mi hija hace unos quince años y quise mirar alrededor, más, detenidamente.
Tenía yo una furia extraña. No quería explicarme, los colchones con la guata afuera. El humo de lava. El color del asfalto. Ella volvía a repetirme con una de sus hijas en los brazos, su dulzura, mi gracia:
–¡YOU ARE SO SWEET, SO SWEET,
BUT SO SWEET!–
Las vacas delgadas me miran de reojo a través de una ventana. La cabeza es del mismo tamaño de la ventana y crece mi deseo móvil de matarlas.
Las niñas me besan incesantemente y sin parar. El auto llega hasta mi y regreso, (intención de dejarlo todo) porque alguien ha hecho sin preguntarme, añicos, de una cabeza de red.
El padre de mi hija cambia la casa. Ahora todo es por cupones. Hay una puerta que siempre quedó pegada, y –M. nunca estuvo aquí–, me dice el clínico, después de tenerme tantos días en una dormilona.

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daniel díaz mantilla
(havana 70)


en el establo
en el establo pacen algunas vacas sobre el estiércol propio, alimentando la tradición de mugir tranquilamente y mascar su hierba marchita de sol. el establo es una forma de la conciencia social caracterizada por la trasmisión genética de las costumbres.
en el establo pacen algunas vacas oyendo sus propios mugidos lastimosos. cada cual muge cuando prefiere y eso es autodeterminación, aunque todas escuchen al unísono las voces de mando y corran deprisa al redil sonando sus cencerros.
en el establo pacen algunas vacas apacibles recordando la sombra de los frondosos árboles de otoño. la capacidad del establo para satisfacer las necesidades crecientes de las vacas está dada por la felicidad con que estas pacen y viceversa.
en el establo pacen algunas vacas sin preocuparse por los perros y la procreación. los sementales desaparecieron hace años y fueron suplantados a su tiempo por la técnica y la abstinencia.
en el establo pacen algunas vacas buscando el goce en la contemplación del horizonte. todo parece marchar bien, aunque muchas se pierdan tras las huellas de algún toro y se encuentren luego sus cuerpos mordidos, mientras se escucha un constante ladrido que hace a la piel de las vacas tornarse de gallina.
en el establo, sin embargo, todas continúan tranquilas y calladas. tal vez eso sea sentido común.


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ejercicios de la virtud estéril
Calcule:
a) cuánto tiempo necesita un albañil para hacer una torre cuya punta sobrepase la atmósfera, teniendo en cuenta que la distancia desde la superficie terrestre hasta el espacio exterior es de aproximadamente 60 km, y el albañil puede construir un metro de torre diario;
b) qué cantidad de páginas es necesario colocar una sobre otra para alcanzar la misma altura, si diez cuartillas hacen un milímetro;
c) cuán alto se abren los abismos.


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en el estanque
en el estanque flotan algunos patos sobre la sangre y los huesos de otros que nadaron antes y murieron para que estos nadasen: el estanque es un proceso dialéctico donde el movimiento consiste en la masividad del estatismo, o del mimetismo. en el estanque flotan algunos patos mirando al fondo de las aguas turbias, congeladas. cada cual ve el dibujo que prefiere y eso es democracia, aunque todos encuentren lo mismo en la oscura profundidad. en el estanque flotan algunos patos situados geométricamente en el lugar que desean, aunque nadie cambie de posición por miedo a mojarse las plumas y hundirse. la libertad del estanque consiste en su perfecto equilibrio. en el estanque flotan algunos patos sin preocuparse por los cazadores y las fieras. la temporada de caza terminó hace años y no volverá a reanudarse hasta tanto no desaparezcan las condiciones objetivas y subjetivas que dieron origen a su detención. en el estanque flotan algunos patos buscando las condiciones en el fondo opaco. todo parece marchar bien, aunque muchos se hunden como plomadas y se escuchan fuertes detonaciones imperceptibles que hacen a la piel de los patos tornarse de gallina. en el estanque, sin embargo, todos continúan tranquilos y callados. tal vez eso sea sentido común.


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la neurosis en los gatos
surge con relativa facilidad
por medio de la ruptura de los reflejos de autodefensa
y alimentario,
y también
al aplicarse una corriente de aire al hocico
durante la comida.
La neurosis surge
además
en condiciones de estimulación eléctrica prolongada
a los gatos situados
en un espacio
cerrado.


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en el estero
en el estero nadan algunos renacuajos sobre el fango pútrido de sus propias colas perdidas entre latas oxidadas y colillas amarillentas: el estero es una categoría filosófica que sirve para designar la irrealidad objetiva. en el estero nadan algunos renacuajos sintiendo sus metamorfosis lentas. cada cual siente lo que prefiere y eso es libertad de impresión, aunque todos sufran la misma asfixia y salten desesperados hacia la tierra reseca. en el estero nadan algunos renacuajos intranquilos respirando el oxígeno en las quietas aguas revueltas. la dialéctica del estero se evidencia en la espiral cíclica de los renacuajos crecidos saltando al exterior, y en el regreso de las ranas a sus raíces. en el estero nadan algunos renacuajos sin preocuparse por la metafísica y los problemas generacionales. la adolescencia desapareció hace años y en su lugar se instauró la dictadura de la naturaleza. en el estero nadan algunos renacuajos inmersos en la construcción de su nueva biología pulmonar. todo parece marchar bien, aunque muchos salten antes de tiempo y se encuentren luego sus cuerpos hundidos en el fango, y se escuche un hormigueo constante que hace a la piel de los renacuajos tornarse de gallina. en el estero, sin embargo, todos continúan tranquilos y callados. tal vez eso sea sentido común.












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jeAN baudRillaRd
(reims 29)
de cool memories, 1987


En pleno rodaje de una película porno, una de las chicas adopta todas las posiciones sin cambiar de cara, una rubia con una cinta de terciopelo negro en el cuello. Su indiferencia es seductora.


En plena orgía, un hombre murmura al oído de la mujer: What are you doing after the orgy?


Lacan lleva razón: el lenguaje no indica el sentido, aparece en lugar del sentido. Pero lo que de ahí resulta no son unos efectos de estructura, sino unos efectos de seducción. No una ley que regule el juego de los significantes, sino una regla que ordena el juego de las apariencias. Pero es posible que todo eso quiera decir lo mismo.


Una fiesta a la que cada cual lleva a la persona más estúpida que conoce. Ganará quien consiga la más estúpida. Apuesta osada, pues la estupidez nunca es segura. Es poco probable que un hombre inteligente no diga una tontería en toda una velada, y que un ser estúpido no diga una cosa sensata, o simplemente guarde silencio, colocando así a quien lo ha llevado en una situación ridícula. El que ha llevado al otro ya no es el que creemos. La inteligencia especula sobre la estupidez, olvida que cualquier cualidad llevada al extremo domina sobre todas las demás. Al igual que en el juego de “piedra, papel o tijera”, los ciclos sitúan siempre los poderes superiores en una posición inferior. Elevada a la potencia x, la estupidez derrota a la inteligencia, se ríe de ella. Convocada para servir de espejo, se vuelve seductora, y la inteligencia, odiosa.


Se anuncia que los Estados Unidos africanos han creado una reserva de etnólogos en el centro de África. Están protegidos y mantenidos en unas condiciones ecológicas ideales de supervivencia, alimentados en horas fijas según las costumbres de su país de origen. La reserva está vedada a cualquier africano tanto a título filantrópico como científico o canibalesco, por miedo de alterar el equilibrio natural de esta población o de comprometer su reproducción, ya muy precaria. Los Estados africanos aseguran que se hará un esfuerzo colectivo para salvar esta etnia en vías de desaparición: lo esencial es que esté radicalmente aislada del mundo. El primer intento en esta dirección había sido realizado anteriormente por los chadianos, que habían percibido una elevada suma del gobierno francés para que retuvieran a una tal madame Claustre, antropóloga, a la que habían salvado así de las garras de los blancos, que querían entregarla a la prostitución científica. Este hecho casi accidental no tardó en provocar una huida de todos los etnólogos occidentales a las reservas africanas, donde finalmente tuvieron ocasión de entregarse a la observación de la única etnia digna de este nombre, la suya. Contrariamente, a su llegada, todos los animales de la sabana escaparon para refugiarse en los zoológicos urbanos, y los mismos africanos se retiraron a sus misiones, por miedo a ser devorados por los etnólogos convertidos rápidamente en caníbales.


La historia de ese barco construido con tanta cantidad de acero y de hierro que su brújula, en lugar de indicar el norte, sólo se orienta hacia su propia masa. Girando indefinidamente sobre sí mismo, ha acabado por perderse en los hielos fósiles del cuaternario.


El auténtico goce de la escritura está en la posibilidad de sacrificar un capítulo entero por una única frase, una frase entera por una única palabra, sacrificarlo todo por un efecto artificial o una aceleración en el vacío.


Carnal silencio.
El hambre tambor velado del cuerpo que devora el silencio carnal de la noche siberiana.
La emoción de existir en la vertical de los montes Urales. La noche y su órbita: la misma noche es un objeto perdido en el espacio, movimiento de los labios circulares y ronda de los ruidos fósiles.
¿Por qué se situaría esa línea imaginaria del norte al sur, en la que basta un paso para pasar del hoy al mañana sin cambiar de hora, en el corazón del Pacífico, dónde solo los peces, los barcos y las tormentas tienen derecho a franquearla?
¿Existen unas formas espirituales que nos atraviesan de igual manera y podemos franquearlas mentalmente?
Nos volveríamos locos si no olvidáramos que la simultaneidad de todos los puntos del globo sólo es un sueño, o incluso consideráramos la noche como un objeto local puesto en órbita, y que podemos cruzar en todos los sentidos.
El vuelo intercontinental es una odisea mental.
El auténtico desierto, y por tanto el auténtico hechizo, está a diez mil metros de altitud, allí donde la tierra aparece en su luz azul y geológica, como una esencia humana sin más referencia que la sinuosidad de los ríos, o las ondulaciones minerales, y donde la fijeza del tiempo es perfecta si tenemos la suerte de volar en el mismo sentido que el sol.


¿Han visto alguna vez volar una mosca por el techo?
¿Por qué decide volar en el centro de la habitación, debajo de una lámpara ausente? ¿Y quién decide ese incansable vuelo en zigzag, versión doméstica del movimiento molecular? La mosca ignora los virajes: ¡qué misterio! Ignora también el infinito: recorre siempre el mismo espacio ínfimo, siguiendo una trayectoria aleatoria, secretamente despolarizada. Parece desconocer la idea del equilibrio: no la turban las horas de vuelo ininterrumpido en las que juega a recortar todos los puntos del espacio, siempre sabe dónde se posa exactamente, y está dispuesta a partir de nuevo. Todos sus insensatos movimientos y circunvoluciones parecen totalmente ajenos a los problemas de energía. A no ser que extraiga su energía de la misma repetición, de la descripción minuciosa de un espacio vacío, el del insecto, espacio angular, liliputiense, browniano, en el que el hombre, con su imposibilidad para moverse en ángulo recto, debe aparecer necesariamente como una presencia monstruosa y antediluviana.


El individuo flotante, pero atado con una correa como un perro, como un ojo suelto que colgara de la punta de su nervio óptico, barriendo el horizonte en 180 grados pero sin transmitir percepción, terminal panóptica desencarnada, órgano tránsfuga de una especie de mutantes.


Dos pieles inalienables ataviadas de cinismos opuestos y consideradas como máscaras. Respeto de la máscara. Sumisión al juicio recíproco ilimitado. Adhesión total y egoísmo total: las distancias están tomadas.
(...)
Un acecho. El miedo, continuo, de que el otro haya cambiado de dios el próximo lunes y piense de otra manera acerca del bien y del mal. Pues su intercesión es fundamental en las cuestiones más elevadas. Sin embargo, yo las resuelvo solo. Y él es diferente y me deja solo. En eso se basa una soberanía de comprensión a dos. Si nos enfrentamos, es para enderezar nuestras sombras hasta que coincidan. Si nos juntamos, es para ser únicos jueces. Distinguir claramente los dos cinismos.


Pequeña formación de catástrofe.
1. La pérdida del documento de identidad: todo nuestro ser se niega a creerlo, como sucede frente a la muerte de un ser querido. Uno busca largamente antes de convencerse, conserva todavía la esperanza de verlo aparecer milagrosamente, como a la mujer que nos ha abandonado. Y es que se ha convertido en nuestra sombra en el mundo soleado del capital. Te has quedado huérfano; además, la misma gente que acude a la oficina de objetos perdidos también parece una sombra. Y es lógico: la pérdida del documento jamás es inocente, representa el signo de una perdición. Es una señal de alarma muchos se habrán salvado por esto de problemas bastante más graves.
2. La pesadilla del pasaporte perdido: es cierta, ya no lo encuentro al despertar (¿y si sueño que estoy muerto?). La víspera, en mi búsqueda de identidad (del documento de identidad), me han dicho que el pasaporte no es un verdadero certificado de existencia, solamente es un documento internacional de tránsito. Quince minutos después lo pierdo, y lo pierdo en la comisaría, donde se queda, como la carta robada, completamente expuesto.
3. El automóvil robado / no robado. Me entero de que mi propio automóvil fue robado hace cuatro años. Por lo tanto, no me pueden entregar el permiso de circulación. Así que circulo en mi propio coche robado y ya no tengo documentos de identidad. ¿Quién soy? El ordenador desconectado es incapaz de reconocer la existencia de un objeto real en ausencia de un PFB (procedimiento de fin de búsqueda). Ahora bien, todos los documentos han desaparecido. La insolubilidad de las máquinas, la expectativa de los hombres. En cambio, desde hace cuatro años todas las infracciones han sido suprimidas por el ordenador, porque el automóvil fue robado. Moraleja: la impunidad total radica en el arte de la desaparición.
4. A la postre, todo reaparece. Happy end. Ahora me encuentro, catástrofe inversa, con una doble identidad: 2 permisos de circulación, 2 permisos de conducir, 2 documentos de identidad, etcétera.


Preferimos las tempestades de la libertad al silencio de la esclavitud.
Sublime, pero hoy en día ni la libertad es tempestuosa, ni la esclavitud silenciosa.
Hoy, reina el silencio de la libertad.
De hecho, ni la libertad ni la esclavitud tienen ya ninguna importancia, la retórica de los valores ha caducado. Sólo queda la tempestad, que ilumina con sus relámpagos de calor los nubarrones reales; y el silencio, el verdadero, el del horizonte antes de la tempestad.


Hay que dejar bien claro que escribir es una actividad inhumana, ininteligible: siempre debe hacerse con cierto desprecio, sin ilusiones, y dejar que los otros crean en su propio trabajo.


Es un poco ridículo hacer que las cosas sean explícitas. Pero lo peor es dar un sentido a lo que no lo tiene. We are all pretenders.


Una piedra cuya energía no se degradara en calor al contacto con el suelo, rebotaría eternamente con una elasticidad inalterada. Sin esa fricción, sin ese contacto, sin ese desperdicio de energía, sería el movimiento perpetuo.
¿Lo que resulta impensable en el universo físico puede ser la ley del universo mental? Un pensamiento que no cediera nada de su energía en el desgaste, la evaporación, los efectos secundarios; un pensamiento que supiera protegerse de cualquier consecuencia; de cualquier influencia, de cualquier referencia, ¿no podría rebotar indefinidamente y conservar esa elasticidad potencial, la soberanía de los cuerpos móviles en el espacio vacío?


Una sola cosa nos protege del cambio: el exilio. En lo irreal o al otro extremo del mundo, en la melancolía o en el sur de Francia, el exilio es una estructura maravillosa y confortable.
Solamente los exiliados tienen una tierra. Conozco gente que sólo está cerca de su país cuando se encuentra a diez mil kilómetros de él, expulsada por sus propios hermanos. Los demás son nómadas que persiguen su sombra en los desiertos de la cultura.


B.B.
–Mi doble se hizo operar de apendicitis.
–Ustedes no se van a acostar con la tierra entera, es imposible, es una violación.
–Comprendo muy bien a los animales salvajes acosados, por los objetivos, por las metralletas.
–Un Rolls blanco y un chófer negro.
Mujer potencia mujer.


Hace mucho tiempo que los títulos de crédito han superado a las propias películas en audacia, en humor, en el arte elíptico de tratar las imágenes. Y si después de todo la diferencia no es tan grande, es porque las películas se han ajustado al estilo de los créditos.


En Québec, durante una huelga, los estudiantes ocupan la sala de los ordenadores. No para neutralizar el centro vital del imperialismo sino sencillamente porque es invierno y ése es el único lugar donde pueden calentarse, ya que las autoridades no se pueden arriesgar a cortar la corriente por miedo a alterar las memorias.


En lugar de anotar una cita a una determinada hora, anoto la hora, enfrente de la hora. Enfrente de martes por la tarde, anoto “martes por la tarde”, en la imposibilidad de hacer coincidir este encuentro con un punto cualquiera del tiempo. Más o menos es como el signo que se hace signo y te ordena ignorarlo. “Ignore this sign.”


Una mujer ha pasado todo el día de Navidad en una cabina telefónica, sin llamar a nadie. Si alguien se presenta, ella se retira, y luego regresa a su lugar. Tampoco la llama nadie, pero desde una ventana de la calle, durante todo el día, alguien la ha observado, sin duda porque no tenía nada mejor que hacer. Es el síndrome de Navidad.


Las mascarillas caerán automáticamente en caso de despresurización de la cabina. Apaguen entonces sus cigarrillos.
¿Verdaderamente hay que prepararse para morir enmascarado, desconocido de uno mismo hasta en el otro mundo?
Creo que miles de muertos siguen ocupando las líneas aéreas porque no han sido aceptados allá abajo, debido a las máscaras. Siguen viajando en las peores condiciones, y nosotros los rozamos sin saberlo.


Pánico lingüístico: Witz. Ramificación descontrolada de los corpúsculos del lenguaje.
Pánico celular: cáncer. Veleidad bestial de desobediencia a cualquier orden.


Hoy en día hay que meterse con la biología o con la necrología. Con el archivo o con la proteína. Si no, no vale la pena pensar ni en escribir.


El pensamiento ya no puede sostenerse en un equilibrio crítico. Hay que descuartizarlo entre nostalgias violentas y anticipaciones violentas.


El choque entre una exigencia filosófica y metafísica y una actualidad que ya no lo es en absoluto.
El choque entre un sistema de representación y un sistema de simulación.
El choque entre una idea de la diferencia y una idea de la indiferencia.
¿Cuál es el poder de la indiferencia? ¿Cuál sería una analítica de la indiferencia?
Dilema entre una indiferencia radical y una seducción radical.


Comprobar hasta el vértigo la objetividad inútil de las cosas: la ciencia.
Comprobar hasta el vértigo la subjetividad inútil del deseo: la liberación sexual.
Un objeto en el que no hay nada que ver
Un cuerpo en el que no hay nada que desear


El término mismo de sexualidad es una suerte de operación quirúrgica (F. George). Una castración del cuerpo por su designación operativa. El término mismo de comunicación, etc. Una máquina soltera capaz de partenogénesis absoluta (último estado de las cosas).


Santa Mónica Melrose. Diálogo en una terraza.
SHE: You are jealous? Are you jealous? You are fucking jealous!... Let me say… you´re twenty and I am forty two, and I´ll give my fucking ass to fucking anybody… Do you know that?
Él se levanta. Atraviesa Melrose sin razón, regresa, se arrodilla frente a ella (más joven, pero también teatral).
HE: Do you love me? Do you love me?
SHE: Yes… Yes, I love you…
El italiano hace sus albóndigas. Un indio juega al videojuego, cuyo ruido agudo atraviesa la conversación. La mujer también habla con una voz aguda, histérica. Hace calor en Los Angeles en noviembre, en la terraza de Melrose, hacia la mitad de la noche. Todo el mundo sonríe en alguna parte, ninguna pasión, escena a la americana.
El muchacho toma las llaves del coche y arrastra a la mujer, que exhibe sus piernas vestidas de negro y finge estar loca.
Un negro se levanta y me dice al pasar, sonriendo: Too love!


Risa de la hembra
Espectro de la risa agónica de la hembra
Risa intermitente de una espectadora albina
Sexo transparente de una espectadora hembra
Fin del mundo en la Quinta Avenida
prurito del colapso
colapso del prurito
Fístulas ontológicas Pamplinas
Labios impuros Labios expuros
Ética de la agonía
Se puede objetar que podremos asistir al origen del mundo gracias a los telescopios prodigiosos que nos hacen remontar, de nebulosas a cuásares, el curso del big bang original. Las huellas del origen siguen allí, en el espacio, basta con remontar su curso. Pero precisamente se alejan cada vez más hacia el futuro. Nunca alcanzaremos este horizonte de fragmentos de universo, coetáneos de los principios del mundo. Así que el origen jamás tendrá lugar para nosotros. Así que tampoco habrá fin, ya que el único fin es reanudarse con el origen.

replay

raúl flores iriarte
(havana 77)


dientes
Tengo especial cuidado con mis dientes. No quiero empezar a perderlos tan rápido. Mi tía Augusta, mírala a ella, es un ejemplo de sobriedad. Toda su dentadura en impecable estado, con tan solo cincuenta años. Puede masticar como una niña. Hasta piedras podría masticar mi tía Augusta.
Claro, siempre que sean piedras suaves y frescas.
Mi primo es el caso contrario. Sólo tiene doce años y ya han tenido que aflojarle toda la dentadura. Aunque quizás se deba al accidente que tuvo, el pobre, en aquel autobús a 140 por hora. Salió en las noticias; es perfectamente recordable. Toda una serie de edificaciones en llamas, rascacielos, corporaciones, tiendas, y edificios en alquiler, todos incendiados, y el autobús a 140 a través de todo ese paisaje de pesadilla.
Mi primo quedó tartamudo de aquella experiencia. También se quedó sin dientes. De paso, perdió el pelo, unos cuantos dedos de su mano izquierda, y también perdió la capacidad de sorprenderse y reaccionar rápido frente a las sorpresas de la vida.
Yo, como dije antes, tengo especial cuidado con todos mis dientes. Últimamente he empezado a notar cierto dolor al cepillarme la encía superior. Cierta molestia. Quizás algo malo se ha alojado allí. Sólo espero que no sea uno de esos cánceres que andan dando vueltas por ahí, buscando gente buena para alojarse y vivir como parásitos. Alguien me dijo que un cáncer era como un mosquito que te va chupando la sangre, envenenándote, hasta dejarte seco. Hasta dejarte sin sangre en las venas. Sin sangre y sin dientes. Sólo espero y a Dios le ruego que no sea un cáncer lo que tengo alojado en la encía superior.
Y que tampoco sea un clon. Los clones también son malos. Quizás tan malos como los cánceres, o un poco más, no lo sé. Crecen en ti, y pueden llegar a suplantarte. Te dejan relegado a la simple condición de sombra. Sólo puedes salir en los breves instantes de sol, los pequeños instantes que te sean concedidos. En algunas noches de luna también puedes salir, si no hay muchas nubes por medio.
Espero que no sea un clon. Creo que preferiría un cáncer en la encía a un clon.
Mi padre fue uno de sus casos. Mi padre fue reemplazado por un clon en algún momento de mi existencia. El clon comenzó a beber y a beber, y a emborracharse, y sólo te dabas cuenta de que era un clon, porque en los días de mucho sol podías ver a la sombra de mi padre haciendo movimientos de auxilio. Socorro, pedía la sombra de mi padre. Help! Pero no había nadie para ayudarle; mi madre tenía sus propios problemas.
Así que un día mi padre nos abandonó definitivamente, y sólo quedó el clon de mi padre, y el clon también nos abandonó un día, y nos quedamos solos mi madre y yo, y ahora resulta que ella tiene ese mosquito chupándole la sangre, envenenándola por dentro.
Mi madre tiene cáncer.
Por eso mi primo cogió aquel autobús y lo estrelló a través de todas esas tiendas. Porque mi madre tenía cáncer. Mi primo es hijo de mi madre, pero no es mi hermano. No se me ocurriría llamar hermano a mi primo. Mucho menos ahora, que se ha quedado sin dientes, sin pelo, sin capacidad para reaccionar frente a los choques de la vida.
Una vez tuve caries. Me llevaron al dentista y me hurgaron allá adentro y me dolió bastante, pero aguanté. Igual que aguanté en la escuela el día que la profesora me hizo desnudarme después de clases, mientras me pinchaba con un punzón y me dejaba todo el cuerpo lleno de morados. Aquel día volví a casa y no dije nada. Igual ese día en el dentista no dije nada. No grité.
A pesar de los inmensos deseos que tenía de gritar, no lo hice.
No puedo comer dulces. Los dulces son malos. Los dulces dan caries. Tienen azúcar y el azúcar es mala. Da caries. Si como muchos dulces puede pasarme como a la vecinita de al lado, que se murió de eso.
Comía muchos dulces. No cuidaba su dentadura y se murió de eso. Tenía una enfermedad relacionada con el azúcar, y se murió de eso.
No cuidaba sus dientes.
Yo sí trato de cuidarlos. Los cepillo tres veces todos los días, a veces hasta los cepillo cuatro y cinco veces. Hasta dejarlos brillantes, pulidos, como los de una estrella de cine. Como los dientes de Tom Cruise.
Una vez vi una película de Tom y me gustó. Tom llevaba esos espejuelos oscuros con los que siempre sale, y sonreía mucho. Fue entonces que quise parecerme a Tom Cruise y empecé a cepillarme los dientes cuatro y cinco veces al día.
Al día siguiente llegué a la escuela y cuando me preguntaron que quería ser cuando grande, yo dije que quería ser Tom Cruise, y todos se rieron, y entonces yo los miré y sonreí un sonrisa perfecta, inmaculada, y todos se asombraron y dejaron de reír, y la profesora me pidió que me quedara después que todos se marcharon, y quiso besarme, y yo no entendí nada. Un día te pinchan y te dejan morados por todo el cuerpo y otro día quieren comerte a besos.
Hubo un tiempo que estaba muy flaco. Casi no comía, iba en camino a convertirme en mi propia sombra y me asusté por ese asunto de los clones, y comencé a comer y engordé un poco y ya no fui más clon de nadie. Ahora he vuelto a dejar de comer. No obstante, no he bajado de peso.
Estoy tomando las pastillas de mi primo, y eso me quita los deseos de comer. A la vez, me mantienen con el mismo peso de siempre. Así puedo mantener mejor mis dientes. Más limpios. Más saludables.
Mi primo tiene pastillas de sobra. Todos los días vienen los médicos y le dan pastillas nuevas. Después se van y yo cojo y me tomo la mitad de las pastillas que le dejan a mi primo, que quizás sea mi hermano, pero prefiero no pensar de esa manera.
Los médicos también le dan pastillas a mi mamá, pero esas no las cojo. Son pastillas para el cáncer y, por el momento, creo que no tengo cáncer. Pero, de vez en cuando, cojo alguna que otra pastillita y la guardo bajo el colchón, porque nadie sabe lo que pueda ocurrir en el futuro.
Podría tener cáncer y morirme de eso.
Una vez vi a alguien morir. Fue en la escuela, en un baile de disfraces. Un muchacho se apareció en el baile y cortó a una niñita en pedacitos. Una pierna por aquí, un brazo por allá, y la cabecita rubia sobre la mesa de los pasteles con la lengua afuera, los ojos ciegos. El muchacho también trató de cortar a mi profesora en pequeños pedazos, pero vino la policía y no lo dejaron hacerlo. La profesora estaba muy asustada y tenía los ojos en blanco, mientras los policías se llevaban lejos a aquel muchacho, con su cuchillo de cocina, con su sonrisa cariada.
No creo que lloraría mucho si acuchillaran a mi profesora.
No lloré por la niñita rubia, y eso sí me dolió, porque era mi novia, e iba a casarme con ella cuando fuéramos grandes.
Esa vez tomé un cuchillo y me corté en el brazo para ver que ocurría. Para sentir lo que había sentido la niñita cuando la cortaron en pequeños pedazos. Mi padre me vió y se echó a llorar. Mi madre me vió y me llevó corriendo al hospital. Fue por ese entonces que a mi padre comenzó a salirle un clon, y a mi madre un cáncer.
Fue por ese entonces también que yo dejé de hablar. También dejé de comer. Me cepillaba los dientes, me tomaba las pastillas, y me iba temprano a dormir. No hablaba. Tampoco comía. Enflaquecí mucho. Casi me convierto en clon.
Y no es que no entendiera lo que sucedía a mi alrededor, como le ocurre a mi primo. Es que no tenía deseos de decir palabra alguna. Me cepillaba los dientes, porque seguía queriendo una sonrisa como la de Tom Cruise. No quería una sonrisa de dientes cariados, como la del muchacho que acuchilló a mi novia, que también trató de acuchillar a mi profesora.
Aquel muchacho era mi hermano. Mi hermano de verdad, no como mi primo que es mi hermano de mentiritas.
Mi hermano descuidó sus dientes y se volvió loco. Fue hasta el baile de disfraces en mi escuela e hizo todo lo que hizo, y la policía se lo llevó y más nunca he vuelto a saber de él. Pero está bien así, porque tampoco quiero saber mucho de él.
Ahora hablo un poco más. Tengo más palabras en los labios. También me cepillo los dientes un poco más.
No quisiera una sonrisa cariada como la de mi hermano. Tampoco quiero quedarme sin sonrisa como mi primo.
Nada de caries, nada de extracciones, nada de dientes amarillos.
Nada de eso.
Quiero una sonrisa amplia, reluciente.
Una sonrisa hermosa.


●●●


E.
E. tomaba las gallinas y las paseaba por el patio unos cinco minutos. Las gallinas cloqueaban azul cobalto, muy intenso.
Diez minutos más tarde, aquellas gallinas eran degolladas. Usos extremos, únicos utilizados.
Sangre por todo el patio, sangre en las manos culpables de E., y nadie lloraba.
Esto se hacía así, unos cuantos años atrás. Tiempo pasado.
Ahora viene desde la cocina. Se ha lavado las manos. Cuatro dedos de frente en la agenda; predominio de nubes en la ventana abierta.
E.: un huracán, suspensión de incredibilidad.
Nadie soñaba. Solo sábado, y a las diez.
A partir de aquí, todo sería aparentemente lo mismo. Si nada sobre la mesa, no resaltará la luz sobre pared de fondo. Mares oscuros para E., lavándose las manos en el fregadero.
—No has dejado pasar el azul —le digo.
La vegetación verde, por supuesto, muy oscura.
—Querían entrar, pero no los he dejado —murmura ella.
Rojo sobre el lavadero. Agua que se va. Uno cree, iluminada por la luz. Cegada por ella. ¿Noche americana en blanco y negro? Sobre todo, no.
—Es por los mosquitos —le digo.
Cualquiera podría oír desde un balcón. La niebla, cubriendo superficies. Luces de ciudad. Esa niebla ligera, se observa.
—Por la epidemia —digo.
—Lo sé —susurra ella— Pero no los dejé pasar.
Imperceptible, para todos los efectos, no tienen color. En lo absoluto. E. me había contado sobre un curso de inglés en el que entraría de suplente. Los vecinos gritando afuera; una buena ocasión para intervenir. Una exposición singular. Podría arreglar eso.
Tonos ligeramente terrosos en las nubes. Usarlas en blanco y negro también, dado el caso.
E. recoge sus cosas en una shopping bag, pide que la acompañe.
Afuera, en dos direcciones. Una de ellas bien. Le rasco una mejilla. E. y yo no somos de la misma generación. Ella es video digital y yo sólo treinta dólares. Cortes definitivos.
Afuera la madera se curva en formas misteriosas.
E. se vuelve loca haciendo sus fotos.
Todo un álbum. Ya después se volvería a lavar las manos.
Pasamos frente a una casa llena de humo. Derivados del petróleo, me habían dicho. Familia en la acera y la calle no es calle, sino calleja neblinosa.
Viene el azul de entre el humo (irreproducible hasta ahora por ningún software). Eliminan reflejos sobre nosotros.
—La epidemia —digo.
—No —dicen ellos—. Nada de eso.
—Epidemia —repito—. 87 casos hasta el momento.
—No —insisten ellos—. Información no verdadera.
—No sé —insisto—. 87 muertes son demasiadas muertes.
Ellos me apuntan con pistolas de humo, pero E. lleva consigo sus espadas a mano. Sábado por la noche, y el azul se transforma en rojo. Tan cerca que lo podemos tocar con la punta de los dedos.
E. con sus espadas y sus manos cubiertas de sangre. No desplaza la tonalidad de los objetos. Caro, como 15,80 y no llega a tanto.
Lo suplimos con limonada.
El fotómetro de la cámara no entiende nada de polarizadores. El reloj, plástico transparente, y las uñas cortas. Comenta que la madrugada será algo fría, y cierra los ojos.
—Tu hermana, que se está muriendo —le digo.
E. deja su furia a un lado. Limpia las espadas sobre la acera. La niebla está, pero no la respiramos. Sin comentarios.
Debemos de llevarnos unos quince años de distancia. Su hermana no. Su hermana era muda, pero dejó de serlo, y hablábamos por las tardes como gallinas, pero E. nunca nos sacó a pasear.
Su hermana era tuerta, pero dejó de serlo. No había sangre, solo arriba y abajo, pero no pérdida en la calidad de la imagen.
Esto era así, hace unos cuantos años atrás, de cuando E. chocó con el azul y perdió la compostura.
Su hermana rozó otros estados, y salió a vomitar el almuerzo. La primera se titulaba Los crimenes de la calle Morgue, y después nunca se enteró.
Hasta hace poco.






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amir hamed
(montevideo 62)


el duende y los lugares comunes
sobre las virtudes políticas de la escritura

Cuando buscamos una respuesta rápida para dar, por ejemplo cuando desapareció un diente de leche de bajo una almohada, es lugar común recurrir a los duendes. Cuando pensamos en nosotros, en aquello que nos hace, no solemos apelar a duendes, pero sin embargo están insertos en el corazón de nuestro saber. Infinidad de tradiciones de pensamiento nos han hecho terminar con los duendes. El racionalismo, y también la Iglesia, los han denunciado como superstición. Sin embargo, no encuentro mejor ejemplo que un duende para explicar cierta peculiaridad de la buena escritura, que entiendo es beneficioso atender para escapara a la pesadilla de clisés y lugares comunes, de respuestas reflejas para dar cuenta del mundo.
En la tradición filosófica de occidente, el duende, claro está, puede ser homologado al daimon que inspiraba a Sócrates. También debemos entender que es ese margen, eso ominoso que se trata de alejar de todo razonamiento, pero que, como enseñara Descartes, es la alteridad que está en el corazón del individuo y del razonamiento. Es vieja como el siglo XVII la denuncia que hiciera el antijesuita Arnauld del Círculo Cartesiano. Ahí se exponía la circularidad inherente al razonamiento de Descartes. Si según el autor de las Meditaciones, para conocer que Dios existe debemos confiar en la idea clara y distinta de Dios pero para saber que estas ideas (claras, distintas) son verdaderas, debemos confiar en que Dios existe y no engaña a los hombres, entonces, afirma Arnauld, aunque Descartes rechazara la magia, su prueba ontológica estaba basada en una palabra mágica y en la superstición de que las cosas pueden ser determinadas por ideas y pensamientos.
El hecho de que el famoso sujeto cartesiano, padre del racionalismo moderno, acuñado en latín para jesuitas, sea más bien hijo de una fórmula mágica no estorba un par de lecciones conmovedoras. Descartes es un escritor formidable. Ahí está, casi hamletiano, dudando metódicamente, del mundo, de sí mismo, titubeante, conjeturando posible el hecho de que en ese momento, como en el sueño, no se encontrara en realidad, a pesar de las certezas de los sentidos, junto al fuego, cobijado por su robe de chambre, escribiendo. Duda Descartes si ahí mismo, sosteniendo la pluma, el secante, la tinta, rasgando el papel, no estaría siendo embaucado. Dios (optimum Deum, fontem veritatis) no puede engañarlo, porque es un buenazo, reñido con el timo. Queda entonces otro, supongamos, notable por lo poderoso, dice Descartes, notable por lo engañador, que me confunde. Porque ese me engaña, insiste, porque soy objeto de su fraude, es que no es dable la duda de que yo existo.
Dicho de otro modo, yo existo por ese otro, ese genio maligno, ese duende poderoso (genium aliquem malignum) se toma la molestia de mentirme minuciosa, insistente, implacablemente, ahora mismo, mientras escribo. Yo soy, en última instancia, la intención ese otro de engañarme -me estafa, ergo existo. Ego. Yo soy, curiosamente, un individuo importante, porque ese ser poderoso se toma enormes esfuerzos por ilusionarme.
Aliquem. Y quién me engaña; el Diablo (o diabolos, alevoso griego, el engañador), ningún otro. Y cuál es la función del Diablo en este mundo, entonces: ficcionalizar. Ese poderoso, que me da la existencia, ese fabulista enconado, ¿y si no existiera?, ¿y si no existiera la mentira, la ficción? Mejor ni pensarlo; ni siquiera existiríamos. Esto, claro está, es la versión de un megaduende, con un poder explicativo tan fuerte que ha terminado desarrollando un sistema de producción apabullante, incrustado en el corazón binario, por ejemplo, de las computadoras con que cada uno de nosotros ha producido sus ponencias para este congreso.

el duende político
Pero lo que me interesa reivindicar este trabajo no es la existencia o inexistencia de los duendes sino, sobre todo, la capacidad política del duende, con esto quiero decir, la capacidad política de la literatura y de las artes. Esto me llevará, por algún rato, a verificar lugares comunes, a repasar algo que podremos denominar lo político mortuorio y a regresar, sobre el final, a los duendes.
Como se recuerda, presionado por mareantes tiempos políticos, Stendhal, con error, alguna vez señaló que lo político en novelística era "un pistoletazo en un teatro". Esto era su forma de decir que la novelística, que en aquel su siglo XIX se centraba en la vida privada de los personajes, necesitaba eventos sonoros de la esfera pública para dar una dimensión política. Como se sabe también, este pistoletazo sirvió de pie a cierto tartamudeo, llamado The Political Unconscious, que en este país cuya capital que nos ha convocado a este congreso, gozó de cierto prestigio en esta misma institución que también nos convoca: la Academia.
¿Qué es el inconsciente político? El inventor de esta quimera, Fredric Jameson, lo barrunta durante cientos de páginas y trata de convencernos de su necesidad: según recuerdo, sería cierta armonía posplatónica, en la que la literatura, o la ficción (ya que también recurre al cine) podría convivir con ciertos paradigmas neojungianos de Northrop Frye y la necesidad de leer la "sociedad".
Lo suyo es reacción a lo que, según Hans Ulrïch Gumbrecht, fuera el primer establecimiento de las Humanidades (que a inicios del del siglo XIX, en la Europa posrevolucionaria nacieran como tensión -señala Gumbrecht- entre el nivel normativo de la sociedad (como "promesa" de una sociedad futura, la sociedad ideal) por un lado, y la vida cotidiana por otro): el New Criticism, que estableciera la enseñanza y la práctica de una cierta cultura de la lectura. Esta reacción queda en claro cuando, en El giro cultural del capitalismo, volumen que ha gozado ya de triste celebridad en el mundo hispánico, Jameson se dedica al abordaje de eso que –traición nominal a un movimiento literario hispanoamericano– Occidente ha denominado "posmodernismo".
Dice ahí Jameson que parte de la resistencia que suscita [el concepto de posmodernismo] puede deberse a la poca familiaridad con las obras que abarca, que pueden encontrarse en todas las artes: la poesía de John Ashbery, así como la poesía conversacional que surgió de la reacción contra la compleja poesía modernista académica en los años 60; Andy Warhol, el arte pop y el fotorrealismo; en música, la importancia de John Cage pero también la síntesis posterior de estilos clásicos y "populares" en compositores como Philip Glass y Terry Riley, y también el rock punk y new wave; en el cine, Godard -cine y videos contemporáneos de vanguardia-, así como todo un nuevo estilo de filmes comerciales o de ficción que tiene su equivalente en las novelas contemporáneas, desde las obras de William Burroughs o Thomas Pynchon a la nueva novela francesa.
En primer término, una precisión que creo a los aquí presentes no escapa: la resistencia se da (a pesar del estilo impersonal que maneja) sólo en el oído de Jameson, alguien que se pretende marxista pero se formó y por décadas sólo entendió esa cultura de élite (ese programa de lecturas obligatorias que aprendió y reiteró durante décadas y que ha perdido vigencia); más aún, lo que también es una precisión obvia; si bien El giro cultural del capitalismo tiene la intención loable de recuperar una negatividad y capacidad crítica para el arte –y la lectura– resulta descorazonador que la mayoría que hacen a ese emporio listado por Jameson –quien pretende hablar de un fenómeno actual– en caso de no haber pasado a mejor vida se encuentren a disposición de la chata geriátrica. Lo que era el "inconsciente político", a nivel programático, se revela como "político mortuorio".
Esto político mortuorio, a fin de cuentas, es el resultado del procedimiento nada artístico de Jameson de pretender escribir no "de", sino "sobre". No en atmósfera sino "desde" la academia. No desde el mundo sino desde la institución: el carácter de antemano mortecino de cualquier emprendimiento de Jameson está en su voluntad conciliatoria, en ese tratar de inscribir en su discurso un siglo de psicoanálisis, en vez de dejarlo de lado. En querer estar a la page, cuando acaso le fuera más favorable el anacronismo, la crasa ignorancia, o enfrentarse al mundo tal cual es.
Lo que resulta de aquí es el colmo del anacronismo. Si Jameson desde un principio reivindica una inscripción marxista, lo cierto es que procede a la inversa de lo que hiciera el maestro. Si Carlos Marx anunciaba, con entonación gótica, el itinerario de un avasallante fantasma por las callejuelas de Europa, él mismo era la urdimbre ectoplasmática del espectro; si Jameson pretende hablar de posmodernidad, la misma hace rato se disipó en las incertidumbres del tercer milenio. Jameson (lo mismo que la mayoría de sus colegas) puede hablar de esos objetos una vez convertidos, como la poesía de Ashbery o las disonancias de Godard, o de Cage, en canónicos, es decir, una vez ingresados a la Academia como piezas de museo.
A diferencia de un hombre práctico al servicio de la revolución, como Marx, Jameson no puede sino transmitir melancolía. Por eso señala que la desaparición de algunos límites clave, sobre todo la erosión de la antigua distinción entre la cultura superior y la así llamada cultura de masas o popular es tal vez lo más inquietante desde un punto académico, que tradicionalmente tuvo interés en preservar un ámbito de cultura superior contra el ambiente circundante de filisteísimo y kitsch.
¿Qué puede decir Jameson, entonces, sobre estas artes? Que van a referirse de un nuevo modo al arte mismo; más aun (...) uno de sus mensajes esenciales implicará el necesario fracaso del arte y la estética, el fracaso de lo nuevo, el encarcelamiento del pasado. La tardanza parece ser la marca de las reflexiones del señor Fredric, ya que fue como todos sabemos en los setenta que su colega John Barth, al empujar el término "posmodernidad" se fijó en la obra de Borges, que había sido compuesta en los cuarenta.
El "giro cultural" del que quiere alertar Jameson es en rigor casi tan viejo como la rueda y el hipotético fracaso de una modernidad y de cierto modernismo tal vez remita tan sólo al anquilosamiento de una de sus instituciones, la estética (disciplina de la que prescindieron, afortunados, Sófocles, Quevedo, Rabelais, Shakespeare o Cervantes, porque ésta habría de llegar recién en el siglo XVIII, para apuntalar buena parte de lo que serían las Humanidades). En definitiva, lo que no se resigna a conceder Jameson es que una cosa es el arte, o la "obra", o la "voz", y muy otra la institución que lee o, si se prefiere, escucha.
Hubiese sido más conveniente para Jameson que, en vez de recurrir a un amontonamiento de aparato crítico con el que quiere conciliar, hubiese alquilado un duende que lo engañara o socráticamente le hablara al oído. Lo cierto es que no hay forma de ser político si se está elucubrando sobre objetos culturales a condición de que éstos ya estén, al menos parcialmente, fenecidos. Esto es una operación, nada más, de rejunte de clisés, de lugares comunes. En oposición a este procedimiento, toda la tradición que hereda Jameson la debe a pintores de la vida moderna, como Baudelaire, como Marx, periodistas si se quiere: individuos plantados frente a su momento, en ambiente, incidiendo frente a los ruidos de la ciudad, al murmullo del duende que ya se está transformando en otra cosa. Dicho sea de paso, excelentes escritores.
Los malos poetas, decía Horacio, no son buenos para los hombres, ni para los dioses, ni para los libreros. Tampoco son buenos, quiero argumentar, para la política, para las humanidades y menos aún para la revolución. Los malos escritores (sean académicos o, aquí densas comillas, "poéticos" o "ficcionales") sólo amontonan lugares comunes. Hay un fiambre muy curtido en Brasil, llamado "presunto". Es un rejunte de varios fiambres. El fiambre, según mi entender, es análogo al clisé, al lugar común. El presunto es lo que, hasta el presente, me ha resultado más cercano a cualquier libro de Fredric Jameson.

el duende de la revolución
Más allá de los pormenores de esta Academia que nos convoca, como todos sabemos, hay un punto en que fue interés de las Humanidades, en el mundo latino, y también latinoamericano, como Ciencias Sociales. Eso ocurrió hará unos cuarenta años, cuando "revolución" era la palabra ubicua y grandilocuente, que recorría desde las guaridas procomunistas y procubanas, hasta los recitales de rock en los que se repetía a John Lennon. Se pretendía mediante esta incripción –como recuerda también Gumbrecht- recuperar funciones sociales concretas. Un emprendimiento faraónico cuya consecuencia ha sido del gran decretazo de la muerte. Uno tras otro se han ido muriendo entre nuestros brazos el sujeto, las macronarrativas, el socialismo real, la teleología de la historia, las artes, los teóricos posmodernos que, en su mayoría, tuvieron muertes sórdidas o violentas.
Lo que quiero mostrar, a partir de aquí, es que en esta cámara mortuoria lo que convendría es respetar lo que desde siempre nos ha enseñado la buena escritura, y el buen arte.
Que es hora de "oír" lo que el entorno "dice" y no lo que le queremos "hacer decir" y que todo lo que tiene de político un hecho artístico o literario, lo que tiene de revolucionario es decir la verdad. No estoy hablando, por supuesto, de la verdad absoluta sino, sencillamente, de "esa" verdad que han defendido los grandes escritores (se llamen Lenin, San Agustín, Foucault, Nietzsche o Dante): esa, que es su verdad reactiva (la verdad que dicta el duende).
El problema es que algunos de estos "grandes", si se los repasa, han estado enfrentados. Unos trazan un Macrodiscurso, para rechazar otro Macrodiscurso. Otros, menos pretensiosos, solamente consignan el murmullo del duende. Unos cuentan con un duende revolucionario, otros, como espero se vea, con un duende lumpen. De alguna forma, el duende comparece como respuesta a una disonancia. A algo que el buen artista acaso no pueda expresar de otra forma que bajo una representación artística. Pero que es su forma de reaccionar y, en muchos casos, de revolucionar.
A la hora de impulsar revoluciones, hay algunos que son tan lúcidos como Marx y Engels y descubren que lo que es de utilidad es verdaderamente el buen artista, aunque fuera del arte, éste se manifieste reaccionario. Por eso, sabían que Balzac, un legitimista, era más provechoso para la revolución sencillamente porque era mejor escritor y que, por lo tanto, no podían dejar de dar cuenta de la "verdad": la crisis y decadencia de la burguesía. Siguiendo a Marx, la virtud del intelectual revolucionario (su duende, digamos, lo que los distingue y hace de éste o ésta lo que es y no otra cosa).
Pero el fervor maniqueo de las revoluciones (y de sus cronistas, en general predicadores tajantes como todo avatar de Savoranola o tan anacrónicos como Jameson) suele atender solamente a la "figura de la hora". Se puede decir que las revoluciones son el gran teatro, que se construye para que la figura, en su instante, comparezca para proclamar su voz llena de furia y de sonido, justo antes de incendiarse. Las revoluciones pueden ser básicamente políticas, o culturales, o crasamente artísticas. Pueden ser, también, intencionales. La hora puede capturar a su agente casi por error, y dejarlo de lado.
Por ejemplo John Lennon, cuando estipuló que previo a Elvis (quien ya estaba perdido en Las Vegas) nada había, estaba él mismo a punto de desvanecerse entre los repliegues japoneses de Yoko Ono (habría de emerger, tenuemente, un tris antes de que una bala lo transformara en una cacerola de sangre). Y en cuanto a Elvis, hasta el agotamiento se ha repetido que el chico de Memphis se perdió, que abandonó su gran revolución pelviana por películas baladíes y baladas edulcoradas. Que Elvis fue el de los cincuenta, el adelantado del rock and roll previo al gorro militar y que el resto –es decir, su resto– poco importa.
Lo que sucede es que, como rescate a la fugacidad de los que alzan la voz justo antes de que les bajen el telón, las revoluciones genealogizan sus precursores, figuras a menudo pulverizadas por esa misma fuerza que han desencadenado y que quedan reducidas a esa otra exigencia de los revolucionados: el martirologio. Así se buscó hacer de Elvis –quien cuando la gran explosión del rock and roll estaba exiliado en Las Vegas, cantando como un canario obeso y patilludo– un mártir de su manager, el Coronel Parker. Pero como ni los martirologios ni las revoluciones son el arte, lo cierto es que, como artista, Elvis nunca fue más grande que allí, cuando hinchaba los flecos del pecho para delicia de señoras platinadas y se retiraba, embalsamado en su propia leyenda, sin gritar Revolution sino Glory, glory aleluya.
En algunos de esos viejos recitales se puede percibir que estaba tocado por el duende –del arte–: en ellos se hace visible que Elvis cantará un poco más pero que, fatalmente, habrá de aniquilarse. No en vano –a despecho de cualquier periodización historiográfica– la imagen de Elvis que perduró y que reiteran como apóstoles vencidos miríadas de imitadores fue la de su ocaso público (la de su esplendor artístico).
De todos modos, es preciso consignar que la del mártir es una figura benévola ya que, como se sabe, los revolucionarios modernos acuñaron otra moneda para aquellos que carecen de conciencia revolucionaria: el lumpen, aquel por definición traidor a las expectativas de los que revolucionan. Pero, por el contrario, se podría pensar que se necesita una buena dosis de lumpenaje -o de falta de conciencia ortodoxamente revolucionaria- para desencadenar grandes fenómenos culturales.
Se podría balbucear aquí un ocasional elogio de la traición: el artista, por devoradora fidelidad hacia su propio arte, suele ser traidor hacia su entorno, hacia lo que esperan de él, hacia lo que otros le exigen. Es revolucionario a pesar de sí, sencillamente porque escribió, cantó, compuso o pintó lo que debía escribir, cantar componer o pintar. Porque se salió de ciertos lugares comunes. Quisiera poner ahora un par de ejemplos literarios. Por un lado, el de un narrador en términos generales políticamente correcto: por el otro, el de uno que podríamos llamar políticamente "impresentable". Me interesan aquí porque podrían verificar una hipótesis: que el artista bueno suele distinguirse del mediocre por cómo maneja los lugares comunes.
Carlos Fuentes y Felisberto Hernández (un militante de la derecha extrema) lidiaron a través a través del relato breve con la sociedad de consumo: el mexicano cuenta una pantagruelada en la que la fascinación por los productos descartables y el hiperconsumo lleva a las grandes ciudades a quedar sitiadas desde dentro por montañas de sus propios desechos. Léase: las ciudades y las sociedades del siglo XX, de más está decirlo, alienadas por el consumo (si se quiere ser más específico, Ciudad de México y su nube tóxica). Por su parte, al protagonista recurrente de Hernández –el que deambula por pequeñas ciudades del interior uruguayo–, por medio de una jeringa, le inoculan una fórmula para que repita como un loro "Muebles El Canario, Muebles El Canario".
Tenemos, en el primer caso, una alegoría que, de tan ostensible, no es más que una perogrullada; en el segundo, el resplandor del talento. Si Fuentes –incluso en este siglo XXI– hubiera llegado a la anécdota que narra Felisberto, la jeringa hubiera implicado recitales de Coca Cola, nicotinas de Marlboro, manguerazos de Texaco, microchips de Microsoft, dudosos pollos KFC o la especie más bullanguera que se le antoje al lector. En tanto Fuentes relata una hipérbole facilonga de lo que el bípedo más distraído ya conoce, el talento de Felisberto consiste, por oposición, en retorcer el clisé para volverlo alarmante. Que se realice un operativo comando para secuestrar y torturar a un ciudadano con el mero fin de que repita semejante banalidad comercial nos hace reír, por un lado, pero también nos desencaja.
Fuentes, que como se habrá observado, es el que da la respuesta mediocre, es típicamente el enceguecido por este mundo sociologizado en el que vivimos, apabullado por estadísticas, por ablaciones transversales, por números como bultos y por cortes, en último término, muy gruesos. Pero el verdadero artista es que el suele percibir lo que todavía no es, lo que recién germina, lo que apenas está proyectando su sombra pero que ya amenaza crecer furibundo. En principio no revela la mole: por contrario, suele dar con lo que todavía no es más que un matiz, un aspecto ni siquiera retenible en estadísticas.
No se trata de una mirada microscópica, sino de una capaz de percibir eso oculto, aún innombrable: eso que aquí estamos llamando duende. Un ejemplo sería la enciclopedia china inventada por Borges y festejada por Foucault, que parecería proceder como la enumeración caótica en poesía, que en su item (m) incluye a esos animales "que acaban de romper el jarrón": un escritor mediocre hubiera percibido sólo un jarrón roto –lo mismo, digamos, que consignaría un dependiente de tienda, o un sociólogo–; uno más avispado hubiera logrado cargar sobre el pretérito del verbo –lo "roto"– o incluso con su no-ser-más-jarrón; uno bueno da con el tris ("acaban"), da con el duende, justo antes de que el duende termine de esfumarse.

el duende narrativo
Esto, finalmente, esta percepción de lo que todavía es abyecto o innombrable creo que es lo que ha caracterizado al gran arte, o al menos a la gran literatura. En buena medida, para capturar al duende es imprescindible acatar lo que el duende, como veía Descartes, nos exige: que nos extraviemos. Ése extravío, acaso, sea el principio de toda narración. Todos sabemos de una obra monumental catalogada como "largo poema narrativo" –conocido como Divina Comedia, obra de un toscano revoltoso y exiliado, insatisfecho con la omnipresente Iglesia y su Dios que lo obligaba a escribir en latín, decidió ponerse a escribir en toscano. Cantará el mundo subterráneo, el sublunar, el celestial; compondrá una enciclopedia en endecasílabos que será conocida como summa del saber de su edad. Como la tarea era irrealizable para cualquiera que quisiera partir desde el conocimiento, las gateras de Dante fueron la ignorancia y, en el primer terceto, nos advierte que ha perdido la "recta via" y de ahí parte esa descomunal heterodoxia a la que apellidaron divina.
Se trata de una formulación marginal. Para escribir, casi como ese último Elvis alucinado en su pajarera de Las Vegas, Dante había perdido el latín y toda ortodoxia. Comenzó por donde el Duende le reclamaba, por el Infierno, por el extravío, y pasó a escribir algo nunca jamás escrito. Estaba en la posición exacta para erigir uno de los más deslumbrantes mundos de occidente: perdido de antemano. Pero este itinerario de duendes probablemente revele algo más: la belleza para esos hijos de Dante, aquellos que se declararon románticos y luego simbolistas, era la de Satanás, el Gran Duende. Sin embargo, fueron todos líricos. Un repaso de la Comedia dantesca nos muestra una pequeña regla más. A medida que Dante asciende la narración se detiene y comienza a ganar el éxtasis, la contemplación.
Ese éxtasis contemplativo, fundamentalmente lírico, es lo que los platones de todas las horas han pedido a los artistas. La contemplación hímnica de la Gran Ciudad que habrá de traer la revolución. Esa, reclaman, será su participación política. Pero el buen artista nunca podría acomodarse, porque, atento al murmullo del duende, sospecha que, en ocasiones, Dios, bastante aburrido de sí mismo y de sus adoradores monocordes, delira (delirar, como sabemos es más que "apartarse del camino") y muta o se traviste en toro, en demonio, en alpargata, en Stalin, en pajarito, en anfetamina, en travesti. A fin de cuentas, narrar no es otra cosa: testimoniar el olvido de sí, la perdición, el cambio, un murmullo desviante.
Este testimonio, finalmente, esta reacción contra el lugar común, es el acto verdaderamente político de la escritura. Todas las obras que se han ganado el mote de clásicos (es decir, dignas de ser imitadas) son las que han roto con la tradición, siguiendo los reclamos del presente que, sigiloso, deviene y pide que lo cuenten o lo formateen. Lo supo Marx, Dante o Shakepeare, también Ovidio o Navokov: la mejor manera de que un libro participe políticamente (es decir, que pueda alterar la comunidad a la que se pertenezca) no es consignando un pistoletazo obvio en los gallineros de la ópera, ni limitándose a reiterar mecánicamente las injusticias que sigue propinando mundo; sólo será realmente político el que al escribir se anime a extraviarse, a consignar esa verdad, muchas veces aterradora, que sólo puede estar dictando un duende.









replay

jorge enrique lage
(havana 79)


utópica
Estos son los niños que juegan sobre las líneas del ferrocarril. Les dicen los niños suicidas. Cada cierto tiempo pasa un tren rápido y silencioso. Aún se mantiene la prohibición de pitar, porque este tren es de los que emiten un sonido obsceno y cacofónico, nada que ver con la sensibilidad de los momentos actuales. De modo que el tren sorprende a unos cuantos niños y los despedaza. Entonces los niños que sobreviven se ponen a fabricar juguetes. Muñecas de piel cosidas con nervios. Soldaditos de plastilina de sesos. (Dicen que una pelota de sangre seca rebota de lo más bien.)

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you know me
Soy espectador de un performance en unas gradas vacías. A mi lado, KD lleva puesta una camiseta de baloncesto que dice I´m Kirsten o I love you. (La camiseta puede decir lo que yo quiera.) KD me está contando cosas de Spiderman, cosas que probablemente no debería contarme. (Ella no sabe lo que puedo hacer con ellas.) Comemos caramelos: kirsten candys, depresivos. En medio del performance unos jugadores de baloncesto que son como dibujos animados a lo Juan Abreu empiezan a cantar. KD me pregunta si lo que están cantando es el himno nacional de mi país.

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historieta
Ella dice: «Quiero escribir un guión pero no sé cómo hacer que sucedan cosas.» Yo la miro y de repente pienso en un formato breve, de tira cómica: Ella me escribe desde un set de Vancouver, preguntándome por qué what the hell sigo aquí, y yo le respondo: «Obviamente no es por el clima». (En este formato puedo hacer lo que yo quiera.)

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jardín
Veo pasar a los espías en una hilera de insectos. Uno de ellos se detiene y me da una tarjeta y me invita a convertirme en un microalgo: «El trabajo florece», susurra. «Estoy seguro de que florece», le digo, y después se va. Pienso en Epicuro. Las propuestas subversivas del viejo Epicuro. Nada más. Sigo escondido bajo la luna, entre los arbustos, viendo pasar a los microespías, evitando narrar.

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arqueros
Un cadáver atravesado por flechas apareció flotando en el río, entre pedazos de mierda. «Han empezado a disparar», me dijo un hombre que se detuvo a mi lado en el puente. «¿Quiénes?», le pregunté. Al mirarlo me di cuenta de que también él estaba atravesado por flechas, una de ellas le cruzaba el cuello y probablemente era la razón por la que su voz sonaba tan angustiosa. «Los prisioneros de la Edad Media», me dijo. Yo mantuve un cuidadoso silencio. Después le pregunté si eran un grupo de rock o qué. El hombre no dijo nada. Unos enmascarados en kayaks remaban hacia el cadáver agitando los pedazos de mierda en la superficie del agua.

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distintos modos de cavar
Avenida del Puerto. Una bahía me separa de la colina, y sobre la colina la fortaleza, y sobre la fortaleza los colores del movimiento de la gente. Vista desde aquí, la feria del libro parece una feria del libro.
Voy por el túnel. Allá abajo encuentro
(cascos, agujas, maquinillas de triturar)
extrañas especies con mirada humana y pezuñas-post. Subo a la fortaleza. Contemplo la bahía. Vista desde aquí, La Habana parece una ciudad.

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plural
En un interrogatorio con pinzas. He llegado con la piel ensangrentada y cubierta de incrustaciones: casquillos de bala, esquirlas de vidrio, restos diversos. El hombre de las pinzas me extrae las incrustaciones mientras me pregunta de dónde he venido yo sin una sola idea verdaderamente profunda. Le digo de dónde venimos. Él me pregunta: «¿Y qué hacías tú allá, tan lejos?». Le digo que narrábamos. («Extraordinariamente narrábamos».)


replay

álvaro bisama
(valparaíso 75)
fragmento de novela


caja negra

Soy la única estrella de glam rock de Chile. Se me considera de culto. He tenido cuatro bandas y he publicado veinte discos. Me he teñido el pelo sesenta y siete veces, con cuarenta y cinco variaciones de colores. Me casé con una supermodelo y con una profesora de literatura. Extrañamente, la supermodelo sabía más de literatura que la profesora, y la profesora tenía un cuerpo cien veces mejor y más elástico que la modelo. En medio de esa extraña paradoja matrimonial tuve cinco hijos, a los que apenas veo ciertos fines de semana. Me infectaron alguna vez de gonorrea. Una vez estuve con Takeshi Osu, mi ídolo y santo personal. Hablamos en un antro de Berlín oriental sobre las mejores formas de destruir habitaciones de hoteles. Una vez lancé un televisor a una piscina. No tengo panza. Voy al gimnasio cuatro veces por semana. No consumo drogas. Antes lo hacía, pero lo dejé. Nunca probé la heroína, en todo caso. Una vez le disparé a un periodista. No acerté.
He actuado en la Teletón dieciocho veces. Aparezco haciendo cameos en algunas películas, nada muy importante, a lo más el hecho de hacer de mí mismo, de intepretar casi siempre a alguien en una parada de buses o al invitado excéntrico de una fiesta: el pelo naranja, el acento español con un dejo galés impostado, una polera blanca con el rostro fluorescente de Osu.
Pero esto no trata de esto.
Esto trata de mi padre.
Mi padre fue profesor universitario. Murió hace un par de años. No fui a su funeral. Yo estaba en Chiloé, en una gira veraniega. Mi mejor fan club es el de allá. A mi padre nunca le interesó mi carrera. Ya estaba jubilado, a la fuerza pero jubilado igual. Antes enseñaba latín y griego en la Universidad Católica. Era un excelente académico, que torturó y mutiló emocionalmente a mi madre hasta que ella se divorció de él cuando yo tenía tres años. Era miembro del Opus, creo. O de algo parecido. Quería ser sacerdote pero por alguna razón nunca ingresó al seminario. Vestía siempre la misma ropa: ternos negros y camisas blancas, viejas corbatas de color concho de vino, indistinguibles, lentes gruesos y pesados que le achicaban los ojos hasta hacerlo parecer una especie de roedor. Un topo, mi padre parecía un topo. Eso nunca nadie lo dijo en voz alta, pero supongo que mucha gente lo pensó. Mi padre era de una fealdad opaca y retorcida. Tan solo superada por su inteligencia o su memoria. Mi padre, pienso ahora, era alguien más memorioso que inteligente.
En Chile ambos atributos se confunden. Escribió veinte libros, algunos buenos y otros malos. No he leído ninguno, en todo caso. Opino de oídas. Siento un pavor reverencial al momento de coger uno de esos volúmenes e intentar saber de qué tratan. Cuando murió, heredé su biblioteca completa. Ahora está en el ático de esta casa: medio centenar de cajas que huelen a polvo y humedad, comida presunta para ratones o termitas. Podría hacer una fortuna con ellos, pero no quiero. No quiero ni mirarlos. Mi padre dedicó a ello parte importante de su vida. El resto de su familia –su mujer, sus hermanos, su único hijo– fuimos simplemente satélites de ese afán de conocimiento, meras comparsas a las que nos dedicó una atención mínima, pausas comerciales o digestivas, trámites nimios en medio de esa agenda organizada de deberes académicos y secretos trágicos, los días libres de un programa de televisión facturado por un canal menor, con una producción barata, donde no sucedía demasiado: las rutinas de un hombre solo que nunca se acostumbró a estar con más gente que los personajes o las voces de sus libros.
La penúltima vez que lo vi, antes de lo que pasó, antes de lo que cuento ahora, fue en 1985, en el último de mis cumpleaños que alcanzamos a pasar juntos. Yo quería que me diera dinero para una caja de discos de Takeshi Osu (la edición de lujo alemana de Golden POP), pero él me regaló un encendedor, un Zippo con sus iniciales inscritas, que también eran las mías, con la funda decorada con una bandera chilena. Un bonito trabajo de artesanía que yo no aprecié para nada y que guardé en los bolsillos de inmediato. Aún lo conservo, pero entonces me dio lo mismo. Por accidente o cábala empecé a llevarlo siempre. Yo tenía veinte años o un poco menos. Esa vez nos peleamos a muerte tomando un café en el casino de la universidad. Apenas entró, me dijo que iba vestido como un marica. Le dije que yo no era marica sino glam, que iba a ser una estrella glam, que los matices eran leves pero importantes. Yo no era marica, le repetí. Me da lo mismo, dijo él. Pareces un mamarracho. Luego se levantó, dejó unos billetes sobre la mesa y se alejó indignado.
Por años pensé que esa conversación interrumpida era una pelea que había quedado en tablas. Nadie había ganado. Cuando estaba especialmente rabioso pensaba en ello como una especie de victoria pírrica: el rock se imponía como ideología a la estupidez conservadora. No eché de menos a mi padre entonces. No lo echo de menos ahora, tampoco, pero en el tiempo que siguió a esa pelea me sentí alternativamente culpable o orgulloso. También me sentía solo. Como terapia o remedio, recordaba su cara lívida en el café, su nerviosismo y esa sensación de molestia atroz que se desprendía de sus gestos. Imaginé que sentía vergüenza de mí, de mi actitud glam. Yo era un pájaro raro, un perdido. Pensé: A este viejo huevón le da vergüenza su propio hijo, teme a sus amigos de la Obra, tiene miedo de perder la pega y el prestigio. Por eso es que me sentí aliviado cuando se fue. El glam es una disciplina difícil, una religión rigurosa. Exige concentración, valor y fe. No tener miedo de nada. Así, supuse que ese encuentro me había liberado momentáneamente y que con los años solucionaríamos nuestros problemas en esa larga cadena de tiras y aflojas que fue siempre nuestra relación. Porque en el fondo era un problema de perspectivas. A mí me interesaba el presente (el glam es puro presente, la actualización última del aquí y ahora de todo deseo; es el presente del estilo, el glam como el reflejo vaporoso del horror devuelto en un aura vaporosa y brillante, es la negación de la mediocridad por medio de un disfraz estroboscópico y cegador) y el futuro (el glam es puro futuro, la aspiración de una utopía camp, es moda de ciencia ficción, irreal y terrible en su ansia de devorarlo todo). A él le interesaba el pasado. Mi viejo vivía entre libros, gente y lenguas muertas. Yo, entre guitarras eléctricas y estolas fluorescentes. Pensaba: tardaremos años en soportarnos y comprendernos, pero al final lo haremos.
Eso pensé.
La realidad se demoró apenas un lustro en demostrar que me equivocaba.

En 1990 yo no veía noticias. No me interesaba la tele. Por eso me preocupé cuando la policía vino a buscarme. Estaba en la sala de ensayos, en un viejo galpón de avenida Matta que compartíamos con otras bandas. Ese día no había nadie más. Los otros integrantes de la banda intentaban pulir un par de ideas. Yo leía o luchaba con una letra. No me acuerdo de qué canción o quiénes eran los integrantes de la banda. Tampoco de qué trataba la letra. Los que tocaban a la puerta eran policías de civil. El bajista pensó que venían por drogas. Fumábamos marihuana de manera rigurosa, y esa amenaza, la llegada inminente y sorpresiva de la policía, era parte de cierta mitología rockera que nos generaba una paranoia necesaria para sobrevivir. Un allanamiento bien ejecutado y listo, todos a la cana. Bastaba un soplo de los vecinos, una llamada anónima, un enemigo que nos la tuviera jurada, y adiós. Pero esa vez no venían por drogas. Venían por mí. Se presentaron, dos pacos de civil y un funcionario inidentificable, y pidieron hablar conmigo. Alguien los dejó entrar a la sala de ensayos. El guitarrista siguió robando y ni se inmutó. Habló el funcionario: Venimos a verlo por su padre. Su padre está en una situación algo delicada y pidió contactarlo, dijo. ¿Está al tanto?
Dije que no, que no me veía con mi padre hacía tiempo.
¿No ha visto las noticias?
No, dije de nuevo.
No veo noticias.
No sé nada.
Vamos a tener que explicarle, dijo el funcionario, aburrido.
Tenía con suerte treinta años y mal llevaba un terno y unos zapatos. Me daría cuenta luego, por su forma de hablar, por la manera entre respetuosa e ignorante como se relacionaba con la policía, de que pertenecía a algún partido del nuevo gobierno y no se acostumbraba aún al cargo. Hablaba como si tuviera miedo, pero no quería demostrarlo ante los pacos, que eran tipos duros. Era un experto en eufemismos, también.
Me refirió la situación de manera alambicada, retorcida.
Hay un problema en la Universidad, dijo. Su padre ha estado involucrado en un par de incidentes no menores. Incidentes políticos, se entiende, y bueno, necesitamos su ayuda.
¿Qué incidentes?, pregunté.
Bueno, su padre es un académico distinguido, no sabemos cómo está metido en esto.
¿De qué se trata?
Es un conflicto de perspectivas, dijo, difícil de manejar.
Hasta ahora no ha pasado nada grave, tampoco creemos que vaya a llegar más allá.
¿De qué mierda está hablando?, dije por tercera vez.
Su padre se tomó la Escuela de Teología, soltó el funcionario.
Hace dos días.
Han insinuado que están armados.
No quieren salir.
No hasta que usted entre, como pidió su padre, dijo el funcionario. Eso es todo. Quiero hablar con mi hijo, dijo.
Mi único hijo, recalcó. Los tenemos agarrados de los huevos, así que hagan eso, ubiquen a mi hijo y díganle que venga, dijo mi padre. Mi abuela les dio mis señas, dijo un paco.
Una señora agradable, dijo el funcionario, que entonces me preguntó si podía ir con ellos.
Dudé pero fui. Antes llamé a mi madre. ¿Sabías de esto? Sí, algo, dijo ella. Le pedí que me explicara. Ella lo hizo mejor que el funcionario asustado: hacía dos días un grupo de trece estudiantes, encabezado por varios profesores, se tomó la Escuela de Teología. Eran alrededor de cincuenta.
Mi padre era uno de esos profesores. Según mi madre, se trataba de una protesta por la asunción del nuevo gobierno. En el grupo, leyó ella, había varios que podrían ser calificados de nazis, incluso entre los docentes. El vocero del grupo, que ha hablado con la prensa, dijo que tu padre y su obra los había motivado a pasar a la acción. Es un orgullo que él esté con nosotros, dijo el vocero. Luego explicó que era un gesto político ejecutado por patriotas. Varias fotos de tu padre han aparecido en la prensa, dijo mi madre. Entrevistaron a sus colegas. Algunos dijeron que no lo entendían, otros que se lo esperaban, que tu padre había amenazado con algo así.
¿Tú sabías algo?, pregunté.
Mi madre se quedó callada.
No, dijo después de una pausa. Tu padre me llamó varias veces, pero no quise atenderlo.
¿Qué vas a hacer?, preguntó mi madre.
Ir a ver qué pasa. Saber qué mierda quiere. Sacarlo de ahí, que se deje de huevadas si es posible. Luego dije: ¿Por qué no me llamaste para contarme?
Mi madre dijo al otro lado de la línea: No te llamé porque sabía que iba a querer verte.

Me vestí para la ocasión. Les pedí a los policías que me esperaran y me arreglé para el evento. Comprendí, mientras hablaba con mi madre, que desde ese instante no había atrás. Era una ocasión especial. Uno se da cuenta de esos momentos. Los sufre. O los disfruta. No podía ir de cualquier forma: si iba a ser un mamarracho, debería ser uno rutilante, inolvidable. Pensé en lo que había dicho Takeshi Osu, que tras toda apariencia se esconde un secreto. Pensé en su disco, Fake disorder, en cómo Takeshi había intepretado a un demonio estelar que se perdía en las calles de Kyoto. Me vestí, me maquillé pensando en eso, dispuesto a convertirme en ese demonio. Escogí mis mejores ropas: una chaqueta de cuero café claro, una camisa negra con lunares violeta, un pantalón plateado, una corbata con un dibujo fluorescente de Roy Lichtenstein, zapatos de terraplén. Una cadena en la que descansaba un dragón dorado. El pelo lo tenía naranja, corto, casi rapado.
Me miré al espejo. El espejo me devolvió una imagen que no reconocí. Me gustó: ir a ver a mi padre como si fuera otro, un desconocido, alguien a quien él no pudiera distinguir. Los policías me esperaron una hora. Escuché completo el disco de Osu en la casetera: esa voz seca que pronuncia el inglés desgarrándolo, las guitarras chirriantes surgidas de otro planeta, la idea de una voz que modula canciones sin entender del todo lo que dicen. Esperé que terminara el disco y salí a la calle. Prendí un cigarrillo y subí al auto de la policía.

Llegamos al atardecer. La vieja Escuela de Teología estaba rodeada de patrullas. El funcionario me hizo bajar y luego, durante quince minutos, esperé mientras hacía llamadas.
Hablé con un paco; me dijo que hasta ahora no había sucedido nada, pero que de noche se oían cantos en un idioma que él no podía identificar claramente. Latín, dije. ¿Canto gregoriano? No, esos los conozco porque parecen misa; no, es otra cosa, son como entre alemán y árabe. Es una música medio triste, dijo. Miré el edificio, una vieja casona aristocrática venida a menos, desgastada por el paso del tiempo. Un palacio que ya no era un palacio. Sus antiguos dueños habían desaparecido hacía mucho. Los que la habitaban ahora solo estaban de paso. Se habían conservado algunos muebles y objetos decorativos de la familia original: cuadros del diecinueve, pesados escritorios de roble, estantes y cajoneras y sillones apolillados. Cosas que nadie se quiso llevar, cosas demasiado pesadas o demasiado viejas de las que la familia (de rancio abolengo, que había estallado a mitad de siglo para perderse y reproducirse en los guetos de arriba de la Plaza Italia) quiso desprenderse. La gente de la Universidad las aceptó de inmediato.
Después de unos minutos y unas llamadas, el funcionario me dijo que podía entrar. Le di las gracias y le pedí un arma, en broma. Me la negó. Un par de policías me acompañó hasta el antejardín. Escuché a alguien hablar por radio.
Fueron unos veinte pasos, los suficientes para dejar la calle y avanzar lentamente sobre el cemento mojado por la lluvia de la noche anterior. Alguien en la casona abrió una puerta.
Adelante, por favor, dijo. Yo me detuve.
Está mi padre aquí, dije.
Sí, lo está esperando.
El tipo no tenía ni veinte años. Se había rapado. Llevaba un arma en la mano, una pequeña pistola. Me dijo que me agradecía el haber venido, que mi padre era muy importante, que sin él no hubieran podido hacer nada. Nadie ha captado el significado de lo que hacemos, de lo que ha diseñado, dijo.
Usted no puede imaginarlo, dijo, conmocionado. Luego agregó: Acompáñeme.
Lo seguí. En el camino nos topamos con otros tipos como él, adolescentes con la cabeza afeitada que se saludaban con gestos marciales. Todos iban armados. Algunos llevaban banderas chilenas cosidas a sus poleras blancas. Rapado me ofreció un café. Le dije que no. Me dijo que debía esperar un poco para entrevistarme con mi padre, que estaba ocupado solucionando unos asuntos. Todo estaba en penumbra: Rapado agregó que así era más difícil ser blanco de los francotiradores. Le dije que afuera no había francotiradores. Él me respondió que la especialidad de los francotiradores era ocultarse en los tejados y permanecer invisibles. Citó un manual, un libro sobre guerrilla urbana que había leído.
Por eso estamos así, repitió. Las velas le dan un toque más interesante, en todo caso, dijo. Acepté el café. No tenían azúcar. Lo tomé puro. Rapado me contó que su acción iba a marcar el futuro y que tenía un sentido más metafísico que político. Después me preguntó qué opinaba de todo.
Le dije que esperaría a hablar con mi padre para sacar una conclusión. Mientras, le dije que el lugar, iluminado como estaba, con velas, no se veía nada mal. Como un castillo habitado por monstruos, pensé. La carátula perfecta para mi disco, en el caso de que quisiera ponerme gótico.
Pero no se lo dije.
Bebí ese café en silencio. Hacía frío. Rapado llamó a alguien, un clon suyo: todos se veían iguales, hablaban igual, modulaban de la misma forma. Todos eran estudiantes de teología o filosofía. Algunos querían ser curas, supongo. Citaban frases crípticas, de doble o triple sentido, que pronunciaban con voz profunda, ronca, impostada. Teatrales, actuaban como si los estuviera grabando una cámara inexistente. El clon de Rapado me dio la mano: Gracias por venir, dijo. Es importante que usted esté aquí. ¿Qué le parece todo? Hasta ahora bien, no he podido ver nada. Creo que les falta azúcar, dije. Se nos acabó, pero lo estamos solucionando; podemos resistir todo el año si lo deseamos. No tomamos rehenes porque nosotros mismos somos los rehenes, dijo. Nos ofrecimos como tales. No queremos salir y ellos no quieren entrar, dijo el clon. Es una idea de su padre. Una nueva forma de guerrilla. Es genial. Genera un statu quo que nos conviene mucho. Podemos difundir el mensaje. ¿Cuál es el mensaje?, pregunté. Nosotros somos el mensaje, dijo. Cada uno de nosotros. Es difícil de entender. Encarnamos el sentido de esta manifestación. No tiene que entenderlo de inmediato, dijo. Mejor hable con su padre, él es mucho más elocuente que cualquiera de nosotros, aseguró, y luego nos quedamos en silencio, mientras terminaba el café y esperaba durante varios minutos atroces que mi padre me recibiera.

Me llamó después de media hora. Estaba en el segundo piso, en la oficina del director. Rapado me llevó. Dimos varias vueltas por escaleras espectrales, salas de clase vacías, una biblioteca iluminada con velas. No entendí el sentido de las vueltas.
Sí sentí el aire congelado del otoño, la falta de calefacción, la miseria que esos caserones cargan desde siempre. Por un segundo lamenté haberme puesto la ropa que llevaba. No me protegía del frío. Me rodeé el cuello con la estola. Tarareé una canción de Osu: Debes dejar de pensar para pensar / borra el ego / deja que el que camine sea un espectro. La tarareé en susurros. Rapado hablaba solo pero no pude entender lo que decía. A lo mejor oraba. Mientras más caminábamos y más vueltas dábamos, la casa se volvía más fría. Más oscura.
Dejamos las salas atrás, las bibliotecas atrás. Pasamos por un cuarto de escobas, por una pequeña cocina, por una sala de consejo. Saludé a lo lejos a otro profesor que conocía de niño, y que estaba sentado en un pasillo linterna en mano, leyendo un libro, creo que la Biblia.

Lo que pasó: Rapado abre una puerta y ahí está mi padre, sentado en una silla de cuero que le queda grande, iluminado por un candelabro de seis velas, seis cirios que arden y le enrojecen el rostro. Sigue igual, más viejo, encorvado. Un ojo se le ha ido para el lado. Eso es nuevo. Mi padre es estrábico.
Deja de leer y me mira. No se levanta. Rapado se queda atrás, le hace una seña que puede ser un gesto afectuoso o un saludo nazi, sale y cierra la puerta. Mi padre pasa el dedo por las páginas, acaricia la hoja, masca el silencio. Espera para hablar. Digo: Hola. ¿Qué mierda crees que estás haciendo? ¿Qué pretendes llamándome? Está la cagada, huevón, la pura cagada. ¿Qué mierda pretendes?, digo. Mi padre no responde.
Deja de mirar el libro, me observa. Mira mi ropa. El dragón brilla y refleja la luz de las velas. Estamos a solas. Hace un gesto. Todo esto dura dos, tres, cinco minutos. El tiempo no importa. El tiempo da lo mismo.
Me siento.
Estoy solo en esto.
Estoy solo, congelado, perdido. Nos miramos con mi padre. Está pelado. Viejo.
Tiene las manos gordas, manos de niño, como siempre. Intento recordar alguna canción, alguna imagen, pero no puedo.
Miro hacia el lado.
Mi padre espera algo que no sé qué es pero que yo no puedo darle.
Luego habla.
No es lo que me esperaba. Tarda unos minutos o una hora. Es detallado e impreciso a la vez. Es una confesión y un delirio.
Es insoportable.

Mi padre se refiere a una mosca posada en un maletín de cuero. Habla de gritos lejanos. Habla de patios, de visitas que no reconoce. Habla de un tal Sergio, de una tal Mónica. Habla de unos tales Francisco Javier y Marco Antonio, además de otros dos Antonios. Habla de las radios AM de los años sesenta y de sus shows con orquestas bailables. Habla de Napoleón, de manos metidas en bolsillos que se comen las manos. Habla del papa, de un papa vivo, joven y en movimiento, de los ojos de ese papa que de pronto lo miran con el peso de una santidad que no pudo hacer suya pero que lo quema. Habla de aviones, del atardecer triste de España, de los locales cerrados y de un cortejo fúnebre al que nadie asistió. Habla de sus alumnos, de los que no recuerda el nombre. Fulano, Merengano, Zutano, dice. Gente que está perdida, que está muerta. Habla del reflejo del sol en el vaso de un rector, del esfuerzo terrible de entender sus palabras. Habla de los golpes sobre el piso y las cachetadas que le dieron sus amigos. Habla del legado que construyó, de la libertad, del comunismo. Habla de estrategia. Habla de libros. Habla de estadios llenos, de mujeres llorando y gritando su nombre. Todas histéricas, anhelantes. Habla del sonido de las balas rompiendo el aire, de un viaje que hizo por el sur, al borde de la Antártida. Habla y dice que se cruzó alguna vez con Pinochet, describe lentamente su cortejo militar como si fuera un poema, mientras recuerda la silueta de los perros siguiendo las motos policiales. De cielos azules y del aroma opaco de las cenizas. Del viaje que hizo para doctorarse en España. Habla de la genealogía secreta de nuestra familia, de los sacrificios, del suave chasquido de un corvo saliendo de su funda. Habla de los carteles con su nombre, de las cámaras a su servicio, la ilusión casi duradera de saberse dueño de los noticiarios, de saberse dueño de la benevolencia, de apretar el terror con el puño. Habla de su guerra secreta. Habla de un bombazo, de los gritos que no lo dejaban dormir, de caras ensangrentadas. Habla de cómo cerró la ventana, cerró los oídos y los ojos, de cómo se cerró a sí mismo. Recuerda una canción que siempre detestó y nunca pudo erradicar. Habla de unos días que pasó en el hospital, antes de que yo naciera, de que él conociera a mi madre. Habla de despertar gritando en la noche y la velocidad con que las enfermeras llegaban a verlo, a salvarlo, a cambiarlo.
Esto no puede estar pasando, esto no puede estar pasando, dice que decía. Habla de la noche sobre Santiago, del calor del verano en el edificio donde enseña y trabaja, de la soledad posándose en los agujeros de bala que grita no haber podido borrar, donde viven arañas fantasmas, las mismas de su cuarto en Asturias. Habla de los disparos que siguen sonando en la noche, de las metralletas que rugen como sombras a pesar del toque de queda, del sonido de los helicópteros como única y necesaria ruptura de la calma. Habla del cordón de fuego. De un dragón. De una espada. De un campo sembrado con cruces que se extiende al infinito. Narra un sueño donde vio Roma asaltada por los bárbaros, pero luego Roma era París y vio el suelo cubierto con una alfombra de soldados muertos, los niños de la patria, y la cabeza de Napoleón pudriéndose en una pica al atardecer, pero luego era Santiago y Napoleón era él. Dice que se despertó del sueño bañado en sudor, asustado como un cabro chico. Habla de su temor a quedarse solo. Miedo a la oscuridad, terror bíblico a los fantasmas. Vuelve a hablar de la bomba, del placer de ver a los viejos amigos que llegan en cortejo para celebrar la desgracia. Habla de cuervos, de que teme al sol, de que siempre se sentirá mejor con lentes negros. No habla de su mujer. Casi no habla de mí. Habla de su venganza. De que la historia lo absolverá, de que nunca lo ha condenado. De que está cambiando el curso de las cosas. Habla del futuro. Habla de la Antártida. Habla de un reino de casas de hierro. Habla del perfil del Presidente, que es el de un pendejo sonriente, el de un bufón de mierda. Habla de la pólvora. Habla de su nombre de nuevo, que no puede ni siquiera pronunciar, del terror que contiene cada letra. De mi nombre, que es el mismo que el suyo y que mis hijos heredarán. Con los dedos traza un acróstico en el aire y luego se ríe. Su risa me hiela. Luego sigue hablando. Dice: Hay una secta, una secta de suicidas. Está en California. Nadie los conoce bien. No hacen escándalo. Son gente como tú o como yo, más bien como yo, dice. A veces me escriben. Compartimos puntos de vista. No es que me vaya a suicidar, pero estoy de acuerdo en ciertos puntos de vista. Algunos son puras estupideces hippies. Creen que son extraterrestres y que van a reencarnar en una nave espacial que los espera en la estratosfera. Esa clase de estupideces. En otras cosas tienen razón. En que la civilización occidental se acaba, está agotada. El colapso es inminente, hijo. Diez, veinte, treinta años a lo más. Pero eso no es lo que importa. Lo que importa es que se van a suicidar a mediano plazo. Son cuarenta y pico. A lo más cincuenta. Llevan planeando el suicidio por años y están haciendo los arreglos para acometerlo. Son fanáticos, fanáticos silenciosos, son valientes. A ratos creo que son estúpidos. Sus mortajas son un buzo negro y zapatillas deportivas. El líder es dueño de una de las acuarelas de Hitler. ¿Has visto esos cuadros, hijo? Son malos, pero sagrados. Hitler era un mal pintor, un pésimo artista. Pero tenía intuición. Tenía estética. Sus cuadros son fríos. No hay nadie ahí. Son paisajes de hielo, campos verdes o azules, postales de una era que ya fue, que no es, que nunca será. Sus acuarelas son retazos de esas eras. Con el líder de la secta suicida hablamos de eso.
Nos escribimos en esperanto, no en inglés o español. Es un ejercicio difícil pero tiene algo de sagrado, porque inventamos una lengua nueva. A veces pasan semanas en que él solo me describe esa acuarela, la infinita comprensión, la terrible paz que le provoca. Dice que cuando se vaya, va a estar mirando la acuarela. Que es el último paisaje del mundo que va a ver, dice mi padre, y se queda callado.
Luego agrega, levantando la mano para indicar una pila de hojas en su escritorio: Está ahí por escrito, es tu legado.
Tu herencia.
Y, mientras dice eso, una parte de mí se siente una mierda.

Pero sucede algo antes. Algo que no espero. Porque mientras mi padre habla y habla, dejo de escuchar. O más bien comienzo a escuchar de otra forma. Creo que me divido, me pierdo, mi mente forma pliegues, sistemas de defensa. Mi memoria traza un laberinto, me vuelvo un laberinto. Estoy y no estoy ahí. Es difícil de explicar. Mi padre, al que no he visto en años y que tiene un ojo estrábico y es el líder de una estúpida conspiración nazi o fascista, una estrella para un puñado de idiotas a los que no abrazaron lo suficiente cuando niños, deja de hacerme efecto. Deja de doler. Dejo de tener pena. O miedo. La ropa empieza a protegerme. Hace efecto.
Suspendo el tiempo. Lo controlo. Mi mente traza paredes, trampas, defensas que atrapan a mi padre. Una parte de mí se interna en un laberinto de boj, un laberinto invisible. Mi padre está en un lado del laberinto, yo estoy en otro. Mi mente es una mañana soleada. Y el laberinto es una canción pop: evidente pero a la vez impenetrable. Así funciona mi mente. Dejo de sentir dolor, estoy en dos lugares a la vez.
La voz de mi padre es espesa, su garganta está destrozada por el cigarrillo y las clases, por la mala alimentación, por la soledad. Yo lo sé. Me posesiono del espacio. La canción suena en mi cabeza y se ubica entre las palabras y yo camino por el laberinto, por los dos caminos, por un sendero que no es un sendero sino la idea de uno. Y ahí mi padre, el habla de mi padre, no me encuentra. Porque sé esconderme. Sé no estar a la vista. Pero yo puedo verlo. Desde donde estoy observo cómo avanza, cómo renguea, cómo se pierde. Su discurso es claro e iluminado. Pero mi laberinto es oscuro y dorado. Como mi ropa. Como la canción que lo envuelve todo. En mi laberinto sus palabras mueren, caen como hojas secas, se arrugan y se trizan. Y me salvo. Me salvo, pienso, mientras mi padre me mira con un ojo desorbitado y el otro concentrado y me doy cuenta de otra cosa. En el laberinto de mi mente no estamos solos. Están las canciones.
Decenas.
Centenas.
Millares.
Canciones fuera del tiempo. Canciones ajenas. Canciones propias. El espacio entre las palabras de mi padre está repleto de ellas.
La canción sobre un tipo que muere en un accidente. La canción de cuna que una mujer canta en el sur. La balada que alguien escribe en un hotel, con una guitarra imaginaria. La canción que repite como un mantra alguien perdido en un supermercado.
Canciones para matar.
Canciones para hacer el amor.
Canciones para saltar al abismo.
Las puedo escuchar todas mientras mi padre habla. Trato de coger algunas al vuelo.
La canción sobre un automóvil que es en realidad el fantasma de la mujer. La canción que habla de los animales que viven debajo de la tierra. La canción –una ranchera– que un adolescente masca mientras aprende a disparar en un garage lleno de autos muertos.
Todas las canciones de Takeshi Osu, las que ha compuesto y las que compondrá: sus paisajes extraterrestres, los palacios de ruido donde habita, las baladas de amor infrahumanas, todo ese soul distorsionado con espanto, con pena, con alegría; la voz de Osu cantando en inglés, con una mala gramática y un acento mil veces peor, un acento de barriada de Tokio que esconde la rabia, que se viste de honor.
Las canciones que compuse, que compondré. Ecos de melodías, retazos de letras, pedazos de iluminación. Son tantas que se pierden, que se anulan.
Una canción sobre una biblioteca de libros vivos, que se comen a otros libros.
Una sobre un niño perdido en una casa donde hay una habitación blanca: las paredes no se distinguen del cielo o del suelo.
Una canción sobre una adolescente que camina en una salitrera abandonada; está sola, perdida, no tiene a nadie. La canción termina cuando mira las estrellas y le parece estar contemplando una catedral.
Otra canción sobre Berlín: sobre cómo caminar por una muralla invisible, cómo saltar, cómo caerse.
Una canción sobre un elfo carcomido por el deseo.
Una canción sobre el ojo de un delfín, un ojo inyectado en sangre reflejando la cercanía de un agujero negro inminente.
Otra sobre un campo de concentración habitado por ratas y comandado por cerdos y perros.
Canciones sobre el demonio, sobre el deseo, sobre el cielo.
Baladas de amor estúpidas y pobres.
Conciertos épicos.
Orquestas que flotan en el éter.
Canciones secretas, pensé entonces, y miré a mi padre y su rebelión imbécil.
Luego él se calla de nuevo y yo me siento a la deriva dentro de mi cabeza, flotando en mis canciones.
A salvo.

Mi padre me pregunta qué pienso de lo que ha dicho. Le digo que nada. Siéntate, dice. Tenemos que seguir hablando.
No me quiero sentar. Para esto todo este jaleo, digo, para esta estupidez. No dice nada. Sostenemos un rato el silencio.
Luego él se levanta. Se ve más pequeño de lo que lo recordaba.
Respira con dificultad. Rapado espera afuera. Mi padre empieza a hablar de nuevo.
Por eso quiero que te lleves esto, y levantó aquel legajo.
Es tuyo, dijo.
Tu herencia.
Llévatelo, susurró cansado, y me miró con el ojo bueno.
Lo miré de vuelta. En mi mente, Osu interpretaba Burning beyond recognition, una balada sobre una modelo que pierde la cara en un choque de trenes ultrarrápidos y está condenada a vagar por las calles de Tokio silenciosa y sin rostro. Osu la canta en primera persona, con falsete; se le quiebra la voz, que no es la de la modelo sino la de los pensamientos de ella, que en realidad son fragmentos, imágenes de una ciudad hecha de neones trizados. Es la voz, el rostro de aquello que no veremos más. El final es ambiguo. No sabemos qué hace la mujer, si se va de la ciudad, si se suicida o se queda vagando en silencio.
Cogí el legajo. Lo miré. No tenía título. Hojeé algunas partes. Mi padre estaba loco o enfermo. Lo más probable era que todo lo que hubiera contado fueran mentiras. Pero su revolución de pacotilla no lo era. Los imbéciles rapados estaban ahí afuera, esperando, haciendo guardia mientras hablábamos.
Mi padre volvió a su silla. Yo me despedí. Rapado me acompañó a la salida. Fue más rápida que la entrada. No hablamos. Eran las doce de la noche. Afuera seguían apostados los policías y los funcionarios. Hablé con él, les dije. Eso fue todo. Me quiero ir de aquí, dije. Me hicieron esperar un rato. Miré el frontis de la Escuela. Ya no daba miedo. Me pareció más pequeña de lo era. Pasara lo que pasara, todo terminaría pronto. Pedí una taza de té. Deseé tener marihuana. Me dio hambre. Llamé a mi madre y le conté a grandes rasgos lo ocurrido. Omití lo de la secta suicida, los delirios mesiánicos y el ojo estrábico. Le dije que mi padre estaba bien y que yo también, que no se preocupara.
Creo que dijo gracias o algo así. Luego apareció un policía que me tomó una declaración somera, me preguntó qué tal la cosa adentro y después me dijo que podía irme.


Vagué por el centro un rato. Me metí en una fuente de soda. Pedí un completo y un shop. Luego volví al galpón. No había nadie. Salí al patio de atrás, que era una especie de vertedero de tarros oxidados y basura industrial. Deben haber sido las tres o cuatro de la mañana. Había sido un día de mierda, un día de locos. Encendí una hoguera con parafina en un tambor. Luego, con el encendedor, le prendí fuego al legajo de mi padre. Quemé mi supuesta herencia, hoja por hoja.
Fuego rojo, fuego negro. Me demoré media hora. Cuando terminó, cerré los ojos, sonreí y me quedé mirando bailar los destellos de luz fantasma bajo mis párpados.





replay

OlviDar caCHArro(s)
ináudito de Pía McHabana (1959-2004)
–resucitada en paz en el 33 1/3 aniversario de su descacharramiento–


Claro, que primero fue el «Olvidar Foucault» del apostol Juan –Baudrillard, se entiende– y después el «Olvidar Orígenes» del judas Mejía(s) –Rolando Sánchez, se sobreentiende– y aún después el «Olvidar Diáspora(s)» de Rogelio Saunders –ya casi en cero grado kelvin de la ilusión (cero K, 0 K, zen K).
Milan Kundera es la K que más mete y saca semejante ironíamnesia de sus novelas. Recién le han publicado una en chino, me han dicho, como ejercicio cínicivil por el XXX aniversario de la muerte de Mao (triple X, tripa X: tripa no, soma). Kafka sí recordaba, es cierto, pero no recordaba el qué... [lenguaje contiguo de verdugos y lavanderas]. No por gusto los tecnócratas narrativos de hoy le llaman a este efecto un narrador deficiente. Sintomatología klínica que se instaura por la carencia crónica de vitamina k (consonante menor): ni siquiera es una enfermedad, sino apenas su rasgo (de rasgar, arriesgar, arriar: en los tres casos una bandera o un bandoneón).
¿Qué hacer con la metástasis de tanta tesis? ¿Cómo reaccionar si fuéramos ahora mismo nuestro propio Ministro del Interior? Muy fácil. Toc-toc-toc-toc. Sorprendernos fuera de base mientras matamos el tiempo (tic-tac-tic-tac) haciendo como que jugamos al go: ¡ay, qué sería de la nuestra, si no fuera por esas milenarias culturas pop! En una epoquita tan apoquitalíptica, ¿cómo recuperar la voz? «Quien tartamudea, triunfa», decía mi abuela Delicia Gil. Así que, antes que indigestarse con esos altisonantes speeches locales, mejor atracarse con un racimito de peeches de importación. ¿Y la (s)? Bien, gracias, ¿y utté?
Así que tampoco hay que pedirle peras al olmo, ni diáspora(s) a cacharro(s): ese cyber-lullaby o nanita fúnebre-i-letrada, hecha no por hombres-de-letras, claro, sino por locobreritos que blanden un tornillo cariado y no saben dónde remacharlo en medio de tanta teleocacharrería insular (cacharreras imaginarias devenidas escriturhorror), de tanto barruecoloquianeurisma infantil, y de tanta chata ficción firmada no por su autor sino por la autoridad que da cuerda al corazón con que sobrevive. También me han dicho que el trencito eléctrico del camping literari cubensis se quedó sin pilas y ahora sufre de beri-beri, pero de esto no hay pruebas en realidad. En todo caso, disfruta de un very-very muy confortable en términos de tú-me-das / yo-te-doy.
Sin caer de nuevo en autismos (al pan, pan; y al vino, albino): vayamos al grano, pues. «Let´s cut to the chase», decía mi abuelo Félix Guasón y prendía un Hollywood, hasta que un cáncer politpulmonar lo rodeó como si estuviera en la playa (mi abuelo era aquel barquero que leía demasiado, pero no sabía nadar).
Creo enteramente (de enterrar), como sujeto ya muerto en una carr(f)etera, que fuimos y seremos eudoxios: esos personajillos virtuales abortados desde el Paradiso directamente al Inferno, a través de la consulta orate del Dr. Foción. Sin ser catchers profesionales, el bull-pen-club de Cacharro(s) aguantó la bola-dura-y-sin-guante con tanta Segur-i-dad como pudo, antes de que sus huesos hicieran crack. Sobremorimos, es penoso reconocerlo, sin que el Expediente # Diez (de Damocles) cayera desde lo alto de la guillotina. Y allá arriba aún seguirá callado, supongo, ex-pendiente de aquel pelito de «seda de caballo» que está justo en los orígene(s) de toda literatura pensada dentro de our locus-nación: cuyas hours estarán contadas, pero aún con suficiente Telos por donde cortar.
Cacharro(s) intentó alegremente un post y una trans, sin renunciar a una free no-gratuidad y a un rigor (a ratos mortis, lo siento) para el que ya no existe quórum en Cuba: y esto claro que te incluye a ti. Cacharro(s) fue aborto ab ovo a la par que parió: ¿cuántos mamotretos digitales circulan hoy y cuántos circulaban en julio de 2003? Tal vez hasta sería divertido marcar nuestras biografías con los términos almaquínicos de AdCach y dCach (segúridamente la intelpol sí lo ha hecho ya). Cacharro(s) puso a corr(o)er lo que era purito prurito de inmovilidad. Y, last and least, los órganos sin cuerpo del Cacharro(s)´ Staff (de estufa y también de estafa), a lo largo y estrecho de esta eventura aditorial de carácter públiclandestino, primero nos hicimos hermanos de guerra en tiempos de pax especial, y después, nos distanciamos esteatopínguicamente acaso para regocijo institucional.
Vale.
De todas formas, ahora nos queda el siglo XXI en pleno para ver quién llora a qué muerto cuándo, y quién sale a dónde con la cajacharra otra vez con ganas de cachancletear.


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Raúl Flores Iriarte , “33 y 1/tercio, No. 5,” Digital Entanglements, accessed April 28, 2024, https://digitalcuba.omeka.net/items/show/26.

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